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Recuperando el tiempo perdido

en Hetero: Infidelidad

- Mari Trini... Mari Trini... ¿Estás despierta? -

- Zzzzzzz.... -

- Joder cómo ronca la tía... Mari Trini, despierta mujer. -

- Zzzzzzzzzzzz... -

Pepe no podía dormir con esos ronquidos tan fuertes. Más que su mujer, parecía un serrucho. Y a Pepe, cuando tiene insomnio, lo único que le vuelve a sumir en el mundo de los sueños es echar un casquete. Claro que para eso tendrá que despertar a su mujer, que sigue durmiendo a pierna suelta.

Pepe se sienta en la cama y mira a su esposa. Como hace algo de frío, se ha acostado con el pijama de corazones. Pepe prefiere que duerma en camisón o sin nada, así puede mirarle las tetas sin que se entere. Pero hoy no puede. Además de agarrar las mantas como a un salvavidas, Mari Trini se ha puesto la máscara de pepino para el cutis y los rulos. Para evitar las ojeras, también tiene un par de rodajas de aguacate sobre los ojos. Es una imagen horripilante, antierótica hasta el límite. Pepe suspira. Antes, cuando eran más jóvenes, Mari Trini se preocupaba de acicalarse para gustarle a su "maridito". Ahora le importa un rábano pasearse por la casa arrastrando la bata remendada o con la cara sin lavar siquiera.

- ¡MARI TRINI! -

- Zzzzzz... ¡Qué pasa! -

- ¿Estás despierta? -

- ¡Pues claro que sí, idiota! -

- Ahhh.... -

Si no le hace el amor, con rulos y todo, Pepe no podrá conciliar el sueño.

- ¿Me puedes decir para qué me has despertado? -

- Dime, cariño, ¿te duele la cabeza? -

- ¿Qué? -

- Que si te duele la cabeza. -

- ¡Tú eres tonto o has comido mierda! ¡No me duele! ¿Por qué iba a dolerme? -

- Bueno, pues si no te duele la cabeza podríamos pegarnos un revolcón. -

Parece que Pepe ha pillado la ocasión perfecta. No tiene excusa, ni escapatoria, ni...

- ¿Y los rulos qué? -

- Pues te los quitas. -

- ¡Claro! Y mañana todo el día con el pelo hecho un asco. ¿Y la máscara? -

- No creo que pase nada porque te la quites. -

- No, seguro. Sólo que mañana tendré la cara llena de granos así de gordos. - exclama Mari Trini, furiosa, gesticulando con las manos. - Además de todo, no he tomado la píldora. -

- Bueno, bueno.... Si no quieres follar, dilo y no me sueltes tanto rollo. -

- ¡PUES NO, SALIDO, NO QUIERO FOLLAR CONTIGO AHORA! -

Pepe se levanta de la cama. Mari Trini rezonga un poco y vuelve a quedarse frita.

 

En la terraza hace fresco, pero Pepe quiere fumarse un cigarro. Se echa una manta sobre los hombros y se calza las zapatillas de su mujer. Le da igual pisar el talón. Piensa, le da vueltas en la cabeza a lo que puede hacer para entretenerse hasta que se haga de día. Podría cascarse una paja, o poner algún programa guarrete en la tele, o llamar incluso al teléfono erótico. Lo que sea para descargar la tensión sexual en aumento.

De repente se da cuenta que en el edificio de enfrente alguien tampoco puede dormir. El humo del cigarro va en dirección a una ventana donde hay luz. Alguien está asomado. Pepe hace memoria de los vecinos de enfrente... pero no recuerda quién puede vivir en esa casa. Parece una mujer. Está apoyada en el balcón. Lleva una bata y parece aburrida.

- Otra que no puede pegar ojo. -

La mujer parece oír a Pepe y mira en su dirección. Lo mira y sonríe. Automáticamente Pepe responde con otra sonrisa que casi le hace perder el cigarro. La chica se ríe y por gestos le indica que le gustaría fumarse un pitillo a ella también. Es joven, quizás diez años más que Pepe, y le recuerda a Mari Trini cuando eran recién casados. Sólo que ésta tiene el pelo muy oscuro, y Mari Trini es rubia. Sin pensar mucho en lo que hace, Pepe indica a su vecina misteriosa que baje al portal y le dará un cigarro. Seguramente no lo haga, pero por lo menos así se despejará.

