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El Penal de los Lamentos (12)

en Sadomaso

Atada a la cruz y en espera de que comenzara su suplicio, Rebeca repasó mentalmente esos últimos días en los que su vida había cambiado drásticamente. Hacía años que la bella adolescente tenía sueños masoquistas y se había prometido a sí misma que nada más llegar a la mayoría de edad haría lo que fuera por hacerlos realidad como así estaba siendo.

Sus limitadas experiencias como esclava habían sido hasta el momento muy excitantes y aunque seguía siendo virgen ya había experimentado múltiples orgasmos en manos de todos esos depravados de la prisión. Si alguien le hubiera dicho una semana antes que iba a servir de urinario humano a más de 50 hombres lo hubiera tomado por loco. Como buena sumisa empezaba a dominar sus  sensaciones y encontraba muy excitante  ser usada  por los hombres a su antojo.

Ahora, viendo cómo ese verdugo sádico y despiadado preparaba su tormento, se daba cuenta de que quizá se había pasado en sus fantasías masoquistas. Es como si se hubiera lanzado al vacío sin red. ¿Y si no podía soportar el tremendo suplicio de las agujas al rojo?. En ese momento recordó el rostro desencajado de Yulia  y sintió miedo. Y sin embargo, incluso el miedo le parecía placentero, además ya no podía hacer nada ni volverse atrás, solo era una esclava atada y amordazada. En adelante tocaba a los demás decidir su destino….

Las palabras del verdugo la sacaron de sus pensamientos.

- Así que me has elegido  para que sea yo el que te aplique tormento, dijo cogiendo una fina aguja de metal. Sí que te has dado prisa zorra masoquista. Como te prometí, vamos a jugar con las agujas. Y diciéndole esto le fue arañando  el seno derecho con la punta de la aguja, y tras eso le pinchó en la aureola del pezón.  

-  MMMMHHH.

- La has sentido ¿verdad?, y eso que está fría y ni te la he clavado. La mayor parte de las prisioneras lloran y suplican como locas cuando caen en mis manos por primera vez y les muestro cómo les voy a torturar con esto, pero tú te crees  más valiente que nadie,…. en pocos minutos te sacaré de tu error.

Sánchez dejó por un momento a Rebeca y se entretuvo encendiendo carbones en una brasa. Luego se puso a limpiar tranquilamente decenas de agujas de diferentes tamaños con alcohol para desinfectarlas bien.  Rebeca le miraba respirando profundamente sin perder un detalle de sus movimientos.

- Si te digo la verdad, me da igual,  porque dentro de un rato estarás soltando alaridos como todas.

…………

Mientras Sánchez lo preparaba todo para el doloroso suplicio de Rebeca, el alcaide y el juez  hablaban tranquilamente en el despacho tomando unas copas.

- Celebro que se haya decidido señor juez. imagino que tras la sesión de hoy se querrá llevar a Rebeca a su casa.

- ¿A mi casa?, eso no es posible, tendrá que quedarse en el penal.

- ¿Cómo en el penal?.

- Entiéndalo, tengo una vida y una reputación fuera de estos muros. En mi casa están los miembros del servicio, además suelo tener invitados que desconocen mis vicios …. y luego está mi familia. Ya inventaré algo para seguir engañando  a mi hermana, pero no  puedo tener a Rebeca allí.

El alcaide se dio cuenta de que daba palos de ciego.

- Pero Rebeca no es una presa de verdad, no se le puede mantener indefinidamente así, además al final no podré evitar que le ocurra como a las demás presas. Será una prisionera común y la podrán tomar todos los guardias y verdugos que quieran, eso sin contar a los clientes más sádicos. Imagíneselo, cuando sepan la edad que tiene y le vean desnuda harán cola para ponerle sus garras encima, mucho me temo que si acaba ingresada en esta prisión su sobrina sufrirá torturas terribles a diario.

- No, no, eso no puede ser, no lo permitiré

- Pero yo no puedo forzar las normas del recinto por su capricho, no puede ser una “protegida” mía,  además ella misma no querrá, hay que buscar otra solución.

-  No sé…..

- Señor juez, tal y como yo lo veo o acepta como esclava a su sobrina con todas las consecuencias o ella se buscará otra salida…..

……..

Entre tanto, el carcelero Matías seguía propasándose con Yulia, el repugnante enano se encaramó otra vez al potro y tras encajarle en la boca una mordaza de aro abierta, se colocó entre sus piernas y se puso a penetrar  a la rubia por delante.

- AAAAHHHH

- Ya veo que la sientes preciosa, te gusta ¿verdad?

- OOOOOOO, Yulia gritaba que no  negando con la cabeza mientras el enano seguía penetrándola. Con ese ser monstruoso jadeando encima suyo la bella muchacha sentía un asco y repugnancia infinitas. Además ni siquiera pudo encontrar placer en ser penetrada por el duro pene de ese hombre pues aún le escocía el sexo de las torturas recibidas, por eso sus gemidos fueron más de dolor que de placer.

El enano insistió e insistió penetrando ese sexo suave, cálido y totalmente disponible, pero francamente hubiera preferido una respuesta más sensual de su esclava.

