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Estudiando Kinesiología 8

en Lésbicos

Después que mis tías desintoxicaron mi conciencia, la semana empezó mucho mejor. Llevaban razón, tenía que ser más profesional. Mi objetivo era llegar a tener mi propio consultorio, y para eso necesitaba el dinero. Había encontrado la forma de conseguirlo de manera bastante acomodada y estudiar dependía de mi propio esfuerzo. Cuanto más rápido me recibiera más rápido podría realizar mi sueño, tener mi consultorio y a Marce al lado mío.

Lo demás, el rollo de mi frigidez, solamente lo tenía metido en mi cabeza, y me lo hicieron comprobar. Así que de ahora en adelante a ocuparme de lo mío. Igual me quedó un resquemor con Marta por no haberme avisado que Rosalía estaba casada y que podía pasar lo que pasó.

El mismo lunes atendí a la misteriosa. Era una cliente que llamaba así porque me hacía entrar al piso sin que nadie se enterara, me hacía hablar despacio como si alguien estuviera escuchando tras las paredes, y cuando se estaba por correr, reprimía los gemidos y ponía la música más fuerte cosa que nadie pudiera sospechar lo que estábamos haciendo.

El miércoles atendí a Susi, se lo debía. La última vez habíamos suspendido la sesión a causa de mi depresión. Esta vez fue con besos y una fuerte chupada de tetas que nos puso más calientes que un horno. La calentura de ella se la quité yo, la mía me la llevé a casa.

Fue ese viernes, después de dos semanas cuándo fui a atender a Marta. Nos saludamos como siempre, noté que estaba un poco a la defensiva, pero no le dije nada. Los masajes iban como siempre, sabía lo que le gustaba y lo iba haciendo a su gusto, solamente cambie el tamaño del consolador que le iba a meter en el culo. Empecé con uno normal y ella con que era mala y lo de siempre, hasta que lo cambié y le introduje uno de un tamaño a lo que no estaba acostumbrada. Pegó un grito y empezó a deslizarse por la cama tratando de escapar, la tomé por las caderas y se lo metí. Se tiró boca abajo y empezó a llorar a grito pelado. Pensé que a lo mejor me había pasado de estación y me asusté, se lo fui sacando despacio para no hacerle doler más, sabía que el ano es flexible pero no cuánto. Había querido hacerle doler algo, pero no hacerle daño.

-Estás loca, ¿Por qué me hiciste eso? - gritó

- ¿Tú sabes lo que me hubiese hecho el marido de Rosalía si no hubiese alcanzado a defenderme? Lo que tenía en el maletín tendría que haberlo usarlo contigo para que vieras lo que me esperaba.

- ¿Y yo qué sabía que iba a estar ahí?

- Pero me podías haber avisado que era casada y que el marido era un loco y no mandarme al matadero a como saliese.

- El no podía por orden del juez acercarse a la casa, y yo sé que estas juntando el dinero para el consultorio y le pedí una cantidad como para hacértela más fácil. Nunca pensé que corrieras peligro. – me dijo llorando. Me dio pena, lo había hecho con buena intención y yo lo tomé como desidia.

- Bueno, está bien…, quizá me pasé un poco, pero si vieras lo que me quería hacer el tipo ese, tú también te enfadarías con quien te mandara a correr ese peligro.

- ¿Qué te pasaste un poco? ¡Pero si me rompiste el culo! no sé si me voy a poder sentar por un mes. – lloraba mientras iba para el baño.

- Marta, perdoname, pero solo el acordarme me pone furiosa, ven que voy a ver si te puedo calmar el dolor.

- ¡No! no… tú quieres lastimarme más, dejame así y por favor vete.

- No seas boba, me pasé y lo reconozco y quiero remediarlo, pero tú también reconoce que el peligro que me hiciste correr era mucho peor que este.

- Si… lo sé, pero no fue intencionado y lo tuyo sí.

- Sí, lo reconozco, pero dejame arreglarlo.

- A sí ¿y cómo vas arreglar mi culo?

- Ven al sillón, siéntate en mis piernas que te voy a pasar una pomada para que te pase el dolor. – se puso una bata corta abierta por delante y fuimos a la sala. Llevé el bolso con las cremas y lo puse al lado nuestro. La hice sentar apoyándose en los muslos y dejando el culo afuera. Así sentada, se tiró para adelante apoyando la cabeza en mi hombro agarrada a mi cuello para no caerse para atrás. Unté un dedo con la crema, pero al introducírselo me di cuenta que el esfínter no se había cerrado lo suficiente, por lo que opté por usar dos dedos. Se los fui metiendo de a poco, haciéndolos girar para encremar las paredes. Estaba limpita, por lo que sabía que no me iba encontrar con ninguna sorpresa.

- ¿Te calma así?

- Sí, mientras me pasas la crema me calma, pero cuándo sacas los dedos me vuelve el escozor – le había lastimado algo pero exageraba porque le estaba gustando.

- ¿Quieres que te dé un poco de crema por adelante?

