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Paraíso de Masoquistas (04)

en Sadomaso

......Varias semanas después, muy lejos del Krak y de aquel país de pesadilla, Frederick Vouillé atendía en su despacho a una nueva cliente. Ella llevaba un buen rato hablando, pero para Frederick era difícil concentrarse en sus palabras.  No es de extrañar, pues la que hablaba  era una rubia imponente embutida en un vestido breve y ajustado que dejaba ver una importante porción de sus muslos y un generoso escote. No era difícil adivinar que la mujer no llevaba sujetador, lo cual con esos pechos sería bastante incómodo. A Frederick le dio por pensar que eso era para desnudarse con más facilidad en cualquier sitio y eso le excitó aún más.

Sería difícil concretar en que consistía el negocio de Frederick. Desde luego no parecía algo muy legal, ¿aventurero, mercenario?, los servicios que prestaba eran muy variados y poco usuales.

Según le estaba contando su cliente, ya hacía varias semanas desde la desaparición de una mujer llamada Luba. Parecía que se la había tragado la tierra, no respondía al móvil y en el hotel del Kemed donde se suponía que se había hospedado negaban que hubiera estado registrada. Desesperada, Nadia no sabía a quien acudir y tras mucho rogar, uno de sus amos pervertidos de fin de semana había accedido a  darle la dirección de Frederick.

- Es un mal asunto, preciosa, le dijo el hombre fumando con gesto preocupado.

- Pero, ¿es seguro que la tienen detenida?.

- Es lo más probable, y sinceramente no me gustaría estar en su piel. Esa gente del Kemed son unos fanáticos y no se andan con chiquitas, seguramente tu amiga lo estará pasando muy mal ahora mismo.

- Lo imagino, pero tengo que hacer algo, ..no,..... no puedo abandonarla en manos de esos bestias. Esto lo dijo Nadia sollozando....

.....En ese momento acudieron a la mente de Nadia las espeluznantes imágenes que había visto dos días antes en la televisión y que habían consternado a millones de personas en todo el mundo. Las quince animadoras occidentales acusadas de inmoralidad habían sido finalmente juzgadas y condenadas a un mes de prisión. Al parecer todas ellas habían renunciado voluntariamente a su derecho de ser extraditadas y por tanto la condena la cumplirían íntegramente en las prisiones de El Kemed.

Sin embargo, antes de cumplir la sentencia de cárcel sufrieron una salvaje ordalía ante una sanguinaria muchedumbre que disfrutó indeciblemente del espectáculo. No contento con que el castigo se aplicara públicamente, el gobierno revolucionario decidió emitir el suplicio por televisión como severa advertencia para todas las occidentales que  llevaran a cabo actos inmorales en su suelo.

En primer lugar,  a las quince reas les afeitaron la cabeza, la entrepierna y los sobacos, después  fueron embreadas y emplumadas y por último “paseadas” por las calles de la capital completamente desnudas y cargadas de cadenas. Las condenadas tuvieron que caminar en una larga recua, escoltadas por guardias armados con picanas eléctricas y punzones afilados. Así las llevaron entre un gentío excitado e iracundo que no les ahorró insultos ni humillaciones de todo tipo.

Aparte de espolearlas con patadas, pinchazos y toques de las picanas, una lluvia de salivazos y fruta podrida acompañó a aquellas mujeres calvas hasta el lugar del castigo mientras una muchedumbre de miles de personas se agolpaba en la plaza para ver el espectáculo. Por fin y tras más de dos horas de humillante procesión llegaron a la plaza mayor donde habían preparado el patíbulo.

Había que ver el horror y pánico de aquellas jovencitas inocentes cuando vieron a los verdugos esperándolas en lo alto del patíbulo con sus horrendos instrumentos de tortura. Mientras tanto al pie del mismo unos operarios terminaban de colocar quince grandes cruces de madera. Seguramente entonces las condenadas recordaron las crueles palabras del juez al dictar sentencia.

