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Viejas glorias

en Sexo con maduras

Johnny era "boy" en un un club de striptease. Habían pasado algo más de dos años desde que empezó a bailar y desnudarse al ritmo de la música en el "Homines Iberici", el garito donde trabajaba. Siempre la misma rutina: quedarse solo con el tanga delante de una horda femenina bastante excitada. Despedidas de soltera, fiestas, sorpresas, ... Le daba igual, siempre hacía los mismos números y no tenía esperanza de avanzar mucho en la profesión. Hasta que un día...

Entre el público que llenaba la sala aquella noche había una mujer muy especial. Estaba rodeada de gorilas. Debía ser una famosa. ¡Pero qué famosa! Era vieja, muy vieja, y además pelleja. La piel le colgaba en arrugas que se notaban torturadas por continuos e infructuosos "liftings". Todos los huesos se le marcaban, incluso debajo del vestido de plumas suntuoso que traía puesto. Y para terminar tan desagradable cuadro, cubría sus canas con un sombrero de espantoso violeta a juego con el cristal tintado de unas inútiles gafas de sol.

La actuación se desarrollo con normalidad hasta que llegó el turno de Johnny. Justo antes de saltar al escenario desde los camerinos, uno de los guardaespaldas de la famosa se le acercó y le dijo:

La señora Mosco desea hablar con usted. Tenga la bondad de acompañarme. –

Era bastante normal que la clientela quisiese charlar con los chicos, y aún más normal que los chicos consintiesen, pero a Johnny el aspecto de bruja de la tal Mosco le daba mala espina. No obstante, accedió.

Llegó junto a su mesa y la saludó besándole la mano como a una gran señora. Esto complació enormemente a la anciana, que sonriendo (y enseñando en consecuencia la dentadura postiza) le indicó que sentase junto a ella.

Tú eres Johnny, ¿verdad? –

Sí, señorita Mosco.–

Señora Mosco, querido. Grazietta Mosco. –

Johnny había oído ese nombre antes. ¿Pero dónde? Rebuscó en su memoria y se vio cuando era pequeño siendo castigado por su madre por ver una película de tres rombos, una película porno, de la época del destape, protagonizada por... ¡por Grazietta Mosco!

¡Grazietta Mosco! – exclamó Johnny - ¡Es usted la gran Grazietta Mosco, la diva de Penini! –

Veo que me recuerdas.-

¡Claro que sí! Es mi musa de siempre. ¡Grazietta Mosco! ¡Qué alucinante! –

A Grazietta le hizo muy feliz que alguien se acordase de su papel, fundamental, en la liberalización de contenidos eróticos en la televisión de principios de los setenta. Se quitó las gafas y acentuó la sonrisa. Se le veían las encías, pero Johnny sólo vio los ojos azules. Efectivamente, la mirada era la misma.

Quería pedirte, Johnny encanto, que me hicieses un favor. –

Lo que usted quiera, miss Mosco. Estoy a su servicio. –

¡Gracias! Lo tendré en cuenta. Decía que quería pedirte un favor: que hoy termines la actuación desnudo. Para mí, ¿entiendes? –

Eso está hecho. Le dedicaré el desnudo más artístico de que sea capaz, Grazietta. –

Johnny, emocionado aún, volvió al escenario, y allí hizo el más espectacular número que nunca había hecho. La gente aplaudía a rabiar y cuando llegó el momento clave, ocurrió lo inesperado. El tanga voló y el miembro de Johnny sacudió el aire. Todos, hasta el dueño del local, se quedaron de piedra. Grazietta brindó a aquel pene su copa. La apuro de un trago, pero antes de que pudiese terminar, un grupo de chicas, procedentes de una fiesta por el divorcio de una de ellas, se tiró sobre Johnny para cubrirlo de besos, caricias y billetes. Johnny no pudo distinguir a su estrella favorita mientras abandonaba el tugurio, pues estaba muy ocupado quitándose a las mujeres de encima.

A las 4 de la mañana, con un frío espantoso, Johnny salió de local para irse a dormir. Pero una limusina se lo impidió. Grazietta le invitó a entrar. Johnny no lo dudó un segundo.

Gracias por concederme mi petición, Johnny. –

De nada, señorita Grazietta. ¿Le gustó? –

Señora, no lo olvides... y sí, me encantó. Estás muy bien dotado. –

¿Qué más puedo hacer por usted? –

Grazietta encendió un pitillo. Johnny rechazó el que le ofrecía.

Verás, últimamente me siento bastante sola. Desde que enviudé... –

Lo lamento, Señori...señora Grazietta. –

No te preocupes, era un viejo insoportable... como yo. –

No digas eso, Grazietta. –

Es la verdad. Tanto trabajo pasa factura y ya no puedo continuar haciendo cine X. –

Eso era evidente. Grazietta tenía por lo menos 60 años, pero aparentaba una decena o dos más. El trabajo la había consumido. Desde que vio su última película, en la década de los ochenta, Johnny no había sabido nada de ella.

