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Nouvelle cuisine

en Sadomaso

-¿Estaba buena la rubia?-

-Para chuparse los dedos. Pero para la semana que viene a ver si me como una morena.-

-Me pondré a ello enseguida, Pierre.-

La semana siguiente Jean se la pasó buscando en lo que el llamaba su territorio de caza: las calles del barrio pijo de Paris. Era Febrero, en plena época de rebajas, y cientos de mujeres se arremolinaban en torno a los escaparates de Dior, Versacce y demás casas de prêt a portèr y alta costura.

Recordó mientras se atusaba el bigotito que su hermano las comparó a los ñus de África junto a la orilla de los ríos y lagos.

Y ellos, los hermanos Rochefórt, eran los cocodrilos.

Tanteó a unas cuantas posibles víctimas. Atendiendo a los deseos de Pierre, centró su atención y esfuerzos en las morenas. Pronto sería su cumpleaños y quería darle una sorpresa trayéndole un magnífico ejemplar. Su ideal era María Schneider. Desde que la vio en "El Último Tango en París", se había obsesionado con ella hasta tal punto que se sabía el diálogo de la película de memoria. Claro que él, a diferencia de Brando, no se cagaba en la familia mientras sodomizaba a sus presas. Pero eso era un detalle sin importancia.

Por fin, divisó una que podría ir perfecta al sibaritismo de su hermano. La encontró, curiosamente, en las tiendas de saldillo de una calle secundaria, mientras deambulaba buscando una cafetería para proseguir su búsqueda más tarde.

Durante un rato la siguió. Era curioso ver a una mujer como aquella toqueteando ropa con taras. A primera vista se adivinaba que era de la jet. Jean tenía olfato para eso, y no se dejó engañar por las enromes gafas de sol, el pañuelo y la gabardina gris que la chica llevaba puestos.

-Quizás esté buscando ropa para un regalo.-se dijo, sin perder detalle de como las delicadas manos parecían nadar entre las braguitas de encaje y culottes de seda.

Se acercó para examinarla más de cerca, pero con cuidado de no resultar descarado, ni él ni su erección.

Medía poco más de un metro sesenta, tendría 25 o 26 años, el cabello negro muy rizado hasta los hombros, y la piel ligeramente bronceada. Como único maquillaje llevaba un poco de base y los labios perfilados.

Jean aspiró fuerte cerrando los ojos, como un experto somellieur.

-Eau de Rochas.- certificó, y sólo de pensarlo se le hacía la boca agua.

Por fin, aprovechando un descuido del dependiente, se puso un alfiletero en el brazo se presentó a la mujer, modulando ligeramente su voz y sonriendo:

-Mademoiselle... ¿ha encontrado algo de su gusto?-

...

Una semana más tarde, Pierre se afanaba en la leñera de su casa de campo. Eligió los troncos más secos que pudo, y añadió algunas ramas de laurel para darle un aroma campestre a la carne.

-¡Pierre, hermano querido! ¡Ya estoy aquí!-

En su jeep verde oliva llegaba Jean. Pierre se lavó las manos y salió sonriendo a recibirlo. Pero se llevó una gran decepción al ver que nadie más iba con él.

-Jean, ¿la has cagado? ¿No ibas a traerme la comida?-

-Y te la traigo, hermano. Observa.-

Abrió la puerta y entonces Pierre observó que la cabeza y melenita de una morena preciosa que llevaba la camisa desabrochada dejando ver sus pechos, bajaba y subía sobre el miembro de Jean.

-¡Sacre bleu! Disculpa, no la había visto. Mucho gusto, mademoiselle, soy Pierre. Pierre Rochefórt, a su servicio.-

-Te presento a Mademoiselle Françoise. Saluda, cariño.-

La chica alzó la mirada. Pierre notó que estaba borracha enseguida. La ayudó a bajar y la puso firme. Ella bostezó.

-¿Qué te parece?-

-Enchantè, insisto.-

Y mientras Pierre, siempre muy educado, le besaba la mano como les enseñó su madre, Jean sostenía gentilmente a la ebria mujer por las deliciosas tetitas.-

-Mmmmm... ¿hemos traído comida?- preguntó

-Claro, cheriè. Estoy segura de que te va a encantar.-

Jean la dejó en manos de su hermano y fue a la parte trasera del jeep, de donde tomó una bolsa.

