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Campo de Concentración para Esclavas (8)

en Sadomaso

Capítulo 8. Los Sótanos de la Casa Grande (I)

Tras exhibir a su nueva "muñeca tetona" por todo el Campo, Julia también quiso ponerse guapa. Recordemos que Ingrid iba maquillada y con altos zapatos de tacón, correaje de cuero, etc. Su ama no quería ser menos y por eso la condujo a sus propios aposentos. Una vez en su habitación Julia entró en el baño para cambiarse pero no quiso desnudarse delante de su esclava y le ordenó que permaneciera en el dormitorio y no se moviera de allí.

Desde donde estaba, Ingrid veía la sombra de Julia cambiándose y oía los ruidos de ropas y cremalleras dentro del baño. La joven danesa ardía en deseos de ver desnuda a su bella ama, pero no se atrevió a mirar más allá.

Por su parte, Julia tardó media hora en salir del cuarto de baño y cuando lo hizo a Ingrid se le puso el vello de punta. Su ama estaba bellísima, se había quitado su uniforme militar y lo había sustituido por un mono de látex negro que se ajustaba a las curvas de su cuerpo como un guante de goma. Asimismo calzaba unos zapatos de tacón similares a los de Ingrid y también se había maquillado pintando sus labios de un rojo intenso. El pelo lo llevaba ahora suelto, una melena rubia algo rizada que ella ahuecó con laca.

- ¿Te gusto?, le dijo bajando lentamente la cremallera que cerraba el mono de látex por delante.

La joven nórdica afirmó mientras seguía con deseo el viaje interminable de esa cremallera desde el cuello hacia el vientre de su ama. Ésta se la bajó casi hasta el ombligo demostrando que no llevaba nada debajo y dejando un amplio escote por el que asomaban las rosadas aureolas de sus pezones y amenazaban con salirse sus redondos pechos.

Al ama le entraron ganas de acariciar a su sumisa y empezar a hacer el amor allí mismo con ella, pero se reprimió, cada cosa a su tiempo.

Entonces volvió a cogerla de la correa y se la llevó a seguir paseando por todo el campo para que todos las vieran. De este modo, Julia se exhibió a sí misma y a su puta durante cerca de una hora para envidia de todos los guardianes del campo y de alguna que otra esclava también. Era cómico ver el contraste de la bella Julia moviendo su cuerpo con la agilidad de un felino y la torpeza de Ingrid, obligada a andar con pasos cortos por los tacones y las cadenas de los tobillos. Esta última no dejaba de jadear y babear con sus desproporcionadas tetas bamboleando a izquierda y derecha, pero al mismo tiempo no podía quitar los ojos del trasero de Julia la cual incluso exageraba el movimiento de sus caderas para poner aún más caliente a su esclava.

Con toda la intención, Julia llevó a su pequeño juguete a la orgía que estaban manteniendo los verdugos con las nuevas esclavas y cuando les vieron aparecer algunos de los guardianes se pusieron a silbar y gritar. De hecho, algunos que habían bebido más de la cuenta intentaron tocar a Ingrid e incluso a la propia Julia, sin embargo, ésta les auyentó a fustazos.

Tras chulearse así y dar envidia a todo el mundo, Julia se llevó por fin a su víctima a su guarida. Según bajaba las escaleras de los sótanos de la Casa Grande la joven Ingrid sentía perfectamente los latidos de su propio corazón. La chica estaba excitada pero también tenía miedo. De repente recordó los gritos de la mujer que horas antes había sufrido tormento en ese mismo lugar, y se hizo una idea de lo que le esperaba. Cuando por fin entró en la cámara de tortura, Ingrid se sorprendió de lo que vio allí, y en principio dudó y reculó, pero Julia la empujó para forzarla a entrar.

La cámara de tortura era una sala de cuatro por cinco metros iluminada con neones y forrada de azulejos blanquecinos que la insonorizaba y aislaba del exterior. El suelo era de terrazo y estaba inclinado hacia un sumidero de rejilla.

Del techo colgaban cadenas y grilletes y entre el mobiliario se encontraba un caballete de madera con un listón de sección triangular, un potro medieval, una silla con pinchos y protuberancias, y sobre todo, destacaba en el centro una cruz de San Andrés hecha con mecanotubos y con correas de cuero a tramos de unos quince centímetros. También había una cámara de video sobre un trípode.

Julia cerró la puerta, y dado que acto seguido se puso a accionar la cruz para ponerla vertical, Ingrid comprendió que empezaría por atarla a esta última.

