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El delirio sale del armario

en Gays

¡Polla, prueben mi polla! –

¡Culos prietos! ¡Si te agachas te la meto! –

Señor, este pene entretiene. –

¿Quién ha dicho cojones? Aquí los únicos de calidad son los míos. –

Felatrices masculinos. ¡Descubra el placer de un experto fluffer! –

Julián tenía ese sueño erótico con mucha frecuencia. De pronto se encontraba desnudo, en un bazar de hermosos efebos que le ofrecían sus cuerpos para que los degustase. En cada puesto se ocultaba un placer nuevo o exótico.

Tenemos aquí a Abú, etíope. ¡Fíjense que monstruo de la virilidad! –

Pase, pase, caballero, y disfrute de los mejores masturbadores del planeta. –

¿Quiere acostarse con un famoso? ¡Sólo tiene que elegir el que más le guste! Actores, modelos, deportistas, cantantes... ¡De todo, se lo aseguro! –

Juli, despierta...

Eso último lo había dicho su ex-esposa. Julián se estiró en el coche, donde dormía desde que se divorció de su mujer. Ni siquiera era suyo. La muy arpía se lo había quedado también. Venía con el abogado a ponerle otra demanda más.

¿Qué quieres ahora? – preguntó furioso mientras se rascaba el paquete. Se había corrido con el sueño

y no se podía limpiar el semen.

¡Encima de que te permito dormir en mi coche, me chillas! –

Perdona... ¿Qué quieres? –

El abogado, un tipo bien vestido al que ya conocía, alto, fuerte, atlético, un bombón a su juicio, aunque hubiese sido la mano ejecutora de la sanguijuela de su esposa, tomó la palabra con un carraspeo.

Señor Molina, su esposa ha sido ya más que paciente con usted. No hemos observado ningún cambio en su conducta respecto a buscarse un modo de ganarse la vida, por lo que me veo obligado a pedirle que se vaya y que no vuelva a ponerse a la vista de mi cliente.-

¡Lo que le faltaba! Ya no podría ni dormir en el coche. Echando maldiciones contra la víbora chupasangre y su amante, es decir, el abogado, salió. Estaba en calzoncillos. Eso, una manta, los calcetines, una camisa sucia de café y los zapatos (sin cordones), era lo único que el juez, que también se había tirado a la hasta hace un mes señora Molina, le había concedido tras el reparto de bienes. Como pudo, arrastrándose por callejones de segunda, llegó a la casa de un amigo.

Abre Paco, que soy el Julián. –

Paco, marido ejemplar, no quiso recibir a su amigo en su casa.

¡Joder Julián! Tengo hijos, ¿y qué iba a decir Marga si viese a un tío hecho una mierda como tú? –

Pero tú eres mi amigo... tienes que ayudarme. –

No puedo, no así. Toma, ve a esta dirección y allí te darán todo lo que necesites. –

De nuevo Julián se vio obligado a soportar las burlas de la gente que paseaba por la calle. El sitio que su "amigo" le había indicado era un garito de ambiente. El portero no quería dejarlo pasar, pero después que le dijo quién le había dado la dirección, se lo consintió.

Pero antes me vas a chupar el pene, cerdo. –

¿C..cómo? –

¡Que te pongas de rodillas, te metas mi polla en la boca y me la comas hasta que te llene de semen. –

Julián obedeció, amedrentado por los 100 kilos y el metro noventa y pico del tío. Le bajó la bragueta del pantalón de cuero. Vio los calzoncillos, o el tanga, o lo que fuese, manchado de semen. Igual que él. Enseguida tuvo el pequeño miembro del portero, minúsculo y pringoso.

¡Vaya picha más canija! –

Come y calla, que al come y canta, un sentido le falta. –

No hizo falta más que un empujón para introducir todo el instrumento en la boca de Julián, incluyendo los testículos. Comenzó a succionar, notando que a cada sorbo el paquete crecía más y más, como si su lengua estuviera empapada de levadura y la polla fuese una masa de pan en el horno.

¡Mmmfffff! –

Así no se hace, ¿no sabes ni hacer una triste felación! –

Julián negó con la cabeza y así dió un tirón al miembro del puto portero.

