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Diario de un Consentidor (42)

en Intercambios

  • "Llámale"

  • "Si, claro"

Carmen sonrió con escepticismo, no se había tomado en serio mi petición. Mantuve su mirada sin inmutarme y, al ver mi expresión la sonrisa cayó de su boca.

  • "¿Estás de broma, verdad?"

Pausadamente negué con la cabeza, mis ojos la retaban y su rostro comenzó a mostrar la incredulidad y la sorpresa que mi petición le causaba.

  • "¡Venga ya!" – dijo intentando rechazar lo que yo le planteaba.

Yo continuaba acariciando su estómago por debajo del pijama, el pulgar extendido rozaba insistentemente la base de sus pechos, tan duros, tan firmes; la tentación era demasiado poderosa y no hice nada por detener a mi mano cuando ésta comenzó a deslizarse en diagonal hacia arriba separándose de su cuerpo y elevando la tela del pijama. La palma estirada apenas rozaba sus pezones marcando círculos y líneas, un irresistible cosquilleo recorría mi mano hasta el punto de casi obligarme a retirarla de la puntiaguda cima que coronaba su pecho. Durante un breve tiempo Carmen intentó encontrar una respuesta adecuada, sus ojos continuamente viajaban desde mi rostro hacia algún punto en la pared posterior o en el techo, se esforzaba pero no conseguía hilar una frase. De pronto la tensión se transformó en risa y rompí a reír, una risa nerviosa producto de la excitación que me provocaba la posibilidad de que llegase a llamarle; Me miró extrañada.

  • "¿Y ahora de qué te ríes, si puede saberse?" – Me agaché hacia su rostro con la actitud del que se sabe ganador de una partida.

  • "La idea te atrae tanto como a mí, posiblemente mas, y no encuentras la forma de negarte, ¿acerté?"

Cambié bruscamente el rumbo que mi mano marcaba sobre su pezón y observé cómo sus ojos se entornaban, atacada por el placer que la invadía; yo utilizaba toda mi artillería para debilitar sus defensas y para ello nada mejor que atacar sus sensibles pechos; no he conocido a ninguna otra mujer que pueda llegar al orgasmo tan solo acariciando sus pezones.

Carmen hizo un esfuerzo para dominarse y volvió a abrir los ojos.

  • "Claro, y yo voy y te hago caso, le llamó y le digo ‘hola cariño, estoy aquí con mi marido y se me ocurrió llamarte’… ¿qué sencillo, verdad?"

  • "Dile que tu marido está de viaje, pero no le digas que está en Coruña porque se acordará que yo me voy mañana"

No lo había olvidado, días atrás le mencioné a Carlos mi curso en Coruña durante la siguiente semana; una coincidencia en mi destino con el marido ficticio de Carmen podría resultar sospechoso.

Carmen mantenía la misma expresión de incredulidad, sorpresa y… duda. Era evidente que en algún remoto lugar de su mente comenzaba a crecer la idea de aceptar la aventura. Reconocí en sus ojos el mismo brillo que observé en Sevilla cuando improvisó la historia de la orgía. Mis dedos extendidos mientras la palma se arrastraba por su pezón, cada vez más duro, se acercaron a su clavícula, ahora su duro pezón torturaba la sensible piel de mi muñeca y las yemas de mis dedos alcanzaron su suave axila, Carmen respondió estirando su brazo hacia atrás sujetando su nuca con la mano. Insistí.

  • "Llámale, quiero escuchar cómo le dices cariño"

  • "Estás loco"

  • "¿No decías que ya no te afecta decirlo? Demuéstralo"

  • "No viene a cuento, ¿a santo de qué le llamo un viernes por la noche y le llamo cariño? no suena natural"

Hubiera deseado poder saltar de alegría, aquello no era una negativa, estaba entrando en el juego, hasta ahora su posición había estado lejos de ser un férreo rechazo.

  • "Joder Carmen, sé un poco… diplomática, llámale… estás solita… te apetecía hablar con él… y luego, cuando os vayáis a despedir le dices…"

  • "…un besito cielo, hasta mañana" – repitió sonriendo, palabra por palabra, la frase que acabábamos de ensayar.

No me pude contener, la emoción me desbordó y la besé atrayéndola hacia mí rodeando su espalda con mi brazo; cuando por fin nos separamos me lanzó esa mirada profundamente sensual que me conmociona como si me golpeasen con un puño.

  • "No he dicho que lo vaya a hacer"

  • "Tampoco has dicho que no vayas a hacerlo"

Se quedó mirando a mi pecho, cavilando, yo respeté su silencio, un silencio en el que se libraba una batalla para la que cualquier interrupción hubiera sido contraproducente; tras unos segundos me miró con intención de hablar, yo la dejé reposar de nuevo en la cama y volví a castigar sus pezones.

  • "No sé Mario, si le damos la posibilidad de hablar conmigo estando en casa cualquier día puedes coger tú la llamada y…"

  • "No nos va a descubrir, Carlos no es un irresponsable, si le dices que tu marido está de viaje entenderá que solo te puede llamar a estas horas cuando tú se lo digas"

De nuevo un largo silencio se extendió durante más de un minuto, escuché el segundero del reloj de pared avanzar machaconamente mientras Carmen sopesaba todos los argumentos.

Se irguió repentinamente para alcanzar su móvil de la mesa; Comencé a temblar, mi pulso latía más rápido, mi corazón se aceleró bruscamente; Carmen acababa de tomar la decisión.

  • "No me presiones ¿vale? Aun no sé si llegaré a decirle eso" – me advirtió mientras buscaba en el móvil el número de Carlos.

  • "¿Eso?" – de sobra sabía a lo que se refería, ella me miró retadora.

  • "Ca-ri-ño" – remarcó marcando cada sílaba con una oscilación de su cabeza.

Esperamos en silencio a que atendiera la llamada. Tardaba en cogerlo y pensé que dada la hora, posiblemente estuviera fuera de casa, tomando algo, cenando con los amigos; Carmen subió ligeramente las cejas y supe que ya le tenía al otro lado.

  • "¿Carmen, eres tú?" – la sorpresa de Carlos era evidente.

