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El Penal de los Lamentos (05)

en Sadomaso

Antes de marcharse a ver al juez, el alcaide le quitó los dragones a Alina entre gritos de dolor y le prometió que una hora iría a buscarla al cepo. Cuando el alcaide desapareció Sánchez permitió  que Yulia le aliviara el dolor de pezones y clítoris a su compañera lamiéndola como un gatito.

Tras esto las dos fueron conducidas a la recepción de la prisión para que se formalizara  correctamente su ingreso. Allí les hicieron las fotografías de identificación de rigor con un cartel en  el que figuraban sus datos. Primero unas fotos de primer plano, de frente y de perfil y después fotografías de cuerpo entero para los clientes: por delante, de perfil y por detrás,… por supuesto completamente desnudas y maniatadas como estaban. Luego les escribieron un número de orden en la ingle con pintura indeleble y acto seguido las hicieron pasar a la “sala de despioje”. Esta era una pulcra sala alicatada de azulejos blancos con neones en el techo.

En un lateral había una silla ginecológica dotada con cintas de cuero y hebillas. En el centro del gran techo de la sala colgaban grilletes a cada tanto mientras que el suelo estaba inclinado a tramos hacia unos sumideros.

Un tipo con bata blanca que tenía muy poca pinta de médico recibió sonriente a las nuevas reclusas.

- Carne fresca,…. qué bien, ….dijo el muy rijoso frotándose las manos y con una erección evidente,… vamos a ver qué tenemos aquí.

- Desatadlas ordenó Sánchez que se sabía de memoria el procedimiento. Los guardias lo hicieron al momento y las chicas agradecieron que les quitaran por fin grilletes y cepos aliviándose las muñecas con las manos.

- Dejad eso ahora, dijo Sánchez, arrodillaos y pegad  la cara suelo, ¡vamos!

Las chicas obedecieron como buenas sumisas de manera que las dos se arrodillaron y pegaron las tetas y la cara al frío suelo.

- Enseñadnos bien el agujero del culo, ¡putas!, separaos las nalgas con las manos.

Nuevamente las dos lo hicieron como dos perras calientes y permanecieron en esa innoble postura mientras los guardianes no ahorraban obscenidades.

El presunto doctor empezó a examinarlas acariciando con los dedos los labios internos y externos de la vagina de  Alina y luego enredándole en el agujero del culo.

- Ésta de aquí ya ha probado la sodomía, ¡será guarra!, y no la han enculado una vez ni dos, por aquí han debido pasar todas la pollas de su jodido país.

- La rubita parece que lo tiene más tieso ¿no?, dijo Sánchez ensalivándose el dedo  y acariciándole el esfínter del ano. Yulia se puso a suspirar con los ojos cerrados e incluso aún se atrevió a hablar.

- Aún tengo el culo entero si a eso te refieres gigantón,….. quiero que seas tú quien me lo rompa.

- Es verdad, dijo Sánchez metiendole el dedo índice por el agujero pequeño, ya os lo he dicho antes, mirad cómo me atrapa el dedo.

- ¡Qué suerte tienes verdugo!, dijo el falso médico, vas a desvirgar el culo de este bombón y a juzgar por el instrumento que calzas sus gritos se van a oir por todo el penal cuando se lo rompas.

- Sí pero cuando os abra la puerta de atrás luego podréis metersela todos por ahí con vuestra pollitas de maricones, ja, ja, ja. Bueno doctor, habrá que hacerles un enema a estas dos putas, no me gustan los culos sucios.    

- Eso está hecho, y en unos momentos el doctor cogió un balde lleno de agua templada y con una jeringa gigante les fue administrando el enema, primero a Alina y luego a Yulia. Las mujeres ni siquiera cambiaron de postura  e inconscientemente abrieron las nalgas todo lo humanamente posible para franquear el paso a la jeringa. El médico se pasó un poco con la dosis pues le metió a cada una tres litros de líquido por el culo y hecho esto les introdujo un tapón anal de plástico bien gordo.

