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Lujuria en la portería

en Hetero: General

Estando yo un apacible día de Agosto en la portería de mi bloque, donde sustituía al conserje titular durante las vacaciones estivales, me vino a solicitar ayuda una vecina. No la conocía, y en el buzón de su piso no había nombre. Durante los días que llevaba trabajando la había visto entrar y salir con bastante frecuencia. Intercambiábamos saludos y yo me entretenía imaginándome cómo sería cabalgar a esa yegua. Y es que, aunque de cara no era guapa, tenía un buen cuerpo que pedía a gritos un polvazo. Tenía el pelo corto, negro y liso. Su tono de voz era deliciosamente femenino. Sobre su culo, firme como una roca, se podrían partir nueces, y sus pechos...¡ufffff! Hubiera pagado una fortuna por comerle las tetitas, de lo bien hechas que estaban.

El caso es que me pidió que subiera a su piso porque ella no era capaz de abrir la puerta. Accedí y llamé al ascensor. En él nos encontramos a otro vecino, un anciano que vivía en el décimo. El trayecto era largo, el ascensor lento y el espacio reducido debido a las maletas que traía nuestro convecino, quien probablemente regresaba de las vacaciones. La chica y yo tuvimos que apretarnos, o para ser más exactos "acoplar", en una esquina. Descaradamente puso sus posaderas sobre mi polla y con algo más de disimulo se empezó a frotar. La muy cachonda sentía tanto morbo como yo, pero para no asustar al pobre abuelete se hacía la despistada, y aparentando buscar algo en un bolsillo de su pantalón me calibró la erección con la mano. Yo estaba más empalmado que el mástil de un yate. Me fijé en el viejo y comprendí que no hubiera podido enterarse de nada, porque el muy picarón estaba mirándole las tetas por el rabillo del ojo.

Nos despedimos del viejo verde al llegar al piso de la chica. Estoy seguro de que se la machacó nada más entrar en casa pensando en aquellos turgentes pechos; y no le culpo por ello, porque yo haría lo mismo.

Como iba diciendo, ya estábamos los dos ante la dichosa puerta. Me dijo que la llave no podía correr el pestillo. Por supuesto era una excusa. Así, mientras ella "hacía" fuerza para girar la llave dentro de la cerradura, yo recorrí todo su culo, primero con la mirada, y luego con la mano. Le agarré una de las nalgas con fuerza, pero la muy golfa ni se inmutó. Me acerqué más y empecé a frotarme otra vez. Debía tener "alergia" a la vecina, porque el rabo se me "inflamó" cosa mala. La así por las caderas y dije:

Mmmmm...No te preocupes que te abriré en un momento. –

Se dio la vuelta y me abrazó. En menos de los que se tarda en decirlo nos estábamos morreando con pasión salvaje. Y mi erección seguía allí, sin bajar ni un ápice en ningún instante. Quería guerra, y se marcaba un montón todo el paquete en los vaqueros. La empujé contra la puerta y jugamos un buen rato con las lenguas. No parábamos de sobarnos el uno al otro, ella los cojones y yo su culo, que no quería desprenderse de mis manos (o mis manos de él).

Palpando la puerta encontré las llaves, todavía metidas en la ranura. Abrí la puerta y por poco no me caigo sobre mi vecina-amante en el hall de su casa. Desde luego, si eso hubiera pasado, tendrían que haberme apodado el Empalador, porque la habría clavado al suelo con mi pedazo tranca.

Vaya... – comentó – No estaba "tan" cerrado. – y se echó a reír.

Cerré la puerta. Ella ya estaba en el pasillo. La seguí hasta su habitación. La encontré sentada sobre la cama. Me indicó con una sonrisa picarona que ya estaba dispuesta para la juerga. Me acerque en plan "John Wayne" al tiempo que ella examinaba con detenimiento mi fornido cuerpo. Echó mano a los huevos, desabrochó la cremallera, el cinturón cayó al suelo y el botón del pantalón cedió a la presión. Allí, cual columna romana, se presentó mi polla, un "prodigio de la naturaleza" según me comentó. La agarró con la mano y se metió el glande en la boca. Se ve que no le gustaba el teatro peliminar. No tardé nada en darme cuenta de que era una experta en sexo oral en genral y mamadas en particular. Sorbía, sacudía, chupaba, besaba, lamía y sobaba como una profesional de la calle. Además lo hacía con un ritmo delicioso, ni lento ni rápido, sino tomándose el tiempo necesario para que la sensación fuese lo más placentera posible. Era tanta su habilidad que deseaba ser todo polla para que me comiera enterito. En ningún momento olvidó los importantísimos detalles que acompañan una buena "limpieza de sable", como sopesar con cuidado las bolas, apretarme el trasero de cuando en cuando o mirarme a los ojos con cara de viciosa.

Estaba en la gloria y me dejé llevar, procurando relajarme. En el techo vi entonces un espejo de cuerpo entero, elemento que me confirmó las tendencias ninfómanas y exhibicionistas de mi pareja. En vez de tener un póster del último modelo musculitos o de un cantante guaperas tenía un enorme espejo. Seguro que se miraba en él cuando se masturbaba con un enorme falo de plástico o con sus propios dedos, totalmente desnuda sobre una colcha de seda roja. Seguro que se excitaba viéndose reflejada mientras un tío se la follaba salvajemente, arriba y abajo, haciendo rechinar todos los muelles. Ella sonreiría y clavaría sus uñas de tigresa en la espalda de su amante, quien no pararía de hincarle el garrote por el potorro hasta que no le quedase más leche en el cuerpo.

