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Silvia la sádica (04)

en Sadomaso

Esa noche Silvia no pudo pegar ojo pensando en el castigo que le administraría Quinto al día siguiente y se pasó toda la noche masturbándose. Supuso que sería algo especialmente duro y perverso y efectivamente no se equivocaba.

 

Al día siguiente, Scila fue a despertar a Silvia como solía, pero esta vez no siguieron la rutina de siempre.

 

- Aseaos y tomad algo mi señora, le dijo con seguridad Scila, luego tengo que bañaros....recordad que tenéis que obedecerme.

 

A Silvia no le apetecía hacer eso y miró con dureza a Scila, ¿cómo se atrevía?, pero había prometido a Quinto que obedecería y lo hizo.

 

Scila terminó de bañarla, pero en lugar de vestirla como de costumbre trajo una soga para atarle las manos a la espalda.

 

Silvia protestó al ver la soga, y al principio se resistió, pero finalmente dejó que su esclava le atara las manos,.... el juego era el juego.

 

Scila lo hizo con fuerza y, ¿por qué no decirlo?, con un poco de rabia, pues no se limitó a atarle las manos. La soga era larga, lo suficiente para rodear la base de sus dos pechos, su cintura, atar los codos entre sí y las muñecas a la cintura de modo que Scila se la fue pasando por todo el cuerpo haciendo un nudo tras otro lenta pero concienzudamente.

 

Silvia se dejó atar y sintió un placer creciente por ello. Al de un rato sus pechos aprisionados por la áspera soga adquirieron un color azulado y una creciente sensibilidad. Hecho esto, Scila le puso un antifaz en los ojos como le había indicado Quinto y casi por sorpresa la amordazó con un palo de madera metido transversalmente entre los dientes y atado a la nuca.

 

La joven patricia intentó resistirse cuando la amordazaron, pero ya no pudo hacer nada. Entonces, Scila llamó a Filé y Varinia para que le ayudaran.

 

A esas alturas, el juego había dejado de gustar a Silvia, así que la joven mostró toda la resistencia que pudo, pero las esclavas la arrastraron a la fuerza por los pasillos de su palacio atada y en pelotas. Bajando unas escaleras la llevaron hasta un lugar húmedo y frío como Quinto les había indicado que hicieran. Una vez allí la obligaron a sentarse en el suelo y le retuvieron las piernas para evitar que pataleara mientras le ataban los tobillos a los extremos de un madero de un metro de largo.

 

Por fin lo consiguieron y dejaron a Silvia en paz en el suelo, pero entonces la joven notó que algo tiraba de sus pies primero por el suelo y luego hacia arriba. Silvia oyó a sus esclavas bufar y respirar fuerte mientras una poderosa fuerza tiraba de ella. Entonces comprendió horrorizada lo que le iban a hacer. Poco  a poco, y con mucho esfuerzo, las tres esclavas consiguieron tirar de sus piernas y de todo su cuerpo hasta que la dejaron colgada cabeza abajo a pocos centímetros del suelo de modo que el pelo de Silvia rozaba éste.

 

Silvia gemía tras su mordaza ordenándoles desesperadamente que le bajaran, pero de nada le servían ya sus gritos y órdenes. Cuando por fin consiguieron auparla, ataron fuertemente el final de la cuerda y las tres esclavas abandonaron a su ama en la bodega fría y oscura oscilando como un pèndulo. Una vez fuera, cerraron la puerta para no oír sus gemidos, pero antes de eso, Scila comentó a Filé que Quinto vendría cinco horas después a torturar a su ama.  

 

Efectivamente Quinto tardó lo que a Silvia pareció una eternidad. La mujer estaba muerta de frío, colgada cabeza abajo completamente desnuda y maniatada con calambres y un molesto hormigueo en varias partes de su cuerpo. Sin embargo, también estaba muy caliente pues en su calenturienta imaginación fantaseó con la idea de que estaba en las mazmorras del pretorio esperando a su verdugo.

