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Diario de un Consentidor 88 - El principio del fin

en Intercambios

El principio del fin

(Sábado)

–Es la última vez que me insultas ¿me has oído?, te lo he consentido demasiadas veces durante estos últimos días y ya no Mario, ya no, se acabó. Esta es la ultima vez que voy a escuchar un insulto de tu boca, se acabó, no tienes ningún derecho. No me vuelvas a llamar, no te vuelvas a dirigir a mí, no intentes ponerte en contacto conmigo. Ya lo has conseguido Mario, se terminó.

–¡No Carmen, espera,  escúchame, no quise…!

Mis palabras quedaron ahogadas bajo su ultimátum. Intenté hacerme escuchar porque me daba perfecta cuenta de que esta vez no iba a haber enmienda. Había agotado su paciencia, había roto los lazos que nos unían.

Cuando colgó, sus ultimas palabras sonaron en mis oídos como una sentencia de muerte. Ya lo has conseguido Mario, se terminó.

–¡No puede ser, no puede ser!

Me volví hacia la puerta, tenía que salir de allí, me estaba ahogando. Entonces la vi con los brazos cruzados, obstruyendo mi camino.

–¿Qué has hecho Mario?

Una tremenda decepción marcaba su voz y acentuaba la fatiga que expresaba su rostro.

           

–Graciela…

–¿Zorra? Te has vuelto loco – su voz moduló un punto final. Se dio media vuelta y salió. La escuché caminar con determinación pero no me vi capaz de seguirla. ¿Qué podía decir? Entonces sentí pavor, miedo a quedarme solo.

–¡Graciela, dónde vas!

No obtuve respuesta, me quedé clavado sin ser capaz de digerir lo que me estaba sucediendo, ¿Cómo era posible que en tan solo unos días el mundo se me hubiera venido abajo? Noté como la desesperación iba creciendo, sabía que estaba a punto de perder el control. No, no podía hacerlo otra vez.

Salí en su busca y no la hallé en el salón, me dirigí al taller donde habíamos dejado los sándwiches pero tampoco la encontré. Tuve un presentimiento y subí a las habitaciones. Allí estaba, haciendo la maleta. De nuevo se repetía la misma escena, otra vez me abandonaban, otra vez.

No iba a luchar, tampoco esta vez; me lo tenia merecido. Me miró, vio mi expresión de derrota y se detuvo.

–¿Cómo es posible que no te haya valido de nada todo lo que hemos hablado, eh? ¿De qué te ha servido mi presencia, dime? –Estaba profundamente alterada. No contesté, no tenía ninguna justificación para mi conducta.

–Te escuchaba y no podía creerlo, Mario. Ese hombre que hablaba con Carmen era un completo desconocido, es un ser mezquino, violento, agresivo. Desde luego a ese hombre no le quiero a mi lado – dijo y siguió guardando sus cosas en la bolsa; de pronto se volvió hacia mí – y sabes una cosa, la estabas manipulando, construías toda una historia a tu antojo con solo unos retazos que habías escuchado y prácticamente no la dejabas responder. Entonces me di cuenta de que eso es exactamente lo que habías hecho conmigo anoche. No tuviste ningún interés en conocerme Mario, directamente intentaste crear una Graciela en base a tu modelo, sin esperar a conocerme tal y como soy. “No te laves, huélete, ¡como es posible que no te hayas olido nunca!” – repitió mis palabras empleando un tono histriónico – Anoche todo eso parecía otra cosa pero hoy, ¿Sabes como me suena eso después de haber escuchado como le hablabas a tu mujer? ¡repugnante!

¿Tan desagradable podía llegar a resultarle? ¿Tan bajo había caído sin darme cuenta? ¿Qué había sido de mi, del hombre que creía ser?

–Te recuerdo dirigiéndome, manipulándome y no, no me gusta lo que me hacías, no me gusta nada –me miró de una forma que me hizo sentir despreciable – ¡Dios, y yo inocente me dejé hacer, casi caigo en tus redes, como Carmen!