- Vamos, ¿qué te pasa?, ¿es que no te gusta? Zorra desagradecida, y le dio un tortazo tras otro en la cara, ¿acaso prefieres que te torture?.

Un tanto frustrado, llegó un momento en que el enano se aburrió de la falta de respuesta de su esclava y en un momento dado le dio otra torta y dejó de empujar

Entonces se fue hacia Alina.

- ¿Y tú qué?, ¿tienes celos ¿verdad?, no te preocupes, luego me encargaré de ti como mereces, pero me lo tendrás que pedir.

- Déjanos en paz de una vez, monstruo del demonio, entérate que nos das asco.

- ¿Ah sí?, pues ahora si quieres que te folle me lo tendrás que pedir por favor.

- Piérdete

- Ya veo que no me has entendido, si no haces el amor conmigo te pasarán cosas peores como ésta.

Y para vengarse del insulto de Alina Matías le colocó un brasero con brasas encendidas bajo la jaula a un metro debajo de ella.

La joven morena reacciónó de inmediato con terror, casi al instante sintió el  insoportable calor  de las brasas y empezó a agitarse dentro de su jaula. Pero era imposible, estaba en una ratonera  y las brasas llegaban ya a calentar los hierros de su jaula de una manera insoportable.

- Perdoname por lo que te he dicho, quítamelo, quítamelo, por favor

Completamente histérica Alina llegó a prometerle al enano todo tipo de favores sexuales a voz en grito si le quitaba esas brasas de debajo, sin embargo, el carcelero las dejó  donde estaban.

- Haberlo pensado antes zorra, ahora no me apetece a mí hacer el amor contigo.

- NNNNOO; NNNOOO, por favor, quítamelo, quítamelo, te lo suplico.

Matías se desentendió completamente de Alina entonces cogió una vara flexible y se puso a darle varazos a Yulia en las piernas.

La rubia reprimió sus gritos pero miró con odio al enano haciendo ímprovos esfuerzos por soltarse de sus ataduras.

- AAAHH EEEEEAAAOO

En realidad Yulia le estaba insultando  pero el carcelero siguió con la vara ignorando sus gritos.

- Y tú a ver si agradeces como es debido cuando te la meta o si no te seguiré caneando toda la noche. Y diciendo esto pasó a darle los varazos en las tetas haciendo saltar por los aires la cera ya seca.

- AAAAAHH

Ahora sí que Yulia gritaba de dolor por el reiterado castigo que estaban sufriendo sus pechos, pero el enano se los siguió castigando y cuando se cansó de esa parte empezó a darle varazos en la entrepierna.

- Toma concha inútil, toma, toma.

La pobre Yulia ponía los ojos en blanco de dolor, menos mal que el enano se cansó también pronto de eso y sudando volvió a encaramarse sobre el potro. Esta vez decidió aliviarse metiéndole el pene en la boca.

- A ver si trata mi polla como se merece, esclava.

Matías se la folló finalmente por la boca entre toses y arcadas aprovechando el aro de la mordaza y tras masturbarse un rato le echó dentro todo. Yulia intentó expulsarlo entre toses pero en el potro no podía torcer la cabeza y al final tuvo que tragarse casi todo el semen de ese cerdo despreciable.

Tras eyacular, Matías  bostezó, se estiró  y se fue a dormir a una de las mazmorras cerrando todas las puertas pues los insistentes gritos y peticiones de Alina le impedían conciliar el sueño. La morena no dejó de moverse dentro de su jaula ni quejarse hasta que las brasas empezaron a perder calor.

………………….

Un cuarto de hora después  la puerta de la cámara de tortura n. 12 se abrió y Rebeca vio entrar al alcaide y a su tío el juez. Su pulso se aceleró pues eso significaba que en unos momentos iban a comenzar a castigarla sin piedad como ella misma había pedido.

La chapa sobre la que descansaban las veinte agujas destinadas a sus pechos estaba ya incandescente y Sánchez había escogido la misma prensa que había utilizado con los pechos de Yulia. En ese momento el verdugo comprobaba que los pernos funcionaban correctamente.

El juez  se quedó un tanto sorprendido del tipo de tortura que había elegido Sánchez para su sobrina. Clavar agujas candentes en los senos se le antojaba  extremadamente cruel para una esclava primeriza, sin embargo, con su proverbial falta de seguridad  no dijo nada, se acercó a su sobrina completamente empalmado y se puso a acariciarla.

- Querida Rebeca, vamos a empezar ahora mismo tu castigo y una vez comenzado no habrá marcha atrás ni contraseña. Por mucho que grites y supliques nada podrá detener ya a Sánchez. Sin embargo si ahora mismo dices que sí con la cabeza te ahorraré estos tormentos y me limitaré a hacer el amor contigo.

Sánchez le miró contrariado, no entendía por qué le ofrecía esa salida, la esclava ya le había sido entregada y desde ese momento la consideraba casi de su propiedad.

La joven Rebeca miró un momento las agujas y a Sánchez que estaba impaciente por comenzar. Estaba muerta de miedo y a punto de arrepentirse  pero si ahora se echaba atrás quizá nunca más sería capaz de reunir el valor para exponerse a algo semejante y no sería una verdadera esclava.  Por eso miró a su tío otra vez y  dijo resueltamente que no.

