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Sacerdotisas del dolor: Marina

en Sadomaso

Soy muy celosa, y cuando César me dijo que yo no había sido la primera mujer que lo había gozado, estuve a punto de echarme a llorar. Pero la experiencia que había adquirido a lo largo de nuestras interminables sesiones de sexo duro me habían hecho casi inmune a cualquier sorpresa. Por eso compuse mi rostro lo más naturalmente que pude para que él creyese que no me importaba.

Se rebeló, porque quería verme furiosa, no indiferente. Era una posibilidad, remota, y me demostró que mi esclavo era caprichoso, y no un pelele aburrido y automático. Complacida, castigué su insolencia con mi pervertida imaginación.

La ocasión me pareció tan importante que decidí que César llevara para siempre un doloroso recuerdo de aquel día, en forma de piercing en los genitales y mi nombre, Lorena, en su vientre. No se olvidaría nunca de que yo soy todo su mundo.

Al día siguiente empecé a planear el próximo capítulo de nuestra vida. Quise vengarme de la otra: Camino. Fuese quien fuese, se había atrevido a relacionarse con mi siervo sin mi permiso. Me da igual que eso ocurriese antes de que yo conociese a César: él está destinado a ser exclusivamente mío.

Él había dicho que la clave para llegar a la adúltera era Marina. Era una antigua amiga, la mejor que tuve durante la universidad. Algo alocada, transgresora, guapa... Todos, yo incluida, la adorábamos. Pero desde que me licencié, no había vuelto a saber de ella. La última noticia que había tenido de ella era que se fue a las Canarias a estudiar un máster.

César me contó que había vuelto ya hacía algunos meses a la península. Trabajaba en una gran empresa. ¡Y era la compañera de piso de Camino! Bendije todas las coincidencias que en el mundo han sido y la llamé por teléfono.

Marina es estupenda. No sólo me ha reconocido sin decirle quién era, sino que nos ha invitado a César y a mí a comer. Le he comentado un poco mi plan para vengarme de Camino. No sé qué impresión le causará enterarse de que sus dos mejores amigos de la facultad son ahora ama y esclavo, y que quieren darle una lección a su compañera de piso... ¡Tengo que convencerla al precio que sea!

Me pongo guapa. Quiero que tanto César como Marina me adulen durante la comida. Una blusa color azafrán semitransparente que deje ver mi lencería de encaje, minifalda roja y zapatos de aguja. Con menos de 15 centímetros de tacón no salgo a la calle. Soy algo bajita y me sentiría insegura, y no divina de la muerte, que es como me gusta sentirme.

Ordeno a César que se duche. También quiero que él cause buena impresión a Marina. Después de tanto tiempo... Tal vez le ofrezca quedarse con él unos días en calidad de criado a cambio de su cooperación en la "operación Camino". Cuando está limpio y fresco, le hago ponerse unos pantalones de cuero ajustadísimos, para que se le marque bien el paquete, y una camiseta igual de apretada. César se cuida mucho para aparecer agradable ante mis ojos. Me fascinan los "musculitos".

Ya son las dos. Acabamos de llegar al restaurante. Marina todavía no está. Cortésmente, César retira la silla para que yo pueda sentarme. Es un cielo. Cuando se pone en plan servicial, es capaz de hacerte sentir una reina. Pero tiene mucho cuidado de ponerse empalagoso. No se lo tolero.

Hola pillines. Cuánto tiempo sin veros. –

En efecto, es Marina quien nos saluda efusivamente nada más divisarnos al entrar en el local. Está preciosa. Más radiante, más hermosa y más... ¡más todo! El sol de las Canarias le ha dado un tono broncíneo a su piel, que hace juego con su pelo rojo.

César se levanta como un resorte. Se le nota muy contento de volver a ver a su gran amiga después de tanto tiempo; tan contento que se olvida de pedirme permiso para saludarla. Va a besarle la mano, como hace conmigo, pero Marina se lanza a su cuello y le planta dos sonoros besos en la mejilla.

¡César! –

Tengo que llamar al orden a mi esclavo. Éste enseguida comprende su error y avergonzado por su impetuosidad vuelve a sentarse. Marina entonces se acerca a mí y también me da dos besos, despreocupada. La abrazo, emocionada. Huele a flores.

