miprimita.com

Crónicas de aquella orgía

en Orgías

¡Cumpleaños feliz..., cumpleaños feliz...! –

Don Constante tuvo que salir a la terraza asqueado de tanta celebración pueril. Que sus nervios estaban crispados lo demostraba el persistente tic de su párpado derecho. Hurgó en su chaqueta y extrajo un puro del bolsillo. Lo encendió y aspiró dos grandes bocanadas, pero tuvo que apagarlo entre maldiciones porque se le había olvidado caparlo. De paso aprovechó para desabrochar la cremallera del pantalón y sacarse el pene. Tras sobarlo un rato se puso lo suficientemente duro como para hacerse una paja.

Buenas noches. –

¡Lo que le faltaba! A toda velocidad se guardó el miembro. Por desgracia la interrupción le costó pillarse la bolsa de los huevos con la cremallera. Don Constante dio un grito de dolor y se giró dispuesto a degollar a quien le había interrumpido. Resultó ser su ahijado Pablo.

¡Coño Pablo! Me has asustado. –

¿Ya te la estabas machacando? –

Don Constante y su ahijado eran dos pervertidos de tomo y lomo, siempre preocupados por correrse una buena juerga y llegar a casa hartos de sexo y de alcohol. Se iban de putas cada dos semanas, pero les parecía poco, muy poco. Si por ellos fuera se pasarían el día fornicando con busconas en el barrio bajo.

Esta fiesta de cumpleaños es un asco, padrino. –

¿Verdad que sí? No sé cómo he aguantado tanto. –

Me estaba muriendo de aburrimiento. Sólo ha faltado que soltaran confeti para que echara la papilla. ¡Que horda de amuermados hay ahí dentro! –

Y que lo digas... Si me dejaran a mí organizar una buena fiesta... –

¡Joder! Tengo una idea: el viernes que viene, que es fiesta, mis padres se van a la finca de la sierra. Puedo quedarme en mi casa y montarnos allí el desmadre. –

¡Cojonudo! Tú déjame a mi lo demás. Voy a traer unas guarras de lujo y litros de bebida. –

Ultimaron los detalles de la gran fiesta esa misma noche. Cuando ya estaba todo planeado se pusieron a observar a los insulsos convidados. Su fiesta no tendría nada que ver con ese patético e inocuo espectáculo.

Llegó el ansiado día y, tal como Pablo había asegurado a su compinche, sus padres se fueron a descansar a la sierra. Don Constante encontró a su ahijado sentado en el banco de piedra del jardín de su casa.

¿Cómo va eso? ¿Todo marcha según el plan? –

Tranquilo chico. La mercancía tiene que estar al caer... –

Y cayó, desde luego. Un cuarto de hora más tarde aparecieron tres carruajes por la avenida que se dirigieron hasta la mansión de los Humada. El primero de ellos se detuvo ante el banco de piedra donde aguardaban los dos pícaros. Se abrió la puerta del vehículo y bajó un tipo enorme, gordísimo. Hizo una reverencia muy trabajosa y saludó a la pareja:

¡Ya estamos aquí, don Constante! –

Ya lo veo, Nicolás. Mira, éste es mi ahijado y anfitrión de la orgía, Pablo. –

Hola muchacho, me alegro de conocerte. Permite que te presente a mi séquito... –

Dio un silbido y de los tres carros bajaron media docena de prostitutas y chicas de alterne y una pareja de fornidos sirvientes.

Estos dos son Leo y Carlos, mis ayudantes. Llevad todas las cosas dentro y ponedlas donde os diga este señor. –

Los dos mozos cargaron los bártulos, principalmente cajas de bebida, y marcharon a paso vivo detrás de Don Constante.

Y aquí mis florecillas: Patricia, Tita, Fermina, Sole, Renata y Mina. ¡Saludad al señor! –

Las seis chicas, todas ellas más putas que las gallinas, se rieron y se abalanzaron sobre Pablo, que no daba a basto para corresponder tanto besuqueo y manoseo. Le mancharon toda la cara y el cuello de la camisa de carmín. Luego salieron atropelladamente hacia la casa.