 

Por eso, cuando tras una interminable espera oyó abrirse la puerta de la bodega, la joven sintió una mezcla de miedo y excitación.

 

Quinto se sintió muy complacido de ver así a su noble víctima, esperándole completamente desnuda e indefensa. El hombre se había quitado toda la ropa para disfrutar plenamente de la bella patricia, pero no venía solo pues le acompañaban las tres esclavas, Scila, Varinia y Filé a las que había ordenado que también se desnudaran  y le siguieran en silencio.

 

Silvia asintió complacida al sentir el inconfundible olor del sexo del centurión a pocos centímetros de su nariz y empezó a suspirar cuando alguien empezó a lamerle el coño. Ella supuso que era Quinto, pero en realidad era Scila.

 

En ese momento Quinto se había retirado de su lado y se limitaba a disfrutar la tierna escena mientras Varinia y Filé permanecían arrodilladas a sus pies lamiendo su pene las dos a la vez y en silencio.

 

Scila llevaba acumulada mucha rabia contra su ama. Siempre la había querido pero ahora se había convertido en un ser cruel y sin corazón. La esclava se sentía traicionada y dolida, ella la había tratado siempre como una hermana mayor y no se merecía eso, por eso, en un momento dado dejó de lamerle y en un rapto de rabia mordió el labio vaginal con toda su fuerza haciendo que Silvia gritara de dolor.

 

Quinto no le había ordenado nada parecido, fue una reacción visceral de rabia,  pero aquello le sorprendió agradablemente. Por eso, con gestos le indicó que siguiera castigándola en la entrepierna, primero con dolorosos mordiscos y después con un látigo de colas. Scila obedeció de buena gana y se puso a darle de latigazos entre las dos piernas. Totalmente indefensa y desorientada, Silvia sufrió ese tremendo castigo retorciéndose de dolor inútilmente, gritando y pensando que era Quinto quien se lo estaba administrando. Scila le daba con rabia, insultándola para sus adentros y haciendo que su “querida ama” pagara todos y cada uno de los latigazos que ella misma había recibido por su culpa.

 

Mientras tanto Quinto disfrutaba de la doble felación. Las manos de Filé y Varinia le acariciaban el pecho y las piernas y él mismo acariciaba sus suaves cuerpos desnudos mientras se deleitaba del castigo de la patricia a sólo dos metros delante de él. Al de un rato Scila dejó de darle latigazos pues estaba muy cansada y ofreció el látigo a File. Ésta pidió permiso a Quinto por señas sustituyendo así a Scila. Antes de empezar Filé miró la entrepierna de Silvia que para ese momento estaba roja y claramente irritada de los latigazos. La bella patricia de los pechos grandes no paraba de llorar desconsolada ante sus ojos. Por un momento Filé pareció compadecerse de los sufrimientos de su ama, pero entonces se acordó de lo que ella misma había sufrido en el pretorio y apretando los dientes le empezó a dar de latigazos con toda su furia. Desesperada, Silvia volvió a gritar y retorcerse como una loca.

 

Al de un buen rato de incesantes latigazos, le tocó su turno a Varinia que quiso probar la pala de madera en el culo de su ama y luego otra vez Scila y Filé a las que Quinto entregó una bola erizada de pinchos engarzada en un palo y unas tenazas para que se ocuparan de los gruesos pezones de Silvia. Con un gesto de sus manos, Quinto sugirió a las esclavas  dónde podían usar estos instrumentos de tortura y efectivamente los utilizaron en los generosos pechos de Silvia. Desde que Scila se los ató con una soga estaban de color morado brillantes de transpiración y tenían los pezones extraordinariamente gruesos y empitonados. Filé le fue pasando la bola de pinchos una y otra vez por uno de sus turgentes pechos lo cual le hizo gritar a Silvia pidiendo piedad, entonces con un indescriptible gesto de sadismo Scila le agarró el otro  pezón con la tenaza y se lo retorció hasta casi dar una vuelta sobre sí mismo. En su agonía, Silvia debió pensar que se lo arrancaban pues gritando como una loca se orinó sobre sí misma y una película de orina cálida y amarillenta le recorrió todo el torso hasta su cara.  No obstante esto no significó que pararan de atormentarla, pues las dos esclavas se miraron sonrientes y se limitaron a seguir haciéndole lo mismo.