Efectivamente Julia le desató manos y tobillos, le quitó el correaje y le indicó que estirara los brazos a lo largo de los mecanotubos. La esclava lo hizo sin protestar y entonces le ajustó las correas una a una apretándolas bien. Tras los brazos le puso una correa más ancha en la cintura y después empezó a atarle las piernas.

Mientras la ataban con todas aquellas correas de cuero Ingrid repasó con la vista los estantes donde se disponían los instrumentos de tortura en perfecto orden: látigos, fustas, palas, mordazas, capuchas, grilletes y esposas, consoladores con pinchos y protuberancias, instrumentos eléctricos, tenazas, alicates y un largo etc. La joven empezó a transpirar y su corazón seguía galopando, 24 horas eran tiempo suficiente para usar muchas de esas cosas sobre su cuerpo.

Una vez atada, Julia salió de la cámara de tortura en busca de víveres. Tenía 24 horas y quería aprovecharlas bien.

Una vez sola, la joven danesa cerró los ojos y se puso a recordar cómo demonios había ido a parar a aquel lugar. Allí en Dinamarca, ella era una buen estudiante, sí practicaba el sexo, pero siempre con su novio y de una manera más bien convencional, incluso aburrida. Siempre le habían dicho que los EEUU era un lugar fascinante en que cualquier cosa podía ocurrir, pero cuando pidió aquella beca para ir a estudiar a una universidad americana nunca se le hubiera pasado por la cabeza que una vez allí se iría metiendo poco a poco en el mundo del BDSM y que terminaría siendo la esclava de una bella diosa rubia.

Durante su estancia en América conoció a otras chicas aficionadas al sado que le hablaron del Campo de Esclavas. Al principio rechazó todo aquello con asco pero después fue venciendo sus miedos y prejuicios y por fin decidió ver uno de esos vídeos sadomasoquistas. Le excitó muchísimo y terminó enganchándose a ese tipo de porno. Tras días y días delante del ordenador viendo una y otra vez los videos del Campo, un buen día decidió solicitar entrar ella misma como esclava. Al principio lo hizo como un juego, sin ninguna intención de acudir al campo, así se hizo unas fotos en bikini y las envió a la web. Pero cuando recibió la contestación de que su solicitud había sido aceptada, un escalofrío de alivio y placer recorrió todo su cuerpo.

A partir de ese momento había vivido en una nube, como si no fuera la misma persona, sino una de esas chicas a las que veía en los videos y a las que tanto admiraba y envidiaba. Fueron días muy excitantes, la joven dejó de ir a clase esperando a que la llamaran a su casa. Allí se masturbaba casi de continuo viendo una y otra vez aquellos videos.

Tras unos días le llegó el paquete con el uniforme y las instrucciones. Debía acudir al día siguiente a una dirección donde le recogería un autobús. Antes debía depilarse el cuerpo y hacerse un enema y debía acudir a la cita sólo con el uniforme, ni ropa interior ni nada. Tenía que atreverse, ¿por qué no?.

Ingrid se puso el uniforme en su casa viendo que le quedaba demasiado pequeño. Estaba ridícula, pues la faldita dejaba al aire la parte baja de su trasero y la camiseta parecía estallar por efecto de sus dos grandes melones. ¡Y querían que saliese así a la calle! El caso es que eso le puso muy cachonda. La joven decidió obedecer las instrucciones y al día siguiente salió a la calle de esa guisa. El autobús le hizo esperar más de una hora así que hubo tiempo de que decenas de personas le vieran así en plena calle. Algunos la ignoraron, pero otros se metieron con ella diciéndole todo tipo de obscenidades. Tampoco faltaron los que la tildaban de puta y desvergonzada. Ante todo aquello, Ingrid se avergonzó, pero también se excitó. Enseguida comprendió que le gustaba exponerse ante los demás y sentirse como esclava.

Una vez en el Campo la realidad de lo que vio le sorprendió y excitó aún más. Las torturas eran reales y las humillaciones y abusos sexuales de las esclavas continuos. Ingrid ya se había resignado a ser usada por decenas de hombres, pero le encantó que Julia, esa bella mujer se hubiera fijado en ella y le halagaba sobremanera que la hubiera distinguido sobre las otras. Lo de comerle la polla al caballo fue otra cosa que le sorprendió hacer. En su vida real nunca se hubiera atrevido a hacer algo semejante ni loca, pero como digo, ahora Ingrid se sentía interpretando un papel, de hecho un agradable papel. En ese momento, atada a la cruz en espera de que comenzara su martirio volvió a reparar en los instrumentos de tortura, pero ya no sintió miedo, sólo le inquietaba no ser capaz de soportar el dolor y decepcionar a Julia.

