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El Museo (4)

en Sadomaso

El Museo (IV)

Molly Mathews

Recordemos que Miguel y Moli habían continuado atormentando a Silvia hasta que ésta tuvo un orgasmo. Pero Moli sintió envidia y pidió a Miguel que también se ocupara de ella como merecía.

¿No vas a castigarme?, volvió a preguntar Moli. Por supuesto, preciosa, contestó Miguel, y cogiéndola por la mano la llevó hasta los diferentes instrumentos de tortura más complejos desentendiéndose completamente de la rubia.

En primer lugar le enseñó una silla de hierro recubierta de protuberancias y pinchos y correas por todas partes, Moli no necesitó muchas explicaciones para saber cómo se utilizaba eso, pero con un gesto indicó a Miguel que aún no estaba preparada para algo tan brutal.

A su lado había una pirámide puntiaguda de metal sostenida sobre tres patas. Esta es la cama de Judas, añadió Miguel. Un suplicio atroz. ¿Cómo se usaba?, preguntó Moli comprobando con el dedo que la punta pirámide era muy afilada. Miguel lo explicó fríamente. La prisionera era suspendida con cuerdas manteniendo su culo encima de la punta de la pirámide o sólo unos centímetros por encima. ¿Y qué ocurría entonces?, preguntó Moli. Bueno, había muchas variantes. Lo más suave era dejar que todo el peso de la mujer recayera sobre su ano o sobre su coño encajado en la punta de la pirámide. Pero esto podía empeorar mucho si se metían carbones encendidos en la pirámide o si se le colgaban pesos de los tobillos. ¿Y qué más?, preguntó Moli respirando muy agitada. Eso en sí mismo provocaba dolores insoportables, pero todo podía ser mucho más bestia si el inquisidor se empeñaba en dejar caer la pelvis de la muchacha sobre la pirámide. Lo más habitual era que se rasgara el ano o la entrepierna de la condenada. Si la cosa se repetía lo más probable sería que la condenada muriera.

Moli se estremeció por las palabras de Miguel. ¿Lo has utilizado alguna vez?, preguntó con temor. No, contestó él, por ahora no me he atrevido nunca, ¿quieres probar?. Moli contestó que no decididamente con la cabeza. Ya me parecía, es demasiado, por eso yo prefiero esto de aquí, y diciendo esto, Miguel enseñó a Moli un caballete de madera sobre cuatro patas, en la parte superior del mismo había una cuña de madera rugosa y afilada. También se trata de un castigo muy duro, pero es más suave que la cama de Judas. Me encantaría subir a este aparato a un par de tías buenas como vosotras completamente desnudas, cara a cara y "cabalgando" con todo el peso de su cuerpo sobre su clítoris, seguro que se me ocurre un montón de cosas para haceros cosquillas. Moli también contempló la posibilidad, pero sintió dolor en la entrepierna sólo de imaginárselo. Eres un sádico, Miguel, le dijo. ¿qué prefieres? ¿Que las mujeres gritemos de dolor o de placer?. Me es indiferente, contestó Miguel cogiendo a Moli del brazo con cierta violencia y llevándola hasta el potro de tortura. No sabía por qué sospechaba que eso gustaría más a su invitada.

Y esto de aquí es el potro. Moli no contestó, se puso roja y el corazón se le aceleró más de lo normal. Miguel adivinó la turbación de la muchacha. Supongo que conoces su funcionamiento, le dijo sin aparente intención. Moli afirmó con la cabeza mirando con atención el complejo ingenio. Con este juguetito se puede conseguir que una esclava confiese lo que sea, dijo Miguel. Las dos jóvenes acusadas de brujería fueron sometidas a la tortura del potro, y terminaron confesando cualquier cosa aunque fuera mentira con tal de librarse de eso. ¿Nunca has tenido la fantasía de estar atada desnuda a un potro de tortura completamente a merced de tus verdugos?.