- Está bien, dijo el juez  muy enfadado, tú lo has querido. Sánchez, antes de que desvirgue a mi sobrina quiero que le des veinte latigazos con un gato de colas.

Con cierta desgana el verdugo cogió el látigo, entonces sin más ceremonia, Sánchez se colocó en un lateral y empezó a darle latigazos a Rebeca. Empezó por el ombligo, pasó luego a los muslos, luego las tetas y finalmente le dio en la entrepierna con toda su fuerza. Las colas de cuero marcaron su blanca piel y ella se quejó sonoramente acusando los primeros impactos del látigo sobre su cuerpo. Sin embargo una vez recibidos estos azotes apretó los labios y ahogó sus gritos mientras cerraba los ojos.

Las colas del látigo sonaban rítmicamente contra la piel de la chica y dejaban múltiples marcas rojizas allí donde golpeaban. Seguramente los latigazos eran muy dolorosos pero a juzgar por su gesto, Rebeca parecía estar haciendo el amor en lugar de ser fustigada por un profesional. Evidentemente la joven tenía una alta tolerancia al dolor pues nuevamente recibió el castigo sin emitir ningún grito salvo leves gemidos. Al final de los veinte latigazos estaba empapada en un baño de sudor, jadeando y miraba a sus torturadores sumisamente pero sin gritar.

- Parece que a su sobrina le gusta el dolor, le dijo el alcaide al juez acariciando su entrepierna, no ha gritado ni una sola vez y esto de aquí está muy muy mojado se lo aseguro.

- Eso lo veremos, dijo el juez sobreponiéndose a sus escrúpulos. Dale otros veinte latigazos, Sánchez, pero ahora con un látigo con nudos.

El verdugo cambió de tercio y esta vez el látigo de nudos dejó unas marquitas rojas más evidentes y seguramente más dolorosas. Sin embargo la joven siguió sin gritar, ahora cerró los ojos y recibía los latigazos con gestos de disgusto. Mientras la flagelaba, a Sánchez le dio por pensar que el juez mandaba azotarla precisamente para no pasar a torturas mayores con la vana esperanza de que ella se echara atrás y pidiera piedad.

Sin embargo, no ocurrió así, tras esa larga flagelación la chica estaba físicamente cansada de encajar latigazos y toda la parte frontal de su cuerpo tenía ya un tono rojizo y brillante de lágrimas y babas, sin embargo Rebeca no mostraba el menor signo de arrepentimiento.

Sánchez le echó un cubo de agua por encima para limpiarle todo eso y seguir con lo que tenía programado. Por su parte, la muchacha volvió a sobreponerse y tras agitar su pelo mojado miró a los hombres llena de lujuria y anhelante de que siguiera su tormento.

El juez estaba admirado del aguante de su sobrina, en su vida había conocido muchas sumisas pero Rebeca no parecía una primeriza sino una esclava entrenada. Eso le excitó aún más y loco de deseo empezó a desnudarse.

- ¿Quieres que te la meta ahora preciosa?. Sánchez volvió a pensar que eso era otra táctica dilatoria y empezó a cabrearse.

Ella afirmó resueltamente con la cabeza sin dejar de mirar el pene de su tío ya empalmado. 

Entonces le quitó la mordaza besándose apasionadamente con ella. Y tras morrearse y comerse la boca unos minutos el juez se decidió por fin a penetrarla. Rebeca fue así desvirgada en una cruz en aspa por sus verdugos tal y como ella soñaba en sus fantasías masoquistas.

Su tío la pènetró delicadamente y en lugar de taladrarla con toda su fuerza dejó que su pene encontrara su camino por las húmedas y cálidas paredes de su delicado sexo. Esta vez Rebeca sí que gritó cuando el pene le rompió el himen  y luego siguió haciéndolo pero más bien de placer. Una vez penetrada hasta el fondo el juez aumentó la cadencia y la fuerza de sus embestidas.

- Así, así, tío, sigue, sí no te pares. Los gritos de la joven pronto se convirtieron en bramidos.

Eso animó aún más al hombre que  bombeaba con fuerza agarrándose a sus caderas y sin parar ni por un momento.

- Así, assiii. Tras diez minutos follando sin parar ella llegó antes que él y su vagina se estremeció contra el pene. Por su parte al notar que Rebeca se corría, el juez dejó por un momento de empujar para sentirlo mejor y entonces volvió a mover su cadera pero más lentamente. En realidad él no tardó ni un minuto en eyacularle dentro mientras la besaba dulcemente en los labios.

- Gracias, tío, gracias me has hecho muy feliz.

Los dos siguieron besándose una y otra vez pero ese momento tierno sólo duró unos segundos pues el juez sacó su pene húmedo  y repentinamente endureció su gesto.

- Su turno, señores, dijo friamente.

Y entonces el alcaide  sacó su miembro y sonriendo con lujuria y deseo sustituyó al juez y empezó a follarse a Rebeca sin ningún miramiento, tras él lo haría Sánchez y él no sería tan delicado. En esto también había clases.