  • "Hola"

  • "¡Vaya sorpresa! No te esperaba" – a través del teléfono ella escuchó el bullicio propio de un lugar público, un restaurante quizás.

  • "¿Te pillo en mal momento?"

  • "No, en absoluto, me encanta que me hayas llamado, espera un segundo y busco un sitio donde te pueda escuchar mejor"

Me dediqué a observar a mi mujer, mantenía la mano bajo su nuca, ahora toda la tensión que surgió por mi proposición había desaparecido y parecía estar excitada, a punto de iniciar una gran aventura.

  • "Ya estoy contigo, apenas te escuchaba, hay demasiado ruido en el restaurante, estoy cenando con unos amigos"

  • "Oye, hablamos en otro momento, no pasa nada, es que…"

  • "Carmen, tengo muy claras mis prioridades, la cena y mis amigos pueden esperar"

Ajeno a la conversación que se producía al otro lado, me guiaba por las reacciones de mi esposa, y la sonrisa que surgió en su boca, la caída de ojos… me hacía suponer un halago, alguna frase que había calado hondo en ella.

  • "¿Dónde estás? ¿Cómo es que me puedes llamar a estas horas?"

  • "Mi marido se ha marchado a dar unas conferencias, y estaba aquí, viendo la tele y se me ocurrió llamarte"

  • "Pues es lo mejor que me podía suceder hoy, cielo"

Dejé de prestar atención a lo que respondía, algunas veces intentaba hilar la conversación que mantenían cuando sus palabras me daban pie a ello pero en realidad me concentré en estudiar sus gestos, sus sonrisas, las miradas de complicidad que de vez en cuando me lanzaba. Carmen estaba hablando con su amante delante de mí sin el menor signo de apuro, era mucho más natural, se sentía mucho más relajada de lo que yo hubiera podido esperar. Mi mujer charlaba con el hombre con quien se había acostado, mantenía una conversación propia de una pareja de novios.

Y yo, convertido en voyeur de aquella escena, me dejaba zarandear por las intensas emociones que cruzaban mi cuerpo y mi mente, me veía sometido a fuertes contradicciones que se fusionaban para sumergirme en un estado de excitación como pocas veces había experimentado. La veía hablar con su amante y me excitaba saberla más de él que de mí en ese momento.

  • "¿Y cuánto tiempo vas a estar sola?"

  • "Toda la semana"

Escuché esa frase y vi como su expresión cambiaba, me miró compartiendo conmigo su sensación de haberse precipitado y haber dicho algo que no debía; Entendí su preocupación, le acaba de dejar abierta una puerta de siete días. Le sonreí y continué acariciándola por debajo del pijama, ahora mi mano no se limitaba a explorar sus pechos y su axila, recorría espacios más amplios: su costado, su hombro, buceando por dentro de la manga… quería añadir toda la excitación posible a aquel momento ya de por si excitante.

  • "¡Vaya por Dios!" – exageró Carlos – "Y Mario también fuera, ¿o era la otra semana?"

  • "No, es esta, se marcha mañana por la noche, en tren"

  • …

  • ""no le gustan demasiado los aviones…" – explicó mirándome juguetona – "… si puede los evita, aunque le cueste pasar una mala noche de tren" – ambos sonreímos.

  • …

Carmen rió con ganas ante lo que le estuviera diciendo Carlos

  • "¡Nooo, jamás! Estaría mal que tratase ese tipo de fobias ¿no crees?"

La conversación prosiguió cada vez más relajada, cada vez en un tono más intimo. Yo me moría de placer y celos, una mezcla agridulce, intensa, abrumadoramente excitante. Si al principio sus miradas me hicieron partícipe con frecuencia de sus emociones, fue progresivamente centrándose en la conversación y dejándome al margen, relegado al papel de espectador, ajeno a la pareja que intercambiaba comentarios, gustos, opiniones…

En ese instante un pensamiento nació arrollador en mi mente: sentí que aquella conversación tranquila y desinhibida la acercaba más a él, en aquel momento era más de él que mía. Una extraña sensación acompañó esta certeza, una sensación de entrega, de pérdida, de cesión… una sensación que disparó mi libido.

¿Puede el dolor ser tan intenso y ambiguo como para transmutarse en placer? Rotundamente si, sin ningún atisbo de duda. Todas las sensaciones y pensamientos que surgían a la vista de aquella "conversación de novios" me dolían profundamente, sin embargo se trataba de un dolor que deseaba experimentar, un dolor lacerante que, cuando remitía, yo mismo provocaba invocando las perspectivas más audaces y peligrosas que mi mente pudiera construir, un dolor fascinante, atractivo, excitante, que no dejaba de doler al tiempo que me provocaba un profundo y desconocido placer.

Entendí que el final de la charla se acercaba por el cambio sutil que se produjo en su postura.

  • …

  • "Si, será mejor que regreses a la mesa, se te ha debido quedar frio el plato y tus amigos estarán extrañados"

  • …

  • "pasaré el día con mis padres" – parecía intentar evitar una nueva llamada con su excusa

  • …

  • "Por la noche…" – me miró interrogativamente, yo afirmé con la cabeza, ayudándola a tomar la decisión que deseaba – "… si, estaré en casa, sobre las diez o las once"

  • …

  • "De acuerdo"

  • …

Su expresión cambió, se mordió el labio inferior, parecía a punto de tomar una importante decisión.

  • "Un besito, hasta mañana entonces"

Colgó, al final no se había atrevido a decirle ‘cielo’ pero ni me importó ni pensé en hacérselo ver, Carmen dejó el móvil en el suelo y me abrazó apretándome fuerte.

Nos besamos sin pausa, besos largos, interminables, unas veces suaves, otras de una intensidad brutal, los primeros reflejaron la ternura y el placer por compartir juntos esta aventura, los segundos delataron la intensa excitación que ambos habíamos acumulado,

Saqué mi mano de debajo de su pijama y la intenté introducir por la cintura pero era una postura imposible, Carmen levantó el culo y se bajó el pantalón hasta medio muslo, yo continué bajándolo hasta que llegó a sus tobillos, ella dobló las rodillas y pude sacárselo; lo lancé a la alfombra y busqué con ansía lo que deseaba.