¡Hay que ver, que apasionadas! –

Bueno, estimado don Pablo, tu padrino me ha costeado las chicas, pero no hemos hablado de mis honorarios ni de los de mis colaboradores. –

¡Ni del mío! –

Un chico bastante majo que parecía muy joven apareció corriendo por la avenida. El proxeneta lo reconoció y le gritó:

¡Lolo! ¿Qué haces aquí? ¿Quién cuida el negocio? –

He dado el día libre a las chicas que quedaban. No quería perderme esta juerga. –

¡Será posible...! Disculpad, don Pablo. Éste es mi sobrino, Lolo. –

Hola, mucho gusto. –

El gusto es mío, señor. ¿He llegado a tiempo? –

Lolo era un chaval muy espabilado de 19 años, con cara de crío y pecas, y tan putero como podían serlo Pablo, Constante o Atanasio, el proxeneta. Con su labia y descaro se hizo amigo de Pablo, quien les invitó a participar de la orgía. Una vez dicho esto, entraron dentro para dar comienzo a la fiesta.

Pablo había retirado los muebles del salón a excepción de los sofás y las alfombras. Sorprendido vio que Leo y Carlos habían bajado a la estancia la cama de sus padres, y ya una de las chicas, Fermina, daba saltos sobre ella. Con cada salto la falda se le levantaba y enseñaba las piernas y la combinación a los presentes. Don Constante no paraba de decirle piropos a cada salto y ella, zalamera, se lo agradecía enseñándole el pompis.

Lolo no perdía el tiempo y sacó de las cajas una botella de cava. La sacudió y el tapón salió disparado.

¡Inauguro esta bacanal! –

Enseguida comenzó a perseguir a las chicas para empaparlas de espuma. Renata y Mina corrían como condenadas, pero la risa las dejaba sin aliento y Lolo las ponía perdidas en cuanto las alcanzaba. Don Constante ya estaba metiendo mano a una de las chicas, a Tita, mientras le susurraba váyase usted a saber qué marranadas al oído. Fuese lo que fuese, la muy zorra se mondaba de risa y se ponía colorada. Y a tanto llegó el sofoco que tuvo que desabrocharse el vestido para no ahogarse. Don Constante, muy cortés, se ofreció a ayudarla, y mientras destrenzaba los hilos del corsé de la espalda de la chica, dejaba, como si se le escapara, de vez en cuando, que una mano, o las dos, se posaran en los apretados pechos de la chica.

Oye, "Consti", si tienes las dos manos ahí, ¿cómo me vas a desabrochar? –

Buena pregunta, cielito. Tendré que sacar otra mano. –

Y Tita soltaba una carcajada con este y otros graciejos.

Leo y Carlos se habían ido a la cocina a preparar la cena. Sole quería ayudarlos y se metió también.

Aquí hace falta la pericia de una mujer. –

Pero te vas a manchar el vestido, preciosa. –

Entonces me quitaré el vestido. –

Fermina dejó de dar botes en la cama y se metió debajo de las colchas. Sacó la cabeza y buscó alguien a quién liar. Pablo estaba libre. Le silbó y con el dedo le hacía señas de "ven, ven". Cuando estuvo cerca, ella se cubrió con las sabanas y dijo:

Uuuuuuuuhhh.... Soy el fantasma de las bragas coloradas... –

Pablo se metió debajo de las mantas e intentó encontrar esas bragas coloradas, pero Fermina no paraba de moverse y reírse. Pablo fue encontrando una a una las prendas que Fermina se iba quitando, hasta que dio con las bragas. No se enteró de si eran o no coloradas, porque ella se abalanzó sobre él y rodaron envueltos en ropas hasta caerse al suelo. Pablo notaba tenía a la golfa encima. Su cuerpo tibio la delataba. La abrazó para que no se volviese a escapar y, por fin, cuando asomó la cabeza, le dio un beso.

¡Jiji! Me has encontrado. –

Y no pararon de besarse, revolcándose por el suelo del salón, unas veces él arriba, otras ella.

