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El tren de mi destino

en Amor filial

Estoy esperando que llegué la hora de ir a la estación de trenes. Mi hermana Maite tiene que llegar en el tren de las 8 pm. Estoy nerviosa, no sé si es la mejor idea que se venga a vivir conmigo, pero papa me lo pidió y a la vista no tengo ningún motivo para negarme.

Tampoco no es que yo tenga nada en contra de mi hermana, al contrario, eso es lo malo, que no me es indiferente.

Si tengo que acordarme de cómo empezó todo esto, me tendría que remontar a lo que me contaron, porque yo no había nacido.

Mi madre Lucia, vivía y vive en un pueblo marinero cerca de Vigo, atendía la cafetería de sus padres, un negocio que les permitía pasar el invierno con solvencia, y en verano hacer la diferencia con el turismo que aprovechaba la bondad de sus playas mucho más tranquilas.

Cerca estaban los cuarteles, por eso cuando los soldados estaban libres, se pegaban una vuelta por el pueblo a la pesca de alguna que no tuviera muchas pretensiones. Mi mama era de las que no tenía muchas pretensiones.

A mi papa lo conocí cuando tenía cuatro años. Según los informes que tengo, el terminó la milicia y con la milicia se terminó el rollo que tenía con mi mama. ¡Eso sí!, dejándole un regalo a futuro, al que bautizaron Celeste Camet en su ausencia.

Al cabo de cuatro años se apareció por el pueblo, no sé la causa, (quizá le quedó la nostalgia) y se encontró con que sin saberlo era papa. No hizo cuestión, (la verdad me parezco bastante), algo que no me afea para nada (es bastante guapo) y me dio el apellido, por lo que pasé a llamarme Celeste Viale Camet.

Aparte del apellido, dentro de los pobres recuerdos que puedo tener de esos años, se ve que se esforzó por ganarse mi cariño y lo consiguió con creces.

Ya en ese tiempo se había recibido de abogado en Oviedo que era el sitio donde vivía con sus padres que también eran abogados. Cuando se encontró con que tenía el condominio de una preciosidad como yo, y después de volverse a enrollar con mi madre, se le ocurrió que bien podía poner un buffet en el pueblo, una idea bastante peregrina. Pero bueno; era su idea.

De más está decir que en un sitio como ese, donde eran todos conocidos y ya había dos abogados, no era la mejor ocurrencia. Así le fue, al cabo de un año vivíamos a costillas del negocio de mis abuelos, que no protestaban, porque al fin la que lo atendía era mi madre.

Mama le pedía que cerrara su estudio y que le ayudara a manejar la cafetería que daba más dinero, y tenía razón, y él le rebatía que no había estudiado de abogado para despachar cerveza en un bar, y también tenía razón,

Terminó como solo pueden terminar esas cosas. Sus padres viendo que allí no tenía futuro, le propusieron que se instalara en una ciudad más grande, de donde les llegaba trabajo y le podían ayudar. Claro, era lógico aceptar, trató de convencer a mi madre que allí podían hacerse el futuro, y claro, era lógico que mi madre le dijera que ni loca se iba, que ahí donde estaba el futuro lo tenía hecho. Lo que tenía que pasar pasó, mi papa se fue y me volví a quedar medio huérfana, aunque dejó en la barriga de mama otro regalo a futuro.

A pesar que cuando se fue, prometió pasarle dinero para la manutención, los primeros meses se ve que no tenía mucho para mandar, cuando se enteró que iba a ser papa nuevamente, hizo un intento de arreglarse con mama, pero esta suavemente lo mandó a la mierda.

Cuando nació mi hermanita, la bautizó con el nombre de Maite Camet Rojas, y aunque nuestro padre la quiso convencer que estaba dispuesto a ponerle su apellido, mi madre cortésmente le dijo que el apellido se lo podía meter en el culo, se ve que muy bien no se entendían

Hay que reconocer que papa no se comportó tan mal. después que nació Maite, abrió una cuenta a nombre de nuestra madre, y parece que la suerte le cambió, porque todos los meses depositaba una cantidad bastante jugosa, que mi mama a lo primero no quería usar, pero luego la empezó a guardar para nuestros estudios.

Para mí, que se halla marchado mi papa, me entristeció mucho. Había logrado ganarse mi cariño. Me acuerdo que me sentí un poco sola y desorientada, mama trabajaba todo el día, los abuelos ya no se movían como cuando eran jóvenes y la mayor parte de las tareas recaían en ella. Tiempo para mí, había poco.