 

Entre tanto, Quinto agarró a Varinia, le quitó la pala de las manos y haciendo un gesto con el dedo para que guardara silencio, la apartó unos metros. Primero se besó con ella abrazándola y sobando su firme trasero con las manos. Luego el hombre se tumbó en el suelo e invitó a que la joven negrita se sentara encima de su cara. Cuando el centurión se puso a lamerle el coño y el culo, la muchacha tuvo que morderse la mano para no gritar de placer mientras veía complacida cómo las otras dos esclavas seguían ensañándose en su ama.

 

Cuando acabaron de retorcerle los pezones éstos estaban visiblemente hinchados y de color rojo intenso, entonces las dos muchachas se pusieron a darle tortazos y patadas en los pechos y en la cara y cuando se cansaron de eso empezaron a darle varazos en el trasero hasta dejarle unos feos verdugones. Silvia gritaba enloquecida a cada varazo, estaba fuera de sí y se preguntaba cuándo terminaría ese tormento tan horrible. Para ella ya estaba claro que estaba siendo torturada por más de una persona y supuso que Quinto había traído ayudantes, sólo deseaba que dejaran por un momento el castigo y se la follaran de una vez.

 

Entre tanto sus esclavas también estaban fuera de sí. Los últimos días los habían pasado muertas de miedo por los sádicos caprichos de su ama y ahora le había tocado el turno a ella. Se estaban liberando de ese terror que les oprimía y simplemente no podían parar. Cuando terminaron con la vara cogieron otra vez las tenacillas y se pusieron a cogerle dolorosos pellizcos por todo el cuerpo y las dos a la vez.

 

Así se pasaron un buen rato hasta que Quinto se cansó del juego, entonces y sin que a las esclavas les diera tiempo a reaccionar, se fue hasta Silvia y por sorpresa le quitó la venda de los ojos y después la mordaza. La noble Patricia tenía los ojos enrojecidos de tanto llorar pero pudo ver lo que tenía delante y pilló a sus esclavas in flagranti, aún con las tenazas en la mano.

 

Cuando Filé vio el gesto de reproche de su ama se dio cuenta de lo que había hecho y tiró lejos las tenazas. En ese momento un escalofrío de terror recorrió el espinazo de las tres esclavas.  Aún cabeza abajo, Silvia se puso a dar gritos exigiendo que esas tres puercas se apartaran de su vista inmediatamente.

 

El propio Quinto liberó a Silvia de sus ataduras y le ayudó a calmarse. Una hora después, ya en su triclinio la joven Patricia, limpia y vestida, hizo que las tres esclavas acudieran a su presencia.

 

Cuando entraron en el Triclinio, las tres estaban muertas de miedo pues temían una terrible venganza de su dueña. Sin embargo, Silvia no se mostró violenta en ningún momento ni pareció enfadada. Se limitó a  conversar con Quinto en voz baja y sólo de cuando en cuando hacía una mueca como si le doliera algo.

 

Tras un interminable rato sin dirigirles la palabra, sus esclavas no sabían a qué carta quedarse, estaban nerviosas y desconcertadas, finalmente Scila hizo ademán de salir de la habitación.

 

- Un momento antes de marcharte, dijo Silvia en alto y con cierta brusquedad. Quiero deciros que estoy muy complacida de lo que me habéis hecho ahí abajo así que quiero agradecéroslo como se merece, mañana tú Scila irás donde el herrero y le encargarás de mi parte que fabrique un hierro de marcar ganado con este dibujo.