Lolo se había terminado la botella de cava él solo y Renata le regañó por ello:

Yo también quería, egoísta. –

Calla, guarra, que tú vas a beber a morro. –

Cogió otra botella, se bajó los pantalones y demostró que, aunque joven, podía competir con los mayores en virilidad. Renata se arrodilló y empezó a chuparle el miembro. Parecían una estatua barroca, el uno con la botella empinada, sin parar de tragar ni para respirar, y la otra esperando a que el champán saliese mágicamente del pitorro del chico.

Mina sacó un arpa y comenzó a tocar. Era muy buena cantante y llenó la sala con su voz, al ritmo de los acordes en el instrumento. Cantaba sobre el amor de las mujeres y la fogosidad de los hombres.

Todas la mujeres son hermosas para los hombres que saben lo que vale la belleza, Y todos los hombres son una llama que puede desencadenar un incendio si encuentran en los besos de una mujer el combustible apropiado... –

Ninguno se daba cuenta de ello, pero la música de Mina los acompañaba a todos, a pesar de estar haciendo cada uno cosas muy diferentes.

Atanasio se tiró en un sofá y encendió un puro. Le gustaba ver a los demás fornicando. Paseaba la mirada de un lado a otro y entre las nubes que hacía su tabaco distinguía, como en un sueño, cuadros depravados. Se empalmó enseguida y tuvo que quitarse los pantalones, pero se vio tan ridículo, que decidió quitarse toda la ropa. Y fue el primero, aunque no el único, en quedarse completamente desnudo.

Don Constante era tan golfo como galán. Y así, tenía a Tita sentada en sus rodillas, con los pechos fuera, cayendo rosados por encima del ceñido vestido. Tomó su mano, blanca como leche, y con un beso la calentó. Sus labios recorrieron el suave y perfumado camino del brazo y hombro de Tita, hasta llegar al cuello. A la chica, acostumbrada a amantes más bien brutales, esta delicadeza la excitó sobremanera, y cuando la boca de don Constante se hundió en su tierna cerviz, un voluptuoso estremecimiento la hizo gemir de placer. No pudo esperar más y quiso fundir sus labios con los de tan amable caballero. Fue, ciertamente, un romántico beso el que entonces se dieron. En el cuenco que los dedos de "Consti" hicieron, quedaron encajados los senos de Tita, temblorosos, expectantes y en los cuales se percibía el agitado latido de su corazón.

Sole, desnuda por fin ante los dos cocineros, quiso ser catada ella primero antes que ningún manjar. Se tumbó en la mesa y ordenó a Leo y Carlos que se sirvieran de probarla:

Hay bocados exquisitos, pero todos son sosa ceniza comparados con las delicias que mi cuerpo ofrece. –

Carlos eligió el muslo, Leo la pechuga, y no se dieron tiempo el uno al otro para devorar la perdiz. Increíble era ver a qué velocidad lamían y tragaban cada efluvio o sabor que en la piel de Sole encontraban. Pero comían como bestias, sin modales. No estaban acostumbrados a festines tan refinados. La guarra, comprensiva, los supo aconsejar como un perfecto gourmet:

Señores, señores. ¿Por qué conformarse con agua, cuando hay vino en la mesa? ¿O por qué engullir ajos cuando abunda el caviar? Buscad fuentes más espléndidas y no os hartéis de pan duro. –

Leo y Carlos se miraron, de hombros se encogieron y de nuevo decidieron dónde hincar el diente. Carlos se decantó por las axilas, que depiladas y cálidas, Sole las presentaba lujuriosa. Leo optó por los pies, delicadísimo bocado que requiere cubertería de oro.

Mina cambió la melodía, adaptándola a la evolución de los presentes. No sabría decir si la música cambiaba con los actos sexuales, o eran los actos los que cambiaban al son de la música. Si fuera así, Mina podía enorgullecerse de su habilidad, pues, convertida en un nuevo Orfeo, su canto conmovía a la fieras... ¡aunque no las calmaba, sino todo lo contrario!

