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Paraíso de Masoquistas (05)

en Sadomaso

....Varios días después, Nadia volaba hacia El Kemed en busca de su amada Luba.  Esta vez, y en contra de su costumbre, se vistió de manera muy sobria y nada llamativa: pantalones vaqueros largos, camiseta  cerrada hasta el cuello y un chaleco que disimulaba sus generosos pechos. El pelo recogido en una coleta y las gafas de sol también contribuían a ocultar su preciosa cara.

Evidentemente, Nadia no quería levantar sospechas y mucho menos dar el menor motivo para ser detenida. A pesar de eso, el oficial de la aduana la miró con desconfianza como hacía con todas las mujeres occidentales que llegaban al aeropuerto, y tras inspeccionar su valija le repitió las advertencias sobre lo que no debía hacer, especialmente mostrar desnudez en público.

Pasada la aduana, Nadia cogió un taxi y le dio la dirección del hotel donde habían desaparecido Luba y María, allí se alojaría e iniciaría sus pesquisas tratando de no levantar sospechas. Todo ocurrió sin novedad, las autoridades no se metían con aquellas turistas que respetaban las reglas.

Una vez en el hotel, la joven Nadia pasó tres días indagando discretamente sobre el paradero de Luba pero todo fue en vano. Al parecer nadie la había visto, nadie la recordaba y no había ni rastro de ella en el registro. Los camareros tampoco sabían nada de ella ni de María. Era como si se las hubiera tragado la tierra.

Poco a poco, la joven fue perdiendo la prudencia inicial. Nadia llegó a ofrecer dinero a quien le diera la más mínima pista, ....quizá se estaba arriesgando demasiado al hacer tantas preguntas.....Y sin embargo, todo era inútil, podría seguir así días o semanas y obtendría el mismo resultado.

Entonces se dio cuenta de que ya sólo le quedaba una cosa por hacer.....

Tras pensarlo mucho, la joven volvió a su habitación, se duchó y depiló las piernas. La verdad es que dudó mucho antes de decidirse a dar ese paso fatal y rezó para tener valor. Ella sabía que una vez hecho, ya no habría vuelta atrás. Durante las cuatro o cinco horas que estuvo dudando, la mujer se llegó a poner tan cachonda que antes de vestirse se masturbó encima de la cama....... y tras esto decidió salir a la calle.

Esta vez Nadia eligió un atuendo bien distinto al del aeropuerto: zapatos altos de tacón, la rubia melena suelta, los labios pintados de rojo intenso y sobre todo un delgado vestido de tirantes con un escote más que generoso y una cortísima minifalda que dejaba a la vista sus largas piernas. En su país, Nadia hubiera sido tomada directamente por una buscona a la caza de clientes, así que podemos imaginarnos el impacto que causó su atuendo en ese país de reprimidos.

La joven paseó un rato por las calles un poco nerviosa  sintiéndose observada por mil ojos. Algunos transeuntes se volvían al cruzarse con ella y murmuraban entre sí, pero durante un largo rato, ninguna persona le dijo nada ni la molestó. Evidentemente, ella buscaba y esperaba el fatídico encontronazo con la policía, pero éste no ocurrió. Entonces se dio cuenta, las calles estaban inusitadamente desiertas como si fuera a ocurrir algún acontecimiento extraordinario.

De pronto Nadia  oyó algo a lo lejos, al principio le pareció como un trueno pero luego se dio cuenta de que era el sordo rumor de una muchedumbre que vociferaba .

- ¿Qué demonios pasa?, se preguntó, y atraída por el bullicio se aproximó sin dudar hacia él.

No cabía duda, el ruido venía de una gran plaza. A medida que se acercaba, ese sonido amenazante  se hizo más intenso y ensordecedor. La joven se preguntó intrigada qué era todo aquel jaleo y al llegar allí observó entre escalofríos que se trataba de una ejecución. Probablemente las autoridades no lo habían previsto así, pero en las últimas semanas, el espectáculo de castigar a las turistas inmorales en público se había hecho cada vez más frecuente y popular. La gente lo tomaba ya como un cruel entretenimiento.

