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El Penal de los Lamentos (06)

en Sadomaso

Sánchez  decidió que Yulia sería la primera en el cepo y que él la encularía por primera vez en su vida delante de todos. Sólo entonces podrían los demás disponer de ella y de su orificio trasero.

El verdugo levantó la tabla superior del cepo y sumisamente la bella joven  se inclinó  y puso el cuello en el rebaje semicircular del centro mientras colocaba las muñecas en los rebajes laterales. Sánchez  le recolocó  la melena rubia por un lado de la cara y cerró el madero superior asegurándolo con un gancho en el lateral e inmovilizando así a la chica. Yulia era algo alta así que quedó con su redondo trasero por encima de su cabeza y sus largas piernas ligeramente flexionadas dejando disponible su retaguardia.

No obstante para inmovilizarla aún más le ataron por las rodillas a las patas laterales del cepo, de modo que ella quedó ahora con las piernas abiertas y en una innoble postura, como si se estuviera agachando para hacer de vientre. Ya preparada para ser penetrada Sánchez terminó de preparar a su esclava  pellizcando sus pezones con dos pinzas dentadas de las que colgaban sendos ganchos y colocando unas bolitas de plomo en el extremo de éstos.

Por supuesto la rubia Yulia protestó cuando las pinzas le pellizcaron sus sensibles senos, pero cuando le pusieron los pesos aún gritó más pues sus pezones quedaron dolorosamente deformados como dos pellejos de carne rosada. Lógicamente a cada empujón de sus violadores los pesos harían un violento movimiento pendular atrás y adelante que atormentaría los pechos de la chica todo el rato.

Sánchez se puso delante de la cara de Yulia y sacándose el pene dejó que ella se lo lamiera por su propia voluntad. Mientras tanto la morena no estaría ociosa. Uno de los verdugos le volvió a esposar las manos a la espalda y le obligó a arrodillarse tras el trasero de su compañera con la orden de comerle el coño y sobre todo de darle un largo y cuidadoso “beso negro” y así prepararla adecuadamente para la sodomía.

Yulia volvió a encargarse del miembro de Sánchez con toda delicadeza sin metérselo en la boca pues no quería que le eyaculara accidentalmente. Sin embargo no paró de lamerlo ni un momento con la intención de que se le pusiera bien gordo y tieso. Efectivamente el verdugo  disfrutaba de la lengua de su esclava mientras admiraba su preciosa espalda y trasero y se excitaba por la morbosa visión de Alina haciéndole el rimjob. Esta no había perdido el tiempo y tras lamer repetidamente el ano de Yulia y ensalivarlo bien volvió a comerle el coño para relajarle toda la zona y entonces poniendo la lengua dura empezó a sodomizarla directamente con ella. 

Consiguientemente el ano de la rubia se fue relajando y cediendo y,  poco a poco la lengua de Alina le fue entrando sin oposición. Hubo un momento incluso en que tenía una porción de ésta bien metida en el recto de la joven. Yulia suspiraba de placer mientras soportaba estoicamente el dolor de sus pezones martirizados por el incesante vaivén de las bolas de plomo.

Tras disfrutar un rato más de la chupada, Sánchez creyó que había llegado el momento de tomar por fin a esa diosa rubia por el culo, apartó violentamente a la otra y la empezó a penetrar por la vagina aprovechando que ella la tenía llena de sus propios fluidos.

Según se la empezó a follar con su enorme polla Yulia se puso a suspirar y gritar de placer. A la quinta o sexta embestida el bestia del verdugo se la había metido hasta las pelotas y empezó a empujar con todas sus ganas de modo que los pezones le empezaron a doler como el infierno. Ahora Yulia bramaba y gritaba pero no estaba claro si de dolor o de placer.

Entre tanto, los otros guardias y verdugos que ya estaban entrampados exigieron a Alina que se ocupara de ellos con su boca ya que no estaba haciendo otra cosa de provecho. Así ella empezó aquella interminable serie de felaciones antes de que le llegara el turno de ocupar su sitio en el cepo.

Mientras seguía penetrando a Yulia por la vagina, el verdugo le introdujo el dedo índice por el orificio anal y se lo siguió relajando, luego metio un segundo dedo y al de un rato pidió un dildo bien gordo para encularla con él mientras seguía haciendo el amor. Cuando le empezó a introducir ese segundo dildo los gritos de Yulia fueron aún más sonoros pues la mujer sentía perfectamente cómo su esfínter se dilataba exageradamente

- AAAYYY, AAYYY, me duele basta, basta.

