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Esclavas Crucificadas (7)

en Sadomaso

Armando sonrió cruelmente, dirigió el alfiler hasta el dedo meñique de la mano derecha de Beatriz y sin hacer caso a las súplicas de ésta, colocó la punta del alfiler bajo la uña. Sólo apretó un poco con la yema del dedo y ni siquiera llegó a clavársela, pero Beatriz creyó estar en el infierno y lanzó un espeluznante alarido con el rostro dirigido hacia lo alto. Sólo fue una punzada y el dolor remitió inmediatamente pero la joven miró desesperada su mano temblorosa con el alfiler aún bajo la uña. La pobre Beatriz jadeaba por el stress del miedo sin poder mover ni un solo músculo pues Armando la había atado a conciencia. Éste ya había cogido otro alfiler y la desesperada esclava empezó a gritar histérica incluso antes de que se la acercara al dedo.

No, no por favor, no, no lo hagas, suplicaba ella con el corazón desbocado, llorando y sudando a raudales. Pero sus súplicas no le sirvieron de nada y el cruel verdugo le introdujo otro alfiler en el dedo anular lenta y sádicamente mientras ella gritaba sin control agitando su cabeza y tensando todos sus miembros. Beatriz creía morir, era increíble que algo tan pequeño pudiera doler tanto. Clavada la segunda alfiler ella le miró con cara de terror respirando fuertemente pero otra vez un grito se escapó de su garganta al ver el tercer alfiler en manos de ese bestia. Armando no mostró piedad ninguna por los sufrimientos de su víctima, sino que siguió con la tortura dedo tras dedo insensible y cruelmente.

Entretanto, Irene se encontraba en una situación muy distinta, aún arrodillada y con las manos separando bien los glúteos del trasero. La bella joven bramaba sonoramente pues Ferrando le estaba ensalivando en ese momento el agujero del culo. Para ello alternaba el trabajo de la lengua, lame que te lame con el de los dedos que le acariciaban el esfínter del ano y de seguido se lo perforaban una y otra vez. Miguel sonreía complacido mirando el gesto de placer de la joven mientras disponía sobre el suelo de la piscina el kit de sodomizar: un frasco de vaselina, unas bolas chinas, dos consoladores de diferentes tamaños y una especie de tapón anal de plástico que se hinchaba con una pera del mismo material unida a él por un tubo. Irene entreabrió los ojos y miró complacida todos esos objetos sin dejar de abrir su culo todo lo posible para favorecer los expertos manejos de Ferrando.

En veinte minutos de tormento Beatriz tenía ya una docena de alfileres clavadas bajo las uñas de las manos. Delante de ella Armando se masturbaba con fruición. El sufrimiento de la esclava había accionado un clic oculto en su mente enferma y había conseguido excitarle. Por su parte, la chica tenía los ojos enrojecidos de tanto llorar y la piel brillante de lágrimas y sudor. Sádico hijoputa, impotente de mierda, gritaba Beatriz al verle masturbarse ¿por qué no te clavas las alfileres en los cojones?. Esos insultos le cortaron el rollo a Armando que se estaba masturbando aprovechando que tenía el pene en plenitud. Tú no debes insultarme, dijo enfadado, eres una esclava y tienes que soportar el dolor, voy a tener que amordazarte inmediatamente, y entonces cogió un aparato de hierro de la mesa, una férula de esas para mantener las mandíbulas abiertas.

Abre la boca, le dijo con la intención de encajársela entre los dientes. No, dijo ella arrepentida de haberle insultado. Vamos, abre te digo, repitió él con rabia, y se puso a retorcerle uno de su pezones con toda su fuerza.. Beatriz aguantó como pudo sin abrir la boca apretando los labios para soportar el dolor. Abre la boca te he dicho puerca, repitió él con rabia. Pero como ella persistía en mantenerla cerrada, Armando le apretó las alfileres de una mano. El intenso dolor arrancó un terrible alarido de Beatriz, pero Armando no estuvo rápido para colocarle la férula.

Irene chupó ávidamente las bolas de plástico que Miguel le ofrecía, mientras Ferrando le administraba la vaselina en el ano directamente del frasco. Chupa bien, preciosa, eso ayudará, le decía Miguel completamente empalmado. Lucio sonreía masturbándose lentamente. Cuando Irene ensalivó todas la bolas, Miguel se las paseo por la espalda haciéndole cosquillas y las llevó hasta el ano. Lucio le dio entonces a Irene otra cosa para chupar, el tapón anal hinchable. Ella lo hizo con afición, pero en un momento dado dejó escapar el tapón anal de la boca y lanzó un sensual gemido pues Miguel le estaba introduciendo la primera bola por el culo presionando con el dedo.