- Sí, también me escuece un poco - la otra mano la pasaba por la vagina, le metía dos dedos lentamente acariciándole las paredes internas buscando el punto G, si es que lo tenía mientras con el pulgar le excitaba el clítoris.

- ¿Ves? A veces puedes ser buena. – me susurraba al oído mientras apretaba su pecho desnudo contra mí.

- Yo siempre quiero ser buena contigo, pero a veces me parece que te gusta que sea mala.

- A veces sí, pero hoy te pasaste.

- Sí, lo reconozco, por eso ahora trato de remediarlo, si te duele avisame que paro.

- No… sigue, esto me hace bien, no pares. – gemía al mismo tiempo que frotaba la cara contra la mía. Los gemidos cada vez eran más potentes, y los apretones también hasta que empezó a convulsionar en un orgasmo que llegó a mojar mi guardapolvo. Fui a sacar las manos cuándo me pidió.

- No, dejalas un poco más, se buena, me lo debes.

- Ahora la mala eres tú.

- Yo ¿Por qué?

- Porque me estás pasando esas tetazas divinas por la cara para hacerme desear, sabiendo cómo me gustan – no termine de decirle que apretó mis manos contra sus intimidades, mientras se ponía a horcajadas sobre mí.

- Deja las manos donde están, y no tienes que desear lo que tienes al alcance de la boca – y diciendo eso me las arrimó para que se las lamiera. Eran unas señoras tetas, unas areolas color café con leche, (aunque hubiese preferido que la leche estuviera adentro para podérsela sacar a chupetones), de ahí salían unos pezones rosaditos, prepotentes, que parecían que se querían meter solos en mi boca, y con la calentura que tenía dejé que se metieran con gusto. Mamé como una huérfana muerta de hambre. Sus tetas eran deliciosas, y mis mamadas se ve que también porque empezó a cabalgar sobre mis dedos mientras apretaba mi cabeza contra ellas para que no parara de chuparlas. Cada vez sus movimientos eran más violentos y sus gemidos presagiaban una tormenta que no tardaría en desencadenarse. Le mordí suavemente las puntitas y se desesperó, me clavaba las uñas en la espalda que si hubiese estado desnuda me llenaba de surcos, hasta que sentí la riada mojar mis manos, mi ropa, y el sillón. Se quedó abrazándome mientras tomaba resuello.

- ¿Sabes? Hoy sí que fuiste buena, me hiciste correr como nunca, ¿Por qué siempre no eres igual?

- Es a ti a la que le gustan los aparatos, Silvia la buena no los usa, pero tú los pides, después me dices que soy mala.

- Uhm… pero a veces te abusas. Tengo ganas de darte un beso, ¿me dejas?

- Después de prestarme esas tetas no sé cómo podría negártelo. - Me tiró la cabeza para atrás y me besó al mismo tiempo que metía su rodilla contra mi vulva. Fue un beso largo, profundo. Sabía lo que hacía, se había dado cuenta del grado de calentura que tenía, y con la rodilla se frotaba contra mis bragas empapadas. Podía decir que era por el orgasmo de ella, pero no valía la pena, las dos sabíamos que yo había aportado lo mío. Me agarró de las nalgas y empezó a moverme contra su pierna hasta que llegó lo inevitable. Sentía que me iba a correr en el medio de tremendo beso, la agarré del cuello para que no se le ocurriera sacar la boca, mi lengua incursiono en toda su cavidad, si no le descubrí caries, es porque no las tenía, sino se las hubiera encontrado, y ella descubrió que con una rodilla también se puede masturbar y sacarle un orgasmo a una calentona como yo. No fue el señor orgasmo, pero así vestida y solamente con el roce, tuvo su mérito.

Nos separamos empapadas. Tuve que darme una ducha y me vestí sin ponerme las bragas que guarde todas mojadas. Ya me estaba acostumbrando a volver sin bragas, o con bragas ajenas.

Cuando salía me alcanzó el sobre con el dinero.

-No, hoy no me des nada, con lo que te lastimé creo que quedamos a mano.

- No seas boba, si haces así nunca vas a terminar de juntar el dinero que necesitas. Algo de razón tuviste, yo tenía que haber previsto lo que podía pasar. Igual estuviste fenomenal, Silvia la buena se ganó esto por demás. Después te aviso cuándo puedas venir.

- ¿Quién quieres que venga, Silvia la buena o Silvia la mala? – se quedó pensando unos segundos.

- Mejor que vengan las dos. – mientras me daba un beso con lengua de despedida.

Salí más que contenta, cada vez me acercaba más a mi sueño y no podía quejarme. Es cierto que podían pasar situaciones desagradables, pero al fin no había tenido tantas, y después de todo lo que estaba haciendo era para poder hacer lo que me gustaba, y para poder vivir con la persona que amaba. Tenía que pensar en la cantidad de personas que trabajaban de lo podían y no de lo que querían.

Llamé a Rosalía, me atendió enseguida.