Pero Sánchez no hizo caso y forzándolo con la palma de la mano consiguió metérselo de un golpe.

- AAAAAAAHHHH

Yulia sintió como si le hubieran reventado el ojete, pero el verdugo no tuvo ninguna piedad y tras follarla un poco con el dildo se lo volvió a sacar de otro tirón haciéndola gritar otra vez.

Sonriendo comprobó que ahora el flexible ano de Yulia no se cerraba tan rápido  y decidió que había llegado el momento de encularla, por eso sacó su polla y la alojó en el sumidero entre los redondos glúteos de la joven y se puso a apretar con toda su mala leche.

- No, no, cuidado, NO, me lo vas a romper, me hace mucho daño.

Pero el verdugo no paró y su grueso pene fue penetrando la cloaca de la muchacha sin piedad mientras él hincaba sus uñas en ese culo redondo y prieto y no dejaba de darle nalgadas.

- Está bien, hazlo, dijo ella apretando los dientes y aguantando el dolor. Petamelo hijoputa, reviéntalo, pero del todo, cabrón, sí, sí AAAAAAAHHHH

Efectivamente Sánchez había conseguido por fin encularla completamente y tenía su polla metida hasta las pelotas. Los que le rodeaban le vitorearon y le aplaudieron mientras él chocaba los cinco con uno de sus verdugos.

- Una virgen menos, ja, ja.

De todos modos que le hubieran petado el ano no significaba que ya no doliera, como comprobó Yulia cuando el verdugo siguió sodomizándola con toda su fuerza. La muchacha lloró de dolor durante un interminable cuarto de hora de brutal sodomía al final del cual el tipo sacó por fin su polla del recto de ella y le ayaculó una abundante lefada por el trasero y la espalda. Sudando pero satisfecho vio que Yulia ya no tenía ese esfínter virgen que volvía a su ser automáticamente  sino que en su lugar estaba esa caverna rosada que tardó un rato en ir cerrándose.

El verdugo se puso otra vez delante de ella y comprobó que Yulia tenía la cara manchada de lágrimas. A pesar de eso ella le miró sonriendo y le dio las gracias  lamiendo el glande y recogiendo así sus últimas gotas de leche.

Según terminó Sánchez, el resto de los comparecientes se fue organizando y tras formar una fila interminable dos de ellos empezaron a penetrar a la rubia, uno  por delante y otro por detrás. Ella siguió con la misma sumisión chupando la polla del siguiente y sufriendo un nuevo enculamiento gritando como una posesa. De dos en dos los guardianes fueron follándosela y eyaculándole por todas partes, en la boca, en la vagina, en el culo, en la cara. Al de un rato Yulia estaba cubierta de un apestoso bukkake de tal manera que llegó un momento que se apartaron todos y le enchufaron con una manguera para continuar con la multiple violación……

Cuando después de tres horas terminaron de violar a Yulia, la soltaron del cepo y fue Alina la que ocupó su lugar. Como Yulia estaba literalmente agotada, su dueño se la cargó al hombro y la llevó directamente a la cámara de tortura……

…………….

Al tiempo que las dos turistas gringas eran violadas en el cepo, el alcaide la prisión fue a su despacho para recibir las nuevas visitas. Estaba ciertamente contrariado pues hubiera querido llevarse inmediatamente a Alina a su mazmorra medieval, sin embargo cuando entró en su despacho le esperaba una agradable sorpresa.

Efectivamente delante de su mesa le esperaba el juez, un hombre de unos cincuenta, delgado, apuesto y bien parecido aunque con canas. El jurista iba muy bien vestido lo cual revelaba gusto y riqueza. Los dos hombres se dirigieron una sonrisa cómplice pues, de hecho, el juez era uno de los más asiduos clientes del penal y, por cierto, un invariable usuario de las cámaras de tortura.

La sorpresa fue su sobrina, una chica menuda y delicada con cara de muñeca, pelo castaño lacio y largo hasta la mitad de la espalda y ojos verdes claro grandes y cristalinos. Era tan guapa que tenía cara de modelo de fotografía. Quizá fuera por el uniforme del colegio pero el alcaide no le echó más de 16 ó 17 años.

