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Castigo de dos novicias impuras (y 5)

en Sadomaso

Capítulo Quinto. Sentencia y ejecución.

Cuando los guardias llevaron a Valeria a las habitaciones de Sor Angela ésta ordenó que la dejaran a solas con la prisionera asegurando que era una cuestión privada del convento. El capitán había recibido varias monedas más de ella y por supuesto no se atrevió a discutir la orden.

Ya a solas y en presencia de la madre superiora, Valeria bajó la cabeza avergonzada.

Sor Angela no le habló inmediatamente, en su lugar se quedó sentada mirándola de arriba a abajo y esbozando una sonrisa cruel. Viendo el pobre cuerpo de Valeria, se preguntó qué tipo de cosas le habrían hecho los verdugos para haberla marcado de esa manera y se arrepintió de no haber podido presenciarlo. No obstante, la desnudez de la muchacha y el hecho de que estuviera maniatada fueron suficientes para excitarla.

Sin poder soportarlo más, Valeria se echó a llorar.

La madre abadesa se excitó aún más al ver esos sollozos.

- ¿Por qué lloras, hija mía? , preguntó con cinismo.

Valeria la miró de reojo sin contestar, no podía olvidar que pocas horas antes aquella mujer cruel había sugerido al verdugo que la torturara en sus pechos y en su sexo.

- Te he hecho una pregunta, contesta.

- Me han violado y me han azotado, contestó ella volviéndose y mostrando fugazmente su trasero.

- Acércate niña, quiero ver de cerca esas marcas.

No sin dudarlo, Valeria se acercó a la Madre abadesa de manera que su cintura quedó justo delante de la cara de ésta.

- Hueles a sexo de hombre y tienes los muslos manchados de esperma y sangre.

- Ya le he dicho que me han violado.

- ¿Tu señor Satán? Preguntó la abadesa burlándose.

- No, ha sido ese verdugo, esa mala bestia.

La abadesa sonrió cruelmente imaginándoselo.

- Cuéntamelo quiero oír todos los detalles.

Mientras Valeria le relataba entre lloros sus padecimientos y los de Claudia, la abadesa le escuchaba atentamente sin dejar de mirar el sexo de la joven. Tanto le excitó lo que le contó esa muchacha que pronto no se pudo reprimir y empezó a acariciarle los muslos y el trasero con sus manos arrugadas y huesudas. Desde que vio desnuda por primera vez a la joven Valeria, la abadesa estaba muerta de deseo por ella y quiso acariciar con sus propias manos esas caderas y esos muslos blanquecinos y suaves muy parecidos a los que ella misma había tenido en su juventud. La fusta de Guido no había tocado por el momento la cara interna de los muslos de la chica y Sor Angela casi entró en trance cuando sus dedos acariciaron aquella piel sedosa.

Valeria se quedó parada al ver cómo aquella monja lesbiana se aprovechaba de ella.

- Vamos no te pares y sigue contando, ¿te gustó chupársela al verdugo?

- No,..., no.

- No mientas, yo diría que sí te gustó, tienes el sexo hinchado sólo de recordarlo.

Y diciendo esto la abadesa le abrió los labios de la vagina con sus pulgares y levantó el enrojecido clítoris de Valeria introduciendo bajo él su dedo índice. Efectivamente, Valeria era muy sensible a las caricias así que tenía su sexo tieso y duro.

- Vamos, confiesa que te gustó chupárselo a ese cerdo de Guido, conozco muy bien a las de tu calaña y estoy segura de que a pesar de las torturas te has corrido varias veces en sus manos.

Mientras le decía esto, la madre abadesa le acariciaba suavemente la raja con su dedo. Valeria estaba pringada de semen y de sus propios jugos así que el dedo de Sor Angela se deslizaba dulce y suavemente a lo largo de su sexo.

A pesar de la vergüenza que todo eso le estaba dando, la joven Valeria se puso a suspirar mientras contaba entrecortadamente cómo el salvaje de Guido la había violado sobre el potro, y luego la había flagelado antes de sodomizarla.

- Pobrecita, dijo la madre superiora chupándose su propio dedo pringado de los jugos de Valeria, que feas heridas te ha dejado en este culo tan bonito.

- Ayyy.

Valeria gritó cuando las uñas de la abadesa arañaron las heridas de su trasero.

- ¿Te duele mucho, verdad? Yo te curaré.

De pronto Valeria sintió algo extraño y completamente alucinada vio cómo Sor Ángela empezaba a deslizar la punta de su lengua a lo largo de los verdugones de su trasero.

- ¿Qué hace?, déjeme.

- Vamos muchacha, la saliva es lo mejor para las heridas, quédate quieta y no te arrepentirás.

La monja hizo que Valeria rotara todo su cuerpo y se puso a lamerle las heridas de su redondo culo cada vez con más pasión y menos disimulo.

En ese momento Valeria comenzó a comprender de qué iba aquello, ahora era la madre abadesa la que pensaba disfrutar de su cuerpo y para eso la había hecho llamar a sus aposentos. La cuestión es que por lo menos eso le libró de las garras de Guido. Teniendo en cuenta que la única experiencia con hombres había sido con los verdugos, no es extraño que Valeria prefiriera en ese momento a las mujeres aunque fueran tan crueles y odiosas como esa.

- Así, así, preciosa, ¿verdad que te alivia?

- Sí madre.

- Así me gusta que seas dócil.

Y tras lamerle las heridas un rato más, la madre abadesa se levantó y dirigiéndose a la puerta la cerró con doble vuelta de llave.

Entonces miró lascivamente a Valeria y lentamente empezó a despojarse de sus hábitos.

La joven novicia no se podía creer lo que veían sus ojos, la madre superiora se desnudó completamente en su presencia. Le sorprendió ver que bajo la toca ocultaba una larga melena oscura y también le sorprendió que a pesar de que seguramente superaba la cincuentena, la monja se conservaba relativamente bien, tenía unos pechos caídos pero aún bellos con unos enormes pezones erizados y unas piernas y un trasero algo gruesos pero fuertes y tiesos.

Sor Angela se acercó a la novicia visiblemente excitada y restregando su cuerpo con el de ella la besó en la boca. Valeria ni siquiera se resistió, estaba tan sorprendida por lo que esa mujer estaba haciendo con ella que no pudo ni reaccionar.

- Me gustas, preciosa, qué bonita eres, y diciendo esto la madre superiora se sentó en su lecho y abriéndose bien las piernas dijo.

- Ven bésame aquí, haz como hacías con Claudia.

- Pero madre, no.

- Vamos, nunca me lo han hecho, lo deseo tanto....

- Se, se lo diré al obispo, vos me pedís lo mismo de lo que se nos acusa, se lo diré al obispo.

- ¡Pobre infeliz!. ¿Acaso crees que alguien va a creerte?, tú y tu amante sois carne de patíbulo, ¿sabes?, yo misma os vi hacer el amor en el convento y os denuncié al obispo, ......sólo por el placer de ver cómo te torturaban.

Esto se lo dijo mientras se humedecía un dedo con la lengua y empezaba a hacerse una paja.

- Creo que recordaré para siempre cómo gritabas sobre el potro. ....Lo recordaré..... cada vez que haga esto

Eso enfureció a Valeria.

- Maldita, maldita seáis, vos sois responsable de todo, y además sabéis que lo del diablo es mentira. Vos, vos, .... sois el diablo.

- Puede que sí, pero esa no es ahora la cuestión. Lo único cierto es que estás en mis manos y si no obedeces y me comes el coño ahora mismo, te mando de vuelta a la cámara de tortura, ......yo puedo hacer que te hagan cosas mucho peores que las que te han hecho hoy.