En este caso iban a castigar a  dos bellas mujeres orientales, delgadas y bajitas pero de pechos generosos. A primera vista parecían japonesas.

Esperando a que empezara la ejecución, los verdugos las habían tenido atadas a unos postes completamente desnudas, a merced de todos los que quisieran tocarlas y abusar de ellas. En ese momento a las dos les estaban terminando de afeitar la cabeza y el pelo caía a mechones a sus pies. Las dos jóvenes tenían los brazos atados sobre su cabeza y llevaban escrito sobre su piel desnuda el motivo del crimen y la sentencia. En este caso se les acusaba simplemente de haber hecho top-less por lo que habían sido condenadas a tres meses de cárcel.

En cuanto se dio la orden, los verdugos desataron a las turistas japonesas y procedieron a aplicarles el castigo prescrito por el juez de la forma más lenta y cruel que fueron capaces. Las sentencias buscaban un efecto ejemplarizante, por eso el castigo tenía que ir acorde con la falta cometida. En este caso se les iba a castigar insistentemente en la parte de su cuerpo con la que habían pecado, es decir, en los pechos. Por eso, tras atarles  otra vez las manos a la espalda y los tobillos entre sí, los verdugos les pusieron unas sogas corredizas en la base de las tetas.  

Probablemente el juez se inspiró en el hecho de que las dos eran de pecho abundante. Eso facilitó el trabajo a los sádicos verdugos  que pudieron ajustarles las sogas a la perfección y tras tirar de los nudos corredizos les dejaron los pechos como redondos globos violáceos.

Nadia se empezó a poner cachonda pues adivinó lo que venía ahora. La gente estaba tan absorta en la ordalía que ni siquiera se fijó en ella por lo que la muchacha pudo ver todo el martirio de las niponas tranquilamente.

Tras amordazar a las dos japonesas con ballgags las condujeron hasta debajo de un dintel de madera soportado por dos pies verticales y entonces los verdugos empezaron a izarlas a las dos a la vez  colgando solamente de las tetas.

El público bramó excitado de ver cómo las levantaban en el aire colgando  de sus senos.

-MMMMHHH, MMMMH

Las jóvenes gemían pataleando con el gesto crispado de sufrimiento. Haciendo mucha fuerza, los verdugos  las levantaron en el aire cerca de un metro y las dejaron colgando de sus pechos un buen rato oscilando en el aire como dos fardos.

A las dos los pechos se les deformaron de tal manera que parecía que se les iban a desgarrar o que iban a reventar. Nadia ni siquiera tuvo que imaginar el dolor que sintieron esas dos muchachas pues podía ver perfectamente su rostro desfigurado por el sufrimiento y oir sus gritos desesperados entre el clamor de la muchedumbre.

Tras un interminable minuto colgando de los pechos ya casi morados, los verdugos volvieron a bajarlas hasta que los pies de las dos condenadas tocaron malamente el suelo con las puntas de los dedos. Las dos tenían el rostro surcado de lágrimas y respiraban agitadamente a punto de perder el sentido mientras las babas y mocos caían de su boca.

Entonces dos verdugos a la vez se pusieron a darles latigazos en las tetas con unos pequeños látigos de colas impregnados de sal y vinagre. Los hombres golpeaban con rabia y fuerza, y si no hubiera sido por las capuchas se les hubiera visto el brutal gesto de sádicos que ponían al golpear.

- MMMMHHH, MMMMHH

Las dos condenadas volvieron a chillar  indefensas mientras los látigos les golpeaban los pechos sin misericordia dejando un rastro sanguinolento de escozor. Aquello debía doler como el infierno, y a Nadia  le empezaron a cosquillear las puntas de sus propios senos. La tela de su vestido era tan delgada que se le adivinaban sus gruesos pezones ahora empitonados, pero nuevamente nadie reparó en ella.

