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Tempus fugit sed non celeriter

en Confesiones

Nena, sólo tengo media hora para hacértelo. –

Pues no pierdas el tiempo. –

La miré los pechos descaradamente y se los cogí con las dos manos. Blandos, cremosos incluso debajo de la blusa, como gelatina. Bueno, quizás no exactamente como gelatina, pero me dieron la misma ganas de comerlos que un plato de gelatina de frutas.

Mmmm... Que tetitas más apetitosas tienes, cariño. –

Le desabroché los botones dela blusa. Allí estaban, perfectas, sus tetas.

Quítate el sostén. –

Yo mientras me bajé los pantalones y calzoncillos para poder sobarme los genitales mientras lo hacía. Cuando tuvo los pechos libres, yo ya la tenía dura, muy dura.

Ven acá. –

Volví a tocarla el pecho izquierdo. Al tiempo que lo sostenía con mis manos, le chupé el pezón. ¡Qué textura, amigos!

Te gusta, ¿eh? Me lo besas con ganas. –

Succioné y la provoqué un gemido. Jugué a sopesar con una de mis manos el otro pecho, pero sin dejar escapar el pezoncillo izquierdo de mi boca juguetona. Sanía que a ella le excitaba mucho que tonteara con la lengua en sus aureolas, y empecé a hacer círculos sobre ellas.

Así, así, muy bien. –

Luego, cuando nos cansamos de ese pecho, pasamos al otro. Era distinto en su textura, y en su casi inapreciable sabor. Lo tomé con los labios y moví levemente la cabeza. Ella volvió a gemir, muy caliente.

¡Aaaahhhh! ¡Que gusto! –

Cinco minutos.

¡Qué mala educación! Me presentaré primero. Mi nombre, el que suspiran tantas mujeres al satisfacer con sus dedos su libido, es Nico. Imagínate una chica denuda, tumbada, desnuda sobre su cama, sus ojos cerrados, su boquita entreabierta, sus pezones traspasando el ajustado top, y una de sus manos metida bajo sus braguitas. Si entre los gemidos de éxtasis esa hembra en celo dice un nombre, ¡es el mío!

Cinco minutos y pico

Ella es hermosa. Sus pechitos son deliciosos. Chuparlos te hace subir al cielo. Incluso para mí, que soy un gigoló experto, me parece un privilegio darles un repaso con mis caricias o lengüetazos. Antes no me explicaba cómo es posible que una chica con un busto tan exquisito no tuviera bastante con las atenciones orales y dactilares de su compañero sentimental, ahora sé que es porque tiene una sensibilidad especial en esa y otras zonas de su esbelto cuerpo. Una sensibilidad para el placer que sólo yo descubrí en la fiesta de despedida de soltera de una amiga suya.

¿Qué haces? Deja de pensar en otras cosas y concéntrate. –

Dándole cancha a sus pechitos enteros, con las manos me voy a su cucu. ¿Quién lo hubiera dicho? Cuando yo era joven, consideraba el culete de las tías una parte bastante poco apetecible. Mis amigos descubrieron las bondades de admirar un buen trasero antes que yo. Y probablemente no hubiera descubierto nunca el placer de magrear un par de nalgas femeninas si no hubiera estrujado por error las de una amiga. Desde aquel día, ¡ah, que perdición han supuesto para mí las redondeadas formas, ajustadas por pantalones que por no gastar en tela vestirían igual de bien a una hormiga que a mi nena!

Y es que en los que al culo se refiere, hay tantos y tan distintos como quieras. Los hay prietos, los hay sueltos, los hay peludos y lisos, algunos están como rocas, otros parecen mantequilla. Y entre todos, mención especial merece el de mi nena. Es más firme de lo normal, y quizás un poco exagerado en cuanto a sus dimensiones, pero ella sabe como aprovechar esas cualidades y convertirlas en irresistibles reclamos sexuales con una sabia combinación de ropa.

Garras de gárgola barroca acompañan aferrando sus glúteos mientras con sus pechos hace lo propio mi boca. Ella también se sirve a placer. El amor es un buffet libre. Da igual las veces que repitas, que nadie te va a echar la bronca. Así que dejamos que el otro nos masaje, arañe, estruje, pellizque, acaricie, lama y bese cuanto guste y nos guste.

Cada vez estás más fuerte. –

Doce minutos, casi trece.

Hola señorita amable. ¿Quiere usted que le meta el sable?

El acto sexual en sí, aunque hay salidillos como mi amigo José Carlos que opinan que cualquier sitio y momento es bueno, requiere una especie de contexto erótico adecuado a la libido de los amantes. Si bien es cierto que con un poco de esfuerzo recíproco/mutuo se puede crear ese ambiente en un pispas, lo normal es que el rito del apareamiento (prescindiendo de motivaciones reproductoras) entre hombre y mujer se de en unas determinadas circunstancias.