Fermina había logrado resistir las furiosas embestidas de Pablo. Es más, ahora era ella la dueña de la situación. El chico estaba encandilado con la pasión de ella, y se había rendido. Tumbado boca arriba, sus genitales eran el botín que Fermina reclamaba como vencedora de la batalla. Los acariciaba con los muslos, incitándolos a una rebelión imposible. Hubiera sido inútil debatirse otra vez, pues las muñecas de Pablo estaban sujetas contra el suelo por las manos férreas de Fermina. Lo miraba con deseo, relamiéndose. Cuando comprobó que la derrota de su amante era absoluta, lo liberó un instante, el imprescindible para encontrar en la maraña de mantas las famosas bragas coloradas. Y esa fue la bandera de la paz. Daba comienzo entonces una guerra muy diferente: la del sexo. Habiendo trazado su camino seguro a través del laberinto, Teseo dio con el cuerno del minotauro. Y lo cubrió por completo. El eco de un gemido de placer vibró en el aire de la habitación hasta desaparecer, aplastado por mil jadeos. Fermina montaba a su semental con violencia. Irónicamente, un cielo y suelo de seda (las sábanas de la cama), suave y fresca, envolvía esta nuevo y definitivo combate.

Lolo seguía surtiendo de néctar a Renata. Pero la segunda botella se había acabado también y le preocupaba que su tío no se lo pasara bien. Y haciendo alarde de artistas circenses, ella y él, sin separarse un ápice, el tiburón y su rémora, llegaron junto a Atanasio.

¿Todo bien, tío? –

Claro Lolo. Veo que os compenetráis perfectamente tú y esta zorra. –

Renata dejó la felación y miró a Atanasio. Tenía unos ojos enormes, preciosos. De sus labios goteaba profusamente el semen de Lolo. Atanasio la tomó por la barbilla y se la acercó.

Porque eres una zorra, ¿verdad? –

¡Sí! La más zorra de tus zorras. –

Tío, si tan zorra es, ¿por qué no te apuntas a la cacería? –

Dicho y hecho. Renata se acostó sobre Atanasio y se metió su miembro bajo las enaguas. No llevaba bragas, lo cual es una bendición en estas circunstancias, porque retrasar un buen polvo por culpa de detalles insulsos es una verdadera pifia. Cuando estuvo perfectamente clavada en el pincho, Lolo se tiró encima y la sodomizó. Su propio semen hizo de lubricante. Y así el tío y el sobrino le hicieron el sandwich a la zorra Renata. Como Atanasio estaba bien nutrido, servía de colchón amortiguador de los envites de Lolo. Renata, perversa y puta como pocas, se divertía haciendo caer el semen mezclado con su saliva sobre la cara sonrosada de Atanasio, que sólo tenía un instante para desviar el rostro y esquivar el repugnante mejunje. Pero no contaban, ni él ni ella, con la violencia de las caderas de Lolo, que hacía a Renata menearse a destiempo y machar de pringue a su patrón. Cuando esto sucedía, se mondaba de risa.

Don Constante, haciendo honor a su nombre, seguía empecinado en deleitar a su dama (que de dama poco, porque era una guarra). Entrelazó sus dedos con los de ella y guió sus manos hasta su paquete. Tita comprobó la excitación de su "Consti" y liberó al aguerrido pene de la prisión de los pantalones. Había visto muchos en su vida de pelandusca, pero le seguían fascinando como el primer día. Como una madre tierna, lo acogió en su regazo y lo acunó. Pero no lo amamantaría ella a él, sino al revés. Don Constante dejó que los pechos de Tita envolvieran su polla y la masturbaran. Mostraba su agradecimiento a tal servicio dejando que sus manos se perdiesen entre los rizos de Tita, y sus ojos hiciesen lo mismo con los de ella. Tierno, ¿no? ¡Desde luego!

La comida ya estaba a punto. Carlos se sentía saturado, narcotizado por el aroma a hembra de Sole. No podía dejar de hundir el hocico bajo los brazos de ella. Cuando creía agotada la esencia de uno, pasaba al otro. Y en ese momento, sentado a horcajadas sobre el estómago de la puta, la miraba. Inmóvil, como petrificada, Sole disfrutaba, con los ojos cerrados, del "canibalismo" de los dos mozos. Retenía cada sensación, en sus extremidades concentradas, y meditaba sobre el placer de entregarse a esta clase de perversiones y libido. Claro que esto ni Carlos ni Leo lo sabían. Éste último bañó los pies de Sole con sus labios. Intentaba imaginar un sabor semejante, pero no lo lograba por la sencilla razón de que no existía. Era fuerte, penetrante, y a la vez exquisito, elaborado. Único. Cada dedito sabía distinto, como una paleta de pintor tiene distintos tonos, pero conservaba la esencia principal, la que había hechizado a Leo, un imán para su lengua.