Moli bajó la cabeza, había tenido esa fantasía muchas veces mientras se masturbaba y normalmente pensar en eso le hacía llegar casi siempre al orgasmo. Vamos Moli, Miguel se acercó a ella y le acarició el rostro rojo y caliente de rubor. ¿No quieres hacerla realidad?. No, por favor, me da miedo, dijo ella en un susurro, no me obligues. Miguel se apartó entonces de ella y cogiendo una fusta que estaba en una mesa amenazó con ella a la chica. Moli le miró abriendo mucho los ojos. ¿Qué vas a hacer?. Vamos esclava, desnúdate y al potro. No, por favor. ¿Qué me harás si dejo que me acuestes ahí?. Eso lo comprobarás ahora mismo. Venga esclava, estoy perdiendo la paciencia y tú lo estás deseando, no lo niegues.

Moli se vio sobresaltada por el tono autoritario de Miguel. Estuvo a punto de replicarle, pero finalmente decidió obedecer y se fue quitando el mono roja de vergüenza y sin rechistar. A Miguel se le fue poniendo dura a medida que Moli se iba quedando desnuda delante de sus ojos. La joven tenía un cuerpo delgado y flexible de una gran belleza. Primero se abrió el mono por delante dejando al descubierto sus hombros delgados y su espalda larga y atlética. Los pechos eran pequeños y el vientre muy plano. Cuando se quedó completamente desnuda delante de Miguel, Moli bajó la cabeza y se cubrió los pechos con los brazos manteniendo las piernas bien juntas y prietas entre sí. Date la vuelta y separa las piernas, le ordenó secamente, y ella obedeció con sumisión.

Miguel le propinó entonces un fustazo en el trasero. Moli gritó, pero no protestó. Los brazos arriba esclava, ponlos detrás de la nuca inmediatamente. Ella obedeció al momento y puso los brazos tras la nuca. Inmediatamente su espalda se arqueó, marcando las costillas y realzando ligeramente los pechos. Moli tenía el abdomen plano y la cintura bastante delgada, pero lo mejor eran sus piernas y su trasero. Miguel se puso a pasear la fusta suavemente por los costados y el torso de Moli admirando su cuerpo escultural e imaginando posturas de bondage para ella. Así me gusta, putita, desnuda y dispuesta para lo que quiera tu amo. Y diciendo esto le dio otro fustazo en el trasero. Moli volvió a gritar y su primera reacción fue protegerse las nalgas con las manos, pero Miguel le frenó. He dicho que las manos arriba, puerca. Nuevamente Moli obedeció.

Muy bien, esclava. Y ahora acuéstate en el potro y no te muevas mientras te ato. Moli estaba muy caliente y le quemaba la cabeza. Los fustazos le habían creado unas marquitas rojas en el culo que le escocían, pero como no se apresuró a cumplir la orden con la suficiente presteza se ganó otro golpe. Deprisa, haz lo que te digo. Moli volvió a quejarse y se sentó en la madera del potro, entonces subió las piernas y se tumbó en él rápidamente. Acostada en el potro empezó a acariciarse el cuerpo pues tenía la piel de gallina y temblaba de frío y nervios. Miguel cogió bruscamente sus tobillos y los colocó en los agujeros de un cepo de madera que se encontraba en la base del instrumento. Hecho esto cerró el cepo y lo fijó con un tornillo. Moli estaba muy mojada y excitada pero dejó sumisamente que Miguel la atara al potro. De este modo, Miguel le estiró los brazos por encima de la cabeza y le fue atando las muñecas a unas argollas de metal forradas de piel. Esto evitará que se te despellejen las muñecas, le dijo. A Moli se le fue mojando el coñito a medida que Miguel le ataba al potro y se restringían sus movimientos. Por fin la maniató completamente y Miguel accionó el cilindro del potro de tortura. El cilindro se movió con un siniestro crujido y un clic, clic rítmico y continuo resonó en los oídos de Moli, la cual comprobó que algo tiraba de sus muñecas hacia atrás. Esto, sin embargo, sólo duró unos segundos. Miguel se apartó un momento sólo para traer una mordaza de goma para la joven. Abre la boca, le dijo, y como ésta obedeció al instante, le encajó la mordaza entre los dientes y la ató a su nuca. Hecho esto, Miguel se marchó de la cámara de tortura, observando de reojo a la pobre Silvia que seguía sufriendo el tormento del estrapado y que gemía y babeaba con los agujeros bastante irritados.