La chica llevaba en ese momento el uniforme de un colegio de pago religioso: zapatos negros de hebilla, medias blancas de encaje hasta la rodilla, falda roja plisada de cuadros, blusa blanca con chorreras y bolsillos castamente abotonada hasta el cuello y corbata roja y azul impecablemente anudada. La chaqueta, también azul la había colgado en una percha porque hacía calor.

Lo único llamativo del uniforme era que la falda era un poco corta, bueno, muy corta y dejaba al aire una buena porción de los muslos.

Realmente el alcaide no entendía qué hacía ella en aquel lugar aunque después de lo de las dos gringas ya se esperaba cualquier cosa.

- ¿Cómo por aquí señor juez?, y ¿quién es esta damita tan encantadora?  

- Es mi sobrina, Rebeca saluda a este señor.

- Hola ¿cómo está?

- Muy bien guapa, veo que vas al colegio, ¿qué edad tienes?.

- La semana pasada cumplió 18.

La joven Rebeca estaba un poco incómoda y se resistía a hablar delante de dos hombres mayores, se le notaba nerviosa y avergonzada y comprobó molesta que el alcaide le miraba demasiado las piernas así que hizo dos veces el gesto de estirarse la falda por supuesto sin ningún resultado.

- Bueno, señor juez, usted dirá.

- Vengo aquí, mi buen amigo, para pedirle ayuda,….. precisamente se trata de mi sobrina.

- ¿Qué ocurre?

- Antes de nada tengo que decirle que es la hija de mi hermana. Su familia vive en el campo de modo que este curso me la dejado a mi cuidado para que estudie aquí en la capital. Como sabe soy viudo, pero ella ya es mayor y no creí que le hiciera falta una figura femenina en casa teniendo a su madre. Evidentemente me equivoqué.

- Prosiga.

- Todo iba bien hasta hace unos días. El viernes pasado llegué de trabajar y me la encontré en la piscina tomando el sol en bikini y leyendo un libro.

El alcaide miró a Rebeca que estaba visiblemente ruborizada y mantenía la mirada baja, evidentemente había hecho algo muy malo.

- Al principio no le di importancia, me senté en el salón y me puse un sandwich, mientras tanto podía verla desde lejos dando vueltas tumbada en su toalla y sin parar de leer…. cuando de repente me pareció ver que….

- ¿Qué?

- Me pareció ver que se metía la mano bajo la braguita del bikini y que se acariciaba.

- ¿Se estaba masturbando?, dijo el alcaide encantado por el giro que había tomado la historia y mirando divertido  a Rebeca. ¿Es cierto, te estabas tocando, cochina?

La chica le miró indignada por el insulto y con los carrillos rojos y calientes, miró a su tío pidiéndole ayuda, pero éste no salió precisamente en su defensa.

- ¡Vamos!, di la verdad sucia, has dicho que le ibas a contar todo al alcaide, dijo con severidad.

- ¿Te tocabas? Insistió éste sin soltar la presa.

Rebeca no tuvo más remedio que decir la verdad así que afirmó con la cabeza deseando que se la tragara la tierra.

- Eso mismo fue lo que sospeché yo, así que fui a la piscina inmediatamente. Lógicamente ella, al oirme, sacó la mano rápidamente y se puso a disimular pero yo no me dejé engañar y le exigí que me entregara el libro. Ella lo ocultó todo lo que pudo y yo insistí de manera que al final no tuvo mas remedio que mostrármelo.

- ¿Qué libro era?

- Éste, dijo el juez depositando un libro sobre la mesa.

El alcaide lo cogió, sonrió y mirando de reojo a Rebeca le dijo

- “Historia de O”, vaya, vaya, un clásico,…..parece  que su sobrina aprende muchas cosas en ese colegio.

- No se ría por favor. Me lo robó de las estanterías y aunque sabe que es un libro prohibido para ella lo cogió y lo leyó. Lógicamente se lo quité y la llevé a mi despacho, no había nadie más en la casa así que después de una bronca de campeonato decidí  castigarla.

- ¿Cómo la castigó?

- Le di unos azotes en el trasero.

El alcaide frunció el ceño.

- ¿Con el bikini puesto?.

- No,…claro… antes le hice quitarse lo de abajo y le di en el trasero desnudo con la mano, ella gritaba y prometía que no lo haría más pero yo igualmente le di unas cuantas nalgadas hasta que se lo dejé rojo,….no no me pude controlar.