-Hola Rosalía te llamaba porque me dijiste que te avisara cuando te podía atender.

- A sí, estaba esperando tu llamado, ya le iba a preguntar a Marta, dime cuando puedes venir.

- Si te queda bien mañana me dices la hora.

- Si, me queda bien, vente a eso de las diez, tampoco es que tengamos que pegarnos un madrugón, ¿Qué te parece?

- Me parece bien, a las diez estoy por allí.

Me acosté tranquila, ahora podía pensar positivamente. Estaba trabajando y ganaba una cantidad que no ganaba casi nadie y no me mataba para conseguirlo. Tenía un objetivo, y estaba en mí hacer lo posible para llegar a él.

Al otro día a las diez estaba firme tocando el timbre. Me hicieron pasar y Rosalía me estaba esperando para llevarme a la casa de huéspedes. Como la vez anterior me pidió si me podía quedar en ropa interior. Le di el gusto, llevaba uno de los conjuntos más lindos de los que me había regalado. Sonrió satisfecha.

-Ese conjunto me gustaba mucho, ahora que te lo veo puesto me gusta mucho más. Podías modelar para la tienda, nos cansaríamos de vender.

- Si modelaras tú, no creo que vendieras menos, tienes con que rellenarlos. Y ¿cómo andas con tu marido? tenía un poco de miedo por ti. – corté para cambiar de conversación.

- Oh no, vieras está lo más contenta.

- Dirás contento.

- Contento está afuera, aquí en casa está contenta, es toda una señorita bien educada, lo único de malo es que le gusta usar mis bragas después de usarlas yo. Por lo demás, no sé si te dijo Marta, pero estamos buscando a las chicas violentadas, encontramos varias y llegamos a un acuerdo, alguna más quedará, pero habrá que esperar que aparezcan.

Después de esa explicación puse manos a la obra, o al cuerpo de Rosalía, mejor dicho. Era un cuerpo muy maleable pero firme, me gustaba, y si hubiésemos empezado mejor hasta me hubiese excitado, pero veía todo demasiado sórdido como para pretender hacer algo más que mi trabajo. Lo hice a conciencia pensando en cómo me gustarían que me los hicieran. Conseguí sacarle los dos orgasmos que eran la característica de la casa, pero no traté de ir más allá.

Tenía temor que pensara que podía pretender más de lo estrictamente profesional, no es que no me gustara es que me parecía bastante manipuladora. Quizá eran ideas mías por ver cómo había resuelto el caso con el marido, pero no quería correr ningún riesgo.

-Tienes unas manos de seda, me gustaría poder hacer lo mismo en tu cuerpo para que veas lo que haces sentir.

- Se lo que hago sentir, lo mismo que siento yo cuando mi novia me hace lo mismo; si de ella aprendo.

- Mujer si tienes una novia así, cuidala que de esas no se encuentran.

- Y la cuido, por eso no me enrollo con nadie, si no la tuviera no podría aguantar hacerte esto sin querer ir por más, estas demasiado buena, pero si me pasara con alguien, te digo que se daría cuenta, hasta por el olor me conoce. – se hecho a reír.

- Entonces en tu premio está tu penitencia, pero parece que el premio vale la pena.

- Pues sí que lo vale, si no fuera así, después de verte desnuda quizá tuvieras que echarme.

- A una chica como tú no la echaría nunca, pero te comprendo. - Me vestí para irme me dio el dinero y una bolsa llena de ropa.

- ¿Qué me das?

- Son más conjuntos de lencería, quiero que cada vez que vengas a atenderme traigas uno diferente, y piensa si no quieres modelar. Si es que te deja tu novia.

Salí mejor parada de lo que pensaba, creía que se iba a poner pesada, pero el asunto de la novia me sirvió de cortafuego. Seguía pensando que era manipuladora, pero por lo menos era respetuosa de ciertos límites; y los tres mil euros me venían como anillo al dedo.

Las siguientes semanas todo fue normal, y si alguna anormalidad había, fue para mejor. Rosalía no se fijaba en lo que gastaba y los sábados a la mañana eran para ella, si me aguantaba, podía llegar a la cantidad que necesitaba mucho más pronto. Con Marta, sin yo quererlo, casi se estaba formando un vínculo de amistad, y más allá de mi trabajo, me aconsejaba como invertir el dinero para sacarle algo de renta.

Se estaba acercando el cumpleaños de Marce y este año sabía que no lo podía festejar como el pasado, pero por lo menos quería regalarle algo de lo que se pudiera acordar. Este año caía en domingo. Como todos los sábados me llegué hasta su casa para pasarla con ella. No podía hacer nada, pero el solo hecho de estar a su lado me llenaba de alegría. Cuando me abrió se quedó mirándome seria (yo estaba vestida como para salir y me había maquillado como para no pasar desapercibida) no estaba acostumbrada a verme tan arreglada. Me hizo pasar para saludarme con un beso casto en la mejilla.