Terminó de cerrar la bolsa de viaje y la cargó al hombro, yo seguía en la puerta paralizado.

–Déjame salir, por favor.

Me retiré como si me hubiera fulminado y bajó las escaleras. Ya en la puerta se volvió.

–Lo siento Mario, te estás arruinando la vida tú solo, lo peor es que posiblemente ya se la has arruinado a ella. Has tenido la mejor de las vidas y la has tirado por la borda. He intentado ayudarte a recuperarla pero no te dejas, estás ciego y sordo. No puedo hacer más.

El sonido de la puerta me golpeó en el pecho, quizás necesitaba que alguien me hubiera dicho todo eso mucho antes. Manipulador, egoísta, mezquino. Lo había perdido todo; porque Carmen lo era todo para mí, lo que más quería. Había jugado con ella y llevaba una semana insultándola sin saber bien por qué. Ahora Graciela también salía de mi vida. No era capaz de retener a mi lado a ninguna de las dos mujeres que quería. Tan ofuscado estaba con mi rencor que dejaba que se alejasen de mí sin escucharlas.

Me sentía vacío, hueco, muerto. Cogí las llaves y salí, ni siquiera me acordé de buscar la cazadora en la que llevaba mi documentación. Graciela no se había molestado en cerrar la verja al salir con el coche y  yo, tras derrapar violentamente marcha atrás en la grava, salí rumbo a ninguna parte sin preocuparme tampoco de la maldita verja.

Doy gracias a la Nada Infinita porque no se me cruzó ninguna persona,  ningún niño, ningún perro. Crucé a una velocidad temeraria lo que es un sendero que empieza a estar frecuentado a esas horas de un sábado por algún vecino que pasea a su perro, que saca la bicicleta, que acompaña a su hijo al partido de futbol de la urbanización colindante. Aún tiemblo por lo que pudo pasar si mi vecino, cuyo hijo tenía entonces siete años, le hubiera dejado solo con su triciclo como solía hacer a veces.

Nada pasó, nadie me vio o al menos nadie me echó en cara mi comportamiento kamikaze de aquella mañana.

Salí como un loco a la Carretera de la Coruña  y tomé dirección San Rafael, quería alejarme de todo, quería huir de todo, de mí mismo.

Ciento veinte, ciento treinta, ciento cuarenta, ¡mierda, qué he hecho! Lo he jodido todo, otra vez estoy solo. Ciento cincuenta, ciento sesenta, luces largas, claxon, ese imbécil no se quita de en medio, volantazo a la derecha. Ciento setenta, ciento ochenta. He arruinado mi vida y lo que es peor, le he hecho un daño irreparable a Carmen, porque ella no era así, no. Ciento noventa, joder la puta manía de  conducir por la izquierda, luces, luces, les da igual. Cabrón, justo cuando comienzo a adelantar por la derecha se cambia de carril, casi nos matamos, ¡hijo de puta!

Solo espero que pueda olvidarme y consiga rehacer su vida sin demasiadas secuelas. Yo se lo voy a poner fácil, muy fácil. ¡Joder, qué pena!

Túnel de Guadarrama, reduzco, ciento cuarenta, ciento treinta. Salgo fuera, pedal a fondo, ciento sesenta, setenta, ochenta, ciento noventa. ¡mierda, que puta vida!

Casi me lo llevo por delante.

Aparcado en una área de descanso intento recuperar la respiración. Un auto se puso a adelantar a un camión sin importarle la velocidad a la que me veía venir. Casi nos matamos, lo he salvado por milímetros.

Vuelvo a casa.

…..

Salgo de la general, doblo en el cruce y entro en la desviación para tomar hacia casa. Al fondo veo las luces de las habitaciones que no apagué. A medida que me acerco distingo el coche de Graciela y la veo sentada en el porche. Apenas consigo contener un sollozo. Me seco los ojos antes de llegar a la verja que permanece abierta. Cuando me ve llegar levanta la vista, su rostro transmite serenidad, nada que ver con la crispación que la alejó de aquí, de mí. Aparco al lado de su coche.