De su braga emanaba un calor húmedo, volvimos a unir nuestras bocas mientras nos entregábamos a consumar la cima de morbo y deseo que amenazaba con descontrolarse antes de lo que ambos deseábamos. Mis dedos hurgaron entre sus muslos y enseguida la humedad traspasó la delgada prenda. Estaba empapada, su coño era un rio de humedades provocado por Carlos, no por mí.

  • "Estás empapada" – le susurré al oído mientras me comía su cuello.

  • "¡Siiii!" – pronunció en medio de un hondo suspiro

  • "Parece que te pone hablar con tu chico"

  • "Tú eres mi chico"

  • "Ya, tú me entiendes, ¿no? te pone hablar con tu amante" – abrió los ojos y me miró aceptando el envite.

  • "Mucho, me pone mucho hablar con mi amante, delante de mi marido…" – me besó con ansia, moviendo su cara para encajar mejor en mi boca – "¿Y a ti? ¿Te pone verme charlar con él? Vamos a verlo"

Subió su mano hacia mi bragueta y sonrió satisfecha al comprobar la erección que se ahogaba bajo el pantalón.

  • "¡Siii, estás completamente salido, ¿eh, golfo?"

Se volvió de lado hacia mí y comenzó a bajar la cremallera con dificultad pero no quise ayudarla, no tenía intención de abandonar mi cálida presa y además quería verla luchar para conseguir lo que deseaba. Tumbada sobre mis piernas tenía poco margen de maniobra pero al fin consiguió desabrochar el pantalón y extrajo con prisas mi polla del slip, me incorporé como pude apoyándome en la espalda para ayudarla a bajarme la ropa.

Su cabeza descansaba en mis muslos, su rostro quedó a escasos centímetros de mi palpitante polla, creí que no lograría contener el orgasmo, sus delicados dedos rodeando el glande, subiendo y bajando por el tronco, revolcándose en la humedad que brotaba incesante, y su boca tan cerca, tan dolorosamente cerca… dejó caer un beso en uno de mis testículos que se encogieron al contacto de sus labios, luego un nuevo beso en el otro testículo, otro más, otro… mi escroto se contraía con cada beso y provocaba un salto de la dura barra en la que se había convertido mi polla, sus manos continuaban frotando mi glande, entonces obligó al tronco a perder su verticalidad para acercarlo a su rostro y se acarició con él, la cara una y otra vez hasta ...

El primer disparo cayó en su frente y alcanzó su pelo, se alejó un instante antes de que el segundo atravesara su mejilla, cerca de la nariz y la obligase a cerrar un ojo instintivamente, nuevos brotes cayeron esta vez en su boca abierta, otros resbalaron por su mano que seguía aferrada moviéndose arriba y abajo. Apuró mi eyaculación aspirando con sus labios fruncidos que parecían besar la pequeña abertura por la que manaban las últimas gotas y luego se dedicó a limpiarme recorriendo concienzudamente con la lengua el glande que no dejaba de latir con cada pasada. Me miró lascivamente mientras se chupaba los dedos uno a uno recogiendo el semen que los cubría.

  • "¿Tenías hambre, eh?"

  • "Yo siempre"

Estaba tan hermosa con su rostro surcado por el semen… me miró sonriendo, elevó las cejas y sacó la lengua para alcanzar un goterón cercano a la comisura de sus labios, su rostro adquirió una expresión juvenil, casi infantil que contrastaba con los regueros blanquecinos que mancillaban esa ingenuidad que parecía emanar de su cara. Fui recogiendo cada rastro con un dedo y llevándoselo a la boca, Carmen miraba el dedo cargado de semen antes de engullirlo, lo chupaba como un bebé, lo limpiaba bien antes de dejarlo escapar y esperaba que le llevase una nueva carga que tragaba con verdadero placer.

Mis dedos buscaron un resquicio en su braga y avanzaron por sus labios buscando horadar aquella grieta que se mantenía cerrada. Fue fácil, el charco en el que se había convertido su coño me permitió deslizarme sin apenas esfuerzo. Carmen gimió y, como si la hubiera atravesado con una espada, arqueó la espalda y se incorporó ayudándose tan solo de sus abdominales, se deshizo del pijama y quedó desnuda sentada en el sillón, cruzada conmigo, mirándome a los ojos, reflejando en los suyos el intenso placer que mis dedos generaban en su interior y moviendo los suyos por mi polla como si fuera un alfarero modelando un falo.

  • "Vamos a la cama" – le rogué.

Y allí alcanzamos la meta, el objetivo que se había ido fraguando desde que dejamos de atender al televisor y nos centramos en lo que ya era para nosotros el centro de nuestra vida. Nos amamos largamente, durante un tiempo incontable hasta que estallamos en un orgasmo ruidoso, inmenso, descontrolado, egoísta, un orgasmo en el que éramos tres y no dos los que participábamos. Sin mencionarlo ambos hicimos a Carlos un hueco en nuestras mentes mientras nos explorábamos con una obscenidad impúdica, libertina y salvaje.

….

No hicimos intención de levantarnos para cenar, no en ese momento, quizás no en las próximas horas, la laxitud del orgasmo nos mantenía flotando en una tenue nube de difuso placer, un vacío libre de pensamientos y movimientos; solo estar, solo dejar pasar el tiempo.

El sonido del móvil abandonado en el salón nos expulsó de nuestro nirvana, Carmen reaccionó con rapidez y corrió a cogerlo. Regresó por el pasillo sin descolgarlo y solo cuando estuvo frente a mí contestó. Sus ojos me confirmaron lo que ya suponía.

  • "¿Sí?"

  • …

  • "Hola cariño" – una amplia sonrisa emocionada cruzó su rostro como si con esas dos palabras hubiera coronado una difícil cumbre, sus ojos ilusionados se clavaron en los míos, le lancé un beso que quería ser intenso y me tumbé en la cama mirando al techo, dando gracias a los Dioses en los que no creo, gracias por conseguir escuchar esa breve frase tan cargada de significado.

Carmen dio unos pasos hasta el borde de la cama y se detuvo antes de volver a acostarse.

  • "¿El qué?"

