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El Penal de los Lamentos (14)

en Sadomaso

Rebeca salió de la prisión como esclava del Cónsul Smith tal y como ella misma había pedido. Cuando el bote para dejar la isla llegó a recogerlos, el viejo cónsul dijo a la muchacha que se sentara junto a él en la popa mientras sus dos guardaespaldas vigilaban cómo el barquero hacía la maniobra. Éste se quedó impresionado al ver a semejante viejo con una chica tan joven que podría ser su nieta y que además iba vestida con esa indumentaria tan provocativa.

Debido a las inssitentes miradas del barquero, Rebeca cruzó instintivamente las piernas, pero entonces el viejo le obligó a descruzarlas y a mantenerlas separadas divertido de los desesperados intentos del hombre para adivinar lo que podía ver debajo de la minifalda.

- ¡Putas!, maldijo el malhumorado barquero quejándose otra vez de su suerte.

La barca les llevó hasta el muelle en media hora. Cierto que el viejo tenía el coche aparcado muy cerca pero encargó a sus criados que fueran a por él y que le recogieran posteriormente a una hora convenida. Mientras tanto se fue solo con Rebeca de compras por el barrio viejo de la ciudad.

La joven ya sabía que tenía que caminar cinco metros por delante de él como le había ordenado y así lo hizo por las estrechas y atestadas callejuelas de la zona comercial. El viejo la seguía cojeando y apoyándose en el bastón pero sin dejar de mirarle el trasero. El cónsul se maravillaba de la forma de andar de esa chica sobre esos tacones y de cómo meneaba el culo con esa faldita.

Por su parte, Rebeca estaba toda avergonzada y caliente de las miradas que le dirigían todos los individuos con los que se cruzaba y las obscenidades y propuestas de sexo de algunos. Lógicamente por cómo iba vestida, muchos la tomaron por una prostituta y le preguntaron cuánto cobraba. Ella pòr supuesto no respondió a nadie mientras el viejo se abstenía de intervenir divertido por el azoramiento de la muchacha.

Las compras las iniciaron por un sex-shop especializado en fetichismo y bondage que el viejo conocía.

- Buenos días, dijo educadamente al entrar con la chica.

- Buenos días, la tienda era regentada por un señor gordo y calvo de unos cuarenta que se sorprendió de ver al viejo  acompañado de esa  adolescente  semidesnuda.

En la tienda había cuatro clientes curioseando que al ver a la bella Rebeca se quedaron con la boca abierta como si fuera una aparición.

- ¿Qué desea? Dijo el dependiente sin apartar los ojos de la muchacha.

- Todavía no lo tengo muy claro, lo iré decidiendo sobre la marcha pero….. tengo que comprar unas cuantas cosas….Verá  el caso es que desde hace años tengo un rickshaw en mi casa y quisiera equipar una ponygirl con todo lo necesario para que tire de él.

La joven Rebeca no sabía lo que era eso así que se quedó expectante.

- ¿Es la primera vez que lo hace?

- Sí, me ayudaría mucho que me aconsejara.

- Por supuesto, aquí encontrará todo lo que necesita: arneses, arreos, bocados. ¿Qué prefiere? ¿latex? ¿cuero?

- El látex no me va mucho, la chica tiene una piel muy bonita y quisiera verla casi totalmente desnuda mientras tira de mi rickshaw.

- ¿Es ella el animal? Se atrevió el de la tienda señalando a Rebeca.

- Sí es ella

El tío hizo un gesto con la mano mientras lanzaba un agudo silbido.

- No me extraña que quiera verla desnuda mientras trota, es preciosa, de todos modos, unos aditamentos mejorarían su aspecto, si me lo permite.

- De acuerdo, saque algunas cosas y decidiremos.

El dependiente se fue hacia dentro de la tienda y al de un rato volvió con un montón de cajas y bolsas y fue extendiendo todo sobre el mostrador. Allí depositó collares de cuero con anillas, muñequeras y tobilleras de cuero negro y rojo, un elegante arnés con bocado de metal forrado de cuero, orejeras y orejas de yegua, todo ello realizado en cuero negro y anillas de metal plateadas.

