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Duples en Carnaval

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Carnaval, carnaval... Si me latín no me falla, significa "adiós a la carne". ¡Pues yo no veo más que carne en esta fiesta! Todas las bailarinas casi desnudas, meneando bien el pompas. Y no he visto a ningún joven que no enseñe el pecho, las piernas o incluso algo más. Y claro, el clima que se crea con tanta desnudez incita a todo tipo de tropelías. Por ejemplo, ahí está mi vecina Fina, la del quinto, maruja impenitente. Pues mira tú por donde que me la tiraba aquí mismo, entre toda la gente. ¡Si es que va vestida como una puta, con un body de lentejuelas y dos boas de plumas de las que llevan las madames del lupanar! En fin... Espero que venga pronto Estefanía, porque si no...

¡Hola diablillo! Por fin te he encontrado. –

Sí, era Fanny la que me hablaba, refiriéndose a mi disfraz (nada original) de demonio. Bueno, lo original era que no llevaba rabo. Notando este detalle, dijo:

¿Y la cola? –

La agarré los cachetes, sobeteándolos bien, y contesté:

Va por delante. Luego te la enseño, ninfa-omana. –

Mi preciosa Esteffi sí había elegido un buen disfraz: el de ninfa silvestre. Vestía una túnica casi transparente que me permitió comprobar que no llevaba ropa interior de ninguna clase. Excitante, muy excitante. Lo que no me gustó era un curioso apéndice que le salía detrás de la espalda y que resultó ser mi vecino Edilberto (Edi para los amigos y amantes), el marido de Fina. También le gustaba el disfraz de mi mujer, a juzgar por el modo libidinoso con que la miraba.

Hola Edi, ¿qué pasa, también te has apuntado a la juerga? –

¡Pues claro, vecino! Esto está lleno de chicas guapas y... –

Y no pudo terminar la frase porque Fina, que nos había visto momentos antes, apareció por detrás suyo y le agarró de los huevos bien fuerte. Hasta a mí me dolió el agarrón.

¿Y qué ibas a hacer, eh, golfo? –

¡Aggghhhh! Suelta, mujer que lo decía de coña. –

No hasta que me digas lo que harías con esas chicas guapas. –

¿Pues que voy a hacer? ¡Tirármelas como un perro! –

Como un perro tal vez no, pero sí como un erizo. El disfraz de Edi era un conjunto desordenado, caótico, de púas de gomaespuma verde. Parecía Espinete punk.

Tú no te tiras a nadie, ni a la vecina, sin mi permiso. –

Hombre, gracias por lo que me toca. – dijo Fanny.

No te ofendas, querida. Ya sabes que con vosotros hay confianza. –

Pues donde hay confianza apesta. – apostillé yo por lo bajo.

Vamos a montarnos una fiesta en casa, ¿os apuntáis? –

Volvimos a nuestro bloque. Otros vecinos también esperaban a que abriéramos el salón comunal para organizar un buen sarao. Olían a sangría y ron, como yo, cosa mala. Entramos y pusimos música. Unos se sentaron a hablar, otros a beber, algunos horteras se pusieron a bailar y una pequeña minoría desapareció en un cuarto aparte. Yo me serví un par de copas, charlé con algunas vecinas en edad de merecer (un pene) y al final me di cuenta que Fanny no estaba en la sala. Como no la encontraba, me metí en el cuarto privado. Casi me da un soponcio. Tirados en colchones estaban algunas parejas de vecinos fornicando. A Arturo, el portero, le hacía una felación la hija del señor Francisco. Derry, el estudiante de intercambio con Irlanda, cabalgaba a Sara, la del cuarto derecha, mientras su hermana Marta hacía lo propio con uno de los amigos de la universidad de Derry. Y al fondo estaba mi Fanny sentada sobre las púas de Edi, dejándose magrear las tetas.

- ¡Hey, esperadme! – exclamó Fanny entrando como un tornado en la estancia sin reparar en mi presencia. Se puso, ante mis alucinados ojos, enfrente de Fanny, con el conejo a la altura de los morros ansiosos de Edi. Éste empezó a chuparlo, apartando el tanga con los dedos. Fanny se acomodó y sin apartar los ojos de los de Fina, comenzó a subir y bajar sobre el pene erecto de Edi.

