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El Penal de los Lamentos 22

en Sadomaso

Tras la toilette y el enema, Rebeca y Lana se presentaron relucientes y maquilladas para cenar con el Cónsul Smith.

- Así, muy bien, peinadas y maquilladas parecéis otra cosa, ¡vamos, y ahora de rodillas!  mientras esperáis a que nos traigan la cena.

Las chicas obedecieron como perritas buenas y Los criados fueron entonces a la cocina. Al de un rato  Marco vino portando una humeante sopera que olía a gloria y que pasó por delante de los morros de las dos hambrientas potrillas.

El hombre tuvo que levantar la sopera ante el ademán de ellas de alcanzarla.

- No, no me sigáis que esto no es para vosotras, vuestra cena la trae Esteban.

Efectivamente éste trajo una escudilla de perro y la echó  en el suelo brutalmente derramando parte del contenido. Al verlo las dos chicas arrugaron la nariz de asco, pues su cena iba a consistir en trozos  de pan enmohecido y duro que parecían flotar en un líquido que más parecía agua sucia que otra cosa.

- Ja, ja, ya os dije que os habíais ganado una buena  cena, dijo el viejo, ahora coméoslo todo y no dejéis nada a no ser que queráis ganaros unos latigazos.

- Espere, espere, señor cónsul, dijo Esteban burlándose, las potrillas han hecho un gran esfuerzo y necesitan una cena más sustanciosa, y diciendo esto se sacó el miembro  y se empezó a orinar en la escudilla para terror de las dos muchachas.

- Ja, ja, ahora sí que está completamente sazonada, dijo el cónsul ¡buen provecho!.

Las chicas se miraron una a la otra indignadas, de ninguna manera se comerían esa bazofia.

- Vamos, poneos a cenar inmediatamente,… ¡vamos perras!, ¿no me habéis oído? meted la cara en el plato y a comer, dijo Esteban amenazándolas con el látigo.

A pesar de la aprensión y el asco Rebeca estaba  dispuesta a obedecer así que se inclinó hasta pegar sus tetas en el piso y se puso a lamer el asqueroso brebaje, pero Lana ya no podía sufrir más humillaciones así que se negó a cenar.

- Vamos zorra, he dicho que te pongas a comer si no quieres ganarte otro latigazo.

La chica se puso a hacer pucheros.

- Quiero,…. quiero que llamen inmediatamente a mi verdadero amo, el conde Otto, gimió entre lágrimas.

- ¡Pobrecita!, dijo el Cónsul burlándose de sus sollozos. ¿y por qué no llamamos también  a tu mama?, venga, obligadle a cenar, vamos.

- Zorra, ahora verás, dijo Marco muy enfadado, y apartando a Rebeca a un lado, le metió la cabeza a Lana en la escudilla manteniéndola dentro e impidiéndole respirar.

- MMMMPPFFF

La pobre Lana luchó inútilmente pero tragó parte del líquido y cuando le dejó sacar la cabeza tosió y escupió muerta de asco.

- ¿Ves lo que has hecho? ahora se te ha corrido todo el maquillaje, añadió el cónsul severamente. Llevadla fuera y dadle treinta latigazos a ver si así aprende.

Y los dos negros se llevaron a Lana para flagelarla otra vez atada en la estructura del jardín.

- No, no por favor, comeré, comeré, pero no más latigazos os lo ruego.

Pero eso no le sirvió de nada y sus gritos de piedad se perdieron en el pasillo.

Mientras Rebeca comía sumisamente lamiendo como un gato se podían  oír a lo lejos los gritos de Lana y sus inútiles peticiones de piedad. Tras un rato se empezó a oír el inconfundible sonido del látigo que rasgó la noche respondido por  los desesperados berridos de la esclava y sus insistentes ruegos  mientras la flagelaban nuevamente.