Pero me he enganchado al sexo y ahora lo necesito en mi vida. Y quiero que seas tú mi amante y garantía de una sexualidad plena a mi edad. –

Verás, Grazietta, yo...-

¿Enrollarse, a sus treinta y dos años, con una vieja? ¡Ni pensarlo! ¡No y mil veces no!

Te pagaré bien, 100 euros diarios. –

Acepto. –

El dinero es el dinero.

Los primeros días fueron bastante anodinos. Johnny se limitaba a posar desnudo para Grazietta, que se emborrachaba con bastante frecuencia. Al final siempre terminaba llevándola al dormitorio del hotel a dormir la mona.

Pero Grazietta fue tomando confianza. Se atrevía a enseñar algunas partes íntimas a Johnny. Primero las piernas, pálidas y cuajadas de varices. Luego los pechos, caídos y fláccidos. Y por fin el culo, horriblemente colgante entre la pelvis, y el coño. El coño de una vieja. Era francamente un espectáculo deprimente. Lo vio por primera vez cuando Grazietta, bebida, se comenzó a masturbar mirándole. Se metía los dedos callosos en ese pozo negro y gemía, escupiendo flema y eructando.

Pero cada día Johnny tenía 100 euros más. ¿Cuántos podría reunir antes de abandonar tan nauseabunda existencia?

Creo que te pago demasiado para lo que haces. Quiero que me hagas tú los dedos. –

Fue una experiencia cercana al delirio ser el responsable de provocar el orgasmo en el gastado clítoris de Grazietta. Era como rascar una costra purulenta para mancharse de baba. Cuando se corrió, apartó la mano como si de agua hirviendo se tratase.

Así pasaba el tiempo, y Johnny rezaba para que la musa de otros tiempos no le solicitase servicios sexuales más explícitos. Y reunió el dinero suficiente para desaparecer del mapa un buen tiempo. Una noche más y huiría.

Ya caía la tarde. Obligado por su libidinosa patrona, Johnny andaba desnudo cerca de la piscina. Entre las 7 y las 9 de la tarde, Grazietta reservaba todas las instalaciones del hotel para su uso personal. Podía permitírselo. En esos momentos solía tumbarse en una hamaca a tostarse con el sol y acrecentar así el número de manchas que cubrían su vil pellejo. Además llevaba sólo el sombrero y las gafas. Johnny se acercó a servirse un cocktail. Grazietta ya estaba bebida.

Ven aquí cariño. –

Johnny pensó: "¡Qué ganas tengo de librarme de esta vieja!" y se acercó con una sonrisa, una copa con una sombrilla ridícula y el pene más tieso que nunca. Odiaba a esa bruja, pero le ponía cachondo estar en bolas delante de cualquiera.

¿Qué quieres, amorcito? –

Grazietta tosió y echó un gargajo. Luego agarró el rabo de Johnny y dijo:

Me encanta verte así de excitado, ¿lo sabías? –

"Porque necesito el dinero, que sino..." se dijo Johnny. Y antes de que pudiese reaccionar, Grazietta estaba haciéndole una mamada. Ver los morros mal pintados de la anciana y sentir sus encías demacradas succionándole, casi le provoca un desmayo. Se tragó hasta la aceituna de adorno del combinado, ¡con hueso y todo!

Para Grazietta, por favor. –

Ya sé lo que te pasa. Lo que quieres es fornicarme, ¿verdad? –

Se puso a cuatro patas y meneó el trasero peludo para excitar a Johnny.

¡Como a una perra! ¡Móntame! –

Johnny estaba en otro mundo. Veía doble, el doble de asqueroso. Pero no pudo contenerse y se tiró encima de la vieja. Le clavó la espada en su agujero reseco y empezó a bombear. Grazietta chillaba de placer mientras se tocaba el pubis canoso buscándose el clítoris.

Johnny se corrió a la vez que vomitaba. Sin fuerzas ya para nada, ni siquiera para lamentar su suerte, se sentó en el borde de la piscina. Grazietta se había quedado medio dormida, manchado su pompis de pota, que ella creía semen. Johnny al final logró reunir las fuerzas y ánimos suficientes para incorporarse y vestirse. Buscó en el bolso su recompensa. Le llamó la atención que sólo quedara un billete y que todas las tarjetas estuviesen cortadas por la mitad. ¿Significaría eso que Grazietta estaba en bancarrota y que él era su último deseo antes de ingresar en una residencia para ancianos abandonados? Un parte médico se lo confirmó:

Paciente Grazietta Mosco. Edad: 64. Bla, bla, bla... los resultados de los análisis indican la presencia creciente de una úlcera duodenal sangrante producida por ingesta masiva de alcohol...

Grazietta se moría por dentro. Su vida, su fama, eran una mierda ahora que era vieja. Y como una rata que abandona el barco cuando comienza a hundirse, Johnny salió disparado con el último billete. Antes de saltar la valla del aparcamiento del hotel, pudo oír un lamento detrás suyo:

Tú... tú también serás viejo algún día... –

Y Johnny, conmocionado ante la perspectiva de que llegaría el día en que nadie querría ver sus genitales en acción, porque le colgarían exánimes de un cuerpo fofo y avejentado, desapareció en un laberinto de calles.

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