No me amordaces, por favor, suplicó Beatriz a Armando con lágrimas en los ojos. No te insultaré más, perdóname, pero deja mis uñas, no puedo soportarlo. Por toda respuesta, Armando volvió a pasarle la mano por las alfileres provocando otra vez los gritos de Beatriz. Está bien, ponme eso, pero no vuelvas a hacerlo, mis dedos, duele mucho, Beatriz se puso a sollozar. Dame alguna droga o algo, no lo soporto más, por lo que más quieras, no sigas con eso. Nuevamente Armando no le hizo ni caso sino que se limitó a hacerle una indicación con las cejas señalando los dedos y cuando ella accedió por fin a abrir la boca le metió la férula entre los dientes convirtiendo sus molestas súplicas en gemidos sin sentido.

¿Preparada?. Miguel tenía una cuerdita tirante que salía del trasero de Irene pues ya le había metido dentro del ano las cinco bolas chinas. Ella afirmó con la cabeza sonriendo a su señor y éste empezó a tirar. La primera bola abultó el esfínter de Irene y salió con un sonido seco y lo mismo ocurrió con las cuatro bolas restantes mientras Irene se empezó a correr discretamente ante las insistentes caricias de Lucio en su clítoris. Hum, dijo Miguel al ver el ano de Irene abierto y bastante dilatado. Esto va muy bien, pero vamos a dilatarlo más, y cogiendo el tapón hinchable que la propia Irene había ensalivado, se lo fue introduciendo en lugar de las bolas chinas. Hecho esto se puso a apretar la pera de plástico y el tapón se fue hinchando dentro de ella. Esta vez a Irene le dolió, no mucho, pero sí lo suficiente como para quejarse.

Entretanto, en la cámara de tortura seguía el suplicio de Beatriz. Tras lo de las uñas Armando había perdido completamente su erección. Como experimentado verdugo dedujo que si seguía mucho más con los alfileres, Beatriz podía perder el conocimiento y se acabaría la fiesta. Había que seguir con otra cosa, así cogió una pequeña rueda dentada engarzada en una especie de vástago de metal. Lentamente se la pasó por la palma de su propia mano sonriendo como un diablo y haciendo muecas de disgusto como si le doliera mucho. Seguidamente se la posó en un muslo a la muchacha y lo fue recorriendo lentamente hacia la entrepierna, pero esta vez apretando de verdad. Lógicamente Beatriz se volvió a agitar y protestar sonoramente al sentir esos desagradables pinchazos. La dichosa ruedita le recorrió su muslo primero por arriba y luego por la parte interna acercándose a la ingle centímetro a centímetro.

Es posible que esto no fuera tan fuerte como lo de las alfileres, pero las quejas de Beatriz le volvieron a poner cachondo a Armando y nuevamente empezó a masturbarse con la mano que le quedaba libre. Mientras tanto siguió y siguió paseando la ruedita dentada por el cuerpo desnudo e indefenso de Beatriz: el vientre , los muslos, los pechos, las costillas. El verdugo torturaba a la esclava a placer excitándose por momentos ante las quejas incomprensibles de ella. Aquello pinchaba endiabladamente y la joven no dejaba de protestar sin poder controlar la baba ni las lágrimas. Inútilmente la chica agitaba la cabeza y hacía fuerza por soltarse aguantando a duras penas los gritos. El caso es que Armando seguía masturbándose pero aquello no terminaba de surtir efecto así que insistió mucho con la ruedecilla en los labios vaginales de la muchacha convirtiendo las quejas en francos gritos de dolor, y como vio que ni aún así conseguía nada dejó de pajearse, le introdujo el dedo por debajo del clítoris y le pasó la rueda por medio de su sexo una y otra vez con toda su mala leche. Esta vez Beatriz tensó todos sus músculos y se puso a aullar con los ojos cerrados y sin parar de llorar ni suplicar piedad. El tormento era terrible y la pobre muchacha ponía los ojos en blanco sin dejar de gritar. De pronto Armando se dio cuenta de lo que estaba haciendo y pensó que quizá se había pasado así que tiró la ruedita arrepentido de su apasionamiento.