  • …

  • "He dicho hola" – sonrió traviesa mirándome.

  • …

  • "Estaba en la cama"

  • …

  • "No, esas cosas no se repiten, pierden su valor"

  • …

¿Qué le diría Carlos que ella rió alegremente?.

Se tumbó a mi lado, yo la arropé con el edredón y rodeé su estómago con mi brazo, Carmen se cambio el teléfono de oreja y acercó su cabeza a la mía ofreciéndome compartir la conversación. Aquel gesto me emocionó, ella me quería a su lado.

  • "En serio, esas cosas surgen solas, salen espontáneas"

  • "Entonces, busca un sinónimo pero por Dios te lo pido, déjame escucharlo otra vez" – Escuché implorar a Carlos con su voz cargada de urgencia. Carmen estaba cómoda, feliz, acabábamos de follar como dos locos, apenas se había repuesto del orgasmo y ahí estaba hablando de nuevo con su amante. No podía estar mejor preparada para afrontar aquella petición.

  • "Hola cielo" – dijo casi en un susurro con su voz más sensual, entonces me miró de reojo y me sonrió.

  • "¡Oh Carmen, eres maravillosa! No imaginas lo que significa para mi… me acabas de hacer el mejor regalo que podría desear"

  • "Bobo, no es para tanto"

Su manera de decir ‘bobo’, esa expresión cariñosa dirigida esta vez a otro hombre me conmocionó, pero ahí la tenía, pegada a mí, incluyéndome en la charla… ¿qué miedo podía sentir?

  • "Dímelo otra vez" – Carmen no lo dudó.

  • "Hola cariño"

¡Oh Dios! Apenas podía contenerme ¡Su voz era una sensual caricia! Le devolví una amplia sonrisa emocionada para dejarle claro que me sentía dichoso.

  • "¡Si!" – Carlos parecía desbordado de felicidad y eso era un acicate para Carmen que siguió regalándole sus tiernas palabras

  • "Cielo…"

  • "¡Oh, chiquilla!"

  • "Corazón…"

Estaba desinhibida, centrada en entregarle esas dulces palabras que tanto le había costado pronunciar rompiendo otro tabú mas; y aunque me tenía a su lado, a pesar de que me había invitado a su conversación, me sentí desplazado, sustituido, suplantado… y gocé, gocé con esa sensación que me humillaba y sin embargo me emborrachaba de placer.

  • "¿Ya? ¿contento?" – dijo sabedora del poder que le daba sobre Carlos lo que acababa de hacer.

Seguí escuchando como un ladrón agazapado en su hombro. Bajé de nuevo a su coño y me sumergí en el lago de flujo y semen que se precipitaba como un torrente entre sus nalgas, Carmen respondió separando las piernas; no pretendía excitarla más, tampoco le hacía falta, tan solo deseaba estar ahí, dentro de ella. Durante cinco o diez minutos me limité a observarla extasiado por la belleza que irradiaba su rostro ilusionado, con mis dedos dentro de ella.

  • "¿Qué estás haciendo?" – la inesperada pregunta de Carlos nos tomó por sorpresa.

  • "¿Yo? No se… ¿a qué te refieres?

  • "Tu voz, suena… como agitada, ha cambiado"

Caí en la cuenta; llevaba un rato acariciando su clítoris suavemente, solo deslizaba mi dedo medio por encima del pequeño capuchón, otras veces lo rodeaba. Esa era la causa del cambio en su tono de voz. Carmen lo entendió también y me miró como si nos hubiera descubierto.

  • "Que va, eso es que te lo imaginas"

  • "No, no. A ver, confiesa: ¿Dónde tienes la mano?"

Carmen me miró de reojo sonriendo, le excitaba el juego que Carlos acababa de iniciar, yo sentí como mi polla comenzaba a crecer y se deslizaba hacia arriba arrastrándose por el muslo de Carmen.

  • "Sujetando el móvil" – dijo exagerando un tono travieso.

  • "¿Y la otra?"

Carmen calló, no estaba segura del curso que debía darle al juego.

  • "¿Lo adivino?" – insistió él.

  • "Prueba a ver" – Era pura coquetería, jamás la había visto usar ese tono tan provocador y sugerente, nunca hasta entonces había usado su encanto tan deliberadamente.

  • "Quizás… estés acariciando tus pezones, sé que te gusta, te he visto hacerlo distraídamente mientras estábamos en la cama"

Carmen abrió la boca y los ojos sorprendida por lo que acababa de escuchar, se volvió a mí sin perder la expresión de sorpresa.

  • "¡No me acuerdo de haber hecho eso!" – protestó.

  • "Por eso eres tan especial, porque no lo haces para provocar, simplemente eres así"

Sonreí al escuchar a Carlos, había captado la esencia de Carmen; ella es pura naturalidad, la completa ausencia de sofisticación artificiosa la convierten en la más deseable de las mujeres.

  • "Me vas a sonrojar"

  • "Pocas cosas creo que te hagan sonrojar a ti… en fin ¿acerté?"

Carmen dirigió su mano derecha por debajo del edredón hasta tocar la mía que seguía jugando suavemente con su clítoris; hice intención de cederle mi lugar pero me detuvo y cuando comprobó que no iba a perder mi caricia, avanzó hasta hundirse entre sus labios, su mano descansaba sobre la mía y ambos nos sincronizamos en un mismo ritmo lento y constante.

  • "Frío, frío" – su boca mantenía esa sonrisa casi infantil, alegre, ilusionada, con la que seguía el juego de Carlos.

  • "A ver, dame una pista… ¡ya se! Mueve tus dedos, ahí donde estén mientras hablas, te garantizo que lo adivinaré"

El juego era casi pueril pero Carmen se dejó llevar por sus palabras, noté como hundía más profundamente sus dedos y los movía como si la estuviesen follando; cerró los ojos, su voz acusó el efecto de su masturbación.

  • "Y… que qui.. que quieres que…" – un suspiro quebró su voz – "…diga?"

Era la escena más sensual, más erótica que podía haber pensado.

  • "No hace falta que digas mas, te has descubierto" – dijo triunfante.

