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Diario de un Consentidor 89 - Confesión

en Intercambios

 

Confesión

(Sábado)

No hubo un motivo concreto que la despertase. De una manera suave y progresiva había transitado del sueño profundo hacia un estado de duermevela en el que ahora se encontraba cómodamente instalada, un estado de absoluta relajación. El siseo del aire acondicionado la hizo consciente del silencio y la soledad que la rodeaba, poco a poco se fue percatando de los sonidos que poblaban el ambiente; el ruido lejano de una moto, el murmullo de una conversación ininteligible al otro lado de la ventana, el tic tac de un reloj que hasta ese momento  le había pasado desapercibido.

Se volvió boca arriba, estaba tan relajada… era una sensación agradable, muy agradable que abarcaba su cuerpo por completo. Se estiró todo lo que pudo en la cama, a continuación dobló las piernas y frotó sus muslos varias veces; llevó las manos a sus hombros y recorrió sus pechos. ¡Estaba tan sensibilizada!

Suspiró profundamente.

Placer. Si no fuera por el dolor de cabeza que le rondaba y la sequedad de boca…

Se deshizo del edredón que comenzaba a  agobiarla, estaba demasiado arropada, casi hasta el cuello y eso le recordó que antes, ¿cuando?, estaba desnuda y se intentaba tapar, ¿por qué? Porque alguien entraba en la habitación con Claudia. Un hombre.

Se incorporó de un salto hasta quedar sentada en la cama y la brusquedad del gesto despertó un intenso latido en las sienes. Debía ser tarde porque la oscuridad era total. Buscó a tientas la lámpara de la mesita y consiguió darle al interruptor. Las ocho menos diez marcaba el reloj. La última hora que recordaba eran las seis y media, fue cuando entró ese hombre con Claudia y la vio desnuda. ¡Oh Dios!

Las imágenes comenzaron a agolparse en su machacada cabeza que palpitaba dolorosamente. “¡Vaya cuerpo!”. Recordaba poco más, un mareo intenso, un intento por cubrirse, unas manos que la tocaban, que la destapaban.

“Eres preciosa”, sonó como un eco. Esa voz desconocida se superpone con la de Mario, se confunde con ella.

Un escalofrío recorrió su espalda, algo no encajaba.

Entonces lo sintió. Un flujo denso, espeso, deslizándose desde su interior, filtrándose entre sus labios, manchando la sábana.

Se notó pegajosa. ¿Cómo no se dio cuenta antes? Y la piel reseca en la parte alta de sus muslos, al borde mismo de su sexo por donde se deslizaba ese flujo. Separó las piernas, acercó dos dedos y lo tocó. Viscoso, un tacto conocido. Tembló, lo llevó a su rostro y al olerlo no tuvo duda.

“Eres preciosa”.

En su cabeza se agolpan imágenes de una playa. Ha sido un sueño, un sueño hermoso con Mario, solo eso, un sueño erótico, tan intenso que casi le parece real.

Se horroriza. Se lleva las manos a la cabeza, las sienes le palpitan con tal intensidad que le va a estallar. “Eres preciosa”. Esta vez la voz no es la de Mario, es la misma que pronunció aquél “vaya cuerpo” que le hizo buscar el edredón infructuosamente. Ahora lo va recordando todo.

¿Todo?

No. Recuerda que no conseguía sostenerse, que intentó cobijarse bajo la ropa de la cama y que perdió el equilibrio. Luego, nada. Una caricia, después ese sueño con Mario, la playa, mas caricias por todo su cuerpo. ¡Dios, no era él!

Sale de la cama de un salto como si con ello pudiera escapar de lo que intuye y comienza a caminar por la habitación persiguiendo las imágenes que irrumpen en su mente y se escabullen antes de que pueda ordenarlas y darles sentido. La playa, su marido acariciándola, haciendo el amor con ella, ¡Oh Dios! vuelve a sentir el flujo denso que ahora mana libremente de su sexo.

Camina nerviosamente por la alcoba apretándose las sienes, intentando controlar el intenso dolor que palpita en su frente. Nada, bucea rodeada de peces que se cruzan entre sus muslos perseguida por Mario que le da alcance, que la abraza desde atrás y la monta como si fuera una sirena y él un delfín y hacen el amor bajo el agua, esquivando a los peces que juegan con su vulva y le hacen trampas a Mario, el delfín, y se esconden en su sexo para que no pueda penetrarla.

–¡Oh  Dios mío!

Sintió  repugnancia al notar el semen que resbalaba por sus muslos y corrió al baño.

Se detuvo. No, si ha de denunciar no puede lavarse.