Quizá haya sido eso, por lo que cuando nació Maite, para mí era un regalo que me mandó Dios. Ya casi a cumplir cinco años recuerdo que lloré de la emoción. Era la mejor muñeca que me podían traer los reyes magos.

En mi cabecita, mi hermanita era para mí, había nacido para mí, era el juguete más lindo que me podían regalar y lo iba a cuidar siempre porque era mío.

Después de eso, todo fue pasando como en una película para niños, salía del colegio y me iba corriendo a casa para ver a mi hermanita, la besaba, la acariciaba, quería alzarla, cambiarle los pañales, en ese tiempo ya había muñecas chinas que hacían pis. La mía aparte de hacer pis, hacía popo, y si me dejaban no me importaba meter la mano en la mierda. Era la mierda de mi hermanita, mi muñeca, que hacía mejor popo que las chinas.

El cariño que le tenía se reflejaba en ella. si estaba llorando, si la iba a calmar yo, paraba enseguida y se agarraba a mí. Algo diferente sentía, porque una vez que estaba llorando por hambre, como mi mama estaba ocupada, le puse mi tetita en la boca, se puso a mamar y aunque no sacaba nada dejó de llorar, mi mama cuando nos vio sacó una fotografía. Después de eso, ya empezó a dejar que la cuidara más tiempo, vigilándome desde luego.

Cuando empezó a caminar, ella sola venía detrás de mí, y aunque no me dejaban tenerla a upa, a veces sentada en el sillón, sí la podía tener en brazos.

Dormíamos en la misma habitación, la acostaban y en cuanto me acostaba yo, se pasaba a mi cama, al fin mi mama le pareció que así estaba más segura, y realmente lo estaba, porque yo no iba a dejar que le pasara nada.

Y así fueron pasando los años. Siempre que podía llevarla, iba conmigo, seguíamos durmiendo juntas, lo hacíamos abrazadas, entre las dos hacíamos un mundo que era para nosotras

Cuando ya tenía trece años y ella ocho una noche se aparece con la fotografía de cuando le daba la teta a los pocos meses de nacer, nos reímos de gusto.

-Podíamos jugar a las muñecas y me das la teta

- Ya somos un poco grande, si mama se entera nos va a regañar.

- Y porque se va a enterar, aparte que no le veo nada de malo – y haciéndose la niñita se puso a hacer la que lloraba – si no me la das no paro – seguí con la broma y le puse en la boca la tetita que ya estaba bastante despuntada – mamó y tengo que reconocer que sentí lo mucho que me gustó el juego, y se ve que a ella también le gustó porque chupando nos quedamos dormidas. Volvimos a hacer la gracia unas cuantas veces más, pero ya nos empezamos a dar cuenta que era más que un juego. De a poco en un acuerdo tácito fuimos sacándonos la costumbre, pero seguíamos durmiendo juntas. Mama nos decía que eso quedaba un poco ridículo, pero era tan poco el trabajo que le dábamos, y las buenas notas que sacábamos en el colegio, que sacarnos ese gusto, era un castigo inmerecido.

 En mis quince años, Maite me miraba con tristeza. Notaba que estaba orgullosa, de a ratos lo disfrutaba y de a ratos lo sufría, no sabía porque, y eso me tenía preocupada. Estaban mis compañeros del instituto, todos salieron a bailar conmigo, y me tuvieron toda la fiesta acaparada. Tengo que reconocer que me gustaba, a Maite no.

 Cuando terminó la fiesta fui a buscarla, se había ido a acostar. Pensé que seguramente se había aburrido, tenía diez años y no era una fiesta como para ella. Cuando llegué a la habitación la encontré acostada en su cama, era raro, siempre dormía conmigo, eso me preocupó. Me desvestí, me puse el pijama y me aproximé al lado de ella. Por la forma de respirar sabía que no estaba dormida. Se había puesto mirando a la pared para que no la viera, la di vuelta, tenía los ojos llorosos.

- Maite, ¿qué te pasa? ¿por qué lloras?

- Por nada, déjame, tengo sueño.

- No me vengas con eso, a ti algo te pasa, a ver vente a mi cama y me cuentas.

- No, déjame, yo ya soy pequeña para estar contigo.