Cuando los tres hombres terminaron de descargar dentro de la cálida vagina de la joven colegiala, Sánchez, harto de tanta demora la volvió a amordazar con cierta brusquedad y sin ninguna piedad ni miramiento le encajó la prensa en  sus senos y de seguido se puso a apretar los pernos. A pesar de que los tiernos pechos de la muchacha empezaron a ejercer resistencia a la prensa, el verdugo siguió y siguió apretando los tornillos con toda su rabia y toda su fuerza.

- MMMMMMHHHH, esta vez Rebeca sí que se retorció y gimió de dolor.

Los juveniles pechos de Rebeca quedaron pronto deformados y presionados en su base por la prensa de metal hasta casi reventarlos. El verdugo apretó los tres pernos a tope hasta tal punto que el juez temió que se  los fuera  a amputar.

La joven respiraba profundamente mientras sus pezones se empitonaban y la carne de sus pechos se aplastaba y ponía azul por la falta de circulación.

Sonriendo sádicamente, el cruel verdugo se calzó unos gruesos guantes para no quemarse los dedos y colocó el brasero justo delante de la muchacha para que ella pudiera verlo bien y sentir el insoportable calor en su piel desnuda.

Hecho esto Sánchez cogió la primera aguja y se la mostró a la prisionera para que ésta comprobara que tenía un color rojo intenso.

- A ver si eres capaz de reprimir ahora  tus gritos esclava

La pobre muchacha aceptó resignada ese suplicio inhumano cerrando los ojos y respirando con profundidad, entonces Sánchez mordió el pezón derecho  con unas tenazas y tiró de él para estirar bien el pecho. Ya se disponía a clavarle la aguja en pleno centro del seno de arriba a abajo cuando el juez  lanzó un grito.

- ¡Alto!

Sánchez se quedó petrificado mirando al juez que sudaba más aún que su sobrina.

- No, no, eso no, es…. es demasiado,….. no sé por qué la he traído a este espantoso lugar,…. es sólo una niña.

- Pero señor juez,… dijo Sánchez, ella misma….

- Lo sé, me da igual, aún no está preparada,….. es, es mi sobrina, ¿es que no lo entienden?. …..Quita esas agujas de mi vista malnacido.

Sánchez se quedó un momento sin saber qué hacer y un tanto contrariado mirando al alcaide mientras la aguja se iba enfriando en su mano.

El alcaide asintió  con  gesto decidido y Sánchez soltó el pecho de la chica y dejó la aguja en el brasero procediendo a retirarlo acto seguido.

Totalmente confundido,  el juez se marchó de la cámara de tortura seguido del alcaide y del propio Sánchez.

- Señor juez, espere un momento.

- Perdone alcaide, es que no podía, compréndalo.

- Le comprendo perfectamente, es de su propia sangre, pero ya le he dicho….

- Señores, dijo Sánchez alcanzándoles y discutiendo en alta voz sin importarle  las presas de las jaulas. El verdugo estaba enfadado de verdad.Quiero recordarles las normas de la prisión, ya que el juez no quiere proseguir con el castigo reclamo mi derecho de disponer de la prisionera a mi antojo. Así que si no se la llevan ahora mismo del penal me encerraré con ella y empezaré a clavarle agujas en las tetas quieran o no.

- Eres un insolente Sánchez, no sabes con quién estás hablando, dijo el juez levantando la voz.

- Señor juez, el verdugo tiene razón, ya se lo he dicho….. Sánchez desata a Rebeca y llevala a mi apartamento……

…………………

El interrogatorio de Yulia y Alina  se reanudó al día siguiente muy temprano. Los miembros del tribunal, el secretario, fiscal y abogado habían pasado la noche en el penal invitados por el alcaide.

Junto al tribunal habían venido otros diez hombres para asistir al interrogatorio de las mujeres. Se trataba de algunos importantes clientes del penal de los que aparecían en la lista de las periodistas y que habían sido invitados por el alcaide para asistir a su interrogatorio.

Lógicamente todos ellos tenían interés  en que el proceso siguiera adelante y en que a esas dos les cayera la perpetua para que no pudieran contar fuera lo que habían visto. Al asistir al interrogatorio esos personajes tan importante avalaban de alguna manera el proceso al tiempo que se hacían cómplices de él.

Cuando llegaron los miembros del tribunal y los invitados, las dos acusadas ya estaban acostadas sobre el potro de tortura, atadas de pies y manos y rodeadas de los cuatro verdugos.

Como tardaban en bajar más de la cuenta, los verdugos se aburrieron y empezaron a exigir de las mujeres que les chuparan la polla sobre el mismo potro. Cada vez que  ellas se negaban les convencían retorciéndoles los pezones con los dedos hasta que ellas aceptaban abrir la boca.

Mientras sus compañeros se divertían  Sánchez limpiaba y engrasaba varias peras de la angustia de diferentes tamaños a la vista de las acusadas y ellas comprendieron horrorizadas que esa era una de las espantosas torturas que les esperaba ese día.

Sin embargo, en cuanto entraron todos esos jerifaltes, los verdugos volvieron a amordazar a las prisioneras y se apartaron respetuosamente guardándose el miembro. Los recién llegados tuvieron así la oportunidad de ver a las condenadas de cerca  sobre la tabla del tormento.