 

Silvia alargó el anillo con el escudo de su familia y con él le dio unas monedas.

 

Scila no sabía a qué venía todo aquello pero su dueña pronto se lo aclaró con una sonrisa diabólica y cruel.

 

- He oído que se ha puesto de moda marcar a los esclavos con un hierro al rojo, así que dentro de una semana las tres seréis marcadas con ese hierro. Una marca en cada una de vuestras nalgas, ¿qué te parece Quinto? ¿será suficiente?

 

Las tres mujeres oyeron aquello al tiempo que les recorría el cuerpo un tremendo escalofrío de terror.

 

- Ahora sí podéis marcharos.....esclavas.

 

Las tres jóvenes salieron de allí con la cabeza baja y profundamente humilladas, la venganza iba a ser terrible.

 

Durante la semana siguiente la sádica Silvia no castigó a sus esclavas de ninguna otra manera, bastante tortura era para ellas ver pasar los días de forma inexorable hasta el día en que serían marcadas con un hierro al rojo.

 

Efectivamente y como le había ordenado su ama, Scila fue al día siguiente a donde el herrero para hacerle el siniestro encargo explicándole que era para “marcar ganado”.

 

Las muchachas estaban muertas de terror y Varinia intentó incluso escaparse una noche, pero las otras le pillaron a tiempo y le disuadieron. Filé le  explicó que había visto cómo crucificaban a Lucila y a su esclavo y después de crucificarles también les aplicaron hierros candentes sobre la piel y no una o dos veces sino muchas más. Si Varinia huía se arriesgaba a que le ocurriera lo mismo. Varinia lloraba histérica y estuvo a punto de  desobedecer, pero las otras la medio obligaron a meterse en su habitación.

 

Por fin, la noche anterior  a marcarlas, Silvia recordó a sus esclavas lo que les esperaba la mañana siguiente, les aclaró que esta vez Quinto traería a varios de sus ayudantes  y con un cruel sentido del humor les deseó que tuvieran felices sueños pues sería la última vez en mucho tiempo que podrían dormir boca arriba. Por supuesto ninguna de ellas pegó ojo en toda la noche.

 

A la mañana siguiente muy temprano acudió a la casa Quinto, el verdugo Aurelio y diez soldados más.

 

Filé fue la encargada de abrirles la puerta y al ver al verdugo numida no pudo evitar que le temblara la voz.

 

Antes de empezar, Silvia discutió los detalles con Quinto y Aurelio delante de las tres desgraciadas  y anduvo dudando un rato sobre el lugar idóneo para proceder a marcarlas. Aurelio insistió en que estuvieran completamente desnudas y atadas para que no pudieran moverse mientras les aplicaba el hierro candente y por supuesto  Quinto y Silvia estuvieron de acuerdo. Barajaron la posibilidad de hacerlo en la bodega para que nadie oyera sus gritos, pero finalmente Silvia decidió  hacerlo al aire libre en el peristilo tras la casa.

 

A una orden de Quinto, los soldados empezaron a preparar todo para hacer fuego, mientras Silvia ordenaba a sus esclavas que se desnudaran. Las tres lo hicieron ante los hombres sin parar de llorar y Varinia se puso de rodillas suplicando a su ama  que no le obligara a `pasar por tan dolorosa prueba, pero Silvia fue inflexible, ella era su dueña y nada ni nadie podía librarlas ya  de aquello. No obstante no había ninguna prisa. La venganza es un plato que se sirve frío y Silvia quiso prolongar el momento todo lo posible. De este modo hizo que los soldados terminaran de desnudar a sus esclavas y las ataran de pecho a unas columnas del peristilo con los brazos por encima de sus cabezas y los tobillos bien fijos por abajo. De este modo las tres ofrecían sus redondos traseros completamente inmóviles y sin defensa posible para deleite de su ama y de los hombres.