Moli miró atentamente desde el potro cómo Miguel se marchaba. Gimió algo a través de la mordaza, pero Miguel ni siquiera se volvió a mirarla. Cuando él salió de la habitación, cerró la puerta dejando solas a las dos muchachas. Repentinamente se hizo el silencio solamente quebrado por los gemidos de Silvia. Moli levantó la cabeza e intentó decirle algo, pero sólo podía emitir sonidos incomprensibles. Dejó caer otra vez su cabeza y reflexionó un momento sobre su situación. Estaba completamente desnuda e indefensa, esperando a ver qué se le ocurría a Miguel hacer con ella. Ya había visto lo que le había hecho a Silvia, así que podía hacerse una ligera idea. Este tío es un sádico pervertido, aunque no creo que sea un sicópata, pensó Moli. De todos modos, poco podía hacer ya, pues estaba completamente a merced de él. Eso la excitó y atemorizó al mismo tiempo. De pronto sintió la necesidad de masturbarse. Tiró de sus manos para intentar liberarse, pero eso era completamente imposible, los grilletes eran muy sólidos. Tras varios intentos Moli desistió y volvió a dejar caer la cabeza intentando relajarse y calmar sus nervios.

Los minutos pasaron así lentos, muy lentos, mientras Silvia continuaba gimiendo cada vez más incómoda y dolorida, hasta que por fin se abrió la puerta y entró un tío completamente desnudo que sólo llevaba puesto un capuchón de cuero sobre la cabeza y los ojos, y unas botas negras. Era Miguel que se había disfrazado de verdugo. Con él traía un carrito lleno de cosas y venía con la polla tiesa y brillante. Miguel la tenía larga, gruesa y bastante atractiva, una de esas pollas que dan ganas de de comérselas sólo con mirarla, además era un tío proporcionado aunque no musculoso y con un pecho muy bello y un culo redondo y muy atractivo. Te he preparado una sorpresa, le dijo a Moli, refiriéndose a las cosas que traía en el carro. La chica levantó la cabeza a duras penas para ver a qué se refería. No pudo ver bien lo que traía en el carrito pero advirtió que había varios objetos de metal, unas velas y unos cables eléctricos. Moli comenzó a respirar agitadamente un poco inquieta. Entretanto Miguel dejó el carrito y comenzó a acariciar el cuerpo desnudo de la joven: los muslos, el vientre, el costado, la piel tersa y firme de su bella esclava. Allí estaba ella a su merced, preparada para lo que él quisiera. No había ninguna prisa por empezar, así que quiso deleitarse unos momentos antes de comenzar el juego. Se agarró la polla dura como una roca y comenzó a acariciar el pecho de ella con la punta del rabo. Miguel notaba perfectamente cómo el pezón izquierdo de Moli se iba poniendo duro y turgente a cada pasada del glande de su polla. Empezó entonces a acariciarla en su sexo, que ella tenía inundado de jugos vaginales. Moli gimió y todo su ser se estremeció a punto de correrse. Miguel aún la acarició un rato, disfrutando de deslizar sus dedos entre los líquidos viscosos del coño de la muchacha, pero no le permitió llegar al orgasmo.