- Lo imagino, yo tampoco hubiera podido.

A esas alturas Rebeca ya no sabía dónde meterse.

- ¿Ese es todo el problema?, francamente no veo qué tengo que ver en esto.

- Espere que aquí no acaba la cosa, al día siguiente llegué más tarde y me la volví a encontrar en la piscina. Esta vez me aseguré que sólo estaba leyendo un inocente cómic así que me fui a mi cuarto y me di una ducha. Nuevamente el servicio se había ido así que volvimos a  quedarnos solos en la casa ella y yo. Cuando salí de la ducha me encontré por sorpresa a Rebeca sentada en mi cama vestida con una bata de baño. Yo por mi parte estaba desnudo con sólo la toalla con la que me estaba secando y me llevé tal sorpresa de que me viera así que se me cayó al suelo…..Me quedé como un imbécil delante de ella, desnudo e intentando taparme la entrepierna. Entonces vi todo aquello,…. mi sobrina había depositado sobre la cama los látigos, la fusta, la mordaza y las esposas. Me explicó que había estado hurgando en mis cosas y que había descubierto todas mis sórdidos secretos, y lo peor de todo,….que había encontrado los videos.

- ¿Qué videos?

- Los del penal

- ¿Quiere decir los videos que graba aquí cuando….?

- Sí, esos mismos.

- Rebeca me aseguró que había pasado toda la tarde viéndolos, ya sabe, en esos videos aparezco yo mismo torturando a decenas de esclavas.

- Me consta que suele hacer grabar videos de sus sesiones de tortura, pero nunca le hemos dicho nada.

- Me gusta grabarlo todo para verlo después en mi casa

- Lo sé, lo sé ¿pero, qué pasó  después?. Me tiene en ascuas

- Lógicamente ella me preguntó por el origen de los videos  y yo no tuve más remedio que hablarle de esta prisión y de lo que ocurre en ella. Contra lo que yo creía no mostró en ningún momento asco o rechazo y siguió haciendo preguntas e insistiendo en que le diera detalles.

El alcaide estaba cada vez más interesado pues empezaba a adivinar lo que pasaba por la mente de la sobrina del juez. Esta empezó a mirarle a su vez de reojo.  

- ¿Y qué pasó entonces?

- Lo que menos podía esperar, mi sobrina se quitó de repente la bata mostrándome que estaba completamente desnuda menos por un corsé de esclava  que guardaba con las otras cosas. Ya sabe, no de esos de cintas de cuero unidas por anillas. Yo me quedé de una pieza al verla así, pero lo que más me sorprendió fue su comportamiento. Ella misma se puso de pie, colocó las manos en la nuca y se me ofreció completamente como esclava. Me dijo que le habían gustado mucho los azotes y quería que lo repitiese pero más fuerte. Ahora quería que le hiciera lo que quisiera, que la desvirgara y luego que la atara y la castigara como hacía con las esclavas de los videos. Le dije que estaba loca y que qué dirían sus padres si se enteraban que me había atrevido a hacer eso con ella. Por supuesto me negué a sus requerimientos sexuales, pero tanto insistió que al final tuve que castigarla al menos por hurgar en mis cosas.  Le dije que se inclinara sobre el respaldo de una silla y le di veinte fustazos en el trasero.

- E imagino que la tenía completamente  desnuda cuando lo hizo.

- Sí claro.

- Ya,…. Esa vez tampoco se pudo controlar…. y al parecer, ella tampoco se conformó con los veinte fustazos.

- Aparentemente sí pero hoy ha sido aún peor. Estaba trabajando cuando me encuentro con que me llaman urgentemente desde su colegio y me dicen que  Rebeca le ha robado la cartera a una profesora.

- ¿Qué?, aquí el alcaide no alcanzó a entender.

- Lo que oye, naturalmente he ido a buscarla inmediatamente. Menos mal que me conocen y han tenido en cuenta que soy juez. Han prometido que por esta vez no van a denunciarla pero que la próxima vez lo harán.

- No entiendo, ¿Por qué lo has hecho pequeña?