 

Aurelio y los demás tardaron un poco en encender fuego con unos troncos, sobre un gran brasero de bronce, pero aún tardaría en consumirse hasta formar unas brasas.

 

La espera fue muy larga y a cada momento las pobres muchachas llorosas y temblando de miedo miraban hacia atrás inquietas ante cualquier sonido o movimiento de los hombres.

 

Al de un rato los maderos ya se habían convertido en brasas. Ya era el momento de introducir el hierro de marcar en éstas, pero antes, Quinto y Silvia discutieron dónde les quedarían mejor las marcas. Por eso cogieron el hierro y probaron sobre la blanca piel de Scila colocándole el hierro frío sobre la piel del glúteo y apretando con él hasta dejar una marca blanquecina que se deshizo al momento. Scila y Varinia tenían unos traseros más amplios y redondos  de modo que una marca de ese tamaño luciría muy bien en el centro mismo de cada nalga, mientras que a File, de trasero más breve, le quedaría mejor ladeada.

 

Hasta ese momento, Scila había mantenido la compostura mientras sus compañeras no dejaban de sollozar, pero cuando el hierro frío tocó su piel, perdió lo nervios y se puso a gritar pidiendo piedad.  Eso le condenó a ser la primera en probarlo.

 

A una señal de Silvia, Aurelio sacó el hierro de marcar y tras comprobar que estaba al rojo vivo se lo acercó a la esclava a la cara para que ella también pudiera verlo bien.

 

Al ver el hierro Scila se puso a gritar desesperada que tuvieran piedad de ella, pero Aurelio se limitó a preguntar a Silvia qué nalga debía ser marcada primero.

 

- La derecha, y hazle una buena marca contestó Silvia sin mostrar ninguna piedad.

 

- Descuidad señora, y nada más decir esto Aurelio le puso el hierro en medio de la nalga apretando y dejándolo allí unos segundos. El alarido de dolor de Scila fue terrible, la mujer aulló y gritó temblando mientras un horrible siseo y el olor a carne quemada llenaba el aire. 

 

Ante el tremendo castigo Scila siguió gritando  y llorando y no pudo evitar orinárse encima. Sólo tras un rato la mujer dejó de gritar y se puso a llorar a moco tendido.

 

Con una risa de infinita crueldad Aurelio volvió a introducir el hierro entre las brasas removiéndolo bien, mientras Silvia señalaba a Varinia para que continuara con ella.

 

Esta miraba aterrorizada la marca roja ahora perfectamente perceptible en el trasero de Scila y al ver que ella era la siguiente se puso a llorar  y pedir piedad desesperada. Pero nadie hizo caso a sus ruegos. En unos segundos Aurelio sacó el hierro candente de las brasas y desoyendo las histérica súplicas de la africana le marcó con él la nalga derecha.  Varinia no era tan resistente como Scila así que tras emitir un tremendo alarido se  desmayó.

Los sádicos torturadores quedaron decepcionados por la suerte que había tenido Varinia, pero ahora le tocaba el turno a Filé cuyo cuerpo brillaba de sudor por el miedo. La esclava no dejaba de gemir con los ojos cerrados y se agarraba a la columna musitando una oración. Los dientes le castañeteaban ostensiblemente pues no podía dejar de temblar. Aurelio volvió a introducir el hierro de marcar en las brasas y lo dejó ahí un buen rato para que  se calentara bien mientras admiraba el cuerpo desnudo de la joven griega y calculaba dónde le iba a poner la marca.

 

Finalmente, cuando consideró que estaba a punto lo sacó de las brasas.

 

- Sólo así se consigue una buena marca, dijo mirando el color rojo brillante que había adquirido el hierro.

 

Y agarrando del pelo a Filé, le dijo.

 

- Míralo, esclava, quiero que lo veas bien antes de marcarte con él, adornará tu cuerpo toda tu vida.