También dispuso sobre el mostrador una máscara de yegua con orejas y hocico, un consolador en forma de pene de caballo, un tapón anal con cola de caballo hecha de crines de verdad, carrilleras, bridas, riendas, cabezada decorada con un látigo, etc.

Al viejo le llamaron especialmente la atención un penacho de vivos colores, diferentes tipos de botas, especialmente unas  en forma de pezuña, las pezoneras con cascabeles, etc.

Rebeca se empezó a poner caliente al ver toda esa parafernalia dedicada a ella, parecían cosas de caballos pero resulta que eran para que se las pusiera ella misma, la chica seguía sin entender del todo.

- No sé, son tantas cosas, dijo el viejo. ¿Podría probárselas?

- Por supuesto, tenemos un probador ahí dentro si lo desea

Los otros clientes no paraban de mirar a la chica e incluso sacaron el teléfono movil para hacerle fotos.

- No será necesario, dijo el viejo mirándolos perversamente, que se lo pruebe aquí delante de todos, vamos cariño, desnúdate.

- ¿Me lo quito todo?, dijo ella roja de verguenza.

- Sí.

Rebeca se desnudó completamente mientras los cuatro clientes que estaban alrededor siguieron sacándole fotos muy excitados. Uno de ellos incluso se sacó el miembro y se empezó a masturbar.  Al viejo no pareció importarle nada.

El dependiente estaba también encantado pues no todos los días se veía en una situación similar.  Así fue vistiendo poco a poco a Rebeca de pony mientras los curiosos seguían con las fotos. Primero le puso un arnés de cintas negras muy delgadas que sólo tapaban unos centímetros de su piel pero que enmarcaban bellamente sus pechos, hombros, ombligo….  Más que el torso, el dependiente  le adornó la cabeza con orejeras, orejas de yegua, cabezada y penacho así como un bocado de metal forrado de cuero negro que encajó en su boca sin ninguna resistencia de la chica. Luego cogió una goma del pelo y con la melena de la joven hizo una larga cola de caballo

El viejo estaba encantado de la sumisión de la muchacha mientras le ponían todos esos aditamentos.  

- ¡Cómo le favorecen todas esas cosas!. Siempre había querido tener una pony, siga, siga con lo que está haciendo.

Para las piernas el dependiente no le puso medias, se limitó a unos zapatos rojo intenso de tacón de aguja muy largo y finalmente le ató las manos a la espalda con unas esposas doradas.

Una vez vestida de pony, a Rebeca le hicieron caminar por la tienda adelante y atrás

- Levanta bien las rodillas preciosa, hasta que los muslos lleguen a la horizontal, así, muy bien, ahora date la vuelta. Es un bellísimo animal señor, le felicito.

Efectivamente Rebeca tuvo la oportunidad de verse a sí misma en un espejo de cuerpo entero y se vio preciosa y deseable con todos esos adornos.

- ¿No tendría algo para castigarla mientras tira del rickshaw?

- Por supuesto, por supuesto, aún no me ha dado tiempo. La yegua debe saber en todo momento quién manda. Tenemos estos látigos largos para que usted le azote cómodamente sentado mientras ella tira.

El cónsul cogió un látigo y comprobó con los dedos su tacto mientras miraba el trasero de la joven y calculaba las marcas que le podía hacer con él.

- También tenemos una gran variedad de pezoneras que usted puede usar de diferentes maneras, en ésta puede colgar pesos e incluso unos elegantes cascabeles o campanitas que sonarán al ritmo de su trote. También puede engancharla a la lengua o al arnés del carricoche.

El viejo toqueteó todas la cosas pero seguía más interesado en el látigo.

- Si quiere castigar especialmente a su yegua puede quitarle los protectores de plástico y entonces las pinzas de los pezones se le hincarán bien en la piel. Ja, ja, así correrá más aprisa.

- Sí, para llegar antes y que se los quiten, ya le entiendo.