Entre tanto, la tortura de las chicas japonesas continuo sin pausa. Tras llenarles los pechos de marcas e incluso hacerles sangrar en algunos puntos, los verdugos tiraron de las sogas otra vez y levantando sus cuerpos, volvieron a colgarlas de las tetas, esta vez durante dos interminables y angustiosos minutos.

Este proceso lo repitieron varias veces con suma crueldad provocando un inenarrable sufrimiento a las dos muchachas que se habían atrevido a mostrar sus senos en público. Por fin, tras subirlas y bajarlas más de diez veces de los pechos, las dejaron colgando un rato aún más largo.

Fue entonces cuando uno de los policías que merodeaba por allí se fijó en Nadia y corrió a decírselo a su oficial que no era otro que el teniente Mahmud. Éste vio también a la mujer y escoltado por dos policías armados acudió presto a detenerla.

- A ver usted, la documentación.

Nadia se sorprendió al oir la autoritaria voz del policía y estuvo a punto de mearse allí mismo de excitación.

- No, no la llevo encima.

- ¿Es que no le da verguenza ir así por la calle?, ¿Acaso no le han advertido de que está prohibido exhibirse de esa manera?.

- No, no.... yo no sabía.

- Todas estas putas son iguales, detenedla.

Los guardias atraparon brutalmente a Nadia y rápidamente le esposaron las manos a la espalda. La joven no se resistió pero mientras la ataban experimentó múltiples escalofríos de placer recorriendo todo su cuerpo. Ahora sí que no había marcha atrás y ella sabía perfectamente lo que le esperaba......

Entre tanto, en el patíbulo los verdugos ya habían descolgado a las condenadas para aplicarles otra tortura. Aunque las dos muchachas estaban casi desfallecidas no las dejaron descansar casi nada. En su lugar las obligaron a arrodillarse y tras ajustarles las tetas en unos cepos con rebajes semicirculares cerraron sobre ellas la pieza superior dejándolos así atrapados. Hecho esto las mujeres tuvieron que poner la cara sobre otro rebaje circular del madero superior y les ataron el cuello a la madera para que no pudieran moverse.

Las dos quedaron así con los senos atrapados por el cepo de una forma extraña, como si esas mamas ya azuladas y llenas de marcas de latigazos no fueran suyas sino extraños globos de carne. A esas alturas a las dos les dolían tanto los pechos, que hubieran deseado que se los amputaran, sin embargo, lo peor estaba aún por llegar.

Los verdugos siguieron el tormento con la que tenía los senos más generosos. Antes de empezar,  un sayón le untó las tetas con miel gracias a un pincel, lo hizo con cuidado y sin apresurarse lo más mínimo hasta que le dejó los pezones empitonados de tanto acariciárselos con las cerdas del pincel. Al de un rato los senos de la joven estaban cubiertos de una viscosa capa de miel que goteaba lentamente de la punta de los pezones ahora muy gruesos y extraordinariamente hinchados.

 Cuando terminó, otro verdugo trajo una gran caja de plástico transparente y la encajó delante del cepo cubriendo totalmente  sus brillantes pechos. La caja quedó fija al cepo gracias a unas pinzas metálicas.

Por último alguien trajo una bolsa de plástico con dos enormes avispas  de casi cinco centímetros de longitud y las mostró al público que vitoreó entusiasmado adivinando el bárbaro castigo. Las dos chicas  también lo adivinaron y pusieron un desesperado gesto de angustia.

- Después de esto a estas dos no se les volverá ocurrir enseñar las tetas en la calle, os lo aseguro, dijo el verdugo al público mostrándoles los monstruosos insectos.

Y entonces tras agitar a las avispas un buen rato y dar varios manotazos a la bolsa, las soltó por un agujero dentro de la caja transparente cerrándola tras de sí. Lógicamente las avispas respondieron furiosas y cabreadas y tras aletear rabiosas dentro de la caja se terminaron posando sobre los pechos de la joven mordiendo y picando con toda su rabia.