- No creo que haya nada peor que las torturas por las que he pasado, ha sido horrible

- ¿Eso crees?. ¿Qué me dices si convenzo a mi hermano de que te metan en un caldero de agua hirviendo?

- No hagáis eso por Dios

Valeria experimentó un escalofrío de terror sólo de imaginárselo.

- ¿Y bien? Volvió a decir Sor Angela manteniendo su sexo abierto con los dedos.

Valeria se dio cuenta de que no le quedaban más opciones, así que muerta de vergüenza se arrodilló, introdujo su cara entre las piernas de Sor Angela y se puso a hacerle un cunnilingus.

Sintiendo la suave caricia de la lengua de Valeria, la vieja monja cerró los ojos y se preparó para disfrutar de ese placer divino.

- Sí, oh sí, ...., sí, Sor Angela abría su vagina al máximo y sólo acertaba a decir eso.

Mientras le comía la entrepierna, Valeria pensó en Claudia y se felicitó de haberse librado de los tormentos que seguramente estaría sufriendo en ese momento, pero a cambio tuvo que hacer el amor con esa odiosa mujer. A pesar de que le dieron ganas de arrancarle el clítoris de un mordisco, la joven novicia se afanó lame que te lame lenta y delicadamente y no paró hasta que la abadesa se empezó a correr. Tras tener un intenso orgasmo en los mismos labios de Valeria, Sor Angela se acostó con ella en su lecho y se puso a besarla frenéticamente enloquecida por el placer que había experimentado. En ningún momento le desató las manos pero se complació en acariciarla con sus manos obsesionada por poseer su bello y joven cuerpo. Finalmente las dos mujeres unieron sus entrepiernas frotándose entre sí hasta que también Valeria tuvo un orgasmo.

Sudorosas y cansadas de hacer el amor, las dos se acostaron en el lecho. Curiosamente esa misma mujer que le había hecho sufrir tanto acariciaba ahora su pelo amorosamente.

- Madre.

- Dime querida

- Salveme

- ¿Cómo dices?

- Por favor líbreme del castigo, el....el verdugo me ha dicho cómo piensan ejecutarnos.

- Oh sí las dos seréis enrodadas, me lo ha dicho mi hermano.

- No, por favor, eso es horrible, tenéis que evitarlo, vos tenéis poder.

- Te equivocas hija mía, ni yo ni nadie puede cambiar vuestro destino, sin embargo.....

- Sin embargo ¿Qué?, decidme.

Sor Angela se puso a acariciar el carrillo de la joven.

- Si te portas bien conmigo pagaré al verdugo para que te administre una droga, eso adormecerá tus sentidos durante el suplicio.

Valeria la miró sin comprender

- Es lo más que puedo hacer por ti.

Valeria suplicó y suplicó pero Sor Angela no hizo caso de sus ruegos y sólo volvió a reiterar su oferta, era eso o nada. De hecho le pareció divertido darle esa pequeña esperanza que luego cumpliría o no, todo dependía del humor que tuviera. Sor Ángela volvió a solicitar sus favores sexuales agarrándola del cabello y dirigiendo su cara a su propio trasero. Valeria se agarró a ese pequeño atisbo de piedad y volvió a comerle el sexo y el ano con más pasión y dedicación que antes.

Sor Angela pasó un par de horas más gozando del cuerpo de Valeria y tras hacerle jurar que visitaría su lecho todas las noches se vistió con sus hábitos e hizo llamar otra vez al capitán con orden de que se llevara a la novicia.

- No hace falta que la lleves de vuelta a la cámara de tortura,.......podéis cuidar de ella tu y tus guardias esta noche. Sor Angela dijo esto con una mueca de complicidad.

El capitán entendió perfectamente la indirecta y se llevó a Valeria a sus aposentos donde la novicia fue penetrada otra vez por todos sus agujeros por esos tres hombres pero esta vez sin sufrir ningún maltrato extra.

Sería prolijo contar con detalle los días que siguieron a ese. A la mañana siguiente antes de reanudarse el juicio, el físico examinó a las dos condenadas por orden del obispo y aconsejó a éste que pospusiera los interrogatorios durante tres días. De este modo las novicias pasaron los tres días siguientes en la misma celda descansando y recuperándose. Les dieron de comer y beber y el físico curó sus heridas. Asimismo unas criadas del obispo las lavaron y les devolvieron sus camisas que para entonces estaban hechas jirones y apenas si servían para tapar sus vergüenzas.

Por expresa orden del obispo las "visitas" de los guardianes fueron prohibidas por lo que las jóvenes no fueron molestadas por los lujuriosos soldados, sin embargo, cada noche el capitán se encargó de llevar a Valeria a los aposentos de Sor Angela y por su parte, Claudia calentó la cama del obispo. Además nada impidió que las dos jóvenes se consolaran haciendo el amor entre ellos las largas horas que las dejaban en paz.

Finalmente al cuarto día se reanudó el juicio y las dos novicias fueron conducidas otra vez a la cámara de tortura. Sólo estar en presencia de Guido da Fiesole les hizo temblar nuevamente de miedo. El obispo y su hermana miraban complacidos cómo sus dos jóvenes amantes estaban muertas de terror y se afanaban por taparse con sus desgarradas ropas como si eso aún pudiera servirles para algo.

El escribano dio por reanudado el juicio y leyó nuevamente los cargos, seguidamente el obispo conminó a las acusadas a que confesaran de una vez y no siguieran burlándose del tribunal. Como era de esperar, las dos jóvenes se negaron a hacerlo y el obispo las amenazó otra vez con la tortura señalando con el dedo un siniestro aparato conocido como "la silla de las brujas". Esta consistía en un aparatoso trono de madera forrado desde la espaldera hasta las patas de una plancha de metal erizada de puntas redondeadas.

Al verla, las dos jóvenes se miraron angustiadas y se pusieron a suplicar pero de nada les sirvieron sus ruegos. Hastiado de tanta lágrima y tanta queja, el obispo dudó un momento y decidió que empezarían por Valeria. A una señal suya Guido la agarró del brazo y eso hizo que la joven se quedara medio desnuda al caer hacia delante los jirones de su camisa. El verdugo la terminó de desnudar brutalmente a tirones y la llevó de los pelos hasta la silla. Valeria se resistió dando patadas y puñetazos, pero los verdugos la obligaron a sentarse por la fuerza.

La pobre joven puso un horrible gesto de sufrimiento cuando las puntas se clavaron en sus muslos, su trasero, su espalda y sus brazos. Los verdugos la mantuvieron sentada a pesar de su resistencia y Guido le fue atando con unas correas de cuero muy prietas. Hecho esto introdujeron un brasero con carbones encendidos bajo la silla y dejaron que el calor hiciera su efecto. A pesar de todo Valeria se negó a confesar y siguió en sus trece. Dado que el brasero no era suficiente para quebrantar su ánimo le pusieron un aplastapulgares en la mano derecha y Guido le arrancó lágrimas de dolor apretando sus dedos gracias a un torno de metal. Tampoco consiguió mucho más.

Cansado de la obstinada resistencia de Valeria, el obispo juzgó conveniente seguir con Claudia. Temblando como una hoja ésta se despojó voluntariamente de su camisa antes de que los verdugos terminaran de rompérsela. Una vez desnuda a Claudia le ataron los brazos a la espalda y le pusieron unas correas en los muslos y la cintura que colgaban por unas cadenas del techo. A una señal, los verdugos tiraron de las cadenas y Claudia quedó colgando y columpiándose con las piernas separadas y dobladas. Justo a unos cinco centímetros bajo su entrepierna acercaron una pirámide de metal sostenida sobre cuatro patas. Los verdugos frenaron el vaivén de su cuerpo de modo que la punta de la pirámide apuntaba directamente al agujero del ano.

