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Diario de un Consentidor 90 - La profecía cumplida

en Intercambios

Capítulo 90

La profecía cumplida

(Domingo)

–La he negado tantas veces que ni yo mismo me lo acabo de creer, no sé cómo he sido capaz de hacer algo así, no lo entiendo.

Sentado frente a Graciela intentaba hacer un ejercicio de reflexión como el que tantas otras veces había emprendido con mis pacientes, solo que en esta ocasión el paciente era yo y necesitaba un interlocutor que me ayudase a no caer en las mismas trampas que como terapeuta no siempre resulta fácil detectar. Quizás ella podría ser capaz de interpretar ese papel. Ser la voz de alarma cuando cayese en los mismos trucos que otros antes que yo usaron para no afrontar la realidad, para no asumir los errores en los que, a pesar del dolor, el ego se refugia y se siente seguro.

–La he llegado a negar tres veces en esta semana. —Insistí.

–Como Pedro.

–¿Qué?

–Como Pedro negó a Jesús. Él  también lo hizo tres veces y no fue hasta que escuchó el canto del gallo que cayó en la cuenta. Le amaba y a pesar de ello lo negó una y otra vez. A partir de ahí reaccionó e hizo todo lo que estuvo en sus manos por recuperarle. A lo mejor tú has necesitado negarla mas de una vez, rechazarla reiteradamente antes de reaccionar y ponerte en su busca.

–No sabía que fueras religiosa – Graciela sonrió.

–¿Y qué es lo que sabes de mí?

Si me hubiera dado una bofetada no me habría dolido tanto. Por su expresión supe que se había dado cuenta y evité hacerla pasar por una disculpa.

–Tienes razón. ¿Crees que ya ha cantado el gallo para mí?

–Te canté las cuarenta ¿o ya lo has olvidado?

Rompió a reír y me echó los brazos al cuello. Me contagié de su preciosa risa y la besé. ¡Es tan deliciosa!

–Gracias, si no fuera por ti… – no me dejó seguir, selló mis labios con su boca, luego continuó.

–Anda, repasemos esas tres negaciones.

…..

Regresar a casa desde que ella no está supone enfrentarme a los huecos que ha dejado, a los vacíos que el ojo detecta con más intensidad que el resto de espacios llenos que rodean a esos vacíos estridentes.

Me aproximo a su plaza de garaje, vacía entre un Mondeo azul y mi plaza igualmente vacía que sin embargo no grita, no brilla, no destaca como la suya.

Aparco y antes de atravesar la puerta hacia los ascensores me vuelvo y echo un último vistazo. Ahí está, solitario hueco insultante que proclama la ausencia de Carmen.

Subo. La esquina izquierda del ascensor me habla. Es ahí donde se suele apoyar cuando llegamos, llegábamos juntos. Su hombro encajado en el ángulo que forman las dos paredes. La pierna cruzada, la cadera marcada. A veces distraída mirando el último mensaje o la última llamada perdida. A veces se deshace del bolso y me lo endosa. A veces soy yo el que me pierdo consultando el móvil y entonces, a veces, la sorprendo mirándome en silencio con una tierna sonrisa que ilumina su rostro. Esa esquina vacía grita su ausencia.

Abro la puerta, dejo las llaves. La cocina desierta me hace ver su fantasma en cada lugar donde suelo, solía encontrarla si llegaba antes que yo. Preparando la cena, tomando un verdejo, sentada con un libro en las manos.

Cada lugar de la casa tiene un espacio que ella ocupa y ahora me grita: No está.

Huecos, vacíos a los que me enfrento cada día, heridas amputadas que no se cierran.

Entro en la alcoba, dejo el equipaje a un lado y tiro la cazadora sobre la cama, me descalzo y justo cuando estoy entrando en el cuarto de baño me paro en seco. Algo ha llamado mi atención, aún no sé lo que es.  Me vuelvo, miro atentamente. Es ella, sé que es ella, tiene que ver con ella. Noto como el pulso se acelera. Camino despacio inspeccionando cada rincón.

Kundera. El libro sobre la cama. Me acerco, siento su presencia, veo la huella de su cuerpo en la colcha. Me ahogo, es como si su esencia estuviera todavía allí. ¿Qué me pasa? Me arrodillo frente al lugar donde ella ha estado sentada, inspiro profundamente.

Cierro los ojos. Puedo verla sentada en la cama con el libro en las manos. Sabe que he sido yo quien lo trajo desde la cocina donde ella lo dejó la ultima vez que lo tuvo en las manos. ¿Qué habrá pensado? ¿sabrá que la espero, que a pesar de todo, el libro y yo la esperamos?

¿Qué estoy haciendo, que coño estoy haciendo?

Cojo el libro y lo devuelvo a la mesita de noche. Me restriego los ojos, trago saliva, aliso la colcha. Solo faltaba que comenzase a coleccionar reliquias.

Me desnudo, una buena ducha me aclarará la mente, eso espero.

Salgo del baño con los ojos enrojecidos, tanto tiempo con el agua batiendo en el rostro… me ha venido bien.

Ceno poco, en la misma cocina, con un vaso de vino. He visto el paquete de pavo abierto y he compartido con ella un par de lonchas. Comió algo antes de irse. ¿Por qué me emocionan esos pequeños detalles? está en su casa, es natural..

Subo al ático, no tengo sueño, me apetece… en realidad no me apetece nada pero pondré música e intentaré ojear algo aunque de antemano sé que me esforzaré por leer dos o tres veces la misma página y acabaré por abandonar ese libro que lleva estancado tanto tiempo.

Nada mas subir vi la nota. Carmen sabe qué hacer para que no me pasen desapercibidas las cosas. Me dio un vuelco el corazón, me hablaba a mí.

Parece ser que últimamente no podemos mirarnos a la cara sin discutir. Es una pena.

 

No me reconoces, me lo has dicho varias veces. Puede que tengas razón, tampoco yo me reconozco mucho.

 

El caso es que te miro y me sucede lo mismo, no te acabo de ver en esa persona fría, distante y agresiva en que te has convertido o en la que quizás te he convertido yo, no sé.

 

Me llevo la foto del Lago de Como. La he visto hace un momento y ahí si, ahí si te reconozco, a ti y a mi, a los dos.

 

Necesito tener esa imagen conmigo para saber quienes somos o quienes hemos sido.

 

No sé como acabará esto. Si al final todo se arregla la foto volverá conmigo. Si no lo conseguimos y aún así deseas recuperarla dímelo y haré una copia para mí.

 

Ya ves, lo que no logramos decirnos a la cara sin discutir parece más sencillo hacerlo por carta.

Un beso, te quiero.

 

Carmen

El dolor me atravesó el pecho como una daga. La garganta se cerró hasta impedirme respirar. Era ella, me hablaba con su dulzura, con sus palabras; me hablaba así, como es ella, como no la había dejado hablarme solo que ahora no se lo podía impedir. Era ella pero era también Graciela. Las dos me interpelaban. También era una mano tendida. Te quiero, lo decía bien claro. Si hubiera leído esta nota antes de llamarla… ¿Habré quemado la última oportunidad de recuperarla? ¿Cuántas veces ha intentado hablar conmigo, cuántas?

La cabeza me iba a estallar, el dolor se centraba en los ojos, bajo las cejas, un dolor ácido, punzante. Recordé la foto que se había llevado y surgieron tantas escenas de aquellos días felices en Italia. Cuanta vida en común he puesto en jaque por mi absurdo orgullo, o quizás es ese rencor sin sentido que no logro controlar el que está a punto de acabar con mi matrimonio, con mi vida.

Hemos cometido demasiadas locuras, los dos. No es ella la única culpable, si es que acaso culpa es la palabra adecuada. No sé por qué me empecino en atacarla cuando este es un problema de ambos. Parece como si quisiera aislarme, liberarme de mi parte de responsabilidad en lo ocurrido. Yo inicié todo, yo la lancé a esta aventura y cuando las cosas se nos han ido de las manos es como si me quisiera evadir del protagonista que fui, que todavía soy.

¿Hasta cuando voy a seguir ignorando mi responsabilidad? ¿hasta cuando voy a seguir haciéndonos daño?

Cogí el teléfono y pulsé sobre su nombre. No disponible. No, no iba a hablar con el contestador, Carmen vería mis llamadas porque insistí varias veces a lo largo de la siguiente media hora.

Me serví un whisky y volví a leer la nota. De nuevo el dolor punzante en el pecho, otra vez la garra que me estrangulaba. Miré al frente con los ojos exageradamente abiertos intentando evitar las lágrimas. Tenía que mantenerme fuerte, esta vez no me iba a derrumbar, estaba escuchando a Carmen y no iba a volver a caer en las miserables trampas que me habían hecho apartarme de ella. Sabía que teníamos mucho que poner en común, había muchas cosas que deberíamos superar juntos y tenía que estar preparado para hacerlo. No iba a ser fácil perdonar, perdonarme, reconocer miserias propias y ajenas, asumir debilidades, decisiones y omisiones. ¿Tendría capacidad para escuchar? ¿Sería capaz de hablar?

No sabía si aún estaba a tiempo o si ya había pasado mi última oportunidad. El vértigo se apoderó de mí, no podía perderla. La casa se me antojó una jaula, hubiera querido salir corriendo a buscarla pero dónde, dónde encontrarla.

Volví a coger el teléfono.