- Pero ¿qué me dices?, tú eres pequeña, y qué; eres mi pequeña y por eso vas a estar conmigo.

- Si claro, y cuando crezca ya no voy a ser tu pequeña y no me vas a querer más, vas a tener a ese montón de chicos atrás tuyo ¿y yo qué?

- Maite, no seas boba, nunca voy a querer a nadie más de lo que te quiero a ti, tú eres lo más importante de mi vida ¿te enteras? – la tomé en mis brazos y la acosté en mi cama, se abrazó a mí.

- De veras siempre me vas a querer más que a nadie – me preguntó en un sollozo.

- Claro que de veras, tú siempre fuiste mi bebita y lo vas a seguir siendo.

- ¿Y me vas a hacer dormir cómo una bebita?

- Bueno, siempre no, pero si dejas de llorar hoy vamos a jugar a la mama y te hago dormir.

- ¡Sí que dejo de llorar!, tú sabes cómo hacer para que no llore – me dijo, saqué mi teta y se la ofrecí.

- Me gustaría jugar siempre a la mama contigo – en ese tiempo todavía no se me habían desarrollado como ahora, pero a ella le alcanzaba y sobraba. Así mamando se fue quedando dormida, parecía un ángel. Era mi ángel.

Después de eso seguimos durmiendo juntas. Terminé de cursar el preparatorio cuando ella empezó. Me anote en la universidad de Vigo, me quedaba cómo a veinte minutos de viaje, pero era mejor que vivir en el campus. Claro, ahora ya no estaba tanto tiempo en casa y cuando estaba tenía que estudiar. Igual me la arreglaba cuando tenía que ayudar a Maite con algo que no entendía. Era inteligente, así que cuando estábamos juntas era más por el gusto de estar que por otra cosa.

Y el tiempo fue pasando, yo con mis estudios de abogacía (bastante inducida por mi papa, que aun de lejos, influía) adelantados, vi la transformación de Maite, de ser mi pequeña, a una hermosa y deseable muchacha que atraía la mirada de todos.

Llegaron sus quince años. La fiesta, como la mía, la hicimos en la cafetería, yo la preparé, estaba divina, la miraba y no podía creer en que se había convertido mi antigua bebita.

Fue una fiesta muy linda, sus compañeros se peleaban por bailar con ella, y era comprensible. Si yo hubiese sido uno de sus compañeros me la guardaba para mí. De vez en cuando venía nuestra mesa a mostrarnos su alegría. Me llenaba de orgullo lo guapa que estaba, pero al mismo tiempo, me daba pena saber que ese tiempo maravilloso que tuvimos para nosotras, se estaba acabando.

Terminó la fiesta, y nos fuimos a dormir. Nos estábamos desnudando cuando me preguntó

- ¿Qué te pareció, estuve bien?

- No pudiste estar mejor, parecías una estrella de cine encandilando a tus admiradores.

- Anda exagerada, si apenas soy una niña – me lo dijo dándose una vuelta con ese camisoncito que la hacía parecer un hada; ¡y qué hada!

- Mira tú, con ese cuerpo y lo linda que eres, te haces la niña, otras con mucho menos, ya se creen que conquistaron el mundo.

- Yo no quiero conquistar el mundo, quisiera seguir con el mundo que tengo, pero claro, por más que me haga, ya no soy una niña ¿verdad?

- Y no, no lo eres, hasta hoy podías hacértelo creer, pero quien te vio hoy, ni que salgas con chupete. – se puso a reír.

- Entonces me tengo que despedir de mi niñez, tú me vas a ayudar.

- ¿Yo? ¿qué puedo hacer para que te despidas?

- Haciendo que sea la última vez que sea tu bebita.

- Maite ¿me estas pidiendo lo que creo que me pides?

- Pues si crees lo que te pido ¡sí! – me quedé medio embobada; joder, yo era la hermana, pero el calor se adueñaba de mi cuerpo, de pensarlo nada más, los pensamientos más oscuros se agolpaban en mis pechos, y se notaba.

- Maite, estás segura que quieres jugar a eso, mira que somos grandes.

- Tú eres grande, siempre fuiste grande y yo tu bebita, hoy quiero serlo por última vez, y es el regalo que te pido – no podía negárselo, no podía y no sé si quería, lo que sabía es que empezaba a ver a mi hermana de distinta forma, sentía que la quería mucho, no sé si más o menos, simplemente era diferente. Nos acostamos y me abrazó como cuando cumplí los quince yo. saqué mi seno y se lo ofrecí, quise hacerlo cómo un juego.

