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Diario de un Consentidor (2)

en Intercambios

Nuestra vida en común fue fácil desde el inicio, ninguno de los dos tuvimos que afrontar grandes problemas de adaptación y en pocas semanas parecía como si llevásemos viviendo juntos toda la vida. Yo seguí en la Universidad y Carmen afrontó un par de años de master y cursos de postgrado antes de comenzar a trabajar en una clínica privada. Aquel periodo en el que yo fui el sostén económico de la pareja fue asumido por ambos como algo lógico para su consolidación profesional.

Sentimentalmente nos encontrábamos tan felices y apasionados como el primer día; me sorprendía la espontaneidad de Carmen, su forma casi ingenua de plantear gestos o conductas altamente eróticas que en cualquier otra persona hubieran podido parecer obscenas. Disfrutaba con pequeños riesgos y no se avergonzaba fácilmente. Yo por mi parte encontré en ella mi alter ego, mi cómplice en mil y una fantasías que, una vez expuestas, aceptaba con ilusión casi infantil. Se inició en el top less en aquellas playas en las que iba siendo habitual, disfrutando del morbo que por aquella época producía.

Durante los cinco años siguientes, nos dedicamos a consolidar nuestra posición profesional, Yo acabé abandonando la universidad ahogado por la falta de iniciativas y de apoyo para la investigación. La docencia, mi otra pasión, comenzó a no ser suficiente argumento para continuar por lo que pasé a la práctica privada de mi profesión. Fueron años de estudio para Carmen y de mucho trabajo para mí, eso nos hizo posponer sine die la decisión de tener niños, algo por lo que ninguno de los dos habíamos demostrado tener una ilusión desbordante. Fueron años duros que no consiguieron aplacar nuestra ilusión por el otro, nuestras ganas de jugar, de amarnos y de sentirnos.

Se acercaba nuestro quinto aniversario de boda y, como cada año, esa noche nos dimos un homenaje en uno de los mejores restaurantes de Madrid para a continuación marcharnos a bailar. Esta era una noche para nosotros y nunca en todos estos años hemos querido compañía para esta celebración.

Cuando llegamos al local conseguimos una mesa cerca de la pista de baile y enfrente de una de las barras, afortunadamente el nivel de sonido del local era aceptable y pudimos alternar la charla con algunas piezas de baile. Estábamos charlando cuando la insistencia de las miradas hacia mi mujer por parte de unos chicos de la barra me hizo darme cuenta de que no eran casuales. Nunca me ha molestado que la miren, estoy acostumbrado a que sea el centro de las miradas allá donde entramos y no solo no me molesta sino que me halaga, pero en esta ocasión creí percibir algo en esas miradas que no me gustó. Aprovechando la excusa del retraso en servirnos las bebidas que habíamos pedido me dirigí a la barra para ejecutar un rito tan ancestral como la vida: El macho dominante haciendo frente a los machos jóvenes que le disputan la hembra, todo muy sofisticado y sublimado pero al fin y al cabo la mirada clavada en sus ojos, los hombros extendidos y la forma decidida de caminar hacia ellos tenía ese sentido, un sentido que se percibe no con la razón sino con las partes mas primitivas de nuestro cerebro.

Ellos captaron el mensaje y se volvieron hacia la barra, dando la espalda a nuestra mesa. Reclamé las bebidas y mientras esperaba me volví a mirar a Carmen; estaba hermosa con ese vestido rojo ceñido a su espléndido cuerpo que realzaba su figura, con sus hombros desnudos y anudado al cuello dejaba toda su espalda al aire, su escote en pico marcaba perfectamente la forma de sus pechos. Y entonces descubrí el motivo de las insistentes miradas de los tres hombres que estaban a mi lado en la barra: Carmen forzaba su postura para mirar hacia su izquierda a la pista de baile y descuidadamente tenía sus piernas lo suficientemente separadas como para dejar a la vista el encaje blanco de su ligerísimo tanga dejando entrever la oscuridad de su vello púbico, recortado "a la brasileña" y mostrando incluso la insinuación de sus labios, la breve falda se había subido mas de la cuenta al estar sentada en aquellas butacas tan bajas. Durante unos segundos me quedé enganchado a esa imagen, una postura nada obscena, era evidente la falta de intencionalidad de Carmen y me quedé embobado recordando otras escenas semejantes durante el lejano curso de verano del 91. La diferencia es que en esta ocasión eran otros quienes disimuladamente se perdían entre los muslos de mi mujer, pero la excitación que sentía al ser espectador de esta escena era tan arrolladora como cuando yo fui el mirón clandestino de mi alumna.

Debí olvidarme de las bebidas y marchar hacia la mesa para advertirla, debí darme por enterado de las miradas que habían vuelto a mi mujer, pero no lo hice, en cambio disimulé, hice como que no veía lo que veía y me quede paralizado fingiendo mirar a la pista de baile cuando en realidad estaba mirando el sexo de Carmen, percibiendo de nuevo su forma, su volumen, el pliegue vertical de la braguita pegándose a sus labios… miré hasta la saciedad la línea oscura de vello que se mostraba a través del amplio calado del encaje y de la liviandad del tejido mientras veía de reojo como aquellos hombres miraban lo mismo que yo y sentían lo mismo que yo.

El camarero me hizo reaccionar, recogí las bebidas y me dirigí hacia ella sin apartar la mirada de su sexo, dándome perfecta cuenta de que a corta distancia el detalle era aun mas claro. Me senté de nuevo a su lado, la razón me instaba a decirle que cambiase su postura pero algo me detenía, un segundo mas, me decía a mi mismo, solo un segundo más, luego otro más antes de romper este hechizo, pero siempre me callaba y me concedía más tiempo.