–Graciela, yo… no puedo…

Tras aclararse el gel cerró el grifo del agua caliente y esperó unos segundos antes de sumergirse bajo el chorro de agua helada. Resopló. Sintió como la sangre bullía por todo su cuerpo, la piel se tensaba. Si, estaba viva. Dejó de sentir frío, recorrió su cuerpo con las manos mientras el chorro helado caía directo a la nuca.

Echaba de menos la amplia ventana del cuarto de baño de casa. Sentir el aire frio sobre el cuerpo mojado la tonificaba. Cerró el grifo y dejó que al agua chorrease en la bañera, luego se estiró para coger la toalla y se secó antes de salir. La colgó detrás de la puerta y utilizó una de manos para el pelo que luego aprovechó para eliminar el vaho del espejo antes de coger el secador.

Se miró reflejada. Todavía no se acostumbraba a su corte de pelo. “¡Criatura, no te echaba más de veinticinco!”, le había dicho Claudia. Quizás, ahora sin maquillaje podía pasar por una cría. Solo ese velo de tristeza y esas ojeras que revelaban los excesos de las últimas noches delataban su verdadera edad. Si la viera su hermana… podrían pasar casi por gemelas.

Su hermana, ¿cómo no lo  había pensado antes?  Últimamente tenía problemas con su pareja y recurría a ella para desahogarse, seguro que había intentado ponerse en contacto. Apagó el secador y corrió al salón, buscó en la  maleta el cargador y lo enchufó. Enseguida saltaron los avisos. Llamadas perdidas, dos de Mario, cinco de Doménico, una de Irene, un montón de mensajes, uno de su hermana. Sintió un ahogo. Comenzó por los mensajes.

 “¿Chiqui, dónde te metes? No hay forma de hablar contigo. Te he llamado a casa y tampoco. Anda llámame por fi”

Su hermana. Por el tono entendió que necesitaba hablar. Problemas con su chico, seguro. Un impresentable. Se hizo el propósito de llamarla hoy mismo antes de que se preocupase.

“Carmen, no consigo hablar contigo y me estoy empezando a preocupar. Llámame, dime algo, aunque solo sea que no quieres hablar conmigo pero dime que estás bien por favor …. Un beso, sabes que te quiero”

Se le llenaron los ojos de lágrimas sin poder evitarlo. Al final Doménico era el único que no la insultaba, que se preocupaba por ella sinceramente a pesar de sus defectos. Tras esa etapa dura y dominante de los últimos días volvía a surgir el compañero tierno y sensible de los inicios. Los otros dos mensajes suyos iban en la misma línea de preocupación creciente.

“Hola cielo, te echo mucho menos, estoy deseando volver y encontrarte en casa. ¿Sabes una cosa? Me arrepiento de haberte dicho lo que te dije. No quiero que te vayas de mi lado, estos días sin ti están siendo horribles. Si te tengo que compartir con tu marido aprenderé. Si tengo que ser la lesbiana amante de una preciosa mujer casada que tiene que esperar su turno aprenderé a hacerlo y si quieres que conozca a tu marido y es tan bueno como dices que es, aprenderé a ser su amiga, ¡eh, solo eso! pero por favor, no te vayas de mi lado, te necesito, te quiero”

Comenzó a reír y a llorar al mismo tiempo, soltó una carcajada mezclada con las lágrimas que corrían por sus mejillas. Temblaba, no se había dado cuenta del frío que hacía en aquella puñetera casa y estaba desnuda, recién duchada con agua helada y tiritaba de frio y de emoción. Corrió hacia la alcoba donde no había dormido y se metió en la cama de Irene buscando su olor.

El sonido de un mensaje entrante la sacó de sus pensamientos. Llevaba media hora, quizás algo más acurrucada. Ningún mensaje de Mario, nada. Un vacío insoportable se había instalado en su pecho. Estaba sola, se había acabado, no quedaba ninguna esperanza. Había logrado entrar en calor aunque el frío de su soledad, ese, permanecía muy dentro de ella. Saltó de la cama.

“Carmen, por favor di algo, necesito saber si estás bien”

Doménico de nuevo. El único que se preocupaba por ella. Hoy era el gran día. El gran premio de motociclismo, la reunión con sus amigos y sin embargo seguía preocupado por conocer su paradero.

–¡Carmen, por fin! ¿Dónde estás, te encuentras bien? – su voz sonó angustiada.

–Si, no te preocupes, me quedé sin batería y no tenía el cargador.

–¡Oh cara! He estado tan preocupado, la ultima conversación que tuvimos me dejó muy preocupado, te fuiste sin decir nada y no sabía que pensar. –Carmen sonrío enternecida

–¡Tonto! ¿qué me iba a pasar?

–No sé, solo sé que no lo había pasado tan mal desde…

–¿Desde cuando?

–Es igual, ahora que ya sé que estás bien… ¿Dónde estás?

–Estuve en casa de una amiga, no me di cuenta de que estaba sin carga hasta anoche, cuando ya me iba. He vuelto a casa de Irene, es donde me estoy quedando aunque ella está de viaje.

–¿Estás sola en su casa?

–Si

–Carmen, vuelve por favor, al menos hasta que regrese. No creo que te convenga estar sola

–No me va a pasar nada Domi

Domi. Nunca le había llamado así hasta que escuchó  a Piera. De hecho era la primera vez que lo hacía.

–Si quieres podemos cambiar las cosas. Puedes ocupar una de las habitaciones de abajo. Independizarte de mi. Hacer tu vida. Estarás acompañada pero sin…

Carmen sonrió. Piera había recuperado su lugar, no podía recriminárselo.

–Ya, entiendo. –Doménico pareció no captar el matiz de la respuesta.

–¿Por qué no quedamos donde siempre, donde nos conocimos y charlamos, qué me dices?

–¿Y la carrera?

–¡A la mierda las motos! Ven por favor.

¡Otra vez esas malditas lágrimas rodando por sus mejillas! Que tenía ese hombre que conseguía romper todas las barreras que intentaba poner entre ellos.

–De acuerdo, aún es pronto, no te entretendré demasiado, así no te la perderás.

–Carmen, me da igual la carrera. Quiero verte, quiero estar contigo sin prisas y que me cuentes cómo estás y qué has hecho desde que me… desde que te fuiste.

–¿Desde que te dejé?

Esperó una respuesta que no llegó, esperó, esperó.

–Dame media hora que termine de arreglarme, acababa de salir de la ducha.

…..

La misma fachada, la misma puerta, la misma luz ambarina, la misma camarera. Sentado en la misma mesa, alza la vista y la mira sorprendido.

Carmen, Doménico. Son dos personas distintas, muy distintas a las que hace semanas se conocieron en este mismo local. Han sucedido tantas cosas, demasiadas cosas que los han transformado.

Un beso en los labios que les sabe a poco. No es lugar para nada más.

–Estás preciosa, ese corte de pelo te favorece, te hace…

–Más joven, ya me lo han dicho.

–No solo eso; te da un aire, cómo lo expresaría, un toque de sofisticación, si.

–¿Sofisticación, tú crees?

Se miran en silencio, hay ternura en sus ojos, cariño, un punto de nostalgia, quizás de tristeza. Doménico interrumpe ese momento con algo de brusquedad.

–Te voy a matar, no me vuelvas a hacer algo así –Carmen entorna los ojos.

–No me di cuenta de que estaba sin batería.

–Me quedé tan preocupado cuando vi que te habías llevado tus cosas. No me dejaste ni una nota, nada.

Carmen desvía la mirada. Mahmud fue el culpable del olvido.

–Lo siento mucho, pensé escribir algo, lo tenía previsto, pero…

No, no puede acusar a su amigo. Doménico hace un gesto cerrando el asunto y la camarera llega en su auxilio con el café.

–¿Desde cuando fumas?

Carmen acaba de sacar del bolso un paquete de cigarrillos y está a punto de encender uno. Se detiene y le mira. Cuántas cosas por explicar.

–Tengo tanto que contarte.

Hablan o mejor dicho Doménico escucha y ella desgrana su vida desde que se marchó. Evita el incidente con Mahmud. La desagradable escena en su hogar con Mario dispara emociones en el rostro del italiano que revelan su auténtico temple. Aparece Claudia, sus excesos con el alcohol y el remedio con la coca creía que provocarían una dura crítica, sin embargo Doménico aprieta su mano y sigue escuchando en silencio sin dejar de mirarla a los ojos. Casi no puede respirar por la emoción que le provoca no ser juzgada y sigue adelante. De nuevo surge Mario; cuando parece que por fin consiguen hablar otra vez la niega, la rechaza. “Zorra” sonó como si se le rasgase algo dentro, muy dentro.

–Es definitivo Doménico, hemos terminado, lo nuestro ya no tiene arreglo.

–No te creo Carmen, tiene que haber alguna forma de hacerle entrar en razón.

–No le has visto, no le has oído, no parece él, apenas le conozco. No queda nada de lo que fuimos. No, se ha acabado – sentencia con la voz cargada de tristeza.

La parte más dura de su confesión. La coca, la marihuana, el hashish, la locura con tal de olvidar, de no mirar el pasado y no pensar en el futuro.

Se detiene, ¿cómo enfocar la violación? No, mejor omitirlo.

Carmen aplasta la colilla y coge otro cigarrillo.

–Fumas demasiado.

–Lo sé y voy a solucionarlo pero ahora no es el mejor momento para hacerlo ¿no crees?

Doménico la observa mientras lo enciende. La ve tan distinta… Hay un tono fatalista en sus palabras y en sus gestos que le preocupa. Carmen da una profunda calada y se queda en silencio mirando hacia la puerta. Parece ausente, abstraída en sus pensamientos, quizás solo está tomándose un tiempo antes de continuar una conversación que no le resulta fácil.

