miprimita.com

Velada con la violinista

en Fantasías Eróticas

Se me ocurrió la idea nada más enterarme de que Virginia tocaba el violín. Aunque ya habían pasado diez meses largos desde que empezamos a salir, nunca me había dicho que tenía esa afición.

Pues sí. Estoy en el conservatorio y creo que lo hago bastante bien. –

Le pedí que me diera una audición privada. Al principio se río y se negó, alegando que no era tan buena como para poder tocar un concierto entero. Insistí y al final accedió a tocar para mí. Le di un beso muy grande y le pregunté cuando podríamos quedar.

Bueno...Mañana no porque tengo que estudiar. ¿El jueves podrías? –

Allí estaré. –

Toda la noche me la pasé imaginando lo fascinante que iba a ser ver y oír a mi novia tocando el violín sólo para mí....y desnuda.

Eso, desde luego, ella no lo sabía. Se lo pensaba proponer después de emborracharla un poco. Emborracharla...De camino a casa compré una botella de champán en el super.

Ya eran las 4 de la tarde. Me duché y me aguanté las enormes ganas que tenía de masturbarme bajo el agua fría. Es terrible estar más de un día sin descargar el órgano. Para mí por lo menos es una necesidad tan vital como comer o dormir. Pero pensar en lo bien que lo iba a pasar esa velada me dio las fuerzas necesarias para soportarlo.

Hola cariño...¿Y esa botella? –

Virginia vestía un vestido azul oscurísimo que ceñía su pequeño cuerpo. El pelo, recogido por una goma en una coleta, desprendía un suave aroma a menta.

La he traído para celebrar la ocasión.-

Pero yo no bebo... –

Para todo hay una primera vez, princesa. –

Tuve que utilizar una buena sarta de piropos de ese calibre (tampoco me costaba nada decírselos porque era lo que de verdad pensaba de ella) para lograr subirle los colores y que durante la cena (no hubo velas, lastima) bebiese un par de copas de champán. Por fortuna no hicieron falta más. Virginia dejó a un lado su timidez natural y empezó a soltarse, tanto la lengua como el vestido.

Ya vale de comer. ¿No hay un par de canciones pendientes para mi rey? -

¿Un par? Creí que ibas a darme todo un concierto. -

Se sentó en mis rodillas y empezó a jugar con mi pelo, clavando sus brillantes ojos negros en los míos al tiempo que decía:

Ahhhh...¿todo un concierto? Eso es mucho. Tendrás que pagarme muy bien. –

¿Qué te parece esto como recompensa? –

Y sin darme a mí mismo tiempo para terminar la frase la besé. Jugué con su lengua, que todavía conservaba el gusto chisposo del champán y deslicé mi mano por su muslo. Se estremeció al sentirla y comprobé que su piel se erizaba al contacto con mis dedos. Mientras mis caricias se acercaban a su objetivo final, mis labios abandonaron su cálida boca y empezaron a estampar besos por sus mejillas, su cuello, .... Por el rabillo del ojo vi que los suyos estaban cerrados y que suspiraba profundamente. Dejé caer mi aliento sobre su hombro y conseguí arrancarle un gemido. Mis dedos estaban ya palpando sus braguitas y continuaban su inexorable marcha hacia el centro del pubis. Allí se detuvieron. Virginia abrió sus ojos, sus enormes y hermosos ojos y susurró algo mirando al fondo de la habitación. Aunque la entendí a la primera, quería oírla otra vez:

¿Qué has dicho? –

No pares, por favor. –

Esa era la oportunidad que esperaba. Le propuse el trueque de favores, confiando en que estuviese lo suficientemente "contenta" para que mi petición no le extrañase.

Seguiré, pero tienes que hacer algo por mí...

No me dejó terminar. En cuanto mi mano se coló por debajo de la goma de las bragas, tuvo un sobresalto. Se quedó sin aire un momento y cuando lo recuperó, dijo, en voz alta y con un tono evidentemente ansioso:

Lo que sea, ¡pero sigue, por lo que más quieras!. –

Mis dedos desataron su furia e invadieron en tropel todo el mapa de su sexo: tomaron posiciones en el monte de Venus, exploraron los labios, se deslizaron por el desfiladero del placer y penetraron en la caverna del éxtasis, como un ejercito en alerta roja. Y mientras mis "tropas" ganaban más y más terreno, repetí una y otra vez, en una letanía hipnótica.

