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Tita Samy

en Amor filial

Érase una vez una chica joven que acababa de dejar a su novio por falta de sexo. ¡Por falta de sexo! Realmente tenía que ser un impotente o marica para no desear acostarse con Samanta todos los días. Porque Samanta era un preciosidad. 25 añitos, pero con cara de niña. Un talle fino y estilizado. Y una adicción al sexo que no conocía fronteras ni límites. Tal vez por esa ninfomanía ocurrió lo más inopinado que pudiera esperarse. A falta de un novio que la complaciera, tiró de alguien mucho más cercano.

La hermana mayor de Samanta, Alicia, rondaba los cuarenta. Tenía dos hijos, Pedro, de 15 años y Alicia, de 12. Atravesaba un duro período marcado por el divorcio, y para alejarse mental y físicamente de su ex, decidió ir a pasar unos días con su hermana a la casa de campo de la familia.

¡Alicia! ¿Qué te trae por aquí? –

Hola Sam... Siento no haberte avisado de que veníamos. –

Pero... ¿qué te pasa? –

No aguantaba más en la ciudad. Necesito unos días de descanso de mi misma después del divorcio. –

A Samanta no le hacía mucha gracia que su hermana apareciese así, sin más en la casa. Si ella estaba allí, sería muy complicado traer un hombre a casa. Pero tenía que ayudar a su hermana como fuese.

Vale, tranquilízate y relájate. –

¿No te importa? –

Para nada, hermanita. No te preocupes. –

¡Qué buena eres! –

Justo entonces aparecieron los chicos, que acababan de salir del coche y acarreaban los bultos.

Mira mamá, puedo con tu maleta. –

¡¿TAMBIÉN HAS TRAÍDO A TUS CRÍOS?! –

Eso planteaba un serio problema. Sólo había tres camas, la de los padres de Samanta y Alicia, la de Alicia y su ex, y la de Samanta. ¿Cómo dormirían?

Yo puedo dormir contigo, tía Samy. – dijo al instante la cariñosa Alicita.

Era el colmo. No sólo no podía traer hombres a casa para montarlos en su cama, sino que ni siquiera podría masturbarse. ¡Una noche sin sexo! ¡Arghhhhh!

Está bien, cariño, dormirás conmigo. – suspiró Samanta, derrotada.

El resto del día lo pasaron bastante bien, menos Alicia. Seguía mustia dándole vueltas al tema del divorcio.

Vamos al río, que vuestra madre necesita reposo. –

¡Bien! ¡Vamos al río con tía Samy! – gritaron a coro los dos niños.

Por eso no quiero ni casarme. ¡Críos, qué horror! – pensó Samanta ante la perspectiva de aguantar toda la tarde a sus sobrinos.

A dos kilómetros de la casa estaba el río. No había nadie aquel día. Ni un hombre con el que coquetear. Samanta estaba desolada. Se había puesto el bikini por si las moscas.

¿No te bañas, tía? –

¡Báñate, anda! El agua está estupenda. –

Es que acabo de comer...Dentro de un rato. –

Era mentira, claro. Pero ¿para qué bañarse si no había ningún hombre mirando? Se sentó en la orilla a leer un libro, pero se cansó enseguida.

Mecachis en mi suerte... Estos críos ¿no se cansan nunca? –

Miró a Alicia. Se parecía mucho a ella. Verla ahí chapoteando le recordó el día en que se desnudó delante de un chico, en el mismo sitio con aproximadamente la misma edad.

<<¿Nunca habías visto una chica desnuda>><<No, ¿Sois diferentes a nosotros?>><<Compruébalo tú mismo>>

El afortunado fue Andrés, un primo segundo por parte de padre que venía antes a menudo a la casa de campo a pasar los fines de semana. Eran críos y parientes, pero eso no impidió que descubrieran el sexo juntos.

<<¿Y eso? ¿Qué es?>><<Es mi rajita. Mete el dedo, anda>>

Su primo le metió el dedo con cara de curioso. A Samanta le encantó en su día la curiosidad y el manoseo con que su primo la obsequió. Por desgracia los pilló la madre de Andrés. Escandalizada agarró a su hijo y delante de Samanta le bajó los pantalones, le agarró el pito y le gritó que nunca, nunca, nunca, jugara con esas cosas. Luego le dio unos azotes en el culo. A Samanta le hizo gracia ver llorar a su primo, hasta que su propia madre le dio un buen repaso a su nalgas con la mano.

Recordar todas esas cosas la había puesto cachonda. Sin casi darse cuenta se empezó a masturbar, pensando en el dedito de su primo hurgándola por dentro.

¿Qué haces tía? –

Abrió los ojos y retiró a toda prisa la mano del bañador. Delante suyo estaba Pedro, con una pelota hinchable. La miraba con curiosidad.

¿Qué miras, cielo? –

Nada...¿Quieres venir a jugar a la pelota? –

Samanta distinguió algo raro en el tono de voz de su sobrino. Parecía que no se había extrañado de verla gimiendo y con las manos "en la masa". Accedió a jugar.