–¿Estás segura del paso que vas a dar? Piénsalo, todo está muy reciente, puede que  necesitéis más tiempo. Mario no es mala persona, tú le conoces mejor que yo.

–Lo he intentado Domi, te juro que lo he intentado, pero cada vez que he creído que podíamos hablar me ha rechazado de plano. –Su voz se transforma en un lamento –No es él, se ha convertido en otra persona, su mirada, el tono con el que me habla, su forma de insultarme. Apenas me deja explicarme. Está lleno de un rencor que no admite réplica. No, no puedo más, solo de pensar que voy a verle y he de volver a pasar por lo mismo me pongo mala.

Doménico no soporta verla tan hundida. Se fija en la mano con que sujeta el cigarrillo y observa un leve temblor apenas perceptible. No, no puede seguir así.

–Estoy convencido de que te sigue queriendo y de que tú le quieres.

Carmen le mira. Sus ojos brillan por las lágrimas contenidas.

–¿Y de qué vale, me lo quieres decir? Hemos cometido muchos errores, demasiados pero confiaba en que podríamos convivir con ellos, asumirlos juntos, aceptarlos. Quise ser sincera con él, hoy hace una semana de eso; ya ves, tan solo una semana. Fue en casa, el domingo pasado cuando todavía no habíamos terminado de asimilar lo que había sucedido… contigo. Se lo dije, le recriminé su pasividad, pero también le confesé que no me arrepentía de nada –Carmen apretó la mano que tenía entre las suyas –No Doménico, no me arrepentía de haber estado contigo y con él, es lo que ambos decidimos y aunque me sentía extraña, aunque estaba confusa, irritada con él, conmigo, incluso contigo, te deseaba aquel domingo, ya en casa, te seguía deseando.

Carmen tiembla, fuma para ordenar sus pensamientos, para tomar fuerzas antes de continuar.

–Me abrí a él, le expuse mis sentimientos, mis temores y también cómo veía el futuro. Te seguía deseando, era algo incuestionable y se lo dije, le dije que quería seguir viéndote. –Carmen dio otra calada al cigarrillo antes de continuar sin apartar los ojos de Doménico –Fue la primera vez que le vi esa mirada de desprecio y también la primera vez que me llamó puta. Me había equivocado, era demasiado pronto para afrontar una conversación de ese tipo pero el mal ya estaba hecho, la convivencia hubiera sido imposible tras esos insultos, al menos para mi, por eso decidí irme unos días, para que nos calmásemos y pudiéramos reflexionar sin hacernos más daño.

Carmen toma aire y ahoga un temblor que hubiera quebrado su voz.

–El siguiente error que cometí fue irme contigo, ese fue mi gran error. Nada de esto hubiera sucedido.

–Cariño, lo siento.

–Ya está hecho.

–De todas maneras, creo que nada está perdido, dale tiempo, estoy seguro de que va a reaccionar. –Carmen niega obstinadamente con la cabeza.

–Le he hecho mucho daño. Esta semana no debería haber existido.

–He sido tu perdición.

–No Doménico, yo soy mi propia perdición.

–Claro, y Mario de rositas, no? – Carmen le sonríe.

–¿No le estabas defendiendo hace un momento?

Las sonrisas se mantienen unos segundos, las miradas sustituyen a las palabras, dicen más, mucho más. Ternura, cariño, amistad, calor.

–¿Necesitáis algo más? –La camarera ha roto el hechizo, quizás era el momento, quizás ha sido la mejor manera.

–¿Otro café? –Carmen asiente con un breve gesto. Ambos están cómodos. En algún momento sus dedos se han entrelazado.

–De todas formas las cosas nunca podrían volver a ser como antes, yo ya no soy la misma. Algo muy profundo ha cambiado en mi y no sé si Mario estaría dispuesto a aceptarme tal cual soy ahora.

–Él fue el inductor de… –Carmen le interrumpe.

–No, no me entiendes. He descubierto cosas en mi que desconocía, que jamás pensé que podría sentir.

–¿A qué te refieres?

Carmen piensa en el vuelco que ha dado su carácter. Resolutiva, independiente, líder, feminista, proactiva. ¿Cómo encaja ese perfil con la mujer sumisa, sometida, la mujer que se ha declarado esclava, que se emociona cuando le ha llamado amo, que se ha arrodillado ante él y ha sucumbido a la lluvia dorada?

Recuerda la liberación que sintió cuando, mirándole a los ojos, aceptó ante Mahmud que era una golfa. Piensa en la mujer ofrecida que esperaba y temía y deseaba el golpe de la fusta y lo frustrada que se sintió cuando supo que se había quedado sola sin su penitencia.

No, no puede hablar ahora de esto.

–Estoy pensando en Irene. Lo que te he contado de Claudia fue una locura, ha sido una forma de escapar de la soledad, una forma irresponsable si, pero que no tiene mayor trascendencia. Luego está Piera, –Carmen sonríe al recordarla – Piera es puro fuego, me atrapa de una manera que me veo incapaz de decirle que no.

Se pierde unos segundos y Doménico imagina que quizás está recordando momentos intensos vividos con ella, luego vuelve a mirarle.

–Pero es sexo, solo eso, sin embargo con Irene hay algo más, no me preguntes por qué ni cuándo nos dimos cuenta. Las dos hemos intentado negarlo, ella puso distancia por medio precisamente para enfriar la pasión y poder pensar con sensatez y yo… yo he intentado asumir todo lo que ya sé; que estoy destrozada, tan rota que me agarraría a cualquier cosa que me hiciera sentir bien. ¡Y ella me hace sentir tan bien! Pero es lesbiana y yo no y en algún momento desearé volver a tener una relación con un hombre y le haré daño o quizás mi matrimonio se arregle y le haga daño. Y no, no puedo hacerle eso.

Enmudece. Espera un consejo del amigo pero no, él sabe que aún no ha terminado y calla.

–La quiero Doménico, la quiero, no sé cómo se conjugaría eso con mi matrimonio si es que todavía es recuperable.

Hablando de Irene es el único momento en el que Doménico vuelve a ver brillar su mirada.

La conversación toca a su fin. Quedan temas por tratar pero sabe que no es el momento adecuado.

–Se nos ha hecho tarde –dice mirando el reloj –te vas a perder las carreras.

–Vuelve a casa, al menos hasta que regrese Irene. No tienes por qué estar sola en estos momentos, me tienes a mí.

Carmen clava su ojos en él, es el único que se ha preocupado por ella en los últimos días, la única persona que no la ha insultado, que la ha tratado con cariño, con ternura. ¿Cuál es la alternativa? La soledad de la casa de Irene, dejar pasar el día, olfatear la almohada buscando el olor de su amante una noche más. Hay riesgos, lo sabe.

–¿Quiénes estáis? –pregunta, temiendo la respuesta.

–Jairo, Salif y Piera no se han ido en todo el fin de semana. Mahmud se marchó el viernes por la tarde, pensé que no iba a volver y de repente aparece anoche. Esta mañana llegó Antonio con unas chicas francesas. Estamos esperando a una amiga de Jairo, una inglesa que trabaja en la embajada, a lo mejor ha llegado ya.

–No sé, Doménico – titubeó moviendo la cabeza.

–Por favor, estarás conmigo – Carmen le miró interrogándole.

–¿Y Piera?

–Piera… – suspiró –Piera es libre, siempre ha sido libre, ¿te pensaste que ella y yo…? No, hace un par de años estuvimos juntos un tiempo, ahora somos muy buenos amigos, la quiero mucho y ella a mi pero no hay más.

Se quedó muda. Nunca ha creido en el destino sin embargo no puede evitar que un pensamiento irracional cruce su mente. Es como si una fuerza oscura la arrastrase a cumplir el conjuro que sin saber bien lo que hacía pactó irresponsablemente. ¿Qué clase de estupidez es esa? Agita la cabeza para ahuyentar semejante desatino. Sonríe. Ha desactivado el mal presagio.

–¿Te das cuenta? Hace una semana estabas planeando con Mario llamar a tus amigos para montar una orgia, Salif, Mahmud, Jairo y yo. –El italiano comienza a mover la cabeza, Carmen le calla –Hace unos días me hablabas del campeonato de motos y volvías a insinuar lo mismo, tus amigos y yo, tu puttana…

–No Carmen, no es eso lo que te estoy proponiendo, solo quiero que no estés sola.

Carmen le acarició la mejilla sonriendo.

–Lo sé, lo sé. Solo te planteo las vueltas que da la vida, nada más. De todos modos a estas alturas a quién le importa, no sería sino una profecía cumplida.

Las vueltas que da la vida. Una semana intensa, tan intensa que le parece que hubiera pasado mucho más tiempo. Siente su vida anterior tan lejana, tan ajena a ella, tan irrecuperable como si hubiese transcurrido un año. No se reconoce, recuerda la persona que fue, intenta ver su vida apenas hace quince días y le parece tan irreal, tan ajena a sí misma que cada vez le cuesta más creer que pueda volver a ser esa mujer.

Hay algo de fatalismo en esa idea que le causa una profunda congoja. Se levanta de la silla.

–De acuerdo. Vamos.

Recorren el camino hacia su casa, camino que conoce bien y a medida que se acerca Carmen va cambiando, apenas escucha la conversación de Doménico, se prepara para afrontar un reto. Renacer de sus cenizas y parecer indemne. No puede mostrar las heridas, lo ha hecho frente a Doménico pero no la hará ante nadie más.