- También es muy importante que la yegua corra siempre con sus orificios ocupados, usted ya me entiende,…… con el sexo y el ano bien tapados pues si no sentirá que le falta algo e irá chorreando por sus agujeros lo cual no es elegante.

- No, tiene razón.

- Mire precisamente para el orificio vaginal tenemos un dildo de caballo.

- Ja, ja, muy apropiado

- No es exactamente del tamaño de un caballo estándar pero es mayor que un pene humano.

- Sí, con algo así creo que estará satisfecha, es un poco puta ¿sabe?.

- Y este tapón anal está rematado con una elegante cola de caballo hecha de crin natural.

- ¿Podemos probárselo ahora?

- Sí, por supuesto.

- Rebeca agachate y ábrete los cachetes del culo que queremos verte con esto.

La chica obedeció de la misma.

- ¿Así señor?

- Sí

- Vaya dijo el dependiente, lo tiene muy cerrado,  aún tiene el culo intacto, ¿me equivoco?

- Eso parece, dijo el viejo chupándose un dedo y metiéndoselo por el ano, me la han regalado hoy y seguramente es primeriza o lleva poco tiempo de esclava.

- Lo tienes muy tieso pequeña así que chupa el dildo y así no te hará tanto daño.

- Sí Señor

El dependiente cogió el dildo y una vez ella lo había chupado se lo introdujo a presión en el ano.

- AAAAAHHHHHH

- Pues parece que le gusta por detrás, será una buena yegua, si me lo permite.

- Sí, no me cabe duda, dijo el viejo acariciando ese trasero que le volvía loco. Bueno, me ha convencido,quíteselo y empaquéteme todo que me lo llevo.

- Lo que usted mande

Así pues,  el cónsul decidió llevarse un equipo completo de ponygirl pero se encontró con el problema de que la factura subía un poco.

- Me gustaría llevármelo todo pero el caso es que no llevó encima tanto dinero, mintió el viejo.

El dependiente le miró consternado.

- Caballero, yo….

- Quizá podríamos arreglarlo de otra manera, ¿le gusta la chica?

- Sí, claro que sí, pero no entiendo que tiene que ver.

- Si me hiciera una rebaja de digamos el 50  % es suya, se la dejo un par de horas para que goce de ella.

- Umm es mucho dinero aunque  por otro lado ella merece la pena ¿puedo follármela en ese tiempo?

- Por delante sí pero no por el culo, como ve es virgen y desearía devirgarla yo mismo.

El dependiente miró al viejo con incredulidad sin creerse que fuera capaz.

- No sé, dijo el tipo atreviéndose a  toquetearle las tetas, un 50 % es mucho, comprenda que esto es un negocio, le ofrezco un 25 %

- 40 %

- 30 % y es mi última oferta.

- Vamos ¿qué le parece un 40 %?, la chica lo vale, no me dirá que no, dijo el viejo palmeándole el culo. La muchacha estaba a cien de que esos dos cerdos la sobaran mientras regateaban con su cuerpo delante de esos cuatro clientes desconocidos.

Rebeca arrodillate y lamesela un poco a este señor pero sin metértela en la boca, así sabrá lo que compra.

Sin dudar ni lo más mínimo Rebeca se arrodilló y abriéndole la cremallera le sacó el pene al gordo dependiente y se puso a lamerlo.

- Qué ¿qué me dice usted?, ¿lo dejamos en 40 %?

- Está bien, dijo el dependiente completamente desarmado sintiendo las húmedas caricias en su pene, un 40…. pero porque estoy deseando pegarle un polvo a esta preciosidad.

- De acuerdo entonces, ya puedes comérsela como tú sabes preciosa, hasta la garganta,  y  luego inclínate sobre el mostrador para que este señor te la meta todas las veces que quiera.

Gracias a la ayuda de su esclava, el viejo se ahorró un 40 % de la factura  y encima como regalo tras follar con Rebeca durante dos horas el dependiente estaba tan contento que le regaló al viejo un dildo y una picana eléctrica larga  para que la espoleara durante la carrera.   