 

Filé sintió su calor en la cara y prorrumpió en sollozos.

 

- Por favor, mi señora, tened compasión por fav...AAAAAAGGGHH

 

Filé no pudo terminar sus ruegos por la tremenda mordedura del hierro. La joven sintió un dolor insoportable que llegaba de su culo y se retorció como un animal intentando soltarse de sus ataduras gritando y llorando.

 

Silvia disfrutaba del espectáculo como una mala bestia. De hecho llevaba toda la semana haciéndolo, imaginando lo que sentían ellas a cada momento y previendo lo que iba a ocurrir. Ahora sentía las gotas de líquido vaginal deslizarse por la cara interna de sus muslos, después de ese terrible espectáculo se iría con Quinto a hacer el amor.

 

Aurelio volvió a introducir el hierro, pero antes de seguir con la segunda marca dejó que pasara un rato y ordenó a los guardias que despertaran a Varinia que aún seguía desmayada.

 

Ésta volvió en sí al recibir un balde de agua fría en la cara y en cuanto pudo darse cuenta de lo que pasaba volvió a gritar al ver cómo Aurelio volvía a remover el hierro entre las brasas.

 

- Hola preciosa, celebro que estés otra vez aquí, le dijo acercándole el hierro candente para que lo viera de cerca.

 

Aurelio volvió a marcar a las tres esclavas una tras otra arrancando de ellas gritos y lloros similares a los de antes. Cuando terminó el horrendo tormento, Silvia ya satisfecha y vengada, inspeccionó las marcas en los traseros de sus esclavas mientras oía las recomendaciones de Aurelio para tratar las quemaduras. Entonces se retiró a sus aposentos con Quinto para hacer el amor con él, pero antes ordenó que las propias esclavas fueran desatadas, sirvieran un refrigerio a los verdugos que les acababan de marcar y les atendieran en “todo aquello que éstos desearan”.  De este modo, las tres pobres esclavas tuvieron que sumar la humillación a la tortura, pues tras ser desatadas se vieron obligadas a servir a los verdugos con bebida, comida y después con sus propios cuerpos.

 

En los días y semanas siguientes el proceso de degradación de las tres esclavas fue in crescendo con castigos cada vez más brutales y humillantes, hasta tal punto que Silvia empezó a aburrirse de ellas. Nuevamente fue Quinto quien le propuso un nuevo y excitante juego.

 

- ¿Sabes?, le dijo Silvia en la cama, los castigos a los que someto a mis esclavas ya no me complacen, quisiera, quisiera algo más fuerte para ellas.

 

Quinto le respondió sin mirarle a los ojos mientras terminaba de desatarla.

 

- Tienes poder de vida y muerte sobre tus esclavas, puedes hacerles lo que quieras.

 

- No creas que no lo he pensado ya, más de una vez he estado tentada de mandarlas crucificar sólo por diversión, ciertamente sería muy excitante verlas morir en la cruz pero entonces se acabaría todo y en el fondo ellas se librarían de mí,.... y yo no quiero eso.

 

- Ayer mismo llegó el procónsul Próculo a Roma.....viene de tu tierra junto a su ejército, dijo Quinto como cambiando de tema.

 

Silvia miró a Quinto sin saber por qué le contaba aquello pero éste siguió hablando.

 

- El procónsul ha tenido mucho trabajo en aplastar otra rebelión de esos  malditos judíos, siguió Quinto, creo que ha sido un duro enfrentamiento pero finalmente les ha vencido.

 

- En este momento no estoy muy interesada en nuestros lances militares, Quinto, ¿por qué me cuentas todo eso?.

 

- He oído que trae muchos cautivos.....su flota llegará a Roma la próxima semana si mis noticias son correctas

 

Repentinamente Silvia comprendió y los ojos le brillaron de lujurioso deseo...¡claro! cautivos............ y cautivas, dijo para sí sonriendo con crueldad.....

 

(Continuará)

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