¿Qué ocurre? ¿Qué hace toda esa gente agolpada frente a la puerta de ese garito nauseabundo? ¿Será un nuevo pub grunge? ¿Será el ambiente de moda? ¡Pues no! Aunque te estrujaras la mollera hasta el límite del retorcimiento, no sabrías qué es este sitio.
Se trata del Copro Club, un antro donde la elite de los pervertidos se encuentra en su salsa. Está dedicado por entero a los excrementos y demás poluciones del ser humano, es decir, que sus socios son coprófagos, urófilos y amantes de enemas y pedorretas.
- ¡Bienvenidos una noche más a su local favorito, el siempre original Copro
Club! -
El gerente, como un presentador circense, acompaña toda la velada a los asistentes, informándolos sobre los diferentes números.
Algún despistado todavía pregunta: ¿Dónde está el baño? No se ha enterado aún de
que en este club todo el mundo mea y defeca en presencia de los demás, en una
tarima preparada al efecto. Incluso hay peleas para ver quien caga primero,
aunque casi siempre los caballeros ceden este privilegio a las damas. ¡Son tan
delicadas sus deposiciones, que más de uno se queda hipnotizado al aspirar su
aroma!
Según van entrando, los socios se desnudan por completo para facilitar las
deposiciones. Algunos, no obstante, prefieren quedarse con algo de ropa encima.
Son los más sibaritas, pues lo hacen así para mancharse con su propia caca y
orina, para hacerse sus necesidades encima.
Luego está el buffet libre: jarras inagotables de agua y otros líquidos que
favorezcan la mingitación; y alimentos diuréticos, principalmente apetitosas
fabadas. Los pedos y la diarrea son especialmente valorados en este extraño
club. De postre, supositorios de mil colores y lavativas. Incluso hay un museo
permanente de peras, catéteres y bolsas para enemas.
Cuando todo el mundo ya ha entrado en calor y un tufillo casi palpable invade las fosas nasales, el gerente anuncia el primer espectáculo:
Para nuestro primer número contamos con la presencia de los hermanos rusos Pedkova. ¡Recibámoslos con un fuerte eructo!
En medio del escenario aparecen dos alfeñiques de metro y medio de alto,
delgados como lubinas. Saludan al respetable, agradeciendo las gases, fruto del
meteorismo o la aerofagia, que sueltan los más atrevidos. Llevan unos pantalones
muy curiosos: sin bragueta ni parte posterior, por lo que quedan expuestos
completamente el pene y el ano. Ni un sólo pelo cubre sus cuerpos, ni siquiera
en las cejas. Sólo Uiskov, el menor de los hermanos, luce un fino bigote.
Estos hermanos son verdaderos artistas. Primero, tras unos minutos de beber vodka aguado sin parar ni para respirar, hacen fuerza para orinar cuanto antes. Cuando ambos están preparados, mean al mismo tiempo en dos copas puestas en el suelo y luego brindan con ellas. Uno se bebe lo del otro, sin dejar ni una gota en los recipientes.
Después de hacer unas gárgaras con el último sorbo, siempre escupen un poco, sobre ellos mismos o sobre el público, que agradece el detalle con grandes aplausos. Todos abren la boca para ser rociados con la lluvia dorada mezclada con la saliva de los bizarros hermanos.
Cuando consigue poner un poco de orden entre la excitada masa de espectadores, el gerente da paso a la siguiente actuación.
- Y ahora, con todos ustedes, nuestra perrita, conocida por todos...: ¡Mara!
Mara es una chica completamente normal, sin perversiones. Por eso da más morbo
verla actuar. Está inmovilizada por una correa y un sugerente top de cuero
ajustadísimo que aplaca los instintos fetichistas de buena parte del local, al
igual que unas altas botas del mismo color y material.
A duras penas traga toda la bebida que le obligan a beber. Luego le hacen comer un kilo entero de una pasta repugnante destinada a saturar y conmover sus intestinos. Luego la pasean por el escenario, para facilitar la digestión. No deja de llorar y gemir. El público se mofa de ella y la escupe. Piden a gritos que le apliquen una lavativa. Pero no es necesario...
El puré laxante que le han dado tarda un tiempo en hacer efecto, pero al primer retortijon el público comprende que merece la pena la espera. Mara se convulsiona intentando aguantar la descomposición y suplica piedad. Los rugidos de su estómago se hacen audibles. Entonces el gerente le mete un supositorio de glicerina y.... ¡plaff!
Mara no puede más y lo suelta todo. Por su agujero negro sale un riachuelo denso y viscoso de color marrón oscuro, acompañado de una traca de ventosidades líquidas. Una fiambrera detrás recorre el apestoso mejunje, mientras que por delante comienza la mayor parte de las veces a chorrear pis. Si esto no ocurre, el gerente moja los labios vaginales de la chica con agua fría, método infalible y cruel que la obliga a miccionar delante de la gente. Mara se muere de vereguenza. Los gorilas del local intentan detener a los y las salidas que desean ser bañados por la lluvia dorada de Mara. Pocas veces evitan que uno o dos espontáneos se salgan con la suya y se tumben ante la tímida chica para recibir su néctar.
- Y ahora el concurso de pedos.- clama el gerente para atraer la atención de los
socios mientras un encargado arrastra a la humillada muchacha a su habitación.
Un montón de culos malolientes y rugidores rodea a un valiente concursante que, con los ojos vendados, debe reconocer la persona a la que pertenece cada pedo. Si además acierta que ha comido, recibe un suculento trozo de la mierda de Mara, manjar preciadísimo entre los asistentes, tanto que se le llama caviar.
En cambio, si no acierta nada, el castigo es hacer un beso negro sucísimo a cada culo que falle. Hay gente que, después de errar un par de veces se desmaya por las arcadas o por el extasis.
Con ésta y otras tantas actuaciones de espontáneos, que organizan frecuentes
guerras de mierda y ponen las paredes como salpicaderos de lentejas, cierra una
vez más sus puertas el Copro Club. Un lugar donde el glamour es de color caqui y
no rosa.