¿Y tu hermana? –

Está allí, intentando coger ranitas. –

A unos veinte metros se oía la vocecita de Alicia pidiendo por favor a las ranas que se dejasen coger.

No creo que pesque ni una. – se burló Pedro.

Ya... Son muy escurridizas. –

Se pusieron a jugar. Samanta se animó un poco. Además de los hombres le gustaba el deporte, y trotar por el agua tras la pelota era un buen ejercicio. Así sus piernas se pondrían más esbeltas... para poder agarrar mejor a los machos. ¡Siempre con el mismo tema en la cabeza!

El caso es que Pedro era un rival temible. A pesar de su edad tenía una fuerza considerable. Lanzaba los pelotazos a tomar por saco y Samanta tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para cogerla.

La verdad, mi sobrino promete tener un cuerpazo. – pensó distraída.

Se fijó en su pecho, aún pelado, en la barba incipiente, y en sus músculos, ya juveniles. La pelota pasó por encima de su cabeza y fue a parar a un par de metros detrás suyo.

¡Qué torpe, tía! Iba directa a ti. –

No tires tan fuerte. – dijo Samanta mientras iba tras el esférico.

Bah, eres una quejica, tita. ¡Podías haberla alcanzado de sobra. –

"Ahora verás, mocoso" pensó Samanta, pero tropezó con una rama sumergida y cayó de bruces en el agua.

¡Ja, ja, ja! ¿No ves que eres una torpe?- se río Pedro mientras acudía corriendo a ayudarla.

No te rías tanto y ayúdame a levantarme. –

Pedro le tendió las manos. Samanta las cogió y se incorporó un poco, lo justo para poder arrojar a su sobrino al agua.

¡Ja, ja! Quien ríe el último, ríe más fuerte, Perico. –

¡Tramposa! Me has pillado por sorpresa. –

Empezaron a perseguirse y a tontear, riendo sin parar. Pedro la agarraba sin ningún pudor para tirarla al agua otra vez, y Samanta se dejaba. Le resultaba muy agradable y morboso dejarse sobar por su sobrino. Le tocaba los pechos y el culo sin ningún complejo. Por fin, harta de reír, les dijo que volvieran a casa.

¿Qué tal el día, nenes? –

¡Muy bien mamá! Mira que de ranas. – chilló Alicia contenta enseñando un bote donde había tres ranas... o lo que quedaba de ellas.

Oye, gracias por cuidármelos, ¿eh? –

¿Pero qué dices? Si me lo he pasado traca con Perico. ¡Hay que ver que mayor está! –

Perico sacó pecho y las hermanas rieron.

Después de cenar se dieron las buenas noches todos. Perico se acostó solo en la cama de Samanta, Samanta y Alicita en la de los abuelos. Alicia insistió en dormir en la cama donde tantas veces se habían acostado ella y su ex.

Había empezado a refrescar al caer la tarde. El aire cargado prometía traer tormenta. Se puso a llover a medianoche y luego empezaron los relámpagos. Samanta estaba despierta. No podía quitarse de la cabeza a Pedro. Mirando la puerta, iluminada ocasionalmente por un rayo, imaginaba que la abriría y vendría a acostarse con ella.

Tengo miedo, tía. –

¿Eh? ¿Estás despierta, bicho? –

¡Sí! Me han despertado los rayos. –

¿Te dan miedo los rayos? –

No... los rayos no. Me da miedo por mamá. Está sola. –

Bueno.... Pues si quieres te acompaño a su habitación y duermes con ella. ¿Vale? –

El pasillo estaba oscuro. La lluvia azotaba los cristales con furia racheada. El suelo estaba frío. Samanta, con la pequeña Alicia agarrada de la mano, llegó al las escaleras que conducían al segundo piso. Pero oyó un crujido detrás y se giró, un poco asustada. No se veía nada. Iba a poner un pie en la escalera, pero un relámpago iluminó el lugar y creyó ver una figura que se escondía tras la esquina del corredor.

¿Qué pasa, tía? –

Nada, cariño. Vamos, sube. –

La puerta de la habitación de Alicia estaba entornada, y se oía una débil respiración. Alicita entró en silencio y se metió junto a su soñadora madre. Luego susurró.

Buenas noches, tita. –

Buenas noches. Que descanséis bien. –

Cerró la puerta y bajó a la primera planta. Esta vez ni oyó ni vio nada raro. Se metió en su cuarto, aunque durante un instante pensó en hacerle una visita nocturna a su sobrino. Sólo para darle un beso en la mejilla y acariciarle un poco el sedoso pelo negro. Sólo para eso... para calmar un poco su sed de hombres.

Curiosamente la cama ni siquiera se había enfriado. Fuera la tormenta remitía. Bostezó y se acostó de lado.

De repente notó algo raro... como si no estuviera sola. No veía prácticamente nada en la oscuridad, pero creía sentir muy cerca unos jadeos. Se quedó quieta y bastante más asustada que antes. Entonces lo sintió. Era algo caliente y grande cerca de sus nalgas. Le rozó el final de la espalda. También estaba húmedo. Comprendió enseguida de qué se trataba.

