miprimita.com

HoHoHo ¿Feliz Navidad?

en Dominación

HoHoHo

¡Es Papa Noel, es Papa Noel! ¡Hola, Papa Noel!

Así decías cuando eras pequeña y paseando con tus padres por las calles principales de la ciudad, os cruzabais con uno de esos farsarios disfrazados de Santa Claus. Te encantaba, mucho más que los Reyes Magnos. Santa era gordito, abrazable, y tenía renos. Adorables renos.

Pero ahora... Santa Claus es el más horrible ser que vive en tu mundo. Sí, es real, y ójala no lo fuera.

-¿Estás despierta?- le oyes decir, desde la oscuridad absoluta de tu encierro. Está allí, al otro lado de la puerta de hierro, escudriñándote desde la mirilla con forma de corazón.

-¡Mmmppfff!-quieres gritarle "¡Cerdo bastardo!", pero esos gañidos es lo único que escapa de tu mordaza. Divertido, le oyes reír. Luego se alejan sus pesados pasos por el pasillo. Pronto volverá. Tienes que pensar algo para escapar. Pero primero, ¿cómo has llegado aquí?

-La Navidad es un fraude. No quiero ser feliz sólo porque a la gente la engañen para que compre más y encima sonría. Ni hablar.- dijiste.

-Venga, la Navidad es guay. Chicas disfrazadas de Mama Claus, lamiendo bastones de caramelos, lascivas... Al menos es sexy, ¿no?- te contestó un amigo algo salido.

-Jajajaja, sí, claro.- y haciendo que cabalgabas sobre uno de esos bastones gritaste -¡Oh sí, Santa, Santa, tómame, monta a esta rena viciosa, dame tu leche con galletas, oh sí!-

Y te oyó. ¡Vaya si te oyó! El bueno de Santa te tenía en su lista de niñas malas, y ¡mala suerte! Justo pasaba por encima para comprobar si no era una errata cuando gritabas. Así que agarró el trozo de carbón y lo lanzó con precisión desde su trineo.

Caíste inconsciente.

Despertaste exaltada. Tus primeras bocanadas de aire fueron gelidas, el vaho se cristalizaba nada más salir de tus pulmones. Hacía frío, mucho frío. Te incorporaste sobre una superficie poco firme, que parecían sacos. ¿Sacos? Miraste bien, a la mortecina luz de un candil, y viste que efectivamente, la sala estaba llena de sacos. Abriste el que tenías debajo de ti y viste cajas envueltas de regalos. Cajas de varios colores, estampadas, con lazos enormes. Abriste una al azar. Estaba extrañamente vacía. Abriste otra. Igual, vacía. Abriste unas cuantas más con idéntico resultado. Y el frío parecía aumentar por momentos, así que arrebujándote en el abrigo, dejaste aquel extraño y vacuo montón de sacos y te dirigiste a la salida.

Había un pasillo oscuro y una escalera de caracol. Elegiste la escalera, temiendo lo que pudiera haber en las sombras. Además, de arriba llegaba algo de calor, y luz. Y una voz tediosa pero amable leyendo algo. Con cautela subiste los escalones, uno a uno, la voz seguía imperturbable: estaba enumerando nombres. por fin llegaste al piso superior. Era una sala grande, con una hoguera, y las paredes llenas de calcetines. Junto a la hoguera había una mecedora, y por encima de ella se veía una cabellera cana. La voz era la suya. Rodeando la mecedora, un largo pergamino serpenteaba por el suelo hasta llegar a la escalera de caracol, y se perdía por los escalones de arriba. Lo cogiste y lo miraste: nombres de personas. ¡De personas muertas! (Es broma, pero ¿a que te has asustado?) Dejaste el pergamino en el suelo y diste unos pasos de puntillas hacia la mecedora.

Algo se movió en el reposabrazos. De pronto una cabeza muy grande sobre un cuerpo muy pequeño, con un sombrero puntiagudo de color verde obre ella que era casi tan grande como la cabeza y el cuerpo, te miraron. ¡Un elfo! Sonrió y se giró hacia quienquiera que estuviese sentado en la mecedora, y cuando lo hizo, dejaste de verlo.

-...Y Amparo-dijo la voz. Era tu nombre, pero no te gustó oírlo.- Acércate.-añadió.

-¿Por qué las cajas están vacías?-

Lo preguntaste porque no encontrabas nada mejor para decir. La cabellera cana se giró y le viste el rostro: un anciano con gafitas y expresión enfadada.

-¿Vacías? ¿Vacías? Sí, sin duda eres una niña mala, Amparo. ¡Cogedla, elfos!-gritó

Y como por arte de magia un montón de elfos como el que acababas de ver en el reposabrazos de la mecedora aparecieron en la habitación, o quizás estaban antes y no los habías visto. Pero sonreían malévolos. Se echaron sobre ti a la vez. Su contacto era extraño, parecían hechos de papel. Horrorizada viste como sus cuerpos se doblaban siniestramente y aunque te resulta difícil explicarlo, supusiste que sólo tenían dos dimensiones. ¡Te estaba atacando un ejército de ilustraciones, como los naipes de Alicia en el país de las Maravillas!

