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Homo acabatus

en Dominación

Es hora de dormir. ¿O no?

-¡Ring, ring!-

¡QUIÉN COÑO ES EL HIJO DE LA GRAN PUTA QUE ME LLAMA A ESTAS HORAS! ¡Y POR QUÉ SOY TAN JILIPOLLAS QUE NO HE DESCONECTADO EL TELÉFONO!

Ouch... Hay una razón para eso. Ella te lo ordenó expresamente:

-Deseo que tengas el teléfono móvil siempre encendido, listo para que te llame. A cualquier hora del día. Es lo que querías, ¿no? Por si no lo recuerdas, te refrescaré la memoria: 24 horas al día, 7 días a la semana, es decir, todo el tiempo a mi entera disposición.-

Está bien. Es el primer día, es natural que no te hayas acostumbrado a la situación. Además el viaje ha sido agotador, y es normal que se te haya olvidado. Por otra parte, si hubieras apagado el celular, ella seguro que habría llamado al teléfono de casa... ¡y eso hubiera sido infinitamente peor, porque no dudas que te habría ordenado ladrar como un perro como castigo delante de tu familia!

-Diana-

La pantalla de cristal líquido confirma tus sospechas. Sientes un escalofrío, y la excitación empieza a adueñarse de ti. ¡Si hace apenas seis horas que nos despedimos en la estación de autobuses! O mejor, y para ser sinceros, ¿cómo has podido seguir respirando sin estar cerca de ella durante esa eternidad?

El amor es un extraño verdugo. Nunca termina de matarnos, pero a cada segundo nos hace padecer tal agonía que deseamos el fin de toda sensación, incapaces de asimilarlo.

-¿Sí?-susurras, volviendo a recostarte.

Su voz invade la oscuridad de la habitación, llenando sus oquedades con siluetas de su presencia, casi tangibles. Te acaricia con su acento al tiempo que te golpea con su firmeza.

-Hola, niño. ¿Qué estás haciendo?-

-Iba a acostarme.-

-¿Tan pronto? Sólo son las 11.-

-Mañana trabajo temprano. Pero si quieres que haga algo, por favor, te suplico que me lo pidas.-

-Pues mira... Sí, creo que sí te voy a pedir algo.-

-Adelante.-

Escucho atentamente sus instrucciones. Ni por un instante se me pasa por la cabeza el fingir que las cumplo. Aparte de que con toda certeza se daría cuenta, el simple hecho de obedecerla me pone cachondo. Así que...

Cojo la mochila y saco de ella el preciadísimo presente que me regaló. Merece la pena recordar cómo me hice merecedor de él:

Fue anteayer. Viernes, por la noche, un poco antes de las doce. El aire nocturno era extrañamente frío. El día había sido nublado, como los que le gustaban a ella. Por momentos parecía que la fragancia del mar se intensificaba, tal y como suele pasar por las noches en la costa.

Ella iba por delante, andando por el paseo marítimo. Estaba preciosa. Cada vez que se volvía para ver si la seguía, sonreía al verme allí, y me daba un vuelco el corazón.

-Voy a la arena. Quiero andar descalza por la orilla.-

Me apresuré hasta situarme junto a ella. Se había quitado los zapatos, y ahora iba a hacer lo propio con las medias. No me pegaban para la época del año, pero... la extravagancia es bastante propia de Diana. Asistí, mudo por el éxtasis que me provocaba cada uno de sus pequeños gestos eróticos, al espectáculo.

-Quédate aquí y cuídalos.-

-Vale, como quieras.-

Corrió hasta la orilla riendo, saltó sobre las pequeñas dunas, y le costó decidir si pisaba un castillo abandonado hasta reducirlo a informes escombros de arena mojada. Me miró, fue clemente y pasó de largo, dejando, por fin, que una traviesa ola bañara de fresca tibieza sus delicados pies.

-¡Ay, que está fría, coño!-

-¡Ja,ja,ja!- no pude evitar reírme por su expresión espontánea de disgusto.

Regresó junto a mi con el ceño fruncido y las manos en las caderas. Me gustaba esa pose desafiante. Me atreví a silbarla.

-Idiota... Pensaba hacerte un regalo por haber sido bueno hoy, pero creo que no te lo has ganado.-

Salté del paseo a la arena y la abracé, aunque me daba la espalda. En un primer momento echó la cara hacia un lado, pero enseguida, en cuanto le pedí perdón, volvió a sonreír y se giró para mirarme a los ojos.

Yo apretaba con el puño una de sus medias. La vio, la tomó y:

-¿Quieres esto?-

La pasó por detrás de mi cuello y tiró hacia sí, poniendo de nuevo sus jugosos labios a mi alcance.

-Sí.-

...

-¿La tienes ya?-

-Ajá. ¿Qué hago con ello...?-

-Quiero que te ates los huevos con ella.-

¡Oh, oh! ¿Qué me estaba pidiendo? Era un poco...bizarro. Bueno, no es que yo sea ajeno, ni siquiera crítico con estas cosas, pero... En fin, que me pilló muy de sorpresa. Pero enseguida pensé que sería una prueba interesante de mi sometimiento a ella. ¿Realmente la sentía como mi reina, como mi diosa? Si así era, y al menos hasta hoy me había jactado de ello, obedecería sin rechistar.

Tomé la prenda y la acerqué, morboso, a mi nariz. Aspiré, y aunque no sé si llegué a percibir algo de su olor, mi excitación aumentó.

