¡Hola chiquitines!
Desde que monté mi consulta erótico-festiva (omito el lugar por razones evidentes), no he dejado de recibir cartas pidiéndome que cuente cómo es que sé tanto (sería inmodestia decir que lo sé todo) sobre el noble arte del metisaca.
Pues bien, habéis de saber que en un principio mi consulta no tenía otra intención que quitar a mis pacientes (mujeres exclusivamente) cualquier tipo de prejuicio sobre el sexo.
Recuerdo que mi primer caso fue el de una tal Cynthia, una secretaria algo feucha y escuálida que quería subir de posición en su empresa, para lo cual no se le había ocurrido otra cosa que seducir a su jefe e invitarle a casa.
En un primer momento me limité a darle consejos teóricos sobre estimulación y excitación, pero como ella insistía en que tenía sólo esa noche para intentarlo, terminé diciéndole que en tal caso lo mejor que podía hacerle a su jefe era una mamada (una felación, o incluso fellatio, para los pedantes).
Entonces Cynthia se puso roja y con la mirada gacha me confesó, muerta de vergüenza, que no sabía cómo hacer una mamada.
Eso me sorprendío un poco, pues hasta entonces, y según había leído en el libro del eminente putólogo el profesor Hans von Vinagre, las mujeres tienen genéticamente implantado el manual de la perfecta chupapijas (editado en la colección "Sexo y más" de Viscosas ediciones).
Tras pensar un rato, decidí que lo mejor era que le explicase cómo hacer una mamada sencilla (ya que a hacer una buena chupada de polla no se aprende de un día para otro) (¡eh! No penséis cosas raras, que si yo sé de mamadas es porque soy un putero del 15 y tengo abono en la Casa de Campo). Pero Cynthia no parecía convencida del todo, así que le di una clase práctica. Me levanté de la silla, me bajé la bragueta y mi miembro salió más tieso que una viga de hormigón.
Cynthia puso los ojos como platos y se quedó sin habla (psiblemente porque nunca había visto un revólver como el mío). Un poco temerosa se acercó. Se puso de rodillas y me la agarró con los deditos, que temblaban por los nervios. Luego cerró los ojos y se la metió hasta los huevos.
¡Madre que gusto! Tras unos instantes empezó a mover la cabeza a la vez que chupaba. Lo hacía un poco torpemente y sin ritmo al principio, pero al cabo de unos minutos, siguiendo mis indicaciones, logró una cierta armonía en los movimientos de la lengua, la cabeza y la mano.
Yo estaba doblemente satisfecho: porque mi paciente había asimilado la base de mis enseñanzas a la perfección y por el pedazo de mamada que estaba disfrutando. Tras un rato le enseñé a introducir innovaciones en su técnica. Así su lengua empezó a acariciarme el capullo con una exquisita delicadeza, y su mano de vez en cuando me masajeaba los huevos.
La animé a que variara el ritmo y así lo hizo. Sin previo aviso chupaba a toda velocidad (en el movimiento conocido como "locomotora") para, de repente parar casi en seco y hacer una serie de lamidas lentísimas en las que llegaba a sacarse la polla de la boca. Tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no correrme, pero años y años de pajas diarias consiguieron que no me fuera.
Lo último que quedaba por enseñarle eran las incidencias del momento de la corrida: cuándo se va a correr un tío y qué hacer entonces. Las tres opciones principales eran, según el grado de putez de la chupadora:
1) retirarse antes (para las más limpias)
2) tragárselo (para las medianamente guarras)
3) que se corran en tu cara (para los pendones desorejados)
Cynthia dijo que no quería parecerle a su jefe una mojigata ni una zorra comenabos, por lo que eligió tragárselo. Y de este modo, para no dejar el asunto a medias, me la siguió comiendo sin parar hasta que me vino el orgasmo y le llené la boca de semen.
La muy cerda no sólo no dejo una gota, sino que incluso se extrañó de que hubiese salido tan poco.
Después de eso, y estando los dos satisfechos (sobre todo un servidor, que se había ahorrado una pajilla) nos despedimos. Esa misma tarde escribí al profesor van Vinagre para comunicarle mis dos hallazgos, de decisiva importancia científica:
1) Ratificar que las tías nacen sabiendo comerla, o al menos demuestran una gran facilidad para el aprendizaje de la técnica felatoria.
2) Que las flacas la chupan muy bien (esto tuve que confirmarlo con repetidas visitas a Duque de Pastrana).
2 meses más tarde recibí una postal de Cynthia desde Estambul. Según me contaba quería darme las gracias, ya que mi tratamiento "de choque" había logrado no sólo que la ascendieran en la empresa, sino que su jefe además la había invitado a un crucero por el Mediterráneo.