Su compañera de martirio vio aterrorizada cómo la joven nipona gritaba de sufrimiento a grito pelado mientras las dos avispas hacían de las suyas en sus tetas y especialmente en sus pezones. Entonces le empezaron a untar a ella misma los pechos con miel y la joven gritó histérica al ver  que traían  otra bolsa con otras dos avispas gigantes. ...

En lugar de llevársela directamente de allí, el oficial dejó que Nadia lo viera todo y así se hiciera una idea de los suplicios  que le esperaban.

Las dos jóvenes japonesas perdieron el sentido tras varios minutos de sufrir los mordiscos de las avispas. Entonces les sacaron las cajas y les abrieron los cepos.

Viendo que ya habían acabado con los insectos gigantes, el oficial ordenó que se llevaran de allí a Nadia.

Entre los insultos del público los policías arrastraron a la muchacha  hasta los aledaños de la plaza y allí la metieron con brutalidad en un coche celular. Justo en ese momento traían a la plaza dos grandes cruces de madera  mientras las chicas japonesas recuperaban la consciencia gracias a un frasco de sales.

- Vamos, deprisa, dijo el oficial al subirse al coche.

Mientras llevaban a Nadia a la fortaleza medieval del Krak, la policía siguió el protocolo previsto en estos casos y registró la habitación de la joven requisando su equipaje y borrando las pruebas de que ella se había alojado allí.

Una vez en el coche de la policía, a Nadia le vendaron los ojos como medida adicional de seguridad. Seguramente era exagerado pero en las últimas semanas la policía se había vuelto quisquillosa.

Las autoridades del Kemed pensaban que sus bárbaros decretos iban a inhibir a las turistas occidentales a viajar a su país o bien que éstas iban a comportarse con más decencia. Sin embargo, no había ocurrido ni lo uno ni lo otro, y el número de detenciones, lejos de aminorarse, se había incrementado en las últimas semanas.

Paralelamente los gobiernos y organizaciones internacionales de derechos humanos habían estado presionando al gobierno  del Kemed de todas las maneras. Mientras tanto, los medios de comunicación mundiales no dejaban de criticar sus nuevas leyes revolucionarias. Sin embargo, eso no les impedía difundir por todo el mundo sus crueles ordalías casi sin censurarlas, simplemente pixelando el sexo de las condenadas. Así de paso ganaban una fortuna emitiendo aquellas morbosas imágenes.

Sea como fuere, durante las dos horas que duró el viaje, Nadia no pudo saber por dónde la llevaban. Supuso que para desorientarla más aún, el coche dio un largo rodeo.

Cuando llegó a su destino los guardias la hicieron bajar del vehículo y para cuando le quitaron el antifaz sólo pudo ver que estaba ya dentro de la fortaleza, en un patio rodeado de altos muros de piedra y plagado de polícías armados.

Mientras el teniente  gestionaba su ingreso en la prisión, a Nadia la dejaron esperando un buen rato en el patio custodiada por varios hombres armados. Así la bella joven tuvo oportunidad de ver lo que el Coronel Ahmed había preparado en aquellas semanas. Lo que vio le produjo una profunda excitación.

En un lateral del patio, el Coronel había mandado instalar hasta veinte cruces de madera. Eran cruces en forma de tau tan altas como una persona. Además todas las cruces sin excepción tenían colocados dos falos largos y curvos a media altura del poste vertical a poco más de un metro del suelo. Nadia sabía lo suficiente de crucifixiones para llamar al cornu por su nombre. Sin embargo, aquel era un cornu doble, especial para los dos orificios de las mujeres.

Cuando las quince animadoras fueron crucificadas en público se lo hicieron en cruces altas con los pies a más de metro y medio de altura para que la gente pudiera verlas bien. Sin embargo, en la prisión preferían ese tipo de cruces bajas con el fin de que los verdugos tuvieran un cómodo acceso al cuerpo de las víctimas en todo momento.

Por supuesto, al lado de las cruces en tau había otros postes verticales con grilletes, hasta siete cruces en aspa y aparatosos caballetes de madera que sostenían dinteles a más de dos metros de altura, con juegos de grilletes colgando a intervalos.