A Lana la trajeron después de unos minutos en un estado lamentable, despeinada y llorando con goterones de rimel surcando su preciosa cara y la piel llena de marcas de latigazos. Ciertamente la joven había aprendido la lección, pues sin que nadie le dijera nada se arrodilló y  pegando sus pechos a las baldosas del suelo  empezó a lamer la escudilla ayudando a su compañera a terminarse la cena sin decir ni pío.

Tras un rato, el cónsul Smith empezó a bostezar y los dos criados se miraron entre sí con aire de complicidad pues le habían puesto un somnífero en la sopa sin que él se diera cuenta.

- AAHHOOOO, bueno jovencitas, venid conmigo, vamos a acostarnos, y las dos chicas siguieron obedientemente al hombre de rodillas como dos buenas perritas.

Una vez en su habitación, el viejo cónsul cerró la puerta con llave y dejó ésta puesta en la cerradura.

- Creo que por hoy ya habéis tenido bastante, potrillas así que esta noche no voy a dejar que esos dos brutos os pongan las manos encima.

- Gracias señor, contestaron las dos a coro.

Sin embargo Lana abrió los ojos como platos cuando el viejo se quitó la bata quedándose completamente desnudo. La joven aplacó una nausea al ver el cuerpo fofo y a la vez esquelético de ese hombre mayor. Rebeca ya lo conocía….

- Vamos, vamos niñas, venid conmigo a la cama, quiero gozar de las dos a la vez.

El viejo se tumbó y las dos muchachas se quedaron de rodillas a los pies de la cama sin saber qué hacer. Lógicamente el patético cuerpo del viejo no les excitaba nada.

- Vamos pequeñas, jugad, jugad un poco entre vosotras, quiero veros.

Al principio las dos le miraron extrañadas, pero tras un momento de indecisión fue Rebeca la que tomó la iniciativa.

La verdad es que desde que la había visto esa mañana Lana le había parecido una criatura preciosa y ardía en deseos de montárselo con ella. Ya lo había hecho en la casa del Conde Otto, pero francamente le había sabido a poco.

Por eso el viejo cónsul no tuvo que insistir mucho para que la colegiala le diera un espectáculo lésbico tremendamente excitante.

Así, aunque la chica tenía las manos atadas a la espalda, acercó su cara a la de Lana y le pidió un beso.

Por su parte Lana tenía mucha aprensión de hacer guarradas con otra chica para excitar a ese viejo denteroso y al principio se resistió.

- Vamos muchacha, si no me satisfaces ahora me veré obligado a  entregarte a mis criados, ¿acaso prefieres eso?.

Ante la amenaza, Lana se prestó por fin  al juego y aceptó el beso de Rebeca. Al fin  al cabo era mejor eso que volver a caer en manos de  esos dos brutos. De este modo las dos jovencitas se pusieron a besarse con labios y lengua y cada vez con mayor pasión.

- Así, así preciosas decía el viejo luchando contra su senil impotencia masturbándose.  El cónsul ya había eyaculado horas antes y sería difícil que pudiera empalmarse otra vez. Desde luego si no lo conseguía con esas dos jovencitas desnudas y maniatadas haciendo cochinadas entre ellas, no lo lograría nunca.

- Vamos Rebeca preciosa, mira qué pechos tan redonditos  tiene Lana, así, así chupáselos, están ricos ¿verdad?. La joven Lana ofreció sus senos a Rebeca que se los chupó insistentemente hasta que los pezones de la joven le crecieron y se le pusieron duros dentro de la boca. Lana por su parte cerró los ojos y suspiró de gusto evadiéndose por unos momentos de su desgraciada situación en manos de ese viejo.

Tras excitarla en sus sensibles pezones, Rebeca siguió haciendo el amor con la bella joven y en pocos minutos ya estaba haciéndole un cunnilingus al que Lana no se resistió en absoluto.

Eso y la sesión de beso negro que le hizo Lana a su amiga terminaron obrando el milagro y al viejo se le puso  tiesa como no recordaba.

- Ahora, ahora, venid aquí, niñas, venid y ocupaos de mi vieja polla.