En fin... De perdidos al río. –

Hice de tripas corazón y me fui con ellos.

Me parece a mí que somos demasiados en esta cama. – dijo Fina la verme.

Pues es verdad, pero ¿qué podemos hacer? ¡Estoy muy caliente! –

Tranquila Fanny, que yo lo soluciono en un momento. Tú quédate con Edi que yo me sacrificaré y daré guerra a tu semental. –

¡Lo que me faltaba por oír! Pero sí Fanny lo quería así... Además, ¡qué demonios! Yo también necesitaba descargar el muñeco. Y Fina estaba realmente apetecible con su disfraz de lentejuelas. Si a Esteffi no le importaba pasarse por la piedra a Edi, ¿por qué me iba a importar a mí darle de comer nabo al conejo de Fina?

Nos tumbamos en la colchoneta de al lado, que acababa de dejar libre, aunque algo pegajosa, Prudencio, el mirón del séptimo.

Veamos si eres tan bueno como asegura Fanny. –

Vaya, mi mujer no tenía otra cosa de qué hablar con las vecinas más que de mis habilidades amatorias. ¡Pues se iba a enterar! Bajé la bragueta de las mallas rojas de demonio y saqué mi instrumento.

- Menudo calibre gastas, hermoso. – comentó, impresionada, Fina. Edi lo oyó y puso cara de circunstancias.

Sin mediar palabra agarré de los muslos a mi deseada vecina y le separé las piernas. La raja brillaba humeaba, ansiosa de polla. Le acerqué la punta y me froté un poco el glande con su clítoris. Esto la volvió loca. Su respiración se hizo jadeante.

- Dame, dame pene gordo. -

Pues ¡toma! Se la clavé sin misericordia. Entró como una locomotora en un túnel, a toda pastilla. Y la saqué a la misma velocidad, o incluso más. Y luego otra vez adentro mientras gritaba:

¡Cómo me pones, so puta! –

Eso último no debió gustar mucho a Fanny. Aunque la gente pasaba de nosotros y cada uno estaba atento sólo a lo suyo, se sintió avergonzada. No obstante no dijo nada, sólo me miró muy seria. Enseguida aumentó el ritmo del subeybaja con que se follaba al Edi. Eso era un reto. Entre dientes dije:

Muy bien, tú lo has querido... –

¿Cómo dices? –

Fina seguía con mi miembro introducido. Las lentejuelas se curvaban sobre su silueta y reflejaban la luz de las lámparas en mil direcciones.

Que te voy a llenar de leche, vecina. Eso digo. –

Podía ser todo lo grosero y zafio que quisiera, y no tanto para excitar a Fina como para picar a Fanny. Sabía de sobra que le jodía oírme decir esas cosas a otra mujer.

No paramos ni un momento. Yo taladré aquel delicioso coño, cuyas desconocidas cavernas, acostumbrado al de mi esposa, no tardaron en ser recorridas por mis valientes genitales. Y muy cerca Fanny, poseída de lujuria, destrozaba los lomos de Edi con sus salvajes embestidas. El pobre hombre, poco dado a fogosidades de esa clase (lo cual me hizo pensar que Fina debía echar bastantes canas al aire para compensar la frigidez evidente de ese muermo), al principio gozaba como el que más, pero no tardó en sentir la eyaculación.

Sí, sí....¡Qué gusto!-

¿Verdad que te lo hago bien, eh? –

De maravilla, pero creo que... que me voy a correr de un momento a otro. –

¡De eso nada! –

Fanny, furiosa por el escaso autocontrol de su amante, se clavó el rabo hasta las entrañas, haciendo fuerza para que entrara hasta el fondo. Edi chilló, extasiado. Majestuosa en su papel de viciosa insaciable, elevó las caderas hasta que sólo tuvo dentro de su chochito la punta del pene del vecino y luego se dejó caer. Edi volvió a chillar, mientras se corría en lo más profundo de Fanny.