¿Te he hecho daño? Le preguntó hipócritamente y Beatriz se puso a llorar con desconsuelo. Armando desistió de seguir por ahí y se fue hasta una neverita de la que sacó una botella. La destapó y echó un buen trago. Después miró a Beatriz que seguía sollozando sentada sobre la silla y aún atada con las cintas negras. ¿Por qué no conseguía tener un orgasmo?. Ella era preciosa y estaba completamente a su merced, pero él no podía correrse como un tío normal. Quizá el problema era ese, que Beatriz le gustaba demasiado y verla sufrir no era del todo placentero para él. Aquello era un lío, nunca le había pasado que una chica le despertara sentimientos tan confusos, pero no por eso abandonó la sesión de tortura, tenía que conseguir tener un orgasmo por encima de todo. Toma, bebe, le dijo compadeciéndose repentinamente de ella, e hizo ademán de derramar líquido sobre su boca. Beatriz no sabía lo que era eso ni le importaba pero con tal de que le adormeciera durante la tortura aceptó tragarlo. Así, el orujo peleón le cayó a la esclava en la boca y ella tragó todo lo que pudo aunque parte del líquido le cayó por el torso haciéndole escocer las heridas. Beatriz se quejó pero volvió a pedir más. Esta vez Armando se negó. Quieres emborracharte para anular tus sentidos ¿verdad?. Esto no funciona así zorrita, quiero que estés bien despierta y grites para mí. ¿Quién sabe?, igual hasta te corres mientras te torturo, a muchas tías les pasa. Y echó otro trago sin darle a ella.

Irene estaba ahora chupándole la polla a Miguel. Lo hacía con dedicación y cuidado, no para que él se corriera, sino para ponerla bien dura y que él pudiera encularla sin problemas. La joven sólo levantaba el rostro para sonreir a su amo y buscar sus labios. Mientras le besaba le rozaba alternativamente la polla húmeda y tiesa con las tetas. ¿Te duele? Le dijo Miguel. Un poco. ¿Qué sientes?. Lo tengo muy abierto, mi señor, creo que por ahí cabrá cualquier cosa, y mientras decía esto se palpaba el grueso tapón anal colocado en su sitio.

Recuperado el valor, Armando volvió al carrito y se puso a rebuscar entre las cosas. Por fin sacó un lío de cables rojos y azules de los que colgaban objetos de metal. Mientras deshacía los nudos miraba sádicamente a Beatriz que observaba esos manejos desesperada. Y ahora un poco de electricidad querida. Como antes pero ahora de verdad.

Uno de los objetos atado a los cables consistía en un consolador metálico unido por su base a un plástico curvo en el que se apreciaban dos tiras metálicas. Armando se lo mostró a Beatriz para que lo viera de cerca. Esto es para tu coñito preciosa, ¿te gusta?. Beatriz cerró los ojos pidiendo piedad y retorciendo el gesto. Armando pringó el consolador con una pomada transparente y separando los labios vaginales de ella se lo fue introduciendo cuidadosamente. Beatriz se tensó al sentir el frío consolador metálico en sus entrañas. Armando se lo ajustó con unas cintas a la cintura y siguió preparando el juego. Lo siguiente fue coger unas pinzas y una pequeña tenaza dentada que iba unida a un cable rojo. Por sorpresa le introdujo las pinzas en la boca a través de la férula y le atrapó la lengua sacándola hacia fuera desoyendo los gritos de la esclava. Sádicamente Armando tiró bien de la lengua y le cerró la pinza en medio lo cual le hizo gritar otra vez a la joven. Para terminar ajustó un cable azul al consolador que descansaba sobre el coño de la muchacha.

Una vez colocados los cables, Armando retrocedió hasta una silla y se sentó colocando a su lado el generador eléctrico y la botella. Enfrente estaba la pobre Beatriz con el cuerpo brillante pues estaba en un baño de sudor. La chica jadeaba con la lengua fuera de la boca y en sus ojos se apreciaba claramente el terror que sentía. Sólo esa visión hizo que Armando se empalmara otra vez. Contento y excitado se empezó a masturbar nuevamente y mientras le daba otro trago a la botella planificó cuidadosamente su siguiente paso. Había que dosificar bien las descargas no fuera que ella perdiera el sentido demasiado pronto.

