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Anestesia

en Control Mental

-Tu problema, es que piensas demasiado.-

-No puedo evitarlo. Y no sé si quiero evitarlo tampoco.-

-Quizás pueda ayudarte.-

-¿Qué?-

-Te propongo una experiencia... más bien un juego sensual. No sé si con ella conseguirás aliviar el "frenesí", caótico de tu cabeza, pero... Yo creo que sí.-

-Por probar que no quede. ¿De qué se trata?-

-¿Has oído hablar de la privación sensorial?-

-No, pero creo que es evidente qué es.-

-Sí, aunque conviene añadir que es una práctica sexual incluida en las llamadas sadomasoquistas. Entre otras cosas. Por ejemplo, forma parte en muchos casos de los procesos de lavado de cerebro y reprogramación.-

-¡Eh! yo no quiero que me laven el cerebro. Me gusta cómo está de sucio. Jeje.-

-Ese nivel es ya extremo. Yo me refiero a una sesión corta. Lo suficientemente intensa como para que experimentes. Lo que sea que experimentes, que yo no lo he probado conmigo.-

-Ajá. Sigue.-

-Evidentemente requiere por tu parte mucha confianza en mí, pues estarás literalmente en mis manos.-

-¡Confío en ti!-

-Gracias. Entonces, ¿te atreves?-

-Déjame que lo piense esta noche y mañana te digo. ¿Vale?-

-Por supuesto. Tienes que estar bien segura.-

-¡Hasta mañana pues!-

...

Es por la tarde. Él está terminando los detalles de la sesión. Excitado, recorre mentalmente todos los pasos que planea dar. Por fin, echa las cortinas, enciende las velas del candelabro que pensó que nunca usaría más que de adorno, y se sienta a esperar.

Llega ella puntual. En vez de llamar al timbre utiliza los nudillos sobre la puerta. Con fuerza repiquetean, tanta que se ha tenido que hacer daño, piensa él. Se apresura a abrir, cavilando sobre cuánto tardará en disiparse el dolor de...

-¡Hola! Dos besos.-

-Al final te decidiste, ¿eh?-

Una ligera sombra de duda. Busca en su mirada la confianza necesaria y asiente.

Él la examina. Le pidió que trajese ropa ajustada no por capricho. No es que esperase verla en un mono de cuero, pero quizás sí algo más sugerente que ¿una minifalda, medias tupidas, botas y una blusa? Suspiro de resignación.

Pone el metrónomo en marcha. Un insistente tic-tac llena la penumbra. Ella va a sentarse, pero él lo impide.

-No, no, de pie.-

Da una vuelta alrededor. No sabe por dónde empezar. Ella mira al techo, se toca el cabello. Por fin, él se decide.

-Echa los brazos atrás.-

Es obedecido. Toma la cuerda y empieza a pasarla entre los antebrazos y la espalda. La blusa está fría, levemente humedecida por el sudor. La primera vuelta, dos tirones de los extremos y los brazos quedan unidos. Más vueltas, ocho, hasta las muñecas. Luego dos nudos lo cierran.

-Intenta liberarte.-

Ella no hace demasiada fuerza, y no lo consigue.

-Perfecto.-

Él se agacha.

-Junta los talones.-

El mismo proceso liga las botas y tobillos hasta media pantorrilla.

-Ya. Perfecto.-

Aparta un metro exacto de cuerda. Los nudos marcan la longitud, y una tijera corta el cabo. Tira el rollo sobre el sofá. Ella lo mira.

Viene lo más difícil. Saca de su pantalón una pelota muy blanda, del tamaño de una naranja pequeña o una mandarina grande, y del mismo color. La aprieta. Tarda unos instantes en recuperar su forma y tamaño original. La acerca a su nariz y la huele. Disgustado percibe aún el aroma del jabón con que la lavó para quitarle posibles gérmenes. Se coloca delante de ella y ordena:

-Abre.-

Los labios se separan. No quiere mirar, y vuelve a recorrer el techo con sus ojos. Siente calor, mucho calor. Ya está completamente a su merced, pero no del todo. Los resquicios de la duda se agrandan.