-¿No me digas que mi madrina te mandó de regalo? Me lo propuso y le dije que no.

- A mí también me lo propuso, y también le dije que no.

- Qué ¿ya no tienes ganas de acostarte conmigo? – me dijo medio herida.

- Como regalo de otra no, de ultima, a ti me regalaría sola.

- A sí, ¿y en qué consistiría el regalo?

- Pues que, por el día de tu cumpleaños, puedes pedirme lo que quieras y hacer conmigo lo que quieras.

- ¿Y para eso te vestiste así? Si quisiera hacer algo contigo, lo primero sería desvestirte.

- No, me vestí así porque quiero salir a cenar contigo, y quiero presentarte a mis tías que están locas por conocerte.

- Pues van a seguir locas, porque yo no pienso salir a ninguna parte, no voy andar dando lastima por ahí.

- Pero dando lastima, siempre dando lastima, lastima la das así que hace tres años que no quieres ir a ninguna parte. ¿Te crees que eres la única persona que quedó sin piernas? ¿piensas pasarte la vida llorándolas? A ti parece que lo que te amputaron son los ovarios que tienes miedo de andar de frente por el mundo. Hay un montón de gente que está peor que tú y la lucha, y avanzan, y se dejan ayudar porque ellos ayudan también a otros, no se encierran en su desgracia, son valientes y tiran para adelante. ¿Qué vas hacer cuándo tengamos el consultorio? ¿vas a atender escondida atrás de una pared? – las lágrimas le corrían por las mejillas. Quizá fui un poco brusca, pero quería que reaccionara, no podía pasarse la vida llorando sus penas – bueno perdoname Marce, pero tienes que salir de esta, y a tú manera nunca lo vas a lograr.

- Soy una cagona ¿verdad? – dijo entre sollozos

- No mi amor, no lo eres, solo tienes que darte cuenta que las diferencias están más en tu cabeza que en tus piernas. Ahora me vas a demostrar que eres una chica valiente, y te vistes como para que todas te tengan envidia ¿sí?

- Si voy a estar al lado tuyo, claro que me la van a tener – comento con una lacrimógena sonrisa.

En su habitación le había visto ropa para todas las ocasiones. Dejando pantalones al lado, tenía vestidos de fiesta, de calle, de sport, en fin, que tuvimos para pasar un buen rato modelando hasta que quedó a su gusto. El gusto mío era verla mientras se cambiaba los vestidos. Con eso, más lo que se tardó en maquillarse (no es que se maquillara mucho pero después de tres años, no sabía ni como hacerlo) llegó la hora de irnos.

Se sentó como acompañante, y la silla plegada al baúl. Estaba un poco atemorizada, después de tanto tiempo se creía que el mundo había cambiado.

- ¿A tus tías les dijiste que soy así?

- No, le dije que te faltaban las piernas nada más. Que eras un poquitín cagona, no se los dije – me dio un pellizco

- Bueno, para con eso que estoy aquí, aunque tengo miedo como me voy a comportar.

- Si te llegas a portar mal, te llevó al baño y te violo.

- ¿Es una amenaza o una promesa?

- Uhm…me parece que no te voy a llevar al baño, va a ser allí en la mesa.

- Que van a decir tus tías.

- Por ahí me ayudan. -  Soltamos la risa.

 Cuando entramos al restaurant mis tías nos saludaron con los brazos para avisarnos donde tenían reservada la mesa, nos acercamos y enseguida se presentaron solas.

- ¿Así que tú eres la famosa Marcela, la que traes de cabeza a nuestra Peque?

- ¿Esta es vuestra Peque? Como será cuando crezca.

- Menudo bocadillo te vas a comer.

- ¡Tía! calla, que con marce somos amigas

- ¿Nada más? – preguntó Elisa

- Nada más, no sé lo que les abra contado Silvia

- Nada, pero con semejante mujerona ¿no sé qué necesita para espabilarse?

- Ay tía no digas tonterías, ustedes porque tienen la idea fija.

- Y a mucha honra que Claudita a mí no se me escapa más, ¿verdad corazón?

Marcela las escuchaba y le daba la risa, verlas haciéndose arrumacos como si tal.

- Bueno a ver si pedimos la comida que venimos con hambre avise. – Enseguida hicimos el pedido y seguimos conversando.

 Marce parecía otra, se notaba que había estado acostumbrada a estas reuniones, y con mis tías enseguida agarró la onda. Le preguntaron por el accidente con tanta naturalidad, que no le quedó más que contestar con la misma naturalidad. Lo tomaban como un inconveniente que cambiaba poco las cosas, y ante mi estupor le contestaba como si así fuera.

- Ay por eso yo – decía Claudia – cada vez que ando en moto se me frunce el culo que no te digo.

- Cariño, a ti se te frunce el culo por un montón de cosas.

- No seas guarra que hacemos quedar mal a Silvia, no va a querer entrar en la familia. – yo estaba colorada hasta en los pelos, pero Marcela se reía viendo las tonterías de esas dos. Así fue pasando la cena, mucho mejor de lo que me creía.