Comenzaste a gritar, pero no podías moverte. Tres de los elfos te tenían inmovilizada, agarrando tus brazos y una de tus piernas. Con la otra dabas puntapies, pero no les hacía daño. El viejo se levantó. Estaba desnudo, excepto por unas botas de peluche blanco. Su pene rosado comenzaba a estar erecto. Ordenó, implacable:

-Desnudadla.-

Y los duendes te arrancaron el abrigo, el jersey de punto, los pantalones, la camiseta, el sostén las bragas y las botas. Sus manos de papel se adherían en ángulos descabellados a tus pechos, brazos y muslos. Un par de ellos se metieron dentro de las botas, dejando sólo sus cabezas fuera. Saltaban para devolverte los puntapies que les diste antes. Todos reían alocadamente.

El viejo cogió el espumillón de donde colgaban los calcetines y tiró de él. Los calcetines cayeron uno por uno mientras se iba formando un rollo plateado. Cuando consideró que era bastante, se acercó a ti y lo pasó por todo tu cuerpo, atándote desde los tobillos a las muñecas. No paraste de chillar pidiendo ayuda, y cansado de escucharte, el viejo, a quien ya no podías identificar con otro que con Santa Claus, te metió una bola roja con purpurina en la boca, uno de los adornos de los abetos navideños que había en las esquinas del cuarto.

-Bien, llevadla abajo. Voy a por un par de juguetes. No, no me des las gracias- añadió con sorna.- Aunque eres una niña mala, haré una excepción. Ah: Bienvenida la Polo Norte.-

Los elfos te echaron al suelo y tiraron de ti hacia la escalera de caracol. Uno iba montado sobre tu estómago y poniendo sus manos sobre tus pechos hacía que conducía. Bajasteis los escalones con cuidado (al menos no te rompiste nada) y te metieron en la primera habitación del pasillo tenebroso.

Allí estás ahora, esperando. Has intentado zafarte del espumillón, pero no has podido. También has llorado, y el frío ha cristalizado tus lágrimas sobre tus mejillas. Ahora tienes dos riachuelos gélidos pegados a los carrillos.

Un ruido te sobresalta. Es una tos húmeda, de las que tienen flema. Ese asqueroso, seguro, que viene ya a por ti. Pero además de sus pisadas oyes algo más. Otras pisadas más agudas, ligeras, como pequeños cascos y un cascabel. ¿Qué será? Enseguida, cuando Santa abre la puerta de tu celda, y entra acompañado de un reno lo averiguas.

-¿Mmmpffff?-gimes.

-Sí, es Rudolf.- dice Santa Claus. El reno te mira fijamente, sin parpadear. Te asusta lo que lees en sus ojos negros y sin pupilas.

Tras asegurar la brida de su mascota a una vieja cinta transportadora rota, Santa enciende unos candiles. Estás en una habitación de deshechos. Todo el suelo está lleno de juguetes rotos o defectuosos. Muñecas a las que le falta un ojo, coches con la carrocería abollada, consolas sin carcasa, en fin, el infierno. Y el diablo, cruiosamente, no va vestido de rojo, porque está en pelota picada delante tuyo. No te extraña que tenga los bronquios hechos polvo, si va así por este lugar helado. Pero desde luego ahora mismo no le tienes ninguna lástima. ¿Qué irá a hacer contigo?

Te levanta en brazos del suelo y te deja sobre la vieja cinta transportadora. Tiritas como única respuesta. Estás helada, apenas si puedes moverte por el frío. Va a aprovecharse de eso. Pone sus manos sobre ti y sientes calor, pero te da asco. Gimes.

-Bien, bien, bien. ¿Cómo era? Ah, algo así como "monta a esta rena viciosa" y "dame tu leche con galletas". Y todo ello sobre, ¿uno de estos?-

Te enseña un enorme bastón de caramelo, aún envuelto en su plástico. Pero pronto lo quita y los hace pasar entre tus piernas. No uqieres que te excite, pero lo está consiguiendo, incluso a pesar del frío. El largo palo rojo y blanco abre tus labios y hace que tu humedad se adhiera a él. Santa lo retira y lo lame.

-Mmmmm... mejor que la leche con galletas.-

Vuelve a pasarlo, una y otra vez, y gimes, humillada. Está calentando una parte de tu cuerpo de un modo insospechado. La superficie del caramelo, por la humedad, se vuelve pegajosa y ya no resbala por tus muslos, así que Santa Claus decide otra cosa.