–No soy de las que abandonan ¿sabes? – me mira fijamente, creo que se ha dado cuenta de la emoción que intento controlar – Ya podías guardar una llave debajo de un tiesto, como en las películas, me he quedado helada esperando que volvieras.

Ha roto mis defensas, camino hacia ella, se levanta y me recoge en sus brazos.

–Lo siento – se me quebró la voz.

–Yo también, vamos dentro.

…..

Carmen tomó el cigarro que le ofrecía, lo apresó entre sus labios y aspiró profundamente llenando sus pulmones con ese humo cálido y dulzón, lo retuvo unos segundos, luego lo expulsó lentamente y se lo devolvió.  Claudia, tumbada a los pies de la cama que compartían la observaba con una sonrisa en los labios.

–¿De qué te ríes? – preguntó sintiendo como la sonrisa se le contagiaba y prendía en su rostro.

–Mírate. Anoche casi ni sabias como encender un pitillo y ahora, cualquiera diría que llevas toda la vida fumando – respondió tras pegar una profunda calada.

Cierto. Apenas cuatro horas antes hubiera sido incapaz de realizar ese simple acto sin romper a toser descontroladamente. Solo la paciencia de Claudia le permitió ir paso a paso, comenzar a fumar marihuana de una manera gradual, sin sucumbir a los accesos de tos de los principiantes en el consumo de tabaco.

Carmen se dejó hacer, siguió sus instrucciones totalmente entregada, imitó sus gestos y  juntó las manos en su boca, ahuecándolas como si soplara una caracola, le sugirió. Claudia insertó el cigarro entre sus dedos, “aspira” , le dijo, “con suavidad”. Sintió como sus pulmones se llenaban de una mezcla ligera de aire y humo, tan ligera que pudo superar su primera reacción de toser. Así, poco a poco, fue aumentando la concentración de humo, amplió la tolerancia y fue sintiendo los efectos de la droga intercalada con alguna raya de coca y algún chupito de licor. Para cuando Claudia le hizo probar a aspirar directamente del cigarro consiguió hacerlo casi sin toser.

Y follaron y hablaron de todo menos del pasado y siguieron fumando y follando. No le dio tregua, no la dejó pensar y le enseñó a cortar sus primeras rayas y aprendió a liar sus primeros cigarros. Así abortó sus accesos de pánico ante un futuro incierto, ante el vacío. Y olvidó, se deshizo de la pena, la sepultó tras el humo, las caricias profundas de Claudia, el alcohol y el polvo blanco. Su boca volvió a probar los rincones mas ocultos del cuerpo de su maestra y le ofreció el suyo sin límites, sin pudores, sin barreras. Lo había perdido todo, ya nada tenía que perder.

…..

Abrió un ojo, algo la había despertado, estaba atardeciendo. Intentó ubicar el reloj de pared y al moverse notó la irritación en su ano. ¡que bruta! al final había conseguido meterle esa gruesa polla que se ajustó a su cintura a pesar de que le dijo varias veces que no conseguía dilatar más. ¿Qué pasa –le reprochó con lágrimas en los ojos – es que en cuanto a alguien le cuelga una polla entre las piernas se tiene que volver agresivo?

No consigue mantenerse despierta y sin poderlo evitar se sumerge de nuevo en un profundo sueño. La cama se mueve, debe ser Claudia que se levanta. No puede, se duerme.

Un murmullo, unas voces. Si, eran más de las seis y media. Recordaba un golpe, un sonido seco, una especie de portazo, eso era lo que la había despertado aunque no del todo, se volvió a sumir en el sueño mientras Claudia se levantaba, ¿cuánto hacía de eso? Quizás diez minutos, puede que más. Todo le da vueltas. Se duerme.