¡Ehhh! En vez de no, prueba con sí...-

Julián lo hizo. Movió la cabeza hacia rriba y abajo, como si asintiera.

Mmmm... mucho mejor. Sigue hasta que te eyacule. –

Julián siguió, clavándose los guijarros del suelo en las rodillas y aguantando las humillaciones de su inesperada pareja. Se divertía diciéndole marranadas y parecía que Julián asentía a todo.

Eres un perdedor, ¿verdad? Y te encanta el semen. Un mierda. Lo peor. ¿A que sí? –

Y Julián todo el rato arriba y abajo.

Acaríciame los huevos un poco o no terminarás nunca, coño. –

Le tomó una mano y se la llevó hasta sus testículos. Julián los sopesó. Si daba un tirón de repente...

Ni se te ocurra...aa.aaa.aaaaaaa.¡ Toma mi nata, puto! –

Y Julián probó el semen de aquel maromo. Dejó que un poco escurriese por la pernera de cuero. Le encantaba esa textura.

Me has manchado, pero da igual. No te voy a dejar que comas más. –

Lo ayudó a levantarse y lo condujo dentro. Todavía no había nadie. Sólo el jefe, un chulo de hombres. Vestía una camisa horrible de leopardo a juego con una bufanda de armiño y un sombrero de ala ancha.

Que gusto más pésimo. –

¿No te has visto a un espejo? –

Entraron a una sala privada a discutir las condiciones laborales. Bueno, se las impuso el jefe, Don Gabrielle (se llamaba Pepe, pero tenía nombre de guerra para intimidar a sus muchachos), mientras Julián tenía que limpiar de roña las uñas de los pies de una vieja, la madre del portero. Cuando terminó con eso tuvo que darle betún a los zapatos del jefe.

Bueno, Julián, ¿has entendido todo? –

Pues sí, para mi desgracia. –

Venga hombre, ser uno de los chaperos de mi corte es un honor. –

El portero defendió durante media hora las bondades de ser chapero de Don Gabrielle, haciendo rimas bastante inspiradas. Julián se lo hizo saber.

¿Por qué no escribes un libro de poesía? –

¿De verdad crees que tengo talento literario? –

Pues sí. –

¡Eres un tío legal! Toma mi gorra, te la regalo. Eso y... –

Le plantó un dulce beso en los labios, recorriéndoselos desde una comisura a la otra con la lengua húmeda. Luego el portero volvió a su puesto, pero antes de desaparecer tras la cortina de lentejuelas que separaba del salón y los otros picaderos la sala privada de administración, se agarró el paquete con una mano y le guiñó un ojo cómplice a Julián.

¡Qué majo! –

Sí, es mi mejor empleado. –

¡Auuuuu!-

Julián se quejó porque Don Gabrielle había dejado intencionadamente caer algo de la ceniza del puro que se estaba fumando (un cigarro era demasiado para él, según le comentó a su psiquiatra en cierta ocasión).

Bueno, pero fui al psiquiatra no porque necesitara tratamiento, sino para acostarme en su diván. –

Interesante... ¿Era amante tuyo? –

Por supuesto que no. Tengo dignidad... –

Ahhh...En fin, ¿cuándo empiezo? –

Ya mismo. Y será mejor que alegres la cara. Te podemos ofrecer como guarro, no como triste alma en pena. Eso no pone a nadie... Ni a los más pervertidos. –

Lo siento.. Pensaba en Rodrigo, un compañero de colegio...¡Ay, si me viera! –

Rodrigo era un chico de carrillos rojos y pelo negro, el más viril de cuantos amigos, hombres o caballeros se encontrase Julián a lo largo de toda su vida. Mientras era conducido a su puesto en un barrio de prostitución, su recuerdo lo confortaba. ¡Cómo deseaba Julián que apareciese, salvador, y lo llevase con él!

Deja de soñar, imbécil. Que ya hemos llegado. Bájate. Dentro de una hora vuelvo a por la recaudación. Suerte. Por ahí veo acercarse el primero... –

Julián se apoyó contra un banco y se bajó los calzoncillos. Al tiempo se golpeaba con furia el muslo y chillaba su libidinoso mensaje.