Tanto delante de los postes como de las cruces había dos largos maderos de los que colgaba una gran variedad de látigos, fustas y palas. También había una panoplia de la que pendían una serie de tétricos objetos metálicos: pinzas, tenazas, alicates, etc.. Todo aquel instrumental parecía estar a medio camino entre las herramientas de un carpintero, las de un cirujano   y las de un verdugo de la Edad Media.

Por último, en perfecto orden se encontraban  varias picanas eléctricas, dildos,  electrodos y transformadores así como multitud de cables rojos y azules que salían de ellos.

Estaba claro que todo aquello no estaba diseñado para una o dos condenadas, sino para castigar a la vez a un número más alto de prisioneras. Hay que tener en cuenta que, como decimos, el número de reclusas había aumentado mucho y las torturas y castigos se practicaban a diario en el Krak muchas veces en presencia de las demás prisioneras a las que se hacía formar en el patio para verlo.

La joven masoquista se puso muy caliente al comprender todo aquello. En el fondo, ya estaba familiarizada con toda esa parafernalia. Bueno, con toda menos con la crucifixión. Nadia deseaba desde hacía tiempo experimentar en carne propia los “placeres” de la crucifixión y así se lo había pedido a sus sádicos torturadores allá en Francia. Sin embargo, hasta el momento nunca lo habían practicado con ella. A la joven le dio por pensar otra vez en Luba y se preguntó muy excitada si ya la habrían crucificado alguna vez en aquel patio.

De pronto se oyó un ruido y dos verdugos sacaron a una mujer al patio entre risas y chanzas. Los dos tipos iban con el torso desnudo y pantalones largos de camouflage mostrando unos torsos  fornidos y depilados. Normalmente en público se ponían capuchones, pero en la prisión los verdugos andaban a cara descubierta.

A la mujer  la traían totalmente desnuda y cargada de cadenas con grilletes en muñecas y tobillos. La joven tenía un precioso cuerpo pero la forma en que le habían colocado los grilletes le hacía caminar encorvada y dando unos ridículos pasitos cortos. Lógicamente las tetas y las nalgas le temblaban como flanes mientras un interminable hilo de baba le caía del ballgag.

Profundamente humillada al estar en presencia de otra mujer vestida, la joven miró brevemente a Nadia, pero los dos verdugos no le dejaron pararse ni un momento y tirando de ella, la llevaron directamente hasta los postes.

Allí uno de los verdugos le fue abriendo los grilletes mientras otro se dedicaba a escoger uno de los látigos, era evidente que la iban a castigar en ese mismo momento.

- ¿Qué ha hecho?, preguntó Nadia al guardia que tenía al lado.

- Nada en especial, simplemente han hecho un sorteo y le ha tocado.

- ¿Qué?

- Lo que oyes, normalmente aquí se castiga a las prisioneras que han realizado alguna falta, pero cuando no hay ninguna, se echa a suertes entre todas. El Coronel dice que es bueno para mantener el orden, ja, ja, ya te irás acostumbrando.

- ¿Y qué le van a hacer?.

- Bueno, en el fondo ésta ha tenido suerte, lo normal cuando te llevan al patio son unos latigazos y luego la crucifixión, las otras torturas más fuertes se practican dentro, en las mazmorras. Esa estará en la cruz todo el tiempo que lo soporte sin perder el conocimiento,... tres o cuatro horas seguramente. El tipo miró hacia lo alto pues el sol pegaba fuerte. Si le damos agua puede que aguante aún más tiempo.

Nadia sintió que se le mojaba toda la entrepierna sólo de oir la frialdad con la que hablaba el guardián.

Entre tanto a la joven que iban a castigar ya la habían atado a los postes con los brazos y piernas muy abiertos y apretando bien las sogas ahora su cuerpo parecía aún más bello.