Suben en el viejo ascensor. Doménico ha notado el cambio, percibe la tensión que marca las mandíbulas en su rostro.

–¿Estás bien?

No responde. Cierra los ojos, respira profundamente.

–¿Carmen, estas bien?

Apenas han sido un par de segundos. La tensión desaparece bruscamente de su rostro. Cuando le mira está serena, atrás ha quedado la angustia que la atenazaba. Doménico encuentra algo en su mirada que no acierta a descifrar, algo distinto, algo que no había visto antes.

–Claro.

Abre la puerta. Se escucha el rumor de la conversaciones dominado por el rugido de las motos y la voz del locutor. El portazo les delata.

–¡Vamos, está a punto de empezar! –Grita Jairo.

Carmen respira hondo, Doménico la mira.

–¿Vamos?

…..

Carmen ve pasar a Doménico que cruza su campo de visión llevando a Piera de la mano. Ambos van desnudos. Piera la mira y sonríe casi más con los ojos que con la boca. Carmen le lanza un beso. Hacen buena pareja, no entiende por qué no terminan de consolidar una relación que es mucho más de lo que se empeñan en dar a entender. Les sigue en su lento caminar hacia la cocina y los pierde de vista cuando cruzan la puerta. Le gusta el cuerpo de Piera, a medida que se alejaban ha mirado más su trasero que el de Doménico, ¡qué cosas! Tiene que buscarla luego, más tarde.

Deja vagar su mirada sin un destino determinado hasta que tropieza con los ojos cálidos de Jairo. Ocupa un sillón de una plaza que comparte con una de las chicas, no recuerda su nombre. Le acogió cuando la inglesita huyó despavorida al ver que la fiesta derivaba en orgía. Está vencida sobre él, tiene una espalda bonita, sus vértebras se definen iluminadas por la luz de un foco que cae oblicuamente sobre ella. Jairo tiene una mano relajada sobre su culo y la mueve perezosamente por la hendidura, como si le costase un gran esfuerzo. El cabello oculta el rostro de la chica que se deja hacer, apenas se mueve, parece ausente, deslavazada. Les recuerda follando furiosamente boca abajo, ¿o era ella la que estaba boca abajo? Si, eso fue.

Está sentada en el suelo sobre la gruesa alfombra del salón con la espalda apoyada en el lateral del sofá usando un hueco del cabecero para encajar el cuello. Antonio y una de las chicas lo ocuparon cuando Salif y ella se dejaron caer. Antonio ronca, quién lo diría. Sobre su regazo mantiene a Salif que parece estar ensimismado con el dibujo de la cenefa que rodea la lámpara del techo. Carmen juega con el cabello ensortijado del  senegalés mientras con la otra mano sujeta el cigarrillo que poco antes le ha arrebatado de los labios. Tras dar una o dos caladas se lo devuelve y regresa a su pubis, no ha dejado de enredar con su polla desde que dejaron de follar y se deslizaron hasta el suelo.

¡Qué largo es! Con la cabeza alojada en su regazo, el cuerpo estirado y los pies cruzados uno sobre el otro ocupa gran parte del espacio que media entre el sofá y la mesa. Ella sin embargo permanece casi oculta tras el lateral. Solo el brazo surgiendo del sofá delata su presencia. Recorre con cuidado la dormida verga, los testículos, el vientre, pero acaba regresando a los genitales, los mima, los acaricia, los rodea con la mano y se queda ahí, guardándolos dentro del puño hasta que siente el deseo de fumar y vuelve a robarle el pitillo, luego regresa a apoderarse de los atributos del macho negro con el que ha pasado gran parte de la tarde. A veces simplemente se lleva la mano húmeda a la nariz y olfatea el penetrante aroma que la impregna, cierra los ojos y aspira, luego regresa obstinada y los cubre con la mano, los amasa, mueve los dedos, los encierra entre ellos. La verga reacciona y crece entre los dedos de la hembra ansiosa, entonces ella se excita, la  aprieta, la masturba, la sujeta erecta, imponente como un mástil vertical y se queda quieta mirándola, luego tras un instante de adoración la recorre con dos dedos, arriba y abajo, forzando la verticalidad, evitando que caiga sobre el firme vientre. No quiere más de momento y frena, deja que se duerma otra vez en su mano y sigue así, palpando, manoseando sus testículos, fumando, oliendo al macho. Salif la mira extasiado y la deja hacer. Sucumbe a esos ojos profundos, intensos que le traspasan, que le desarman mientras pinta formas caprichosas al azar en sus mejillas, en sus labios, en sus pezones usando la humedad que baña sus dedos con esa laxa indolencia que en otra mujer parecería forzada. Descansan tras una tarde intensa.

…..

La llegada fue tensa, los saludos, los comentarios, todo le dio a entender que habían hablado de ella, de su precipitada marcha. No duró mucho, la atención estaba centrada en la carrera, aún así celebraron su cambio de look. Piera sobre todo. Sus dedos le ahuecaron el cabello, su mirada valoró el cambio y lanzó un cumplido sincero. Poco tardó en trasladar su mano a la nuca para acercarla y poder besarle la boca. Ternura, cariño sobre un fondo difuso de deseo.

El reencuentro con Mahmud la turbó aunque no hizo intención de acercarse, bastó una mirada para hacerla flaquear y él se dio cuenta del poder que ejercía sobre ella. Carmen, flanqueada por Piera, se refugió en Doménico para evitarle pero eso le hacía sentirse débil y a mitad de carrera decidió que tenía que superar esa fragilidad.

–Voy a beber ¿Quieres algo? – Doménico le enseña la cerveza que tiene en la mano ¡qué estúpida! Se levantó y fue a la cocina, necesitaba independizarse, salir del refugio que suponía la compañía del italiano.

Se sintió vulnerable, como una gacela en mitad de la sabana a merced de los leones. Sabía que Mahmud la había seguido con la mirada aunque no le había visto, no necesitaba hacerlo, se sentía vigilada a cada instante. Eso le procuraba una continua tensión, un permanente estado de alerta que le impedía relajar la musculatura del cuello. No solo del cuello, era consciente de que tenia una rigidez constante en la espalda, en el vientre, en los hombros. ¿Así es como se sentiría esa gacela en la pradera sabiéndose acechada por el depredador? Alerta, miedo, todo preparado para la huida. Una tensión casi idéntica a la sexual.

Escuchó los pasos y no tuvo dudas, supo que era él. Le esperaba.

–¿Qué bebes?

–Todavía estoy decidiendo.

–Tomaré lo mismo –Carmen sonrió. Mahmud tenía la capacidad de azuzarla.

–¿Aguarrás? – Bromea. Pareció sorprendido pero solo un instante. La miró con malicia.

–Si tú das el primer sorbo, te sigo.

–Lo dejaremos en este Verdejo que tiene Domi tan bueno.

–Soy mas de tintos pero por ti haré una excepción.

Carmen sirvió un par de copas. Durante unos segundos la tensión se cruzó entre ellos. No había nada de qué hablar salvo de lo evidente, el final abrupto de la ultima vez que estuvieron juntos. No hay palabras, solo miradas, miradas intensas. Es un duelo que solo admite un vencedor y un perdedor.

–Estás cambiada.

La observa apoyado en la barra donde desayunaron. Los recuerdos se agolpan. Ha iniciado un impulso como si fuera a sentarse encima pero en el último momento desiste y permanece con las manos  dobladas alrededor del borde y un pie en el estribo, como si mantuviera la intención de subirse.

–¿Eso es bueno o es malo?

–Aún no lo sé.

El tiempo corre, el tiempo crea expectativas sobre lo que él piensa y ella cree que él va a decir. Hay tensión, tensión sexual en la mirada, en los labios, en  ese leve temblor que apenas se percibe pero ella nota y teme que él capte.

Baja los ojos, no puede más, se rinde y él lleva una mano a su cintura que no se detiene ahí sino que sigue su camino, traza la curva de la cadera y se apodera de su culo. Carmen escucha su propio aliento. Es suya.

–Es bueno, has roto con tu pasado.

Aprieta su nalga, Carmen no se resiste, cede débilmente a la fuerza que la atrae hacia su cuerpo y cae. El potente muslo del argelino la recibe, se encaja sin encontrar oposición entre los suyos que se abren a su paso y queda montada, con las rodillas ligeramente flexionadas y uno de sus pechos aplastado en el tórax de Mahmud. El rostro cerca, muy cerca, sintiendo su aliento. Le mira durante una fracción de segundo pero no puede resistir su mirada y baja la vista, se rinde. Siente como la garra que posee su nalga la recorre varias veces en toda su extensión arrugando la tela, buscando carne. Se mueve con rapidez, busca la brecha entre ambos glúteos que se ofrecen rotundos y se hunde por ella. La mínima braga apenas es obstáculo para los ágiles dedos que la apartan y se vuelven a hacer hueco. Carmen escucha su propia respiración sobresaltada por la invasión.

–No tienes permiso para sentir placer, no quiero oír ni un susurro.

Voz enronquecida, amenazante que suena directa en su oído. Aliento que le eriza el fino vello de la sien y que se extiende como un incendio por la espalda. Es una orden tajante que no admite réplica. Los dedos se mueven en el estrecho espacio con impaciencia, apenas hay sitio. La naturaleza actúa, la cintura se hunde sin que Carmen sea consciente, se ofrece, abre el hueco. Los dedos ansiosos profundizan, han rozado su intimidad, se insinúan entre los hinchados labios, un golpe de cadera los llama dentro, un espasmo los atrapa, los aprieta.