Antes de proceder, el obispo dio a Claudia una última oportunidad de confesar, pero como no obtuvo otra respuesta que una petición de piedad entre sollozos hizo una seña y los verdugos soltaron las cadenas.

En cuanto el ano de Claudia chocó y se encajó en la pirámide la joven lanzó un tremendo y largo alarido que puso los pelos de punta a todos.

Segundos después la volvieron a izar un poco más arriba y el obispo le preguntó otra vez si iba a confesar. Como ella se negó entre sollozos volvieron a dejarla caer obteniendo un grito aún peor que el anterior.

Tras repetir varias veces la operación Claudia suplicó por favor que la dejaran confesar pues ya no podía soportar más.

Aún subida a la cama de Judas la joven confesó haber yacido con Valeria muchas noches y que lo había hecho por influjo demoníaco.

- Apunta escribano, dijo el obispo triunfante, por fin oímos la primera verdad. Bajadla de ahí para que pueda confesar todos sus crímenes.

- No, no Claudia, no confieses, no lo hagas, Valeria intentó desesperadamente frenar a su amante, pero fue inútil, Guido la amordazó y ya no pudo decir nada más.

Con la cara manchada de lágrimas e hilos de sangre mojando la cara interna de sus muslos Claudia dio unos torpes pasos hasta la mesa del tribunal.

- Abre tu alma, hija mía y así se salvará, yacísteis con Lucifer?

- Sí, sí

Claudia miraba a Valeria que le decía que no desde la silla, pero siguió confesando, dijo que una noche Valeria había invocado al príncipe de las tinieblas y que éste le había convencido para que acudiera a su celda. La joven contó muchas mentiras más pero al final el obispo parecía satisfecho. Cuchicheó unos segundos con el resto de los miembros del tribunal y entonces ordenó que Valeria fuera liberada de la silla de las brujas pues iba a dictar sentencia.

- ¿Cuánto tiempo tardarás en construir un patíbulo verdugo?

- Cinco días señoría.

- Está bien, escribano, escribe, este tribunal se dispone a dictar sentencia.

El obispo se dispuso a hablar, pero antes miró a las dos jóvenes que con la cabeza baja y tapándose con los brazos esperaban aterrorizadas la previsible condena.

El obispo fue intencionadamente solemne, y antes de hablar hizo que se levantaran los miembros del tribunal.

- Valeria y Claudia, este tribunal os ha encontrado culpables de fornicación y brujería por ello os condena a muerte y sentencia que en el plazo de cinco días seáis conducidas a la plaza pública de esta ciudad y tras confesar vuestros pecados seáis enrodadas y que vuestros cuerpos permanezcan en las ruedas a merced de los cuervos hasta que muráis de forma natural.

Valeria casi cayó al suelo al oir eso, pero los verdugos lo impidieron sosteniéndola de los brazos.

El obispo siguió hablando.

- No obstante, antes de que el verdugo quebrante vuestros huesos en la rueda vuestro sexo, vuestro ano y vuestros pechos deberán ser purificados en público con hierros candentes por ser las partes de las que gozó Lucifer.

Al conocer el cruel suplicio que les esperaba, las dos jóvenes empezaron a suplicar histéricas, pero los guardianes se lo impidieron, las agarraron rápidamente y se las llevaron de vuelta a su celda.

Ayudados por unos carpinteros, los verdugos dedicaron los cinco días siguientes a construir el patíbulo en la plaza del mercado, lo cual hizo que se corriera por la ciudad y los pueblos de los alrededores la noticia de que iba a haber una ejecución.

Al tercer día de la sentencia coincidió que había mercado en la ciudad y Sor Angela tuvo otra de sus perversas ideas. Sugirió al obispo que sería buena idea sacar a las dos brujas a la plaza pública para dar un escarmiento previo a la ejecución propiamente dicha. Sin duda, le explicó, la noticia de que dos mujeres jóvenes y bellas iban a ser torturadas y ejecutadas públicamente atraería a mucha gente de los alrededores. Hay que tener en cuenta que las ejecuciones públicas no sólo eran una manera de escarmentar contra futuros crímenes sino que eran un espectáculo en sí mismo y eso redundaría en beneficios económicos para la ciudad. Sor Angela también convenció al obispo que eso sería "edificante" pues reforzaría su poder y éste naturalmente dio su permiso.

De este modo, al tercer día, Guido y sus secuaces fueron a buscar a las novicias a su celda.

Al oir ruido en la puerta las dos jóvenes no se asustaron en demasía pues supusieron que eran los guardianes que venían a abusar de ellas como hacían repetidamente todos los días, sin embargo, al ver a los verdugos, se pusieron a chillar.

A pesar de sus gritos y resistencia los verdugos les quitaron los grilletes y les ataron los brazos a la espalda con unas sogas. Para ello les cruzaron los antebrazos por detrás a la altura de la mitad de la espalda y con la cuerda sobrante a Valeria le aprisionaron sus dos pechos hasta que se pusieron como dos globos azulados y los pezones se proyectaron hacia delante turgentes y tiesos. Para los tobillos utilizaron unos grilletes con una corta cadena de no más de quince centímetros y Claudia fue amordazada con un madero bien metido entre los dientes y atado a la nuca por unas correas de cuero.

Los sayones estallaron en carcajadas cuando mostraron a las condenadas unos gorros blancos en forma de cucuruchos que ambas tendrían que llevar sobre su cabeza y que claramente eran un elemento infamante. Esos gorros formaban parte del sanbenito que los reos tenían que vestir el día de su ejecución, sólo que al verdugo le pareció más humillante que ese día lo llevaran en la cabeza sin nada más. Ya estaba todo listo para pasear a las dos jóvenes así completamente desnudas y maniatadas por la ciudad, sin duda eso atraería a cientos de espectadores para el día de la ejecución. Bueno, aún no estaba todo, Guido hurgó en sus bolsillos y para terror de Valeria le mostró los "dragones dentados".

Al verlos la muchacha negó desesperada y pidió por favor que no se los volvieran a poner, pero sus lloros se convirtieron en alaridos de dolor cuando los dragones volvieron a morder sus pezones, clítoris y lengua.

A latigazos y tirones, los verdugos sacaron a las novicias al patio del palacio donde se formó la comitiva. Al darles la luz del sol en los ojos las dos los cerraron pero podían oir perfectamente las risas y obscenidades de soldados y criados. Los tres verdugos se pusieron sus capuchas y precedidos por un enano bufón se ocuparon de arrastrar a las condenadas por las calles. Guido volvió a enroscar la cadena que tiraba de los dragones a su muñeca y tirando de ella consiguió que Valeria le siguiera a trompicones venga a llorar y con gruesos lagrimones cayendo por su bello rostro. La joven pedía piedad pero con la lengua fuera no se le entendía nada. Claudia iba detrás, tirada por una correa agarrada al cuello y recibiendo un latigazo cada poco rato gemia con el palo metido entre los dientes.

A su alrededor se situó el capitán y una docena de soldados que asegurarían la marcha del grupo. Desde el balcón del palacio Sor Angela se reía de su ocurrencia mientras veía sufrir por enésima vez a esa joven que a pesar de todo esa noche le lamería el coño con su lengua herida sólo por la promesa de que la drogarían durante su martirio..