Ahora, preciosa, nos vamos a divertir de verdad. Y diciendo esto, Miguel se limpió los dedos de la mano derecha en el pecho de ella y cogió los mandos que accionaban el potro con las dos manos. Lentamente forzó la rueda del instrumento de tortura, ésta comenzó a moverse lentamente con un crujido siniestro, las cadenas se tensaron y el propio cuerpo de Moli, ya muy tenso, comenzó a estirarse aún más. La bella joven gimió tras su mordaza al sentir sus brazos ahuecándose de sus hombros y todos los músculos y fibras de su cuerpo tensándose y estirándose vencidos por una fuerza sobrehumana. El delgado y flexible cuerpo de Moli se fue levantando en vilo a medida que Miguel seguía apretando el dispositivo. Pronto la joven empezó a sentir un dolor muy intenso y gimió con un quejido que hizo que a Miguel se le pusiera dura como una piedra. Sin embargo se sonrió y dejó de apretar el potro. ¿Duele?. Moli le miró implorante y dijo que sí con la cabeza. En realidad, apenas he empezado, todavía haré avanzar algunos dientes y dolerá mucho más, pero antes vamos a hacerte cosquillas.

Ante él se encontraba el cuerpo de Moli, con el torso ligeramente arqueado y las costillas perfectamente perceptibles. La joven respiraba nerviosa y buena parte de su piel brillaba por el sudor. Tras un momento de duda, Miguel cogió el primer instrumento del carro y se lo mostró a su prisionera. Moli lo miró atemorizada, se trataba de una ruedita de metal dentada enmangada en un tornillo giratorio. Miguel se pasó la ruedita por la palma de la mano haciendo un pequeño gesto de disgusto. Ay, esto duele, dijo medio de burla.Y diciendo esto, se lo acercó al muslo derecho. Grita lo que quieras, no te cortes, le dijo antes de empezar con ella, nadie puede oírte aquí. Dicho esto empezó a pasear la ruedita dentada por el terso muslo de Moli. Al notar los pinchazos continuos en su pierna, ella puso un gesto de disgusto. Miguel siguió paseando la rueda un poco y después la levantó. El coño de Moli estaba tan mojado que Miguel podía ver perfectamente las gotas de líquido vaginal deslizándose por las caras internas de las nalgas de ella para caer en la madera del potro. Veo que lo pasas bien, esclava, y mientras le decía esto se puso a castigarle en el vientre con pasadas un poco más rápidas y fuertes de la rueda de metal. Moli volvió a gemir y estremecerse. Miguel pasaba y pasaba la rueda una y otra vez dejando unas lineas rojas a cada pasada. Poco a poco, Miguel fue visitando otras zonas del cuerpo de ella como los costados. Después fue subiendo lentamente la ruedita de marras por el costado derecho hacia la axila, y Moli se sacudió moviendo su cuerpo hacia los lados y quejándose de una manera un poco más evidente cerrando los ojos con cierta crispación. Miguel estuvo a punto de correrse, las gotas de semen transparente ya salían de su enderezada polla, pero aún quiso prolongar el placer un rato. Esta parte es mucho más sensible, dijo pasando la ruedita una y otra vez por el mismo sitio con una insistencia un poco sádica. Y esto duele aún más, y diciendo esto, atrapó el seno derecho de Moli y se puso a pasearlo una y otra vez por medio del pezón , lo hizo con saña una y otra vez deformando el grano duro de la bella joven y arrancando de ella gritos diversos y súplicas de piedad. Moli se retorció sobre sí misma gritando sin control, y siguió gritando y suplicando cuando Miguel le hizo lo mismo en el otro pecho. Miguel tuvo que parar, no obstante, cuando el semen se le empezó a escapar a borbotones de su estirado miembro. Lo de correrse fue inevitable. Las convulsiones y gemidos de esa joven preciosa fueron superiores a él. Sin embargo, una vez hubo eyaculado, el verdugo sintió un repentino cariño por su víctima y se puso a lamerle delicadamente los pezones mientras con la mano derecha la masturbaba lenta y dulcemente. Moli no tardó mucho en correrse también ante ese festival de impulsos eléctricos y sensaciones contrapuestas que acudían a su cerebro. Ante este resultado Miguel recuperó la erección lentamente y siguió torturando a Moli sin inmutarse.