Según dictaba la misma, todas ellas recibirían como castigo no menos de cincuenta latigazos y tras la flagelación serían crucificadas durante horas en plena calle y delante de la gente. Las muchachas permanecerían atadas a sus cruces de madera totalmente desnudas  con el cuerpo cosido a latigazos. Ninguna sería bajada de la cruz hasta que su vida peligrara de verdad. Y eso que su único pecado había sido  llevar ropas poco decentes. En verdad aquella era una severa justicia.

En realidad, y como les dijo el juez, tenían suerte de haber nacido en una época más civilizada, pues hasta el siglo XIX había sido práctica cómun ejecutar a las mujeres indecentes. Para ello se solía echar mano  del empalamiento o la crucifixión, bárbaras costumbres que habían sido abolidas en época colonial por los gobernadores europeos.

Ahora el nuevo régimen revolucionario había considerado conveniente recuperar el suplicio de la cruz  sin llegar a la muerte. Como decimos la crucifixión se había venido utilizando desde tiempo inmemorial en diferentes y crueles variantes y se había convertido en una seña de identidad de la justicia del país.

Las nuevas leyes  “suavizaban” algo el espantoso castigo de la cruz, pues se utilizarían cuerdas en lugar de clavos y un médico estaría siempre presente para evitar un accidente fatal. Por lo demás, el tormento seguiría siendo extraordinariamente cruel y vendría precedido por  los tradicionales latigazos.

No obstante antes del látigo y la cruz, a las condenadas les estaba reservada otra sorpresa. Al pie del patíbulo habían colocado una larga barra de hierro y a lo largo de la misma fueron colocando a las animadoras desnudas a medida que ellas llegaban a la plaza. Para ello les soltaron los grilletes y tras obligarles a inclinar el torso sobre la barra les ataron sólidamente las muñecas a los tobillos.

En esa incómoda y humillante postura las chicas quedaron con las tetas colgando y las piernas medio dobladas exponiendo obscenamente sus orificios íntimos. Una vez colocadas en la barra, un sayón les enchufó con una manguera para eliminar las plumas de su cuerpo y dejarlas limpias y brillantes para su propia violación. Así quedaron todas expuestas e indefensas con el trasero en pompa mientras una muchedumbre de hombres  pagaba a los corruptos guardianes y hacía cola para follarlas por turno por el agujero que se les antojara.

Así,  todas la condenadas recibieron decenas de pollas por todos sus agujeros, mientras la gente se agolpaba en torno a ellas para tocarlas y hacerles lo que quisieran. Mientras unos las violaban de esta manera, otros les daban patadas y tortazos, les pellizcaban o echaban salivazos humillándolas sin límite. Dos horas largas duró aquella orgía en las que centenares de hombres se follaron a las prisioneras cuanto quisieron y como quisieron entre el regocijo de los restantes.

Finalmente y tras esas dos horas, Ahmed decidió que había que empezar por fin con la flagelación. Entonces los guardias apartaron a la gente y tras volver a amordazar a las condenadas con ballgags fueron a buscar a la primera víctima.

La primera en ser flagelada fue Christine, la joven de pechos gruesos y lechosos y carita de cerda. Los guardias la soltaron de la barra y sin hacer caso de sus peticiones de piedad, la subieron al patíbulo entregándosela a los verdugos.

Al verla desnuda y con la carita manchada de lefa, el público se rio y mofó de ella exigiendo a gritos que empezara su tormento.

Christine lloraba sin acertar a pedir piedad ante la vista de los látigos y de toda aquella gente impaciente de que empezaran a torturarla.

Antes de proceder, Ismail, el verdugo, cogió a Christine y la mostró bien a la concurrencia por delante y por detrás, burlándose de su cabeza calva, sus redondos pechos y palmeando su trasero blanquecino hasta dejarle los mofletes rojos.