Imaginarme todas estas cosas al tiempo que su lengua pulía todo mi capullo casi me da un infarto. Notó mi estado de pre-orgasmo y paró, justo un par de segundos antes de que me corriera.

No es que tuviera miedo de no poder darle mi crema dos veces ese mismo día, pero si lo hacía quedaría extenuado y iba a parecer un zombi el resto de la jornada en la portería.

Esperamos por tanto un rato, hasta que no hubiese peligro de eyaculación, lo que hubiese supuesto el fin precipitado de nuestra bacanal. Aproveché ese tiempo muerto para ponerme el condón de emergencia que siempre llevo encima para situaciones como ésta. Ella se desnudó por completo. Estaba buenísima. Sus melones eran dignos de figurar en una frutería de postín, y su culo competía con ellos en perfección y apetitosidad. Si vestida daban ganas de tirársela, podéis imaginaros de lo que daban ganas desnuda.

Me quité la camisa y los pantalones. Iba a hacer lo propio con los calzoncillos, pero ella me ahorró el trabajo. Nos volvimos a besar, me puso de espaldas a la cama y de un empujón consiguió que cayera sobre el colchón. ¿Yo debajo? Entonces ella no se podría mirar en su espejo delator. ¿O tal vez sí?

Trepó sobre mí como una pantera. Me preguntó entonces si me importaba mucho probar una postura especial. Evidentemente no objeté nada. Se puso de rodillas con las piernas separadas, encima de mi estómago y dándome la espalda. Se separó las nalgas con las manos y me ordenó que se la metiera por el ojal. Yo, consciente de las dimensiones de mi miembro, le advertí que a lo mejor le hacía daño.

Pues entonces mételo despacio...¡y con mucho cuidado! – replicó.

Mi glande "plastificado" apuntó hacia su agujero negro. Empujé con suavidad y la cabeza no tardó en entrar; pero por más fuerza que hice, sin llegar a la violencia, el resto no logró traspasar la estrecha barrera de su esfínter.

Relájate o no podré meterlo. –

Ya no puedo dejarlo más relajado. –

¿Eres virgen por detrás? -

Sí. –

Eso explicaba la resistencia.

Si quieres, probamos pro el otro lado. – le propuse.

¡No! Quiero que sea por el culo. En la mesilla hay vaselina. Pónmela. –

Cogí un tarro que, a primera vista, parecía de crema de manos, aunque la cercanía de un gigantesco consolador debería haberme hecho sospechar mucho antes su verdadero contenido. Se puso a cuatro patas y me acercó el ojete para que se lo untara bien. Le puse una buena ración de lubricante perfumado, tanto que le hubiera cabido todo el puño sin problemas. De nuevo se colocó en posición, medio sentada, medio arrodillada, y volvió a bajar sobre mi palo, que se había desinflado un poco con tanto preparativo. No hubo ningún problema. La había ensartado con total comodidad mutua.

¿Así está bien? – pregunté.

Sí, así está perfecto... ¡Qué sensación! ¿Ha entrado todo? –

No, todavía queda un cacho. –

Se fue echando poco a poco hacia atrás hasta quedar tumbada sobre mí. Es muy complicado explicar con palabras el gustito que daba tener una tía tan buenorra, con una piel tan suave, rozándome y pinchada por el ñajas. Mi pene, y yo con él, jamás habíamos estado tan satisfechos y contentos.

Empezó a menearse para que yo pudiera fornicarla a gusto. Se chupó los dedos y comenzó a masturbarse a la vez que yo le apretaba la mierda a todo gas. Su mano libre y desocupada se deslizó hasta mi nuca para poder agarrarme mejor y que en una de mis brutales embestidas no se saliera el "tapón" de su culo. Las mías no podían estarse quietas, y alternaban la fatigosa labor de levantar y bajar sus caderas con frecuentes caricias y cosquillas en el vientre, los muslos o el ombligo.

Miré hacia el espejo. Ella hacía lo mismo. Al coincidir nuestras miradas, sonreímos, y aceleramos el ritmo. No sé durante cuánto tiempo pude estar con el mete-saca, de corto recorrido y rápido, como un taladro neumático, pero llegué a tener el pene como un tizón. Apreté su cuerpo contra el mío y me corrí, de tal modo que parecía un surtidor. Sus músculos internos reaccionaron y me agarraron la polla con fuerza para exprimirla mejor.

Durante un minuto o así noté que todavía me quedaba leche, que salía gota a gota, hasta que se llenó (y desbordó) el depósito del preservativo. Y aunque estaba algo cansado, consideré que aquella deliciosa mujer se merecía algo más por mi parte después de la grata experiencia. Ella seguía masturbándose, pero yo sustituí su mano por la mía, esforzándome al máximo en darle el mayor placer de que era capaz. Gemía de forma casi inaudible, y se la notaba a gusto. Con tal habilidad le estuve haciendo el dedo (algo que, por otro lado, no era mi especialidad) que logré que tuviera un par de orgasmos.

Media hora más tarde yo ya me había lavado y vestido e iba a volver a mi abandonada portería. Ella salió de la ducha con una toalla enrollada al cuerpo.

¿Qué tal ha estado? –

Magnífico, chata. Ha sido un polvazo de antología. –

¡Ya lo creo! – dijo.

Seguimos viéndonos, pero no hemos vuelto a hacer nada parecido. Yo sé que ella no es mujer de un solo hombre, y si le pidiese echar otro casquete seguramente se negaría. ¡Qué le vamos a hacer! Por supuesto, si algún día le pica el coño y me pide que la revise los bajos, no voy a decir que no.

En fin, mejor no tentar a la suerte, porque con tías tan putas y golfas, si follas más de una vez estarás colgado de por vida.

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