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La última vez

en Fantasías Eróticas

O, cielos...-

... exclamó Thais al despertarse de la pesadilla. Su cabello goteaba el sudor del miedo. Pronto, no obstante, se enfrió con el aire que entraba por la ventana y le provocó un escalofrío al llegar, en su tembloroso discurrir, al escote y al sacro de la muchacha. Apretó la sábana, empapada contra sus lindos pechos, sintiéndose muy frágil y asustada.

De fuera llegaba el ruido del carnaval callejero. Ecos de petardos y cascabeles. Estaban lejos, a por lo menos tres calles de distancia, pero la tranquilizaron.

Se levantó y tomó la sábana como única vestimenta. Apretaba sus dedos sobre el borde, de modo que las uñas se le clavaban dolorosamente en las palmas a través de la tela de algodón. Fue al baño, muy despacio, desviando la mirada a todas partes en busca de los objetos que conformaban el mobiliario de su alcoba.

La luz del servicio era tenue. A través de la puerta entreabierta el misterioso asaltante de la noche vio la carita redonda de Thais mientras se echaba agua fresca en las sienes y tras las orejas. La deseo. Empujó levemente la hoja y pudo ver también uno de lo pechos, pequeño y precioso, salir de entre la sábana. El deseo en él aumentó.

¿Dónde estás, mi amor? –

La sombra se desvaneció antes de que Darío entrara en la recámara. En su huída, golpeó intencionadamente el marco de una fotografía. La de él y Thaís tiempo atrás. Un recuerdo que lo ligaba a este mundo de vivos y acrecentaba su angustia en la muerte.

¿Darío? ¡Ay, mi amorcito querido! ¡Menos mal que has venido! –

¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan asustada? –

Thais se recompuso y le explicó a su amante que había vuelto a tener esa pesadilla en la que se quedaba atrapada en un incendio. Cuando llegó a la parte en que el techo se desplomaba sobre su cama, se echó a llorar.

Estás temblando, Thais.-

¡Ay, qué miedo he pasado! –

Pues ya no tienes por que preocuparte, porque tu hombre está aquí. –

Darío, que estrechaba en sus fuertes brazos a la pequeña Thais la besó en la boca. Thais cerró los ojos y recibió el beso poniendo todo su alma en apartar la sensación de angustia y sustituirla por la calidez de los labios de Darío. La última lágrima cayó por su mejilla.

Sin separarse se acostaron. Él acarició el bello rostro con sus grandes manos morenas. Thais suspiró, mientras su respiración se hacía más profunda.

Qué bella estás esta noche, mi amor. –

Thais miró a los ojos de Darío. Durante unos instantes intentaron leer en la mirada del otro, descubriendo poderosos sentimientos, pero también inquietud. Darío apartó la vista y besó el cuello de su hembra. Era muy hábil usando sus labios y su lengua, y le arrancó dos gemidos de excitación.

Thaistomó con una de sus manitas la cabeza de su hombre, deslizando sus dedos por su cabello corto y rizado, y completamente negro. La otra la hizo descender por el poderoso torso hasta llegar a los calzones.

Mmmmm... Estás muy caliente. Lo tienes ya enorme. –

Darío sonrió y unió su mano a la de Thais, para juntos explorar su masculinidad. Sobre ella, cubriéndola con sus casi metro noventa de fibra y músculo, parecía un coloso.

Darío no se había fijado hasta entonces en el aroma de su linda cubana. Olía a azúcar y caramelo, al tiempo que él despedía una suave brisa mezcla de mil cosas: mar, ron, tabaco y fruta. Olía a Cuba.

De verdad que te lo digo, cielo. Que hoy estás especialmente bella. –

¿Sí? ¿En qué lo notas, mi amor? –

En... no sé, es algo distinto en toda tú. Como si fueras otra Thais, más mujer. –

Por fin Darío bajo su ropa interior para dejar paso franco a su orgullo de hombre. Thais separó sus piernas y buscó la postura más cómoda y a la vez que más placer le pudiera reportar.

Venga, estoy lista. Dámelo todo. –

Darío encaminó la cabeza de su pene entre los muslos tersos de ella. Pronto llegó a la abertura y allí espero hasta que pudo introducirse. Otras veces la mujer estaba más lubricada, pero el calor y la relajación que en esa parte de su cuerpo impuso hicieron que la penetración fuera segura e indolora.

Ahhhh... – jadeó Thais, notando en su intimidad femenina el grosor y la longitud creciente del aparato de Darío.

¿Lo sientes bien, cariño? –

Sí, muy bien. Bésame. –

Apoyó sus manos sobre la almohada y juntó los labios con los de ella. Con una serie de movimientos marcados por el instinto, probó y calentó toda la boca de su amada. Ella le correspondió con un fuerte abrazo. El contacto casi absoluto de sus cuerpos era muy placentero para ambos, sobre todo para Thais, que se sentía llena y a la vez cubierta por el hombre de su vida.