A Nadia le sorprendió la sumisión de ella. La chica no ofreció ninguna resistencia mientras le maniataban, ni pidió piedad en ningún momento, es más, se diría que su rostro mostraba excitación pero no miedo. Los verdugos también siguieron con su trabajo como si fuera algo rutinario. Tiraron de las cuerdas resoplando y haciendo fuerza y ella quedó suspendida en el aire colgada de los brazos exageradamente estirados y con las piernas separadas y atadas a los dos postes verticales.

Una vez atada, los verdugos no se dieron ninguna prisa, al fin y al cabo tenían todo el tiempo del mundo. De hecho, uno de ellos se puso a acariciarla e incluso la masturbó unos minutos acariciándola con los dedos en su sexo depilado mientras ella se retorcía de placer.

En esto volvió el oficial que ya había advertido al Coronel Ahmed del nuevo ingreso y le había entregado la documentación de Nadia.

- Vamos, llevad a la nueva a la enfermería, ordenó Mahmud, el médico ya ha sido advertido y la está esperando.

- Un momento, mi teniente, ¿se ha fijado en el vestido que lleva?. Es de buena calidad, seguro que cuesta una pasta.

- Sí  ¿y qué?

- El médico siempre tira la ropa a la basura después de hacerla jirones con unas tijeras y así no aprovecha a nadie, podríamos ir a medias, yo la venderé.

El teniente miró a la chica y afirmó con desgana.

- Esta bien, pero date prisa.

Entonces el guardia le abrió las esposas de una de las muñecas.

- Tú, ¡quitate el vestido!, rápido, le ordenó agarrando de uno de los tirantes.

Nadia se sorprendió de lo que le pedían, pero ni siquiera hizo ademán de negarse, al contrario, miró a los hombres muy excitada, se bajó la cremallera y en un santiamen se quitó el vestido entregándoselo al guardián, después  los zapatos, y luego, aunque no se lo pidieran, hizo lo mismo con el tanga. La joven Nadia sintió un escalofrío de placer al desnudarse delante de todos aquellos hombres y ver cómo la miraban las tetas. Nadia tenía unos pechos algo grandes y tiesos pero muy bellos y proporcionados y coronados por unos pezones gruesos de anchas aureolas rosadas. Desde luego los guardias no recordaban haber visto tanta belleza en las otras prisioneras.

De todos modos lo que más sorprendió a los guardianes fue ver cómo ella misma cruzó las manos a la espalda y se volvió a cerrar las esposas. Entonces les volvió a mirar a los ojos desafiante.

- Vamos,...llevádsela al médico de una vez, dijo el teniente Mahmud  un tanto desconcertado del comportamiento de la joven y empalmado al verla desnuda.

Antes de entrar en uno de los edificios Nadia oyó a su espalda los primeros latigazos y los gemidos de la chica y no pudo evitar volverse.

- Vamos, camina, ya te tocará a ti, le dijo el guardia dándole un empujón.

El médico de la prisión parecía más bien un matasanos con bata blanca.

Al ver cómo traían a esa belleza escultural ya desnuda esbozó una sonrisa lujuriosa y ordenó que la prepararan para el examen. Para ello la recostaron en una silla de ginecólogo, con las piernas abiertas y levantadas.

- ¡Menudo ejemplar!, dijo el rijoso médico acariciándole los dos muslos a la vez y sin parar de mirarle las tetas. Entonces armado de un speculum ese tipo se puso a urgarle en el sexo, operación desagradable en la que ella pudo sentir perfectamente  el frío metal en sus entrañas. El tipo le hizo además bastante daño mirando vete a saber qué y venga a tocarle en la entrepierna con sus asquerosos dedos.

Cuando terminó con el speculum, cogió un poco de crema de afeitar y tras embadurnarla con él, le afeitó todo el pelo del coño con una cuchilla, dejándoselo completamente calvo.

Mientras le afeitaban, Nadia cerró los ojos y gimió de placer por los continuos toqueteos y al sentir el filo de la cuchilla rozando su sensible piel.