- A ver mi bebita, pobrecita, hoy no comió nada y tiene hambre de teta – soltó una risita y se prendió de mi pezón. Le acariciaba el pelo y besé su frente, me estaba mirando con una mirada afiebrada (no sé cómo estaba la mía) chupaba con gula, la excitación se estaba haciendo dueña de todo mi cuerpo, quería pensar que era mi hermana, pero esa boca no era muy fraternal, no pude evitar un gemido

- ¿Te lastimé? – preguntó preocupada, podía decirle que sí, para que pare.

- No, puedes seguir si quieres, no fue nada – y siguió, y yo también seguí aguantando los gemidos todo lo más que podía. Había cosas que no podía aguantar, no podía aguantarme sin mojarme las bragas, no podía aguantar esa emoción que jugaba al pin pon, entre mi teta y mi vagina, cada vez mis caricias eran más frenéticas. No sé, me parece que de algo se estaba dando cuenta, porque las miradas de posesión que me dirigía me hacían sentir que la bebita era yo. Y cómo una simple bebita me hice encima. No pude o no quise contener el orgasmo, pero fue maravilloso, se separó, y con esa sonrisa maravillosa, me dijo.

- Uhm…me parece que ahora sí que dejé la niñez, ¿y tú cómo estás?

- Me parece que ahora yo dejé la adolescencia – nos reímos y nos abrazamos con fuerza, era como si estuviéramos despidiendo una etapa en nuestras vidas, la etapa más maravillosa.

A la mañana me desperté, y la vi dormidita, todavía con la boquita preparada para mamar, parecía una bebita, mí bebita. La miré con pena, sabía que era una etapa que tenía que superar antes que hiciera imposible nuestras vidas.

Me levanté y la dejé durmiendo. Tenía que hablar con mi papá, no me enorgullecía de lo que iba a hacer, pero no le veía otro remedio.

Era una idea bastante infame, sin acusar directamente, le hice creer que estaba incomoda con la pareja de mi mama y que quería ir a estudiar a la Universidad de Oviedo, que era donde el residía con la que ahora era su esposa. Tenía un hijo de doce años que vendría a ser nuestro medio hermano, era un chaval bastante educado con el que me llevaba bien cuando iba a visitarlos.

 Fue una sospecha muy suave, pero sabía que él la iba a agrandar a su gusto. Le pedí que, si podía, lo hiciera pasar cómo un ofrecimiento de su parte, cómo que no había salido de mí. Podía vivir en el campus de la universidad.

La cosa me salió bien; tan bien que casi me sale mal. Mi papa alquiló un departamento para que llevara también a mi hermana. Lo tuve que convencer que la cosa iba más conmigo, quizá porque llevaba su apellido, y que Maite tenía que terminar el preparatorio y se le iba a complicar, en todo caso, si sentía algún avance me iba a avisar.

Creo que el saberlo le rompió el alma a Maite, no podía creer que íbamos a separarnos. No hizo escándalo, creo que eso fue lo que más mal me hizo. Cuando le dije, se quedó mirándome cómo esperando que me opusiera a ese cambio, se dio cuenta que eso no iba a pasar. Se metió en el cuarto sin estridencias, pero noté la humedad de sus ojos. Mi mama tampoco estaba tan de acuerdo, pero tenía que reconocer que para mis estudios era lo mejor.

No hubo reproches ni nada parecido, Maite se comportó como si no le fuera nada en ello, hasta me hacía pensar si esos sentimientos que creía compartidos era una cuestión mía. Tenía la habilidad para hacer de una sonrisa, un canto a la tristeza, pero nada más.

La noche del último día, cuando nos fuimos a dormir, se me aproximó.

-Hoy si quieres podemos dormir juntas, quizá sea la última vez.

- Maite, me voy a Oviedo no a Siberia, no seas catastrófica.

- ¿Entonces no quieres? – yo tenía miedo que si hacíamos lo mismo que en el cumpleaños, no lo iba a soportar.

- Sí que quiero, ¿cómo no voy a querer? Lo que te quiero decir es ¿porque tiene que ser la última? – nos abrazamos, apoyó la cabecita en mi hombro, y ahí se quedó dormida. Me quedó gusto a poco, en ese momento hubiese querido repetir lo de esa vez. Me sentía envilecida, era yo la que estaba enferma, mi hermana me quería con el cariño de hermana, yo no, yo sentía cómo un revulsivo dentro mío al sentirla pegada a mí, ahí supe que había hecho lo que tenía que hacer. Tenía que alejarme de ella antes de terminar haciéndonos daño.