Las puertas del palacio se abrieron y entonces las novicias comprendieron lo que iba a pasar. Muertas de horror y vergüenza las dos recularon hacia atrás obligando a los verdugos a empeñarse en hacerlas caminar. Con pasos torpes a causa de los grilletes de los tobillos las mujeres intentaban seguir la marcha como podían. La pobre Valeria lloraba y se quejaba casi de continuo pues Guido no dejaba de dar pequeños tironcitos produciéndole intensos calambres de dolor en sus pezones, sexo y lengua. Por detrás se oía cadenciosamente el sonido del látigo y los gemidos de Claudia cuando éste impactaba en su trasero, sus piernas o su espalda.

Las calles no estaba atestadas, pero había bastante gente. Todo el mundo se sorprendía al ver el inusual cortejo y si bien se apartaban a los lados de la calle atemorizados, muchos de ellos dejaban lo que estaban haciendo y seguían al grupo sólo por ver lo que iban a hacer con aquellas jóvenes.

La distancia del palacio episcopal a la plaza del mercado no era mucha, pero Guido dio un rodeo para recoger a la mayor cantidad de gente posible. En su camino hacia la plaza pasaron bajo la casa de lenocinio de la ciudad donde más de diez cortesanas estaban asomadas al balcón curiosas de ver lo que estaba pasando en la calle.

Al ver a las cortesanas el capitán hizo parar al grupo por un momento, Valeria miró hacia arriba y vio a aquellas mujeres con la cara pintada y lujosamente vestidas y peinadas pero con el escote abierto lo suficiente para mostrar sus pechos. La pobre novicia pensó que esas mujeres de la calle tenían en ese momento más dignidad que ellas mismas que estaban siendo terriblemente humilladas.

- Vamos soldaditos ¿por qué no subis a pasar un buen rato?

El capitán respondió

- ¿Acaso no ves lo que traemos?, ya tenemos putas y éstas son gratis.

- Sí pero son monjas y además las putas del Demonio, ¿acaso quieres compartirlas con él capitán?

El capitán era muy conocido en esa casa y por eso las prostitutas se atrevían a bromear con él.

- Precisamente por eso follan mejor que vosotras, les ha enseñado un buen maestro.

El capitán hizo un gesto obsceno con su antebrazo y las putas se rieron a carcajadas.

-Ya volverás a nosotras capitán, esas dos sólo te durarán dos días más y teniendo en cuenta lo que les va a hacer ese salvaje de Guido ni el propio Satanás querrá sus cuerpos. Diciendo esto las putas se metieron en el interior para seguir con su faena.

El capitán hizo otro gesto obsceno con el dedo y de pura rabia cogió el látigo y les dio un par de latigazos en las piernas a cada una de las novicias que gritaron por la rabia y el escozor. Una vez se hubo desahogado, el capitán dijo a Guido que siguiera la marcha.

Cuando la comitiva llegó por fin a los aledaños de la plaza del mercado los guardias tuvieron que emplearse a fondo para abrirse paso pues había bastante gente. En el centro de la plaza se erguía el patíbulo, una plataforma de madera que se levantaba a casi dos metros del suelo. A sus pies había varios cepos para los ladrones y pillos que pululaban por la plaza y que fueran sorprendidos robando. Esta vez los cepos servirían para otra cosa

Las jóvenes novicias fueron conducidas trabajosamente hasta los cepos entre el bullicio y las burlas de la gente a la que chocó verlas desnudas pero con los gorros del sanbenito encima. Esa era una ceremonia infamante que antecedía a la propia ejecución y las condenadas habían sido llevadas allí claramente para ser humilladas en público. En la mente de la gente eran dos brujas poderosas y había que conjurar los maleficios y desgracias que por su causa se pudieran abatir sobre la ciudad.

Mientras les quitaban los gorros infamantes, el capitán se subió al cadalso y pidió silencio con las manos. Casi todo el mundo había dejado sus cosas y rodeaba en ese momento a las mujeres y los guardias. Unos hicieron callar a otros y cuando juzgó que había suficiente silencio el capitán anunció solemnemente la ordalía.

- Estas dos mujeres que comparecen ante vuestros ojos han sido condenadas a muerte por el tribunal del obispo y serán ejecutadas aquí mismo en el plazo de dos días.

Un murmullo surgió entre la gente y el capitán volvió a pedir silencio, ¿qué crimen han cometido? preguntó alguien desde el público.

- Han yacido con el Diablo.

La gente murmuró más alto y algunos incluso se santiguaron.

Mientras tanto los verdugos fueron colocando a las condenadas en sendos cepos obligándolas a inclinar el torso y a poner el cuello sobre un rebaje semicircular de la madera. Entonces cerraron el cepo inmovilizándolas por el cuello, les soltaron los grilletes de los tobillos y les obligaron a abrir bien las piernas atándolas por separado a las patas del cepo.

El bufón cogió una caja de madera y subiéndose a ella se puso detrás del trasero de Valeria. Puso los dedos en su cabeza como si tuviera cuernos y simuló que follaba con la muchacha mientras hacía unos obscenos sonidos con su boca. Una carcajada del público respondió a la ocurrencia y de pronto esas dos peligrosas brujas dejaron de serlo para convertirse en la víctima propiciatoria de esa masa irracional.

El capitán aprovechó la reacción de la gente y riendo bajó del cadalso y poniéndose junto a Valeria describió los "encantos" de esa mujer con palabras obscenas y humillantes mientras palmeaba su trasero como si fuera una yegua. Finalmente invitó a que todos los hombres que quisieran abusasen de las novicias por el módico precio de una moneda de cobre.

Aplausos y vítores de aprobación se levantaron entre el público y pronto un grupo de voluntarios se presentaron espontáneamente para follarse a las novicias. El capitán les hizo formar en fila y exigió ver la moneda de cobre, magro precio que casi todos los hombres de esa plaza podían pagar por pasar un buen rato.

El primer voluntario se puso tras el trasero de Valeria y dando una patada a la caja de madera se bajó los calzones y como ya estaba empalmado la penetró brutalmente. Valeria gritó por la dolorosa penetración mientras el brutal individuo ponía los dedos sobre su cabeza e imitaba los sonidos del bufón sólo para divertir a la concurrencia.

Por supuesto, otro de esos tipos hizo lo mismo con Claudia que al ser penetrada en profundidad hizo un sonido ininteligible tras su mordaza mezcla de dolor y placer.

Uno tras otro, varias decenas de hombres violaron a las novicias por turno inundándolas de esperma por dentro y por fuera.

- Vamos, les animaba el capitán, es sólo una moneda de cobre, las putas de ahí al lado cobran mucho más.

En ese momento, Valeria crispó el gesto y gritó más fuerte pues uno de aquellos violadores se animó más que los otros y empezó a sodomizarla. El resto de la concurrencia se burló entre risas pues muchos nunca habían visto utilizar de esa manera el agujero pequeño de una mujer.

Eran tantos los candidatos que el capitán decidió quitar la mordaza de la boca de Claudia y aupando al enano bufón le hizo sacar su verga delante de su cara. Entonces Claudia volvió a hacer algo inesperado, en lugar de resistirse empezó a lamer delicadamente la polla del bufón y poco a poco inició una sensual mamada mientras un tipo se la seguía follando por detrás.

