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Nueva vida para Tita Samy

en Amor filial

Segunda parte de Tita Samy, dedicada a J. M, por su insistencia.

Alicita estaba muy preocupada por su mamá. Samanta la miró a los ojos y la tranquilizó diciendo:

No te preocupes cielo, voy a consolarla. –

Le dio un beso en la frente y luego encargó a Pedro que cuidase de su hermanita hasta que ella volviera. El muchacho sacó pecho, orgulloso y afirmó que no tenía miedo, que cuidaría de Alicita y que podía quedarse con su madre toda la noche si era necesario.

De acuerdo entonces. Ahora acostaos. –

Buenas noches tita Samy. Dale un beso a mamá por nosotros. –

La casa estaba silenciosa y oscura. Samanta se puso las zapatillas y la bata. Aún tenía el pecho algo pegajoso del semen de su sobrino y el camisón se adhería a su piel cada cierto tiempo. Subió las escaleras despacio. Estaba algo cansada. Al llegar al rellano oyó los sollozos apagados de su hermana. Eran muy débiles, pero rompían rítmicamente el silencio de la mansión.

Abajo Pedro estaba inquieto, y no porque tuviera miedo a la oscuridad, sino porque recordaba todo lo que había hecho con su tía hacía unos minutos. Se sentía muy bien, como nunca. Todavía no sabía lo que significaba la palabra orgasmo, pero estaba seguro de no haber experimentado nada mejor que eso en su breve vida. Decidió compartirlo con Alicita, que intentaba buscar una postura cómoda para dormir en la cama.

¿Estás dormida, Ali? –

No... ¿qué pasa? –

Nada... Oye, ¿Si te cuento una cosa prometes no chivarte a mamá? –

La puerta de la habitación de Alicia estaba entreabierta. Samanta puso la mano en el picaporte. Frío. Lo empujó y las bisagras chirriaron. Alicia no pareció darse cuenta. Procurando hacer el menor ruido posible, Samanta se acercó al lecho. Su hermana estaba acostada de lado con el rostro vuelto hacia la ventana. Su respiración era agitada. No dormía. Los postigos se movieron un poco por el viento y la luna iluminó durante unos segundos el rostro congestionado de la mujer. Los ojos le brillaban y por la mejilla se deslizaba un riachuelo de lágrimas.

Sin duda había llorado. Samanta suspiró. Tomó asiento en el otro lado de la cama y le pasó la mano por el cabello. Estaba hermosa; también triste, pero sobre todo hermosa. Se tumbó sobre la sábana junto al cuerpo acurrucado y pasó unos minutos acariciándola para que se tranquilizase, susurrándole palabras incomprensibles. Alicia las oía, no las entendía, pero era un alivio. Ya no se sentía tan sola, tan abandonada.

Pedro se sentó en la cama y le pidió a Alicita que hiciera lo mismo. La niña accedió de mala gana. Tenía sueño y estaba preocupada por mamá, y no comprendía por qué su hermano se empeñaba en mostrarle cuanto antes lo que su tía le había enseñado a hacer. ¿No podía esperar hasta mañana?

Tú haz lo que yo te diga. –

Está bien, pero luego me dejas dormir. –

Perico se quitó los calzoncillos otra vez. Pero para su asombro no tenía el pito tieso como antes. Estaba fláccido, arrugado.

¿Y bien? –

No sé... Antes con la tita lo tenía diferente, más duro. –

¿Más duro? ¿Qué tenías más duro? –

Esto, mi colita. –

Alicita se fijó en la oscuridad y descubrió un bulto. Recordaba haber visto alguna vez algo parecido, en la televisión o quizás el de su padre, un día que se metió en su cuarto a dormir con él y su madre. Pero nunca lo había tenido tan cerca. Le resultaba muy curioso. Ella no tenía nada parecido, si acaso el tete del ombligo. Se atrevió a tocarlo con un dedo, a ver qué pasaba.

¡Eh! Ten más cuidado. –

¿Te duele? –

No, pero ahí siento las cosas más. –

Ahhh... Por ahí meas, ¿no? –

Sí... y antes me ha pasado una cosa muy curiosa...-

Samanta casi se había dormido. Ya tenía los párpados a medio cerrar, pero los abrió al notar una brisa cálida. Alicia se había dado la vuelta y ahora estaba frete a ella. La sonrió, agradecida de su compañía. Estaba menos triste, pero todavía tenía los carrillos encendidos de llorar. Samanta intuyó que quería compartir sus penas con ella y le preguntó:

¿Qué te pasa, Ali? –

Mi vida es una mierda. –

Samanta esperaba oír algo así. Muyó la almohada y escuchó durante una hora la desgraciada historia de los sentimientos de su hermana. Con voz entrecortada, Alicia le explicó cómo se había separado de su marido, quedándose ella sola con los dos hijos. Luego vino el juicio por la custodia, el problema de compatibilizar vida laboral y familiar y una serie interminable de penas y lamentos. Y ahora estaba allí, decidida a hacer una locura.

¿Cómo has dicho? –

Lo que has oído. Voy a hacer algo fatal, definitivo. Estoy harta de todo. –

No te entiendo... ¿A qué te refieres? –

A cortar con mi vida y empezar de cero.-

Samanta se quedó petrificada por las palabras de su hermana. No estaba delirando: hablaba muy en serio. Y no es que a ella le importase mucho. Total, apenas la veía una vez al año, a veces ni siquiera eso. No se tenían mucho aprecio, a pesar de que la misma sangre fluía por sus venas. ¿Por qué le estaba contando a ella su drástica decisión? Como si le leyera el pensamiento, Alicia dijo, solemne:

Sé que nunca hemos estado muy unidas, pero... sé que eres la única persona en quien puedo confiar. –

Claro Ali... pero, ¿qué quieres hacer? –

Alicia se sentó en la cama y sacó una maleta de debajo.