- Yo se lo explicaré,.. agárrese,…. su plan es que la detuvieran y la condenaran  por ladrona. Me ha dicho que cuando le leyeran la sentencia iba a pedir al juez cumplir la condena en este penal y que ya que yo no quería que fuera mi esclava en casa, se convertiría en la esclava de todos los guardias del penal y de todos los pervertidos como yo que quisieran usar su cuerpo y castigarla. Al oir eso me enfadé mucho con ella y ella me contestó que no sabía por qué me enfadaba pues así yo podría venir tranquilamente aquí y hacerle todas las cosas que les hago a las otras esclavas.

El alcaide comprendió al fin y en su fuero interno maldijo a la profesora por no denunciarla. 

- Comprendo, comprendo, amigo mío, dijo mirando a Rebeca como un lobo hambriento, ciertamente es un problema grave, y ¿qué quiere exactamente de mí? ¿cómo puedo ayudarle?

- Creo que si usted le enseña la prisión a mi sobrina, ella comprenderá lo que significa que la internen en un lugar así. Esto es un infierno querida, no sabes las cosas que te harán si tienes que cumplir una condena en este lugar.

- Me temo que eso es imposible, amigo mío, no se permiten las visitas en esta prisión y menos de jovencitas inocentes como ella.

- Pero.

- Imposible le digo, sin embargo, en su fuero interno el taimado alcaide estaba pensando otra cosa, y de repente decidió cambiar el tono de la conversación. ¿Dice que le dio veinte fustazos?, ¿de verdad?, no me lo creo. Esto fue hace un par de días como quien dice y ella está ahí cómodamente sentada como si nada. Si hubieran sido veinte fustazos de verdad en las nalgas ella no podría ni sentarse.

- Le juro que fue así.

- Me gustaría comprobarlo.

- No  entiendo.

- Que nos enseñe el trasero, le han tenido que quedar marcas.

De repente a Rebeca le dio un brinco el corazón y miró al alcaide esperanzada.

- No sé, ya está un poco alterada conmigo con que si le enseña a usted más de la cuenta….

- Es sólo una comprobación.

Rebeca ansiaba que su tío le diera permiso y le miró anhelante.

- Está bien, si sólo es una comprobación, ¿tú estás de acuerdo querida?

- Sí tiito.

- Muy bien, dijo el alcaide, pues empieza por quitarte las bragas y pásamelas.

Rebeca volvió a mirar a su tío y al afirmar éste con la cabeza se levantó de la silla y se quitó las bragas sin más dándoselas al alcaide. Se trataba de unas bragas de algodón blanco bastante decentes, de niña buena,  pero el alcaide las toqueteó con los dedos y se las llevó a la nariz.

Rebeca se volvió a ruborizar.

- Lo que imaginaba, esta chica está muy caliente, esto no es precisamente pipi que se le ha escapado. Compruebelo usted mismo.

- ¿A ver?, es verdad dijo el juez oliendo insistentemente las bragas de Rebeca.

- Ven muchacha acercate a mí y dame la espalda.

Rebeca obedeció

- Ahora levántate la falda.

La chica volvió a dudar pero su tío le volvió a dar permiso sin palabras.

- ¿Así?, y la joven se levantó la falda todo lo que pudo para mostrar su trasero a ese señor desconocido.

El alcaide estaba encantado de esa deliciosa visión. Rebeca tenía un culo redondo, carnoso y respingón y por lo visto le encantaba enseñarselo a señores maduros y viejos.

Sin pedir permiso el alcaide se lo empezó a toquetear con sus dedos comprobando que lo tenía suave como la seda. Ella ni se movió.

- Es lo que yo decía, no tiene ninguna marca, ¿te duele aquí bonita?.

- No,  señor.

- Mi querido juez, le debió dar muy flojo porque no le ha quedado ni un moratón.

- Tenga en cuenta que al fin y al cabo es mi sobrina, no no pude darle más fuerte.

- Pues quizá ese es el problema.  A muchas mujeres les gusta cuando les fustigan con poca fuerza pero si Rebeca supiera lo que es ser flagelada de verdad quizá se arrepentiría de querer ser una esclava masoquista. Ahora comprendo que posiblemente  tiene usted razón, si la pequeña Rebeca contempla en directo cómo torturan a las prisioneras puede que se arrepienta y se le pasen sus fantasías masoquistas.

- Así lo creo yo también.

El alcaide se levantó de su silla sin dejar de acariciar el culo de Rebeca, para él era muy significativo que ella se dejara tocar así y tenía que hacer serios esfuerzos por que no se le notara la erección que tenía.

