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Nekylla por unas bragas

en Hetero: Infidelidad

Cada vez que me masturbo pensando en Blanca, la novia de mi amigo Ciro, me siento culpable. Es como si le traicionara a él, pero... ¡es que está muy buena Blanca!

Paso a describírosla: es pequeña, delgada pero no flaca, muy alegre. Sobre todo es alegre, el tipo de chica que siempre está sonriendo y hablandote, que te anima. Tiene el pelo negro precioso, largo y liso. La piel algo bronceada, pero no mucho. Como va al gimnasio, su cuerpo tiene un matiz atlético que te hace pensar en lo incansable que debe ser en la cama. Sus ojos son castaños, y su voz algo grave, pero sin abandonar la feminidad que impregna todo su ser.

Imagino que chupo sus pechos con glotonería, que acaricio con la punta de mi miembro el ribete de su espalda, sobo con una mano su pubis de hembra mediterránea y con la otrala poseo abrazandola de espaldas. Así el trayecto en el metro hasta su casa no me deja indiferente. Pero debería haber limpiado las tuberías antes de salir... ahora la erección amenaza con dejarme en ridículo. Por suerte ese miedo a que me vea como un salido es suficiente para que mi orgullo viril retroceda y quede a la espera.

-Soy Rodrigo.-le digo al telefonillo y me responde un buzzido. He quedado con ella para hacer unos disfraces: se acercan los carnavales.

-¡Hola! Muac, muac.- me recibe con dos besos y su inextinguible sonrisa.

¡Malvada! ¿Por qué me atormentas así? ¿Por qué... te has puesto trenzas? Me ponen cachondo, te dan un aire de colegiala que ¡oh, mierda! Ahí vuelve la erección.

-Pasa, ya hemos hecho los patrones.-me dice, y la sigo al salón, aliviado. Por el pasillo asoma Anamari, su compañera de piso. Es ya algo mayor, al menos para mí, pero igualmente está de muy buen ver: sobre todo está "bien servida" de "personalidad". Me explico, ¿verdad?

-Buenos días, Rodri.-me dice, quitándose los cascos de escuchar música.-¿Qué tal los exámenes?-

-Ya no tengo exámenes, Ana.-le digo. Hace un par de años que me licencié, pero a esta chica se le suele olvidar. No tiene la cabeza donde debe. Me pide disculpas y vuelve a su cuarto. Mejor, hoy no me apetece verla mucho.

-¿Qué tal estás?-

-Bien.-le respondo a Blanca, ya en el salón. Lleva un jersey de punto largo y demasiado grande para ella, de color salmón con una raya que cruza... sí a la altura de sus pezones. ¡Bonito ecuador! Me comenta algunos detalles sobre los disfraces, pero no la escucho. Esas trenzas, esas manitas tan delicadas, esos tobillos que escapan del dobladillo del pantalón... Un deseo sucio de hacerle cosas sucias me invade. ¡Que se pase pronto!

-...y, ¡anda, me he dejado las agujas en la habitación!-

-Ya voy yo a por ellas.-

-Vale.¡Están encima de la cama!- dice levantando la voz cuando ya estoy en el pasillo- ¡traete también la caja de costura!-

Su cuarto, ese sancta sanctorum prohibido en el que me siento transportado las veces que soy invitado a entrar en él. La cama grande, desecha. Hace unas horas ella estaba allí, semidesnuda, o semivistedia, y puede que Ciro la estuviera abrazando, o incluso follando. ¡Cabalgándola, sí! Y en mi mente calenturienta el rostro fino de Ciro se torna más acorde a mis rasgos fuertes y serenos. Tengo una mirada de lascivia devota, posada en ella, en su espalda, en su culo ya, en...

Sus braguitas están encima de la cama. mi fantasía acaba al tiempo que mis ojos se abren de par en par, como los de un enfermo con fiebre delirante. No puedo evitarlo, no quiero tampoco, y las cojo: sus deliciosas braguitas, cofre de su tesoro. Calientes, dichosas por estar en contacto con ese cuerpo ansiado. Las envidio, las amo. Son ella también.

