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3 Deseos

en Bisexuales

Como primer deseo, quiero yacer con la más bella princesa de toda la tierra.

Al abrir los ojos de nuevo, me vi en una corte de Asia. Bellas esclavas negras, cuya única vestimenta era un delgado cinturón de pelos de camello, correteaban de acá para allá. Me lancé a por una, la más hermosa, y casi la tenía entre mis brazos cuando saltó ágilmente como una pantera y huyó riendo por un pasillo.

La seguí a la carrera. Sus caderas marcaban el compás en aquella danza. Pronto la poseería y saciaría mi lujuria en su fuente.

Di la vuelta a un recodo y la vi, arrodillada, la cabeza gacha, en una amplia estancia cuyas paredes eran cortinas de plumas de pavo real. Despacio me acerqué, procurando no hacer ruido y que mis pasos no me delataran. Y ya iba a posar mi mano sobre su delicado hombro cuando se oyó una trompeta.

La pared frente a nosotros se abrió, las cortinas de plumas se hicieron a un lado y vi, sentada sobre cojines de seda, a la Princesa de mis sueños. Sus ojos se clavaron en los míos. La esclava negra salió corriendo.

Unos fornidos eunucos se arrojaron cuan largos eran sobre las escalinatas que accedían al harem. La princesa se levantó y, sostenidas sus delicadas manos por dos colosales guardianes, de cuyas cinturas pendían terribles cimitarras, fue bajando por la escalera de espaldas hasta llegar junto a mí.

-Te estaba esperando.-

Y con un rápido movimiento, soltó un broche de su liviana vestidura. Los velos cayeron a sus pies y quedó desnuda. Un instante después mis brazos, mis manos, mi piel y mis besos la volvieron a vestir.

Los eunucos se aparejaron con las esclavas a nuestro alrededor, acompañando como ecos nuestro desenfreno. Miraras donde miraras, sólo lascivia ibas a encontrar. La princesa gemía, más como un animal que como la heredera de todas las coronas de Asia. Entre sus piernas corría mi serpiente, devorando su cuerpo, elevándola con cada nueva y feroz embestida.

-¡Aaaaahhhh, mi príncipe, que vigor, que hombría!-jadeó, y su voz femenina me espoleaba como a un caballo.

Una nube me cubrió en cuanto llegué al éxtasis, y cuando se disipó, de nuevo me encontraba en la calle.

Mi segundo deseo es... probar algo distinto. Tráeme un muchacho, que sea lindo. Su piel ha de ser suave, su cuerpo recordar a los juncos del Nilo. Que al caminar de gusto verlo, porque se cimbrea como una rama de boj. Y que esté bien dotado.

Alguien me despertó. Era un mozo que apenas si tenía barba. Uno de esos chicos del mercado de Damasco, aunque jamás había visto ninguno tan hermoso.

-Mi señor, se hace tarde. Vayamos a mi casa, por favor, y allí os agasajaré como es debido.-

-Sí, ya cae la noche. Gracias, acepto tu invitación, jovencito. Y apremia tus pasos, porque aunque sólo vea tu silueta bajo las estrellas, ya me reconforta y hace que un calor sobrenatural me recorra el cuerpo.-

-¿Dónde tenéis más calor, mi señor?-

-¡Anda! No seas travieso y ve, que yo te sigo.-

Las calles se movían bajo nuestros pies, y yo embelesado no podía quitar los ojos de mi guía, de su cuerpo a la vez tierno y maduro, de sus sonrisa, y de sus ojos negros.

Llegamos a su casa. Era pequeña, pero parecía agrandarse con la sola presencia de su inquilino más preciado. Me senté en un cojín y me lavé las manos. El chico me habló con su delicada voz, aún afectada por la pubertad.

-Probad lo que queráis, que no falta nada en la despensa.-

-Trae entonces una fuente con las viandas más especiadas que tengas, aunque dudo que puedan calmar el hambre que siento.-

-No temáis, que tengo aquí una golosina que agradará a vuestro paladar más que ninguna otra, pero la reservaré para el postre. Ahora come y bebe, mi señor.-

Banqueteamos los dos como reyes. Abú de vez en cuando dejaba de comer y recitaba algún poema, que yo escuchaba arrobado. Por fin, dimos buena cuenta de los manjares.

-Hora es ya del postre, mi precioso anfitrión.-

Abú se incorporó y apagó todas las luces menos la del fuego del hogar. Se fue desvistiendo, hasta quedar en paños menores. Su piel, reflejando el brillo del fuego, parecía de oro, y sus ojos negros brillaban, llamas alimentadas por los reflejos de la luna y las estrellas cuya luz penetraba por la ventana.

-Ven aquí, que tengo el corazón inflamado de deseo y sé que en un tus labios he de saciar mi sed.-

El muchacho rió y se abrazó a mí. La calidez de su piel sobre mis manos me hizo estremecer. Se dio la vuelta y me dejó quitarle los calzoncillos. Su pene estaba erecto ya, lo tomé con la mano y lo sacudí, haciéndole gozar.

-Mi señor...-

-Sssshhhh-

¿Tu último deseo?

Quiero tenerlo todo.

La princesa lloraba desconsolada en palacio. Abú en su humilde casita. Yo, feliz, los consolé.

Abracé a la chica y dejé que mi pene volviera a aquella cavidad tan amada. Abú asió mis brazos fornidos con los suyos delicados y me penetró con suma delicadeza.

Los tres en una nube retozábamos como peces, como aves marinas. Sonrisas, gemidos, jadeos, promesas, maldiciones, caricias, besos, amor, lujuria, pasión...

¡Genio, por favor, que este goce no tenga fin!

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