 Cuando terminamos me pidió si nos íbamos que estaba un poco cansada. Comprendí que con el tiempo que hacía que no salía, esto la hubiese fatigado. Nos despedimos quedando volver a encontrarnos, y cada cual, a su nido, aunque mi nido no fuera ese, por ahora lo tomaba como sustituto.

Toda la cordialidad que demostró en la comida desapareció por encanto, estaba pensativa y solo me contestaba con monosílabos. Mientras conducía pensaba si a lo mejor fui demasiado cruda cuando la induje a salir. O peor, si había podido entrever la relación que a veces tuve con mis tías. La cuestión que la velada no estaba terminando como pensaba.

Cuando llegamos armé la silla y la arrimé al coche, se quiso bajar sola y no acepto mi ayuda con la excusa que se tenía que acostumbrar a desenvolverse sin ayuda, como las demás que estaban como ella. Entramos y le pregunté si quería ver un rato la tele y esperábamos el día de su cumpleaños.

-Silvia, yo no nací a las cero horas, mi cumple es un poco más tarde, vamos a dormir ¿Quieres? – sin decir más nada tomó el camisón y se metió en el baño. Era mal síntoma generalmente se cambiaba en la habitación. Salió y se metió derecho en la cama y me dio las buenas noches secamente. Ahora fui yo la que me fui al baño y me di una ducha, más para pensar que es lo que venía mal que por que lo necesitara. Cuando salí parecía que estaba dormida, y a diferencia de otras veces que se tomaba el centro de la cama, esta vez estaba en un extremo como para que no nos tocáramos.

 Me acosté y no hice nada por arrimarme. Ahora la que estaba enfurecida era yo. Habíamos pasado una velada que a mi entender era maravillosa, y vaya a saber por qué la estábamos arruinando. Al fin traté de dormirme, al otro día trataría de poner las cosas en claro, ya me estaba adormeciendo cuando siento que se levanta.

- ¿Qué te pasa, te sientes mal?

- No, pero tengo que ir al baño.

- ¿Quieres que te ayude?

- Silvia, entresemana voy sola y no necesito ayuda, que estés tú no cambia las cosas, duerme anda.

Me desvelé un poco, pero al fin el cansancio me pudo y me fui quedando dormida. No sé cuánto tiempo pasó sentí como en un sueño que se acostó y nada más.

No sé qué hora era, pero era de noche todavía, cuando me despertó una alarma.

 - ¿Para qué pusiste la alarma? ¿qué tienes que hacer a esta hora?

- Esta es la hora en que nací yo, y quiero mi regalo. – me extrañó esa salida a esa hora.

- Espera que te lo voy a buscar.

- No espero nada, lo quiero aquí y ahora, dejame que lo desenvuelvo. – y me empezó a sacar la camiseta que usaba de camisón – dijiste que hoy te me regalabas, así qué voy a desembalar mi regalo – y sin más me quitó las bragas dejándome completamente desnuda. Prendió la luz y pude ver que ella también estaba como Eva, pero mucho más linda. Se me tiró encima y empezó a comerme la boca. Después de la tensión de las últimas horas, fue como si se rompiera una represa, mis ganas de besarla a lo largo de todos los días se vio potenciada por la angustia de estos últimos momentos, si ella me comía yo la devoraba, estaba sobre mí y me besaba con desesperación.

- Así que hoy te puedo hacer lo que se me da la gana, y vas hacer lo que te pida ¿no es cierto?

- Puedes hacer lo que te parezca con tu regalo, soy todo tuya.

Me besaba por el cuello, me mordía, sé que iba a tener algunos trofeos para ocultar, pero al fin esas marcas me harían acordar que ese día fui de ella. Bajó hasta mis senos a besarlos, los chupaba con fuerza haciéndome doler un poco pero no me importaba, si quería, que se los comiera. Me introdujo dos dedos en la vagina mientras iba dejando una hilera de chupones en el camino de mis tetas a mi pubis.

 – No te corras hasta que no te diga – me alertó.

No era fácil, su lengua en mi clítoris hacía que el Vesubio que tenía entre mis piernas estuviera a punto de ebullición y le apretaba los dedos con los músculos de la vagina en mi empeño por no correrme hasta que no me dijera.

 - Marce, por favor dejame correr ya que no aguanto.

-Tu correte, pero después aguantate el castigo. – traté de aguantar lo que pude, pero al fin me corrí con un gemido que me hizo vaciar mis pulmones. No sé cuánto duro ese orgasmo, pero me pareció infinito. Se vino hasta mi boca dándome a tomar de lo que había sacado de mí.