  • "¿Si? ¿Estás seguro?" – el rítmico movimiento que había imprimido a sus dedos hizo temblar claramente su voz.

  • "Si cariño, te estás masturbando para mí, tal y como me gustaría poder hacerte con mis propias manos"

Carmen seguía frotándose vigorosamente, su respiración convertida en jadeo debía llegarle con claridad a través el teléfono.

Me asusté, en apenas unos segundos aquello había cobrado un rumbo imprevisto en el que, si bien yo había sido invitado a participar, cada vez pertenecía mas a ellos dos.

  • "¿Eso crees?" – apenas podía hablar.

  • "Solo falta que me lo confirmes tu, dímelo"

Carmen continuó jadeando al teléfono.

  • "Dímelo cielo, dime que estás haciendo"

Tenía los ojos cerrados, yo había retirado mi mano sin ser consciente de ello, como si me retirase abandonándola al placer que se proporcionaban los dos. Estaba absolutamente absorto, entregado a contemplar aquella escena, emocionado por la absoluta libertad con la que actuaba mi mujer. Carmen se masturbaba y su aliento entrecortado la delataba a través del teléfono, o era ella misma la que quería exhibirse de esa manera. Siguieron unos minutos en los que Carlos se mantuvo en silencio escuchando el jadeo de Carmen, sus gemidos, sus lamentos y durante los que yo me limité a ser espectador asombrado de la nueva personalidad de mi esposa.

  • "Oh!... me voy a… correr…"

  • "¡Si cielo, si! ¡córrete para mi, cariño, hazlo!"

Botó en la cama, el teléfono cayó de la almohada y yo mismo lo recuperé para que pudieran escucharse sin tener que sujetarlo. Carmen convirtió su jadeo en un largo gemido que pasó de los graves a los agudos a medida que el orgasmo se acercaba mientras su cuerpo no dejaba de convulsionarse, Carlos seguía animándola a continuar.

Entonces escuché lo que temía oír alguna vez y que en el fondo sabía que tarde o temprano sucedería.

  • "¡Vamos cielo, vamos, sigue, córrete amor!"

Amor.

Carlos había cruzado una frontera prohibida. Como tantas otras veces había sido yo mismo el que temerariamente había provocado aquello, ahora reaccionaba y me preguntaba si no estaría tensando demasiado la cuerda. Un escalofrío atravesó mi espalda. Amor no; amor era un territorio exclusivo de Carmen y mío.

  • "¿Estás ahí?" – tras unos segundos, en los que solo el rumor de su respiración intentando recuperar la normalidad rompió el silencio, Carlos la reclamaba.

  • "Lo que queda de mí" – dijo rompiendo a reír.

La miré extasiado mientras seguían hablando tras haber compartido sexo por teléfono. Me maravillaba la naturalidad con la que había asumido masturbarse con él delante de mí, pero aun me faltaba otra sorpresa por vivir.

  • "¿Y tú?" – escuché preguntar a Carmen.

¿Era posible? Ahora, ya relajada, sin la excusa de la tensión sexual, se mostraba tan impúdica y desvergonzada como para curiosear si él se habría masturbado también.

  • "¿Yo, qué?" – la estrategia de Carlos no me era ajena, al igual que yo la quería hacer hablar.

  • "Que si tu también…" – insinuó ella.

  • "También…"

Sus ojos hacía tiempo que ya no me consultaban, Carmen iba por libre.

  • "¡Tonto, sabes lo que quiero decir!"

  • "Pues entonces dilo, ¿o es que te da vergüenza?" – ningún argumento mejor para provocarla.

  • "Que si tu también te has hecho una paja" - ¿Cómo consiguió modular su voz hasta convertirla en puro sexo? No empleó palabras más suaves, fue obscenamente provocadora.

  • "Estaba en ello cielo, pero no quise distraerme, quería escucharte al cien por cien, ¿quieres que acabe?"

Carmen me miró con los ojos turbios por la excitación, mi sonrisa la animaba a perder los restos de pudor que pudieran aún quedarle, quería escuchar cómo le pedía que se masturbase.

  • "Carmen, ¿quieres que acabe?"

  • "Si"

  • "Pídemelo" – de nuevo sus ojos acudieron a mí pidiendo consejo, reclamando ayuda, yo estaba desbordado de emoción y alegría y la sonreí mordiéndome el labio para contenerme.

  • ""Mastúrbate" – dijo en susurro, y yo creí perder el sentido al escucharla.

Una sola palabra cargada de morbosa seducción, una sola palabra que presentaba a una nueva mujer mucho más libre, más sensual y deliciosamente indecente.

Mientras Carlos se masturbaba a través del teléfono yo la observaba, ensimismada con el móvil disfrutando de los sonidos que le llegaban y le hablaban de su amante aferrado a su miembro, acariciándose por y para ella.

Se sentía fuertemente halagada, un hombre se masturbaba por ella, era una sensación nueva, distinta, le confería un sentimiento de poder al que no estaba acostumbrada, la hacía consciente de la fuerza de su erotismo, del poder de su sexualidad sobre los hombres y esa sensación que hasta entonces había obviado le resultó agradable, excitante. Y no la rechazó como tantas otras veces.

Porque aunque siempre ha sido consciente de su atractivo, hasta entonces lo había manejado dentro de unos límites concretos; No podía negar que le resultaba agradable sentirse observada al entrar en cualquier lugar, ser el centro de atención cuando llegaba a una reunión, estaba acostumbrada a las miradas de los hombres y reconocía que gustar es agradable.

Pero ahora era distinto, las reglas de conducta que tuvo que aprender cuando dejó de ser una niña larguirucha y delgada y cristalizó en una hermosa joven de formas perfectas habían saltado hechos añicos, el azoramiento y el rechazo que en su primera adolescencia le provocó el cambio radical en el trato que la dispensaron los chicos al transformarse en un esbelto cisne se racionalizó con los años. Evitaba las miradas en el metro, en la calle, en la playa, sin dar muestras del íntimo placer que le provocaba, hasta el punto de ocultarse a sí misma ese placer como si no lo sintiera; Hasta dejar de percibirlo.