Estaba en éstas cuando su ama apareció otra vez por la puerta con algo de comer y beber. También le pareció ver al director que le decía algo. Julia cerró la puerta violentamente y pasó el cerrojo por dentro insultando entre dientes al señor Bridges por las "confianzas" que se había tomado en la fila con su vaquita.

Sin embargo, una vez cerrada la puerta Julia cambió de actitud y se acercó a su prisionera mirándola con deseo.

¡Por fin! Creyó oírle Ingrid mientras se acercaba a ella misma. Julia acercó su nariz a su cuerpo aspirando su aroma pero sin tocarla al principio.

- ¡Vaquita, ahora eres sólo mía!. El ama dijo estas palabras con un susurro lleno de deseo apretando los dientes y recorriendo su cuerpo con la punta de sus diez uñas. Lo hizo lentamente lo cual provocó que Ingrid se estremeciera de placer.

Julia se apartó entonces de ella sin dejar de mirarla a los ojos ni sonreírle y volvió con una pluma de ave de unos diez centímetros de largo.

- Vamos a empezar con esto, le dijo mientras hacía rotar la pluma entre sus dedos

Así empezó a hacerle cosquillas en la cara a lo que Ingrid respondió apartando el rostro molesta. Entonces Julia deslizó la pluma por su cuello, lo hizo lenta y delicadamente: las clavículas, los hombros y después los sensibles sobacos y costados de la esclava una y otra vez, arriba y abajo, muy lentamente. Ingrid reprimió unas horribles ganas de reirse y esas cosquillas le pusieron cachonda de verdad.

Satisfecha por el efecto de la pluma y por la sensual respuesta de su esclava, Julia le acarició los pechos, primero uno y luego otro, trazando curvas y contracurvas sobre los mismos y finalmente se puso a estimularle los pezones con la punta de la pluma repetida e insistentemente.

Ingrid cerró los ojos y se puso a suspirar de placer mientras sus pezones crecían al contacto con la pluma. No por eso dejó Julia de hacerle cosquillas haciendo girar la pluma con sus dedos y pasándola una y otra vez por las anchas aureolas de las tetas. Primero una y luego otra, alternativamente.

- ¡Qué sensibles tienes los pechos vaquita!, si sigo así un rato más te vas a correr sólo con esto.

- MMMmmmppphh!.

Ingrid afirmó con los ojos cerrados echando chorros de saliva desde su boca. Era verdad, nunca se hubiera imaginado que unas simples cosquillas pudieran ser tan eróticas.

Julia separó entonces la pluma y sopló levemente un pequeño plumón que se le había quedado pegado en el pecho.

- Aún, no, todavía no voy a dejar que te corras, preciosa.

Entonces Julia llevó la pluma hasta el vientre de la muchacha y se puso a hacerle cosquillas en los muslos una y otra vez, arriba y abajo, primero por delante, y después por la sensible cara interna de éstos. Ingrid se moría por lanzar una carcajada, pero le pareció muy vulgar y no lo hizo, no obstante su cuerpo se retorcía de gusto. Mirándola con picardía Julia alargó el juego de la pluma todo lo que pudo, jugando con Ingrid y acercándosela a los labios de la vagina pero sin llegar a tocarlos.

La esclava estuvo a punto de llegar al orgasmo un par de veces, pero su ama lo evitó a tiempo.

El caso es que Julia también se puso muy mala viendo "sufrir" a su esclava, de modo que se separó unos metros de ella y mirándola con deseo también ella empezó a desnudarse.

Primero deslizó lentamente la cremallera hacia abajo hasta llegar al vello púbico y entonces se abrió el mono liberando sus firmes pechos. Para Ingrid fue muy excitante ver cómo aquella fantástica mujer le mostraba poco a poco su cuerpo, primero su torso blanquecino y acto seguido se acariciaba y estrujaba sus propios pechos sin dejar de mirarla a los ojos.

- ¿Sabes vaquita?, hacía mucho que no tenía nada tan bonito como tú. Julia volvió a acercarse a ella semidesnuda y humedeció el dedo índice en el flujo vaginal de ella. Entonces se mojó sus propios pezones y se puso a acariciarlos y retorcerlos con los dedos. Julia ponía los ojos en blanco al oler el sexo de Ingrid sobre su propio cuerpo, era evidente que sentía un placer especial con su nueva esclava.