 

Para su sorpresa la chica ha bajado del piso y ya le estaba esperando.

- Hola vecino. ¿Qué, con insomnio? -

- Hola... Pues sí, por desgracia. Mi mujer ronca una barbaridad. -

- Creo que no nos conocemos, ¿verdad? -

- Pues no lo sé. De noche y sin gafas no veo demasiado bien. -

- Me llamo Dolores... bueno, Lola. -

- Yo Pepe Hernia, del quinto C. -

Pepe saca el paquete de rubios y le ofrece uno a la sonriente Lola. Él también se enciende uno, el otro ya era una colilla.

- ¿Ronca tu mujer? -

- Sí, ya te lo he dicho. Parece un fuelle. -

- Exageras, sin duda. Mi David sí que ronca fuerte. -

- ¿David es tu marido? -

- No, no, es mi pareja. No estamos casados todavía. -

Por extraño que parezca a Pepe no le resulta embarazoso hablar con esta chica. Y la situación, los dos solos en la calle, medio vestidos, no parece afectarlos.

- Claro, sois una de esas parejas jóvenes de ahora. -

- Sí, algo así. ¿Te resulta extraño? -

- No, en absoluto. Si yo hubiera tenido la oportunidad no me hubiera casado y sólo me hubiese ido a vivir con mi mujer. -

- Vaya, no pareces muy contento con tu vida matrimonial. -

- No, no lo estoy. Podría ser mucho mejor... como al principio. -

¿Por qué se sincera con esta desconocida? No lo sabe, ni siquera se da cuenta de ello. Aspira otra calada de su pitillo y mira las estrellas.

- Pepe, tengo frío. -

- Yo también, ¿quieres que demos una vuelta? -

- Sí, nos calentará. Me gusta hablar contigo, aunque casi no te conozco. -

 

Pepe ofrece su brazo a la dama y hablando llegan al garaje de la comunidad.

- Aquí hace mejor. -

- Sí. - admite Lola. Mira alrededor y dice: - No conocía el garaje. -

- ¿No tenéis plaza? -

- Lo que no tenemos es coche. -

- Ahhh... El mío está aquí. -

Pepe enseña a su inesperada pareja su lujoso BMW.

- ¡Guau! ¡Qué cochazo! -

- Sí que es un gran coche. -

Se mete dentro y pone algo de música. Así podrá calmarse un pooc y dejar de pensar en Mari Trini. Cuando encuentra la cadena deseada, una de boleros, ve que Lola se ha sentado en el capó. La bata no cubre todo su cuerpo y deja ver algo de pierna. Es una bonita pierna, firme, de modelo.

- Espera, encederé el motor para que se caliente un poco la chapa. -

- ¡Gracias! No quisiera pillar frío en el culete. ¡Ja, ja! -

Después de unos acelerones la carrocería se calienta lo suficiente como para poner el cuerpo sobre ella sin quedarse helado. Lola lo nota y para comprobar la temperatura tiene la feliz idea de retirar la cola de la bata y poner el trasero directamente. Pepe se queda absorto mirando las nalgas, escasamente cubiertas ahora por un sencillo camisón. Mari Trini tenía un pompis tan bonito antes... piensa melancólico. Le encantaba darle peliizcos o azotes, cogerlo con los dedos mientras la besaba... ¿Y ahora? Ahora tiene un pandero gigantesco que el día menos pensado reclamará una cama para él solo. Cuando vuelve a la realidad, nota que Lola lo está mirando. Le ha descubierto mientras examinaba sus posaderas, pero no está ofendida. AL contrario, parece más divertida que antes. Pepe sale del coche después de hurgar en la guantera. Se queda de pie frente as ella y pregunta:

 

- Y ¿qué tal se os da vivir en eso de la "pareja de hecho"? -

Lola baja la mirada. Parece triste, o insatisfecha.