-Sólo un par de sacudidas.-me digo, mientras bajo la bragueta de mis pantalones y dejo libre a mi pene erecto. Tomo las braguitas y se las ofrezco como tributos. Como si de un guante se tratara, envuelven ese único dedo. Aprieto con mi mano, intentando que retengan la sensación poderosa. Contraigo mi cuerpo anhelante y sacudo mi mmiembro. ¡Placer! Otra vez, ¡gozo inconmesurable! Otra vez..

-¿Qué haces?-

Blanca está allí, detrás mío. No busca las agujas, que por cierto no están donde creía. Rápidamente, aterrado, escondo mi nabo en su hogar, aunque a duras penas puedo encerrarlo con la cremallera. Está demasiado grande. Y ella lo ha visto, lo sé. lo intuyo.

-¡CERDO!- chilla, y me giro, pálido por su exclamación. ¡No es posible! - ¡Vete ahora mismo de mi casa!-

Iba a decir "no, por favor, no" pero ni para eso tenía reflejos en ese momento terrible. La esquivé con miedo, ella con asco, salí al pasillo y de allí a la puerta. La de la habitación de Anamari se abre:

-¿Qué pasa?-

-¡Estaba con mi ropa interior!-

-¿Qué?-

Sé que me está mirando incrédula, aunque les de la espalda. El manillar de la puerta se me resbala entre los dedos. Oigo a Anamari antes de lograr abrir y salir.

-Pero, ¿dejas que se vaya sin más? ¡Ve a decirle lo que es!-

-No, que se vaya, ya no...-dice mi amada, pero ya es tarde para escuchar toda la frase. La puerta se ha cerrado tras de mí.

 

Han pasado varios días. No he hablado con ella, ni siquiera por msn. El recuerdo de sus braguitas se ha perdido, pero el deseo de masturbarme pensando en ella me atormenta con más fuerza a cada hora. No, tienes que evitarlo. De pronto, el miedo se hizo un hueco en tu cerebro confuso: ¿y si se lo dice a Ciro? ¿Y si se lo ha dicho ya?

...

No crees que se lo haya dicho, pero lo hará. O ella o Anamari. A Anamari no la creerá, sabe que me tiene manía. Pero si la presiona, puede que Blanca lo diga... o ella misma decida contarlo. Si aún no lo ha hecho, aún puedo impedirlo. La llamo.

-¿Sí?-

-Blanca, soy Rodro.-

-No quiero hablar contigo, adios.-

-¡Espera, por favor! Quiero pedirte perdón.-

-¿Por teléfono? ¿Has esperado todos estos días y me llamas por teléfono para eso? no me parece bien.-

-Tengo que decírtelo.-

-Pues ven y dímelo, venga.-

Colgó. no sé si estaba furiosa, pero lo parecía. Y ya no había marcha atrás. Me encaminé a su casa esa misma tarde.

-Hola, soy...-

El buzzido no espero ni a que yo me presentara. Mala señal. Entro en la casa. Ella está allí, con una bata color verde pálido y zapatillas, y sus gafitas. Quizás estaba estudiando. Al menos no tiene las trenzas.

-Lo siento, yo quería explicarte que...-

-Vamos a mi habitación, el salón está ocupado.-

Obedezco, cortado de nuevo. No me agrada ir allá después de lo que pasó. Pero tengo que resolver esto ahora. Me siento en la cama a una indicación suya. Ella queda de pie, apoyando su lindo trasero en la mesa del ordenador. No sé cuánto tiempo estuve arrastrando mi ego, excusándome. Quizás media hora o tres cuartos. Blanca me ignoró todo el rato, mirando el reloj de cuando en cuando, hasta que se debió hartar (eso supuse entonces) y dijo:

-Basta ya, hiciste una cochinada y punto. ¿En qué estabas pensando?-

Hubiera sido romántico hincar la rodilla en tierra, tomar su mano y decir "en ti", para un momento después besarla, desnudarla y fornicarla salvajemente sobre su cama. Pero la cosa se quedó sólo en el desnudo.

Sí, se desnudó. Que no es otra cosa sino que se quedó en braguitastras soltar el cinturón de tela de la bata verde. Yo, flipando, vi su cuerpo perfecto aparecer. Ella había dicho antes, justo antes:

-¿Y Ciro, no te importa tu amigo?-

Sea como fuere no llegué a contestar esas preguntas. Me levanté y me dirigí a la puerta como había hecho unos días antes, solo que por un motivo bien distinto. Esta vez no obstante, dijo algo que me detuvo en seco.