Ingrid la miraba ávidamente, con no menos deseo pero impotente pues hubiera deseado acariciarla y besarla, pero su ama se mantenía a distancia jugando con sus pechos y acariciándose la entrepierna por dentro del pantalón.

Por su parte, el ama no dejaba de jugar al ratón y al gato con su esclava, dedicándole ese sensual strip-tease. Estaba segura del poder que ejercía en Ingrid y quiso explotarlo hasta el final.

Finalmente y después de hacerse mucho de rogar, Julia decidió quitarse el mono del todo mostrándole su trasero mientras despegaba lentamente el pantalón de su piel. Sólo se dejó puestos los zapatos de tacón.

A Ingrid le pareció una de las mujeres más bellas que había visto nunca. No es que la danesa fuera lesbiana, bueno ni lo era ni dejaba de serlo. El caso es que el ama Julia tenía un cuerpo muy bello, flexible y disciplinado por horas y horas de ejercicio y autocontrol como rebelaban sus piernas y trasero fuertes y prietos. La mujer no tendría aún treinta años y no tenía nada de grasa, pues era todo fibra y nervio. A Ingrid le pareció incluso algo masculina, desde luego tenía un tipo de belleza muy diferente a la suya. Sin embargo, lo que más le sorprendió fue ver aquellas señales en su cuerpo. No eran muy claras pero se diría que Julia tenía marcas de latigazos en el culo, la espalda y las piernas.

El ama se acercó otra vez a ella, casi se podía oler su piel perfumada, y le rozó con uno de sus pechos accidentalmente, entonces volvió a meterle varios dedos en el coño y estuvo jugando un rato así.

- ¡Qué lástima!, le dijo entre gemidos de placer a pocos milímetros de su cara. Esta noche quería haber sido buena contigo, pero lo que has hecho con ese cerdo del director no te lo perdono.

Ingrid la miró con ojos de cordero degollado.

- Ahora tendré que hacerte pupa vaquita. ¿Te han torturado alguna vez en esas tetitas?.

Ingrid dijo que no con la cabeza, cada vez estaba más mojada y ya se le deslizaban gotas de líquido por la cara interna de los muslos.

Tras un rato hurgando, Julia sacó sus dedos mojados del coño de la muchacha y se los limpió en los pezones de ella. Una vez mojados se puso a soplarlos lo cual le produjo un agradable cosquilleo y finalmente se los chupó con deseo, primero el derecho y luego el izquierdo. Mientras saboreaba los jugos vaginales sobre sus propias tetas, Julia cogió éstas con las dos manos y se las estrujó con todas sus ganas. ¡Qué placer acariciar y lamer aquellos pechos grandes pero a la vez duros y consistentes!. Julia llevaba deseando hacer eso toda la tarde se había reprimido muchas horas y ahora lo hizo a placer. Lame que te lame, la mujer se deleitó chupando y acariciando esas mamas de ensueño una y otra vez incansablemente.

- Cómo me gustas vaquita, le decía entre lametones.

Los pezones de Ingrid crecían y se endurecían dentro de su boca mientras la bella danesa suspiraba de placer. Julia siguió un buen rato mamando como una niñita, pero de improviso le agarró un mordisco que casi le arranca un pezón.

Entonces Ingrid soltó un alarido de dolor mientras todo su cuerpo se tensaba y arqueaba.

Julia ni siquiera se disculpó por su apasionamiento sino que ignorando el gesto sorprendido de su esclava le dio otro mordisco atrapando una buena porción del pecho con sus mandíbulas, y después otro en el otro pecho y luego le agarró el otro pezón con los incisivos y se lo estiró hasta el límite amenazando con arrancarlo de cuajo.

La pobre Ingrid gritaba y se retorcía sobre la cruz de mecanotubos. Era como si su ama se hubiera vuelto loca de repente o se hubiera convertido en una fiera hambrienta. Julia le mordía con toda su mala leche fuera de sí y dejando las marcas de sus dientes por doquier. Primero en las tetas, tres o cuatro mordiscos en cada una, después en el vientre y más tarde poniéndose en cuclillas, en la cara interna de los muslos. Todo el mundo sabe lo sensible que es esta parte, así que no hace falta insistir en los gritos que pegaba Ingrid cada vez que Julia le mordía.