Las voces se acercaron y eso la alertó. Claudia y un hombre. No tuvo tiempo de reaccionar, tendida boca abajo en la cama, desnuda, con el dildo rozándole la entrepierna y el arnés de Claudia clavándosele bajo el muslo le fallaron las fuerzas, le faltaron reflejos cuando se abrió la puerta.

–Te he dicho que no entres – escuchó decir a una Claudia irritada.

–Vaya, vaya ¿Y quién tenemos aquí? Te alabo el gusto querida, cada vez las escoges más jóvenes y más guapas, ¡vaya cuerpo!

Carmen logró reunir fuerzas, se apoyó en los antebrazos y se incorporó cuanto pudo, volvió el rostro. Aunque el cabello enmarañado le impedía distinguir bien, bajo el dintel la vio envuelta en una bata de seda y a su lado un hombre grueso, más alto que ella, bien trajeado, de unos sesenta años mirándola con deseo. Consiguió moverse con cierta torpeza y se arrastró por la cama buscando el borde del edredón para taparse, giró sobre si misma pero el brazo en el que se apoyaba le falló y cayó boca arriba. El mareo la dominó, todo comenzó a girar a su alrededor vertiginosamente. Todavía le quedó un resto de consciencia para tantear a ciegas buscando hasta que alcanzó el pico del edredón y pudo cubrirse la cintura. Todo le daba vueltas, creía haberse tapado lo suficiente pero no conseguía encontrar un punto de apoyo para incorporarse y desistió. El sopor la atrapó de nuevo, había agotado sus reservas de energía.

–Vamos, salgamos – dijo Claudia con aire conciliador tomándole del brazo, pero él se resistió.

–No hasta que me hayas presentado a tu nueva amiguita, ¡Dios, qué cuerpo! –Se deshizo de la mano que le sujetaba y avanzó hacia la cama, se sentó en el borde sin dejar de sonreír – ¿Y tú, eres?

–Se llama Carmen, es una amiga que ha pasado la noche conmigo y ahora la vas a dejar tranquila.

–¿Y por qué no la dejas que hable ella? Me llamo Ángel Luis, soy el marido de Claudia, encantado de conocerte – dijo extendiendo la mano.

–No te escucha, ha probado muchas cosas hoy por primera vez y no ha dormido nada.

Carmen si escuchaba. Lejanamente, desde lo más profundo de su castigada mente les podía oír. También sintió el roce de unos dedos en su cadera deslizando la tela que apenas cubría su pubis.

–No hagas eso – escuchó decir a Claudia sin mucha convicción.

–¿Por qué? Si solo quiero verla. Anda, vete a arreglar – dijo con fastidio.

Carmen sintió como el calor que le proporcionaba la colcha desaparecía. Intentó abrir los ojos pero solo consiguió mover el cuello hacia un lado.

–No te pases con ella, por favor – escuchó y esta vez la voz de Claudia le sonó lejana, muy lejana.

El colchón se hundió un poco más a su izquierda, luego notó como esos dedos que habían retirado la ropa que la tapaba se movían por su estómago. Intentó hablar pero tan solo exhaló aire, algo parecido a un suspiro profundo. La mano alcanzó su pecho y lo acarició con suavidad, sin apretar.

–Eres preciosa Carmen, realmente preciosa – dijo con la voz ahogada por el deseo.

–Eres preciosa Carmen –escuchó decir a una voz lejana, que temblaba por la emoción – luego se hundió, se perdió en una bruma. Sintió vértigo, como si la cama cayera hacia atrás, como si se hundiera el cabecero. Parecía deslizarse por un túnel, muy despacio al principio, ganando velocidad por momentos a medida que desaparecía.

…..