Alina,  que efectivamente era ya una puta anal, tragó el tapón con más facilidad, pero cuando le tocó el turno a Yulia el médico le consejó que lo ensalivara bien pues era bastante ancho y ella tenía el ano muy cerrado.

- Así te entrará mejor le dijo mientras ella lo chupaba.

La rubia se empeño más aún en abrir los mofletes del culo todo lo que pudo pero la penetración del tapón anal fue bastante dolorosa.

- AAAAYYYYY

La joven gritó de dolor cuando el esfínter fue forzado al máximo pero finalmente el tapón le entró hasta dentro.

- Así, ya está.

Las dos permanecieron de rodillas y el doctor se puso a palparles el vientre que estaba ligeramente hinchado por el líquido.

- Je, je, esto hará efecto en unos minutos. Escuchadme bien,  no  quiero que soltéis el tapón bajo ningún concepto hasta que yo os lo diga,¿entendido?.

Las dos chicas afirmaron con la cabeza.

- Bien ahora venid aquí, voy a colgaros de las cadenas encima del sumidero, así no tendréis que limpiar el suelo de vuestra propia mierda.

Las dos se levantaron y Alina se dirigió al sitio donde le decían, sin embargo Yulia se fue hasta Sánchez y poniéndose de puntillas le abrazó.

- Dame un beso, gigantón se atrevió a decirle, no olvides que eres mi amo. Al tipo no hubo que decírselo dos veces y abrazando a la rubia le dio una largo beso de tornillo. Mientras se besaba, Yulia  llevó las manos hasta la bragueta y tras bajarle la cremallera le metió la mano para palpársela.

- ¿Te la puedo ver?, quiero saber con qué me vas a romper el culo, gigantón.

Por supuesto Sánchez se dejó hacer y permitió que su esclava le sacara la polla que a esas alturas estaba tiesa como un palo.

A pesar de haber visto muchas pollas en su vida, la bella Yulia se sorprendió del pedazo de tranca que calzaba el verdugo, más de quince centímetros de polla larga y gorda como una morcilla.  Además el glande le brillaba de lo turgente que estaba.

- ¡Qué bonita y qué grande la tienes!. Me gustaría chupártela, ¿puedo?. El tío ni siquiera pudo responderle pues ella no dejaba de acariciarla ni masturbarla, Yulia se arrodilló y empezó a lamérsela como una profesional.    

Sánchez disfrutó la felación de su esclava con los ojos cerrados y totalmente inmóvil como un adolescente al que se la chupan por primera vez. Tenía que reconocer que no era lo mismo forzar a una mujer por la boca que que  lo hiciera por su propia voluntad. No estuvo más que un par de minutos trabajándosela con su boca de seda, pero en ese tiempo Yulia se la dejó tiesa y brillante a punto de eyacular. Sólo cuando notó el líquido preseminal dejó la felación y sonriendo a su verdugo se levantó y se fue a  donde le habían dicho para atarla.

A la morena ya la habían atado de muñecas y tobillos a cuatro restriciones de cuero que colgaban de techo justo encima del sumidero. De hecho el enema ya estaba haciendo efecto y la chica  empezaba a notar unos dolorosos retortijones. Como la habían amordazado otra vez, no pudo decir a sus verdugos que le quitaran el tapón así que tenía que hacer fuerzas desesperadamente para que éste no saliera disparado como el corcho de una botella de champán.

Los guardias ataron a Yulia igual que a su compañera encima mismo de un sumidero del piso y con los tobillos muy por encima de su cabeza. En cuanto la amordazaron la rubia no tardó ni unos minutos en sentir que la cabeza le daba vueltas y en experimentar unos desagradables sudores fríos así como un agudo dolor de vientre.

- MMMMHHH, MMMHHH

El médico las dejó retorcerse y sufrir esos violentos retortijones más tiempo del que hubiera sido necesario, y los guardias apostaron entre sí divertidos a cuál de las dos zorras se le iba a escapar antes el tapón anal.