Jadeando y dejando escapar un hilo de baba, le dijo con sadismo.

- Y ahora vaquita, prepárate.

Ingrid miró cómo Julia decía esto a pocos centímetros de su sexo y se puso a negar y llorar histérica.

El ama miró complacida la reacción de su víctima y cuando estaba a punto de morderle el clítoris con sus mandíbulas le dio un enorme lametazo que le recorrió toda la raja. Ingrid abrió los ojos sorprendida y vio cómo Julia le abrió bien los labios de la vagina para hacerle acto seguido un vigoroso cunnilingus. El ama le chupó dentro del coño con la totalidad de su lengua una y otra vez, para pasar posterioremente a follarla con ella e introducirla bien dentro en su agujero. Ahora también estaba fuera de sí, pero esta vez comíendole el coño.

Ingrid se sentía ahora transportada al cielo y olvidó los mordiscos por un momento, ningún hombre le había hecho sentir eso nunca. Esa cruel mujer la había atado con brazos y piernas abiertos dejándola completamente indefensa y ahora hacía con ella lo que le venía en gana, brutalmente y sin remordimientos. Lógicamente Ingrid sentía que su orgasmo llegaba por momentos y ahora dejaba colgar su cabeza hacia atrás jadeando y gimiendo de placer.

Julia ya tenía media cara pringada de los flujos de la chica danesa cuando notó que ésta gemía más de la cuenta y se estremecía signo de que estaba experimentando un profundo orgasmo.

- Mmmmhh, vaquita, qué bien te corres, le dijo incorporándose y limpiándose la boca con el dorso de la mano. ¿Quieres darme un beso?

Ingrid afirmó mirándola con sus bellos ojos azules de los que se deslizaban algunas lágrimas.

Entonces Julia le desató la mordaza y se puso a morrearle. La lengua de Ingrid era suave y su ama le metió la suya bien adentro en un largo y húmedo beso. Mientras las lenguas de las dos se enredaban entre sí en un interminable juego de caricias, los pezones de las muchachas se rozaban mutuamente y Julia volvía a acariciarle la entrepierna con sus propios muslos.

La joven Ingrid quería que esa maravillosa sensación durara eternamente y siguió besando y besando a su ama. Sin embargo, repentinamente ésta separó sus labios en un momento dado y la rechazó. Ingrid intentó volver a besarla como una serpiente que lanza un mordisco, pero Julia respondió dándole una ostia en toda la cara.

- Toma puta, le dijo, ahora también quiero disfrutar yo.

Entonces Julia se puso a accionar un dispositivo eléctrico y con un zumbido la cruz de San Andrés se empezó a inclinar hacia atrás hasta que se puso completamente horizontal.

Julia cogió entonces una extraña máquina de follar con un enorme consolador negro y se la puso entre las piernas. Ingrid levantó la cabeza para ver aquello y deseó fervientemente que Julia la penetrara, pero ésta no lo hizo.

En su lugar, se puso un extraño capuchón negro de cuero que tapaba toda su cara hasta la boca, cogió un látigo de colas y colocándose a horcajadas sobre la cara de Ingrid le posó su coño justo encima de los labios.

Ingrid se sintió feliz de poder corresponder a su ama y lógicamente se puso a lamerle la entrepierna inmediatamente.

Como respuesta recibió un fuerte latigazo en su propio coño.

- AAaaahhh

- Aún no te he dado permiso para que me chupes el chumino, cerda ansiosa, todavía no te lo mereces. En su lugar quiero que me limpies el agujero del culo con la lengua.

Julia creyó oír un "sí ama" ahogado por su propia entrepierna y notó al momento cómo Ingrid la masturbaba con su propia cara y le acariciaba con la punta de la lengua la aureola del ano.

- Muy bien, perra no lo haces mal, sigue con mi culo un rato, así, así, muy bien, me haces cosquillas y eso me gusta. Ingrid obedeció sin rechistar y siguió comiéndole su culo durante un buen rato hasta que tras cinco minutos Julia pensó que ya se lo había ganado y le dejó ocuparse finalmente de su coño. Sintiéndose recompensada, Ingrid se lo lamía con gran cuidado y maestría , despacio, muy despacio. Quería que se corriera. Su ama disfrutó mucho de ese experto masaje y por unos minutos dejó lo del látigo.

- Eres una buena esclava, vaquita, se nota que te gusta esto, pero desgraciadamente para ti aún tienes mucho que aprender.