Un lamento escapa de su garganta, Carmen no ha conseguido sofocarlo, gime y esa parece ser la señal, el detonante que provoca la retirada. ¿Por qué, por qué? Mahmud chasquea la lengua, se incorpora bruscamente, palmea su culo una sola vez, con intensidad, con dominio y sale de la cocina.

“No puedes controlarte”– resuena en sus oídos como un mazazo.

Otra vez ha sucedido. Carmen siente una inmensa frustración, un irrefrenable deseo de gritar, de salir tras él e insultarle. ¿Por qué me haces esto? ¡No me dejes así! ¡Acaba!

Vuelve al salón, va hacia su bolso, coge la pitillera de Claudia, enciende uno de los cigarros que prepararon juntas, da una profunda calada. Todavía puede sentir el muslo de Mahmud separando sus piernas, clavado en su sexo, los dedos hurgando entre sus nalgas. Esa sentencia, –”No puedes controlarte”–, le ha hecho experimentar la decepción del maestro, el sabor del fracaso, la pérdida del premio. La braga descolocada, hundida entre sus glúteos le molesta al caminar. ¡Mierda!  Es su penitencia por no haber sabido estar callada.

Mira a su alrededor, busca a Doménico.

–¡Marihuana! – dice sorprendido. Carmen sonríe y le pone el cigarro en la boca para callarle.

…..

Sucedió. Al acabar las carreras el ambiente había subido de tono. Adrenalina a tope. El grupo se reunió en torno a la mesa donde fueron llegando las bandejas de canapés que habían encargado a una cadena de restauración. Carmen, ahora si, fue el centro de atención. Su cambio de imagen, atraía a los chicos y a algunas de las chicas, no solo a Piera. Como pudo se fue librando de las preguntas embarazosas. El encontronazo con Mahmud la mantenía en un estado de intensa excitación sexual. No había vuelto a acercarse a ella, ninguna insinuación, ningún intento de entablar una mínima conversación. Carmen hizo un amago de acercarse a él pero el argelino se escabulló con elegancia evitando el encuentro. Se prometió no volver a humillarse.

Salif dejó de ser el amigo pasivo que había sido en el club y demostró un claro interés por ella desde el mismo momento en el que pudo conectar un tema de conversación, el arte. Era la excusa perfecta para olvidarse del argelino, para ningunearle. Doménico iba y venía, pendiente de que Mahmud se mantuviera lejos y cuando vio que estaba segura con Salif se relajó y la dejó libre. La euforia por el buen papel desempeñado por el piloto se contagió a todos, incluida Carmen que se dejó llevar por el entusiasmo, necesitaba ese ambiente para cargarse de energía. Si, había hecho bien en seguir el consejo de su amigo, pensó mientras le veía charlar con Jairo y las chicas. Doménico cruzó una mirada con ella y le envió una sonrisa cargada de ternura. Se entendían bien con la mirada. Carmen volvió a prestar atención a Salif, se sentía cortejada, ¿por qué no? era tremendamente atractivo. A la mierda Mahmud.

Fue cuestión de tiempo, de ir y venir, de charlar con unos y con otros sin dejar de perder el contacto visual con esos ojos penetrantes enmarcados en un rostro oscuro, amable, cargado de cariño y de deseo. Cuando comenzó a moverse la coca Doménico la miró con un gesto de disculpa pero ella avanzó decidida. Aquel no era el día para empezar lo que tenía decidido.

–Dame.

–Carmen…

–Hoy no, Doménico. Sé lo que tengo que hacer pero hoy no.

Aspiró la pequeña pala y le supo a poco. Veinte minutos más tarde cogió el bolso y se encerró en uno de los baños. Se preparó unas rayas como Claudia le había enseñado. Salió nueva.  Un gin tonic después, dos porros más tarde y ya no se ocultó demasiado para prepararse otro par de rayas, se limitó a retirarse a una esquina del amplio salón.

–Juegas en otra liga ¿Desde cuándo? –Carmen giró el cuello lo suficiente para mirar a Mahmud. Esta vez no se sintió intimidada, ahora era él quien la buscaba. Guardó el estuche, tomó la copa y la chocó con la del argelino.

–Brinda conmigo.

–¿Se puede saber por qué brindamos?

–Por mi recién estrenada soltería – Se levantó y alzó la copa –¡Atención, un brindis! – cuando consiguió atraer la atención y acallar las conversaciones continuó – Por mi nuevo estado. ¡Ya soy soltera y sin compromiso, estoy en el mercado!

Silbidos, gritos. Se alzaron las copas excepto Doménico que la miraba con la preocupación reflejada en su rostro.

–¿Y cómo ha sido? – Mahmud reclamó su atención cuando ya se iba dispuesta a no darle ocasión de humillarla esta vez. Carmen se detuvo y le miró retadora.

–¿Cómo ha sido? – aspiró con fuerza para limpiarse la nariz de los últimos restos del polvo que acababa de esnifar – Me pilló en la cama con una tía. Cuarenta y tantos, muy bien conservada, una fiera en la cama –le miró esperando alguna reacción pero Mahmud se mantuvo en silencio –Mario se pasó conmigo mucho, demasiado y esta vez no estaba dispuesta a permitirle que siguiera insultándome sin dejar que le explicara nada.

–¿Y qué le ibas a explicar, que le pones los cuernos con una mujer?, ¿que además de zorrona eres bollera? Hombre, a lo mejor eso lo podría entender pero que le mientas, que lo hagas a sus espaldas eso… –chasqueó la lengua –eso es traición Carmen, eso no se perdona, puedes ser una zorra, pero zorra y traidora… –terminó moviendo la cabeza.

Quizás era la droga, lo cierto es que apenas se sintió herida con sus palabras. Sonrió.

–Pensé que solo me considerabas una golfa, no sabía que me hubieras ascendido ya a puta – replicó con ironía.

–¿Te he llamado puta? Has oído mal. Te he llamado zorrona, te gusta zorrear, abrirte de piernas, meter el hocico en cualquier sitio, sea polla o coño, te da igual. Ser puta es otra cosa te lo he dicho muchas veces pero no me escuchas Carmen, no me escuchas. Tienes la cualidades, tienes aptitudes, tienes vocación pero te sobra orgullo y careces de interés y paciencia para aprender.

Carmen intentaba ocultar la humillación que le producía usando el sarcasmo. Había intentado ponerse por encima de él utilizando un lenguaje soez pero no lo lograba.

–¿Y tú estás dispuesto a enseñarme, no es cierto?

–No mientras sigas dándote esos aires de dama ofendida. Tu marido te acaba de echar y vienes aquí aparentando ¿qué?

–¿Que me ha echado, dices? He sido yo la que ha cortado la relación, no le voy a consentir ni un insulto más.

–Claro, claro. Pillan al ladrón robando en la empresa, lo ponen de patitas en la calle y nos viene diciendo que se ha despedido.

Carmen miró a Mahmud con odio. No quería echarse a llorar delante de él.

–Déjame en paz –Mahmud abortó su retirada sujetándola del brazo.

–Todavía no has tocado fondo Carmen. Cuando estés dispuesta llámame.

–¿Llamarte, para qué? ¿para que salgas de espantada como el otro día, como antes en la cocina? – responde crispada.

Se queda mirándole fijamente; tiembla de rabia. Se ha delatado, sabe que no debería haber perdido los nervios; nota la mandíbula apretada, tiene que serenarse, decir algo que desmienta lo que acaba de afirmar y dejar de hablar con él. Ahora mismo, ya.

–Carmen, de lo de antes, veo que aún no te has enterado de nada. Todavía no sabes cuál es tu papel y cuál es el mío, pero estoy seguro de que le vas a dar muchas vueltas a esto en tu cabecita de pequeña burguesa aburrida. Y volviendo a lo del otro día, la única que salió de espantada llamándome a gritos fuiste tú ¿no lo recuerdas? Incluso abriste la puerta de la calle buscándome, luego todavía te seguí escuchando como gritabas mi nombre por toda la casa. Parecías muy desesperada.

El latido en su pecho es lo único que puede sentir en ese momento. ¿Dónde estaba? ¿Dónde se ocultó que pudo espiarla? Una vez más se siente desnuda ante Mahmud, sin intimidad alguna, esa mirada profunda la deja impúdicamente desnuda.

La mano que atenaza su brazo la aprieta con fuerza y la sacude con brusquedad, un par de toques rápidos, secos, breves que la hacen reaccionar.

–Demuéstrame lo que vales, muéstrame de qué pasta estás hecha, hazme ver aquí y ahora qué clase de hembra eres y te daré lo que saliste a suplicar cuando me llamabas a gritos.

Mahmud la soltó y la dejó sola. Le escuchó llamar a Antonio y perderse con él en una conversación a la que no prestó atención. Buscó un punto de apoyo, sentía una creciente inestabilidad y temía no ser capaz de controlarla. Respiró hondo, necesitaba aire puro, recordó la terraza y se dirigió hacia allí. Al otro extremo Doménico la siguió con la vista, luego miró a Mahmud. Dejó que transcurrieran unos minutos y salió en su busca.

La encontró apoyada en la balaustrada de piedra, al escuchar ruido se volvió a la defensiva pero al verle se relajó.

–¿No tendrás un cigarro? – Doménico se palpa los bolsillos y niega – anda, se bueno y tráeme el bolso. Por favor – insiste ante la duda del italiano.

Carmen espera. Siente frío.