Mi vida en Oviedo; bueno, fue una vida como la de cualquier estudiante. Tenía la ventaja de estar cerca de mi padre y su familia, que me lo hacían fácil. Me llevaba bien con ellos, me apreciaban y yo a ellos, ¡pero sí!, me faltaba algo, y ese algo era mucho.

No tenía una vida social excesiva, más bien era un poco retraída, quizá el estigma pueblerino. Mi papa aparte de la ayuda intelectual (y monetaria por supuesto) me daba tareas, como presentar escritos en el juzgado y algunas otras cosas, como para darme un sueldo sin que pareciera de regalo. Me eché un novio sin muchas ganas, ya andaba por los veintitrés y todavía no me había estrenado, algo de lo que estaba un poco avergonzada. Me decidí, si había que hacerlo, cuanto más pronto mejor.

No fue la mejor idea de mi vida. El que fue mi novio la abra pasado bien, pero yo, aparte del dolor, tuve una hemorragia que fui a parar a la guardia del hospital. Parece que no había estado lubricada, y me costó lo mío convencerlos que no había sido violada y el que me estaba esperando no me había amenazado.

Antes de probar de nuevo, de mutuo acuerdo, cada cual por su lado. Todos los meses me hacía los kilómetros que me separaban de mi pueblo. Maite cada vez estaba más linda, la miraba y me crecían los colmillos, pero seguía la premisa “No metas el diente si no es para ti” y así iba, no era para mí.

Terminó el preparatorio y rindió para la Uni, ¿y qué se le ocurrió estudiar? ¡Derecho!, cómo el papa y la hermana. Para eso yo ya me había recibido y trabajaba en el estudio con mi padre. Ahora el dinero ya no me lo regalaba, me había comprado un coche, saqué una hipoteca para comprar el departamento, y tenía mi vida resuelta.

 La vida resuelta; ¡mierda tenía resuelta yo! parecía que no me faltaba nada, pero por adentro no tenía nada, me conformaba pensando que lo mío, era que por muchos años lo había tenido en abundancia, ahora padecía el síndrome de abstinencia, pero ya iban más de tres años y no le encontraba cura.

En esos más de tres años, Maite vino de visita seis veces. Una de las veces se quedó una semana. Para mí, era un gusto y un martirio. La miraba, y no podía creer que pudiera haber una mujer tan hermosa como ella, porque ya había dejado de ser la chiquilla aquella, ahora era una mujer. Al fin me tuve que dar cuenta que tanto no podía ser, era yo que la veía de esa manera.

En esas visitas, cómo yo ya tenía mi trabajo, salía con nuestro hermano que le había caído estupendamente. A la noche casi siempre comíamos en casa de papá, y poco para conversar teníamos. Trataba de hurgar en su vida, pero nada, parece que andaba de paso, tampoco es que pudiera reprocharle, qué cuando me preguntaba ella parecía que lo mío era sacarle hojas al calendario.

Todo seguía así, inalterable, asquerosamente inalterable. Parecía que los vientos se habían apagado, las olas ya no batían la costa, la rutina fabricaba una llanura inamovible. Todo seguía en esa letanía, hasta que explotó, ¿quién prendió la mecha?, quien la iba a prender, ¡ella!, mi querida hermanita.

Llego un lunes al estudio y papá me llama

-Celeste, Maite me llamó ayer para decirme si la puedo pasar a esta universidad y si le consigo lugar en el campus, está sintiéndose acosada y no quiere que la cosa pase a mayores, el cabrón de tu padrastro parece que no pierde las mañas – me impactó darme cuenta que era la misma excusa que use yo – pasar para esta universidad es fácil, pero el campus debe estar todo ocupado, pero supongo que no le vas a poner pega a que vaya a vivir contigo

- Pero no papa, ¿cómo le voy a poner pega?, no sé porque no me dijo a mí.

- No habrá querido molestarte, yo que sé, a lo mejor quería saber que me parecía a mí, yo ya le dije, que se venga inmediatamente o la voy a buscar yo, prefiero no ir para no ver a ese cabrón.