- A la que se le caiga el tapón antes de tiempo diez latigazos en medio del coño, ¿me habéis oído?, dijo Sánchez divertido.

Esos crueles sayones aún las dejaron sufrir un cuarto de hora más retorciéndose y haciendo esfuerzos sobrehumanos por retener los dildos anales que amenazaban constantemente con salirse y caer al suelo. Finalmente el médico accedió a sacarles los tapones e inmediatamente las dos muchachas aliviaron sus intestinos y proyectaron dos chorros de agua sucia por sus traseros formando un charco marrón que se fue deslizando lentamente hasta el sumidero.

Tras esto las dos empezaron a pedorrear y soltar lo que tenían dentro delante de esos tipos. Estos se reían tapándose la nariz y comentando el par de cerdas que se estaban cagando allí mismo…. No podía caber mayor humillación.

- Puaf, qué mal huele dijo Sánchez, enchufadlas ya con las mangueras.

Efectivamente tras el enema vino la “ducha de las presas”, es decir una serie de manguerazos con agua a presión helada y luego un doloroso cepillado con cepillos de puntas metálicas. Tras hacer desaparecer la porquería visible con las mangueras, el “médico” volvió a meterles la  manguera por el culo y por el coño para darles otra rociada a presión y tras volver a limpiar todo, cuatro de los guardianes fueron con unos botes de gel y los cepillos para enjabonar bien a las dos y luego frotarles con toda su mala leche.

Yulia y Alina gritaban como posesas pues esos cepillos casi desollaban la piel de lo duras que tenían las cerdas. Ahí los guardias se volvieron a pasar y estuvieron frotándolas por todo el cuerpo más tiempo del necesario.

Una última rociada de agua helada y las dos llorosas jóvenes estaban preparadas para revista, es decir para ser folladas en todos sus agujeros por todos los guardias, celadores y verdugos de la prisión.

Por fin les soltaron de los grilletes y les hicieron caminar hasta donde tenían los cepos muy derechas y con las manos en la nuca. Ni siquiera les dejaron secarse, así que las dos iban con la melena chorreando, el cuerpo brillante de humedad y  temblando de frío.

De esta guisa, pasaron por un montón de grandes salas que los guardianes ociosos utilizaban para divertirse con las prisioneras.

En realidad, Alina había exagerado en el despacho del alcaide. No todos los guardianes de la prisión eran sádicos sicópatas. Muchos de ellos se limitaban a divertirse con las prisioneras humillándolas, abusando sexualmente de ellas o sometiéndolas a castigos, digamos,…. leves.

Para los sádicos de verdad, es decir, los que hacían de verdugos, se habían habilitado pequeñas habitaciones con el objetivo de que dieran rienda suelta a sus bajas pasiones con las presas de una manera más discreta. Tales individuos habían sido reclutados personalmente por el alcaide que solía reclutarlos directamente  en las prisiones entre violadores y sicópatas de la peor estofa.

Por supuesto las prisioneras tenían perfectamente identificados a unos y otros y la mayor parte de ellas prefería a los primeros a los que se entregaban con gusto para evitar a los segundos en la medida de lo posible.

Precisamente en su camino hacia el cepo  las dos gringas se encontraron decenas de guardianes de los primeros abusando de las prisioneras o martirizándolas.

En la primera sala diez de ellas se encontraban de rodillas haciendo felaciones a grupos de hombres aunque a otra presa la tenían atada extendida encima de una mesa para metérsela cómodamente por el sexo y por la boca mientras un tercer tipo le echaba cera líquida por el torso. Seguramente las otras se turnarían después con ella.

En la segunda sala, aparte de otras ocho prisioneras que hacían el amor de diferentes maneras, un grupo de guardianes y celadores se estaba divirtiendo con una chica a la que tenían atada de espaldas a una cruz de San Andrés y le disparaban desde más de diez metros con pistolas de aire comprimido. La chica gritaba de dolor y se debatía cada vez que la impactaban  con una de esas pelotas en el trasero o las piernas.

