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Toni Canelloni la pifia de nuevo

en Textos de risa

Durante casi un mes, Toni lloró por la traición de Caro. Bueno, más que por lo malvada que fue su "musa", por el batacazo terrorífico que supuso para sus ilusiones de dejar de ser soltero forzoso y, sobre todo, porque para su ética sexual le resultaba inaceptable masturbarse de ahora en adelante pensando en ella.

En definitiva, el conflicto psicológico que le causaba el no poder machacársela imaginando que hacía el amor con Caro, lo estaba volviendo loco y neurasténico, o mejor dicho, aún más majara y neurasténico de lo que ya estaba (sexualmente hablando, claro, porque por lo demás Toni era un chico perfectamente normal).

¡Buaaaaaaaaa! Tengo que... que.... fornicar como sea. ¡Voy a estrenarme ya! –

Se sonó los mocos con un faldón de la camisa y enseguida, sin recapacitar en lo que suponía para su ego asumir lo humillante del hecho, decidió contratar los servicios de una prostituta con la que dejar definitivamente atrás la virginidad.

Esta idea, por extraño que os pueda parecer de una mente tan enferma como la de Toni, le repugnaba al principio. Toni tenía sus ideales románticos, forjados durante los sucesivos años de amor platónico que padeció por su compañera de colegio Mariluz, una preciosa chiquilla morena con coletas y aficionada al consumo masivo de piruletas con pica-pica (luego se pasó a los peta zatas, pero eso Toni no lo llegó a saber). El caso es que Toni quería debutar con una chica de la que estuviese enamorado, y la idea de pencarse a una fulana le parecía abominable.

Echó mano a unos condones de sus padres y salió, rumbo a una de las calles donde el negocio del sexo era frecuente. Cada paso que daba, mirando los escaparates para disimular ante el resto de viandantes (no se le pasó por la cabeza que la mayoría de éstos estaban allí por motivos similares o idénticos a los suyos propios) su condición de putero, le ponía más y más nervioso, hasta que fue a dar con su presa.

Era una mujer ya adulta, de unos treinta años, aunque la sabia disposición de su maquillaje y su indumentaria, no excesivamente provocadora (pero que mostraba un delicioso cuerpo, poderoso, de "bestia sexual pata negra") la hacía parecer más joven y menos... puta.

Pe.. perdone. –

¿Sí? –

¿Cú.. cú... cuánto va a ser? –

La chica lo miró un instante y negó con la cabeza.

Contigo no. –

Ah... bueno... perdone. –

Toni se dio media vuelta a duras penas, porque los pechos de aquella divosca eran imanes de pura carne para su mirada cándida. Apenas pensó en el chasco de esa primera intentona hasta que vio, de reojo, que otro pavo que por allí pasaba se llevó de calle a la mujer con un poco de labia y un máximo de confianza en sí mismo... Al menos eso fue lo que pensó Toni que le dio la victoria al tío aquel.

Hola preciosa. –

Hola cariño. –

Dime, ¿por cuánto me voy a perder el polvo de mi vida con una belleza como tú? –

¿Perdértelo? Venga, no soy tan cara. –

¿Bastarán 50? –

La golfa frunció el ceño un momento, miró los billetes que el chico había sacado, su cara, sonriente pero a la vez tranquila, y otra vez los billetes.

Bastarán. –

Se fueron. Toni entendió que aquella mujer debía pedir algo más, pero que la seguridad del chico la había convencido más que el dinero en sí. Imitándolo, se dirigió a la profesional más cercana.

Hola preciosa. –

La otra ni lo miró. Mascaba chicle, llevaba un abrigo de piel, medias de rejilla y exceso de pringue en la cara, pero no resultaba demasiado "espantosa".

Hola nene. – dijo al final

¿Cuánto...? –

No le dejó terminar la frase.

60. –

A Toni la situación se le empezaba a ir de las manos. Rebuscó en sus pantalones y sacó el dinero, la paga de todo el mes y un poco que había sisado de la pensión de la abuela Canelloni. Antes de dárselo, quiso hacerse el chulito y preguntó, poniendo voz de duro:

¿Valdrá la pena muñeca? –

Te lo aseguro. Te parecerá estar soñando. –

Toni pagó el servicio y, sin dejar de mirar a todas partes siguió a la guarra por un callejón sucio.

Venga, házmelo. –

Ahora mismo cariño, bájate los pantalones. –

Mientras lo hacía, Toni sintió un golpe en la cabeza y se desmayó. La golfa lo había noqueado de un botellazo, por pánfilo.

