Oigo a mi marido llegar. ¡Le daré una sorpresa, jijiji! Me voy a esconder en el armario, sólo con el camisón puesto. Y cuando esté echado sobre la cama...
-¿Ángela? ... Parece que no está; pasa, cariño.-dijo el marido.
-No sé... me da un poco de apuro. En tu casa, tuya y de tu mujer. -respondió una dulce voz femenina.-
-Anda, no seas tímida. Ya has estado antes. -
-Pero no así. Quiero decir, que siempre he venido cuando estaba Ángela.-
-Bueno, pues ahora no está, ni falta que nos hace. Aunque... sí quiero que me digas unas cuantas cosas sobre ella.-
-¿Sobre Ángela?-
-Sí, eres su mejor amiga, ¿no? Supongo que sabrás sus secretos.
-No, apenas me...-
-Tsk, tsk... Anda quítate la ropa.-
Por la rendija entre las puertas, Ángela vio que Emilio entraba en la alcoba y se quitaba la corbata. Echó una mirada en su dirección con el ceño fruncido, y Marta, asustada se recogió en el armario. No, no se la veía.
-¿Así está bien?-
-No. Toda la ropa.-
-¿Los zapatos también?-
-No creo que vayas a coger frío. Venga, de prisa.-
La preciosa espalda de una chica joven y rubia, que Ángela por fin pudo identificar como la de Silvia, ocupó buena parte de su ángulo de visión. El pelo largo le caía como seda hasta los omoplatos. El trasero era esférico, y algo sonrosado. Ángela se mordió los labios, reconociendo que tenía un perfil envidiable.
Emilio se había quitado la camisa, e iba a hacer lo propio con los pantalones, pero se detuvo. Se acercó a Silvia, la tomó la cabeza y la besó. Miraba entretanto insistentemente al armario, y Ángela creyó sentir en su piel los duros ojos de su marido.
-Besas mejor que ella.-
-...-
-Ponte a cuatro patas sobre la cama. -
-¿Qué?-
-Me apetece tomarte por detrás. Venga, que estoy muy cachondo...-
-Pero... ¿por qué no como siempre, tú encima y yo debajo?-
-Que quisquillosa eres. Ángela se deja montar a lo perro sin tanta pega.-
La interfecta ahogó una risa. Nunca lo habían hecho así. Pero a Silvia pareció convencerle el argumento comparativo, y tímidamente se puso a gatas en la cama de matrimonio.
-A ver ese culito tan mono. Échate hacia atrás... Ahí.- indicó Emilio a su amante, y cuando la tuvo al alcance, le dio un fuerte azote en una de las nalgas. Sivia gimió y lo miró, pero se sintió acobardada por la petrea expresión de la cara de él, que le ordenaba sin palabras "quieta y callada".
Desabrochó el cinto y bajó un poco los pantalones, pero ni siquiera tuvo la decencia de quitárselos, sino que en cuanto su enorme pene estuvo fuera de los calzoncillos, cogió los muslos de Silvia, los atrajo hacia así y la penetró.
-¡Aaaahhh!- jadeó ella, sintiéndote invadida por aquella monstruosidad sin apenas preparación.
-Ssssshhh...- dijo él, y acarició las sedosas piernas. - Tócate, que te noto algo seca.-
Silvia respiró profundamente un par de veces, y cerró los ojos para concentrarse. Sosteniéndose con una mano sobre la colcha, comenzó rozando su pezón izquierdo, masajeándolo con un vaiven lento y rítmico hasta que estuvo bien erecto. Emilio empezó a moverse, despacio, y Silvia tragó saliva, notandose aún demasiado nerviosa. Pasó al otro pezón, en el cual no se entretuvo tanto. Pronto estuvo lista para humedecerse los dedos con los labios y llevarlos a su sexo. Su delicado botón respondió al suave contacto enviando placer por sus venas, piel y poros.
-Ya, ya lo noto. ¡Mmmmfff!- gruñó Emilio, e impuso un ritmo rápido a su trabajo.
Ángela los veía y creía que auqello era un documental de sobremesa. ¡Parecían auténticos animales! Envidiosa, se mordía el labio inferior, mientras que por encima del camisón tocaba sus propios pechos. La ansiedad la dominaba.
-Ya... ya... - resopló Emilio.
-¿Eh? ¡Qué rápido!-
Silvia notó las grandes manos de Emilio apretando sus carnes, y se sintió poseída en su totalidad. Bastó eso para hacerla llegar al orgasmo, uno que la obligó a agarrar la colcha. Sus deddos ya casi los tenía acalambrados por la rápida fricción del clítoris. Y más abajo la plenitud del miembro de él en su coñito.
"Aaaaahhhh.... maldita zorra, se ha corrido" pensó Ángela, y el ver a su amiga tan voluptuosa cabalgada por su marido la provocó una excitación increíble.
-Ufff... qué gustazo.- comentó Emilio, mientras exprimía con su mano las últimas gotas de su pene,dejando que cayeran, calientes, sobre las nalgas y muslos de Silvia.
-¿Sí, mejor que Ángela?- preguntó Silvia, ronroneando, los ojos brillantes, sobre la cama.
"Puta, mírala, cómo se cree la reina de la cama." musitaba ésta última, sin perder detalle de lo que ocurría en la habitación.
Emilio miraba ahora por la ventana. Estaban en un vigésimo tercer piso. El cielo de la ciudad a las 11 y algo de la mañana era lo que se veía, y llegaba el rumor de la autopista.
-Vete ya.-dijo Emilio.
-Ok. ¿Puedo ducharme?-
Ángela se sintió satisfecha al ver el rápido y firme gesto de Emilio negando con la cabeza. Silvia parecía algo defraudada, recogiendo su ropa. Emilio la tomó por sorpresa por la espalda, hundió sus dedos en la vagina de ella, la besó y luego le hizo chupar sus propios jugos, que chorreaban por su mano. Silvia era viciosa, casi ninfómana, a pesar de su carácter tímido, y agradeció ese detalle, que colmaba su inagotable sed de sexo, con una gran sonrisa traviesa. Se puso las braguitas y salió. Ángela no se dio cuenta de que no le había dado tiempo a vestirse del todo, cosa que Silvia haría en el ascensor, esperando que alguien lo parara y se la encontrara a medio vestir. El morbo la hacía sentirse viva. A Ángela también, aunque su deleite era de otro tipo.
Emilio se había tumbado en la cama y pensaba, pero enseguida dijo:
-Sal del armario y sírvete tú misma, mi amor.-