Caricias. Mario se ha tumbado a su lado protegiéndola del sol caribeño. Se apoya sobre un codo y le acaricia el estomago. Poco a poco se ha ido desviando hasta cubrir su pecho desnudo, sabe que esa caricia la pone a cien. No importa quien pueda verlos, se va a dejar acariciar por su marido allí, a la orilla del mar, donde minutos antes le pidió que se despojase del top del bikini. Tumbada sobre la arena siente las manos de Mario sobre su piel desnuda, esas caricias que tan bien conoce, que le hacen estirarse como una gata para que la pueda manejar mejor. Le ofrece sus pechos, le escucha decir lo hermosa que está.

–Eres preciosa Carmen – le dice y ella se estira sobre la arena sintiendo las manos que la hacen vibrar.

Ángel recorre su torso, ha visto como reacciona a sus caricias, se ha estirado en la cama, se ha ofrecido más, sus brazos se han elevado hacia la almohada dejándole vía libre.

–Si, pequeña ¿quieres más, verdad? Yo te lo daré.

Recorre su estómago, palpa las costillas con ambas manos y observa cómo reacciona. Es tan joven, tiene un cuerpo tan perfecto que no sabe por donde seguir tocándola. Vuelve a sus pechos, tan duros tan firmes, alcanza las axilas, regresa a sus pezones y se enreda con las barras que los atraviesan. La escucha gemir, no se cree la suerte que ha tenido, teme que Claudia salga de un momento a  otro y le interrumpa, tiene que darse prisa. Baja hacia su vientre muy despacio para no despertarla, se excita al sentir la dureza de sus abdominales que reaccionan y se tensan marcando cada músculo. Carmen separa los muslos y Ángel baja una mano para apresar el jugoso pubis con sus dedos, no quiere romper el sueño en el que se encuentra la joven, traza con cuidado el sendero entre los abultados labios, se impregna los dedos y los lleva a su rostro, se excita con el intenso olor. Admira el cuerpo bronceado, sin ninguna línea pálida que rompa la uniformidad de color en toda su piel. No, no parece una de esas zorritas que se trae su mujer a casa, esta es diferente. Baja de nuevo, presiona con cuidado y se hunde con gran facilidad, escucha un gemido que brota de la garganta de Carmen  y ve como arquea la espalda, baja una mano y la pone sobre la suya sujetándola sobre su pubis, marcando el ritmo que desea. Por un momento piensa que la ha despertado pero no, sigue dormida. No ha dejado de estimularle los pechos con  suaves caricias. Ya son dos dedos los que se hunden y recorren su interior haciendo que su cintura se mueva como una ola, luego busca fuera, encuentra su clítoris y lo palpa con delicadeza, no quiere despertarla. Carmen se abre más, su muslo tropieza con la cadera de Ángel y este se aparta para dejar que su pierna se pueda apoyar sobre el. Cada vez respira con más agitación y teme que si sigue masturbándola acabe por despertarse. Se desabrocha el pantalón atropelladamente, necesita liberar la presión. No aguanta más, se levanta y en menos de quince segundos se desnuda sin dejar de mirar a la mujer que se agita en su cama y que ahora se acaricia los pechos.

Carmen sigue en la orilla del mar sintiendo la brisa que refresca su cuerpo desnudo, no le importa quien pueda verla, se ofrece a su marido, a sus expertas manos que abren su sexo y  se introducen dentro de ella. Le desea, si, le desea, sus piernas se separan, se ofrece, le necesita.

Ya de rodillas entre sus piernas busca la mejor posición, aún no tiene una erección completa, los años y la ansiedad le castigan. Roza la húmeda abertura para empaparse bien, empuja pero no tiene suficiente dureza y se tiene que ayudar con la mano, al fin consigue entrar y ella le recibe con un largo gemido. Ya dentro empieza a recuperar la virilidad que no tenía, es tan cálida, es tan hermosa ¿cuántos años hace que no tiene una mujer así?

Carmen hace el amor en la playa con Mario, escucha el mar batiendo cerca. Si, si te amo, te amo, no importa quien esté cerca, te siento dentro amor, te siento dentro.