El público e incluso la propia Valeria se vio sorprendido por la reacción de la muchacha y pronto empezaron a insultarla y llamarla puta. Sin embargo cuando el enano eyaculó en su cara la gente volvió a reir y el capitán invitó a todo el mundo a gozar de las bocas de las prisioneras por una manera de cobre. Guido le quitó la pinza de la lengua a Valeria y empezó dando ejemplo con ella metiéndole la polla hasta la garganta.

La múltiple violación duró cerca de dos horas al cabo de las cuales las jóvenes novicias estaban humilladas, agotadas y literalmente cubiertas de semen. A pesar de todo, Claudia experimentó varios orgasmos y la propia Valeria se corrió un par de veces.

Guido juzgó que había sido suficiente y tras liberarlas de los cepos las llevaron al sucio pilón donde abrevaba el ganado y las sumergieron en él maniatadas haciéndolas tragar bastante agua. Aún empapadas Guido preparó otra vez a las mujeres para llevárselas. Para ello le soltó del pezón derecho de Valeria uno de los dragones y se lo puso a Claudia en el pezón izquierdo, el dragón sobrante pinzó el clítoris de la rubia y entre ayes y lloros arrastró a las dos a trompicones de vuelta al Palacio Episcopal.

La brutal ceremonia había sido como un necesario exorcismo pues el pueblo había quitado el miedo a las dos brujas y ya sin miedo acudiría a su ordalía en masa.

Tras volver al palacio episcopal las dos muchachas fueron arrojadas brutalmente a su celda, por suerte para ellas durante el resto del día las dejaron descansar.

El último día Valeria y Claudia volvieron a ser examinadas por el físico que comprobó que ambas estaban preparadas para la ejecución. Les dio una pócima para que descargaran completamente sus intestinos y tras lavarlas a conciencia volvió a depilar completamente su sexo y axilas y tras esto les cortó y afeitó el pelo como era preceptivo.

Una vez limpias y sin un pelo en la cabeza las desgraciadas muchachas tuvieron que comparecer otra vez ante el obispo y su hermana y los guardias las dejaron a solas con ellos por supuesto tras maniatarles los brazos a la espalda.

Ya sin testigos, los depravados clérigos dieron rienda suelta a sus bajas pasiones y "examinaron" con detalle a las dos jóvenes desnudas e indefensas comentando las marcas de todo tipo que los continuos tormentos habían dejado en su joven piel y cómo a pesar de ello les seguían excitando.

Valeria volvió a pedir piedad desesperada y la madre abadesa les reiteró su oferta de drogarlas durante su suplicio pero sólo a cambió de sus favores sexuales en esa última noche.

Viendo que era inútil, Valeria accedió por las dos y entonces el obispo se sentó, levantó sus hábitos y ofreció su pequeño pene para que ellas le hicieran una fellatio. Las dos se arrodillaron y obedecieron una vez más. Esta vez el obispo consiguió empalmarse y eyacular. A las dos jóvenes les costó casi media hora de chupadas y lametones que aquel sapo se excitara y se corriera de una vez en su boca y cuando terminaron, Claudia nuevamente sorprendió a su amante, pues con el semen del obispo aún en su lengua empezó a lamer la boca de Valeria y a besarla apasionadamente. Al darse cuenta de lo que estaba haciendo, ésta última le rechazó espantada, pero aquello divirtió a Sor Angela.

- Déjate hacer, quiero ver cómo hacéis el amor entre vosotras por última vez, vamos o mañana no habrá drogas.

Claudia accedió al momento, pero Valeria aún mostró resistencia, sin embargo, pronto se dio cuenta de que ya había poco que perder. En los últimos dias había sido vejada y ultrajada de las maneras más horribles así que podría soportarlo una vez más si ello le permitía aminorar los sufrimientos del cadalso.

Así las dos jóvenes volvieron a dar un sensual espectáculo a los sádicos hermanos y follaron entre ellas con toda la pasión que pudieron. Como ambas estaban maniatadas no pudieron utilizar sus manos pero sí su lengua. Guiada por la mano de Sor Angela, Claudia lamió todo el cuerpo de Valeria y terminó provocándole un intenso orgasmo tras un cunnilingus interminable. Hecho esto fue Valeria la que satisfizo a su amiga. Por supuesto el obispo no dejó de burlarse de aquellas dos mujeres calvas haciendo guarradas entre ellas en su presencia, a pesar de eso no se le volvió a levantar y cuando se cansó del espectáculo se fue de la habítación de su hermana.

Sor Angela cerró la puerta por dentro como ya había hecho con Valeria y tras desnudarse y acostarse en el lecho invitó a las novicias a compartirlo con ella.

Esa noche la abadesa fue la última en gozar de las condenadas durante más de dos horas y tras hacer el amor repetidamente hizo que las devolvieran a su mazmorra.

A la mañana siguiente ya estaba todo preparado para la ejecución, de este modo muy temprano los guardias fueron a buscar a las condenadas para conducirlas a la plaza. Para ello, las hicieron subir en un carro abierto fuertemente custodiado por una veintena de soldados. Antes de eso les dieron unos sanbenitos completos, en realidad unas camisas holgadas y el mismo gorro infamante en forma de cucurucho que habían paseado por la ciudad dos días antes.

La ceremonia exigía que antes de la ejecución fueran a la iglesia para confesarse y comulgar pues había que asegurarse de que se salvaran sus almas de ahí que les permitieran ocultar su desnudez por el momento.

El carro iba acompañado por una cuantiosa guardia conducida por el capitán y unos tambores que abrirían y acompañarían la tétrica procesión.

Cuando salieron a la calle, ésta parecía desierta, pero eso era porque todo el mundo esperaba ansiosa en la plaza del mercado. Efectivamente antes de ir allá, las condenadas fueron llevadas a la iglesia para su confesión ante el párroco.

Las dos jóvenes parecían tranquilas a pesar de que sabían lo que les esperaba. Valeria había pensado mucho toda la noche y decidió que no haría ningún acto de contrición ni comulgaría. Si algo le había enseñado todo aquello era que esos clérigos eran un atajo de hipócritas y que la Iglesia sólo le había mostrado intolerancia y crueldad pues su única culpa había sido enamorarse de Claudia y hacer el amor con ella. Teniendo en cuenta lo que el obispo y Sor Angela le habían hecho, ellos eran tan lujuriosos como ella pero mucho peores y desde luego merecían mil veces más que ella ese tipo de muerte. Valeria renegó tanto de la religión que se prometió a sí misma que si en ese momento el diablo se le presentara y le exigiera ser su amante ella se entregaría gustosa a él con tal de que le librara de ese espantoso tormento.

Lógicamente con estos pensamientos en la cabeza Valeria rechazó la confesión, la comunión y el hipócrita consuelo que intentó darles el sacerdote. Al verla, Claudia hizo lo mismo. Ante esa actitud el párroco ordenó airado que sacaran a aquellas siervas de Satán de la casa del Señor y y mientras les hacían subir otra vez al carro, les amenazó con las llamas del infierno por toda la eternidad.

De este modo, los sayones llevaron a las novicias a su último viaje. Unos minutos después de dejar la iglesia el carro se acercó a la plaza y entonces las jóvenes oyeron el rugido de la gente que esperaba impaciente a que empezara la ordalía. Las dos jóvenes se miraron angustiadas y sintieron un miedo atroz. Les aterraba el suplicio en sí pero también que las torturaran en público. Consiguientemente las chicas empezaron a experimentar sudores fríos y los esfínteres se les aflojaron de miedo. Ese miedo fue in crescendo cuando el carro entró en la plaza y la gente aumentó significativamente sus gritos.

