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El terror de las ETTs

en Control Mental

Fue horrible, pero merecieron la pena los seis meses que pasé haciendo sudar al cabrón de mi tío Pascasio. No a él, que también era un cabrito, sino al macho cabrío que tenía en su rebaño de cabras.

¿Y para qué semejante sanjuanada? Pues es evidente, para contar con suficiente licorcillo de desagradable aspecto y repugnante aroma destilado de las axilas e ingles del animal como para seducir a un buen número de chicas.

¿Seducirlas con esa poagre? Pues sí, que me he informado bien y contiene una suerte de feromonas de efectos demoledores. Sólo que para hacer que sean efectivas hay que activar antes la pituitaria, la hipofisis, y tras una reacción psicosomática en cadena que omitiré, los centros cerebrales encargados de regular la libido.

¿Cómo? Lee mis labios, lector depravado. Caramelos de pepino.

Así, armado con un par de ampollas de ese infernal mejunje y algunos caramelos de pepino de fabricación casera, salí de caza, cual nuevo Jean Baptiste Greounie, o como se escriba, que el gabacho nunca se me dio bien.

Mi coto serían las entrevistadoras de E.T.Ts (Empresas de Trabajo Temporal, o Explotadores Timando Tontos, cualquier acrónimo es bueno). No sé si os habréis dado cuenta, amigos, pero por alguna confabulación de las Potencias del Eje, en este negocio las chicas encargadas de evaluar a los candidatos están buenísimas. Hay excepciones, claro, pero a ésas que se las pinche un pez-pirata.

-Hola, Heriberto, ¿verdad?-

-Verdad. Hola.-

-Soy Abigail, encantada, ¿me acompañas?-

-Claro.-

La tal Abigail, mi primera víctima, es una preciosidad sacada de las finalistas al casting de Un, Dos, Tres. ¿Qué tendrán las chicas con gafas de pasta que me ponen tan tonto? Tiene un gracioso acento del sur que hace que todas las cosas que dice suenen a "sexo y olé". Además la voz le sale muy cantarina, un poco grave... seguro que canta en la ducha mientras juguetea con su pubis y nuca. ¿Qué? Mientras nos sentamos en una habitación aparte me la imagino entonando el himno nacional estadounidense con palabras obscenas.

-Oh sex can you see, my big, wet and hard tits...-

Lástima que esté tan vestida. Me gustaría comprobar si ese cuerpo que acabo de dibujar en la pantalla de cine X que es mi mente en estos momentos tiene, tal y como me imaginado, los lunares dispuestos para que al unirlos con un buen lefazo salga una flecha apuntando a su

-Coño.-musito.

-¿Perdón?-dice, interrumpiendo la perorata que me estaba soltando acerca de los requisitos del puesto de trabajo en cuestión. Creo que me ha oído.

-Perdona, decía que coño que frío hace.-

Sonríe, pero creo que ya me ha descalificado por la soez sinceridad para el puesto. Tanto mejor, tampoco me interesaba. Ahora pondré yo mis condiciones. Me meto el caramelo de pepino en la boca y cojo la ampolla con disimulo, me levanto a toda prisa y la beso a la fuerza. La sorpresa me da tiempo a abrir bajo su nariz la ampolla, que aspira sin poder evitarlo. Y cae desvanecida ipso facto. Yo he aguantado el aliento, sabedor del horrendo tufo, y no vuelvo a tomar aire hasta que he cerrado a conciencia la ampolla. Efectivamente, huele a mil demonios. ¿Y ahora qué? No contaba con el desmayo... Escupo el caramelo a una papelera, indeciso sobre mi siguiente paso.

-Mmmm.... ¿qué ha sido eso?- la oigo murmurar entre mis brazos unos segundos después, y me calmo un poco. Como mi fórmula no surta efecto, tendré apenas unos segundos para salir pitando de allí.

-Ah, lo siento, creo que me he desmayado. Gra.. gracias por sujetarme.-susurra, confusa. No parece recordar que acabo de comerle los morros; un interesante y útil efecto secundario: amnesia.

Abigail se separa un poco de mi abrazo, y sus manos van deslizándose desde mis hombros hasta mis brazos, pero allí se detienen. Me mira a los ojos y sus pupilas se agrandan por momentos, aunque la expresión de su rostro tiene mucho de perplejidad: me imagino que está luchando contra lo que de golpe parece haberse apoderado de su mente, la lujuria incontenible. Pero poco a poco se va abandonando a ese instinto. Sus párpados se entrecierran, como si estuviera un poco borracha, y esboza una sugerente sonrisa.

 

-¿Cómo te llamas?-me pregunta por fin, y sus dedos de uñas nacaradas tamborilean, ansiosos, sobre mis biceps.