La joven animadora se puso a llorar pero no se resistió. Entonces y para su mayor humillación, Ismail la obligó a agacharse de espaldas al público y le obligó a separar las nalgas con sus propias manos de manera que sus intimidades depiladas y enrojecidas quedaron a la vista de todos destilando esperma. Los hombres allí congregados se rieron a placer de ella.

- ¿Qué se merece esta puta?, dijo Ismail riendo.

- El látigo, azótala, vamos

- ¿Y después?

- La cruz, después la cruz, crucifícala, vamos, hazlo ya, queremos oír cómo grita.

La gente estaba realmente excitada por lo que tenía delante y daba rienda suelta a sus sádicos deseos.

- No, por favor, no, piedad... balbuceaba ella como si eso pudiera servirle de algo.

Christine no podía creer lo que les estaba pasando, estalló otra vez en llanto y se arrodilló negando y llorando, pero Ismail le hizo levantarse y cogiéndola rudamente por el brazo la condujo hasta los postes de la flagelación donde le esperaban los despiadados sayones.

Como le ocurrió con el potro, Christine lloró mucho pero no se resistió, de modo que los verdugos pudieron atarla con toda facilidad a la estructura. Así le juntaron las muñecas por delante y se las ataron con una soga. La cuerda sobrante la pasaron por encima de un dintel de madera y entonces dos fornidos verdugos tiraron de ella con todas sus fuerzas.   Lógicamente, la bella Christine vio indefensa cómo le estiraban los brazos por encima de su cabeza y cómo la cuerda levantaba su cuerpo en vilo. La muchacha sintió un agudo dolor en brazos y muñecas y entonces al ver cómo la izaban, la gente empezó a gritar otra vez.

Efectivamente su cuerpo depilado y brillante se exponía ahora ante toda aquella gente y la joven empezó a agitar las piernas apurada y sin dejar de gemir. Ya sólo faltaba que otros dos verdugos separaran al límite sus dos piernas  hacia los lados y las ataran por los tobillos a los dos postes verticales que sostenían el dintel. La diligencia de los verdugos permitió que en pocos segundos el exhuberante cuerpo de Christine formara una  obscena “y” griega invertida  con su sexo calvo y completamente abierto, destilando y goteando lefa por sus dos agujeros.

Antes de amordazarla para el suplicio, la joven Christine tuvo que arrepentirse y pedir perdón públicamente como condenaba la sentencia, so pena de alargar su pena significativamente. Se pidió silencio por megafonía para que todo el mundo pudiera oirla. La chica lo dijo medio llorando a un micrófono que le acercaron a la boca.

- A...acepto mi castigo con gusto para expiar mis pecados y agradezco a los jueces y verdugos que me enseñen con el látigo y la cruz a llevar una vida recta. Por favor, piedmmmh

La prisionera ni siquiera pudo terminar de pedir piedad. Ismail no le dejó añadir nada más encajándole brutalmente una ballgag roja en la boca y atándosela a la nuca por unas cintas.

Entonces empezaron a aplicar la sentencia. ¡Cincuenta latigazos con un largo bullwhip!. Ninguna chica con la constitución de Christine podría soportar semejante castigo sin perder el sentido.

Ismail cogió el látigo y tras desenrrollarlo lo hizo zumbar unas cuantas veces en el aire con la vista fija en el cuerpo de la muchacha, entonces lo echó para atrás y con toda su fuerza comenzó la flagelación.

- SSSSSSShhhaak, MMMMHHHH

El látigo surcó el aire con un agudo zumbido que se oyó en toda la plaza e impactó sonoramente en el cuerpo desnudo de la chica.  El impresionante latigazo fue respondido por un desesperado lamento y seguido por las espasmódicas convulsiones del cuerpo de la mujer. Ismail volvió a tirar del látigo que al desenrroscarse dejó una fina linea rojiza en la delicada piel de la joven. Entonces tiró hacia atrás con toda su fuerza y le dio el segundo latigazo.

- SSSSSShaaak, MMMMH

Esta vez la gente respondió con un grito de entusiasmo y algunos empezaron a aplaudir de gozo.