-Lo haré. Un minuto, por favor.-

-Llámame cuando lo hagas.-

Colgó. Respiré. Profundamente. Retiré la sábana y contemplé el creciente bulto en mi boxer. Me lo bajé hasta las rodillas y el guerrero del yelmo colorado se alzó en todo su esplendor.

-Lo siento, amigo. La jefa lo manda.-

Y pasé la prenda por debajo de los testículos. Al rozar con el glande, me obligó del gustillo a apretar los músculos. Hice un nudo y empecé a tirar de los extremos. Suavemente, la licra color carne fue cubriendo y apretando mis compañones. Pero no lo hice demasiado bien y tuve que aflojar para, aún más lentamente que antes, tirar hasta conseguir que ambas bolas estuviesen constreñidas por la media. Pensando en la cara que ella pondría si me viese el órgano así, me dio un leve ataque de risa, y se me ocurrió hacerle un lazo. Cuando terminé, marqué el número de Diana.

-Has tardado mucho.-

-Lo siento, no me salía bien.-

-Bien, ¿y qué tal?

-Me he puesto un lazo.-

-Jooooder... Qué hortera. ¿Te hace daño?-

-Mmmm... No, creo que no.-

-Pues aprieta más el nudo.-

Preferí no pensar en las oscuras motivaciones de esa orden, y procedí a cumplirla. Notando ya cierta incomodidad, volví a coger el teléfono.

-Ya.-

-Bien. Ahora supongo que te gustaría hacerte una pajita, ¿no?-

-Pues... -

-¿Sí?-

-Sí, estoy empalmado.-

-Qué cerdo... ¡Haz el cerdo, que lo haces muy bien!-

-Pero Diana, estoy en mi casa, en mi cuarto, no puedo...-

-...-

-¿Diana...?-

Está bien. Procurando amortiguar el sonido con la almohada, hago mi imitación de un cochinillo.

-¡Oiiiiink! ¡Grunt! ¡Oiiiiiink...!-

-¡Ja,ja,ja! ¡Muy bien! ¡Otra vez!-

-¡Oiiiink!-

Y es el gruñido y hacer de tripas corazón todo uno.

-¡Jajajaja!-

-Joe, cómo eres. Me pides unas cosas que...-

-Sssshhh, cállate. Bueno, aunque sin duda no te lo mereces, te daré un poquito de gusto.-

-...-

-¿No me das las gracias?-

-Eh... Perdona. ¡Gracias!-

-Aaaah... Voy a tener que aplicarme en serio contigo. Aún tienes mucho que aprender para...-

-¿Para qué?-

-¿Quieres meneártela ya?-

-¡Joder, claro que quiero!-

-Tsk, tsk. Seguro que tienes las pelotas hinchadísimas.-

Tiene toda la razón. No lo había pensado cuando lo hacía, pero el puto lazo de la media impide que el nudo se afloje. Si no descargo pronto me van a estallar, en serio. Creo que... es el momento de rebajarse a la súplica.

-Por favor, déjame masturbarme.-

-¡Guarro! De eso nada. Te dejo que te toques los pezones mientras hablamos, pero nada más. ¿ENTENDIDO?-

-Por favor, me duelen bastante.-

-No. Haz lo que te digo y punto.-

Así, durante diez minutos más, jalonados de ruegos cada vez más cercanos a la desesperación del paroxismo, me tiene a su perversa merced, poniéndome caliente con su sensual tono de voz, pero sin permitirme un acceso directo que alivie la fuente de mis dolores. Y el masajearme los pezones con las yemas de los dedos pronto se convierte en un tormento añadido, porque no deja que la excitación descienda.

-¿Cómo tienes esas tetitas, cariño?-

-Mazo de duros. Ya casi no sienten nada.-

-Pues pellízcatelos, o retuércetelos.-

Como un autómata, sigo sus indicaciones, acorralando en mi mente la esperanza de que me de de improviso la orden de pajearme frenéticamente.

-Porfa...-

-Ya suplicas como una nena. ¡Ja,ja,ja! Venga, está bien...-

-¿Ya puedo?-

-Sí, ya puedes parar y echarte a dormir, que estoy cansada.-

-¡¿Q...qué?!-

-Lo que has oído. Quítate esa media de la polla, que seguro que te queda ridícula, deséame buenas noches y duérmete como un niño bueno.-

-Pero, Diana, por lo que más quieras, que estoy que reviento.-

-Oye, si voy a tener que repetirte las cosas siempre, me voy a quedar sopa antes de tiempo de puro aburrimiento. Anda, buenas noches.-

Sin poder creérmelo, con las lágrimas a punto de saltárseme, me veo humillado contestando:

-Buenas noches, princesa.-

¡Cuán bajo he caído! Cuelga y durante un minuto me quedo embobado mirando la pantalla del móvil. Luego, ya convertido en un despojo a punto de derrumbarse, me recuesto por completo, quito la media de su lugar y la arrojo lejos, al rincón más siniestro de la habitación. Me agarro el pene con una mano. Está temblando de arriba abajo. ¿Qué hacer? ¿QUÉ HACER? No quiero desobedecerla, pero, ¡por el gran Príapo que necesito soltar la leche que me está quemando los testículos.

Y de pronto, ¡sí, la llamada salvadora!

-¡Ring!-

¡Era sólo una broma! La adoro, amo a mi Diana. Ahora me pondrá a cien en un segundo y podré eyacular en su honor.

-¿Sí?-

-Se me olvidaba. ¡Cómo se te ocurra masturbarte, la próxima vez que nos veamos, te pondré un cinturón de castidad y me buscaré un novio capaz de complacerme!-

Pi...pi...pi

¡SOCORROOOOOO!

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