-Bien, rena viciosa, te daré lo que querías.-dice Santa, y se acerca a Rudolf. Coge su brida y tira de él. Rudolf está ansioso. ¡Oh, no, acabas de ver su monstruoso falo! Te retuerces, intentando escapar, pero Santa te detiene.

-¿No, no es lo que querías?-

Rudolf ya ha subido sus patas delanteras a la cinta, y su cola apunta directamente a tu coño. Santa está al lado de tu cara, con la brida en la mano.

-Dime ahora, ¿te gusta la Navidad?-

Gritas, mirando con los ojos como platos al coloso de Rudolf acercándose. Santa Claus espera una respuesta y te lo hace saber tocándote con el garrote de caramelo.

-Contesta, ¿te gusta la Navidad?-

Ya casi notas el calor de su sexo animal en tu entrepierna. El aliento de Rudolf te revuelve el pelo. Vuelves a gritar, pero la bola de adorno no deja salir apenas unos gañidos de tu boca.

Una vez más, Santqa te pregunta, muy serio y tirando de la brida hacia si:

-Amparo, ¿te gusta la Navidad?-

Y esta vez gritas con todas tus fuerzas que sí, que te gusta la Navidad. La bola cae y llena el eco de tu voz todos los rincones, un instante antes que tus sollozos.

-Así me gusta. ¡Elfos!-

Santa tira de Rudolf, apartándolo de ti. el reno gruñe, pero obedece, y se calma en cuanto su amo le da el bastón de caramelo aderezado con tu esencia. Los elfos aparecen por la puerta riendose. Traen un saco grande, como los que estaban llenos de cajas de regalo vacías cuando despertaste en este lugar. Santa se está poniendo su ropa habitual, los pantalones y la zamarra, ajeno a ti. Un cuco suena en alguna parte, marcando las once y cincuenta y nueve minutos. Te echan encima el saco y se hace la oscuridad. Oyes a Santa dar ordenes a sus elfos:

-¡Deprisa, deprisa! ¡Ya es Navidad!-

Sientes cómo cargan contigo y te llevan a alguna parte. Un rto después notas como si os deslizarais por la nieve. Y cuando menos te lo esperas, sientes que caes al vacío a toda velocidad mientras un "HoHoHo" te despide desde las alturas. Gritas hasta que impactas contra el suelo.

-¿Amparo? ¿Amparo, estás bien?-

Abres los ojos. Tu amigo está allí, y junto a él un corro de gente, todos mirándote. Estás de nuevo en la ciudad. ¡Gracias al cielo! Te abrazas a tu amigo, quien extrañadísimo te pregunta qué ocurre.

-Nada, simplemente que es Navidad. ¡Feliz Navidad!-

Mas de Porky

La chacha y el mayordomo

Manual básico de Mitología sexual 4

El edificio. De la azotea al 6º

Podría haber sido peor

Cita a ciegas en el urinario

El terror de las ETTs

Secuestro equivocado

Formicare

Nekylla por unas bragas

Dínime

Gatita Sucia

Voluntades torcidas

Toni Canelloni: El Viaje (3: ¡Besos húmedos!)

La Consulta del Dr. Amor

Fritz, mascota sexual de peluche

Tres cuentos fetichistas

Las vacaciones de Toni Canelloni (2: ¡Contacto!)

Homo acabatus

El Calentón

3 Deseos

Dragones y mazmorras

Nouvelle cuisine

Anestesia

Más allá del amor... más allá

Copos de lujuria

Fausto

Un cuento para Macarena

Las vacaciones de Toni Canelloni: el viaje

Loca carta de amor

Descocados en el Metoporelano

Tempus fugit sed non celeriter

La última vez

Oda a un cuerpo bien torneado

Toni Canelloni la pifia de nuevo

Un regalo compartido

Toni Canelloni deshojando la margarita

Toni Canelloni se va de excursión

Maoi

Sacerdotisas del dolor: Camino

La Sociedad del Guante de Acero

Senda sinuosa (II: Pornywood)

Hechizo de amor (II)

Sacerdotisas del dolor: Marina

Yo, la diosa

Super Mario en peligro

Un día de suerte para Toni Canelloni

Nuevas aventuras de Toni Canelloni

Nueva vida para Tita Samy

Copro Club

Senda sinuosa (I: las de Majadahonda)

El delirio sale del armario

Hechizo de amor

Hackers del amor y el sexo

Cadena Sex, 69 FM

Román y Romina: historia de una mariposa

Duples en Carnaval

Recuperando el tiempo perdido

Calientapollas cateta

Viejas glorias

Crónicas de aquella orgía

Sacerdotisas del dolor: Lorena

Alien: el octavo pajillero

Lo necesito, lo necesito, ¡LO NECESITO!

Consejos sobre literatura erótica

Tita Samy

Los cuernos del rey

Bajo el yugo de la gorda

Lujuria en la portería

Velada con la violinista

Aventuras de Toni Caneloni

Oda de las amigas - amantes

La Mano Misteriosa