Yo, por mi parte, aunque tenía la atención fija en mi mujer, no descuidaba mis obligaciones para con Fina. Moviendo hábilmente la cintura le masajeé el interior de su vagina, buscando el punto G. No sé si di con él ó no, pero Fina disfrutaba más que un niño el día de Reyes.

¡Así, así! Que bien sabes darme placer. –

Le toqué el clítoris con una mano y le agarré un pezón con la otra.

Zorra, muévete más, que te la voy a clavar hasta los hígados. –

¡Sí, clávame tu maza, semental! –

Fanny estaba colérica, y no se le ocurrió otra forma de descargar su ira que seguir ordeñando al exhausto Edi. Echó el cuerpo para atrás y llegó a sentir el semen escurriéndose por su raja. Edi sólo gemía mientras se le iban las fuerzas.

Ya, ya... Para ya, por favor. –

No, todavía no. –

¡Es que no puedo más! –

¿Vas a ser menos que tu mujer, tío mierda? Mírala, ella dale que te pego con mi chico y tú, piltrafa, flojo...-

Y siguió machacándolo. Le hacía daño, de lo cual me alegré. Así aprendería que mi Fanny no es una puta cualquiera. Es la mujer más resistente en cuanto a polvos se refiere que puedas conocer.

¡Acaríciame más, vamos, estoy caliente! –

Fina, coño divino, me pedía más batalla. Si no la hacía correrse, no me dejaría tranquilo.

- ¿Te gusta esto? – le pregunté, totalmente fuera de mí, al tiempo que le metía un dedo por el ano.

- ¡Ayyyy! – pero sólo al principio, luego se sucedieron los "más, más, mmm... que gusto y expresiones análogas (nunca mejor dicho).

Fanny, harta del agotado miembro de Edi, vino muy enfadada y dijo:

¿Qué? ¿No pensáis terminar nunca? –

¿Por qué no nos echas una mano? –

Fina no alucinó tanto al oírme decir eso como al sentir los labios de Fanny sobre sus genitales. La miró sin poder creérselo. No hubiera pensado nunca que llegara tan lejos... El resto de la gente también se quedó de piedra...menos Edi, que yacía desmayado, chorreando sudor y expulsando todavía algo de leche, en la otra colchoneta.

Ver a mi mujer chupándole el chocho a la vecina, si no fue la experiencia más placentera que tuve en mi vida, poco faltó. Dejó que yo sacara la polla, hinchada hasta el límite por el metisaca continuo, e introdujo sus dedos en el pubis de la vecina.

Al final siempre somos las mujeres las que terminamos las cosas. –

Experta en masturbarse ella, no le fue difícil lograr que Fina se corriese. Se chupó los dedos y me miró, esperando algún comentario sobre lo que había sucedido.

Te has quedado con hambre así que... .-

La agarré del pelo y le metí todo mi aparato en la boca. Ni siquiera hizo falta que me la chupara, porque me corrí en cuanto sentí que cerraba los labios sobre mi tallo, cerca, muy cerca de los huevos.

Saciados Edi, Fina y yo... decidí abandonar el lugar y complacer a mi guarra en la intimidad. Al mirar atrás vi cómo Fina, con una sonrisa irónica en la cara, le comentaba a su marido, todavía inconsciente, lo bien que yo la había follado y que tenía que aprender de mí. Oír ese tipo de alabanzas te eleva la moral (y el pito); pero a Esteffi no le hacía demasiada gracia. Le pregunté por qué tenía esa mueca de disgusto.

¿No será que te has puesto celosa? –

- ¿Celosa yo? ¡Más quisieras! – contestó airada. Evidentemente mentía, y yo, que al principio disimulaba mi rabia riéndome de todo lo ocurrido, cambié radicalmente el gesto y le dije, casi a gritos:

¡Pues yo sí que lo estaba, golfa del demonio! Y como me ha cabreado una barbaridad verte montar al imbécil ése, te la voy a meter hasta que la sientas en la garganta, para que la próxima vez no seas tan puta! –

Se lo decía muy en serio. Por eso me miró, tan asustada como deseosa. La cogí en brazos y nos metimos en casa para terminar una velada infernal de sexo.

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