Ahora no, ya no, acababa de romper ese férreo muro, ese miedo al qué dirán, qué pensarán de mí… y se dejaba admirar, sentía en directo y sin tapujos el deseo que provocaba, ya no lo rechazaba sino que, al contrario, estaba haciendo todo lo posible para usar con Carlos el poder que emanaba de su cuerpo.

Sentí como su brazo se deslizaba bajo el edredón hasta situarse de nuevo en su pubis, Carmen volvía a acariciarse excitada por las palabras entrecortadas que le llegaban a través del teléfono y cuando Carlos se acercó al clímax espontáneamente comenzó a ayudarle; era una faceta inédita de Carmen la que se mostró ante mí dejándome sin respiración.

  • "¡Si cielo, si, oh si cariño, sigue, vamos, sigue!"

La escuchaba hablarle así y no podía dar crédito a mis oídos, ¿Dónde había estado oculta esta mujer hasta entonces?

Me parecía increíble haber llegado a una situación tan sexual, ni en mis mayores fantasías pude pensar que en tan poco tiempo Carmen se masturbaría al teléfono con alguien, que hablaría de pajas y que se transformaría en una auténtica y desinhibida golfa.

  • "Ha sido lo más bonito que he vivido nunca, gracias vida, eres un regalo del cielo"

  • "¿Contento?" – Carmen sonaba satisfecha.

  • "Contento es poco decir. Feliz, dichoso, loco de alegría; ahora mismo saldría a la ventana a gritar lo feliz que soy" – Carmen rió complacida.

  • "Quieto, que te van a detener por escándalo público"

Yo no estaba allí, Carmen y Carlos estaban solos, unidos por una inmensa corriente de ternura sobre la que se trasmitía la pasión y el deseo desbordado; durante esos últimos minutos Carmen ni me veía.

La despedida fue lenta, ninguno de los dos parecía tener intención de ser el primero en colgar, era cerca de la una y media cuando por fin llegó el momento.

  • "Seguiría hablando contigo toda la noche pero…"

  • "Venga, a dormir" – dijo ella.

  • "Hasta mañana corazón, te quiero"

‘Te quiero’. Había oído bien. Perdí un latido, o dos, fue un vacio en mi pecho, una especie de ahogo, un salto entre la vida y la muerte mientras esperaba la respuesta de Carmen.

  • "Hasta mañana cariño, que descanses"

Cuando colgó volvió a reparar en mi, pareció regresar de otro planeta y se quedó mirándome sin hablar, estaba rendida, agotada por el esfuerzo de aquella noche, su rostro tenía una sonrisa plácida, inocente, como si aquello fuera lo más natural del mundo.

Durante unos minutos me limité a mirarla, ella tenía los ojos semicerrados, parecía sumida en una ensoñación relajante.

Era mía, aquella hermosa mujer que acababa de masturbarse para otro hombre no era menos mía que antes. Era mía, de una manera totalmente nueva, con una complicidad vinculante que nos unía mucho más que los rígidos principios que la moral judeo cristiana nos graba a fuerza de represión y de inculcarnos miedo. Era mía, absolutamente libre y sin embargo mía.

  • "Te acabas de masturbar con él ¿te das cuenta?"

Carmen se echó las manos al rostro ocultándose, luego me miró; Asombro, excitación, ilusión, temor… todo se concentraba en ella, una mujer sobrepasada por su propia sexualidad.

  • "¡Qué locura Mario, estamos locos!" – sus palabras no reflejaban ningún arrepentimiento.

  • "¿Feliz?" – su rostro se iluminó

  • "¡Sí, mucho! ¿y tú?"

  • "Estoy contento amor, ha sido… lo más fuerte que…"

  • "¡Te quiero!"

  • "Y yo a ti, vida, eres increíble"

Volvió a enredarse en sus pensamientos, debía estar reviviendo cada escena reciente cuando de nuevo se tapó el rostro con ambas manos.

  • "No me lo puedo creer, que yo haya…"

Se abrazó a mí escondiéndose en mis brazos.

  • "¿Con que no ibas a ser capaz de decirle cariño, eh?"

  • "¡Calla, qué vergüenza!"

  • "¿Vergüenza? ¿de qué?"

  • "¿Cómo voy a volver a hablar con él después de esto?"

  • "Como siempre, con total normalidad, le acabas de encadenar a ti, es tu esclavo, tu mandas"

  • "No seas tonto, hablo en serio"

  • "Yo también cariño, yo también"

La besé pero la indolente respuesta que recibí me dejó claro que Carmen estaba satisfecha y no necesitaba sino descansar. Lo acepté sin problemas, era lo lógico, era lo natural. Se quedó sumida en sus pensamientos con la mirada perdida en el techo. Minutos más tarde cuando el sueño comenzaba a nublar sus ojos apagué la luz y me pegué a su cuerpo como si alguien me la fuera a robar.

….

El sábado teníamos previsto ir de compras y eso fue una estupenda excusa para recuperar cierta normalidad, aun así no pudimos evitar que, como el fin de semana anterior, nuestras miradas congelasen el tiempo y nos dejaran bloqueados durante unos breves segundos, los suficientes como para hundirnos el uno en el otro y reconocer el estado de euforia que intentábamos guardar en silencio.

La llamó al mediodía mientras almorzábamos en un restaurante de un centro comercial, Carmen se levantó de la mesa y salió al exterior evitando el ruido ambiental que le impedía escuchar pero ese gesto me hizo preguntarme si en el fondo no desearía un espacio de intimidad con él, solo con él.

  • "¿Qué tal? ¿se ha recuperado?" – bromeé cuando regresó a la mesa.

  • "No del todo" – su mirada huidiza me hizo imaginar frases calientes, recuerdos de la noche anterior traídos por Carlos"

  • "¿No ha dicho nada de volver a veros?" – yo leía en sus ojos, esta vez su mirada me insinuó una preocupación, quizás una duda.

  • "Si, pero sabe que no puede ser"

  • "Tiene toda una semana para intentarlo" – Carmen torció el gesto molesta.

  • "¡Joder! No sé cómo le dije eso"

  • "Te salió sin pensarlo, cómo yo me voy toda la semana…"

  • "Ya, pero me temo que me va a dar la lata"

  • "Córtalo de raíz… salvo que te apetezca verle" – terminé mi frase sonriéndole con malicia.