Zorrona. Mahmud insiste en degradarla, en llevarla al terreno de la prostitución, de la indecencia, de la amoralidad donde, según él, puede hacerla renacer libre de orgullo, de prejuicios, como una nueva mujer, más libre según sus teorías. ¿Por qué se siente tan subyugada por sus palabras. La azota física y verbalmente y sin embargo no consigue huir de su hechizo. Zorrona, golfa. Le sabe a poco.

Siente sobre sus hombros una chaqueta ¿cómo lo ha sabido? Se vuelve lo suficiente para darle un beso en los labios.

–Gracias, no sé lo que haría sin ti.

Abre el bolso, extrae un pitillo de maría

–¿Otro? – la reconviene.

–Déjame, mañana será otro día.

–¿Qué ha pasado con Mahmud?

–Le tengo controlado.

–¿Seguro? No es lo que parecía.

–Ataca, a veces duele pero solo es un juego morboso. Puedo con él.

–No me gusta. Sé a lo que juega, no estoy tan seguro de que puedas con él. Si te hace daño…

–Lo sé, eres mi mosquetero – Le besa de nuevo, esta vez el beso se transforma, se eterniza, los cuerpos se buscan.

–Esta noche… –le calla con un corto beso

–Ya veremos, la tarde apenas ha comenzado. Vamos dentro.

…..

De nuevo es la chica de Doménico.  Sentados en un sillón se deja caer en su pecho, cobijada bajo su brazo charlan con Jairo y la modelo inglesa que trabaja en la Embajada y no tiene reparo en contarles su vida. Apenas la escucha, fuma otro porro compartido con todos menos con la inglesita, demasiado inocente para fumar, demasiado púdica para soportar sin ponerse nerviosa que Carmen tenga la falda tan subida que le esté mostrando las bragas, todavía descolocadas, a su pareja y a ella. Su rubor, su inocencia, sus miradas, sus titubeos al hablar incomodan a Carmen. Ella alguna vez fue así. ¿Es eso lo que la molesta de esa chica? ¿Por eso insiste en ponerla nerviosa?. Besa a Doménico, se estira, separa los muslos, se muestra a Jairo y finalmente la mira seductora.

–Voy, voy… ahora vuelvo – termina por decir antes de salir huyendo.

–¿Qué estás haciendo? – la recrimina Jairo extrañado.

–¿Pervertir a tu colegiala?

Jairo no contesta, mira a Doménico que sigue ajeno al juego que se trae Carmen.

–¿Qué pasa?

–La chica de Jairo se ha puesto nerviosa – responde Carmen.

Jairo se levanta molesto y va en su busca.

No sabe por qué ha hecho esto, se siente mal. Tendrá que hablar con Jairo y disculparse

…..

Comparte un cigarrillo de maría con Salif. Está apoyada en la pared, donde no puede retroceder más, mirando esos ojos profundos que tiene tan cerca, demasiado cerca, esos labios gruesos, sensuales, que apetece morder. La mano derecha de Salif acaricia su cintura desde hace una eternidad. Carmen bascula como si ejecutase un sencillo paso de baile, carga el peso de cuerpo sobre  su pierna derecha y marca su cadera. Él o su cerebro o el macho que lleva dentro lo percibe y su mano cae por esa pendiente. Sus ojos cambian, sus pupilas se cruzan desde otra dimensión. Los dedos acarician esa curva rotunda suavemente. Ya no hay palabras, no son necesarias. Ojos que conectan otras zonas del cerebro, labios entreabiertos que emiten un mensaje codificado en el aliento. Rubor en las mejillas que reclama ser mirado y es solo un paso hacia el escote que muestra la agitación, el relieve, las formas más marcadas. Ojos que siguen la deriva que ha seguido el varón cautivado mientras su mano no hace sino palpar mas allá de la cadera. Mujer que se sabe descubierta deseando esos labios gruesos que no ha dejado de mirar toda la tarde.

¿Quién inicia el beso? Da igual. Nunca ha probado una boca como esa, jamás ha sentido en sus labios tal plenitud, tal derroche. No domina, no invade, Salif se deleita probando su boca, como si no fuera consciente del efecto que sus labios tienen en ella. Carmen se deshace, se muere, se hace agua sintiendo esos labios carnosos, intensos, fuertes. Los besa, los recorre, los tantea con la lengua, los atrapa con sus labios, los muerde, desfallece con ellos, juega con sus blanquísimos dientes, busca su lengua, la atrapa, gime de placer, sujeta su cráneo para que no se separe de ella. Salif, Salif ¿dónde has estado? Nota una enorme dureza pegada a su vientre y sabe lo que necesita, lo que quiere.

Mira a su alrededor. Antonio y una de las chicas se meten mano salvajemente en uno de los sillones, ella muestra sus generosos pechos apenas cubiertos por el vestido que el torpe muchacho a punto está de rasgar. Mas allá Doménico le come la boca a Piera mientras ella hunde sus dedos en la bragueta abierta del italiano. “Mahmud. ¿Dónde te escondes Mahmud? Mírame, mírame”. Da igual, toma de la mano a su pareja y se dirige a uno de los sillones amplios, sin brazos. Se deja caer, le arrastra, Salif hunde una rodilla entre sus piernas, ella le recoge, acaricia su nuca, le encanta sentir el cabello corto y ensortijado entre sus dedos mientras vuelve a besar esos labios carnosos, gruesos, salvajes. Le levanta la breve falda, si, claro que sí, hazlo tómame, siente mis bragas húmedas, no tengo pudor en mostrarte mi deseo.  Levanto mis caderas para ponértelo fácil, deslizas la prenda por mis piernas. Si, rápido, mira mi sexo, es tuyo, hazlo tuyo,  mírame, siento tus ojos clavados en mi coño, es una experiencia única la primera vez que un hombre mira mi sexo. Abro mis piernas para ti Salif, mira mi coño, va a ser tuyo pero antes bebe de mí, cómeme, muérdeme, besa mi raja. ¿Te sorprende? No me creías capaz de usar este lenguaje. Deja de mirarme como si no me conocieras y besa mi raja de una puta vez.

Carmen gime al sentir esa boca apoderarse de su sexo. Es tan diferente, tan nueva. La intensidad de esos labios en contacto con su sexo le provoca una exclamación mezcla de placer y estupor. Se incorpora para deshacerse del resto de la ropa, necesita estar desnuda para el macho negro que la va a poseer. Dobla las piernas, las abre, las levanta para ofrecerse al máximo a la boca hambrienta que la chupa. La lengua experta la explora como si nunca nadie lo hubiera abierto antes. Gime. No, llora como si le doliera, como si sufriera; pero no, no sufre, goza, tiembla, se cubre el rostro con las manos para poder soportar el intenso placer que ese africano le está infligiendo. Mira a los lados quiere saber si es real lo que siente. Si está soñando. Sus ojos se cruzan con la mirada penetrante de Mahmud y un destello de sucia lujuria se añade al placer que la atormenta. “Es por ti cabrón, es para ti” piensa y no aparta la mirada del argelino. “¿Querías saber de qué pasta estoy hecha?” Y comienza a mover las caderas al ritmo que marca la lengua de Salif, el dios de ébano. 

Salif se mueve, abandona su sexo, se yergue y la embiste. ¡Oh Dios! Está tan húmeda, tan receptiva que se desliza dentro de ella poco a poco, sin detenerse, provocándole una agonía que le obliga gemir en voz alta, casi a gritar, levanta el cuello, clava los ojos en los de ese negro poderoso que la mira con el rostro desencajado y que sin embargo sigue estando hermoso. Fue virgen, si pero hoy sin duda siente lo que no recuerda haber sentido aquella primera vez. La está rompiendo, la llena como nunca nadie la ha llenado. Doménico la escucha gritar, levanta la cabeza y se miran durante un breve instante. Se está cumpliendo tu deseo, Domi.

Cuando ya la tiene ensartada, cuando cree que ya no puede mas, un golpe de cintura hunde un poco mas esa enorme barra en sus entrañas y la lanza hacia atrás. Su garganta no le responde, apenas puede emitir una especie de sonido gutural como respuesta a lo que siente que se le clava dentro, muy dentro. Eso excita al africano y vuelve a golpear su vientre abierto, ensartado y ella agoniza, recibe la verga en lo más profundo y separa las piernas porque quiere más castigo. Apoya los codos, levanta la espalda y se ofrece. El diablo negro respira con fuerza por nariz, Carmen piensa en un toro, mira hacia abajo, quiere ver como la atraviesa, como se retira, como sale de ella, toma fuerza, se estremece y se clava de golpe. Grita, pero de su garganta apenas sale un sonido afónico, el golpe duele, pero el dolor se transmuta en placer. Una y otra vez  Salif sale lentamente y espera un segundo antes de hundirse con decisión buscando el grito agonizante de Carmen. La visión de la negra barra emergiendo de sus entrañas como un embolo la tiene absorta. Con un brazo se cuelga de su cuello mientras con el otro se sujeta sobre el sillón y comienza a moverse al ritmo que marca su polla. Son dos animales en celo golpeando sus sexos con furia.

Cae, no puede más, se deja zarandear por esa bestia. Abre los ojos, ha sentido unas caricias que no siguen el ritmo brutal de Salif. A su lado unas manos blancas acarician sus pechos, es Doménico pellizcando sus pezones mientras Salif no deja de bombear. Está tan cerca, su verga cimbreante se muestra cerca de su rostro. Carmen se desliza hacia su izquierda hasta dejar la cabeza colgando fuera del sofá, eleva los brazos y alcanza la espalda del italiano, se aferra a su cuerpo, baja hasta alcanzar sus duros glúteos, sabe lo que quiere y él adivina sus intenciones, Salif ha comprendido y reduce el ritmo, casi se detiene. Doménico apoya las manos en el sofá, a ambos lados del cuerpo de Carmen y se acerca a su rostro, es ella la que abre la boca, es ella quien se ofrece.