Aquella masa informe se comportaba como animales ante aquel espectáculo atroz y de muchas gargantas salían gritos y palabras terribles que pedían la muerte para las dos brujas. Los soldados tuvieron que hacer sitio al carro con sus armas y éste se fue internando entre aquella marea humana.

De este modo las condenadas pudieron ver lo que tenían preparado para ellas. Los carpinteros habían construido en tiempo record unas gradas de madera para que el obispo y su corte, y en general los ricos de la ciudad pudieran ver la ejecución desde una posición privilegiada y con toda comodidad. Allí se situarían también algunas monjas del convento. También los balcones y ventanas de las casas estaban atestados de gente y ni siquiera las prostitutas quisieron perdérselo.

Avanzando lentamente, el carro llegó hasta los pues del patíbulo y los guardianes hicieron bajar a las dos mujeres de él. Entonces las dos miraron lo que les esperaba sobre el patíbulo y en lugar de subir las escaleras se quedaron heladas y paralizadas de espanto. Sobre el cadalso les esperaban los verdugos con la cabeza oculta por siniestras capuchas rojas. En un lateral había dos grandes cuerdas de carro colocadas en horizontal y elevadas encima de unos poyos de madera. En el centro había un poste horizontal sostenido sobre otros dos verticales y delante de ellos habían colocado una mesa con cuatro arandelas de metal en los cuatro extremos inclinada más de 45 grados sobre la horizontal y de cara al público. Al lado de la tabla inclinada había un brasero encendido y justo al lado en otra mesa habían colocado los instrumentos de tortura.

Evidentemente la ejecución no iba a ser rápida y piadosa sino lenta y muy cruel, primero torturarían a una de ellas y luego a la otra. La segunda tendría peor suerte que la primera.

Como las mujeres no se decidían a subir, los guardianes tuvieron que empujarlas y al verlas arriba el pueblo gritó aún con más fuerza.

Valeria vio a un verdugo encapuchado abalanzarse sobre ella y sin saber muy bien por qué tuvo la certeza de que era Guido. Brutalmente el hombre la atrapó de los dos brazos atenazando sus muñecas y se puso a su espalda, los otros dos cogieron a Claudia y sin esperar le quitaron el gorro y le rasgaron la camisa dejándola completamente desnuda.

La gente aplaudió y se oyeron todo tipo de obscenidades entre el público. Guido en cambio no se dio ninguna prisa en despojar a valeria de su ropa, primero le quitó el cucurucho y empezó a bromear acariciando su calva y mostrándola bien al público.

- ¡Vamos, desnúdala, queremos verla desnuda!, algunos hombres gritaban impacientes.

Guido aún jugó un poco con la calva de la joven que miraba avergonzada al suelo y tras hacer de rogar a su público abrió lentamente la parte superior de su camisa mostrando sus abultados pechos por un instante. Después de hacer un visto y no visto la gente volvió a protestar y Guido le bajó lentamente la camisa hasta mostrar todo su torso y sus redondos pechos. Aunque estaba muerta de vergüenza, Valeria no se resistió sino que mantuvo temblando con las manos a la espalda no fuera que enfadara a aquel hombre y en el último momento no quisiera administrarle la droga.

De este modo, el cruel verdugo se puso otra vez a su espalda y empezó a jugar con las tetas de Valeria bamboleándolas con sus manos delante del público y acariciando los pezones con los pulgares hasta que se engrosaron y pusieron rígidos. La gente casi se volvió loca, al ver eso y algunos hombres empezaron a masturbarse abiertamente. Las prostitutas del balcón calcularon que esa noche no darían abasto con los clientes.

- Desnúdala del todo verdugo, vamos queremos verla entera.

Nuevamente Guido hizo rabiar un poco a su público pero entonces hizo que Valeria se volviera dándoles la espalda y le fue quitando lentamente la camisa. Cuando el público la vio completamente desnuda y con la espalda y el trasero aún con tenues marcas azuladas prorrumpió en aplausos. Guido le palmeó el trasero y le abrió bien las nalgas para que todo el mundo viera sus intimidades. Entonces cogiendo una pera vaginal de la mesa hizo ademán de penetrarla con ella por el ano adelantando a su público en qué iba a consistir uno de los tormentos. Hecho esto le hizo darse la vuelta y le hizo abrir con sus propias manos los labios vaginales descubriendo su rosado sexo y haciendo que le metía la pera vaginal por ahí

Totalmente degradada Valeria mantuvo su sexo abierto pero bajó la cabeza y se puso a llorar.

El público vitoreó al verdugo y sólo tras un rato de jugar con su prisionera éste la soltó. Viéndose libre, Valeria corrió a refugiarse con su compañera de infortunio y ambas se abrazaron instintivamente para ocultar lo más posible su desnudez Ante ese gesto muchos las insultaron llamándolas lesbianas, brujas y putas de Satanás, pero sus gritos fueron acallados por un impresionante y largo redoble de más de veinte tambores que estremeció a todos.

Una vez conseguido el silencio, el capitán subió al cadalso e hizo las veces de heraldo. Desenrrolló un papel y empezó a leer la sentencia y a detallar en qué consistiría la ordalía. Así el público oyó conteniendo el aliento que las condenadas eran ejecutadas por ser adoradoras y amantes de Lucifer de modo que antes de la ejecución propiamente dicha ambas serían torturadas con hierros candentes en aquellas partes de su cuerpo con las que el diablo había gozado con el fin de purificarlas. El capitán las enumeró: sus pechos, su sexo y su ano serían "purificados" por este orden. Además y como preparación empezarían por darles cincuenta latigazos a cada una.

Una vez leída la sentencia, el capitán bajó del cadalso y otra vez volvieron los gritos e insultos de la cruel muchedumbre impaciente de ver aquella carnicería.

Al parecer la que tuvo peor suerte fue otra vez Valeria, pues con un gesto Guido indicó a sus ayudantes que empezaran por Claudia. Brutalmente separaron a las dos mujeres y evitando sus pataleos, Guido llevó a Valeria hasta un poste y allí la ató para que esperara su turno. Entre tanto, los otros dos verdugos ataron las muñecas de Claudia entre sí con las manos por delante y tras conducirla bajo los postes tiraron de la soga restante y tirando y tirando con fuerza consiguieron levantarla unos centímetros del suelo. Entonces aseguraron la soga que la mantenía colgada de los brazos y tras abrir las piernas al límite ataron cada tobillo por separado a un poste vertical.

Al ver cómo izaban el delgado cuerpo de Claudia y la estiraban de brazos y piernas se redoblaron los gritos de la multitud, entonces y sin esperar a que se hiciera el silencio uno de los verdugos empezó a administrarle los latigazos por detrás: algunos empezaron a contar en alto los golpes. Pronto fueron secundados por decenas de personas de manera que ni siquiera podían oirse los chasquidos del látigo contra el cuerpo de Claudia ni los gritos de la joven. Sin embargo su gesto crispado de dolor y sus lágrimas lo decían todo.

Tras veinte azotes el verdugo ya muy cansado fue sustituido por su compañero que reanudó el castigo con más saña.

Mientras tanto, y para divertimento del público Guido siguió abusando de Valeria delante de toda aquella gente aprovechándose de que estaba atada. Así el cruel verdugo no dejaba de sobarle los senos e incluso en un momento dado empezó a masturbarla

Al de treinta latigazos, Claudia perdió el sentido y se desmayó, pero mientras la reanimaban Guido no perdió el tiempo y siguió con el espectáculo gracias a un pequeño rodillo con pinchos. Entre la hilaridad del público más cercano, el verdugo consiguió arrancar gritos de desaprobación y lágrimas de Valeria pasándole repetidamente la rueda por su cuerpo desnudo y especialmente por el centro mismo de sus erizados pezones.