De este modo, volvió a las ruedas del potro con intención de apretarlas un poco más. Ahora vamos a avanzar otro diente, pequeña, ¿estás preparada?. Moli lo miró angustiada y gimió diciendo que no, pero Miguel no le hizo caso y apretó otro diente. El potro se movió y Moli gimió desesperada cerrando los ojos con fuerza. El poderoso instrumento repercutió en todo su cuerpo, pero especialmente en sus hombros. Miguel sabía que éstos no se dislocarían aunque él apretara más y más. Verás, le dijo al oído, el cuerpo es muy flexible, y antes de que se te disloque la articulación de los hombros aún te puedo estirar algunos milímetros, y eso es lo que voy a hacer exactamente. Moli le miraba aterrorizada. Por supuesto, eso significa dolor, y diciendo esto Miguel cogió otra vez los mandos y haciendo fuerza consiguió que el potro se estirara otro diente. Silvia vio a Moli lanzar un estremecedor alarido con los ojos crispados de dolor. El delgado cuerpo de Moli estaba completamente estirado y brillante de sudor, las convulsiones y la respiración nerviosa le hacía estremecerse y agitarse. Ella misma apenas podía resistir la tortura del estrapado, pero pensó que Moli estaba siendo sometida a una prueba aún más intensa. De todos modos, con los dos consoladores zumbando en sus agujeros y el espectáculo de ver sufrir de esa manera a su amiga y amante, Silvia fue lentamente progresando hacia su propio orgasmo.

Entretanto, Miguel había cogido un mechero y estaba encendiendo varias velas. Eran de esas de color rojo metidas en recipientes transparentes de plástico. La cera de la vela no tardó más que unos segundos en licuarse, y cuando esto ocurrió Miguel empezó a derramar gotitas sobre el vientre de Moli. Esta gimió inmediatamente al sentir la quemazón en su piel. La cera producía la inmediata sensación de que le quemaban con un cigarrillo, pero esta impresión momentánea se desvanecía al momento. De todos modos, el tormento consistía en echar gotas y chorros de cera sin pausa ni descanso. Miguel encendió varias velas y alternativamente se las fue echando sobre la desnuda piel de Moli. La joven gemía y se convulsionaba dolorida y a la vez muy cachonda. Miguel fue derramando gotitas por el vientre, el torso, los pechos, los costados de Moli. Todo el cuerpo de la esclava fue cubierto por una delgada película roja mientras ella no dejaba de gritar y llorar. Poco a poco, la atención de Miguel se fue desplazando lentamente a los muslos y la entrepierna de Moli, y ésta empezó a gritar más fuerte cuando las primeras gotas de calor se deslizaron entre los labios vaginales y el interior de la vagina. A Miguel se le puso muy dura cuando percibió que ese último tratamiento había sido especialmente doloroso. Miguel pensó que Moli respondía a la tortura de una manera especialmente sexy y excitante. No todas las tías tienen la misma sensibilidad al dolor y al placer. Moli se cimbreaba encantadoramente sobre la mesa del potro como si experimentara los orgasmos uno tras otro. Cada fibra de su cuerpo respondía a los estímulos dolorosos y eso la hacía más apetecible. Asimismo, su rostro, sus gemidos y sus peticiones de piedad iban en la misma línea. Así pues, Miguel pensó que ya había llegado el momento de utilizar un juguetito eléctrico sobre su nueva esclava.