  • "¡Qué cabrón eres!"

  • "Si me pongo en su lugar, haría todo lo posible para convencerte de que me dejases venir a Madrid" – Carmen bebió un sorbo de vino sin dejar de mirarme a los ojos.

  • "¿Eso es lo que tú harías o lo que quieres que haga?"

  • "¿Juegas fuerte, eh?"

  • "Yo siempre, ya me conoces"

  • "Fifty-fifty" – respondí.

  • "Dejemos que las cosas reposen un poco, esto va demasiado rápido" – dijo recuperando la cordura.

  • "Bueno pero esta vez sí quedas con él avísame" – contesté provocándola.

  • "¡Pero… serás cabrito!" – protestó riendo.

Estaba convencido de que Carlos no cejaría en su empeño por volver a estar con ella, también sabía que mi ausencia quizás sería un factor que detendría a Carmen. Lo que no tenía nada claro era cuál sería mi papel en esos días.

A las diez y media de la noche, puntual como un reloj, Carlos llamó. Acabábamos de arreglarnos para salir a cenar y aunque ella se lo dijo fue incapaz de controlar la conversación que se prolongó durante media hora y nos hizo llegar tarde al restaurante. Ni yo se lo recriminé ni ella hizo intención de excusarse, parecía como si tácitamente hubiéramos creado un nuevo patrón de prioridades.

 

  • "…"

  • "¿Mañana? Nada de particular, bueno, si, por la tarde llevaré a Mario a la estación"

  • "…"

  • "Hombre claro, ¿cómo no le voy a cuidar?"

  • "Sale a las diez más o menos, así que a las once u once y media estaré de vuelta"

Estaban quedando, planeaban llamarse cuando yo ya no estuviera ¡qué sensación tan ambigua y tan poderosa!

El domingo por la mañana nos dedicamos a preparar mi maleta para el viaje, una semana fuera obliga a muchos preparativos que suelo descargar en Carmen, mucho más meticulosa y ordenada que yo. A mediodía celebramos con mis cuñados el cumpleaños de mi sobrina pequeña y luego, de regreso, pasamos el resto de la tarde en casa, apurando las últimas horas, yo sin ningunas ganas de irme, ella acurrucada en mis brazos como si me fuera a la guerra.

A las ocho de la tarde salimos hacia la estación de tren, Casi siempre que salgo de viaje es ella quien me hace de chofer y quien me recoge, nos da una grata sensación de estabilidad depender el uno del otro para cosas que podríamos resolver solos.

La despedida fue diferente a otras veces, había algo flotando en el ambiente, algo que no queríamos decir y que sin embargo nos transmitíamos en la mirada. Para mí aquella separación implicaba un riesgo como no había habido antes, para ella suponía enfrentarse a solas al dulce acoso de Carlos, desde que se le escapó que estaría sola una semana fue consciente de que sufriría un asedio para el que no estaba segura de contar con todas las armas. Yo no sería de gran ayuda, - estaba convencida -, dada mi obsesión por verla en brazos de su amante, pero haber declarado que "su marido" estaba de viaje una semana la dejaba indefensa.

Nos despedimos cogidos de las manos, la miré como si quisiera grabarme su imagen en mi mente, tan alta, tan esbelta, enfundada en unos vaqueros ajustados , calzada con unas botas altas, la cazadora corta de piel dejaba lucir su perfecto culo que oscilaba elegantemente cuando se alejó de mi; estaba, - estoy -, tan orgulloso de ella que podría pasarme horas enteras mirándola.

A medida que el tren tomaba velocidad y se alejaba de Madrid comencé a sentirme más vulnerable. Dejaba atrás a una mujer sumida en mil contradicciones, debatiéndose aun entre las normas de conducta y los deseos desatados. A un lado del teléfono tendría al más tierno de los amantes rogándole que le permitiera llegar a ella, al otro lado estaría su marido, probablemente convertido en alcahueta, incitándola a rendirse a los deseos de Carlos, empujándola a entregarse una vez más.

¿Y ella? ¿Dónde estaba ella y sus propias decisiones? A estas alturas Carmen dudaba de todo, ya no sabía si sus deseos eran suyos o míos, o de Carlos. Si rechazaba una proposición no estaba segura de hacerlo por decisión propia o simplemente por negar imposiciones de otros, por el contrario si se plegaba a lo que el cuerpo le pedía no alcanzaba a saber si era ella quien decidía o era yo.

Condujo hasta casa intentando evadirse, pero su cuerpo insistía en recordarle los intensos momentos vividos durante el fin de semana ¿Cómo había sido capaz de masturbarse con Carlos? En lugar de recriminarse por ello se sentía profundamente libre, se sentía triunfadora como si hubiera conseguido superar una difícil meta, como si hubiera logrado conjurar unos atávicos miedos que la encadenaban. De nuevo una agradable sensación de poder y de invulnerabilidad la embriagó, al mismo tiempo el morbo de la transgresión la inundó por completo, estaba haciendo cosas prohibidas… y no sucedía nada horrible, había violado todas y cada una de las normas de decencia que había aprendido a lo largo de su vida y el mundo no se desmoronaba bajo sus pies, seguía siendo la misma, no se había convertido en una mujerzuela, tenía un amante, follaba con otro hombre pero seguía siendo ella misma. Ahora se sentía capaz de asumir cualquier cosa.

Mientras circulaba por la carretera camino de casa pensó en mi ¿Qué habría sentido yo viéndola masturbarse? Parecía disfrutar tanto como ella y eso mismo fue lo que la hizo bajar las defensas y entregarse al juego, esa actitud exhibicionista era quizás lo que más la había excitado. Masturbarse con Carlos había sido tan intenso precisamente porque yo estaba allí viéndola.

Se dio cuenta de que aquel matiz revelaba algo que no se había planteado hasta entonces. Era puro exhibicionismo lo que había hecho, y precisamente ese juego exhibicionista era lo que la excitaba inmensamente; dejarse ver por mi mientras estaba con su amante le añadía una fuerza al sexo que hasta entonces no conocía, le había sucedido en nuestra casa de la Sierra y lo había vuelto a sentir mientras hablaba con él, mientras se masturbaban juntos bajo mi mirada.