Yulia y Alina habían sido  amordazadas con las peras más pequeñas por lo que ni siquiera pudieron decirles  nada a esos hombres ni defenderse. Una vez metidas en la boca los verdugos  habían abierto las peras lo suficiente para que presionaran contra sus mandíbulas y les obligaran a mantener la boca entreabierta. Así las dos muchachas miraban angustiadas  sin siquiera poder protestar por todos los tocamientos y comentarios obscenos de esos hombres que venían a asistir a su tortura.

- Observo que las has depilado la entrepierna, dijo el alcaide a Sánchez acariciando el sexo de Alina ahora calvo  y sin un solo pelo.

- Sí señor, eso facilitará las cosas cuando usemos las peras.

- Muy bien hecho, Sánchez, dijo el alcaide, mirando a las dos jóvenes  muertas de miedo, nos has leído el pensamiento.

El abogado defensor hizo lo mismo con Yulia y le acarició los labios vaginales y el clítoris ahora totalmente pelados y luego le pellizcó los pezones repetidamente.

Sánchez le dio un codazo a otro de los verdugos para que reparara en la tremenda erección del letrado bajo sus pantalones.

- De modo que éstas son las dos periodistas metomentodo, dijo un tío trajeado y que se notaba que pitaba mucho. Vais a arrepentiros de haber venido a este país a darnos por el culo dijo mientras acariciaba el cuerpo de Alina y deslizaba sus dedos por las marcas de los latigazos. Señor juez, dijo admirando los prominentes senos de la chica, quiero que los verdugos se empleen a fondo con ellas hasta que confiesen, tienen que confesarlo todo, ¿me ha oído?.

- Descuide general, asi se hará.  

- Muy bien, dijo el juez. Quítales las mordazas Sánchez. 

El verdugo lo hizo y ellas tardaron un rato en poder decir nada pues les dolían las mandíbulas. El juez aprovechó para hablar.

- Ya lo habéis oído, según reza el procedimiento tendréis que reconoceros culpables de querer extorsionar a nuestras autoridades, algunos de cuyos miembros se encuentran hoy aquí.  

- No, dijo Alina desesperada observando cómo le miraban todos esos hombres  Ustedes no pueden creer esas mentiras ¿cómo vamos nosotras a querer eso? ¿qué ganaríamos con ello?..

- ¿Y me lo preguntas tú? Creo que todos sospechamos aquí lo que queríais, sólo hace falta que lo confeséis todo y con detalle.

- No tenemos nada que confesar añadió Alina fingiendo valor, somos inocentes.

Señor juez, dijo el fiscal, no veo que objeto tiene seguir preguntando a estas dos criminales, ya se ha demostrado repetidamente que es una pérdida de tiempo. Creo  que los verdugos deben empezar a torturarlas cuanto antes.

- ¿Estamos todos de acuerdo?

Los miembros del tribunal estaban impacientes así que votaron todos que sí mientras las pobres muchachas negaban desesperadas.

Todos esos hombres despiadados se alejaron entonces hasta sus asientos para dejar que los verdugos hicieran su trabajo.

- El mecanismo del potro es muy simple caballeros, explicó entre tanto el alcaide a su público. Gracias a ese cilindro los verdugos pueden estirar el cuerpo de las reas lenta y despiadadamente tirando de sus brazos. Normalmente se usa para obtener confesiones a base de provocar un dolor y sufrimiento inhumanos. De hecho si se estiran mucho los brazos se puede llegar a dislocarlos y sacarlos de los hombros. Supongo que imaginan el terrible dolor que eso puede provocar en las víctimas. No obstante los verdugos expertos o en su defecto un médico pueden volver a colocarlos en su sitio la mayor parte de las veces.

- ¿Y si no es así?

- Si no es así la víctima queda inválida de los brazos para el resto de sus días.

- Dice usted que se utiliza para obtener confesiones pero, ¿se ha usado alguna vez como procedimiento de ejecución?, dijo el general empalmado al ver a las dos gringas desnudas sobre el artilugio.

- Sí, pero raramente pues es un procedimiento extremadamente cruel. Dense cuenta que tras dislocar los brazos se puede seguir apretando el cilindro hasta que se rompan el resto de las articulaciones una tras otra: rodillas, tobillos, muñecas, etc.. Tras esto y si prosigue la presión se podría llegar incluso a desgarrar músculos y tendones, eso si la víctima no muere antes de asfixia o de un shock.

- Señor alcaide, contestó  el general, para eso no hace falta algo tan complicado como el potro, he oído que en la Edad Media y posteriormente  existía un sistema de ejecución llamado la rueda  que consistía precisamente en romper las articulaciones de la víctima y retorcer sus miembros entre los radios. Debía ser una muerte tremendamente cruel.

- Perdone que le corrija, general pero en la rueda se rompían los huesos y no las articulaciones.   

- No se disculpe alcaide, el experto es usted.

- Hay mucha confusión con eso de la rueda ¿sabe? No obstante, la virtud del potro consiste en que el tormento se puede aplicar con la lentitud que se desee por lo que se puede mantener a la víctima viva durante horas o incluso días entre espantosos dolores. Por eso es más adecuado para los interrogatorios.