La verdad es que se lo estaban pasando tan bien entre ellas, que a las chicas les costó dejar de satisfacerse con sus lenguas, pero al final aceptaron y reptando por la cama empezaron a lamerle al cónsul su patético pene.

Eso les costó mucho más pues una cosa era ponérsela dura al viejo y otra muy distinta provocarle un orgasmo a su edad sólo haciéndole una doble mamada.

De hecho tardaron cerca de veinte minutos sin parar de chuparle mientras el cónsul acariciaba los sensuales cuerpos de las dos jóvenes con las dos manos.

- Qué qué suave decía el tío en voz baja y en pleno éxtasis  mientras les acariciaba el culo a las dos sin parar.

Por fin tras una larga y enérgica fellatio, Rebeca consiguió que el cónsul se corriera y éste sólo pudo soltar una patética espumilla mientras sentía unos leves espasmos.

Las dos esclavas se miraron entre sí haciendo esfuerzos por no reírse.

- Ja, ja, al final lo habéis logrado pequeñas, les dijo dándoles un beso en la frente, y ahora a dormir muchachas, estoy agotado. Y el viejo invitó a que las dos jóvenes se le abrazaran y durmieran pegadas a él arrullándole con sus suaves y cálidos cuerpos.

Por fin se apagó la luz y se hizo el silencio. Fue tras unos minutos que de repente se oyó cómo alguien hurgaba en la puerta. Quien fuera lo hizo inútilmente pues el viejo había cerrado con llave y como decimos la había dejado puesta.

Forzando la cerradura rabiosamente durante unos minutos Esteban se rindió por fin y con una blasfemia  dejó en paz la puerta tras varios infructuosos intentos. Los dos negros se marcharon por donde habían venido con un palmo de narices y una enorme erección.

Rebeca vio cómo su amiga Lana le sonreía tranquilizada mientras ella se quedaba toda frustrada pues le hubiera gustado terminar esa noche en las garras de esos dos criados tan bien dotados y en compañía de la bella Lana….

Como había ordenado Smith, a la mañana siguiente las dos yeguas fueron enjaezadas como auténticas ponygirls pues el viejo pensaba pasearlas por las granjas  y presumir de ellas ante sus vecinos agricultores para que se murieran de envidia. Para ello, los criados hicieron uso de los objetos que el cónsul había comprado en la sex-shop y de los que el Conde Otto le había proporcionado.

De este modo a Lana y Rebeca les cubrieron la cabeza con sendas capuchas adornadas con hocico y orejas que sólo dejaban al aire los ojos.  Las capuchas eran de cuero negro y estaban  rematadas por elegantes penachos de color rojo. Para el torso los criados les habían colocado unos arneses también de cintas de cuero negro y hebillas que realzaban los pechos desnudos de las muchachas y especialmente los de Lana que sobresalían turgentes y duros entre las cintas.

Cruelmente Esteban se acercó a ella con unos imperdibles y le dijo.

- La noche pasada te has librado pero recuerda que dentro de unos días tú y tu amiga seréis crucificadas y entonces seréis  nuestras. Y para que vayas saboreando lo que te espera te voy a clavar esto en tu pezoncito.

- MmmmhhmMMMMMMHH

Lana dijo que no con todas sus fuerzas pero no pudo evitar lanzar un sonoro alarido cuando el bestia de Esteban le traspasó el pezón derecho con la aguja del imperdible.

Los criados les clavaron en los pezones los mismos imperdibles del día anterior  de los que colgaron unos pesos de plomo además  de los cascabeles. Asimismo les dejaron el culo desnudo para que el viejo gozara de su vista aunque los adornaron con sendas colas hechas de crines de caballo. Las colas se las introdujeron en el agujero del culo gracias a gruesos y profundos dildos que antes embadurnaron con hojas de hortigas.

Al recibir esos ardientes dildos por el culo las chicas se quejaron y soltaron lágrimas y babas, pero por miedo a represalias permanecieron derechas y en su sitio.