Una vez despierta, Claudia volvió a recibir los azotes, esta vez por delante. Tras otros diez minutos de gritos desesperados y latigazos, los verdugos soltaron las cuerdas que mantenían a la joven suspendida en el aire y ésta cayó al suelo completamente desfallecida y con el cuerpo cubierto de marcas rojas.

La gente celebró con aplausos esa cruel flagelación y seguidamente exigió que empezaran a castigar a la otra.

Consiguientemente Guido desató a Valeria y evitando como pudo sus arañazos y pataleos se la echó al hombro. La gente rio otra vez al ver el trasero desnudo de la mujer en alto y el verdugo aprovechó para hacer varias payasadas más palmeando su culo y haciendo gestos obscenos introduciéndole su dedo por el ano. La humillación de las víctimas era inherente a ese tipo de ejecuciones y nuevamente servía para que el pueblo se regocijara y perdiera el miedo a las brujas que, no lo olvidemos, representaban para ellos a las fuerzas del mal. Por eso las autoridades permitían a los verdugos que hicieran este tipo de cosas.

Tras pasear a su víctima de un lado a otro del cadalso para que todos la vieran bien los otros verdugos que se habían desentendido de Claudia se aprestaron a ayudar a Guido.

Así le ataron las muñecas con una cuerda y entre los tres la colgaron de los postes de una forma parecida a como habían hecho con Claudia. La muchacha no se lo puso fácil pues pataleó todo lo que pudo pero finalmente después de mucho luchar consiguieron atarle los tobillos a los postes.

A Guido le ponía a tono que sus víctimas se resistieran así que en lugar de tomarla con ella se puso a masturbarla aprovechando que tenía su entrepierna completamente abierta, expuesta y por cierto, empapada. Nuevamente la perversa ocurrencia del verdugo provocó la hilaridad general que se hizo más sonora y evidente a medida que la chica se acercó claramente al orgasmo.

El verdugo no quiso darle ese último placer pues dejó de masturbarla justo cuando estaba a punto. De hecho Valeria tuvo su orgasmo con los primeros latigazos. Esta vez fue el propio Guido el encargado de propinarle un latigazo tras otro arrancando de ella sonoros alaridos y peticiones de piedad. Algunos hombres del público que llevaban un rato masturbándose eyacularon tras ver a esa mujer escultural gritando como una posesa y debatiéndose entre sus ataduras.

Valeria recibió veinticinco latigazos seguidos en su espalda y trasero, pero antes de pasar a fustigarla por delante Guido quiso someterla a un tormento tradicional. Dejó el látigo por un momento y fue a buscar unas largas tenazas de metal. Levantándolas por encima de su cabeza se las enseñó al público abriéndolas y cerrándolas sonoramente y algunos empezaron a gritar.

- Vamos Guido las tetas, pellízcale las tetas.

Nuevamente los prominentes pechos de Valeria fueron su peor desgracia. Cuando Guido se acercó con las tenazas la joven suplicó a gritos que no le hiciera eso, pero de hecho sus pezones crecieron y se erizaron hasta el límite de pura excitación de tal manera que Guido tuvo dónde agarrar. Sádicamente cerró las tenazas sobre la aureola del pezón derecho y se lo retorció y lo estiró con toda su mala saña.

La gente cayó para oír bien sus alaridos de dolor. Al tiempo que Valeria gritaba con la cabeza dirigida al cielo un chorro de orina salió de su entrepierna y cayó al suelo provocando grandes aplausos entre el público. Para su desgracia, Valeria no perdió el sentido y tras torturarle los pechos durante un buen rato, Guido reanudó la cruel flagelación por la parte delantera de su cuerpo.

Tras los cincuenta latigazos el cuerpo de Valeria brillaba de transpiración y las marcas rojizas cubrían buena parte de su piel pero ella seguía consciente sin dejar de pedir que la dejaran de una vez..

Por fin la dejaron en paz y sin siquiera descolgarla de sus ataduras, los sayones volvieron a por Claudia. Esta había permanecido en el suelo todo el rato mientras azotaban a su compañera. Sin embargo, disimuladamente y cuando nadie le miraba, uno de los verdugos le ofreció beber de una pequeña ampolla diciéndole que eso mitigaría su dolor. Claudia lo rechazó.

No es que el verdugo se hubiera apiadado de repente de la chica. Si actuó así fue porque le habían pagado un buen dinero y no precisamente la Abadesa. En realidad había sido la madre Micaela que oyó cómo Sor Angela se jactaba de que aunque había prometido administrarles una droga adormecedora no tenía ninguna intención de evitar el más mínimo sufrimiento a esas putas del Demonio. En su fuero interno Micaela se sentía culpable de no haber reprendido a tiempo a las novicias. Seguramente si lo hubiera hecho en lugar de contárselo a la abadesa todo hubiera quedado en un castigo leve pero ya no había remedio. Por eso la monja gastó una buena cantidad de su dote para comprar la droga y sobornar al verdugo.

Sin embargo, como decimos Claudia lo rechazó de manera que tuvo que soportar totalmente consciente el espantoso suplicio al que le sometieron los verdugos.

Evitaré a los lectores los detalles del mismo pues seguramente herirían la sensibilidad de más de uno, sólo diré que en la hora siguiente colocaron a la joven sobre la tabla inclinada con los miembros completamente estirados y Guido destrozó poco a poco su cuerpo utilizando tenazas candentes, un desgarrador de senos, una pera vaginal y una pesada barra de metal.

Durante su brutal tormento, la pobre Claudia lanzó gritos inhumanos que no parecían venir de este mundo. Cuando Guido terminó con ella, la desató para colocarla sobre la rueda y entonces lanzó una maldición para sí. La muchacha había muerto. El tipo intentó ocultarlo mientras la enrodaba pues eso dañaría su reputación como verdugo, pero de hecho, muchos de los presentes se dieron cuenta de lo que había pasado.

Probablemente fue un efecto óptico pero muchos juraron que de la boca abierta de Claudia salió volando una paloma que ascendió hasta el tejado de la iglesia y se posó sobre una cruz. Los más supersticiosos interpretaron eso como un prodigio y cuando dos años después la peste atacó la ciudad produciendo decenas de víctimas la gente lo achacó a que habían cometido una injusticia con aquella muchacha y en realidad habían asesinado a un ángel.

De hecho, las iras del pueblo se dirigieron contra la autoridad, hubo una sublevación y el populacho tomó el palacio episcopal donde el obispo y su hermana fueron capturados, empalados con estacas de madera y quemados vivos.

Pero volviendo a nuestra historia, Guido estaba enfurecido por lo que había pasado y fieramente fue a buscar a Valeria prometiéndose a sí mismo que tendría más cuidado con ella.

La joven novicia había sido testigo de la carnicería que habían hecho con su amiga, así que cuando la descolgaron para acostarla sobre la tabla de tormento se resistió con todas sus fuerzas gritando histérica y retorciéndose con todas sus fuerzas. Dos soldados tuvieron que subir al cadalso para ayudar a los verdugos y sólo así consiguieron dominarla.

Brutalmente la acostaron sobre la tabla y la ataron de muñecas y tobillos estirando las sogas al límite para asegurarse que su víctima no se pudiera mover ni un milímetro. No obstante, a pesar de toda esta violencia, el verdugo sobornado por Micaela pudo acercarse a Valeria y ofrecerle la pequeña ampolla cuando Guido se entretuvo introduciendo los instrumentos de tortura en el brasero.