- La puedo ir a buscar yo, ahora a lo último tan mal no nos llevamos.

- Me dijo que se venía este fin de semana, así que si no te dice nada no vale la pena que vayas, mejor te preparas para recibirla.

Quedamos así, yo pensando cómo con la misma excusa que había utilizado yo para venirme, le había servido a ella para lo mismo. La diferencia estaba en que yo había mentido, y ella seguramente no. Lo perdonaba a mi padrastro, ningún humano puede estar viviendo con esa belleza sin desearla.

Y ya está, me vuelvo al presente, voy corriendo hasta el coche, y a la estación. Llego y sé que tengo que esperar un poco, el tren, avisan que llega a hora, la que llegó antes soy yo. estoy ansiosa; ansiosa y temerosa. Las causas por la que me vine aquella vez, están ahí. No sé si algo habrá cambiado; para mí siento que no, quizá para ella sí y eso me ayude.  

Veo llegar al tren entrando en la estación y el corazón me empieza a hacer barullo, no es la primera vez que la espero, pero esta vez es para quedarse, me aproximo nerviosa, tres vagones más allá la veo con el brazo levantado para avisarme, me aproximo y nos fundimos en un abrazo, me indica donde agarrar las maletas, las cargamos en un carro y conversando las dos a la vez vamos al coche.

-Pensé que iba a venir papá, ¿A dónde me llevas?

- A casa ¿A dónde querías ir? ¿o no quieres que te lleve?

- No mujer, ¿cómo no voy a querer? Pensé que como le había dicho del campus, quizá ya íbamos para allá.

- No para el campus ya estás fuera de época, así que vas a tener que quedarte en casa, a no ser que no estés a gusto.

- Ay, no digas tonterías, no me acuerdo que haya sido yo la que alguna vez no haya estado a gusto contigo.

- Te lo pregunto porque hablaste con papá sin decirme nada.

- Celeste, lo menos que quería era meterte en un compromiso – no le creía, mi hermana era inteligente, inteligente y arrevesada, ella tenía que saber que si era un compromiso, que hablara con papá era lo mismo.

- Maite, no es un compromiso, nunca fue un compromiso el estar contigo – me pareció ver un destello de satisfacción en su mirada, pero a lo mejor es lo que me pareció a mí.

 Llegamos a casa, bajamos las maletas y nos fuimos a cenar a lo de papá. La comida estaba preparada y el recibimiento también. Los saludos efusivos estuvieron a la orden, Olga la mujer de mi papa era muy simpática, y Rafael nuestro hermano a pesar de haberla visto poco, tenía buena sintonía, pasamos una velada muy agradable. No se sacó a cuento el problema con mi padrastro, estaba nuestro hermano, y para qué.

Llegamos a casa, era un poco tarde, pero los próximos dos días lo teníamos para acomodar todo lo necesario, tenía su habitación preparada y estaba cansada, así que nos fuimos a dormir.

Quizá ella se durmió enseguida, yo me quedé cavilando, era un cambio radical, tenía que pensar bien como hacer llevadero el asunto, por lo pronto se mostró bastante indiferente, a lo mejor ese cariño ahora solo estaba en mi cabeza. No digo que ya no me quiera, pero puede ser un cariño normal que traiga a la normalidad el mío, en medio de esos pensamientos me dormí.

Todo ese fin de semana nos dedicamos a acondicionar la habitación a su gusto, acomodar la ropa y todo lo relacionado con el estudio, yo tenía una biblioteca con libros y apuntes, sabía que le iban a servir, y le daba espacio para adelantarse si le daba la gana.

Pasamos los dos días como buenas hermanas, comentando lo poco que teníamos que comentar de nuestras vidas. La de ella parecía que no tenía anécdotas ni nada interesante. La mía no mucho, pero le conté que había tenido novio, que había tenido relaciones, quería observar cómo lo tomaba, pero no demostró que le interesara mucho, diría que bastante menos que si se lo contara a una amiga. Indudablemente estaba equivocada en lo que me suponía. Que no le diera importancia me podía tranquilizar, pero extrañamente me cayó como una patada en el culo.

La semana empezó con un cumulo de trámites para revalidar el pasé a esta universidad. Le ayudé en seguir los pasos que tenía que dar, pero era bastante despierta.

 Al cabo de dos días ya se había ubicado en tiempo y espacio para no necesitar de mi ayuda. Yo tenía mi trabajo y aunque papá me había encomendado guiarla en lo que necesitara, me di cuenta que se arreglaba sola.