Agarrada al lavabo se imagina la escena en comisaria. Las pruebas, los rastros de drogas. ¿Y la declaración de Claudia?, ¿va a testificar contra su esposo? Lo más probable es que no lo haga. “Es mi amante lesbiana, estuvimos en el Antlayer hasta la madrugada y luego pasamos el día juntas con mi esposo.”

No, nadie la va a creer, preguntarán en el pub y las reconocerán, ¿cómo va a poder alegar que ha sido violada por el marido de su amante?

Luego, la llegada de Mario a la comisaria, su decepción, su mirada de desprecio una vez más.

Desiste pero si, ha sido violada, piensa mientras se limpia con la ducha enfocada en su sexo. Intenta eliminar cualquier rastro de semen, no puede soportarlo, no puede. Hunde dos dedos dentro de su cuerpo buscando el más mínimo resto, no puede quedar nada, nada, nada.

Se detiene.

Cálmate, cálmate, respira hondo, respira.

Dirigió el chorro de agua a la nuca, apoyó una mano en la pared y con la otra fue llevando el agua hacia los hombros, las clavículas, el pecho. Colgó la ducha y dejó que cayera en la nuca durante un tiempo indeterminado, sintiendo como el agua corría por su espalda, intentando dejar la mente en blanco, centrada en su respiración.

Cuando cerró el grifo había recuperado en gran parte la serenidad. Se puso el albornoz, envolvió su cabello con una toalla y salió del baño.

Claudia. ¿cómo había podido dejarla sola con él?.

Se acercó a la puerta de la alcoba y la abrió con sigilo, escuchó música en la planta baja y una conversación en tono tenso. Discuten, hablan de ella sin duda, de lo que ha sucedido.

Cerró de nuevo. Tenía que pensar. Localizó su bolso y hurgó en busca del móvil, estaba decidida a salir de allí. Si llamaba a Doménico y le contaba estaba segura de que vendría a por ella. Cuando abrió el aparato y lo encontró sin carga se sintió desamparada. No quería depender de Claudia para salir de la casa.

Tenía que improvisar una alternativa. Buscó su ropa interior, –¡cómo necesitaba una muda!–, y luego, mientras se peinaba pensó cómo afrontar el inevitable encuentro con su agresor. Decidió tomar la iniciativa, dar la cara. Cogió la minifalda de Irene que había usado esa noche y la volvió a dejar sobre la cómoda. No, no era la ropa adecuada para ese momento. Se ajustó el albornoz, abrió la puerta, respiró hondo y comenzó a bajar las escaleras.

–Ah Carmen, ya estás despierta.

Claudia se levanta para recibirla y camina hacia ella con una sonrisa que se va desvaneciendo al ver la expresión de su rostro. Carmen la mira, no comprende como pudo dejarla sola a merced de su marido y en esa mirada se lo reprocha.  No se detiene, sabe que si lo hace va a perder el aplomo que está aparentando. Mira a Ángel, parece nervioso.

–Tranquila Carmen.

Al escucharla, se vuelve hacia ella.

–Estoy tranquila ¿y tú, te tranquiliza saber que estás casada con un violador?

–¿Podemos hablarlo sin sacar las cosas de quicio? ¿prefieres que se vaya?

Ángel permanecía sentado, con una copa en la mano, adoptando un aire de estudiada serenidad que un incontenible temblor traicionaba. A duras penas conseguía mantener la mirada de Carmen.

–Me has violado.

–¿Quién te va a creer? – respondió atropelladamente – podemos encontrar testigos que te sitúan en el Antlayer con mi mujer en una actitud bastante comprometida. Nos joderás la vida, si, pero también te la jodes a ti, además, los rastros de droga en sangre no te dejan en una posición muy fiable ¿no crees?

Como había supuesto todo bien montado, bien argumentado. Se volvió hacia Claudia con una amarga sonrisa en la boca.

–Vaya, veo que os habéis estado cubriendo las espaldas. – Volvió a dirigirse a Ángel – Te han traicionado los nervios, ¿acaso me has escuchado hablar de denuncias?

No, Carmen sabe que tiene pocas posibilidades de seguir adelante con una denuncia, ha barajado la posibilidad en la alcoba antes de ducharse, solo entonces cuando supo que esa batalla la tenía perdida de antemano decidió borrar las huellas de la violación.

Claudia se acerca, la rodea con su brazo.

–Anda, date un baño, te reconfortará, luego vuelve con nosotros, cenaremos juntos, hablaremos, ¿no querrás pasar la noche sola, verdad? mañana ya pensarás qué haces.

Se libera del abrazo con brusquedad. ¿Acaso no ha visto su pelo húmedo?

–No te preocupes, ya no quedan rastros de lo que tu marido me ha hecho. Quiero irme, eso es todo. Voy a vestirme, llámame a un taxi por favor, me he quedado sin batería en el móvil.