El verdugo le susurró algo al oído a través de su máscara y ella afirmó nerviosa. Disimuladamente el verdugo se puso delante y dejó que el contenido de la ampolla se deslizara entre sus labios. Ávidamente Valeria bebió el líquido y suplicó para sí que la pócima le hiciera efecto rápido. De hecho, Guido esperó hasta que las tenazas se pusieron de un rojo intenso y cuando se dispuso a empezar a torturarla Valeria ya estaba medio atontada. La joven sólo pudo darse cuenta medio inconsciente cómo la gente callaba para oír bien sus alaridos mientras el Verdugo acercaba a su pecho unas tenazas candentes con intención de arrancarle uno de los pezones. Sin embargo, cuando las tenazas estaban a punto de tocar su piel se oyó una voz potente al otro lado de la plaza.

- Alto, alto en nombre de la Santa Inquisición.

Todos los presentes, incluido Guido miraron hacia donde venía la voz. La propia Valeria levantó la cabeza para ver quién era y tras ver un nutrido grupo de soldados armados dirigidos por un encapuchado, los ojos se le pusieron en blanco y se desmayó.

Efectivamente más de treinta soldados totalmente cubiertos de corazas y con unos siniestros yelmos que tapaban su cara completamente escoltaban a un personaje encapuchado y le abrían paso entre la muchedumbre.. El obispo se levantó de su sitial y reconoció las enseñas de la Inquisición, ¿cómo podía ser?.

El encapuchado se fue directamente al cadalso y resueltamente subió las escaleras acompañado por cuatro soldados con sus espadas desenvainadas. Al ver eso, los verdugos retrocedieron instintivamente y los soldados rodearon el cuerpo de Valeria.

Entonces habló el encapuchado sin siquiera mostrar su rostro y señalando con el dedo al obispo.

- Obispo Ruggiero, has actuado como juez en un ámbito que no es de tu competencia y has condenado a estas dos mujeres injustamente. Desde este momento esta mujer será custodiada por la Inquisición. No os atreváis a hablar, me quejaré al Papa y al Emperador de vuestro comportamiento.

Entre tanto dos de los soldados fueron desatando a Valeria mientras los otros dos mantenían a raya a los verdugos.

El obispo estaba paralizado. El inquisidor tenía razón, se había extralimitado al no informar del proceso al tribunal del Santo Oficio. De hecho el obispo estaba tan aterrorizado que no se atrevió siquiera a resistirse.

El encapuchado no dijo más, uno de los guardias cogió en brazos a Valeria que seguía inconsciente y él lo cubrió con su propia capa. Nadie se atrevió a oponerse, los soldados se llevaron de allí a la joven y esa tropa salió de la plaza con las armas en la mano igual que habían entrado.

En la calle adyacente montaron sus cabalgaduras y tras meter a Valeria en un carruaje se la llevaron de la ciudad.

La muchedumbre congregada se quedó murmurando sin entender muy bien qué había ocurrido mientras verdugos y guardianes se miraban unos a otros sin saber que hacer.

Cuando se recuperó de la impresión inicial, el obispo llamó a sus consejeros para tratar la cuestión. Tras deliberar un rato todos estuvieron de acuerdo que al inquisidor le daba igual la vida de esa muchacha, aquello era una cuestión de jurisdicción y poder. El consejo llegó a la conclusión de que quizá jurídicamente el inquisidor tenía razón, pero que no tenía ningún derecho a llevarse así a una condenada convicta y confesa, pues con ello desafiaba la posición del obispo en la ciudad. ¿Cómo impondría el orden en adelante si se menoscababa de tal manera su autoridad.

Ruggiero comprendió que había cometido un error, pero aún había tiempo de subsanarlo. Rápidamente llamó al capitán y le ordenó que aprestara una fuerza de cincuenta soldados a caballo, eso sería suficiente para "convencer" al inquisidor de que volviera a la ciudad con su prisionera. Una vez allí no se enfrentaría directamente a él sino que le propondría repetir el juicio, esta vez con la participación de la Inquisición. Sí, eso sería suficiente.

Media hora después los efectos de la droga empezaron a disiparse y Valeria despertó. Confundida, la joven se incorporó en el carruaje y vio que estaba conducido por ese personaje encapuchado que había visto justo antes de desmayarse. El carro estaba sólo y los soldados habían desaparecido. Al principio Valeria creyó estar soñando, quizá había muerto ya, pero al notar el escozor de sus heridas la joven se palpó su cuerpo y comprendió que estaba viva y despierta.

- ¿Dónde, dónde estoy?

- Descansa, ahora estás a salvo.

Valeria quiso volver a preguntar, pero no lo hizo, sólo sabía que aquel encapuchado le había salvado de una muerte horrible y se volvió a acostar cubriéndose con la capa.

El carro siguió y siguió a paso lento durante media hora más, pero de repente Valeria oyó cascos de caballos por detrás y se incorporó a ver quién era.

La sangre se le heló en las venas al reconocer las enseñas del obispo, esos jinetes venían otra vez a por ella.

- Corred, dijo muy nerviosa, azuzad a los caballos, vamos.

El encapuchado ni siquiera se dio por enterado y siguió a la misma velocidad.

- ¿Es que no me ois?, corred, os lo ruego.

Los jinetes venían a buena marcha y les alcanzarían en pocos minutos.

Valeria volvió a urgir inútilmente a su acompañante, de todos modos, era inútil correr, el carro era demasiado lento y les alcanzarían igualmente.

Con el corazón desbocado, la joven vio acercarse a los jinetes, al final sí que la iban a matar de esa horrible manera, no, eso nunca, antes se suicidaría y pidió un cuchillo al encapuchado. Este ni siquiera le respondió.

Ya estaban a punto de alcanzarles y entonces ocurrió lo increíble: los jinetes pasaron de largo, adelantaron al carruaje y siguieron adelante a todo galope.

Valeria se quedó confundida.

- ¿Qué, qué ha pasado?

- No nos han visto, dijo el encapuchado lacónicamente

La hueste siguió alejándose y el ruido de cascos y caballos se fue perdiendo en la lejanía.

- ¿Cómo, cómo que no nos han visto?

Valeria empezó a inquietarse, todo aquello no tenía sentido.

- ¿Quién...quién sois vos?

- ¿Aún no lo has adivinado?

La joven no respondió pero un tremendo escalofrío recorrió su espalda pues una inquietante sospecha acudia a su mente.

- No puede ser, descubríos, mostradme vuestro rostro.

El encapuchado frenó a los caballos y volviéndose hacia la mujer, se levantó la capucha.

Lo que vio Valeria le heló la sangre en las venas.

- No, no puede, ser, estoy soñando, no puede ser.

Ante Valeria apareció el rostro de Claudia con su dorada cabellera al viento.

- Es imposible, estabas, estabas muerta, han destrozado tu cuerpo, yo lo he visto.... ¿Quién eres?, ¿qué eres?.

- ¿De qué te extrañas, Valeria?, el obispo y Sor Angela tenían razón, eras la amante del Diablo, sólo que tú no lo sabías.

- No, no puede ser, esto es una pesadilla.

- No lo es Valeria. Hoy mismo has renegado de tu Dios, has prometido que te entregarías a mí si yo salvaba tu vida y eso es lo que he hecho, ¿mantendrás ahora tu promesa?.

Valeria se quedó callada un momento temblando de miedo, pero finalmente comprendió y eso la tranquilizó.

- Sí, mi señora, la cumpliré.

Y el carro siguió su marcha.

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