Aquí tengo todas mis cosas. Me voy... sola. Y no creo que vuelva nunca. –

Samanta no supo responder. Durante unos tensos minutos sólo pudo contemplar cómo su hermana se vestía, preparándose para marchar en cuanto estuviese lista.

Los niños descubrían, cuatro metros más abajo de los decisivos acontecimientos que marcarían la vida de Samanta, el sexo. Pedro se sorprendió de que, al contacto con las caricias de su hermana, su miembro viril se volvía a hinchar como antes, cuando se acostó con su tía.

¡Lo ves! Otra vez lo tengo grande. –

¡Es verdad! ¿Y ahora qué? –

Pues la tita me lo chupó y entonces me salió leche. –

¡Anda ya! Ni que fueras una vaca. –

Chúpalo tú y verás que no te miento. –

Alicita, inocente, obedeció y se metió en la boca el pene de su hermano. Pero no lo chupaba. Temía hacerle daño. Sólo sorbía un poco, como si fuera un polo. No sabía mal. Quizás un poco a setas o a champiñones.

Más fuerte Ali, o sino no acabaré nunca. –

Alicita le agarró el miembro con la manita y puso más énfasis en los sorbeteos, jaleada de continuo por los susurros apremiantes de su hermano. Éste comenzó a jadear, presa de la excitación. La niña seguía con el juego, inconsciente de lo antinatural de su acción.

Alicia... yo. –

Samanta abrazó a su hermana y le besó la boca. Quería empaparse de su sabor antes de que partiera. Su subconsciente creía que así recibiría algo de la esencia de madre que destilaba con cada palabra pronunciada, con cada gesto, por leve o sutil que éste fuese. En esos momentos Samanta se preguntó qué hubiera sido de ella si se hubiese casado y parido como su hermana. Deseó ser como ella un instante, olvidarse de fornicar a todos los hombres que encontrase y dedicar su vida a la crianza de sus hijos y su corazón a un solo hombre.

¿Qué...mmmm! – gimió sorprendida Samanta. Se apartó de Samanta un momento. Dejó caer la maleta.

Enfrentadas, envueltas por una misma penumbra, se miraron. Alicia, una vida desengañada, pero sencilla y tranquila, jadeaba asustada por lo que leía en los ojos de su hermana.

¿Por qué has hecho eso? –

Silencio. Tensión y calor.

En otra habitación Pedro estaba a punto de eyacular en la boca de su hermanita pequeña. Aunque Alicita no era rival para las artes felatrices de su tía, consiguió que un nuevo geiser de semen brotase del glande de Perico. Lo notó antes de que saliera por un gusto diferente en la lengua. Supuso, y acertó, que si succionaba más fuerte, extraería algo. Perico suspiró y dejó de contener su leche.

¡Ahhhhhhh! –

Era dulce, como nata, algo más espeso tal vez. Pero Alicita no lo tragó. Como su hermano en la anterior ocasión, pensó que se había meado y apartó el rostro, para ver el color de esa orina tan sabrosa.

Alicia madre fue quien tomó la iniciativa. Creyó que Samanta le había dado un beso de despedida, sólo eso.

Yo... yo también te quiero, hermana. Y por eso sé que te puedo dejar a los niños.-

Dicho lo cual se fundieron en un abrazo, el primero en muchos años y el último de sus vidas.

Voy a despedirme de mis niños. –

Perico oyó también el eco de los pasos de su madre. Atemorizado por lo que pudiese suceder, le dijo a su hermana que se volviese a acostar. Alicita quería saber más del líquido que manchaba los calzoncillos de su hermano, pero obedeció. Así que Alicia y Samanta se los encontraron echados y arropados. Fingían, por supuesto, estar dormidos.

Desde el alfeizar de la puerta la desgraciada mujer echó una última mirada a sus vástagos. Los quería con locura, y una locura le apartaba, quizás para siempre, de su lado. No quería que sufrieran viendo que el corazón de su madre se rompía cada día, desesperado. Samanta adivinó lo que pensaba y se calló. Estaba confundida. Acababa de "recuperar" los sentimientos que nunca tuvo por su hermana y ahora ésta se fugaba. No se planteó ni siquiera la responsabilidad de criar a los dos niños ella sola.

Adiós, mis soles, los más desgraciados de cuantos hijos hay en el mundo. – susurró.

¿Estás completamente segura? –

Alicia asintió y empezó a sentir ganas de llorar. Antes de que esto ocurriese se acercó a la cama y plantó un beso en la frente de Perico y otro en la de Alicita, quien tuvo que hacer verdaderos esfuerzos por no echarse a reír y estropearlo todo. Perico por su parte estaba nervioso. Por fortuna para él su madre no reparó en la creciente sombra de su bajo vientre al filtrarse la humedad de la corrida por la sábana.

Alicia regresó junto a tita Samy y le pidió que cuidase de ellos. Luego desapareció por la puerta de entrada, para no volver jamás. En cuanto a Samanta, no se movió de su sitio junto a la puerta hasta el amanecer. Eran muchas las cosas que tendría que explicar a sus dos "hijos" adoptivos.

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