- Te dije que si te corrías sin mi permiso te iba a castigar, y ahora te toca – se subió hasta ponerme el coño en la boca – de ahí no te libras hasta que me hagas tener un orgasmo como dios manda. – vaya con el castigo, si por mi fuera estaría sacándole orgasmo hasta el otro día. Estaba completamente mojada, si no se había corrido le había faltado muy poco, tanto así que apenas le introduje la lengua la boca se me llenó del maná proveniente del cielo que en ese momento era su coñito. La pobrecita quedó agarrada al cabecero sujetándose de la flojera que le había producido el orgasmo, pero a mí no me parecía que el castigo fuera suficiente para lo mal que me había portado.

 Seguí lamiendo recorriendo desde el clítoris hasta el ano, cuándo llegaba a este con la puntita le contorneaba el agujerito haciéndola suspirar de gusto, volvía al otro extremo donde me deleitaba con la pepita tomándola entre mis labios, mientras con la lengua aleteaba en la puntita haciéndola vibrar como una guitarra tocando la canción más bella.

Ahora no era yo la que marcaba los tiempos, me había agarrado del cabello mientras se movía a un ritmo enloquecido apretándose contra mi lengua, cada vez gemía más fuerte preanunciando que le llegaba el desahogo que estaba necesitando.

Le iba a decir en chiste que no se corriera hasta que se lo dijera, pero ni a eso me dio tiempo, el dique de contención se le rompió llenando de mi boca de tan jugosa savia proveniente de tan hermosa flor. Bebí gustosa y si no se quitara, seguiría bebiendo hasta emborracharme con sus jugos 

- Amor, ¿cuándo podremos amarnos así, sin nada que se interponga?

- Cuando tú quieras, yo estoy dispuesta hacer lo que me pidas.

- Lo sé, pero es mejor empezar sin compromisos y sin celos, y yo te celaría, te querría para mi sola, hoy es un día de festejo, pero todos los días sabiendo que hiciste feliz a otra mujer no lo soportaría, y menos pensando que otra mujer te pudo hacer feliz a ti.

- ¿Porque tienes que pensar que alguien me va hacer feliz a mí?

- Porque si estuviera en tu lugar no me iba aguantar, y aun queriéndote como te quiero sé que alguna vez iba a cruzar la raya, yo sé cómo soy y me pongo en tu lugar, no te puedo pedir a ti lo que yo no sería capaz de hacer.

- ¿De verdad piensas qué tengo relaciones con las clientas?

- No te digo como algo programado, pero alguna situación te tiene que desbordar, eres sana, joven, estás con mujeres que querrán comerte como te quiero comer yo, y siempre no te podrás resistir. De carne somos.

- Cariño, el asunto es que no hay ninguna mujer, a la que quiera comer como te quiero comer a ti.

- Mi amor, sé que tienes toda la buena intención, pero va a ser mejor que sigamos como hasta ahora, y el día que podamos estar juntas ahí empieza todo. Ahora lo importante es que por hoy eres mi regalo y lo quiero aprovechar. Diciendo eso se giró sobre mi cuerpo quedando en un delicioso 69 al que le sacamos el jugo, dicho literalmente.

Después nos quedamos dormidas abrazadas disfrutando la calidez de nuestra piel.

Serían como las diez cuando sonó el teléfono. Era Carolina, la madre qué le decía que traerían la comida con el novio y Inés para festejar el cumpleaños. Eso arruinaba nuestros planes. Pensábamos pasar la tarde dedicándola a nosotras y si venían vaya a saber cuándo se marcharían. 

- Espera Mama, ahora te digo – me contó cómo era el plan y se me ocurrió que podíamos festejarlo en un restaurant, de ahí volveríamos solas a casa. Cuándo le dijo no le quería creer que fuera a salir a comer afuera, al fin se convenció.

Quedamos de encontrarnos en el sitio que habían elegido. Saqué de mi bolso tres conjuntos de lencería de los que me daba Rosalía. Elegí los más bonitos, había uno negro con transparencias, que penaba por vérselos puestos y sabía que iba a penar por quitárselos. Cuando se los vi puestos ya me daban ganas de arrancárselos, me quedé embobada y creo que hasta la baba se me caía porque Marce se reía mirándome la cara.

Al fin nos arreglamos y quedamos preparadas para salir. Queríamos volver solas a casa, y pensábamos poner de excusa que a la noche volvimos tardísimo y teníamos sueño.

El almuerzo fue un éxito. Carolina que todavía no me pasaba mucho, me agradecía que la convenciera de salir de la casa, Inés era la más dicharachera, la quería de verdad y lo demostraba. Gustavo que así se llamaba el novio de la madre, resultó ser un tipo simpático y con un sentido del humor muy atractivo, sabía que éramos lesbianas y no le ponía pega. Marcela mostró su mejor humor y realmente lo disfrutó y lo disfrutamos. En el restaurant habían armado una torta pequeña, como para nosotras y le cantamos el cumpleaños feliz, a lo que se sumaron gente de otras mesas con las palmas.

Después de todo el festejo tratamos de disculparnos por retirarnos porque habíamos dormido poco, Carolina insistió en ir a tomar unos helados, pero Inés la convenció de que tampoco tenía que abusar en las primeras salidas, ella se imaginaba porque era nuestro apuro.