Tras esto a las jóvenes les ataron las manos a la espalda retorcidas entre los omoplatos con grilletes  que colgaban del collar del cuello y para que tuvieran el coño ocupado mientras corrían les metieron unas bolas chinas y luego taparon la entrada de la vagina con cinta aislante. Por último les cubrieron las piernas con finas medias de rejilla y zapatos de tacón altísimo con plataforma que realzaban sus bellas piernas.

Una vez vestidas de ponygirls las dos muchachas fueron arreadas al rickshaw, Lana a la izquierda y Rebeca a la derecha.

Los criados se mostraron tan diligentes que las tenían totalmente preparadas a eso de las siete de la mañana y las dejaron así esperando en medio del jardín de la residencia del cónsul. Así pues las ponygirls tuvieron que esperar dos horas al raso completamente desnudas y a menos de 10 grados centígrados de temperatura.

Además por orden del viejo los dos criados las obligaron a permanecer derechas todo el tiempo sin moverse de su sitio. Si una de ellas abandonaba la postura aunque sólo fuera un momento recibía una descarga eléctrica en las piernas con una picana.

Ese fue un encargo muy divertido para los criados negros que aprovecharon las circunstancias para resarcirse por haberse perdido a esas dos jamonas esa noche. Así pues las castigaron con las picanas más de lo necesario.

Para cuando salió el cónsul convenientemente abrigado, las chicas estaban azules de frío y temblaban sin poder reprimirse.

- ¿Qué tal, cómo están mis potrillas esta mañana?, dijo pasándoles revista. Así, así muy bien dijo acariciando la piel desnuda de las muchachas. Y luego subiéndose en el carrito recibió de Marco una manta para taparse las piernas mientras  Esteban le daba el látigo.

El hombre se acomodó y entonces sin más ceremonia les metió un latigazo que les cruzó a las dos el trasero.

SSSHHHAACCKK

- MMMHHH,

- MMMMHHH

- ¡Arre!, vamos a casa del conde Otto y deprisa si no queréis que os entregue a mis criados esta noche, ja, ja.

Tras dar un brinco de dolor las dos se pusieron en marcha haciendo todo lo posible por correr aprisa.

Los criados negros se despidieron del cónsul respetuosamente pero entristecidos de que esos dos pibones desaparecieran de su vista y de que se les hubieran escapado vivas.

Esa mañana Lana y Rebeca trotaron todo lo aprisa que pudieron espoleadas por los latigazos y por la excitación que llevaban. No era para menos con sus orificios del placer ocupados por largos y gruesos dildos  y sus pezones doloridos pero a la vez estimulados por las pesas que no paraban de brincar y balancearse al ritmo del trote. Mientras trotaban, las muchachas sentían el aire frío en sus cuerpos desnudos y cada tanto ese odioso látigo golpeaba en sus nalgas, sus piernas y espalda sin ninguna misericordia. Y, sin embargo, aguantaron la carrera y obedecieron a su dueño como buenas esclavas entrenadas.

Cuando el Conde Otto oyó los cascabeles y les vio llegar a su casa, acudió a recibirles  y felicitó a Smith por el atuendo de las yeguas.

- Están realmente bellas, y elegantes, señor cónsul, tiene usted muy buen gusto.

- Muchas gracias Conde, ¿qué haremos hoy con ellas?

- Bueno, aparte del entrenamiento normal hoy les vamos a colocar un estimulador en el clítoris y dentro de la vagina.

- ¿Un estimulador en el clítoris?

- Sí, se trata de un dildo y una pinza dentada con el que podrá usted administrarles descargas eléctricas en su sexo.  Ya verá, es tan doloroso que  con este dispositivo podrá doblegar la voluntad de los animales en todo momento y   podrá dirigir a las yeguas sólo con ayuda de un pequeño mando como éste.