Ángel se mueve dentro de ella, ha conseguido casi una completa erección, se apoya en un brazo para poder seguir acariciando los pechos de Carmen, pero su peso le impide mantener esa posición por mucho tiempo, su débil virilidad se escapa como un anguila, maldice, suda por el esfuerzo, la ansiedad ante la inminente aparición de Claudia le está jugando una mala pasada, no consigue volver a penetrarla. Se baja y arrastra a Carmen hasta los pies de la cama, la gira y la deja de rodillas en el suelo, ofreciéndole la grupa, la toma de las caderas y la intenta ensartar desde atrás. Ha perdido casi por completo la erección. Se masturba frenéticamente para alcanzar una mínima dureza. Apunta, lo intenta pero está desquiciado, su débil miembro se dobla antes de conseguir penetrar en el estrecho coño de Carmen, un nuevo esfuerzo y por fin el glande entra, la presión y el húmedo calor que le envuelve consigue lo que su mano no logró y reacciona, se endurece dentro de ella, la visión de sus perfectas nalgas hacen el resto, revive, comienza a bombear agarrado a sus caderas, se siente de nuevo un joven vigoroso, potente. Amasa las nalgas de esta joven mujer mientras su verga, renacida, vuelve a ser la que fue. Clava los puños en el colchón anclando sus caderas, pegado a ella para sentirla, no quiere separarse de ese cuerpo joven, hermoso mientras mueve como un animal su cintura y bombea, ¡qué delicia, qué delicia! Lo nota, siente que le llega y se detiene, no quiere acabar tan pronto. Acaricia el pequeño esfínter que se ofrece a su vista, lo presiona y el dedo húmedo se hunde con facilidad, lo hunde hasta dentro sin oposición, sin queja. Escucha un gemido, percibe un movimiento, casi un golpe de cadera, le gusta si, le está gustando. Un pensamiento, un deseo surge pero es tarde, nota los latidos intensos, imparables que anuncian su orgasmo, no tiene tiempo que perder. Lanza sus caderas al trote contra reloj, golpea una y otra vez, lo siente llegar, bufa, gime, suda a chorros, se agarra a esa hermosa grupa, trota, cabalga como un loco y estalla resoplando. Cree escucharla jadear, ¿o es su imaginación? Apoya ambas manos en la cama para poder sujetarse, apenas le sostienen los brazos.

–¡Joder! –protesta dejando caer la cabeza.  Siente como su verga muere rápidamente y se escurre entre los apretados labios de Carmen.

Todo ha sido tan rápido, tan fugaz, si lo llega a saber hubiera tirado de la Viagra.

–¡Qué coño has hecho!              

La voz indignada de Claudia le saca de sus pensamientos. Aún se encuentra sobre Carmen, besándole la espalda, apoyado en los antebrazos porque las muñecas ya no le sostenían. Tenia que haberse quitado antes de que le viera, está en una posición comprometida, no puede mantenerle la mirada, pero enseguida reacciona, se levanta y recupera el control, se defiende.

–No te pongas así, tampoco es para tanto.

–¿Qué no me ponga así, te das cuenta de lo que has hecho?

–Nada, darle la bienvenida.

–Eres un cerdo, te dije que la dejaras en paz.

–No te exaltes, solo es una de tu putitas.

–Esta vez te equivocas, es una mujer casada con bastantes problemas como para que encima… ¡joder, no es ninguna putita! es una universitaria, doctora en psicología, ya ves.

–¡No me jodas!

Ángel se levanta, rastrea con la mirada la habitación hasta que localiza el bolso de Carmen y va a por él

–¿Qué haces? – dice Claudia

Ángel toma la cartera, encuentra el DNI, revuelve entre los documentos.

–¿La conoces?

–No, pero ya me enteraré de quién es y con quién trabaja… ¡joder!

Ángel ha encontrado una tarjeta de Carmen. Claudia se acerca a su marido.

–¿Qué pasa?

–Ni se te ocurra decirle quién soy ¿entendido? Trae la cámara de fotos.

–¿Qué vas a hacer?

–Protegernos.

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