El alcaide dio todas estas explicaciones en voz alta para que todos le oyeran incluidas las prisioneras que escuchaban esa truculenta conversación muertas de espanto. Mientras tanto, los verdugos habían empezado a accionar el ingenio para estirar sus cuerpos.

- Click, click, clik el freno sonaba regularmente según daban vueltas al rodillo que ahora sonaba mejor que el día anterior pues se habían ocupado de engrasarlo.

Las dos jóvenes sintieron que una fuerza sobrehumana tiraba de sus brazos y estiraba  sus cuerpos hasta dejarlos en tensión. Las dos chicas temblaban involuntariamente y llegaron incluso a gemir aunque el dolor de verdad no había llegado aún. Como respuesta a esos gemidos los hombres se levantaron de sus asientos viendo maravillados el efecto del perverso ingenio sobre esos dos cuerpos desnudos que ahora parecían de goma.

- Basta, por el momento, dijo Sánchez que era un experto en el manejo del potro, y los verdugos se quedaron expectantes a las órdenes.

- Escuchadme acusadas, les dijo el juez, sé que estáis en un doloroso trance pero quiero que sepáis que a partir de ahora recurriremos a los medios que sean necesario para llegar al final, y aunque nuestra intención no es acabar con vuestra vida es posible que vuestra muerte ocurra de forma accidental durante la tortura. Nuestras leyes permiten este extremo y exculpan a verdugos y tribunales de toda responsabilidad penal.  Firmad por tanto ese papel y os ahorrareis sufrimientos inhumanos que son perfectamente evitables.

-¿Y qué va a ser de nosotras?, se nos condenará a cadena perpetua y nuestra vida será un infierno en este lugar dijo Alina.

- Por supuesto que lo será, recibiréis lo que os merecéis todos y cada uno de los días que os restan de vuestra miserable vida ¿así pues vais a confesar?

- No, nunca .

- Muy bien Sanchez, empezad con el agua.

El primer procedimiento programado para ese día era sencillo pero enormemente efectivo. Consistía en cubrir totalmente la cara de las pacientes con una tela fina de una servilleta o un pañuelo y echar agua hasta empaparla. La sensación de ahogo es tal que la víctima cree que se va a asfixiar, sin embargo, en el momento oportuno se le quita la servilleta de la cara para dejarle respirar durante una décima de segundo y luego se vuelve a empezar.

Las chicas gritaban, tosían y se agitaban con la tela empapada cubriéndoles la cara y cuando por fin se la retiraban, volvían a toser e intentaban aspirar el máximo de aire con bocanadas desesperadas.

Entre tanto desde su asiento y con cara de sádico, el fiscal les urgía a que dijeran la verdad y confesaran sus crímenes pero ellas resistieron el tormento.

Ese simulacro de ahogamiento se lo estuvieron haciendo durante cerca de una hora con pequeños momentos de descanso, pero como vieron que no conseguían nada, empezaron a tensar el potro esta vez de verdad.

Dos verdugos se colocaron a los mandos y con un siniestro chirrido, el cilindro del potro empezó a girar enrollando las cadenas que tiraban de los brazos de las chicas.  La tensión ejercida por esos forzudos era auxiliada por un freno constituido por una rueda dentada que impedía que el cilindro se destensara si Sánchez no lo deseaba.

- AAAAYYYY UAAAA. El dolor por fin llegó a las articulaciones de las dos mujeres, especialmente a las superiores.

Los miembros del tribunal aguantaron el aliento viendo maravillados cómo las cadenas tiraban de los brazos de ellas con una fuerza sobrehumana y cómo  iban tensionando sus cuerpos hasta el punto de que sus tendones y músculos se marcaban perfectamente a través de la piel.

- AAAAAYYYYYY, mis brazos, mis brazos.

Ambas gritaban ahora como locas mientras el cilindro seguía estirando sus brazos y levantando sus cuerpos varios centímetros por encima de la tabla. Las dos muchachas tenían la cabeza caída hacia atrás y ponían los ojos en blanco.

La primera vez se los estiraron hasta un punto que Sánchez marcó con un rotulador en el diente del freno. Luego de tenerlas en tensión durante cerca de un minuto, destensaron el cilindro y dejaron que los cuerpos de las dos descansaran sobre la tabla. Las dos muchachas dejaron de gritar y con los ojos inyectados en sangre respiraban a bocanadas en un baño de sudor y con un tremendo dolor en los hombros y la espalda.

- Confesad, confesad o volvemos a tensar el potro.

Pero como ninguna de las dos respondió, Sánchez hizo un signo y los verdugos volvieron a dar vueltas al cilindro entre los gemidos desesperados de ellas y sus desesperados ruegos. Esta vez las estiraron más despacio pero avanzaron un diente más sobre la marca anterior.

- AAAAYYY, pero ¿qué queréis que confesemos?, ¿no os dais cuenta de que todos es mentira? No queríamos extorsionar a nadie de verdad. Alina protestaba desesperadamente con todo el cuerpo en tensión como si eso pudiera servirle de algo.