Julia dijo esto entre suspiros de placer, repentinamente levantó su entrepierna y agachándose acercó su cara a la de su esclava, y le habló acariciándole la mejilla.

- Una de las cosas más importantes en una esclava es el autocontrol. Escúchame bien, mientras me lo chupas te voy a dar unos latigazos y quiero que sigas con el cunnilingus como si nada. ¿Me has oído?

- Si ama

- Si me desobedeces te echaré cera ardiente por todo el cuerpo.

- Sí ama

Julia se volvió a incorporar y sin más le dio un latigazo en el vientre.

- Uaaaahhhh.

- He dicho que aguantes sin gritar, ¿acaso eres imbécil, esclava?

- Perdón ama, dame otro latigazo, esta vez no gritaré.

Las cintas del látigo golpearon esta vez en la entrepierna de Ingrid impactando en su muslo izquierdo, otro latigazo insistió en el mismo sitio y un tercero le acertó en sus dos pechos.

La joven aguantó como pudo, temblando de dolor pero en silencio.

- Así me gusta esclava veo que aprendes rápido.

- Gracias ama, contestó Ingrid con lágrimas en los ojos, déjame darte placer, por favor.

Julia se volvió a encaramar sobre la cara de Ingrid y sintió con placer la calidez y suavidad de la lengua de la muchacha jugueteando en su sexo.

El primer latigazo tardó en llegar, pues al principio, Julia se limitó a hacer bailar las puntas del látigo sobre los pezones de la muchacha haciéndole cosquillas. Esta no se inmutó y siguió con su delicado trabajo, pero evidentemente se puso muy cachonda pues los pezones se le erizaron y se le puso carne de gallina. Las tetas de Ingrid parecían ahora más grandes si cabe, por efecto de la gravedad aparecían caídas hacia los costados de su cuerpo aunque mantenian su forma y consistencia. Julia las miraba medio atontada mientras su entrepierna se excitaba lentamente por la mamada de la esclava. Entonces y sin avisar, le dio un latigazo en las tetas sin previo aviso.

La joven Ingrid no gritó pero todo su cuerpo se estremeció y Julia notó como ella alteraba el ritmo de su lengua. Había que reconocer que la muchacha nórdica tenía mucho aguante, pero había desobedecido y nada le libraría ahora de la cera caliente. Eso mismo pensó Julia complacida consigo misma, pero como había ocurrido antes en los establos, se cayó su decisión hasta que finalizara el juego.

Una vez dado el primer latigazo, Julia no dejó de azotarle en los pechos a su vaquita mientras esta se afanaba en darle placer como si nada pasara, al contrario, cada latigazo le debía doler mucho pues arañaba los sensibles pechos y se los dejaba enrojecidos e irritados. Estos temblaban con cada azote. A cada golpe las colas del látigo dejaban unas líneas rojizas que a cada segundo se ponían de un rojo más intenso. La pobre Ingrid aguantaba a duras penas y lloraba con todas sus ganas esperando que cada latigazo fuera el último, pero Julia no paraba, tenía el poder y le gustaba desesperar a sus víctimas.

Autocontrol, esa era la palabra mágica. Ahora el látigo se empezó a ensañar en la entrepierna de Ingrid, y cada vez le era más difícil mantener el tipo, los latigazos de Julia trataban de evitar un golpe de lleno sobre los genitales de ella, pero de vez en cuando las puntas le rozaban los labios de la vagina y la joven esclava sentía una tremenda necesidad de gritar, sin embargo siguió aguantando y chupando el coño a su ama con todo cuidado. Fue tras unos veinte o treinta azotes, Julia se terminó de cansar de ese juego y le dio cinco latigazos seguidos en medio del coño con toda la velocidad y fuerza que pudo.

Los tendones del cuello de Ingrid se tensaron y Julia sintió que la esclava temblaba entre sus piernas justo antes de lanzar un alarido desgarrador.

- ¡AAAAAAAAHHHHH!

Qué mujer tan cruel, Julia se sonrió y volvió a levantarse vigorosamente de la cara de la esclava como un jinete bajándose de un caballo. Nuevamente se puso de cuclillas y quiso hablarle a pocos centímetros de su rostro acariciándole las mejillas surcadas de lágrimas secas.

- Has desobedecido vaquita, ya sabes lo que significa eso.

- Lo, lo siento mi ama, contestó Ingrid sollozando.

- ¿Estas de acuerdo en que debo castigarte?

Ingrid tardó algo en contestar

- Si, afirmó.