Las dos chicas ni se movieron al oír aquello pero nuevamente volvieron a temblar y esta vez no sólo de frío.

El cónsul cogió el mando con la mano. Este sólo tenía un regulador de la intensidad de las descargas y un botón que permitía administrarlas a voluntad.

Mientras el viejo admiraba el pequeño invento, el Conde Otto les quitó la cinta aislante a las ponies y sacó las bolas chinas que hasta entonces habían ocupado sus vaginas. Entonces se dispuso a clavarles otro imperdible en el clítoris para conectar unos cables eléctricos. Rebeca soportó a duras penas el tremendo pinchazo de la aguja de acero, pero Lana lanzó un tremendo alarido y empezó a agitar sus piernas en un vano esfuerzo por  aliviar el dolor.

- Quieta, quieta, pronto pasará.

Y Lana obedeció mirándole con cara de circunstancias.

En el momento en que había visto a su verdadero dueño unos minutos antes, Lana se sintió aliviada. Ingenuamente pensó que quizá su amo sólo había querido darle una lección y ahora la iba a salvar de ese viejo pervertido y de sus dos sádicos criados, sin embargo, pronto se dio cuenta de que algo había cambiado en él.

Así por ejemplo el Conde Otto nunca antes había recurrido al estimulador clitorial y vaginal con ella pues  lo consideraba un método demasiado cruel, sin embargo, ahora lo usó con las dos yeguas sin ningún problema y sin ninguna piedad.

Una vez colocados y asegurados los dildos dentro del sexo de las muchachas el Conde Otto se subió al rickshaw y le hizo una demostración al cónsul. Las dos chicas se retorcieron de dolor al recibir la primera descarga y se agacharon impotentes mientras gemían y lloraban, pero enseguida entendieron lo que tenían que hacer para parar el doloroso calambrazo y las dos se lanzaron a una loca carrera.

El Conde las dejó correr libremente pero cuando percibía que bajaban el ritmo les metía otro doloroso calambrazo ante el cual las chicas se apresuraban a apretar la marcha.

- Ja, ja, van a romper la barrera del sonido dijo el cónsul al ver a las dos chicas afanándose por correr en pelotas.

Luego de una hora completa de correr y recibir calambrazos en el coño las dos estaban a punto del colapso con el corazón a todo bombear. Las piernas ya no les respondían y cuando pararon las dos muchachas se dejaron caer al suelo en un baño de sudor sin parar de jadear.

Cuando acabó el sádico entrenamiento Lana pensó en vano que por fin llegaría su recompensa, que su adorado dueño la cogería en sus brazos y se encamaría con ella consolándola de todos los sinsabores, pero para su sorpresa el hombre prefirió a Rebeca.

El Cónsul Smith ocupó entonces el sitio del Conde en el rickshaw y se dispuso a seguir probando el aparatito en el coño de Lana. Así mientras ese repugnante viejo le seguía administrando descargas eléctricas en la pepita, la pobre Lana podía oír perfectamente los gemidos de placer de Rebeca desde el dormitorio del Conde Otto que se la folló varias veces y en todas las posturas.

Si la hubiera elegido a ella  para follar,  Lana pensaba pedirle que le perdonara y que la volviera a admitir en casa. Ella sabía cómo conseguir en la cama muchas cosas de su amo, pero evidentemente esta vez no tuvo ninguna oportunidad de hacerlo.

Es más, al despedirse del Cónsul, el Conde Otto le dio la puntilla que le faltaba.

- ¿A dónde se las lleva ahora, Cónsul?

- Ah, pues vamos al carpintero para encargar una cruz para Lana.

- No se moleste, ya le he llamado yo y le he dado sus medidas que me las sé de memoria. Por supuesto yo cargo con todos los gastos.

- Entonces ¿está decidido?

- Sí, por supuesto, ardo en deseos de ver a mi pequeña Lana crucificada en público, ah y si me permite me gustaría sugerirle algunas torturas extra para cuando mi pequeña esté en la cruz. Quiero que le anillen los pezones, el clítoris y la lengua.