Cariño, qué ganas tenía de que volviéramos a reunirnos... –

Casi me echo a llorar. Recuerdo todas las cosas que hemos hecho juntas, en el instituto, donde nos conocimos, y luego en la facultad. Allí empecé a descubrir el mundo de la dominación. De hecho Marina fue la primera persona que deseé someter. Me he masturbado muchas veces pensando en cómo sería tenerla, sonriente y feliz, bajo mi bota implacable.

Estás... increíble, Lorena. –

¡Por fin un halago! Se lo agradezco con otros cumplidos, merecidos, a su belleza. Pienso que, si César no dice nada al estar junto a dos chicas tan especiales como nosotras, es porque no encuentra las palabras. Seré indulgente con él. Hay cosas más importantes que tratar en vez de exigir los debidos requiebros.

La conversación fue al principio muy agradable para nosotras. Prohibí a César con un gesto que abriera la boca. Marina se mosqueó un poco al ver el silencio de mi esclavo.

¿Te ha comido la lengua el gato? –

Él se encogió de hombros y sonrió, bobalicón. No hablaría si yo no se lo ordenaba. Después de recordar los viejos tiempos, consideré que ya era hora de explicarle a Marina el meollo del asunto por el cual nos habíamos reunido con ella.

César, explícale a Marina por qué no hablas. –

Sí, ama. –

¿Ama? –

Lorena es mi ama. Antes me ha ordenado que no hablara. Debo obedecerla. –

Ahhh... No lo entiendo, ¿no sois novios? –

Algo más que eso. – intervine yo – Tenemos una relación más profunda. –

Sí, yo le pertenezco. Soy su esclavo. –

Marina nos miró, entre sorprendida y divertida. Se cruzó de brazos, como asimilando lo que acababa de decirle. Entonces nos comentó:

O sea, que os va el rollo sadomaso. –

¡Exacto! ¿Conoces algo del tema? –

Sí, lo suficiente. Pero no entiendo qué tiene eso que ver con que me hayáis llamado. –

César... –

Le explicó con todo lujo de detalles lo que había sucedido en nuestra sesión del día anterior. Marina alucinó con las revelaciones, pero en sus ojos leí cierta excitación. Creo que le interesaba el asunto más de lo que yo creía.

Más complicado fue hacerle entender por qué necesitábamos su ayuda. Si le decíamos claramente que queríamos que engañara a su compañera de piso para "secuestrarla", su reacción podría ser imprevisible. No obstante, me arriesgué y se lo dije:

Camino, la chica que vive contigo, fue novia de César... –

Sí, lo sabía. –

Pues bien, lo que deseo es vengarme de ella. –

¿Qué te ha hecho? –

No sé si lo podrás entender: el hecho de haberse relacionado con mi esclavo es el delito. Y voy a castigarla por ello. –

Mis palabras eran firmes, como mi resolución. Marina comprendió que hablaba completamente en serio. Suspiró y dijo:

Tienes razón en lo de que no lo entiendo... pero puedo imaginar el castigo que quieres aplicarle. La vas a someter a la fuerza, ¿no? –

Sí. –

Entonces cuenta conmigo. Haré lo que pueda para darle su merecido a esa golfa.-

Pero... ¿no es tu amiga? –

Sí. –

Ahora soy yo la que no entiende... –

Es sencillo: me ha gustado lo que César me ha contado de la dominación. Quiero iniciarme en ese mundo y Camino es la víctima perfecta. No sospechará nada. –

Sigo sin comprender muy bien, pero me parece bien. –

Marina dio un sorbo a su copa de vino blanco.

Entonces estamos de acuerdo. Pero quiero dos cosas. –

Me lo esperaba. Instintivamente agarré el bolso.

No, no. Nada de dinero. ¡Entre viejas amigas! No me refería a eso. –

¿Qué es lo que quieres? –

Cuando termines con Camino, yo me quedaré con ella en exclusiva. Quiero decir que, si la convertimos en una zorra sumisa, después de que tú te hayas "vengado", pasará a ser mía. –

Acepto. –

Y ahora quiero un anticipo sexual. –

Clavó los ojos en César. Me estaba pidiendo prestado a mi esclavo. Yo le deseaba tanto como ella... y como el propio César.