El efecto del bullwhip era devastador, pues allí donde hería dejaba un rastro de escozor y quemazón  creciente. Al segundo latigazo la joven Christine creía ya morir.

A este latigazo siguió el tercero, a éste el cuarto y luego otro, y otro, y otro, con una cadencia regular e inmisericorde.

- SSSSShaaak, MMMMH

Al estar suspendida de sus ataduras la pobre víctima apenas se podía mover, sólo cimbreaba su cuerpo echando la cabeza hacia atrás y temblando de dolor cada vez que encajaba un latigazo. Los estentóreos gritos de la condenada respondían al flagelo como una desesperada letanía mientras el fuego se iba apoderando de todo su ser. Las lágrimas y las babas caían sin cesar de su rostro al tiempo que el cuero dejaba unas marcas rojas helicoidales en su blanca piel. A veces el látigo se enredaba a sí mismo en torno al torso de la chica e Ismail tenía que tirar aún más fuerte para desenredarlo. Christine pedía piedad tras su mordaza entre latigazo y latigazo pero cuando el látigo golpeaba su cuerpo ella sólo podía soltar agudos alaridos.

- SSHHHACCCK. MMMMMMHHH

- ¡Más fuerte, verdugo, más fuerte!. El público estaba enloquecido, y el verdugo que sudaba a su vez por el esfuerzo, sonrió con sadismo, entonces les hizo caso y sacando fuerzas de la nada se puso a dar latigazos aún más fuertes.

- SSSSSSHAAAAAK, MMMMMMHHHHHHH

La joven Christine soportó aquello sin dejar de llorar ni agitarse hasta recibir veintitrés interminables latigazos y luego de pronto se quedó inconsciente y su cabeza cayó sobre su pecho.

El resto de las chicas aún dobladas sobre la barra lloraba y temblaba de miedo al ver lo que les esperaba y luego al ver que la condenada ya no gritaba algunas pensaron que la habían matado......

En realidad Christine sólo estuvo desmayada unos segundos pues inmediatamente le echaron un cubo de agua fría que le hizo recuperar la consciencia. La joven despertó desorientada, pero pronto volvió  a gemir al sentir ese ardor de sus heridas. Aún le quedaba recibir más de la mitad de los latigazos pero no siguieron azotándola de seguido, sino que en su lugar liberaron a la segunda víctima para jugar un poco con ella.

Una vez desatada, la rubia Yuliya subió las escaleras del patíbulo muerta de terror obligada por dos guardias. Antes de que le afeitaran la cabeza, la joven exhibía un pelo intensamente rubio, casi parecía de botellazo. Ahora en cambio estaba rídiculamente calva, pero era tan guapa que igualmente parecía una modelo: ojos azules y rasgados, carita de muñeca y unas preciosas curvas especialmente en sus caderas y su culo. Su perfecto cuerpo estaba ahora brillante de esperma y la joven parecía visiblemente aterrorizada entre los gritos de la gente.  Además estaba avergonzada pues se había corrido varias veces mientras se la follaban en la barra.

Los verdugos se la llevaron a Ismail y el gigantón la agarró del brazo y la llevó hasta donde estaba Christine. Yuliya pudo ver de cerca cómo su predecesora en el tormento tenía todo el cuerpo marcado de finas lineas rojas.

Ismail le ordenó algo al oído pero la gente no pudo oirlo

- Por favor, no, no, musitó ella.

Por supuesto, Ismail no sólo no hizo caso de sus ruegos, sino que agarrándola de la nuca le obligó a meter su cabeza bajo la entrepierna de Christine y le hizo chuparle el coño. Como casi todas aquellas jóvenes Yuliya se había convertido en pocos días en una esclava sumisa y apenas se resistió a hacer algo tan humillante  delante del público. Simplemente cerró los ojos y recorrió con su lengua el rosado sexo de Christine.