De a poco, me fui acostumbrando a tenerla nuevamente cerca. Su alegría hacía de la casa un sitio donde valía la pena quedarse. No es que por eso viviéramos encerradas, pero los momentos que estábamos juntas era un disfrute, por lo menos para mí.

A veces me venía a la cabeza la última noche que dormimos juntas y jugamos a la mamá, cuando eso pasaba parecía que la sangre me entraba en ebullición en ciertos sitios, pero eso era culpa mía, ella no hacía nada con intención para que me pasara.

Tampoco la llevaba muy bien con esa actitud. Está bien, habían pasado tres años, ya no era más la chiquilla que dejé con lágrimas en los ojos, pero tampoco era para que mostrara esa indiferencia. Me daba cuenta qué porque sí o porque no, no había nada que pudiera contentarme.

Para qué iba a negarlo, su actitud me apenaba aun sabiendo que era lo mejor. A veces la pillaba mirándome seria, cómo escrutándome, pero bueno, yo que sabía lo que pensaba. Con saber lo que pensaba yo me alcanzaba.

Una noche que había llegado primero, estaba sentada en el sillón cuando veo que entra cabreada.

- ¿Qué te pasa? – le pregunté

- Pues nada, que un compañero de la uni, no lo vas a creer, quería que le diera un beso a cómo fuera, y me metió los morros en la boca se llevó un bofetón y se armó un alboroto que ni vieras, será tonto, le dije que no y no le entraba. – me quedé mirándola, no la tenía a mi hermanita como guerrera.

- Bueno Maite, podías arreglarlo de otra manera, si solamente te dio un pico, a lo mejor con un buen reproche alcanzaba, ¿o nunca te dieron un beso?

- Pues no, y cuando me lo den, que sea alguien que yo quiera y que tengan unos labios que me gusten.

- Unos labios que te gusten; lo que te tiene que gustar es con quien te lo das.

- Ya lo sé, pero mira, que tenga unos labios finitos y huela a tabaco no es lo que más me gusta.

- Lo del tabaco vale, pero los labios ¿cómo quieres que sean?

- Medio gordezuelos, rosados, pipones, como los tienes tú, déjame ver – y sin más me planto un beso, no fue el señor beso, más bien un pico pegoso, pero la garganta se me anudó, cuando se separó y me repuse le dije.

- Pero Maite, si quieres unos labios así, van a ser de una mujer.

- Bueno, tú me preguntaste cómo eran los labios que me gustaban, no quien los tenía – me dejó con la palabra en la boca y se metió al cuarto.

 Me quedé sin reacción, por un lado, todavía sentía la sacudida que me había producido ese beso, que ni siquiera podía decirle beso, pero para mí, fue como si metiera los morros en un enchufe, y por el otro no entendía la naturalidad con que lo había hecho, y como se había metido en el cuarto como si nada.

 Al rato salió preguntando si quería que hiciera algo para la cena, ya la tenía preparada, cenamos y no sacamos el tema, pero a mí me quedó atragantado.

Tratar de descifrar a mi hermanita, era un tema. A veces cuando mirábamos algo en la tele, se recostaba contra mí, ponía la cabeza sobre mis piernas y dejaba que le enrulara el pelo como cuando era pequeña.

-Después me lo desenredas eh.

- Sí, te lo desenredo, vas a ver qué bien te lo dejo – y ahí se dejaba querer

Otras veces, me miraba como reprochándome no sé qué, y me dejaba angustiada porque ni siquiera podía preguntarle. No tenía obligación de arrimarse tanto a mí. Después de todo yo quería, y no quería, quizá ella también se daba cuenta.

Así los días se hicieron semanas y las semanas en meses, nuestra relación seguía ambivalente, que sí, y que no, nada definido ni por definir, era mi hermana, que le iba a hacer.

Y llegó, el día D llegó; el desembarco en Normandía o en cualquier otro sitio, pero el desembarco llegó.

Era un viernes, al otro día no teníamos nada que hacer, me avisó por el móvil que cenara que iba a llegar un poco más tarde. Iba a comer unas hamburguesas. No me gustó nada, no tenía porque no gustarme, pero no me gustó.

Cuando llegó, la vi llegar contenta.