En la tercera sala vieron a dos prisioneras de pechos carnosos a las que les habían colocado las tetas dentro de unos cepos y les habían pintado dianas para tirarles dardos. Esto en concreto llamó la atención de Alina que detuvo un momento su marcha para ver cómo se divertían los guardias. Viendo su interés, uno de ellos le quiso dedicar el dardo, así que afinó la puntería y le acertó a una de las prisioneras  en la aureola del pecho muy cerca del pezón. Lógicamente la chica lanzó un sonoro alarido que puso muy cachonda a Alina y Sánchez tuvo que darle un par de latigazos en el culo para obligarla a caminar.

En la siguiente sala tenían a una rubia preciosa atada a una cruz de San Andrés, la chica era muy guapa de ojos azules y con pinta de virgen inocente, formas esculturales y un cuerpo parecido al de Yulia con unos pechos carnosos y redondos. Alguien dijo a Sánchez que ella misma había pedido a los guardias que la ataran a la cruz y la atormentaran de esa manera. En este caso el tormento se lo estaban administrando dos guardias a la vez  con las cosas que tenían en una mesa y que iban cogiendo y dejando para ir usándolas por turno sobre  el cuerpo de la muchacha: un pinwheel, una vela, pinzas de la ropa, una fusta y una pareja de alicates.

Esta vez fue Sánchez el que hizo pararse a las dos jóvenes y colocándose detrás de Yulia le hizo mirar lo que le hacían a la rubia de la cruz  mientras le acariciaba su torso por delante.  En ese momento uno de los guardias se besaba con la rubia insistentemente mientras la pasaba el pinwheel por la axila y el costado. Al mismo tiempo, el otro guardia le enredaba con un dedo bajo el clítoris y le lamía uno de sus rosados pezones. Consecuentemente la prisionera masoquista estaba en éxtasis con los ojos cerrados y gimiendo con la boca entreabierta.

- Eh vosotros, dijo Sánchez, pellizcadle las tetas con los dos alicates a la vez, quiero que esta lo vea.

No hizo falta más, los dos cojieron los alicates y abriéndolos y cerrándolos sonoramente se los acercaron a las tetas mientras ella negaba con la boca pequeña, entonces le pellizcaron sus rosados pezones a la vez y empezaron a tirar de ellos y retorcérselos en direcciones opuestas. La rubia gritó sonoramente y se retorció como una serpiente dirigiendo la cabeza hacia lo alto durante los interminables segundos que se los estuvieron pellizcando.

- Me gustaría estar en su lugar, gigantón, susurró Yulia al verdugo mientras éste no dejaba  de acariciarle sus propios senos y la masturbaba.

- Vale, ya basta, aliviadla ahora con vuestras lenguas, y efectivamente los guardias dejaron los alicates y se metieron los doloridos pezones en la boca mientras uno de ellos volvía a acariciarle el sexo. La bella rubia tuvo un orgasmo en cuestión de segundos y volvió a gemir pero esta vez en un tono muy diferente. 

En la siguiente sala tenían a tres internas. Dos de ellas esperaban su turno para ser fustigadas con las manos esposadas a la espalda felándosela a unos guardianes sentados en un sofa que estaban medio borrachos y vaciaban latas de cerveza una tras otra. En el centro de la sala había una tía colgando de sus brazos y con los pies a un metro sobre el suelo. Una pesada bola de hierro colgaba  de los tobillos y estiraba su cuerpo de forma muy dolorosa. La joven  estaba siendo fustigada por cuatro tipos a la vez. Estos la bajaban de vez en cuando al piso para cogerle pellizcos por todas partes con decenas de pinzas de la ropa y entonces la volvían a subir para quitárselas a latigazos. La presa en cuestión se había quedado casi afónica de tanto gritar así que los guardias pensaron que ya había tenido  bastante. La bajaron delante de las gringas, le soltaron las manos y preguntaron a las feladoras cuál de ellas quería ser la siguiente. Las dos a la vez pidieron ocupar su lugar.