- Ven preciosa, inclinate sobre la mesa, quiero comprobar otra cosa.

La joven adolescente obedeció sin dudar manteniendo la falda en alto para no tapar ni un centímetro de su culo. Mientras tanto rezaba para que el alcaide se decidiera y le diera una azotaina de verdad como había dicho.

De hecho éste le siguió acariciando el trasero y en un momento dado le separó bien los dos mofletes del culo.

- Ajá, yo tenía razón, venga a ver esto.

- ¿Qué ocurre?, dio el juez levantándose para ver la entrepierna de su sobrina.     

- ¿Ve?, lo tiene brillante de sus propios jugos. Toque toque, y diciendo esto el alcaide le pasó la mano por el coño.

- Aaaaah

Rebeca no pudo evitar gemir de placer pero los hombres no le hicieron ni caso.

- ¿Lo ve?, está empapado, pero tóquela, tóquela  usted mismo y compruebelo.

- Sií es verdad y además está muy caliente.

El juez se entretuvo un buen rato tocando el coño de su sobrina e incluso le llegó  a introducir los dedos y acariciarle el clítoris y los labia repetidamente.

Rebeca suspiraba de placer, era como un sueño hecho realidad.

- ¿Cuál puede ser la razón de su excitación alcaide?

- Creo que desde que le ha dicho que iba a traerla a esta prisión ella está así, …. en el fondo es lo que ella quería.

Mientras hablaban mantenian a la joven en esa postura tan humillante.

- ¿Sabe señor juez?, mientras hablamos se me está ocurriendo una cosa. Hace unas horas han venido unas turistas que querían visitar la prisión como me está proponiendo usted.

- ¡Qué casualidad!.

- Sí, es una curiosa coincidencia, el caso es que sólo se me ha ocurrido que ya que están prohibidas las visitas de mujeres podían hacerse pasar por prisioneras, ……con su sobrina podríamos hacer lo mismo.

- ¿Qué?, no entiendo.

- Pues eso, que podríamos llevarla por la prisión como si fuera una prisionera más, por supuesto no le ocurriría nada ni nadie la tocaría, pero eso le permitiría ver todo y seguramente le disuadiría de sus locas ideas.

- ¿Me está usted proponiendo que mi sobrina sea paseada ante todos esos pervertidos desnuda y maniatada como si fuera una esclava?

- Sí, más o menos, no hay otro remedio, eso sí, tendría que permanecer en la prisión varios días para poder hacerse una idea real de lo que es ser prisionera, una semana quizá.

- De ninguna manera, no no, es imposible.

A Rebeca se le abrió el cielo

- Tiito, este señor tiene razón, creo que si veo lo que de verdad les hacen a las presas no querré que me lo hagan a mí.

- Pero, pero, no puede ser, alguien te puede reconocer y entonces sería mi ruina.

- Eso tiene fácil remedio. El alcaide se fue hacia un armario y sacó un capuchón negro de cuero y metiéndole la mano por dentro le dio su forma original.

- ¿Qué, qué es eso?, preguntó el juez.

- Es una reproducción de una máscara infamante. En la Edad Media se les ponía a las mujeres que eran castigadas en público para aumentar su humillación y que el pueblo no les tuviera miedo. Se solía utilizar especialmente con las brujas. Normalmente se les obligaba a pasear por las calles de la ciudad completamente desnudas mientras se les azotaba o se les laceraban las carnes con hierros al rojo vivo y con esto en la cabeza. A menudo se les llevaba así hasta el cadalso para torturarlas o ajusticiarlas. Como ven ésta tiene orejas y hocico de cerdo, la única diferencia es que el original era de hierro y esta es de cuero. Si la lleva puesta Rebeca nadie la reconocerá.

De pronto la joven se incorporó.

- ¿Me deja verla?

Y tomándola en sus manos le dio un par de vueltas y sin dudar se la puso en la cabeza.

- ¿Lo ve? Dijo el alcaide. Nadie sabrá que es ella.

- No sé, el caso es que….

- Vamos, decídase, es la única solución.

- ¿Tú estás de acuerdo Rebeca?

- Sí tío, dejame una semana al cuidado de este señor y estoy segura de que no volveré a hacer nada malo, me portaré bien, ya verás.

(continuará)

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