César... Enséñale a Marina la marca que llevas por desobediente. –

César, algo azorado, se levantó la camiseta. Allí estaba la inscripción, hecha a base de cicatrices, "siervo de Lorena". La visión de mi nombre grabado sobre su vientre me hizo estremecer. Deseaba tener otra vez el estilo en mi mano y llenar su cuerpo con mi nombre.

Fantástico. – consiguió articular, asombrada, Marina.

Entonces César, movido por la excitación que nos causaba a ambas el ver su cuerpo mortificado, eufórico se levantó del asiento y se bajó los pantalones. Su miembro apareció. Se veía el anillo plateado sobresaliendo del escroto. Era bello. Arte sobre su cuerpo. Pero me enfadé. No por lo impulsivo del acto, que había atraído miradas curiosas a nuestra mesa, sino porque...

Ve inmediatamente al servicio, perro. Espéranos allí. –

César no comprendió la ira de mi mirada, pero obedeció. Seguí el movimiento de su trasero hasta que se cerró la puerta de los lavabos.

¿Por qué le has dicho que se fuera? –

¿No te has dado cuenta de que no estaba empalmado? –

¿Qué? –

Tiene a orden explícita de estar siempre a mi disposición, erecto. –

Vale... ¿Le pusiste tú el anillo? –

Sí, ¿qué te parece? –

Me ha dejado de piedra. ¿Le dolió mucho? –

Eso espero. Yo desde luego disfruté poniéndoselo. –

Mmmm... ciertamente eres perversa. –

Marina sonrió. Ver el pene, aunque flácido, de César la había calentado aún más. Me preguntó:

Tiene que ser una gozada cuando te penetra. –

No sé, se lo puse ayer y todavía no lo he probado. –

Continuamos hablando de nuestras cosas. Media hora más tarde fuimos al servicio, a humillar y someter a nuestro descuidado esclavo. Lo encontramos en el baño de mujeres, masturbándose. Había comprendido que me molestó no verlo excitado e intentaba paliar su error.

A cuatro patas. – ordené. Cuando estuvo dispuesto le pregunté a Marina: - ¿quieres que te lama los zapatos? Lo hace francamente bien. –

Demuéstralo... –

César no tardó en ponerse a chupad las sandalias de Marina. Nunca le había visto hacérselo a otra mujer que no fuese yo. Me senté sobre su espalda y comencé a frotar mi sexo contra su camiseta mientras contemplaba a mi amiga adorada pro mi siervo. Marina le daba instrucciones precisas "ahora el empeine... bien, el tacón otra vez,... mmm, que gusto entre los dedos" Quedó realmente satisfecha.

¿Has visto qué experto lamedor tengo? –

Sí. ¿Qué más sabe hacer? –

César... – le señalé le inodoro. Fue hasta allí y se colocó para que pudiera hacerle lluvia dorada. – mira, querida. –

Vacié mi vejiga sobre él. La camiseta quedó empapada.

Eres un puerco. – le dijo Marina, antes de asestarle una sádica patada en el estómago que le hizo revolcarse dolorido por el suelo del servicio.

Tienes razón. – afirmé yo, y le planté el tacón de aguja en la cara. Pisé fuerte, pero no demasiado. El golpe de Marina lo había dejado algo magullado como para apreciar mi zapato.

César volvió a masturbarse, de rodillas delante de nosotras. Nos deshicimos en insultos hacia él. Se los merecía todos.

Ya es suficiente. Veo que es un esclavo magnífico. –

Gracias. – contesté yo, pues era la artífice de la educación masoquista de César.

Le dije que se quedara allí una hora más, encerrado en el baño de mujeres, y que una hora después volviera a casa. Marina y yo nos fuimos de compras toda la tarde y ultimamos algunos detalles del plan para cazar a Camino. De nuevo, y antes de despedirnos hasta el día siguiente, le pregunté:

En serio Marina. ¿Por qué vas a hacerlo? –

Porque, si no puedes torturar a tus amigos...¿a quién vas a torturar? –

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