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Un regalo compartido

en Autosatisfacción

Mi novio y sus amigotes (lo digo en tono cariñoso, son muy buena gente, aunque están realmente salidos), tienen una sana costumbre: a pesar de tener ya más de veinte años, siguen celebrando con comilonas y fiestas sus cumpleaños.

Últimamente tienen cierta fijación por gastarle bromas pesadas al que cumple. A mi novio, por ejemplo, lo travistieron casi por completo: le pintaron el pelo de verde, le calaron un tanga rojo pasión, le pitaron las uñas y los labios... Faltó que le depilaran con cera, pero es que eso ya lo habían hecho en otra ocasión.

El caso es que uno de sus amigos, por cumplir los años en Julio (una fecha espantosa para celebrarlo con los colegas por hallarse de vacaciones en la playa con la familia), se había venido librando de las putadas consecuentes.

Oye, cariño. ¿Por qué no le hacemos una fiesta sorpresa a Aitor? –

¿Con qué motivo? –

¿No se queja siempre de que no puede celebrar su cumpleaños con vosotros? –

Sí... pero me parece un poco descabellado. Estamos en Noviembre. –

Mejor. Así no se esperará nada. –

Y así fue que preparamos una reunión en la que planeamos todo lo que podríamos hacerle.

Yo creo que podríamos implantarle una placa de metal en el cogote para que no pueda salir del país. –

¿Y lo del laxante? Es un clásico en las bromas pesadas. –

Fueron así surgiendo las ideas, y una de ellas triunfó: regalarle un vibrador y vaselina.

Siempre pensáis en lo mismo, en cochinadas. –

¿Y? Lo importante es que nos divirtamos. –

Por fin quedamos con Aitor, como hacíamos casi cada mes, para tomarnos unas cervezas en "El Boñar de León", sitio famoso por lo ingente de sus tapas.

Puuuffff... Ya no puedo más colegas. –

Venga hombre, haz un poco de hueco para acabarte esas judías. –

Vete al pedo limonero, ¡que no puedo más! –

¿No? No te preocupes, tenemos – y al decirlo Policarpio sacó un tarro de vaselina super 98 – lubricante para que te quepa todo. –

Aitor se rió con ganas, tomó un poco del pringue y se lo untó por los labios.

Ahí no, jodío. –

En el culo, si te parece. –

No sé si llegó a ponérselo en el ano, pero cogió media cucharada sopera de pringue y se lo metió en los calzoncillos.

¿Contentos, mariconzones? –

Desde luego, pero le hace falta un buen acompañamiento. –

Y entonces sacaron el otro paquete. Aitor, al ver de lo que se trataba casi se cae al suelo de la sorpresa. ¡Era un vibrador de plástico rígido y un horrible color rosa.

Pero... será posible. –

Venga, que todo esto es porque nunca puedes celebrar con nosotros tu cumpleaños. –

Joder, sois la leche en vinagre... –

Aitor tenía los ojos muy abiertos, examinando el artefacto. A mí me recordaba a uno de esos bolígrafos de una docena de colores en tamaño y forma.

Ponle las pilas, a ver si funciona. –

Así lo hizo Aitor, y tras varios intentos infructuosos el aparato empezó a vibrar a toda mecha. Daba cosa verlo. Lo puso sobre la mesa y lo hizo bailar.

Que caña de bicho. – comentamos todos.

Venga, ahora a ver que tal lo chupas. –

¡Puajjjj! Aitor terminó accediendo a la petición de sus colegas y se lo metió hasta la garganta. Al vibrar, chocaba con los dientes, produciendo un ruido algo siniestro.

Creo que si le pongo un poco de vaselina... –

Aitor barnizó buena parte de la superficie del dildo con el lubricante. Olía parecido al vicks vaporub mezclado con rosas. Totalmente repugnante.

Venga compañeros, brindemos. Hidalgo, hidalgo... –

¡Hijo puta el que deje algo! –

¡Esperad! Mi cerveza no tiene espuma. –

El convidado metió el aparato en su jarra y removió. La vibración hizo que al poco se formase una generosa espuma en la superficie de la cerveza.