Tras recorrer una serie de salas en las que ocurrían cosas parecidas, Sánchez y los verdugos llevaron a nuestras dos heroínas al salón de actos de la cárcel donde en ese momento se estaban subastando quince prisioneras. En las sillas del salón había cómodamente sentados una decena de hombres trajeados. A la legua se notaba que eran tíos de mucha pasta. En ese momento se deleitaban de la vista de las prisioneras subastadas fumando puros y bebiendo copas de champán que les ofrecían unas camareras desnudas. De hecho éstas eran también prisioneras pero con ciertos privilegios  que les libraban de muchos tormentos si hacían bien su trabajo.

Las camareras llevaban  puestas unas ridículas cofias y unos minidelantales que apenas tapaban su sexo por delante. Ló unico que tenían que hacer era servir debidamente a los clientes y dejarse tocar por ellos al pasar a su lado.

Entre tanto sobre el escenario estaban las chicas que estaban siendo subastadas. Las quince estaban completamente desnudas y atadas en fila a un largo dintel con los brazos en alto para mostrar bien su cuerpo a los clientes. Sobre el ombligo les habían pintado en color negro el número y en color rojo el precio de salida.

Con los clientes ocurría un poco como con el personal de la cárcel. Muchos venían sólo para hacer el amor con las presas en cómodas habitaciones dotadas de  camas, sábanas y demás, sin embargo los que estaban en ese momento eran clientes “especiales”, gente muy rica e influyente, incluso algunos jueces y políticos que pagaban cantidades sensiblemente más altas por practicar con las prisioneras otro tipo de juegos prohibidos.

Estos últimos tenían a su disposición las mismas cámaras de tortura que usaban los verdugos y podían ocuparlas durante períodos de cuatro a seis horas e incluso en ocasiones especiales diez y más horas seguidas atormentando a las mujeres que alquilaban. Asimismo tenían derecho a que dichas cámaras se dotaran de los instrumentos de tortura que se les antojara o bien los podrían traer de su casa.

Cuando hicieron entrar a Yulia y Alina en el salón de actos, estaban subastando a una pelirroja de grandes tetas y curvas generosas por las que pujaban insistentemente tres de los más sádicos torturadores que frecuentaban la prisión por lo que ella temblaba literalmente de miedo. La subasta se interrumpió por un momento y los hombres se volvieron muy interesados hacia las recién llegadas. Efectivamente Alina y Yulia pudieron ver allí algunas caras conocidas: un par de jueces, tres ricos empresarios, un militar, un alto cargo de la policía y tres cargos políticos intermedios. Fuerte fue su decepción cuando se volvieron a llevar de allí a las dos gringas  que habían atraido por un momento su atención por lo que volvieron su interés hacia la pelirroja tetona.

A pocos metros del salón de actos un cartel en letras rojas advertía que estaban a punto de entrar en el área destinada a interrogatorios de prisioneras y que el paso estaba limitado a los verdugos y otro personal autorizado. Tras el cartel se abría una galería flanqueada a ambos lados por una veintena de habitaciones  que no eran otra cosa que pequeñas cámaras de tortura. Éstas estaban numeradas de 1 a 20 y en un estadillo de la pared se había dispuesto el horario de uso de cada una así como los muebles y aparatos más grandes de los que estaba dotada: potros, sillas eléctricas, ponies, cepos, cruces y un largo etcétera.

Entre cada dos cámaras había nichos en los que se encontraban jaulas antropomorfas destinadas a las víctimas que esperaban turno para entrar en las habitaciones. Alina se quedó de una pieza al ver desde el principio del pasillo que todas las jaulas estaban en ese momento ocupadas, signo de que las veinte cámaras estaban en en funcionamiento. Las mujeres de las jaulas se encontraban apretujadas en las mismas como pescados en un grill de manera que las carnes de las más llenas se salían obscenamente entre las barras de la jaula.