-Más. Aaaasí...-

La pelota naranja ocupa su lugar dentro de la boca, abarcando su diámetro más del cerco de los dientes y llegando casi al paladar. Peligroso, se la puede tragar en un hipotético ataque de pánico.

Rápido, fustigado por la excitación, asegura la mordaza con cinta americana. Dos vueltas exactas, como dos plateados cinturones, sellan los labios en un pegajoso beso, pero hay espacio para la delicadeza, o la suerte, y ningún precioso cabello es atrapado.

Por último, o casi, sus ojos castaños son vendados. Se hace para ella la noche, y sus sentidos poco a poco se entumecen.

Miedo, indefensión. Pero el torbellino de pensamientos aún mantiene su baluarte.

El tic-tac la alivia. Es su salvavidas. Calor y un suspiro. ¿Ha apagado la vela? Huele como si así fuera.

¡Claro, el olfato! Todavía puede relajarse confiada en él. Sigue respirando, sigue oliendo. Pero nota que se disipa todo lo demás.

¿Cuánto tiempo ha pasado?

De repente un susurro, pero amplificado por el silencio.

-Te voy a tumbar en el suelo. Déjate caer.-

Inclina sus rodillas, un poco temblorosa. Se acerca a la frontera de la duda de nuevo, la traspasa y tiene que dejar que su peso se desplome. ¡Tierra trágame, me ha abandonado!

¡No!

Es recogida por dos invisibles brazos. Se entrega a ellos. La colocan suavemente sobre la moqueta.

Su mente se aferra a este poderoso contacto, pero también termina y de nuevo se ve... sola.

¿No estabas pensando en mil cosas? ¡Sí, es cierto! Por un momento el castillo de su imaginación había desaparecido entre las tinieblas brumosas, pero regresa. Quizás incluso más fuerte que antes. La sangre martillea en sus sienes. Está haciendo un esfuerzo de titán.

Pero necesita un vínculo con la realidad. Permanece el tic-tac del metrónomo, mas no es suficiente. Se mueve, contrae su cuerpo, levemente, tímida. Demasiado tarde se da cuenta de que ha advertido a su compañero de que no es total el estado de dependencia.

Recapacita sobre ello mientras él la obliga a arquearse hacia atrás y ata sus muñecas y tobillos con el cabo de cuerda restante, y al final concluye en que mejor así, completamente inmovilizada, para evitar al máximo la posibilidad de utilizar activamente el tacto de su piel. Las cosas, ante todo bien hechas.

¿Cuánto tiempo ha pasado?

Se da cuenta de que su percepción de las cosas ha cambiado. Zozobra, y sus sentidos resbalan sobre los más leves estímulos. Incapaz de coordinarlos, no puede asignarles un valor real en su mente. Es extraño, muy extraño. Hasta el tiempo parece diluirse en un cauce que a veces va rápido y a veces lento. Imposible de seguirle la pista, renuncia a él.

Él ya no puede soportarlo más. La tiene a sus pies, una pequeña marioneta ciega e inerte. Se excita sólo de imaginar cómo discurrirá ella, aunque es consciente de que para saberlo sólo es posible ponerse en su lugar. Quizás algún día lo haga.

Se desnuda procurando no hacer ruido. Cuando ya sólo le queda por quitarse los boxers, se sienta, toma su miembro con la mano y...

Para el metrónomo, dando por consorte a la oscuridad el silencio.

...

Pasa un año. O un segundo. O la eternidad, que es lo mismo.

Doloroso, como un parto, estalla en su oído izquierdo un susurro.

-Ya es suficiente.-

Un beso en su mejilla, que parece un atizador candente, la rescatan de la nada, del éxtasis, del nirvana. Su mente vuelve a poblarse de ideas, bañadas por la luz dorada, ya nunca más tenue y sucia, de la gratitud hacia aquel que la ha matado para devolverle la vida.

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