Pero que gili que eres. ¡Haberle quitado primero la vaselina! –

Ostras, es verdad... Bueno, mejor, así la aromatizo. –

Estaban ya algo puestos por las cervezas, si no, no se habrían oído tantas majaderías. Una de las que más gracia me hizo, porque la dijo medio en serio medio en broma fue la de Poli, que comentó:

Ríete, ríete, pero algún día te picará la curiosidad y... ¡zas! "To padentro". –

¡Me cago en tus muertos! ¡Qué razón tienes! –

Encendí un cigarro y di un buen trago a mi cerveza con limón.

¡Vicente, Vicente! Mira lo que tengo... –

Vicente era uno de los dueños del bar, amigo nuestro. Le enseñamos el vibrador y sonrió.

Eso no es nada, muchachos. –

Sacó de detrás de una caja una pedazo polla de madera tallada de casi medio metro de largo.

¡Ostras Petra! ¡Vaya falo cachalotesco que tienes, Vicente! –

¡Jé, jé! –

Tras amenazarnos de broma con la tranca carpintera, nos contó, por enésima vez, el chiste de los ratones maricones y nos invitó a unos bollos. Pagamos la cuenta y nos largamos. Mi novio nos llevó en coche a cada uno a casa.

Durante el trayecto empecé a pensar cómo sería tener entre las piernas el consolador fucsia. Tenía que ser divertido. Y fue una casualidad que, al mirar al suelo del coche, descubrí el invento. Por lo visto a Aitor se le había caído. Iba a decírselo a Héctor, mi novio, pero preferí callarme y meter el artilugio en el bolso.

Adios cielo. –

Hasta mañana, cariño. Piensa en mí esta noche. –

Me reí y abrí la puerta de mi casa. No había nadie. ¡Estupendo! Dejé el vibrador entre las sábanas y me fui a preparar para acostar.

Cuando ya tuve el pijama puesto, me metí en la cama. Allí me esperaba el "Señor Feliz".

Vaya, será mejor que te lavemos un poco. –

Olía a cerveza y vaselina. Lo metí bajo el grifo y lo froté hasta dejarlo bien limpio.

Venga, a ver qué tal te portas. – le dije, acunándolo como a un bebé, mientras volvía a la cama.

¡Lista para la diversión! Me eroticé unos minutos pensando en culitos de musculitos, para estar bien lubricada (no tenía vaselina a mano), y cogí a mi "amigo especial". Probé primero con unos cuantos dedos, para asegurarme de que no me haría daño al metérmelo. Ningún problema. Apoyé la punta sobre mis labios y me rocé un poco, sin penetrarme todavía. Estaba un poco frío... o yo muy caliente.

Poco a poco, y buscando el máximo de placer, lo metí por mi agujero del amor. Interesante, pero no particularmente placentero, no más que un buen dedo. Me di un poco de mete y saca hasta que, después de exprimir todas las posibilidades con el aparato apagado, me decidí a encenderlo. El sonido llenó el cuarto de ecos. Calibré mejor la potencia.

Mejor empezar por lo más bajo. –

Un delicado ronroneo se extendió por toda la cama. Con un poco de reparo, hice que el aparato se deslizase desde mis pezones erectos a mi ombligo, y de allí en línea recta hasta la cúpula del placer. No bien rozó mi botón, me estremecí de gusto. ¡Que divina sensación!

Decididamente, estos inventos son diabólicos. –

Haciendo círculos me di placer al clítoris. Mis flujos aumentaron, al igual que mi respiración. Sentía que me faltaba el aire. Cerré los ojos y dejé que mis manos guiaran el artefacto dentro de mi ser, pintando en mi imaginación mientras lo hacía voluptuosas orgías con los chicos que me ponían cachonda. Cuando quise darme cuenta, tenía metido hasta el fondo el vibrador, casi tanto que sentía su cosquilleo en el estómago. Y ala búsqueda del máximo placer, presa de mi propia lujuria, puse la marcha más rápida.

Sentí que mi cerebro se derretía, que no podía pensar, sólo sentir. Me desmayé, empapada de mis jugos, en un orgasmo único.

Sólo recuerdo que, a la mañana siguiente, dentro de mí, una leve vibración me susurraba palabras de placer...

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