En los ojos de Doménico

Dos años y medio después me encuentro en Milán. Son las diez y media de la mañana y saboreo un capuccino en una de las terrazas que bordean la Piazza del Duomo. Acabo de intercambiar unos cuantos mensajes con Carmen cuando veo avanzar por mi derecha a Doménico, puntual como siempre. Al saber que estaría en la ciudad quedamos en vernos.

No nos damos la mano, nos abrazamos breve pero efusivamente. Ha pasado casi un año desde la última vez que nos vimos y la cordialidad que hay entre nosotros brota espontáneamente.

Charlamos de mil cosas, es fácil hablar con Doménico. Me cuenta su nueva vida aquí en Milán, sus proyectos, su nostalgia de Madrid.

Me pregunta por Carmen, era inevitable acabar hablando de ella. Aunque mantienen un contacto frecuente le pongo al día.

Es en este momento de nostalgia cuando surgen los recuerdos, las confidencias. Hay confianza y pregunto, Doménico responde sin recelo. Siempre tuve curiosidad por saber cómo fue la orgía en su casa, cómo surgió, quién dio el primer paso. Doménico toma un sorbo de su café, me mira y comienza hablar.

–La imagen fue tan poderosa que nubló todo lo demás. Había algo en aquella escena que me atrajo sin poder remediarlo. Era un conjunto de fuertes contrastes. Sobre el sillón de cuero blanco marfil de fondo destacaba ella, desnuda, tan morena. Su espalda formaba un arco perfecto recibiendo a Salif, puro ébano brillando bajo la luz cenital. Ella, con esas piernas tan largas dobladas rodeando su cintura y los brazos cubriendo su espalda formando ángulos perfectos. Era como una mantis religiosa devorando al macho ¡Dios! Ese contraste de arcos y ángulos sobre claroscuros en blanco y negro. No pude resistirme, abandoné a Piera sin decir una palabra y me fui a por ella.

……

Penetra en su boca despacio, con inmenso cuidado, despacio. Carmen mira a ambos lados, al fondo, boca abajo ve a Jairo en un sillón con una chica. Se olvida. Se sabe penetrada como nunca antes lo ha sido. Siente su coño palpitar, Salif se mueve ahora con calma, en sincronía con Doménico. Su garganta es mucho más accesible en esta postura, siente que es la ofrenda, como su coño. Es el momento, confía en Doménico. Deglute, le oye gemir, traga, en esa posición penetra más, mucho más, como nunca. No ha cogido suficiente aire y pronto necesitará respirar, le empuja ligeramente con las manos, Doménico retrocede. Respira, cierra los labios, chupa el glande, le atrapa las nalgas y le atrae, vuelve, traga, traga, le escucha maldecir, blasfemar, les está dando placer, siente como la llenan los dos al mismo tiempo. Traga, lo tiene dentro; si, se coordinan bien, traga mas, le aprieta las nalgas, todo dentro. Intuye una presencia, no sabe por qué pero lo intuye. Fuerza los ojos a su izquierda. Ahí está el argelino de pie como una estatua, impávido, inmóvil, observando la escena. Esa mirada, esa mirada… No puede distraerse más, necesita oxígeno, empuja con las manos y Doménico sale, llena los pulmones, le atrae. Salif bombea con calma cuidando de no empujar a destiempo, centra la atención en su coño y en su garganta, sus dos sexos. Nota la cadencia de los dos hombres que la llenan, unas lágrimas escapan y siguen una ruta absurda hacia las cejas. Salif  está al límite, nota la tensión de su verga, dobla una pierna rodeando sus nalgas y le siente, siente como se corre y no puede evitarlo, se deja ir, se corre con él, le necesita dentro, muy dentro, se rompe en un orgasmo que arquea su vientre. Aprieta las nalgas de Doménico, se lo traga todavía más. El roce de sus testículos en la nariz le hace cosquillas. Le escucha maldecir y un torrente de semen le inunda la garganta, dentro, mas allá. Siente palpitar los glúteos en sus manos. Se ahoga, le falta oxígeno, tiene que aguantar las últimas salvas. Se asfixia, aguanta un poco mas, un poco más.

Aire, necesita oxígeno.

…..

–Dentro de tres meses estaremos en Aosta – Le dije cuando ya nos despedíamos.

–Ah, si.

Era obvio que ya lo sabía.

–¿Cuándo te lo ha dicho?

–Hace unas semanas –Le di una palmada en la espalda antes de comenzar a  alejarme.

–Esperamos tu visita.

–Por supuesto.

–¡Mario! –Me volví. Doménico retrocedió lo andado y cuando estuvo a mi altura esperó unos segundos antes de comenzar a hablar.

–Todo eso, lo que sucedió, ya lo habíais hablado, ¿no es cierto?

–Si, por supuesto, además tú ya lo sabes.

–Entonces ¿por qué has querido volver a…?

–Otro encuadre. –le interrumpí –Me faltaba tu visión, tu enfoque. A estas alturas me conoces lo suficiente como para saber que no es afán de morbo lo que me mueve a hacerte estas preguntas.

–Lo tengo claro.

–Nos vemos en Aosta.

–Buen viaje.

…..

Carmen le devuelve el porro,  Trata de incorporarse, necesita lavarse. Salif remolonea “No te vayas” murmura Salif. Acaricia su mejilla  y por fin abandona su regazo.

–Ahora vuelvo ­– dice buscando su boca. Un beso breve – No te muevas de aquí.

Se levanta, busca su ropa que aparece esparcida por el suelo. No se molesta en recogerla, el cambio de posición le ha provocado un leve dolor de cabeza y solo pensar en volver a inclinarse le genera un rechazo inmediato. Ha oscurecido ¿Cuánto tiempo lleva follando? A su alrededor solo ve cuerpos desnudos enredados unos con otros. Tiene la boca seca. Siente una caricia en la pantorrilla, es Salif. Le devuelve una sonrisa y camina torpemente hacia la mesa donde todavía quedan canapés, botellas y vasos. Necesita agua fresca. A su izquierda, en uno de los sillones Piera se deja comer el coño por un chico al que no conoce. No estaba al comienzo del día.  Abre los ojos, la mira y sonríe, dobla las piernas y oculta la cabeza del muchacho. Parecía muy joven, piensa mientras coge su bolso y se dirige a la cocina. Ya tendrá tiempo de enterarse quién es y cuando llegó. Un gesto con los dedos las emplaza para más tarde.

Va directa al frigorífico, sabe que siempre hay una jarra con agua. Llena un vaso que engulle de un trago. Necesita un ducha. Se prepara un par de rayas que aspira con rapidez, enseguida guarda todo en el bolso y se sirve un segundo vaso de agua.

–¿Me das uno por favor? – Reconoce la voz de Antonio a su espalda. Esa mirada que recorre su cuerpo desnudo pide algo más que agua. Le ofrece el vaso lleno y le observa beber con la misma ansiedad que ella. Cosas de la droga. Cuando termina, deja el vaso sobre la encimera, la toma por la cintura y la besa. Es la primera vez que lo hace, siente el miembro fláccido en su muslo que le deja un rastro húmedo. Sus pechos se aplastan contra su cuerpo. Besa bien, no intenta forzar su boca, deja que sea ella quien poco a poco le ofrezca un resquicio por el que su lengua comienza juguetear con sus dientes. Es algo más bajo, la sujeta por la cintura y ella acaba por subir sus brazos y le rodea el cuello.

–¿Y esto?

–Llevo esperando el momento desde que vi que no eras intocable – Carmen echa la cabeza hacia atrás y ríe la ocurrencia.

–¿Intocable?

–Eres la chica de Doménico, Jamás me hubiera atrevido a acercarme, pero cuando te vi con Salif y luego he visto a Doménico que se unía…

–Has pensado que no soy tan intocable, no?

Antonio busca su boca, la besa con furia, Carmen le responde, afianza el lazo que le atrapa con sus brazos, él busca un hueco entre sus nalgas, ¿por qué no? está chorreando después de su último encuentro con Salif pero curiosamente eso no le causa reparo a ninguno de los dos. Separa sus piernas y le ofrece su culo, enseguida la mano que le hacia cosquillas avanza y se cuela entre sus labios. Lo hace bien, con cuidado, sin prisas. No descuida su boca por haber encontrado el camino a su coño. Carmen se excita, nota como la verga ha cogido tono y presiona entre sus muslos, baja una mano y se apodera de ella. Es menos impresionante que el prodigio que tiene entre las piernas Salif pero merece la pena. La aprieta, la frota y consigue llevarla a su máximo esplendor. Antonio viaja de su coño a su ano con delicadeza. Descubre con calma que esa es una vía que ya ha sido transitada y penetra con un dedo y luego prueba con dos. Carmen gime. Ha llegado el momento, la vuelve hacia la encimera con algo de violencia que la sorprende pero se deja hacer. Le separa las piernas, Carmen se rinde a la urgencia del macho y se vence sobre la superficie fría. Hay algo de indefensión que la excita, está de espaldas, rendida, sin poder controlar qué es lo que va a suceder. Su respiración se agita bruscamente, ¿Dónde coño estará Mahmud?  Siente como Antonio la lubrica con el semen y el flujo que recoge de su coño. “Ve con cuidado” le pide. Nota el glande tanteando, se relaja. Le tiene que frenar en un primer asalto algo brusco pero ante la alternativa de perder esa oportunidad Antonio se controla. Carmen lleva una mano hacia atrás y le sitúa, él dócilmente obedece, Carmen relaja el esfínter y apunta en el lugar correcto, “empuja”, le ordena, comienza a entrar. Resulta fácil, no es tan gruesa como la de Doménico, siente como se desliza en su interior, le escucha suspirar, ¡Oh si, le gusta! Esta siendo empalada de nuevo , ¡si, si, esa sensación!. Antonio la sujeta de las caderas y comienza a bombear en su culo. Jadea, no lo puede evitar, jadea en voz alta. Alguien entra en la cocina, no quiere mirar, no quiere saber quien es.