Muy satisfecho, el cónsul se llevó a Rebeca de la tienda  y ambos fueron recogidos por sus criados que traían el coche. Así iniciaron un largo viaje de 150 km. hasta un apartado lugar en el que el cónsul tenía una casa de campo con un amplio jardín.

Cuando entraban en el coche el viejo le limpió un poco de semen que Rebeca aún tenía en los labios y hecho esto iniciaron el camino.

Faltaban 5 km para llegar a su casa de campo, y el vehículo rodaba a poca velocidad  por una carretera estrecha que poco a poco se fue internando en un bosque. La chica iba sentada en el asiento trasero junto al viejo que durante todo el trayecto no la tocó y apenas le dirigió la palabra.

La verdad es que aunque el viejo fuera físicamente desagradable, Rebeca comprendió pronto que le gustaba ser su esclava pues era un individuo ciertamente perverso que no tenía ningún problema en exhibirla en público o alquilarla a quien fuese a cambio de dinero, eso le gustaba.

La joven no entendía por qué había comprado todas esas cosas pues de hecho ni siquiera sabía qué era eso de una ponygirl, Rebeca sólo podía pensar en que pronto iba a experimentar el tormento de la crucifixión y eso le hacía ir húmeda y caliente como una perra masoquista.

En realidad ni se imaginaba lo tremendamente perverso que era el viejo cónsul pero lo iba a comprobar en breves momentos.

- Parece una zona muy solitaria, dijo de pronto Rebeca, mirando los árboles, hace tiempo que no hemos visto un alma.

- No creas, sí que vive gente por aquí, no mucha pero bueno. Casi todos son granjeros y forman una comunidad muy particular, yo los conozco a todos y tú  también los irás conociendo en los próximos días, ja, ja.  Este parece un buen lugar, eh tú, para el coche.

El vehículo paró en medio del bosque y el cónsul invitó a Rebeca a salir.

No parecía haber un alma en los alrededores y sólo se oían los pájaros, el ladrido de algún perro en la lejanía y el viento agitando las hojas de los árboles.

- Muy bien, preciosa, como quien dice ya estás en mis dominios y quiero que vayas conociendo a la vecindad, desnúdate.

A Rebeca le extrañó que le hiciera desnudarse en pleno campo pero como buena esclava obedeció otra vez sin rechistar.

El viejo cogió la faldita y el top del bikini sonriendo perversamente al verla otra vez desnuda.

- Ahora atadla y amordazadla, ordenó a los criados, caminará tras el coche los kilómetros que faltan.

Los criados le esposaron obedientemente las manos a la espalda juntando bien las muñecas y los codos y le hicieron morder un madero de unos treinta centímetros de largo que ataron a la nuca y que hacía las veces de bocado. Esta  mordaza de madera la ataron a su vez a los extremos del parachoques del coche. Por último cogieron una soga áspera y atándola a la base de su melena la hicieron pasar entre las nalgas y el coño de la chica y la ataron muy tirante al centro del parachoques

El cónsul supervisó toda la operación con un rictus de sadismo y después entró en el coche y se sentó cómodamente en su sitio.

- Arranca, le dijo al conductor, pero ve despacio no vaya a ser que la chica dé un traspiés y se caiga al suelo. De este modo, Rebeca sintió que el coche tiraba de la mordaza y de su entrepierna y cabello y no tuvo más remedio que apresurar el paso para no caer y ser arrastrada por el vehículo.

Aunque el coche iba muy despacio, la joven tenía que moverse con pasos cortos y rápidos, no era fácil caminar encorvada con esos zapatos de tacón alto y estaba muy agobiada con no dar un mal paso y caerse al suelo. A los cincuenta metros de carrera  ya jadeaba y babeaba de cansancio y eso que aún le faltaba una eternidad para llegar hasta la casa del cónsul.

Sin embargo, no habían andado ni doscientos metros cuando se cruzaron con un aldeano del lugar que venía en carro.

(continuará)

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