Beatriz seguía suplicando piedad pero para su desesperación Armando dejó la botella y accionó una ruedita del generador. De seguido apretó una palanca y un relámpago recorrió todo el cuerpo de la mujer. La pobre muchacha temblaba y se agitaba tensa por los espasmos musculares con los ojos cerrados, la lengua tirante y el gesto crispado. Armando se masturbó con fuerza contando los segundos antes de cortar la corriente. Estos no fueron más de siete u ocho pero a Beatriz le pareció una dolorosa eternidad. Cuando la electricidad cesó ella jadeaba de cansancio y la saliva le caía a borbotones de la boca, pero eso sólo duró un momento, pues otra descarga la sorprendió tensando y poniendo rígidos todos los músculos y tendones de su cuerpo. Armando siguió así, torturando a la desdichada joven una y otra vez, alargando significativamente las descargas, de manera que en un momento dado, ella empezó a notar quemazón en la lengua y en su sexo.

Beatriz ansiaba que parara con eso, pero no podía hacer nada. Estaba desesperada mientras ese puerco seguía y seguía masturbándose sin conseguir nada. Correte ya cabrón, se decía a sí misma entre descarga y descarga, y por fin se produjo. Armando se masturbó con más fuerza y finalmente empezó a correrse produciendo una patética espumilla blanca que se empezó a deslizar de su pene mientras él seguía masturbándose obsesivamente sin dejar de gemir. Por fin, cuando lo consiguió, Armando cogió la botella y le dio otro trago. Seguidamente se acercó a Beatriz con ánimo de compartir el orujo con ella. Muy bien, preciosa, sabes cómo excitar a un hombre, y diciendo esto le quitó la pinza de la lengua y la férula de la boca. Beatriz tenía los ojos enrojecidos de tanto llorar y le dolía la mandíbula y la lengua por lo que no pudo articular palabra. No obstante volvió a aceptar el alcohol y bebió ávidamente pues estaba muerta de sed.

Podían ser las descargas eléctricas o el alcohol pero Beatriz estaba ahora mareada y medio borracha. Tras haber bebido un buen trago quiso insultar otra vez a ese sádico pero se mordió la lengua pues ya sabía cómo se las gastaba, además Armando se puso a hacer algo inesperado, cogió un vibrador y lo puso en funcionamiento. El sonido de la vibración atrajo la atención de la joven que miró implorante cómo su verdugo ponía el vibrador directamente sobre su clítoris. Ahhh!, un grito y un estremecimiento mezcla de dolor y placer sacudieron a la esclava. La pobre tenía la entrepierna tan sensibilizada que el mero contacto del vibrador le hizo ver las estrellas y su cosquilleo no era precisamente placentero, al menos al principio. Sin embargo, poco a poco la vibración continua de ese aparato le empezó a excitar más que a doler. Te gusta, ¿verdad putilla?, le dijo Armando al ver los primeros síntomas placenteros en ella. Vamos, mira a la cámara y di que te gusta. Beatriz miro efectivamente hacia la cámara de vídeo y afirmó con la cabeza poniendo los ojos en blanco. Armando siguió y siguió con el vibrador y en un momento le desató las cintas del consolador metiendo y sacando éste fuera del coño de Beatriz. La bella esclava gemía ahora de placer con los ojos cerrados y la boca entreabierta. Así, así, sigue así, me corro, dios, y convulsionando todo el cuerpo volvió a tener otro orgasmo intenso y prolongado para satisfacción del verdugo. Beatriz se mareó por la intensidad del orgasmo y al terminar los espasmos empalmó un segundo orgasmo pues Armando no paraba de masturbarla con el consolador. El caso es que le dolía la entrepierna de la irritación pero su verdugo le obligaba a correrse una y otra vez.

Armando se dio cuenta de esto así que fue hasta la neverita donde tenía las bebidas y sacó una cerveza. La abrió y bebió casi todo su contenido de un trago largo. Cómo me gustas, preciosa, mírame, la tengo otra vez tiesa de ver cómo te corres. No sé qué me gusta más, verte sufrir o gozar. Y diciendo esto le sacó el consolador metálico y le introdujo la botella aún fría de la nevera. El frío repentino sorprendió a la muchacha que volvió a gritar de dolor, sin embargo, el frío ayudó a aliviar la irritación y poco a poco Beatriz se calmó. Fue entonces cuando Armando le fue quitando las alfileres de las uñas una a una con todo cuidado de no pincharle. Gracias mi amo, le decía ella una y otra vez al notar sus dedos libres de esos odiosos alfileres. Al terminar Armando le acarició el rostro. Así me gusta preciosa, así tienes que hablar a tu señor, con dulzura. Ella asintió complacida pensando que se había acabado ya el tormento pero eso no era del todo exacto.