Abre los ojos.

No quiere ver quién es el que se masturba lentamente frente a su cara. Antonio sigue bombeando agarrado a sus caderas. El desconocido se acerca a su cara, no puede dejar de mirar ese glande que aparece y desaparece dentro del puño que lo aprieta. Se detiene frente a ella, muy cerca, se lo está ofreciendo. Le sujeta la cabeza, abre la boca y lo engulle. No tiene que hacer nada, es el quien le folla la boca, quien le agarra el cabello con brusquedad, le hace daño, le está follando la boca mientras Antonio cada vez más rápido le da por culo.

El azote resuena en sus oídos, le arde la nalga, quisiera protestar pero tiene la boca llena –dale, dale a esta zorra– dice el que le folla la boca, y Antonio le vuelve a dar otro fuerte azote en el culo mientras el tipo se ríe y le tira del pelo para poder sujetarse mientras le clava la polla hasta el fondo de la garganta.

–¡Cristian, por fin te encuentro… joder! – alguien ha entrado y se dirige al que le folla la boca, se acerca y le acaricia la espalda –¡Pero si es Carmen, tío!

Se corre, le llena la boca de semen que apenas puede tragar. –Límpiamela bien– y Carmen lame la polla que comienza a perder firmeza. –¡Limpia la mesa, coño!–, Carmen sigue el juego, ¿por qué no? mira los goterones que han caído en la encimera y los lame. –¿ves, qué obediente es?– le dice a Antonio entre risas, luego le pellizca la mejilla ­–¡Qué buena eres jodía!– le dice antes de soltarla.

Antonio sigue follándola –¡qué ganas te tenía Carmen!–  acelera el ritmo, su respiración agitada revela que empieza a estar cansado. Los jadeos de ambos se mezclan. La golpea con furia, se clava en su culo, se corre entre bufidos.

–¡Quita, déjame!

Carmen siente salir a Antonio. Otras manos la sujetan, otras piernas se sitúan entre sus muslos, es algo más rudo, más impaciente.

–¡Joder, le has reventado el culo!

Busca entre sus labios, ella se mueve para ponérselo fácil. La ensarta de un golpe, ahoga un grito, ésta si es una cosa seria, se siente llena, no le ha dolido porque está bien lubricada pero sabe que tiene dentro una verga corta y bastante gruesa. Se mueve sin contemplaciones, busca su placer sin pensar en ella, la usa, la sujeta por la cadera, casi por el vientre con una mano mientras bombea con violencia, golpes cortos y rápidos, tumbado sobre su espalda para poder alcanzar sus pechos con la otra, los amasa, los pellizca. Se siente usada. Ve a Antonio a su lado que se masturba viendo como la follan, al ver su mirada le acerca la polla rígida a la boca; cuando siente en sus labios el roce del glande abre y deja que sea él quien haga el trabajo. Otra vez la mano sujetando su cabeza, otra vez la ambigua sensación de ser solo un objeto. El sabor acre que llena su boca le recuerda donde ha estado antes esa verga, sin embargo no le provoca nada, esa sensación de ausencia la inmuniza, se deja follar, se sujeta a la cintura de Antonio y espera la descarga inminente en su paladar.

–Joder, Carmen, ha sido cojonudo.

Se han ido. Está agotada sobre la encimera. “Le has reventado el culo”, escuchó decir al desconocido. Ese comentario le preocupa ¿qué vería al acercarse a ella? Nota una fuerte irritación, no ha estado tan bien lubricada como cuando lo hace con Doménico sin embargo no siente ningún dolor. Antonio se ha puesto a su lado, la abraza, casi se ha echado sobre ella y la besa en la espalda. Necesita espacio, se está agobiando con ese peso encima.

–Vale, déjame ya.

–Joder, ha sido…

–Si, si, vale.

Necesita una ducha. Busca en su bolso unos kleenex para limpiarse, quiere recuperar su ropa antes de subir a ducharse. Se da cuenta de que no sabe quienes eran los que la han estado follando. ¡Qué locura! Se palpa atrás y no nota dolor, solo una gran inflamación del esfínter. Antonio está frente a ella, mirándola como si esperase algo. Se siente incómoda mientras se limpia el semen que chorrea por sus muslos.

–Deja de mirarme, ¿quiénes eran esos dos?

–Cristian y su hermano, trabajan para Doménico.

–¿Son de fiar? Ya me entiendes.

–Si están aquí es porque no entrañan peligro, puedes estar tranquila.

–Deja de mirarme, anda vete.

Carmen llena de nuevo el vaso con agua fría y lo bebe de un trago, nota como sigue brotando flujo de su sexo y de su ano, necesita ir al baño ya.

Mira a todos, por lo menos hay seis o siete personas que no conoce ¿cuándo han llegado? Salif le hace una seña. Comienza a recoger su ropa.

–Voy a ducharme – le dice cuando llega a su lado.

­–Voy contigo – Carmen le hace un gesto evasivo con ambas manos y le sonríe.

–No, espera, necesito estar sola un rato. Me ducho y vuelvo contigo ¿vale? –le acaricia el rostro y le da un beso.

Sube al dormitorio de Doménico, el que han compartido toda esta semana aunque ahora ya no sabe si debe seguir usándolo. Es evidente que Piera es la nueva ocupante. Se le encoge el corazón aunque no tiene motivo, es ella la que se marchó. Deja su ropa sobre la cama y entra en el baño, la ducha le vendrá bien. Necesitaría su cepillo de dientes. Ya en la ducha abre la boca y deja que el chorro la enjuague bien. Cuando sale se siente como nueva. El escozor en su culo le recuerda que la han vuelto a sodomizar aunque nada tan intenso como cuando se lo hace Doménico.

Se sienta en la cama para prepararse un par de rayas. Como nueva. Abre el armario que ahora está casi vacío, toma una de las batas que le dio Doménico, es lo único que se va a poner para bajar al salón, ni siquiera se la abrocha, en el  bolsillo se guarda la pitillera.

Apaga la luz  antes de cerrar la puerta.

Abajo todo sigue igual. Rehúye pasar cerca de Salif, todavía no. Busca, camina, evita a Jairo con una sonrisa amable. Pasa por el improvisado bar y se prepara un gin tonic. Por fin la ve, de espaldas charlando con alguien a quien no conoce. Se acerca, la rodea con sus brazos, aprisiona sus pechos desnudos.

–Creí que no iba a poder estar contigo en toda la noche. –Le susurra al oído.

Piera vuelve el cuello. Las mejillas se rozan, un beso surge espontáneo.

–¡Oh cara, te estaba echando de menos!

…..

Domingo noche

¿Cómo fue la transición? Difícil de explicar. En algún momento Salif perdió a Carmen, quizás no sucedió en un momento concreto sino en varios y sucesivos instantes, poco a poco, a lo largo de escenas que por si mismas fueron irrelevantes a los ojos de los que las vivieron pero que, sumadas y vistas mas tarde se podría haber intuido el desenlace.

Salif perdía a Carmen, Doménico la recuperaba y Piera se diluía. Era algo tan sutil, tan impreciso y a la vez tan evidente… Como unos vasos comunicantes, como una filtración que va dejando ver con el paso del tiempo su efecto aunque en los primeros minutos apenas se aprecie. No, no te puedes parar e intentar observar como avanza, no conseguirás ver nada, solo cuando te distraigas y vuelvas a fijar tu atención en ellos verás que algo ha cambiado, que la relación que mantenían hace un momento ya no es la misma, ya no se miran del mismo modo, ya no se rozan de la misma manera, ya Carmen no se deja caer en su pecho igual, ya no le busca como antes. Al mismo tiempo sus ojos se cruzan con los del italiano de otra manera a como lo han estado haciendo desde que llegó a su casa. Es cierto que le tuvo en su boca al inicio de la tarde, que le llevo al orgasmo  y le hizo derramarse en su garganta, pero no dejaba de ser un juego erótico en el que todos estaban implicados, luego se separaron, ella estuvo dedicada a Salif y a otros, él estuvo con Piera y con otras. Se miraban, se buscaban y fue en ese mirarse y buscarse en el que se fraguó el trasvase del Eros, la filtración del deseo, la necesidad de recuperarse.

Al final de la noche, Salif lo sabía, Piera lo sabía. No hubo necesidad de palabras. Se fueron entre los demás invitados, podían haberse quedado pero optaron por dejarles solos. Eran las cinco de la madrugada cuando la casa se quedó en silencio y los últimos invitados se despidieron. Carmen y Doménico, cogidos de la mano apagaron las luces del salón y subieron a la alcoba. Abrazados, agotados, se dejaron dormir.

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