Debido a la máscara el Conde Otto no pudo ver el gesto de desesperación de la muchacha al oír eso.

- Será un placer señor conde, dijo Smith, adiós pues, hasta mañana, y accionando los estimuladores gracias al pequeño transformador las dos yeguas recibieron una dolorosa descarga entre las piernas que las hizo moverse de inmediato.

Tras trotar otra media hora por los caminos del pueblo, el cónsul se llegó con sus ponies a la granja de Miguel, uno de los lugareños al que al otro día había prometido ayudar en las labores del campo.

El hombre estaba en sus faenas intentando arreglar un viejo tractor cuando les vio venir.

- Hombre, señor cónsul, dijo levantándose y limpiándose las manos de grasa, cuánto de bueno por aquí. El rijoso aldeano miraba a las dos chicas desnudas con deseo y excitación. Le dio mucho morbo que las dos estuvieran encapuchadas y con las tetas y el culo al aire.

- Hola Miguel, ¿cómo te va?

- Pues ya ve señor cónsul, intentando arreglar el maldito tractor pero sin resultado. Ya me jode pues llevo varios días de retraso y ya tenía que haber arado esa parcela tan grande  que ve detrás de usted.

- ¿Y por qué no lo haces con caballo, como se hacía antes?

- Tampoco sé que le pasa al caballo, desde que vendí la yegua está triste y no le quiero hacer trabajar.

- Hombre, normal, ahora no tiene con quién,…. bueno tú ya me entiendes Miguel. Precisamente vengo porque me lo pediste el otro día. Puede que tardes un poco más pero creo que mis dos yeguas podrían tirar de tu arado.

El aldeano las miró con poca convicción.

- No sé, señor cónsul, parecen sanas aunque no muy fuertes y la tierra está seca y bastante dura, dijo Miguel acariciándole los muslos a Lana. Por cierto, ¿cómo así tiene dos?, el otro día sólo tenía una yegua.

- Ya ves Miguel, tú tienes la culpa, me mandaste donde el Conde Otto y me ha prestado su esclava.

- Qué suerte tiene señor Cónsul, es un bello ejemplar, con unas mamas perfectas, ¿puedo?

- Claro que sí Miguel, tócala cuanto quieras, si no me equivoco me vas a hacer una oferta por las dos, y antes querrás catarlas un poco ¿no?.

- No se equivoca señor cónsul dijo  el aldeano sobándole las tetas a  Lana y sonriendo satisfecho.

- MMMMHHH

La joven gimió cuando Miguel tiró de sus pesos haciéndole daño en los pezones, pero protestar sólo le valió recibir otra dolorosa descarga en su sexo.

- Quieta, fiera, este señor os va alquilar por un buen precio y no quiero que le des mala impresión, así que deja que te haga todo lo que quiera.

- Es un poco rebelde, ¿no?

- Sí, si no se corrige voy a tener que castigarla aún con más dureza.

- Mmmmmh, de todos modos qué bonita es, dijo Miguel venga de sobarle y estrujarle las tetas, bueno las dos lo son. ¿Cuánto me pide por alquilarlas toda la tarde señor cónsul?

- Bueno, por ser tú te voy a hacer precio de amigo, doscientos pavos.

El aldeano arrugó la nariz

- ¿No le parece un poco caro?

- Bueno, al fin y al cabo son dos en lugar de una, además  cuando acabes de arar la parcela puedes hacer con ellas lo que quieras.

- ¿Todo lo que quiera?

- Por supuesto.

A Miguel se le empezó a poner dura sólo de imaginarlo mientras tocaba sin cesar las generosas mamas de Lana.

- Bueno siendo así …está bien señor Cónsul,.. acepto.

Miguel y el Cónsul Smith se dieron la mano para sellar el trato y el labriego empezó a desatar a las chicas para uncirlas al arado y empezar cuanto antes la faena.

Continuará

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