Se giró sobre sí misma, encarando al invasor y agarró entre las sábanas aquella cosa. Era, por supuesto, el miembro erecto de Pedro. Se había colado en su cuarto y cama aprovechando que había ido arriba con su hermana. Pedro reaccionó un tanto sorprendido. Por lo visto sólo tenía pensado (aún no se masturbaba) dormir cerca de la tía Samy, que le había excitado sobre manera aquella tarde. El que ésta le agarrase por el miembro no entraba en su plan.

Pero...¿qué haces tía S...? –

No pudo terminar la frase. Samanta le tapó la boca con la mano. Luego le indicó con el índice sobre los labios que se estuviese callado. Pedro obedeció. Notaba algo muy raro en la cara de la tía Samanta, algo que sólo había visto antes cuando la descubrió masturbándose y en algunas revistas porno. Claro, que a su edad, todavía no sabía asociar esto con el deseo sexual.

Samanta tiró de las sábanas y las arrojó al suelo. Allí estaba el pene ansiado, listo para la acción. Lo volvió a tomar, ahora sin tanta brusquedad y sin mediar palabra se lo metió en la boca. Pedro flipaba. Su tía se la estaba comiendo. Susurró, sin ningún convencimiento, que no hiciese eso, pero al ver que Samanta paraba y con ella el placer que había empezado a notar, corrigió sus palabras:

Quiero decir que vayas más despacio. –

Tú sólo haz lo que yo te diga. ¿Vale? De momento déjate llevar. –

Y volvió a chuparle la polla. Tenía varios años de práctica en esas lides y no tardó casi ni diez minutos en lograr que su sobrino llegase al orgasmo. Evidentemente Pedro no tenía ni idea de lo placentero que podía ser una felación, así que su excitación juvenil hizo el resto. Sintió algo en la parte baja de su vientre, como si un volcán quisiese estallar y no encontrase la salida, y le hacía cosquillas. Creyó que eran ganas de otra cosa y le dijo a su tía:

¡Que me meo, tía Samy! –

A Samanta esto le hizo mucha gracia. Sabía de sobra lo que iba a pasar. Dejó de chupar y se quitó la camiseta.

No te preocupes. Hazlo encima de mí. –

Pedro se asustó al oír eso. Como todavía no conocía el funcionamiento de su sexo, se imaginó que iba a orinar encima de su tía. De todos modos, no podía llegar al baño sin hacérselo por el pasillo. Dejó de contener lo incontenible y...se corrió

Cuando se recuperó de la agradabilísima sensación, dijo entrecortadamente:

Lo siento tía. –

No te preocupes. No pasa nada. –

Pedro se fijó entonces, forzando la vista en la oscuridad, que lo que chorreaba por los pechos de su tía no era pis, sino algo muy blanco y lechoso, bastante más denso. Se quedó de piedra. Samanta, que se estaba relamiendo y había empezado a recoger el semen con la camiseta, al ver su expresión de asombro le preguntó si era la primera vez que le pasaba esto.

No... Un día hace unos meses me desperté con los calzoncillos manchados de eso. –

Samanta no quiso explicarle entonces lo que era ese líquido. Lo que sí quería era probar otra habilidad de Pedro.

Bueno, yo ya he hecho mi parte. Ahora te toca a ti. –

¿Qué? –

Tienes que chuparme, muy despacio y con mucha suavidad esto. –

Se quitó las braguitas y le puso delante de la cara a su sobrino el coño, mojado por la excitación. Pedro vio los pelos rubios enredados sobre una preciosa y muy cuidada vulva.

Ese es tu coño, ¿no? –

Vaya, esto sí lo sabes. –

He visto muchos en las revistas guarras que escondo bajo la cama. –

Es curioso que sepas lo que es esto y no sepas lo que es una paja. –

¿Cómo dices? –

Da igual. Tienes trabajo que hacer, Yo te iré guiando. Apréndetelo bien, porque cuando seas mayor te será muy útil saber hacer esto bien. –

Pedro no tardó en poner sus labios sobre los de su tía. Empezó besando los muslos y los pliegues. Siguiendo las precisas y casi técnicas indicaciones de Samanta, su boca empezó a rebuscar los rincones recónditos de su sexo. Cuando ya conocía la fisonomía exacta de todo el pubis de Samanta y las reacciones de cada parte, comenzó a improvisar sus propias técnicas, logrando que Samanta no tuviese necesidad de darle más instrucciones.

Muy bien... Mmmm... Así, Pedrito, así mejor....¡Ahhh....! –

Pero Samanta era mucho más exigente que Pedro en lo que a orgasmos se refiere, y le costó algo más de media hora llevarla al orgasmo. Ahora probó los jugos de su tía. Era un sabor inolvidable que se le quedó pegado al paladar hasta el desayuno.

Samanta le dijo a Pedro que no le dijese nada a su madre ni a su hermana, sobre todo si quería repetir la experiencia otra noche. Pedro dudó un momento, pero consideró que la tía Samy sería una buena maestra en el arte del amor y prometió guardar silencio.

Iba a volverse a su cuarto, con un montón de pensamientos enfrentados en la cabeza cuando se cruzó con Alicita.

Mamá está llorando. –

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