Armando cogió ahora un extraño aparato que parecía un pequeño sacacorchos sólo que en lugar de un tornillo tenía una pinza. Armando se la acercó al pecho izquierdo y sin más ceremonia le cerró la pinza atrapando la punta del pezón. La repentina presión le hizo gritar otra vez a Beatriz, pero pronto se dio cuenta de que esa pinza no era tan terrible como las que había tenido que soportar antes en la piscina. Lentamente Armando se puso a accionar el "sacacorchos" y la pinza le empezó a estirar el pezón hacia fuera. La joven se sorprendió de poder soportar ahora ese dolor y más aún se sorprendió al comprobar que eso le gustaba y le ponía cachonda.

Te gusta, se nota que te gusta, dijo Armando poniéndole otra pinza en su otro pecho y provocando otro gemido de placer en su víctima. Follame. ¿Qué?, preguntó Armando, pues Beatriz lo dijo en un susurro. Fóllame, repitió ella más alto, soy tuya, mi amo, fóllame por favor. Armando estaba empalmado por el comportamiento de Beatriz. En poco tiempo se le había pasado el cabreo y ahora disfrutaba como una perra en manos de su torturador. Armando nunca había visto una tía tan sumisa a la que ya no le parecía importar que él fuera feo y ridículo. Metemela, seguía ella , soportando el apagado dolor de los pechos. ¿Sería posible?, a Armando nunca le satisfacía la penetración pues solía perder la erección en cuestión de minutos. Pero con ella quizá sería diferente. Así pues se arrodilló y volvió a mover la botella que aún estaba dentro de la vagina de ella.

Eso le gustó mucho a Beatriz. Sí, sí, sigue, sí, follame le decía mientras él movía la botella delicadamente y jugaba con las pinzas que le atrapaban los pezones. Beatriz seguía gimiendo cada vez más alto con los ojos cerrados y probablemente llegó a correrse otra vez, Armando no podría asegurarlo pues sólo estaba pendiente de mantener la erección. Está muy mojada, se dijo, seguro que le entra fácil. Armando sacó la botella y se puso a acariciarle los labios vaginales comprobando complacido que ella estaba inundada de sus propios jugos. Beatriz respondió con un nuevo gemido a las caricias, cerró los ojos y se abandonó al placer. En su mente volvió a aparecer Miguel, en su fantasía era él quien le masturbaba y no ese mono asqueroso. Viendo las convulsiones y gemidos de placer de su esclava, Armando terminó de animarse y poniéndose en cuclillas se puso a penetrarla. El pene erecto entró con facilidad y Armando comenzó a follarse a Beatriz animosamente. Al principio ésta siguió gimiendo de placer pero estaba tan mojada y dilatada que Armando apenas notaba más que un leve roce en su miembro. Por si fuera poco pronto quedó en evidencia que aquél era un pene pequeño y ridículo. Los hombres que la tienen pequeña se consuelan pensando que el tamaño no importa, pero para Beatriz ese pequeño miembro le pareció decepcionante y le quitó todas las ganas. Por ello, pronto abrió los ojos y dejó de gemir. Ahí estaba Armando, delante de ella, afanándose desesperadamente por follar, jadeando mientras la metía y sacaba cada vez con peor resultado. Beatriz se quedó quieta esperando que él se corriera, pero de repente el verdugo la sacó de su entrepierna completamente fláccida.

Maldita sea, masculló él, y mirando con odio a Beatriz, le dijo. Puta estúpida, tú tienes la culpa. Entonces ella se dio cuenta de su error, tenía que haber fingido. Ahora Armando tenía los ojos inyectados en sangre. Ahora verás, le dijo con rabia. Armando se fue hasta la mesita y puso el soplete en funcionamiento. Un ruido sordo se extendió por la sala y los aterrorizados ojos de Beatriz pudieron ver la llama azulada que salía a presión del ingenio. Armando recuperó el gesto de sadismo y se ajustó un grueso guante a su mano derecha. ¿Qué vas a hacer?, dijo ella muerta de miedo. Armando cogió la caja de las agujas y la agitó para que sonaran. No, eso no, dijo ella. Miguel ha dicho que agujas no. Armando sacó una aguja de la caja y la puso delante de los ojos para que ella la viera bien. No, no, por favor, dijo ella al ver la aguja de más de cinco centímetros de larga brillando ante sus ojos. Miguel ha prometido que si me quedaba no habría agujas. Yo no sé nada de eso, zorra, contestó Armando mientras ponía la punta de la aguja al fuego. La punta de la aguja no tardó casi nada en ponerse al rojo, así que Armando la sacó y se la acercó al costado derecho de Beatriz, entre las costillas. Y ahora reza lo que sepas, dijo.