En el fondo, esta mujeres tenían suerte pues dentro de las cámaras de tortura había jaulas análogas desde las que otras muchachas esperaban su turno pero  en este caso presenciando los sufrimientos de sus compañeras que en unos minutos serían los suyos.

Sánchez se detuvo un momento en el estadillo para reservar una cámara de tortura para Yulia pero antes preguntó a ésta cuál prefería. La joven recorrió con los ojos el listado y muy excitada eligió una que decía estar dotada de una cruz de San Andrés. 

Hecho esto se internaron por el pasillo pasando junto a las víctimas de las jaulas, muchas de las cuales sollozaban amargamente. A estas mujeres las mantenían con las manos atadas a la espalda para evitar que se masturbaran y todas ellas estaban amordazadas pues sus lamentos desagradaban a sus guardianes. En el estrecho pasillo hacía un calor horroroso por lo que todas ellas estaban en un baño de sudor, inmovilizadas entre los hierros a veces durante horas y  a la espera de crueles sesiones que se hacían eternas.

Las cámaras estaban totalmente insonorizadas por lo que desde fuera no era posible oir los gritos de las víctimas, sin embargo se podía ver lo que ocurría en su interior a través de unos ventanucos. A medida que pasaba por las puertas, Sánchez  miraba dentro de cada ventanuco y luego invitaba  a sus dos invitadas para que observaran a su vez las tremendas escenas que ocurrían en su interior.

En la cámara de tortura n. 1 dos salvajes verdugos azotaban con gatos de colas terminadas en nudos a una chica a la que tenían atada cabeza abajo y sólo la dejaban descansar para follársela por la boca. Otra chica lo veía todo desde su jaula completamente aterrorizada.

En la n. 2 justo en ese momento estaban atando a la víctima a una cruz en aspa pero no estaba claro lo que iban a hacer con ella..

En la cámara número 3  tenían a dos mujeres sufriendo en la percha del loro, las dos estaban hechas un ovillo en posición fetal con muñecas y piernas fuertemente atadas entre sí. Un solo eje de metal situado entre codos y rodillas las sujetaba en el aire de manera que ellas basculaban totalmente indefensas. Un sádico cliente totalmente trajeado estaba dándoles varazos con toda su fuerza en las plantas de los pies, en el culo y en los muslos mientras ellas gritaban indefensas sin poder hacer nada por aliviar ese espantoso dolor. Cuando terminó con la vara les puso electrodos en los labia y siguió atormentándolas.

En la n. 5 otro cliente vestido de cuero negro desde los pies a la cabeza administraba descargas eléctricas a una morena muy joven que mantenía atada con cinta aislante  a una silla. La blanquecina piel de ella contrastaba con el cuero negro de él. El tipo debía estar un poco desequilibrado pues alternaba la salvaje tortura de la electricidad en su sexo y su culo con las caricias más amorosas. Luego la chantajeaba y le exigía una felación a cambio de no seguir con las descargas.

En la n. 7  había cuatro verdugos torturando a una voluptuosa mujer morena sobre un potro de tortura medieval. Los cuatro apretaban los cilíndros en direcciones opuestas con la cara deformada por el esfuerzo. La mujer estaba completamente estirada a diez centímetros sobre la tabla con el rostro desencajado, agitando la cabeza  y lanzando gritos estentóreos. Tras mantener la tensión durante un rato los verdugos soltaron los cilindros y la mujer cayó sobre la tabla intentando respirar desesperadamente. Desde una jaula antropomorfa otra mujer miraba la escena totalmente aterrorizada pues evidentemente era la siguiente en el potro. Los verdugos volvieron entonces a la carga y estiraron a su víctima todo lo humanamente posible, y así una y otra vez.