Atanasio comentó a su sobrino, entre jadeos:

¿Te has fijado en don Constante y Pablo, qué bien es lo están montando?. Con tener tres o cuatro tan golfos como ellos, me podría jubilar. Pero nos han dejado la puta más asquerosa. Cualquiera es más complaciente que esta Renata. Di, mierda con patas, ¿a que cualquiera de tus compañeras es mejor que tú en la cama? –

A Renata le encantaba que la ofendieran o insultaran, y que compararan a las otras con ella, despreciándola, la puso aún más cachonda. Era una viciosa con algo de masoquista. Asintió contenta y siguió siendo doblemente penetrada. Se sentía tan puta que se corrió.

La puerta de la cocina se abrió y Sole salió. Estaba preciosa, totalmente húmeda de los lametones de sus chicos.

¡Que comience el festín! –

Leo y Carlos salieron también desnudos con las bandejas llenas de comida. Mina pulsó por última vez las cuerdas y se levantó con un grito que secundaba a la exclamación de Sole:

¡Que comience! –

Seis hombres y seis mujeres. ¿Casualidad? ¿Destino? Nada de eso: una simple reunión de personas interesadas en fornicar de todas las maneras posibles.

Pablo dio la orden de que todos los asistentes a la orgía que todavía no estuviesen despojados de ropajes, lo hiciesen de inmediato. Y en poco tiempo una falange de miembros erectos amenazó desde un lado del salón. Las chicas por su parte, enfrentadas a tan temibles lanzas, esgrimieron sus pechos, nalgas, muslos, caderas, coños, piernas, y todas sus armas. La lucha iba a ser sin cuartel.

¡A por ellas, compañeros! –

El grito de Lolo no tuvo eco. En su lugar exclamaciones y groserías soeces cruzaron la sala. Un tropel de sátiros corrió a grandes zancadas hasta las voluptuosas ménades. La bacanal dio inicio con la caída de varios cálices sobre los senos de Mina, que extasiada frotaba sus pezones bañados por el vino que Atanasio escanciaba. El licor chorreaba por el vientre de la puta, vistiéndola con una túnica de sangre que Fermina no permitía llegar al suelo. Cada riachuelo de uva fermentada que alcanzaba los muslos de Mina era frenado por la lengua avispada de Fermina. Como un salmón que remonta la corriente, la boca de la fulana intentaba subir más arriba, hasta le deseado sexo, pero se lo impedía la fuerza del caudal Pronto el desbordamiento llegaría a los pies y calentaría el suelo. Pero Atanasio puso remedio a ese peligro utilizando su pene como dique. Juntó sus labios con los de Mina y vertió una nueva oleada de rojo vino. ¿Quién tragaría más? Fermina, capacitada ya para degustar el sexo de su compañera, no lo supo hasta que sus jugos se mezclaron en su paladar con el de la bebida, endulzándola.

Leo y Carlos, hechizados todavía por el aroma de Sole, la tomaron como objetivo exclusivo de sus deseos. La tiraron sobre la cama y se comenzaron a masturbar sobre ella. Sole probaría ahora el sabor de sus amantes. Para excitar su libido más aún, si es que eso era posible, abrió las piernas todo lo que pudo y se metió un dedo tan adentro que faltó poco para que traspasase la vagina. Los mástiles de los cocineros reaccionaron enrojeciendo como fuego. Las manos volaban sobre los prepucios, afanándose en lograr la eyaculación. Sole se impacientaba y decidió ayudar a sus mancebos. Sin dejar de hurgar en su intimidad con una mano, agarró la polla de Leo con la otra y se metió la de Carlos en la boca. Fantástica mujer orquesta, tocó ambos instrumentos a la vez sin desafinar en ningún momento. Para que no se pusieran celosos el uno del otro por acaparar servicios distintos, Sole cambiaba constantemente de polla, ora pajeando una, ora haciendo una felación a la otra. Y no tardó su pericia demasiado en cubrir su piel de sendas corridas cremosas.