Volvimos tarareando las canciones que habíamos puesto. Al llegar Marce me pidió que buscara los vasos que quería brindar conmigo. Había dejado una sidra en el refrigerador, era la bebida que le gustaba. Con la fuerza que tenía en los brazos y las manos, no le costó nada en abrirla. Llenamos las copas, pero antes le dije. 

- Ven que quiero tenerte cerquita – la aupé y la senté en la mesa, cuando fuimos a brindar me avisó.

- No tragues la sidra hasta que te diga. – brindamos y con la boca llena me besó, metió la lengua por entre mis labios haciendo escurrir la sidra en mi boca, tragué algo y volví a pasársela a ella no pudiendo evitar que buena parte corriera por nuestra barbilla llevando como destino final las blusas. Así y todo, no nos separamos, abrazadas como estábamos, con una mano volví a llenar la copa y volvimos a intercambiar la bebida, haciendo de una simple sidra, un elixir de los dioses.

Cuando terminamos teníamos las blusas empapadas. 

 - Dejame que te la saco que la tienes empapada, no te voy a tener de dejar tomar más.

- ¿Y a ti cómo te va? Creo que tiraste más tú que yo. – y diciendo eso me sacó la mía. Quedamos las dos en sujetador, ella con el de las transparencias se mostraba tan insinuante, que me tenía que reprimir para no sacárselo a mordiscos.

- A ver, cierra los ojos y no hagas trampas.

- ¿Cuánto tiempo tengo que estar así?

- Poquito, hasta que te haga una marca para que sepan que eres mía.

- Oye, que no soy una vaca, y la que está de regalo eres tú.

- Tú no abras los ojos igual. – saqué del bolso una cajita, la abrí para sacar una cadenita de oro con una cajita con forma de corazón y se la puse al cuello, - ábrelos ahora, a ver si te gusta. – la miró y empezó a lagrimear, me abrazó con fuerza y se pegó a mi boca. Ahora no había sidra entremedio pero nuestra saliva también viajaba de una a la otra.

- Tú estás loca, ¿cómo gastaste este dinero?

- Un regalo para ti nunca es mucho.

- Pero si sigues gastando así nunca vamos a tener nuestro consultorio. – me quedé mirándola con la boca abierta.

- Repítelo por favor.

- Qué no gastes el dinero de esa manera qué vamos a tardar más tiempo en tener el consultorio. – no me pude contener, la besaba con desesperación, le había agarrado la cara le metía besos por todos lados, el cuello, la garganta, los ojos.

- Silvia, ¿qué te pasa mi amor?

- Dijiste nuestro consultorio.

- ¿No va a ser nuestro?

- Claro que va a serlo, pero es la primera vez que lo dices.

- Tienes razón, ¿será porque es la primera vez que lo siento?

- Pues de ahora en más acostumbrate que lo que es mío también es tuyo. - La verdad me había hecho alborotar, la tenía sentada en la mesa preparada para comérmela como el más rico manjar, y no lo iba a desaprovechar. Entreveía a través de la tela esos pezones desafiantes y los mordía suavemente.

- Mi amor me vas a romper el sujetador, ¿no quieres que me lo saqué? ¿o te gusta más que mis tetas? – decía entre jadeos

- Nada es mejor que tus tetas, pero me gusta desearlas para después comerlas con gusto.

- Pues anda, comelas que a mí me gusta más que las comas a que las desees. - Le quité el sujetador y me abalancé a ellas, las lamía, chupaba trataba de metérmelas todas en la boca cosa imposible, mientras con la mano le acariciaba la vulva sobre las bragas.

- Amor me la estás haciendo mojar toda, ¿no quieres qué me la saque.

- Deja, después te la saco yo

- Es que me voy a correr si sigues, - dejé esas tetas preciosas y bajé a atenderla ahí abajo, tenía razón estaba toda mojada, le pasaba la lengua sobre la tela y se enloquecía más – mi amor, me corro, no aguanto – la quité las bragas apurada y apenas apoyé mi boca en su abertura un torrente me la llenó con esos jugos que me agradaban tanto. Subí saboreando todo su cuerpo cuando llegué a su cara le pregunté.

- ¿Cómo estás cariño?

- ¿Por qué me haces sufrir tanto?

- Porque la recompensa es más grande, lo que cuesta vale.

- Sabes que me voy a vengar ¿no es cierto?

- Lo sé, pero antes te voy a sacar bien el jugo.

- ¿Te parece que me quede más?

- Vamos a averiguarlo. – mientras le decía eso había deslizado dos dedos dentro de ella, y los iba moviendo pausadamente. No hacía el movimiento habitual de mete y saca. Ya habíamos comentado alguna vez, el asunto de la eyaculación femenina, y quería saber si a mí tesoro se la podía provocar, busqué por las paredes internas hasta encontrar una rugosidad, la verdad no sabía si era el punto G, el H o la Z, pero era lo que encontré, y empecé a provocarlo a ver si reaccionaba.