Recordó sus inicios en el top less y reconoció esa misma sensación al sentirse observada por extraños; con el tiempo lo superó pero ahora sabía que siempre había estado ahí aunque ella hacía como si no le importase que la mirasen los pechos desnudos hasta el punto de habérselo llegado a creer. Sin embargo ahora ya no podía ocultarlo mas, acababa de descubrir que le gustaba exhibirse, no podía seguir rechazándolo, ya no.

Eran las once menos cuarto cuando cerró tras de sí la puerta de nuestra casa; en ese mismo instante comenzó a sonar su móvil.

  • "¿Sí?"

  • "Hola cariño ¿ya estás en casa?"

  • "Hola cielo, acabo de entrar" – nada más terminar de pronunciarlo se dio cuenta de que nadie le había obligado a decirle ‘cielo".

  • "¿Has cenado?"

  • "No, Mario cena en el tren y yo prefería tomar algo ligero en casa, mañana hay que madrugar y no quiero acostarme tarde"

  • "No me extraña, te he obligado a trasnochar estas últimas noches"

  • "Un poquito, si"

Carmen caminó por el pasillo hasta nuestra alcoba, dejó el chaquetón que llevaba en el brazo sobre la cama y se descalzó.

  • "Pues… lo primero darme una ducha, luego tomaré algo, una ensalada o unos yogures y luego a la camita"

  • "Me apunto a todo"

  • "Ya lo suponía"

  • "Y que me dices, ¿sí?"

  • "Estás un poco lejos"

  • "¿Y mañana?"

Carmen se puso tensa al escucharle, sabía que la proposición se iba a producir en cualquier momento, lo sabía desde que tuvo el desliz de desvelar que estaría sola toda una semana.

  • "No puede ser Carlos, ambos trabajamos…"

  • "Al diablo el trabajo, yo puedo salir y entrar cuando quiera y tú no tienes porque alterar tu ritmo, quedamos a la salida de tu trabajo, nos vamos a mi hotel… imagínatelo, si te llevas una mínima maleta podemos pasar la noche juntos y al día siguiente te vas a trabajar, recién duchadita y recién…"

Por una fracción de segundo la idea brilló como un fogonazo, pasar la noche con él, volver a estar en sus brazos, volver a sentir sus manos en su piel desnuda, saborear otra vez sus besos, sus abrazos, acariciar su polla, sentirse otra vez plena con él dentro de su cuerpo. La imagen de Carlos desnudo apareció en su mente y le disparó una chispa de deseo que la inflamó.

  • "Estás loco… no, no puede ser, no insistas"

Carlos no volvió sobre ello, charlaron durante media hora y cuando Carmen colgó no pudo ignorar que sentía cierta frustración porque no la hubiera presionado mas.

….

Cuando regresé al coche cama tras cenar intenté hablar con ella, la primera vez tuve un problema de cobertura, los dos siguientes intentos dieron con el teléfono ocupado, luego el móvil se negó tercamente a establecer la comunicación. Era Carlos sin duda con quien hablaba, me había tomado la delantera, deseaba con todas mis fuerzas haberla encontrado libre para recordarle que todo aquello era un juego entre ella y yo, que nada de lo que ocurriera con Carlos era importante que lo único importante era nuestra pareja, nuestro amor.

….

Carmen no conseguía dormir, miró por enésima vez el reloj, las dos menos cuarto.

Se levantó y fue hasta la cocina, un vaso de leche y unas galletas la acompañaron hasta que el frío la hizo regresar a la cama. Me echaba de menos a su lado, la cama era demasiado grande y parecía demasiado fría cuando yo no estaba.

Miró el móvil sobre la mesita y un impulso loco surgió en su mente, un impulso que sofocó al instante.

Se acostó y de nuevo las vueltas en la cama se hicieron crónicas, las miradas al reloj le devolvían un pesado y lento ritmo, los minutos parecían eternos.

No lo pensó dos veces, si lo hubiera hecho no habría buscado el numero de Carlos, si hubiera tenido juicio no habría marcado.

  • "¿Aun despierta?" – dijo un adormilado Carlos.

  • "Lo siento…" – dijo con voz desolada – "…no debía haber llamado…"

  • "No puedo imaginar mejor despertar, bueno si: a tu lado, pero todo llegará"

  • "Lo siento de veras, ha sido una tontería, no consigo dormir, llevo dando vueltas dos horas…"

  • "Y el primero al que se te ha ocurrido llamar es a mí, ¿Crees que me puede molestar eso? Ni te imaginas lo que supone que hayas acudido a mí y no a otro"

Carmen sabía a quién se refería pero no dijo nada, ¿era posible que esa velada rivalidad la excitara?

  • "¿Te he despertado, verdad?"

  • "Pues sí, pero te ruego, te suplico, que la próxima vez que no puedas dormir no te frenes, por favor"

  • "Eres un encanto"

  • "Y tú eres la mujer más maravillosa que he conocido jamás"

A oscuras, cobijada bajo el edredón, dejó de sentirse sola charlando con él, Carlos no volvió a insinuar nada sobre viajar a Madrid y ella se relajó a medida que hablaban sin que surgiera ninguna presión en ese sentido.

  • "Un beso cariño, descansa, hasta mañana" – la ternura que había en las palabras de Carlos la emocionaba.

  • "Un beso cielo, hasta mañana" – no necesitó ni pensarlo, las palabras cariñosas salieron espontáneamente de su boca

  • "Te quiero" – Carmen sintió un ahogo en su pecho, había estado a punto de responder y no, no se lo podía permitir.

  • "Duérmete, anda" – contestó al fin.

A solas de nuevo, con los ojos abiertos clavados en la oscuridad del techo, reconoció que hubiera deseado responder. ¿Le quería? Y si le quería… ¿Qué magnitud representaba ese cariño con respecto a mí?

Le quería en cierto sentido, no como a mí pero si de una manera parecida, era el mismo tipo de sentimiento pero en una versión reducida.

¿Era cierto o era lo que deseaba creer?

El sueño la rindió por fin.

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