Por supuesto, los dos guardianes y el teniente Mahmud no sólo no se marcharon sino que curiosearon todo lo que les dio la gana haciendo comentarios a cual más soez y rijoso sobre el cuerpo de Nadia. Por supuesto a la joven se le puso el clítoris tieso de tanto tocar y mirar, y los guardias comentaron en alto que sin duda la nueva era una de las más putas que habían entrado en la prisión.

El presunto médico terminó el examen también empalmado.

- Antes del ingreso hay que limpiarle bien por dentro y por fuera, ya sabéis cómo. 

Lo de la limpieza fue aún más desagradable que lo del especulum. Tras bajarla de la silla, los guardias hicieron que Nadia se pusiera de rodillas, inclinase el cuerpo hacia delante y pegara la cara en el frío suelo de terrazo. Sus pechos se posaron también en el  suelo mansamente como dos grandes flanes. Una vez en esa innoble postura le hicieron que mostrase  bien el agujero del culo separando las nalgas con las manos aún esposadas.

- Sí que es una puta, dijo el médico mientras le terminaba de depilar por detrás y le abría el esfínter del ano con los dedos. Por este culo han debido entrar ya todas la pollas de su jodido país.

- Sí, ja, ja, mira cómo se le abre, lo tiene muy cedido. Los guardias reían divertidos mientras Nadia exponía sin recato hasta la parte más íntima de su bella anatomía.

Entonces el médico se llegó hasta ella con una enorme jeringilla de plástico y metiéndosela por el agujero del culo le introdujo un enema.

- AAaaaah

Nadia sintió el líquido caliente entrando por sus entrañas y suspiró de gusto con los ojos cerrados. El tipo se tomó su tiempo empujando lentamente el émbolo y repitió la operación unas cuantas veces hasta meterle no sé cuantos litros por el trasero. Una vez terminó, le sacó la jeringa y le introdujo por el culo un grueso tapón anal advirtiéndola que lo mantuviera en el agujero y no lo soltara bajo ningún concepto.

Hecho esto la hicieron incorporarse y tras soltar sus esposas la volvieron a esposar pero esta vez con las manos por delante.

A Nadia la llevaron entonces hasta un sumidero y la colgaron encima de él de brazos y piernas quedando con estas últimas incómodamente separadas. Por último la amordazaron con una bola de goma y la dejaron un buen rato colgada, esperando que el enema hiciera su efecto.  

Efectivamente, en unos minutos y en esa postura la joven sintió unos dolorosos retortijones y unas horribles ganas de hacer de vientre, pero a pesar de eso siguió haciendo fuerza con el esfínter en el tapón anal para impedir que se le saliera.

Los guardias siguieron riéndose de ella y de sus desesperados intentos por no ponerse a cagar allí delante de ellos.

Nadia sabía perfectamente lo que significaba eso. El enema no sólo servía para limpiarle el conducto trasero y prepararla así para la sodomía sino que también significaba que empezarían a torturarla en poco tiempo. Por experiencia la joven sabía que, durante la tortura, la paciente puede perder el control  de sus esfínteres  y cagarse en medio de todo, lo cual resulta desagradable para muchos verdugos.

- Parece que esto ya está,  dijo el médico palmeándole en el vientre. Entonces le extrajo el tapón anal. Vamos, preciosa, ya puedes echar toda la mierda que tienes dentro.

Efectivamente y casi sin hacer fuerza, un chorro de líquido  marrón le salió a presión del culo cayendo directamente en el sumidero.

La joven sintió otra vez esa agradable liberación pues tenía los intestinos ciertamente doloridos, aquello había dejado de ser humillante hacía mucho tiempo.

Los guardias se rieron de ella mientras se tapaban la nariz y dejaron que Nadia echara todo el líquido y pedorreara repetidamente hasta soltar todo lo que tenía dentro.

Entonces uno de ellos cogió una manguera y tras enchufar a la joven y quitarle toda la mierda de encima con agua a presión hizo lo mismo con el líquido del sumidero hasta que no quedó ni rastro.

Sin dejarla en paz ni un momento, el médico se acercó a la prisionera con un dildo metálico enchufado a una manguera y metiéndoselo por el coño y luego por el culo le volvió a introducir agua a presión.