No obstante, antes había que quitarle de encima toda esa cera seca. De este modo, cogió una manguera de agua a presión y enchufó con ella el cuerpecito de Moli. La joven empezó a gritar muy fuerte, mientras la cera se iba desprendiendo de su cuerpo. El agua fría impactaba sobre la chica con cierta violencia, lo suficiente como para que la cera se desprendiera en gran parte. Miguel pasó la manguera una y otra vez arriba y abajo hasta que apenas quedó cera. Hecho esto, se acercó a la prisionera y la observó con detenimiento. Moli estaba completamente empapada, y jadeaba gimiendo quedamente por el castigo. Aquí y allá había pequeñas porciones de piel ligeramente enrojecidas por las quemaduras. Miguel toqueteó esas quemaduras y eliminó con los dedos los restos de cera que quedaban, por ejemplo en las comisuras de la entrepierna de la chica. Hecho esto cogió un extraño consolador forrado con unas delgadas láminas de metal y se lo fue introduciendo por la vagina. Moli estaba tan mojada por el agua y por sus propios jugos que el consolador entró en su interior con facilidad. No obstante, la chica se preguntaba qué demonios sería eso. Todo su cuerpo tiritaba de frío, pero a Miguel eso no le inquietó en absoluto. Muy al contrario, y ante la alarma de ella, volvió a coger los mandos de la rueda del potro y haciendo fuerza tensó un poco más el cuerpo de Moli. El dolor se hizo esta vez casi insoportable y ella gritó con todas sus fuerzas pidiendo piedad desesperada. Sin embargo, el instrumento avanzó y avanzó lentamente crujiendo y estirando de los doloridos miembros de la esclava. Moli volvió a gritar, pues sus brazos estaban a punto de dislocarse. Esto, sin embargo, no ocurrió.

Miguel cogió la cabeza de Moli, que colgaba hacia atrás y le obligó a mirarle a la cara., enseñándole un pequeño bastoncillo de metal del que parecía colgar un cable. ¿Habías visto antes uno de éstos?. Moli miró el aparato y negó con la cabeza. Primero te voy a dar unos toquecitos con él a baja potencia, y luego vamos a ir subiéndola poco a poco. Y diciendo esto, Miguel movió una ruedita de un pequeño mando. Después cogió el bastoncillo y comentó antes de posarlo sobre el vientre de Moli. Estás empapada de agua y eso aumentará la sensación. Dicho esto, posó el bastoncillo y casi mágicamente se movió todo el cuerpo de la joven convulsamente. Ella puso un gesto de sorpresa pues sintió como una sacudida que recorrió sus entrañas desde el vientre al interior de su vagina. Fue entonces cuando la joven comprendió que Miguel le había aplicado los electrodos en los labios de la vagina y todo su cuerpo actuaba como conductor de la electricidad cada vez que le tocaba con ese bastoncillo. Miguel sonrió y se acarició la polla con el aparato. Me encanta, dijo, es mi tortura favorita. Y dicho esto le volvió a tocar el costado arrancando de ella convulsiones y gritos de desaprobación. No importaba, daba igual. Moli estaba indefensa y completamente en su poder, así que Miguel le volvió a poner el bastoncillo eléctrico en el sobaco, en el lateral del pecho, otra vez en el vientre, sin piedad. Moli se convulsionaba y gritaba desesperada por los calambres y sacudidas de la electricidad a través de su cuerpo, descubriendo para su pesar la creciente sensibilidad al dolor de las zonas de su piel escogidas por Miguel.

El bastoncillo quemaba en la zona escogida por su verdugo y esa quemazón se expandía por todo su cuerpo. Miguel optó pronto por subir significativamente la intensidad de las descargas, y así acercó el bastoncillo a los pechos de la muchacha. Primero un toquecito corto en el pezón derecho que hizo que Moli se sacudiera violentamente. Después otro en el izquierdo, y otra vez en el derecho, y así sucesivamente. Cada toque era respondido por un tremendo alarido. La joven pedía piedad cuando era capaz de articular palabra, pues las descargas eléctricas en sus pezones le producían unas intensas y violentas reacciones en todo su cuerpo. Deseaba con toda su alma que Miguel parara de una vez, pero eso no parecía ocurrir nunca. Sin embargo, finalmente ocurrió. Miguel dejó por un momento la tortura eléctrica y miró satisfecho a la sudorosa y jadeante Moli. Esta estaba agotada y con los ojos en blanco por el castigo. Las lágrimas salían de sus ojos manchando su bello rostro.

Entonces Miguel cogió el instrumento y poniéndolo a mínima intensidad se lo introdujo a Moli por el ano. Esta vez la joven no se convulsionó ni notó dolor. Por el contrario, una inmensa oleada de placer invadió su cuerpo y tuvo dos orgasmos seguidos, uno tras otro, gimiendo y tensando todo su cuerpo de placer.

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