-Voy preparando el festín. Tú enséñale los viñedos. El paseo la despejará un poco, lo suficiente como para que disfrutemos del almuerzo.-

-De acuerdo.-

Los viñedos estaban a unos trescientos metros, en la falda de la colina. También había zarzas de moras. Cogieron algunas, pero Pierre no le dejó comer ninguna.

-Por favoooor, tengo hambre y parecen deliciosas.-

-Son para el postre. si las comes ahora luego la carne no sabrá a lo que tiene que saber.-

-Pero soy tan golosa. ¿Una sólo?-

-Mira, si quieres dulce, yo te daré un poco. Cierra los ojos y abre la boca.-

Sentada entre las zarzas, Françoise esperaba como una niña su golosina. Pierre se quitó el cinturón y se bajó los pantalones. Entre los faldones de la camisa asomaba el pene. Lo acercó hasta meterlo dentro de la apetitosa boca y...

...

-¡Vosotros dos! ¡A comer!

Françoise mamó un rato más hasta que Pierre le eyaculó sobre rostro. Se rió mientras el semen le escurría por las mejillas.

Abajo la mesa estaba puesta, una larga y delgada tabla con un mantel viejo grapado, saturado de cortes y quemaduras, soportada por dos caballetes. Había vino, una jarra de barro llena, y una ensaladera con... ¡evidentemente con ensalada!

-Bon appetit.- dijo Jean no bien los otros estuvieron sentados. -Me temo que el plato principal tardará un rato.-

Françoise ya estaba comiendo lechuga y tomate a dos carrillos, pero apartaba el queso fresco. Pierre la reprendió por ello. En cuanto acabaron, Jean tomó la jarra y escanció vino hasta llenar los dos vasos de sus comensales.

-¡Y ahora...brindemos por nuestro manjar!-

Apuraron el contenido de un trago, y a la chica no le dio tiempo a recapacitar sobre a qué manjar se refería su anfitrión. Un golpe en la cabeza la dejó inconsciente.

...

Despertó completamente dolorida. Sentía una agonía terrible, un dolor indescriptible. Asustada, se preguntó la causa, y entonces se percató de algo terrible: estaba empalada por un largo espetón de hierro negro. Notaba el contacto del metal en su ano, lo notaba como había perforado sus tripas sorteando los órganos vitales, y notaba que le salía por la garganta. Ambos extremos pendían de dos soportes, y al verlos reconoció el macabro lugar como un asador enorme.

Intento doblarse, pero le fue no sólo imposible, sino también muy doloroso. Colgaba del espetón hacia abajo, y su mirada apenas podía abarcar más allá de la manilla para dar vueltas al asado. Las cúspides de las montañas cercanas, recortándose al revés, parecían colmillos hendiendo la carne del cielo azul. Espantosos temblores la recorrieron de la cabeza a los pies. Sus manos y sus pies estaban ligados a la barra. Imposible, del todo imposible escapar.

-¿Alló? ¿Preparada para el festín?-le dijo Pierre, apareciendo con un cubo y una brocha.

Sus recuerdos construyeron una rápida y segura carretera desde que conoció a aquel chico en la tienda de saldillo hasta que se emborrachó con él después de una noche de sexo bestial. Lo último que recordaba era que la había invitado a ir a su casa de campo.

"Oh, mon dieu. ¡Van a asarme viva!", pensó, y esa idea ya no la abandonó.

Pierre metió la brocha en el cubo. Era aceite. Lo pasó por toda la piel de Françoise, provocándole una agradable sensación que, por contraste, agudizaba el dolor de su empalamiento. Puso especial cuidado en los pezones, labios vaginales y pies. En estos últimos dio una cuantas pasadas hasta provocar unas horribles cosquillas que convulsionaron todo el cuerpo.

-¡Jean, ya está lista!-

Pierre se fue a lavar las manos. Jean apareció con unos cuantos periódicos viejos. Los prendió con su mechero plateado y los colocó debajo del asador, donde había apilado la leña y el laurel. Françoise enseguida empezó a notar el fuego bajo ella, quemando su espalda. La sensación de dolor crecía exponencialmente, luchando por ocupar el lugar del suplicio perforante. Pronto empezaron a formarse ampollas en la delicada piel. Fraçoise empezó a llorar, desconsolada.

Jean lo observó y le dio la vuelta al asador lentamente. El dolor se intensificó hasta que la chica quedó boca abajo. Vio el fuego espantada. Sus pechos pronto empezaron a gotear sudor, pero durante un escaso tiempo antes de que Fraçoise identificara el rico tufillo con una realidad abyecta:

"¡Me estoy cocinando!"

El cuchillo se clavo en su costado y...

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