Tras volver a limpiarle sus dos agujeros, los dos guardias cogieron unos cepillos de púas y tras enjabonar a la joven le frotaron bien por todo el cuerpo hasta dejarle la piel enrojecida.

La limpieza con los cepillos de  púas fue tan brutal y dolorosa que Nadia gritó todo el rato de dolor. Los guardias no pararon de reir mientras le frotaban la piel con toda su mala leche y cuando terminaron de hacerlo le volvieron a dar otra rociada de agua fría a presión, probablemente más larga de lo que ella hubiera necesitado.

El caso es que en unos minutos los guardias tenían preparada a la nueva reclusa, limpia y depilada, en perfecto estado de revista para ser presentada al coronel Ahmed. A Nadia la descolgaron y le ataron los brazos a la espalda. Esta vez no le pusieron las esposas sino que le ataron con una larga soga con toda tranquilidad y cuidado como si fuera un pequeño shibari.

Las muñecas y antebrazos bien atados entre sí y lo mismo los codos y los bíceps. La cuerda sobrante la usaron para pasarla entre las nalgas y los labia bien apretada contra su sexo y luego simulando una retícula en su torso. Nadia tenía así los brazos y omoplatos incómodamente juntos entre sí y eso le obligaba a arquear el torso de modo que sus prominentes y redondos pechos se realzaron aún más. Sonriendo con lujuria, los guardias le fueron anudando la soga en la base de los pechos haciendo que la piel de éstos se tensara  y los pezones se le empitonaran.

Nadia cerró los ojos y suspiró de placer al sentir la presión de la soga sobre su sensible piel y cómo los nudos se le clavaban aquí y allá.

Luego con cuidado le pusieron un dogal de cuero en el cuello y apretaron ligeramente .

Los guardias comentaron entre sí cómo la nueva tenía los pezones llenos de arruguitas y los labia ya le brillaban otra vez por la humedad. El teniente Mahmud no dejó  de preguntarse si esa tía no había salido a la calle vestida de puta precisamente con la intención de que la detuvieran y le hicieran todas esas cosas.

- Estas turistas están locas, dijo cabeceando, pero eso sí, el tipo tenía una erección perfectamente perceptible  bajo sus pantalones. Vamos y ahora llevadla a ver al Coronel, ya es tarde.

(continuará)

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El Mariscal del Infierno (04)

El Mariscal del Infierno (03)

El Mariscal del Infierno (02)

El Mariscal del Infierno (01)

Silvia la sádica (13)

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El secuestro de mi mujer

Club X (y 3)

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Club X (01)

Castigo de dos novicias impuras (y 5)

Castigo de dos novicias impuras (4b)

Castigo de dos novicias impuras (4a)

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Castigo de dos novicias impuras (1)

Sakura y el Señor Ito (5)

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Sakura y el señor Ito (3)

Campo de Concentración para Esclavas (14)

Sakura y el señor Ito (2)

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Campo de concentración para esclavas (13)

El Sacrificio

Campo de Concentración para Esclavas (12)

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Alba (6)

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Este profe sí que sabe

Vacaciones de Semana Santa (y 5)

Vacaciones de Semana Santa (4)

Sadismo en el internado

Quien tiene una amiga tiene un tesoro (y 04)

Quien tiene una amiga tiene un tesoro (03)

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Quien tiene una amiga tiene un tesoro

Model Call (02)

Model Call

Esclavas Crucificadas (8 y final)

El Capitán Trueno. Sigrid en peligro

Esclavas Crucificadas (7)

Esclavas Crucificadas (6)

Esclavas Crucificadas (5)

Esclavas Crucificadas (4)

Esclavas Crucificadas (3)

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Esclavas Crucificadas (1)

El Museo (6 y final)

El Esclavo (2)

Vacaciones de Semana Santa (3)

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Vacaciones de Semana Santa (2)

El Museo (5)

Vacaciones de Semana Santa (1)

Otra vez Heidi

El Museo (4)

El Museo (3)

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El Museo (1)