Tocarás para mí desnuda. Dilo. Tocarás para mí desnuda. Dilo. Tocarás para mí desnuda. Dilo... –

Virginia no dejó de gemir y de retozar sobre mis piernas, y no dijo palabra alguna hasta que se corrió. Mientras sus jugos tibios bañaban mis dedos, jadeo:

¡Sí! ¡Tocaré desnuda para ti! –

Lo había logrado. Me felicité a mi mismo por mi habilidad y me recosté en el sofá que Virginia me señaló. Luego hizo ademán de irse a la habitación.

Desnúdate aquí. –

Vale, pero tendré que ir a por el violín, ¿no? –

Mientras cogía el instrumento, me serví otra copa de champán. La tenía en los labios cuando noté el roce de la mano de Virginia en mi hombro al volver de su cuarto. Sonreía, pero las rosas de sus mejillas delataban su pudor. Dejé la copa en el suelo y parpadeé varias veces para no perder detalle de lo que venía a continuación.

Dejó el estuche del violín abierto en el suelo. Miró al techo y cruzó los brazos sobre su pecho. Hizo deslizar por cada hombro los tirantes del vestido, que se posaron en sus antebrazos. Luego desabrochó la cremallera posterior, mirándome un poco por encima y una media sonrisa mientras lo hacía. Yo no podía dejar de mirar sus pechos, apretados contra el frente del delicado conjunto. Puso las manos en las caderas y fue bajándose el vestido muy despacio, hasta la cintura. Cuando la pieza traspasó el umbral de las caderas, cayó al suelo en un delicado vuelo.

Salió del amasijo de ropa y me dejó un momento para contemplarla. Incluso dio una vuelta rápida para que pudiese observar su cuerpo desde todos los ángulos.

Magnifiquè. – dije, considerando el deje francés el más adecuado para la ocasión.

Merçí, mon amour. – contestó Virginia – pero creo que la flema inglesa concuerda más con el carácter de la velada. –

"Oh, darling, tienes toda la rason" – contesté yo en el cómico tono de inglés macarrónico.

Nos reímos un rato hasta que Virginia pidió calma y silencio para continuar su strip-tease. Había que quitarse tres prendas: el brassier, las braguitas de encaje (como no podía ser de otro modo en una chica tan "fina") y los zapatos de salón. Me preguntó con la mirada cuál quería que se quitase primero. Mientras daba un largo sorbo a la copa le señalé las braguitas. Ella metió los pulgares bajo el elástico y tiró de la prenda, primero para arriba, haciendo que sus labios se abrieran, para placer mutuo, y que se trasparentase aún más el oscuro vello púbico; y luego para abajo. Pero no me descubrió su joya tan rápido. Con una precisión milimétrica tapó su sexo justo en el instante en que las braguitas lo descubrían a la luz del cuarto. ¡Uyyyy! ¡Por qué poco! La frustración me hizo apurar la copa de champán. Estaba ya en las nubes.

Paciencia, nene. – dijo Virginia – Paciencia y verás lo que viene. –

¡Como quería que tuviese paciencia teniéndola semidesnuda a escasos metros! ¡Ay que crueldad tan sutil a la que me veía sometido por mi propia ineptitud! Sus palabras, inocentes sólo en apariencia, ocultaban una sutil ironía y sarcasmo. "¿No era esto lo que querías?" clamaban su sonrisa y su mirada.

Se giró y tuve ocasión de apreciar la perfección esférica de su trasero. Las braguitas se habían quedado justo por debajo de las nalgas. Miró por encima del hombro y luego se agachó para quitárselas. Sus fenomenales posaderas se convirtieron desde ese instante en uno de los elementos más recurrentes de mis posteriores fantasías sexuales, casi en un fetiche.

Me desabroché la camisa para poder respirar mejor. La excitación me estaba matando. Al mismo tiempo suplicaba porque empezase el infernal concierto y deseaba que aquel desnudo no acabase nunca.