Charlábamos mientras por el rabillo del ojo captaba las miradas que se dirigían a ella, "un poco mas, solo un poco mas" repetía mi mente. Me dedicaba a cazar a los nuevos mirones que al pasar cerca se perdían en el interior de la breve falda de Carmen. Ella, ajena a mi perversión, continuaba charlando conmigo en un monólogo apenas salpicado por breves contestaciones mías.

Logré romper mi bloqueo cuando sonó una de nuestras canciones preferidas, una balada que a ambos nos traía recuerdos hermosos de nuestros primeros años juntos, me levanté y la saqué a bailar, al pasar cerca de los mirones de la barra, vi por el rabillo del ojo la expresión de deseo animal con que la miraban, yo ya no era una amenaza puesto que, o estaba ajeno a sus miradas o bien rehuía el enfrentamiento y eso les daba alas. Bailamos esa pieza y encadenamos con otras dos lentas, Carmen tenía sus brazos enlazados a mi cuello mientras mis manos la sujetaban por la espalda. Empecé a espiar a mi alrededor intentando captar si había mas miradas hacia ella. Siempre las había pero esta vez yo no era el muro contra el que se diluían sino que fingía no ver para que se mantuvieran. Cada mirada que cazaba me disparaba una descarga de excitación que desconocía. No entendía qué me estaba sucediendo pero lo cierto es que me excitaba que mirasen a mi mujer con ojos de deseo, era algo que se había disparado antes, al ver como miraban su pubis casi desnudo y que ahora intentaba volver a sentir en la pista de baile. Pero no era igual.

Sin pensarlo, mis manos se desplazaron lentamente desde sus caderas hacia la parte más alta de sus muslos y luego retrocedieron hacia el inicio de sus nalgas. Carmen separó su rostro lo suficiente como para encararse conmigo y vi en ella esa expresión traviesa que tan bien conozco, me sonrió y me susurró al oído "¿quieres jugar eh?", y sin esperar contestación se pegó a mi mucho mas de lo que estaba antes y comenzó a marcar levemente con su caderas el ritmo de la balada de una forma muy sensual. A medida que girábamos en la pista, mis ojos escrutaban a cada hombre que estaba cerca de nosotros y encontraba otros ojos dirigidos a mis manos en su culo, a sus piernas, a sus movimientos felinos en el límite de la procacidad. Y mi excitación comenzó a crecer y, como en una borrachera, empecé a perder el sentido de los límites. Subí mi mano izquierda hasta su hombro desnudo, haciendo círculos con mis dedos en su piel mientras mi mano derecha se deslizaba mas abajo aun, cubriendo sin disimulo su nalga. Carmen ronroneaba en mi oído y seguía moviéndose sensualmente, con elegancia y clase, lo cual la convertía en aun mas deseable. Mi mano izquierda recorrió el camino hasta su axila, con dos dedos acariciaba su sensible piel trazando círculos, arcos, lazos desde su hombro, por su axila hasta el nacimiento de su pecho, retrocediendo a su espalda desnuda, volviendo a marcar con mis dedos el camino que deseaba que recorrieran los ojos de los hombres que nos miraban, escuchando su respiración alterada en mi oído y cazando las miradas de deseo de otros hombres. "estamos dando un espectáculo cariño" – me susurró al oído, a lo que simplemente le contesté "sí"; noté su sonrisa en mi mejilla al elevarse su pómulo.

Miré disimuladamente a la barra y confirmé lo que suponía: nuestros primeros mirones estaban observando nuestro baile, haciendo comentarios entre ellos que sin duda se referían a mi mujer. Miraban mi mano en su nalga y deseaban ser ellos los afortunados. Pero era yo quien acariciaba ese cuerpo y también era yo quien se excitaba no tanto por las caricias sino por saber que otros hombres la miraban mientras la tocaba.

Volvimos a la mesa y deliberadamente busqué un camino que nos hiciera pasar muy cerca de los hombres que habían estado deleitándose con su pubis apenas cubierto, quería que la tuviesen cerca, que casi la oliesen, que sintieran su presencia sensual. Y yo quería notar la atracción que les producía su cercanía.

Nos sentamos y desee que de nuevo la poca altura de las butacas la obligase a dejar sus piernas semiabiertas, entonces me di cuenta horrorizado: deseaba que la vieran desnuda.

Llegábamos del baile excitados ambos y me besó en la boca, yo la rodee con mi brazo y la hice reclinarse en la butaca intentando forzar que sus muslos no se pudieran mantener pegados, con el rabillo del ojo vigilaba sus piernas y veía como la estrecha falda apenas cubría el tercio superior de sus hermosos muslos, la volví a besar y un latido mas fuerte me golpeó en el pecho cuando observé como sus muslos se relajaban y se abría una brecha entre ellos. Miré por el rabillo del ojo a la barra y ahí estaban los tres cazadores absortos en mi mujer. Puse una mano en su muslo y acompañé mi beso con una caricia que intentó colarse entre ellos antes de que Carmen reaccionase y me dijera "estas loco!".

Si, estaba loco, borracho perdido de un placer desconocido, siendo espectador del asedio que otros hombres lanzaban contra mi esposa.

Aquella madrugada, de regreso en casa, hicimos el amor con una intensidad inusual y aun después, cuando Carmen dormía a mi lado, yo no era capaz de conciliar el sueño bombardeado por las imágenes de lo sucedido aquella noche.

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