- No es lo que David me prometió antes de venirnos a este barrio. -

- ¿Quieres una chocolatina? La he encontrado entre las bujías. -

- Entonces estará cargada de energía. -

Pepe quita el envoltorio y empieza a comerse el pequeño bollo sin aprtar la mirada de Lola.

- Verás... Yo soy muy especial y hay cosas que necesito en gran cantidad, como una droga. -

- Y David no te lo da... -

- Exacto. Intenta cumplir, pero nada más. Y yo es que... es que siempre quiero más. -

¿A qué se referirá? se pregunta Pepe mientras da otro bocado, el penúltimo al bizcocho de chocolate. La situación de esta chica se asemeja a la suya. Aunque con la sutil diferencia de que lo que él necesita es sexo. Pero.. ¿y por qué no podría ser que Lola también necesitara sexo? Sería una curiosa y afortunada coincidencia. El bollo está francamente bueno y...

- ¿...no serás ninfómana? -

Lo ha dicho en voz alta sin darse cuenta. Lola parece perturbada un instante.

- Perdona, estaba pensando en otra cosa. -

Se ríe, pero no es una risa nerviosa. Sólo se ría porque le resulta graciosa la pregunta.

- Pues has acertado. -

Vaya con la Lola. Realmente se parece a mí.

 

El aire del garaje está cargado y ejerce una influencia venérea sobre los dos. Están cachondos, pero no lo saben. Pepe ya ha terminado el bollo y se relame. Algo de chocolate le ha manchado los labios.

- Tienes algo de bollo en la comisura. Déjame que te lo limpie. -

Lola se acerca y Pepe ofrece la cara a las frías manos de la chica. Nota su contacto como un escalofrío. Siente que utiliza un dedo para apartar un poco las migas de la boca, o para tiznarle de color marrón el carrillo. Le gusta tener esa mano ahí, como una brocha. Cierra los ojos y la agarra. La restrega contra sus labios, queriendo gustar su tacto y olor. Lola no la aparta. Acerca su boca y besa el chocolate. Lo quita con la lengua, lo saborea. Pepe está en extasis. Abraza a la chica y deja que sus manos recorran su escaso cabello mientras las suyas sostienen el trasero de Lola. La sube encima del capó todo lo que puede, hasta dejarle la espalda recostada contra el cristal.

- Está frío, pero tú no. -

 

Lola no puede dejar de besar a Pepe, de buscar en sus labios y debajo de su fino bigote las partículas de chocolate, pero pronto se olvida del bollo y comienza a intentar determinar el sabor de su amante.

Pepe, qunque tiene los ojos cerrados, ve perfectamente con los dedos el cuerpo de su amante. Es el mismo, las mismas curvas que las de Mari Trini cuando se casaron, pero puestas en otra mujer, a la que desea. Hace jugar sus dedos sobre la piel de ella, deseando únicamente oírla gemir. Mari Trini nunca gemía, sólo cuando la dejaba sin respiración al tirarse encima en un arrebato pasional. Pero Lola gime de verdad. Necesita gemir y jadear. Ha encerrado demasiado tiempo todos sus instintos de hembra y ahora salen en tropel, sin darse tregua ni cuartel. Y la excitación de Pepe, la frustración de no poder hacérselo con su esposa, se convierte en un deseo irrefrenable de poseer a esta chica tan guapa y dispuesta para el amor. Como puede se quita los calzoncillos, levanta el camisón de la apetitosa Lola y le baja las bragitas hasta medio muslo, lo indispensable para poder penetrarla comodamente... o salvajemente. Le enseña el pene, se lo dedica, le dedica su erección. Es un arma terrible, casi sin estrenar por tantos años de "sequía", pero capaz de increíbles proezas. Lola la mira, la admira, la contempla y calcula el delicioso efecto que tendrá dentro de ella mientras se come, como una mantis religiosa, a su macho a besos. Clava las uñas en los poderosos lomos de Pepe y lo atrae hacia sí. La punta del miembro no rehusa este agujero desconocido, esta nueva puerta, y la transpasa en un momento. Pepe está en la gloria. Se está tirando, en su garaje, sobre su coche, a su vecina. Y cree que es maravilloso, que Mari Trini es un recuerdo, que es un sátiro lujurioso sobre una ninfa complaciente. Lola no ve esas cosas, pero las siente. Siente que encima de ella, dándola, llenándola de placer, está alguien muy especial, maduro, experto, y que no se va a cansar de amarla. Todo lo que siempre quiso, que nunca tuvo, lo está viviendo entre el metal y el fogoso cuerpo de Pepe, un desconocido. ¿David? David es un nombre que está en el santoral. no es el hombre con el que se quiso ir a vivir contra los deseos de sus padres. Sólo existe Pepe.