Otra vez erguida se enfrentó a mí. Me tiró las braguitas, que cogí al vuelo. No pude evitar la tentación y las olí. Mágico aroma del deseo y de hembra, filtro de hechicera capaz de volver loco al más casto de los varones.

Cochino. – dijeron mi conciencia y Virginia. ¡Qué le vamos a hacer: es el carácter latino!

Estabamos de nuevo en la decisión fundamental de privar de otra prenda a mi musa. Evalué las posibilidades: si elegía el brassier, ya estaría lista para empezar el concierto; si optaba por los zapatos, todavía tendría que esperar a que se quitase el sujetador. ¿Podría soportar la espera? Tal vez sería demasiado para mis ansias. Una especie de instinto masoquista me ordenaba que eligiese los zapatos, para poner mi líbido a prueba. Balbuceando dije:

Los za....¡el brassier! –

Un cierto tono de reproche, de "no has podido aguantar", se infiltró en el "de acuerdo" de Virginia. ¿Cómo lo haría? Necesitaba las dos manos para quitarse el brassier. Si se ponía de frente descubriría su concha. Si de espaldas, me recrearía con sus incitantes posaderas. Hiciese lo que hiciese yo salía ganando.

Pero Virginia era más lista que yo. Sin descubrirse en ningún momento, se sentó en mis piernas y me pidió que fuera yo quien se lo quitase. El solo roce de su culo sobre mí y la cercanía de su cuerpo hicieron desbocarse mi pulso. Temblando desabroché los tirantes.

Quítamelo también. – y, antes de que pudiese ni rozarla añadió – SÓLO quítalo. –

Virginia se estaba descubriendo como una auténtica experta en el arte de la incitación. Tenía que despojarla de la única pieza de ropa que le quedaba...sin tocarla. Era una tarea más complicada que la labor de un neurocirujano.

Mis dedos sostuvieron los tirantes. Sobre ellos caía la mata de pelo, rizado, acariciador, pero frío. Alargó los brazos para que pudiese sacárselos.

De uno en uno. –

Primero el izquierdo y luego el derecho fueron liberados de la goma elástica. Mis manos tuvieron que hacer maniobras de funambulista para no tocar la piel de mi amada. Y el esfuerzo quedó sin recompensa, porque cuando, vencido por mi propio deseo, mis dedos quisieron abalanzarse sobre su presa, Virginia, cuya intuición no hacía sino sorprenderme anticipándose a mis movimientos e incluso a mis intenciones en todo momento, se levantó sin permitir que la tocara.

Otro trago...de una copa vacía. La garganta reseca. Y Virginia allí delante, sujetando con una mano el sostén y con la otra tapando su sagrado agujero. Un minuto de miradas recíprocas. Por fin, rompe el silencio:

Bien. Mira ahora. –

¡Sí! ¿Qué cuadro renacentista del maestro Leonardo o que escultura de Miguel Ángel puede soportar ser comparada con el esplendido cuerpo de Virginia sin enrojecer de vergüenza? El sujetador cayó a sus pies y sus manos se situaron en las caderas. Abrió un poco las piernas y yo...yo...yo sólo podía mirarla con la boca abierta, dudando de si todo lo que veía no sería el mejor sueño de mi vida.

No dices nada. ¿No te gusta lo que ves? –

Asiento moviendo la cabeza frenéticamente hacia delante y atrás, lo cual divierte a Virginia. Empieza a caminar con un estilo inconfundible. Se la nota cómoda en su desnudez. Sus movimientos parecen liberados de todo el refinamiento y comedimiento de que suele hacer gala. Es un hada que baja del cielo en un rayo de luz de luna.

Empezó el concierto. Se sentó. Acomodó el violín en su hombro. Tomo aire y en cuanto la inspiración acudió a sus mientes, mil notas hermosas entraron danzando en alegre parsimonia en la habitación.