- ¿Te han echado alguna vez cera caliente sobre la piel desnuda?

- No,....no.

- Muy bien, pues ahora mismo lo vas a probar, esta vez puedes gritar todo lo que quieras. De hecho no podrás evitar gritar como una cerda, lo que te voy a hacer no lo olvidarás mientras vivas.

Julia cogió varias velas rojas introducidas en recipientes de plástico y las acercó a la cruz donde descansaba Ingrid, entonces las encendió con una cerilla.

Mientras esperaba a que se licuara suficiente cantidad de cera, se colocó entre las piernas de Ingrid y le aproximó la máquina de follar introduciendo un consolador negro que tenía ésta dentro de la vagina. Julia accionó la máquina y una rueda empezó a mover un émbolo adelante y atrás.

Ingrid se volvió a tensar al ser follada por aquella máquina. El falo se le metía bien adentro a cada vuelta y salía mecánicamente. Aquello era mucho más brutal y menos agradable que ser follada por un hombre, pero a pesar de eso le hizo experimentar algún placer

A pesar de sentir una intensa excitación y de gemir con los ojos semicerrados, la bella Ingrid pudo ver cómo Julia cogía cuatro pequeños palos planos y flexibles y unas gomas. Inevitablemente la joven pensó en sus pezones. Muchas veces mientras se masturbaba viendo videos sado, Ingrid se aprisionaba sus propios pezones con ese sistema y se los retorcía con un leve movimiento de los dedos lo cual le hacía sentir un gran placer.

Cual fue su sorpresa cuando vio que las pinzas no eran para ella sino para la propia Julia. Esta se colocó dos maderitas aprisionando uno de sus propios pezones y los ató con dos gomas en los extremos. Segundos después hizo algo similar en su otro pecho.

Los guardianes del lugar y el director no sabían nada de esto, pero Julia se había introducido en el BDSM desde muy jovencita. La primera vez decidió entregarse a un vecino suyo, un señor mayor de sesenta años sádico y pervertido que la mantenía días y días desnuda y encadenada sometiéndola a dolorosos castigos y a todo tipo de aberraciones sexuales. Sólo tras cinco años de ser la esclava del viejo, decidió convertirse en ama, sin embargo aún solía practicar el autobondage e incluso ocasionalmente le gustaba someterse como esclava.

Ya con los dos pezones aprisionados Julia miró a Ingrid, cogió una vela y levantándose uno de su propios pechos dejó caer varias gotas de cera líquida sobre él.

- Auuuu, dijo, frunciendo el ceño, sí que quema esto, y eso que sólo se echó unas gotitas de nada. Probar la cera sobre una misma antes que sobre la esclava es un principio básico del BDSM, y Julia no era precisamente una novata en esos menesteres.

Una vez probada la temperatura sobre su propia piel, Julia se dispuso a torturar en serio a su esclava.

Así empezó echando gotitas pequeñas y espaciadas sobre uno de los brazos de Ingrid despacio, gota a gota, desde la muñeca hacia el sobaco.

- AaaaaaaaAAAAAHHH

La joven comenzó gimiendo quedamente pero el gemido terminó en un grito cuando las gotas ardientes cayeron sobre su sensible sobaco cada vez a menor altura.

Julia se sonrió y miró con complicidad a la sorprendida muchacha. Segundos después hizo algo análogo en el otro brazo, pero esta vez el reguero fue más continuo.

Esta vez Ingrid gritó algo más alto, y aún lo hizo más alto cuando Julia cogió otra vela y de improviso le echó un reguero de cera líquida por uno de sus muslos

- AAAAAHHH, AAAAAh, BAASta.

No era para menos, pues Julia se lo echó a escasa altura de la piel de modo que hubo tiempo incluso para que la cera líquida se deslizara unos centímetros por el muslo.

Ahora era de verdad, la joven danesa descubrió para su desgracia que ese dolor era insoportable, pero ya no había escapatoria.

Julia estaba muy complacida de las reacciones de la joven al dolor. Ingrid gritaba y temblaba como un flan durante los escasos segundos que duraba el calor de la cera y luego se quedaba esperando la siguiente jadeando y completamente aterrorizada.

Cuando la cruel Julia le regó la otra pierna desde el tobillo a la rodilla y desde ésta hasta el labio de la vagina Ingrid se sacudió sobre sus ataduras intentando liberarse y lanzando alaridos de dolor.