Lógicamente, la gente se puso a gritar indignada y a insultarlas, pero Yuliya siguió con el cunnilingus

La joven Christine no paraba de gotear esperma mezclado con sus propios jugos que ahora se deslizaban por la lengua de la otra. Al sentir la suave caricia en su coño, Christine negó todo lo que pudo pero a partir de cierto momento dejó de controlarse y empezó a suspirar de placer. Yuliya se pasó así un buen rato chupándole el coño  hasta que Christine se corrió en su boca y pudo sentir cómo su compañera le “besaba” con los labios de su vagina. Los verdugos aún las dejaron un rato más follando entre ellas.

Tras esto volvieron a separarlas para seguir con el castigo. Yuliya fue apartada hacia atrás a patadas, el látigo silbó otra vez y Christine volvió a berrear con todas sus fuerzas pues el orgamso había terminado de espabilarla.

La joven  aún  se desmayó dos veces hasta recibir los cincuenta latigazos prescritos. Cuando al fin la desataron se quedó en el suelo desfallecida, de modo que un verdugo la tuvo que llevar en brazos hasta la cruz.  Tras atarla de brazos y piernas y empalarla en los dos falos por sus dos agujeros, los verdugos levantaron por fin la cruz entre los aplausos de la gente y la joven quedó crucificada con el cuerpo codio a latigazos durante horas. Mientras tanto Yuliya ocupaba el lugar de Christine en los postes de tormento e Ismail limpiaba el látigo mirando cómo izaban en el aire su precioso cuerpo desnudo.....

.....Estas brutales imágenes conmocionaron a millones de personas por todo el mundo, pero Nadia las vio como en un sueño, sin parar de masturbarse e imaginando que eran ella y Luba las sometidas a ese largo y cruel suplicio. Los latigazos y crucifixiones continuaron durante horas y las quince animadoras calvas permanecieron crucificadas toda la tarde hasta que, una a una, fueron perdiendo el sentido y un médico dictaminó que sería peligroso seguir con el castigo..........

Incluso Frederick sintió la excitación de Nadia al recordar la escena, la joven se revolvió incómoda en su asiento y cruzó sus muslos varias veces cambiando de postura mientras se imaginaba a sí misma en una cruz como aquella.

- ¿Qué más puedo hacer por usted señorita?, dijo él embobado sin dejar de mirarle las piernas.

- Quiero que la libere, usted tiene medios.

- Me temo que eso no es posible.

- ¿Por qué?

- Por la sencilla razón de que no sé dónde tienen a su amiga y en todos estos días no he podido averiguarlo. Lo llevan muy en secreto, ¿sabe?

Nadia se quedó pensativa un buen rato,..... tenía que hacer algo.....Su mente le dictaba cómo podía ayudar a su amiga, pero ella no se atrevía,....... sin embargo, Frederick le aseguraba que no había alternativa. Tenía que decidirse...

- Dígame, si supiera dónde la tienen, ¿podría liberarla?

- En ese caso todo sería más fácil, tengo hombres especializados en este tipo de cosas, luego se compra a algunas personas y la cosa está hecha. Con dinero se puede todo, ya lo sabe.

- Sí, lo sé, dijo ella pensativa.

En los últimos días Nadia había acumulado una apreciable cantidad de dinero para liberar a Luba. Para ello había decidido prostituirse. Dado su impresionante físico y su falta de límites la chica estaba en condiciones de cobrar tarifas muy altas por sus servicios. Efectivamente el dinero no era el problema.

- Es que...

- ¿Qué está pensando?, mientras no averigüe dónde está no hay nada que hacer, ya se lo he dicho.

- Quizá sí,..... le he dado muchas vueltas y he pensado una posibilidad.

Nadia explicó a Frederick sus planes y a medida que lo hacía éste se fue quedando de piedra.... Cuando ella terminó de explicarle todos los detalles él exclamó.

- ¡Dios mío, está usted loca!, en verdad debe querer mucho a esa chica......

(continuara)

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