Mi imaginación voló. La música de Virginia me hizo elevar sobre verdes praderas y flores cuyo aroma aún no había sido descubierto por el hombre en "la Primavera" de Vivaldi. Luego supo sacar los sentimientos en lucha de mi corazón, confrontándolos con la "cabalgata de las Valkirias". La propia Virginia se me aparecía como una impresionante amazona vikinga, desnuda a lomos de sus melodías. Tenía que desnudarme yo también. Así la carne acompañaría a la carne sin trabas exteriores (la ropa). Reaccionando a mi impulso de desvestirme, Virginia tocó los atormentados y rabiosos acordes de la "Tocata y Fuga" de Bach. Las notas intentaban alcanzarme en su carrera, pero terminé de desnudarme del todo antes de que acabase la composición.

Virginia comenzó a improvisar, arrebatada de pasión . Sus mejillas eran dos carbones encendidos. Se incorporó de la silla y dejó que su cabello sirviera de almohadilla al hombro donde apoyaba el instrumento.

Yo agarré mi miembro y comencé a masturbarme, poseído por las nuevas y nunca escuchadas melodías. Virginia abrió los ojos, cerrados por el éxtasis de la música y danzó a mi alrededor "la danza del moscardón". Su cuerpo aparecía delante de mí, convulsionándose, ora acercándome sus pechos, ora su trasero perfecto, ora alejándose hasta un rincón oscuro como una fiera herida. Era un continuo vaivén orgiástico, una danza mística de la más hermosa sacerdotisa del amor. Y la música lo llenaba todo como un río desbordado cuyo cauce se hace inexorable, tan imparable como mi orgasmo. Iba a eyacular ya, Virginia lo notó y tocó sus últimos acordes. "La danza del fuego". No la terminó con el violín. Lo dejó sobre el sofá, junto a mí, y se subió a mis rodillas. Sus pechos chocaron con mis labios y mi rostro. Canturreando las notas finales del "Va pensiero" de Nabuco, del maestro Verdi, se dejó caer sobre mi pene. La última nota fue sustituida por un suspiro interminable. Me corrí y ella dijo:

- C´est finí. -

Mas de Porky

La chacha y el mayordomo

Manual básico de Mitología sexual 4

El edificio. De la azotea al 6º

Podría haber sido peor

Cita a ciegas en el urinario

El terror de las ETTs

Secuestro equivocado

Formicare

HoHoHo ¿Feliz Navidad?

Nekylla por unas bragas

Dínime

Gatita Sucia

Voluntades torcidas

Toni Canelloni: El Viaje (3: ¡Besos húmedos!)

La Consulta del Dr. Amor

Fritz, mascota sexual de peluche

Tres cuentos fetichistas

Las vacaciones de Toni Canelloni (2: ¡Contacto!)

Homo acabatus

El Calentón

3 Deseos

Dragones y mazmorras

Nouvelle cuisine

Anestesia

Más allá del amor... más allá

Copos de lujuria

Fausto

Un cuento para Macarena

Las vacaciones de Toni Canelloni: el viaje

Loca carta de amor

Descocados en el Metoporelano

Tempus fugit sed non celeriter

La última vez

Oda a un cuerpo bien torneado

Toni Canelloni la pifia de nuevo

Un regalo compartido

Toni Canelloni deshojando la margarita

Toni Canelloni se va de excursión

Maoi

Sacerdotisas del dolor: Camino

La Sociedad del Guante de Acero

Senda sinuosa (II: Pornywood)

Hechizo de amor (II)

Sacerdotisas del dolor: Marina

Yo, la diosa

Super Mario en peligro

Un día de suerte para Toni Canelloni

Nuevas aventuras de Toni Canelloni

Nueva vida para Tita Samy

Copro Club

Senda sinuosa (I: las de Majadahonda)

El delirio sale del armario

Hechizo de amor

Hackers del amor y el sexo

Cadena Sex, 69 FM

Román y Romina: historia de una mariposa

Duples en Carnaval

Recuperando el tiempo perdido

Calientapollas cateta

Viejas glorias

Crónicas de aquella orgía

Sacerdotisas del dolor: Lorena

Alien: el octavo pajillero

Lo necesito, lo necesito, ¡LO NECESITO!

Consejos sobre literatura erótica

Tita Samy

Los cuernos del rey

Lujuria en la portería

Bajo el yugo de la gorda

Aventuras de Toni Caneloni

Oda de las amigas - amantes

La Mano Misteriosa