Despertó dolorido casi una hora después. Le faltaba la cartera y el reloj.

Pero que jilipollas que soy... – se dijo y, frustrado, pero en el fondo algo aliviado de no haberse tirado a la pelandusca, se marchó a casa.

Al día siguiente se le habría olvidado el lamentable episodio sino fueras por el chichón que le sobresalía en el cogote y las deficiencias económicas de su hucha, que no daba abasto a tantas revistas porno, amén de los artilugios electrónicos de infausto recuerdo y el menoscabo monetario de la golfa apandadora.

Mamá, hazme un bocadillo de tortilla. –

¿No te lo puedes comprar en el instituto? –

Esto... – titubeó Toni, buscando una excusa – es que en la tienda ya novenden bocatas. –

Vaya, pues lo siento porque hoy no tengo huevos. –

Mierda... –

Fue al instituto y a la hora del recreo las tripas le sonaban tanto que hacían eco en los pasillos.

Joe, Toni, vaya agujero que debes tener en el estómago. –

Sí, ¿me das un poco de tu almuerzo? –

No. –

Toni fue mendigando a todos sus amigos una migaja de pan, pero ninguno quiso darle. Al final decidió probar suerte en la barra de la cafetería.

Un bocadillo de tortilla, por favor. –

Son 2 euros. –

No tengo, ¿me lo puede fiar?

¡Que cara más dura! ¡Román, enséñale aquí al jeta la puerta! –

Una pared de dos metros de alto por lo menos y otros tantos de ancho, que Toni había confundido con una puerta de la cafetería, se acercó hasta él y le agarró del pescuezo.

Ven acá renacuajo, que vas a comer tú hoy como nunca. –

Se trataba de Román Tortellini, el capitán, aunque con lo grande que era podría ser General o Comandante, del equipo de baloncesto. Era una cacho mula que había vapuleado a casi todos los alfeñiques del instituto. Toni aún no había pasado por sus "sesiones de masaje", que a Pepo Aguilera le costó una semana con el ojo morado (razón por la cual le apodaron el pirata, pero eso es otra historia).

Chicos, aquí os traigo un pringado para echar unas risas. –

¡Hombre si es el Canelloni! –

¿Le conoces? –

Y tanto que sí, es el que se la machacó con unos melones hace un par de meses.-

Román miró a Toni con un renovado interés.

¿En serio hiciste eso, pequeño pervertido? –

Toni estaba acojonado. Rodeado por todas partes por los tíos duros del instituto, no sabía qué suerte iba a correr. Lo menos que se podía esperar de esa horda descerebrada era que le dejasen en pelotas en el patio, o que le metieran la cabeza en el water.

Canelloni, ¿eh? Entonces seguro que te gusta la pasta. –

Esto, pues yo... –

¡Silencio, gusano! Fabio, traeme un plato de spaguettis del menú de la cafetería. –

Al rato volvió el tal Fabio, un canalla mellado y con acné, con un plato cargado hasta los topes de spaguettis.

Bueno, al menos comeré. – pensó Toni.

¡Y vaya si comió! Román le hundió la cabeza en el plato hasta una veintena de veces. Toni chorreaba tomate, incapaz de fagocitar tanta comida.

Vaya, te has manchado. Habrá que igualar. –

El plato entero de spaguettis corrió por la ropa de Toni. Incluso le metieron un par de cucharadas en la entrepierna.

Suficiente. Lárgate, mamón, y reza para que no te volvamos a ver por acá. –

Toni salió por piernas, los spaguetti saliéndosele por las perneras de los pantalones. Lloraba por la humillación, pero enseguida decidió cobrarse venganza. Esa misma tarde

se informó de todos los detalles referentes al tal Román. Se enteró así de que tenía una hermana de la edad de Toni, llamada Trini.

-¡Perfecto! Veremos lo que pasa cuando ridiculice a ese bastardo delante de su hermana pequeña. ¡Nadie se ríe de Toni! Bueno, al menos no más de una vez... –

Decidió entonces meter ropa interior femenina en la taquilla de Román y abrirla delante de su hermana y todas sus amigas. El musculitos pasaría por un tío tan pervertido como Toni, o incluso por un "rarito" aficionado a ponerse prendas de mujer.

Robó toda la ropa sucia de su propia hermana y de su madre, la señora Canelloni, del cesto de ropa para lavar. Pensar en lo avergonzado que Román quedaría cuando su hermana sostuviera, con cara de completa sorpresa y decepción, el enorme sostén de la señora Canelloni o las braguitas con palominos de su hermana, le provocaba unas carcajadas terribles.