-Berto.-

-¿Te importaría follarme?-

-No, la verdad.-

Se ríe, algo que no parará de hacer durante la media hora siguiente, como si con su risa me espoleara. Vuelvo a besarla, y esta vez me corresponde con creces. ¡Que me come! Me abre la camisa haciendo saltar varios botones y me pega un largo lametón desde el pectoral hasta el cuello. Yo la agarro el culo y se lo magreo pero que muuuy bien. ¡Qué maravilla! Me acaricia con fuerza, casi son arañazos , zarpazos para quitarme la ropa de encima. Empiezo a hacerlo, intuyendo sus deseos, pero le parece que tardo demasiado y de un empujón me tira encima de la mesa de las entrevistas. ¡Guau, está realmente en celo! Me mira relamiéndose mientras se despoja de la blusa y los pantalones. Yo aún estoy con la camisa, no quiero romperme más botones, cuando coge las perneras de mis pantalones vaqueros y tira de ellas hasta quitármelos. Acto seguido me toma por los muslos y me estampa el paquete contra su estómago y bajo vientre. Joder, espero que esa brutalidad no sea efecto de la pócima, podría llegar a hacerme daño.

-Espera, espera.-le pido.

-Ni hablar, Bertito.-

Se sube encima de la mesa y planta sus piernas a ambos lados de mis caderas. Esa amazona tiene la intención clara de cabalgarme. Ni siquiera se ha quitado el tanga que lleva, de chillones colores y que se adivina bastante... eso. Necesitará un buen lavado. Renunciando a seguir intentando quitarle las riendas, centro mis esfuerzo en favorecer lo inevitable y meneo mis caderas a toda prisa para bajarme los boxers al menos hasta las rodillas. Ella no necesita más y riéndose de nuevo se monta sobre mi pirulo tropical. La carcajada se transforma en gemido. Aún debe mantener algo de control sobre lo que está pasando, porque no eleva demasiado la voz. Menos mal, eso podría complicar el asunto hasta límites insospechados, y tampoco quiero que a la pobre chica la despidan por un quítame allá esas pajas.

Se mueve con parsimonia, lo cual me sorprende: esperaba que tras el acelerón del previo aquello fuera un coito salvaje. Pero no, parece que disfruta subiendo y bajando sin prisa por mi palo de mesana. Yo también lo estoy pasando de fábula, toqueteándole los sedosos muslos y las tetas cuando se inclina buscando ángulos diferentes de penetración que le reporten más placer. Así, noto el clímax como un horizonte al que los dos nos acercamos en suave balanceo sobre el mar de la lujuria. Hasta tengo que echar el ancla al notar que nos acercábamos a puerto demasiado rápido. Pero ella ya tiene su quilla lacerando la arena del muelle y... bueno, basta de marinería, grumetes, ¡que me corro!

-Oh, oh, jajaja. Parece que... mmm... sí, sí.-

"Vaya descubrimiento, guapa" pienso, notando aún las contracciones de mi tranca dentro de su pozo del amor. Debo haberlo llenado hasta la mitad de amor, ridiela.

Como a Abigail aún le quedan unos compases que entonar (parece que al final se confirmó lo de que cantaba en la ducha) en la sinfonía del orgasmo, me entretengo mirando por la gran ventana de la habitación. Es un edificio de oficinas de grandes cristaleras, y enfrente hay unas obras. Pero la grua no se mueve, y de la plataforma cuelgan unas vigas sobre las que guarda el equilibrio como puede un obrerete. Que nos está mirando descaradamente.

-Hola.- digo mientras le saludo con la mano, pero enseguida pienso que mejor me voy yendo ya. El experimento ha sido un éxito. Abigail se quita de encima en cuanto se lo pido, pero sigue con esa mirada entre tierna y ebria. ¿No quiere follar más? Me extraña. no será que también... Oh, no, espero que el mejunje no influya en los sentimientos. No quiero jugar con eso.

-Vístete.-le sugiero, y ella agarra la ropa, apretándola contra su pecho. Pero no parece muy dispuesta a vestirse. Mierda... Me visto, salgo de la habitación y cierro la puerta, ella sigue encima de la mesa. La oigo que vuelve a reírse y suena como si se recostara encima de la mesa, ignoro para qué. Sintiéndome un poco culpable, al pasar por la recepción de la oficina, digo a las compañeras de Abigail:

-Adiós, la han llamado por teléfono y hemos tenido que terminar la entrevista un poco precipitadamente, pero me ha dicho que ya me llamareis.-

-Ah, vale. Heriberto, ¿verdad?-

-Verdad... digo, sí.-

-Pues nada, con lo que sea ya te avisamos, ¿vale? Venga, ha sido un placer.-

-Adiós.-

Espero que se le pase el efecto antes de que sus compañeras vayan a ver qué está haciendo... mejor acelero. Y vosotras, ¡temblad, pronto os haré una visita!

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