-Ni un paso más o se lo digo todo.-

Lo haría, seguro que lo haría. Me quedé petrificado. Ella se abrazó a mí por mi espalda y apoyó su cabecita contra mis lomos. Dijo entonces:

-¿Se lo digo? Si quieres, se lo digo. Seguro que le haría gracia, ¿ehhh?-

Un tono cruel y meloso había impregnado toda su voz. Lo interrumpió mi garganta la tragar saliva y unos segundos después el ruido de las llaves en la puerta de la casa. ¡Alguien venía, y estaba casi seguro de quién podía ser!

-Jijiji... veamos qué opina Ciro cuando nos vea así.-

-¡Por favor, ponte algo!-susurré, helado de miedo.

-No.-dijo Blanca. Yo cerré la puerta y calculé dónde podría esconderme. En el armario... no, metería su abrigo allí. Ella suspiró, sonrió diabólica y levantó un poco la cama. Me tiré al suelo y me metí debajo, justo cuando Ciro abría la puerta con un alegre:

-¡Hola cariño! ¡Vaya recibimiento!-

-Ssshhhh...-le oí decir a Blanca.-Vamos, estoy muy caliente.-

El abrigo cayó al suelo junto a mi cara, y luego el jersey. Reían, pero en la risa de Blanca había algo espantoso, irónico. Noté un peso ligero encima del colchón, el somier se abombó ligeramente. Miré a través de los pliegues de ropa y vi el pie perfecto de Blanca apoyado. Supuse que su rodill descansaba ahora sobre la cama, mientras miraba como Ciro se quitaba la ropa a toda prisa.

-Hoy me ha llamado Rodrigo.-dijo ella, y sentí que se me paralizaba el corazón.

-¿Ah sí? ¿Qué te ha dicho?-

-Nada, que hace mucho que no quedamos con él.-

-Es verdad.-

-Venga, date prisa.-

Todo esto lo imaginaba en base a los ruidos y combamientos de la estructura de la cama, pero por lo visto Blanca tiró de Ciro hasta llevarlo consigo a la cama, allí le quitó la camisa, Jadeaban fuerte, lo cual impedía que se pudiese oír de ningún modo mis dientes entrechocando de rabia y temor. Follaron después, durante lo que me parecieron horas. Aguantaba yo la respiración, martirizado por los embates de Ciro sobre la pelvis sagrada de Blanca. Por un momento creí que la cama cedería y me aplastaría. Pero no pasó. Por fin acabaron, con un gritito de mi musa que durante semanas no pude quitarme de la cabeza: fue como si mi inocencia muriese apuñalada por ese jadeo orgásmico.

Ciro se levantó unos minutos después de terminar.

-Me voy dar una ducha, corazón. Ha sido una pasada.-

Salió de la habitación y se metió en el baño. Yo me quedé quieto, sin saber qué hacer. Blanca canturreaba encima mío. La cama rechinó un par de veces, mientras se ponía algo encima. Por fin, vi su carita asomando por el borde de la cama. Por suerte le daba la luz de espaldas y no podía vislumbrar su expresión. La imaginaba y no me gustaba nada nada.

-Ya puedes salir. Rápido.-

Lo hice, deseando irme de aquel lugar a toda velocidad. Demasiadas sorpresas, demasiados sueños a la basura. Ella llevaba las braguitas y el sostén, y se había apoyado en la pared del fondo del cuarto, sobre un poster de Dragon Ball, sentada en la cama, en el ring, en el lugar de la ejecución. La vi y sufrí su contemplación.

-Aaaadios.-dijo y sonrió una última vez.

Con pasos pesados, amortiguados por el ruido de la ducha y la voz aguda de Ciro, me fui alejando. No debí mirar atrás, no me esperaba Eurídice ni yo era Orfeo, aunque acababa de estar en los infiernos. Blanca metió un dedo entre su pubis y sus braguitas y lo chupó mirándome fijamente. Huí a toda prisa por el pasillo...

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