A mi nena le encanta hacerlo en sitios originales, preferiblemente de noche, a mí en cambio me gusta el día, para, que diría el lobo, "verte mejor". Ver su cuerpo iluminado por los rayos de sol que dibujan un damero de backgammon sobre la piel basta para provocarme terroríficas erecciones.

Así que a ella le dejo la elección del lugar y yo escojo el momento.

En esta ocasión el calentón me ha asaltado en el trabajo, mirando a las compañeras charlar de sus cosas, cosas de mujeres. Me resultan agradables sus rostros cuando hablan de la feminidad. No es igual a cuando me piden que les haga tal o cual recado, o a cuando les saludo por la mañana. En esos momentos, cuando son personas neutras, no me provocan nada, ninguna sensación erógena. Da igual lo bien maquilladas o vestidas o lo guapas que sean.

Y es que a mí no me gustan las personas, sino sólo las mujeres. Mi nena es toda una mujer, y yo todo un hombre. Ni heteros ni leches. Una pareja de macho y hembra en plena faena en un contexto sexual implícito, explícito y plícito si se tercia.

Ufff... – jadeo cuando he introducido el pene en su coñito por cuarta o quinta vez. – Mi media hora se acaba por momentos. –

Entre los veinte y los veintidós minutos.

Nunca abro la boca para decir cosas cuando le inyecto el polo de magro a alguna doncella en edad de merecer. Me rijo por el refrán de "quien come y canta, un sentido le falta". Mi nena me ha reprochado la parquedad en palabras más de una vez.

Venga, joder, caliéntame de boquilla, que puedes decir cosas que harían humedecerse a una hermana de la caridad. –

Es cierto, por la boca también pueden salir caricias, tan erógenas como las manuales. Una conversación con una voz sensual por teléfono siempre me ha gustado, y alguna vez me he masturbado llamando a los teléfonos eróticos.

¿Hola? –

-Hola cariño, me llamo Chanel y estoy muuuy mojada. –

Haría falta un capítulo en alguna parte, en algún libro, sobre el erotismo de los nombres. Porque hay nombres que parecen reflejar la condición impúdica y lúbrica de sus portadoras. Cynthia, Silvia, Mamen, Lidia... No sé cómo a los padres no les da pánico ponerles tales nombres, sinónimos de vicio y lujuria, a sus hijitas.

Mi nena se llama Mónica.

Sí, nena, te voy a llenar de mi leche mientras te como esos pechitos que saben a caramelo. ¡Eres la diosa Venus en persona, guay de mí, incrédulo!

Dos veces diez mas una tirada de dos dados de cuatro caras (o dos tiradas de uno) minutos.

El sexo es azar. Nunca podré adivinar exactamente si en esta ocasión podré contenerme y no explotar antes de tiempo. Cuando me masturbo intento aguantar más y más tiempo en excitación, con la convicción de que el placer será mayor al final. Quiero que la eyaculación sea inevitable, que se apodere de mí, aunque sea a costa de olvidar las lujuriosas imágenes de muchachas en bolingas que pueblan mi sesera durante el zambombeo, un delicioso entumecimiento o calambre o como demonios se llame esa sensación que te recorre cuando estás a punto de soltar el chorrete de leche (probablemente sea el orgasmo, porque es agradabilísima). Pocas veces lo consigo, mi mano se niega a abandonar el ritmo cadencioso de la paja, y cual encantadora de serpientes, sigue imprimiéndole su armonía onanista in crescendo hasta que.. que me co... que me co... ¡que me cooorrrooo!

Con mi nena me pasa igual. Deseo saber cuándo está ella lista para llenarla de mi esencia caliente, intento seguir el ritmo de su respiración, adaptarme a los movimientos de su cuerpo sobre o bajo el mío, hacerla gozar como yo gozo o más si es que eso es posible. Pero llega siempre un momento en que me convierto en un animal instintivo. ¡La bestia indómita que termina por inundar de semen los preservativos, muy en el fondo de su intimidad!

Otra vez... ¡que calentón! –

30 o media hora

Mónica ye se ha ido. Ella nunca me provoca frustraciones. Siempre se despide de mí con un cariñoso gesto, sutil casi siempre, que me deja listo para nuestro próximo encuentro pasional. Un beso en la mejilla, un azote en el culo, un abrazo silencioso en el que mantenemos miradas y sonrisas...

Pero yo sí que me muestro frustrado. A pesar de mi seguridad en mi mismo, del convencimiento de que soy capaz de llevar a la gloria a cualquier hembra, no controlo mi propio cuerpo. No me obedece a mí, sino sólo al placer y al sexo. ¿Se puede ser más egoísta?

No sé... Estoy pensando que quizás la frustración sea el motor que dirige mi vida. Y si todo estuviera bajo mi absoluto control, ¿no terminaría aburriéndome la ausencia de sorpresa?

Mónica, tu has sido la sorpresa de mi vida.

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