Don Constante no sabía a qué coño lanzarse de los que quedaban por poseer. Todos le parecían buenos, ninguno repugnante. Esa indecisión la compartía su ahijado Pablo. Renata y Tita miraban a los dos hombres con un sentimiento parecido. Y como no llegaban a un acuerdo, decidieron fornicar los dos con las dos, es decir, cambiando las parejas cada rato. Pero como les resultaba algo aburrido, terminaron todos juntos en un revoltijo de piernas, brazos y cabezas. Mientras Renata besaba el sagrado agujero trasero de Tita, metiendo un poco los dedos en su chocho, lo que provocaba las convulsiones de placer de la otra furcia, Pablo se la tiraba como a una perra, por el coño y por detrás. Y Tita abría la boca todo lo que podía para, en el momento preciso, tragar hasta la última gota del néctar de "Consti", que se hacía la paja más larga de su vida observando la evolución de su ahijado con las dos chicas. Le fascinaba sobre todo la paciencia de Tita, que lo miraba a los ojos pidiendo a gritos, o a jadeos, que la llenase la garganta de lefa.

Y yo, aquí, sobre la alfombra, escribo a punto de correrme por las salvajes y casi brutales embestidas de Lolo, que debajo mío se empeña en hacerme volar un instante para caer como una piedra sobre su piedra y quedar ensartada, escribo estas crónicas de una orgía. Estoy un poco harta de ver y no hacer nada, así que aquí pondré punto y final a mi narración, según me la contaron y la vi y la sentí en mi carne.

Fdo.: Patricia

Mas de Porky

La chacha y el mayordomo

Manual básico de Mitología sexual 4

El edificio. De la azotea al 6º

Podría haber sido peor

Cita a ciegas en el urinario

El terror de las ETTs

Secuestro equivocado

Formicare

HoHoHo ¿Feliz Navidad?

Nekylla por unas bragas

Dínime

Gatita Sucia

Voluntades torcidas

Toni Canelloni: El Viaje (3: ¡Besos húmedos!)

La Consulta del Dr. Amor

Fritz, mascota sexual de peluche

Tres cuentos fetichistas

Las vacaciones de Toni Canelloni (2: ¡Contacto!)

Homo acabatus

El Calentón

3 Deseos

Dragones y mazmorras

Nouvelle cuisine

Anestesia

Más allá del amor... más allá

Copos de lujuria

Fausto

Un cuento para Macarena

Las vacaciones de Toni Canelloni: el viaje

Loca carta de amor

Descocados en el Metoporelano

Tempus fugit sed non celeriter

La última vez

Oda a un cuerpo bien torneado

Toni Canelloni la pifia de nuevo

Un regalo compartido

Toni Canelloni deshojando la margarita

Toni Canelloni se va de excursión

Maoi

Sacerdotisas del dolor: Camino

La Sociedad del Guante de Acero

Senda sinuosa (II: Pornywood)

Hechizo de amor (II)

Sacerdotisas del dolor: Marina

Yo, la diosa

Super Mario en peligro

Un día de suerte para Toni Canelloni

Nuevas aventuras de Toni Canelloni

Nueva vida para Tita Samy

Copro Club

Senda sinuosa (I: las de Majadahonda)

El delirio sale del armario

Hechizo de amor

Hackers del amor y el sexo

Cadena Sex, 69 FM

Román y Romina: historia de una mariposa

Duples en Carnaval

Recuperando el tiempo perdido

Viejas glorias

Calientapollas cateta

Sacerdotisas del dolor: Lorena

Alien: el octavo pajillero

Lo necesito, lo necesito, ¡LO NECESITO!

Consejos sobre literatura erótica

Tita Samy

Los cuernos del rey

Bajo el yugo de la gorda

Lujuria en la portería

Velada con la violinista

Aventuras de Toni Caneloni

Oda de las amigas - amantes

La Mano Misteriosa