- UUUUAAAAAHHH, Por favor, más no, por favor. NOOOOOO

La joven lloraba y pedía piedad con todas sus fuerzas.

- Vamos vaquita, apenas he empezado y aún no te he tocado donde más duele. Vamos, cállate y ocúpate de mi coño como es tu obligación.

Julia volvió a cabalgar sobre la cara de Ingrid y como vio que ésta no dejaba de llorar le dijo.

- Venga, ¿a qué esperas?.

Nuevamente Ingrid se resignó y con lágrimas en los ojos volvió a hacerle el cunnilingus. Entre tanto la fuckingmachine no paraba ni un segundo de follarla.

Julia dejó esta vez que su esclava se concentrara en su trabajo y mientras cabalgaba sobre la lengua de Ingrid se empezó a retorcer los pezones a sí misma. La sádica Julia decidió hacer eso un buen rato mientras le comían el chumino hasta que casi llegó al orgasmo. Casi a punto de llegar, se llegó a retorcer los dos pezones más de 180 grados y cuando ya no pudo soportar más se los soltó de golpe.

Fue entonces cuando la mezcla de dolor y placer le produjo un intenso orgasmo y ella misma gimió en alto, mientras su entrepierna se estremecía sobre la cara de su esclava. De todos modos, y sintiendo los últimos espasmos de su orgasmo, cogió una vela y echó un chorro de cera líquida sobre el pecho derecho de Ingrid.....como premio.

Esta vez la joven danesa dio un alarido estremecedor que terminó en un largo sollozo.

Julia ni siquiera se inmutó por los gritos de dolor de su solícita esclava, una vez cumplido su trabajo juzgó que ya no necesitaba la boca de su cerda y la amordazó con una pequeña pera bucal de madera. Julia se la encajó bien entre los dientes y rotando una rueda se la abrió por dentro separándole bien las mandibulas.

- Así no te morderás la lengua vaquita.

Esas fueron las últimas palabras que Julia le dijo a Ingrid en las dos horas siguientes. De repente el ama se volvió como loca y se puso a torturarla esta vez sin descanso ni piedad.

Así Julia continuó con las velas, una tras otra en largos y abundantes regueros sobre el cuerpo indefenso de la esclava. Por suerte para Ingrid no era cera de abejas, pero tampoco de parafina, más bien era un tipo de cera barata, bastante vulgar que guardaba el calor lo suficiente para quemar la piel durante unos segundos. De hecho, las quemaduras eran superficiales, pero como Julia le echaba la cera líquida en grandes regueros a la muchacha le parecía que le echaban aceite hirviendo sobre la piel. Primero un pecho, después el otro, después el vientre, después el muslo, otra vez el vientre. Un reguero tras otro.

La pobre Ingrid gritaba con todas sus fuerzas y se retorcía de dolor haciendo temblar la cruz de mecanotubos. Una costra rojiza iba cubriendo lentamente el frontal de su cuerpo mientras Julia sustituía una vela por otra para dar tiempo a que la cera se licuara en grandes cantidades.

Cuando ya no quedaba ni un centímetro de piel al aire y su esclava empezaba a mostrar signo de agotamiento, Julia decidió quitarle la cera seca a latigazos.

Otra vez volvieron los gritos y lloros, su pobre esclava pedía piedad desesperada, pero Julia no paraba de dar latigazos, completamente insensible a su sufrimiento, siguió castigando a la joven sin descanso. La cera seca saltaba a cada azote desparramándose por el suelo, y las puntas del látigo arañaban una piel ya enrojecida con el previsible efecto. Los ruidos del látigo se confundían ahora con los gritos de la esclava y el zumbido de la maquina folladora que tampoco paraba.

Cuando tras diez minutos de latigazos volvió a aparecer la roja piel de Ingrid a la vista, Julia dejó el látigo, cogió otra vela y se dispuso a verter cera líquida por segunda vez. Cualquiera que sepa un poco sobre torturar con cera entenderá por qué los gritos de Ingrid fueron esta vez más fuertes y desesperados.

A pesar del ruido que se estaba produciendo en la habitación contigua, las cámaras de tortura estaban tan bien insonorizadas que el señor Bridges y Sunset no se percataron en ningún momento de lo que estaba ocurriendo a escasos metros de ellos.

La verdad es que tampoco les importaba mucho, pues ellos también estaban manteniendo una "agradable" sesión. En concreto, el director intentaba convencerle de que firmara el contrato de esclavitud con ayuda de un aparato eléctrico.

(continuará)

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