-Uhm…parece que la pasamos bien ¿no? – le dije con intención

- Deja que me voy a duchar y te cuento – un bichito me empezó a corroer el estómago (no sé si los bichos corroen el estómago, pero al mío alguno lo corroía). Estaba en ascuas esperando que tenía para contarme. Cuando volvió se me dieron vuelta los ojos. Traía puesta la chaqueta del pijama y unas braguitas blancas que parecían el sumun de la pureza. Saltó sobre mis piernas poniéndose a horcajadas.

- ¿Qué te pasa que estás tan contenta?

- Vieras lo que me pasó. Me fui al cine con Silvia, una compañera de la uni, estábamos mirando la película y me tocó, vieras que lindo me hizo sentir.

- ¿Cómo que te tocó? ¿dónde te tocó?

- Aquí, mira – me agarró la mano y me la llevó a su coño, se frotó un poco contra ella – ay, tú también me haces sentir muy rico – yo la miraba obnubilada, no me lo podía creer y no atinaba a sacar la mano

- Pero Maite ¿nunca te tocaste? que necesitas que te toque una amiga.

- No necesito que me toque nadie, pero me tocó y me gustó, cómo ahora me gusta que me toques tú.

- ¿Nunca tuviste un orgasmo? – pregunté incrédula

- No, si nunca tuve novio, ¿con quién quieres que lo tuviera?

- Claro tienes razón, nunca tuviste novio y nadie te tocó – me tenía la mano apretada y yo no hacía nada por sacarla, tenía ganas de que sintiera lo que era un orgasmo, aunque yo tampoco era muy entendida, que aparte de mis manualidades, la vez que quise tenerlo con un chico, mejor lo olvido.

- Maite, ¿y ahora que sientes? – en ese momento no estaba pensando, no era capaz de darme cuenta de la burrada que estaba haciendo.

- No sé, no te puedo decir, me gusta mucho, pero mira cómo se me están poniendo las tetas – y allá me llevó la otra mano. Como le habían crecido, que duras estaban, la apreté y gimió – Celeste ¿me dejas que me quite las bragas? – yo ya estaba loca

- Sí, hazlo – se las quitó y se volvió a poner sobre mis piernas

- Ay, así se siente mejor – cerró los ojos y se siguió hamacando sobre mi mano. Con la otra mano se empezó a sobar la teta que no estaba sobando yo.

- Quita de ahí – sacó la mano y ahí fui con la boca a gustar tan hermoso postre, cuando le empecé a acariciar el clítoris comenzó a temblar, estaba completamente ida, y yo también

- Cele, esto me gusta mucho ¿te parece que pueda ser un orgasmo? – justo estaba para contestar; no iba a sacar la boca de donde la tenía para contestar tal tontería. Qué sabía si iba a tener un orgasmo o no. lo que sabía era que al coño mío, poco le faltaba – Cele, hermanita, creo que sí, que me viene ayyy. que rico se siente, no será que me meo ¿verdad?, Cele que lindo que me haces aaahhhh, siiii, asiiii – apretó más mi cabeza contra su pecho y se vino en mi mano, ¡cómo se vino!, en un momento no sabía si se había meado. Se derrumbó sobre mí toda agitada. Yo estaba como en trance, no había tenido un orgasmo, pero empecé a darme cuenta de lo que había hecho. La calentura no se me había pasado, pero la razón me la estaba haciendo pasar.

- Cele, Cele, fue maravilloso, no sabes lo que me hiciste sentir, es lo más hermoso que sentí en mi vida. Déjame que ahora te lo hago a ti, vas a ver. Un ramalazo de cordura pasó por mi mente. Me di cuenta de lo que había hecho, ¡lo que habíamos hecho! No me creía tanto en la inocencia de mi hermana

- Maite, tú estás loca, ¿te das cuenta lo que hicimos? Yo, tu hermana masturbándote como una cualquiera.

- ¿Porque cómo una cualquiera? Si tu hubieses sentido lo que sentí yo, no me ibas a salir con esa burrada y no te importaría que te lo hiciera.

- Ay mira, pareces tonta, quítate de ahí y metete en la cabeza que esto no puede volver a repetirse – quedó mirándome con los ojos llorosos, me partía el alma, pero si ella supiera como la estaba pasando yo, quizá estuviera llorando por mí. La empujé la dejé parada y me metí en mi habitación

Espero tener la suerte de subir este relato despues de tratar varias veces, hojala que les guste y que me lo hagan saber. gracias

 

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