¡Carne, carne fresca y tierna! –

No tardó en atender el reclamo el viandante. Se acercó y se quedó mirando la triste figura que era Julián. El sudor hacía que se le vieran los pelos del pecho a través de la camiseta.

Calla marrano, que ya te he oído. –

Pero Julián no se cayó, sino que siguió dándose violentas palmadas en las nalgas mientras repetía su oferta a grito pelado. El otro centró su atención en la gorra. Negra y de cuero, la oficial de los chaperos. Una cadenita cruzaba la parte delantera. Julián la traía ladeada.

Bonita gorra... –

Gracias. Es de un amigo. –

Y tu culo... ¿de quién es? –

Tuyo si pagas lo que vale. –

El hombre aceptó y se colocó detrás de su puto. Julián apretó los dientes y separó las piernas.

¿Quieres agarrarte los tobillos? Me parece que es tu primera vez y te lo recomiendo. –

No, no. Dame cuanto antes o los nervios no dejarán que me agarre ni al banco. –

El otro le retorció un pezón sobre la camiseta. Luego desabrochó uno a uno los botones del pantalón. No llevaba calzones, sino una especie de braguero a pilas que vibraba. Lo desconectó. Julián no soportaba la espera.

¿Lo sientes ya? –

En absoluto...oo....¡ay! –

¿Y ahora? –

Ahora sí, demonio...¡que dimensiones más exageradas! –

Pscheee... Es que hago mucha gimnasia del pene. –

Y de todo lo otro. ¡Hay que ver con qué fuerza me agarras! –

Es para que no nos separemos, majo. –

El ano de Julián aceptaba gozoso el diámetro del miembro. El prepucio corría hacia ambas direcciones siguiendo las embestidas. Rítmicas, espaciadas. Julián notaba que se la dejaba metida un tiempo, probablemente para apretar los músculos y acelerar la erección. Él hacía lo mismo, pero lo que contraía eran los músculos del esfínter, decididos, cuando la tenían dentro, a no soltar su presa.

Es una delicia como controlas tu ojete. –

¿Verdad que sí? Pues a mí no me ha hecho falta gimnasia. –

¡Mmmpppfff! Desde luego que no, eres un experto sodomita. –

Le siguió dando por detrás. Ahora las acometidas eran algo más rápidas. La respiración jadeante de el otro golpeaba la nuca de Julián, erizándole el vello. Le daba escalofríos. Le ponía la piel de gallina.

Menudo ñaca-ñaca me estás haciendo. –

Agárrate bien, que te la voy a clavar hasta donde pueda. pero no hagas fuerza. –

Le tomó los muslos, sacó un instante el pene percutidor y lo metió a gran velocidad en le agujero negro. Era, además de gordo, muy largo.

¡Aaaaahhhhh! Quieto... quieto así que me voy.... sí...¿me voy ya! –

Julián no debía tener nervios en el tracto intestinal, porque no sintió para nada la manchada de lefa. Ni siquiera se le salió un poco de semen cuando el otro se la sacó.

Magnífico. Te mereces estar en la guía de chaperos. –

¿Podrás interceder por mí para que me incluyan? –

Hombre.. . se intentará. Toma lo convenido. –

¿Habíamos convenido algo? –

La verdad... no tengo ni idea. Tómalo de todas formas. –

Le dio unos billetes amarillos. No eran de curso legal. ¿Le había estafado? Miró el dibujo y vio el número 100$ y en el centro la cara de su amigo Rodrigo.

Oye, pero si éste es... –

Hasta ese momento no se había dado cuenta. El hombre que le había hecho el amor era Rodrigo, su amigo del colegio, su enamorado de siempre. Seguía siendo un chico fuerte, de mejillas rojas y pelo azabache, pero ahora su físico era espectacular. Músculos de culturista, piernas firmes, manos grandes. Mejor incluso que el abogado de su ex. Echándose a su cuello exclamó Julián:

¡O Rodrigo! Por fin estás conmigo. –

Sigues igual que antes, Genovevo. –

¿Quién es Genovevo? –

Tú, majadero. Que si quieres que te de amor, te llamarás Genovevo. –

Sí, Rodrigo. Seré tu Genovevo. –

Rodrigo lo alzó hasta su altura, le limpió una lagrima con el pulgar y cerró sus labios, que sólo podían suspirar, con un beso.

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