- Otra vuelta Sánchez

- Click

- AAAAAAAAHHHH mis brazos, dios

Como las acusadas se negaban a confesar sus crímenes  a pesar de esa severa tortura los verdugos volvieron a tensar el potro aún más. De hecho tuvieron que hacer  mucha fuerza poniendo el pie sobre la tabla pues aquello estaba cada vez más duro. Las dos mujeres sintieron perfectamente un dolor indecible en todas sus articulaciones y Yulia estuvo a punto de perder el sentido,  pero aún así siguieron empecinándose en no confesar.

En realidad Sánchez no les quería sacar los brazos todavía pues casi con seguridad se hubieran desmayado. Por eso, las dejó descansar de esos brutales estiramientos durante un rato y cuando volvieron a destensar el ingenio ordenó a dos verdugos  que empezaran a darles de latigazos con gatos de colas desde cada lado del potro.

Así estuvieron durante varios minutos. Tras los latigazos pararon un rato la tortura y el abogado defensor se acercó a ellas por indicación del juez para intentar convencerlas con buenas palabras.

El muy cerdo se acercó por el lado de Yulia. Ella le miró con los ojos rojos de tanto llorar y esperanzada de que le trajera algún consuelo.

- Vamos muchacha, le dijo a la rubia acariciándole, sois mis clientes y me duelen mucho estos padecimientos por los que estáis pasando, confiésalo todo y líbrate de este tormento.

- No, somos inocentes, por favor digales  que no sigan con la tortura ya no lo soporto más

- Hazme caso, no podéis hacer nada por salvaros, ninguno de los que está ahí quiere escucharos  así que confesadlo todo….. Cuando te condenen y estés presa entre estas paredes yo vendré a verte siempre que pueda, me ocuparé que te traten algo mejor que a las demás…….siempre y cuando seas buena conmigo. Mientras le decía esto empezó a acariciarle la entrepierna.

Yulia comprendió de pronto lo que quería ese tipejo.

- Cerdo, no obtendrás nada de mí, aléjate de aquí.

-  Venga confiesa y paramos, dijo él  insistiendo, sino luego será peor.

Ella le rechazó torciendo el rostro.

- Basta abogado, dijo el juez viendo que no había conseguido nada y que encima se había atrevido a masturbarla, más adelante podrá gozar de la prisionera como desee pero ahora hay que terminar el interrogatorio. Sánchez estira otra vez a esas dos pero esta vez con más fuerza.

Los verdugos siguieron y siguieron, tensaron y destensaron el potro cinco veces más avanzando un diente cada vez mientras ellas volvían a pedir piedad a gritos. Sánchez avisó al juez encarecidamente que si superaban ese punto es muy probable que se descoyuntaran los hombros de Alina que era más baja que su compañera, por lo cual a la quinta vez en lugar de destensarlo las mantuvieron completamente estiradas al límite varios minutos y el juez ordenó que fueran flageladas otra vez en esa postura con látigos de colas de cuero empapadas  en vinagre desde los muslos hasta los pechos.

Las mujeres soportaron ese nuevo tormento sin desmayarse pero sin confesar, de manera que el juez ordenó otra vez destensar el artilugio y cambiar el procedimiento.

Lo siguiente fue una larga sesión de bastinado sobre las plantas de los pies, para ello los verdugos utilizaron unas porras de goma y les dieron con toda su mala leche. Las dos chicas tenían las plantas ya muy castigadas y volvieron a soltar alaridos sin freno, pero aún así no consiguieron nada de ellas.

Al bastinado siguió una nueva sesión de estiramiento. Aún no querían sacarles los brazos de los hombros por lo que no superaron el límite establecido por Sánchez pero aún así las muchachas tenían ya terribles dolores en toda la columna, muñecas, tobillos, rodillas, etc. Los miembros del tribunal no perdían detalle totalmente excitados por el cruel espectáculo que estaban viendo.

Nuevamente a la quinta vez que estiraron sus cuerpos los dejaron así tensos y los verdugos se armaron de  tenazas y alicates para pellizcarles las carnes.

Con el sonido de fondo de los gritos y alaridos de las dos prisioneras el alcaide se puso a hablar en susurros con el general que estaba especialmente excitado.

- Mi general, quisiera comentar una cuestión con usted.

- Le escucho alcaide

- Mire, hace tiempo su gobierno  me hizo caso y aceptó establecer esta prisión con sus especiales características. Como ve yo estaba en lo cierto y ha funcionado, sin embargo, ahora tengo otra propuesta.

- Dígame.

- Es sobre la pena de muerte, como sabe las leyes actuales no la permiten.

- Sí, lo sé.

- Bueno pues se trata precisamente de reformar esas leyes y que sea posible aplicarla aquí en el penal.

- Lo que me pide es muy difícil alcaide, por no decir que imposible, hay mucha gente en contra de eso.

- Por eso apelo a su influencia, ¿no le gustaría acudir a la ejecución de esas dos criminales entre estos muros?

- Pues sí, lo haría con gusto, pero ¿qué método utilizaría con ellas?  

- ¿Qué le parece el potro?

- Ummm, dice usted que es extremadamente cruel.

- Y muy largo, la ejecución duraría horas. ¿Que me dice general?.

- Veré lo que puedo hacer, pero ahora sigamos disfrutando del espectáculo. ¿No se le ocurre nada para hacerles confesar?. Son realmente resistentes.