Qué poco queda para mi revancha, sí, qué poco... ¡Gulp! –

Toni subía en las escaleras del instituto en ese momento, rumbo a las taquillas. Alzó la vista y perdió casi el equilibrio. Una monada de chica en la que hasta ese momento no había reparado, estaba en lo alto de la escalera, hablando, de espaldas a él con una amiga. Era pelirroja, llevaba el pelo recogido en una cola de caballo. A primera vista ya le resultaba familiar, como si la hubiera visto antes en una de sus múltiples fantasías eróticas.

Guau, que pivón... –

La chica llevaba minifalda, corta, muy corta, incluso demasiado corta. Un centímetro más y casi enseñaría las braguitas.

-Tal vez si me agacho un poco. –

Toni disimuló, haciendo como que se la había caído una moneda, para agacharse, y volvió a mirar. Pero hete aquí, ¡o hado infortunado!, que la chica se dio la vuelta justo en ese momento. La minifalda se levantó un poco, y Toni, intentando no perder la oportunidad, perdió el equilibrio.

¡Que me caigooooo! –

Al intentar agarrarse a algo para evitar un vuelo en picado, lo primero que coge es el brazo de la chica y ¡catapún! la arrastra con él escaleras abajo. ¡Pum, pan, pum, pan, top, top, top..... ¡Catapún!

Medio muerto por el golpe, Toni no se da cuenta de que encima suyo ha caído la chica.

¿Quién apagó la luz? O, vaya. – comenta, al darse cuenta que lo que tapa su visión es el busto de su inesperada compañera de viaje escalones abajo.

¡Ay! ¿Qué has hecho, inútil? ¡Casi me matas! –

Por fin Toni mira a la cara a la muchacha, y se queda ensimismado. ¡Es la chica de sus sueños! Literalmente, es la que se le ha aparecido para darle placer durante tantas y tantas noches de sueños húmedos.

¡Pero si tú eres... eres! –

Antes de que pueda acabar, una enorme cabeza aparece por encima del hombro de la ninfa de cabello color fuego, una cabeza que Toni asocia, como si de una pesadilla se tratase, con la de su enemigo Román.

Es mi hermana, Canelloni. Esta vez sí que la has cagado bien. –

¿Conoces a este chico, hermanito? – pregunta, cándida, Trini, levantándose.

Toni no quiere mirar, pero no puede evitarlo. Sus ojos abandonan por unos segundos la furiosa cara de Román para fijarse en los delicados muslos de Trini. Y arriba, muy arriba, ve un par de hermosas y pulcras bragas...

¿¿ROJAS?? –

Trini se da cuenta de que Toni puede verle su parte más "íntima" y se ruboriza, adquiriendo el mismo tono que el tomate que unas horas antes bañó el rostro de nuestro sufrido Toni.

¡Pero serás cerdo! ¡Deja de mirar las bragas de mi hermana! –

Román la emprende a tortas con el pobre Toni, ante la mirada de los curiosos que se han ido reuniendo en el rellano de las escaleras. Trini también lo mira, con una expresión rara, o al menos eso le habría parecido al bueno de Toni si los mamporros de Román le diesen un respiro para poder fijarse en ella.

¡No te vuelvas a acercar a ella, miserable rata viciosa! ¡Sé muy bien qué tipo de marranadas piensas ahora mismo! Y si no, ¿adónde ibas ahora? Seguro que a masturbarte otra vez con melones. –

Esto yo... ¡ay! No, no, te lo juro, iba a llevar unos materiales al labo... ¡ay! al laboratorio ¡ouch! –

¡Ja! –

Román coge la bolsa que Toni lleva y vacía su contenido. Ante las risas de todos, aparecen media docena de braguitas y un descomunal sostén.

¡Lo sabía! Tío, estás acabado, ya puedes ir pidiendo tu última voluntad. –

Llamad a una ambulancia cuando termine conmigo. ¡Ay! –

Media hora más tarde Toni sale ayudado por dos de los chicos del equipo, con el cuerpo lleno de moratones, mitad cortesía de Román Tortellini, mitad del batacazo en las escaleras. Pero lleva una sonrisa en la cara: la que le provoca el recuerdo de las braguitas rojas de Trini.

Ah, si las viera otra vez más... –

Desde el cristal de una ventana, inmersa en un mar de sentimientos hacia ese chico tan raro, Trini, observa el cielo.

El caso es... que me ha gustado. –

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