En la n. 11 una chica que estaba atada sobre una mesa se retorcía de dolor pues un perno conectado a un electrodo le atrapaba la lengua mientras que otro estaba conectado a un dildo bien metido en su sexo. Un señor elegantemente trajeado se había quitado la chaqueta y la corbata y administraba las descargas eléctricas con una manivela totalmente ajeno e insensible a los evidentes sufrimientos de su víctima.

En la cámara n. 12 un individuo vestido totalmente de negro, pulcro y con el cabello cuidadosamente cortado estaba torturando a una chica muy joven y delicada en la silla de las brujas. La joven no sólo estaba experimentando el horrible pinchazo de decenas de puntas de madera en la parte dorsal de su cuerpo, sino que le habían puesto las manos sobre las abrazaderas con los dedos bien abiertos y fuertemente atados uno a uno con alambres. El hombre actuaba lenta y científicamente introduciéndole alfileres bajo las uñas tras haberlas calentado sobre una vela. La chica lloraba y babaeaba de su mordaza con el gesto crispado de dolor sin parar de pedir que pararan de hacerle eso. Mientras tanto otras dos víctimas esperaban su turno llorando en dos jaulas antropomorfas obligadas a ver algo tan horrible.

En la n. 14 tres verdugos estaban aplicando el tormento del agua a una mujer a la que habían metido un embudo por la boca y le hacían tragar litro tras litro lo que había provocado que ella tuviera el vientre hinchado como si estuviera en cinta. Nuevamente la siguiente víctima era testigo de todo desde su jaula.

En la n. 16 una chica pecosa delgada de pechitos pequeños y delicados estaba atada a una cruz en aspa con los miembros muy estirados y un cliente fornido y totalmente desnudo menos por un capuchón negro y  un arnés de cuero, cogía finas agujas que se calentaban sobre una chapa de metal y con ellas atravesaba los pechos de la mujer totalmente insensible a sus lloros y gritos. Su otra víctima no le esperaba esta vez en una jaula sino que estaba acostada en un potro con los brazos estirados sobre su cabeza y amordazada por una pera bucal. El verdugo alternaba de una víctima a otra pues ésta última tenía clavadas varias agujas en los labia de la vagina.

En la n. 18 un viejo desnudo se estaba follando a su víctima que descansaba sobre una mesa con las piernas abiertas y atadas sobre su cabeza en una postura forzada e incómoda, tras varias sacudidas el tipo sacó el pene y le eyaculó sobre el monte de venus y el ombligo, pero de la misma cogió una pera vaginal dorada y sádicamente se la empezó a introducir en su dilatada vagina aprovechando que estaba lubricada. Tras esto se puso a apretar el tornillo de la pera hasta que su víctima empezó a gritar y golpearse la cabeza contra la mesa con la esperanza de quedar inconsciente. Por último le echó agua muy caliente aprovechando los huecos de la pera, con lo que la mujer perdió el conocimiento. La de la jaula también se desmayó solo de ver lo que le esperaba.

En la 19 una tía estaba colgada de las tetas que semejaban dos globos azulados  mientras el verdugo le daba con una vara en el culo redondo y blanquecino. Mientras tanto otro verdugo se acercó a la que estaba en la jaula con una avispa gigante agarrada con unas pinzas y dejó que le mordiera los pezones, primero uno y luego otro. La de la jaula perdió el conocimiento.  

Era esto lo que queríais ver, ¿no?, espero que lo hayas encontrado interesante, dijo de repente Sanchez dándole un cachetazo en el culo a Alina y haciéndole caminar hacia adelante.

Tras visitar esa galería del sadismo,  el grupo había recorrido todo un ala de la prisión y por fin llegaron hasta el cepo donde las gringas iban a ser violadas por decenas de guardias. De hecho llevaban un buen rato esperándolas y prorrumpieron en gritos y vítores al verlas aparecer.

(continuará)

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Esclavas Crucificadas (8 y final)

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Otra vez Heidi

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