Voy a meterlo más adentro. –

Sí, espera... –

La muchacha unió sus piernas tras la cintura de él y apretó su pubis. El pene se deslizó hasta el fondo, y los testículos, grandes como fruta madura, hicieron de tope contra los labios de la vagina.

-¡Aaahhhh! –

Sí, mi amor. Yo también los siento. Mmmm, qué bien. –

Una vez que ya había comprobado la profundidad de ella y ella la longitud de él, acordaron sin palabras un ritmo. Como piezas de una máquina bien engrasada, lo cuerpos se movían uno sobre el otro sobre la cama. Darío jadeaba audiblemente, mientras que Thais, cada vez que notaba en sus partes más sensibles el contacto y el roce de su hombre, apretaba los labios y cerraba los ojos para no gritar. Sobre todo notaba placer al acariciar en las embestidas el bajo vientre de él su botón, y sus firmes pectorales de varón las cúspides de sus pechos femeninos. Los pezones estaban duros y muy rojos.

Cuando, después de unos minutos de armoniosa cadencia en el coito, Thais se pudo concentrar, tomó el rostro de él con las manos y clavó sus ojos en los suyos. Al principio Darío desviaba la mirada, más preocupado por penetrarla placenteramente, pero llegó un momento en que el magnetismo que la mirada de ella desprendía lo perturbó de tal modo que se detuvo por completo.

Dentro de la húmeda y cálida vagina, el pene palpitaba, y Darío tenía que hacer fuerza con los músculos para no eyacular. Thais lo notaba, como si un pequeño corazón hiciera vibrar su intimidad y el hormigueo se extendiese por sus partes más sensibles.

Mirándose el uno al otro se quedaron, hasta que Darío no pudo más. Cerró los ojos y gruñó. Sus dedos aferraron la sabana bajera. La tensión de todo su cuerpo se concentró en el glande. El semen surgió del miembro y muy dentro de Thais se esparció.

-¡Ooohhh, sí! –

Thais también notó el placer que inundaba el cuerpo de su amante, aunque a una escala menor y diferente. La excitaba verlo tan... alejado de ella y a al vez tan cerca. El silencio, o más bien la ausencia de palabras que había prevalecido durante casi toda la sesión amorosa aumentaba esa sensación.

-Me encanta. – susurró.

-¿Mmmm?- inquirió él, mientras extraía su miembro de ella.

El pene expulsaba todavía leves ráfagas de líquido blanco, y la presión de la vagina sobre él mientras se retiraba ayudó a "exprimir" su contenido a lo largo de todos los genitales de Thais.

Ella no respondió, sino que lo abrazó con mucha ternura y le besó la boca. Su lengua jugueteó con los labios de él. Darío se dejaba hacer, notando el agotamiento tanto en su la disminución del grosor y tamaño de su virilidad como en la falta de fuerza en los músculos que lo habían sustentado mientras montaba a su amada.

Por fin, con las manos entrelazadas y agasajándose con besitos recíprocos, se durmieron.

Yo, por mi parte, contemplé por última vez a la que en vida fue mi esposa. Estaba radiante. Ninguna alabanza a su belleza de las que había hecho Darío le quedaba grande, y dudo que él encontrara las palabras justas para ensalzar a mi Thais. Tampoco, y eso era lo que más me entristecía, le consideraba digno de ella o capaz de complacerla como yo. En mi peculiar estatus podía atisbar más allá de los simples sentidos y leer en las mentes y deseos de los demás. Y los de Darío, aunque buenos, no me parecían lo suficiente para ella.

Debía acostumbrarme, por un lado, a que la había perdido ya hacía años, y a que ella sería feliz con él. Me dijeron que atrás quedaban todas las emociones, y por eso no pude llorar. Pero quise hacerlo.

Cuando amaneció, yo ya me había ido. Para siempre. Antes de desaparecer, volví a colocar nuestra foto en su sitio. No merecía la pena que amargara su existencia descubriéndola en el suelo y recordando lo que fue estar conmigo, porque también recordaría el dolor que supuso mi muerte.

Vagué por las calles hasta llegar al carnaval. Una preciosa mulata aún tenía ganas de menear sus caderas sobre algún macho. Sus pechos aparecían desnudos, a excepción de unas hermosas pezoneras doradas de las que colgaban unos flecos. Borracha por el ron, caminaba demasiado cerca de un terraplén.

Al menos no pasaría otra noche solo. Me coloqué tras ella y con un susurró le dije:

Bonita, hoy tú y yo tenemos toda la eternidad para gozar. –

La impresión de mi frío aliento sobre su espalda desnuda bastó para hacerla tropezar...

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