Desoyendo los gritos de la esclava, Armando le cogió un pequeño pellizco de piel y le clavó la aguja candente. La joven gritó como un animal herido y si no hubiera estado fuertemente atada se hubiera soltado de sus ligaduras. Armando se dio entonces cuenta de que había cometido un error, si no le ponía algo entre los dientes es posible que ella se mordiera la lengua. Así que cogió un ballgag rojo brillante y se la ajustó por sorpresa en la boca mientras ella lloraba y protestaba sin parar.

Con Beatriz ahora amordazada, Armando se puso a calentar una segunda aguja y siguió con la tortura lenta y cruelmente.

Miguel extrajo el tapón anal con cierta facilidad. Ahora Irene tenía su culo completamente abierto, un agujero circular de dos o tres centímetros de diámetro, así que ella volvió a inclinarse y separar los mofletes del trasero para que él la sodomizara cómodamente. Relájate y no hagas fuerza, te gustará más. Efectivamente el pene de Miguel empezó a penetrar a Irene y ella se puso a gemir de placer más que de dolor. A Miguel no le costó mucho penetrarla casi hasta el fondo, se puso en cuclillas y la sodomizó una y otra vez con fuerza e intensidad. Irene gritaba tan fuerte que Lucio y Ferrando estaban superexcitados y cachondos. Qué tieso está esto, es una gozada darte por culo preciosa, dijo Miguel entrecortadamente a punto de correrse. Irene, entretanto consiguió poner las dos manos en un lateral y con el dedo índice llegaba a masturbarse a duras penas. Miguel efectivamente no tardó mucho en eyacular. El trasero de Irene estaba tan entero y flexible que le atrapaba el pene con fuerza. Miguel ni siquiera la sacó y se corrió dentro del culo de ella. Irene no llegó al orgasmo, pero Ferrando le dio una segunda oportunidad sustituyendo a Miguel. Por fin la rubia consiguió tener un orgasmo con la tercera enculada de Lucio.

Tras más de media hora de clavarle agujas por todo el cuerpo Armando había conseguido correrse una segunda vez mientras Beatriz estaba completamente desfallecida de tanto gritar y encajar esos dolorosos pinchazos. Pequeñas agujas se podían ver ahora en sus piernas, brazos, costados y pechos. Sin embargo lo peor estaba aún por llegar. Cuando se cansó de las agujas, Armando se acercó a un armario y sacó una pequeña cajita. Tengo una sorpresa para ti, esclava, y diciendo esto abrió la caja y le enseñó los dos pequeños anillos dorados que había en su interior. ¿Te gustan?, le preguntó y sólo obtuvo un mmmhh incomprensible por respuesta. Me gusta adornar los pechos de mis esclavas con anillos de oro. Ya verás, estarás preciosa con ellos. Y dicho esto dejó la cajita encima de la mesa y apretó bien el "sacacorchos" de uno de los pezones de Beatriz estirando la piel al límite. Hecho esto sacó una aguja algo más gruesa y larga y la colocó en la llama del soplete.

Beatriz comprendió desesperada el tremendo suplicio que le esperaba, su pesadilla de anoche se hacía realidad, y se puso a gritar cosas incomprensibles y a agitar la cabeza, hipnotizada por la llama y la aguja que se iba poniendo roja por segundos. ¿estas preparada?, preguntó él con la aguja candente en una mano y un trozo de corcho en la otra. Ella gritó y negó histérica por toda respuesta pero nada impidió a Armando colocar el corcho en un lado del pezón y apuntar con la punta de la aguja en el lado contrario. Lentamente se la clavó por medio de la base del pezón mientras ella temblaba y gritaba de dolor. Beatriz perdió el control de sus esfínteres y un chorro de orina salió de su entrepierna. La aguja apenas tardó unos segundos en traspasar el pezón cauterizando la herida a su paso. Armando pinchó con ella el corcho y de repente se dio cuenta de que Beatriz había dejado de gritar. La chica había perdido la consciencia..

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