- Sí, por supuesto, creo que ha llegado el momento de las peras. Señor juez, ¿Por qué no usa con ellas las peras vaginales?

- Por supuesto, dijo el juez, Sánchez, prepara las peras vaginales para las acusadas.

Sánchez  mostró otra vez a las acusadas un par de peras de bronce de las más grandes y dejando una de ellas entre las piernas de Alina cogió la otra y dándole vueltas al tornillo demostró a los espectadores todo lo que se podían abrir los pétalos mientras les explicaba brevemente su funcionamiento.

Las muchachas temblaban de miedo y ya les dolía la entrepierna sólo de pensarlo.

- Bien, ya habéis visto una de esas peras de cerca, dijo el juez mientras Sánchez volvía a cerrarla. Si no queréis  que os atormenten el sexo con ellas firmad de una vez el papel.

- No, no, por favor, volvieron a rogar ellas sin dejar de temblar.

- No me hagáis perder más tiempo, Os doy la última oportunidad o hago que os metan las peras.

Como las acusadas siguieron en sus trece, Sánchez le dio una de las peras a otro de los verdugos para que se la fuera introduciendo a Alina mientras él hacía lo propio con Yulia.

Antes de penetrarlas con las peras de la angustia los verdugos les lubricaron el sexo para que les entraran mejor, así Sánchez dejó caer un poco de saliva sobre  el sexo de Yulia y aprovechando que estaba mojado se puso a acariciarle los labia y el clítoris para ir metiéndole los dedos.

A pesar de que ese masaje le estaba sensibilizando los labia y la entrada de la vagina Yulia levantó la cabeza para negar insistentemente. Sánchez le respondió sonriéndole y le metió los dedos hasta el cervix haciendo que ella se retorciera de placer.

Por supuesto el otro verdugo le imitó con Alina. Así estuvieron un rato hasta que Sánchez sacó los dedos y los usó para embadurnar la propia pera con el flujo vaginal

- Y ahora saluda a tu amante, preciosa, le dijo mientras apartaba los labia con los dedos para ir introduciéndole la pera en la vagina.

- No, no por lo que más quieras, eso no, suplicaba  ella mientras sentía el frío metal en su sensibilizado sexo.

Algunos de los espectadores estaban tan impresionado que se acercaron a ver la operación junto al potro. Tras unos segundos  las dos chicas tenían ya las peras metidas en el sexo y ya sólo asomaba el tornillo y el mango que servía para ir abriéndolas.

Los dos verdugos se divirtieron un rato follandolas con las peras atrás y adelante y sensibilizando aún más sus vaginas hasta tal punto que aunque ellas no quisieran, terminaron por experimentar cierto placer y se pusieron a gemir.

Sin embargo este placer fue muy corto pues ante la última negativa a confesar, Sánchez y sus secuaces recibieron la orden de ir abriendo las peras. Lo hicieron muy lentamente gracias al tornillo y pronto los suspiros de placer de las acusadas se convirtieron en dolorosos lamentos a medida que las peras iban tensando y forzando las paredes interiores de sus respectivas vaginas. Pronto tras varias vueltas más de tornillo las dos daban alaridos como locas agitando la cabeza histéricamente.

- NNNOOOOOO,QUE DOLOOOOR

-Vamos confesad, confesad  y paramos.

- Otra vuelta verdugo

- Esto está muy prieto señoría, dijo Sánchez haciendo fuerza con los dedos.

- Otra vuelta te digo

- AAAAAAAHHHH Alina ponía los ojos en blanco a punto de perder el sentido.

- Observe general dijo el alcaide, dicen que duelen como en un parto.

- Que sigan, tienen que confesar.

Las peras ya estaban abiertas más o menos a la mitad de su capacidad y estiraban las paredes internas de la vagina creando un bulto junto al monte de venus que se podía  percibir perfectamente  desde el exterior. Los tornillos ejercían una gran resistencia y a los verdugos les costaba mucho seguir aprentándolos.

- Confesad, confesad o Sánchez dará otra vuelta.

- SI, SI, YO CONFIESO, gritó Yulia, lo confieso todo pero parad, parad por favor.

Alina la miró alarmada.

- Aguanta Yulia, no hables, nos condenarán ¿es que no lo ves?

A una señal del juez, Sánchez dejó de apretar el tornillo de la rubia.

- ¿Y tú?, le dijo a Alina, ¿firmarás la confesión?

- NOOOOOO.

Sánchez cogió personalmente la pera de Alina y siguió apretando y en un momento dado como veia que eso no bastaba,  cogió unas tenazas enormes que estaban en el brasero y que tenían los dientes al blanco. Entonces las agarró de los mangos y con ellas mordió el mango de la pera que estaba dentro del sexo de la mujer.

Esta sólo tardó unos segundos en experimentar un insoportable calor que invadía su sexo como lava hirviente y finalmente también cedió entre gritos angustiosos.

- SI, SI FIRMARÉ, FIRMARÉ, SACADMELA POR FAVOR

El juez sonrió satisfecho y ordenó a Sánchez que por el momento dejara de atormentar a las dos gringas…..esta vez ninguna de las dos dudó  en  firmar la confesión.

(continuará)

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