- Silvia, ¿qué me estás haciendo? - Me decía con los ojos cerrados mordiéndose el labio.

- Te estoy hablando al oído, ¿no me escuchas? Y me estoy chupando esta orejita que tanto me gusta.

- Te digo ahí abajo.

- Uhm… no sé, voy a tener que ir a ver – fui a bajar pero me cruce con un par de tetas, y ya se sabe que eso es mi perdición, tan paraditas, tan chulas, pero si casi me decían, no sigas quedate aquí. Pobre Marce, se las iba a gastar. Cada vez estaba más inquieta se movía como una serpiente dispuesta a saltar. Me tomó de los hombros y empezó a empujarme hacía el sitio donde estaba la acción. Me sujetó la cabeza contra su clítoris con una mano, y con la otra, ahora era ella la que se apretaba las tetas con desesperación.

- Silvia, ¿qué me haces? Me viene algo muy fuerte, no sé si me voy a correr o hacerme pis, cariño para que no me voy aguantar – desde luego yo no tenía intención de parar, si llegaba a eyacular, sería como sacarme un premio,

- Mi amor, de verdad me viene, quitate por favor, - al mismo tiempo que me apretaba la cabeza contra ella, - Me voy, me voy… me corrooooo…aaaahg…  - aparté la cara para ver cómo era. Un chorro alcanzando a mojarme toda la cara hasta que pegué mi boca a la salida, traté de tragar todo, pero el primero fue abundante y me desbordaba, los gritos de Marce eran de escándalo, parecía que se le estaba yendo el alma, enseguida salió otro chorro, este si me lo pude tragar casi todo, y luego el tercero, mucho más corto, pero es el que se llevó hasta el aliento de mi hermosa amante por un día.  Busque de limpiar todo lo que estaba sobre su cuerpo, estaba examine.

- ¿Cómo estás mi vida?

- ¿Qué fue eso? ¿eyaculé o me hice pis? – le di un beso para que probara el sabor de lo que me había regalado.

- ¿Te parece qué es pis?

- Siempre pensé que era una fantasía eso de la eyaculación femenina, ¿estas segura qué no es pis?

- Mira si es tu pis, cada vez que tengas ganas de mear, me llamas.

- No seas puerca. Ahora sabes lo que te espera, hasta que no eyacules no te vas de aquí.

- Mira que según dicen solo el 40% de las mujeres pueden eyacular.

- Pues tú vas a estar en ese 40% aunque te tenga que dar vuelta el coño, vamos a la cama. Llegamos a la habitación y se fue al baño – anda desnudándote que yo me voy a lavar un poco que estoy toda pringada – Demás está decir que la excitación mía era categoría catástrofe. Salió del baño y se tiró arriba mío. Empezó a chuparme los senos mientras me estimulaba el clítoris, dos dedos me penetraron haciendo un trabajo que me ponía en órbita. No tardó nada en sacarme el primer orgasmo. Pasaba la mano toda mojada con mis fluidos sobre mi pubis. De pronto tomo una tijerita de sobre la mesita y fue a cortar el poco vello del triangulito que me dejaba por coquetería.

- ¿Qué, no te gusta cómo me queda?

- Si, pero estos pelitos van a estar mejor donde los guarde yo. – diciendo eso los guardó en el corazoncito que le había regalado.

- Los podías haber cortado cuando estaban limpios.

- No están sucios, están con tu aroma, con tu sabor, con tu personalidad, toda tú estás en mi corazoncito, y por ahora me voy a tener que contentar con esto.

- Eso porque tú quieres.

- Ya te dije mi amor, no quiero celarte, estás trabajando para las dos y sé que, aunque no quieras alguna vez vas a caer, te ibas a sentir culpable como ya te sentí alguna vez, y no quiero que sufras ni tu ni yo. Tú no quieres saber lo que hacía yo antes del accidente, y yo no quiero saber lo que vas hacer antes de formar pareja.

- Marce, creeme que voy hacer lo posible para no caer en lo que tú dices.

- Te creo mi amor, pero tampoco te sacrifiques tanto, no quiero que te vuelvas una amargada; y ahora vamos aprovechar lo que queda, que el día es nuestro y yo tengo que terminar de usar mi regalo; acuérdate que tienes que eyacular.

De ahí en más, trabajó mi cuerpo de todas las formas posibles. Me sacó tres orgasmos deliciosos, pero de la eyaculación ni noticias. 

- Algún día lo voy a conseguir, aunque sea con un sacacorchos.

La despedida fue triste. Nos íbamos a ver entre semana, pero para volver a vivir estos momentos faltaba un año, y era tanto tiempo, que se nos escapaban las lágrimas.

Me fui a mi departamento con la tristeza de no poder vivir nuestro amor en plenitud, pero con la alegría que me daba la seguridad que ahora mi sueño, era un sueño de dos.

Disculpen los errores, sobre todo cuando cambio el nombre de los protagonistas, trataré de poner más cuidado, gracias por leerme.

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