 

Laten los corazones a un ritmo muy parecido, pero con un lenguaje idéntico, el de la líbido liberada. Nada de tabúes. Insuperables egoístas y hedonistas, tienen la mente centrada en una única obsesión, dar y recibir placer. El resto del mundo, el mañana, el ayer, queda muy lejos. Pepe. Lola. Lola. Pepe. Susurros cómplices. Armonía de deseos. Fusión de las almas y los cuerpos santificada por la noche, por su manto oscuro.

¡Pero no es su mujer, y él tampoco su marido, ni siquiera su pareja! Eso tiene remedio. Pepe, eyaculando sobre su nueva mujer, olvidó a Mari Trini. Lola, sonriente, dice adiós a Pepe mientras es bañada por el  semen de Pepe. ¡Y sobra un poco de tiempo incluso para unas amorosas caricias entre los amantes antes de comunicar a sus respectivos el giro de 180º que han dado sus vidas y aspiraciones!

 

Pepe ha dejado a Lola, feliz, plena y dormida, en el asiento trasero de su coche. Por si se despierta antes de que él vuelva su lado a tener otra sesión de sexo le ha dejado otra chocolatina y el paquete de tabaco. Sube dichoso las escaleras, canturreando. Sabe que cada escalón debería ponerle más nervioso, pero el amor de Lola, el deseo de Lola, el querer tenerla entre sus brazos a ella y no a la pelmaza de Mari Trini, es mucho más fuerte. Entra como una exalación en su habitación y...

 

Igual que Mari Trini no hubiera sospechado jamás que su Pepe pudiera serle infiel, Pepe creía ciegamente en la fidelidad de su mujer. Y esa ceguera provocó el terrorífico encontronazo con un culo peludo, seguido de los huevos colgantes, de un tipejo que tenía la cabeza hundida entre los muslos de Mari Trini. Por fortuna se había quitado la máscara de apio, o pepino, o váyase usted a saber de qué estaría hecha, aunque seguía con los rulos puestos. Jadeó de placer una última vez antes de hacerlo por primera presa de la sorpresa al ver a su atónito Pepe liado en una manta junto a la cama. Los había pillado. El desconocido, especie bastante frecuente en los páramos nocturnos, también se dio cuenta y dejó lo que estaba haciendo. Miró a Pepe y se quedó pálido al mismo tiempo que comprendía que lo habían cazado.

- Pero... Yo... Esto... -

Pepe se dejó caer a los pies de la cama y empezó a mondarse de risa. Pronto la situación se le hizo tan graciosa que sólo podía abrir los ojos, llorosos de tanto reír, para mirar al adúltero, señalarlo con el dedo, intentar explicarle que no pasaba nada, y tener que desistir por las carcajadas. Mari Trini, histérica, intentaba proteger a su amante diciendo:

- ¡Pepe! ¡Pepe...Pepe! ¡No cometas una locura! -

Y Pepe, viendo el miedo de su esposa, no podía dejar de reír. Mal vestido con los pantalones al cuello, los zapatos en una mano, la camisa en la otra y la vergüenza a flor de piel, el amante de MAri Trini salió disparado por la puerta. Por fin, minutos después de que el villano abandonara la escena, Pepe pudo preguntar, entre risas.

- ¡Oye... oye Mari! ¿Ese tío no se llamará por casualidad David? -

Mari Trini, a punto de desmayarse, consiguió responder:

- ¿Qué? ... No... No. -

-¡Pues menos mal! Porque si se hubiese llamado David, ¡me hubiese muerto de risa! -

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