Se dirige a la puerta pero Claudia la toma de la mano.

–Carmen, te lo ruego, no te vayas así, por favor, no es bueno ni por ti ni por mí. Ven, salgamos de aquí.

Salen hacia el hall, Suben las escaleras, Carmen sabe a lo que refiere. La soledad.

–No puedo compartir espacio con quien me ha violado, Claudia, entiéndelo.

¿Por qué, por qué le da explicaciones? No ha sido capaz de mantenerse firme por más tiempo.

–No puedo echarle, es su casa, lo que si puedo es apartarle, que no lo veas, eso sí.

–Sabré que está, no me sentiré cómoda – se detiene a media altura en la escalera – ¿cómo pudiste?

Claudia le evita la mirada.

–Nunca pude imaginar que haría algo así, se quedó a tu lado si, pero no creí que llegase a tanto.

–¿A tanto? ¿Qué estabas dispuesta a dejarle hacer? ¡Por Dios Claudia, estaba desvanecida!

Carmen sigue subiendo la escalera, Claudia la sigue.

–Lo siento, lo siento, no pensé que pasase de unas caricias.

Carmen entra en la alcoba y se despoja del albornoz, comienza a ordenar su ropa sobre la cama, no es la indumentaria que quisiera tener en ese momento. Suspira. Comienza a vestirse.

–Espera, piénsalo, ¿qué vas a hacer sola esta noche, darle vueltas a lo que ha sucedido? Quédate conmigo, ni sabrás que Ángel está en casa, te lo prometo.

Sola. Se imagina en casa de Irene, violada, humillada ¿de qué le ha valido salir de allí huyendo de la soledad si al final regresa en peores condiciones? Claudia se da cuenta de su vacilación, pasa una mano sobre su hombro.

–Vamos. Mañana lo verás todo de otra forma.

La hace girar hacia ella, Carmen no se resiste, tampoco opone resistencia cuando la recoge en sus brazos.

–Ven, olvídalo, le diré que nos deje solas.

–Olvidar, ¿cómo voy a olvidar?

La lleva hasta los pies de la cama. Se sientan, mantiene sus manos cogidas.

–¿Tan horrible fue? Piénsalo, se sincera, ¿qué recuerdas?

Carmen se pierde en las manos que sujetan las suyas.

El mar, la arena, Mario nadando detrás de ella. Los peces jugando entre sus muslos. No tiene otros recuerdos. Hasta donde puede retroceder son esas palabras  que se mezclan en su memoria, “¡qué hermosa eres!”, en las que reconoce la voz de Ángel fundiéndose con la de Mario.

No hay dolor, no recuerda agresión alguna, todo fue sensualidad, erotismo, placer. Solo cuando, ya despierta, encontró el rastro en su sexo, su mente construyó el modelo que debía sentir. Horror, repugnancia. Ha  sido violada, esa es la realidad, hay un culpable, pero sus sensaciones, sus vivencias no se corresponden con las de una víctima por mucho que trate de conciliarlas.

Claudia la saca de su ensimismamiento.

–¿Qué decides, te quedas a pasar la noche conmigo?

–De acuerdo, contigo pero no quiero que Ángel…

–No te preocupes, no volverá a acercarse a ti. Ha sido culpa mía, si no hubiera cometido ese error habrías conocido a una persona muy interesante. – Carmen muestra un gesto de profundo hastío.

–Déjalo.

–Necesitarás algo más cómodo. Ven.

Carmen se siente arropada por Claudia que ha abandonado ese tono rígido que a veces emplea. Elige un kimono en tonos pastel similar al suyo, le ofrece el cajón de la lencería y la deja sola.

–¿Qué te ha contado? –Claudia, que acaba de regresar a la alcoba, se mantiene en silencio unos segundos.

–¿No recuerdas nada?

–Absolutamente.

–He sido muy dura con él, no me importa que tenga sus aventuras, a su edad es normal y comprenderás que yo tampoco llevo una vida como para reprocharle nada, pero lo que ha hecho esta noche no tiene perdón. Tenía poco que contarme, cuando salí del baño todavía estaba montado sobre ti.

Carmen sintió un escalofrío.

–¿Montado?

–Sobre tu espalda –Carmen se volvió hacia ella.

Claudia avanzó hacia los pies de la cama.

–Tu estabas desvanecida aquí, de rodillas en el suelo, vencida sobre la cama y él estaba detrás, montándote como si fuera un animal –Se quedó sería, mirando a la cama como si pudiera verlos, luego la miró a los ojos – era una escena dantesca, él tan grande y tú, tan frágil, parecía… no sé, un… gorila, un semental. Perdona, no sé lo que digo –añadió al ver el gesto de espanto de Carmen. Claudia hizo una pausa, como si le costase continuar –Le insulté, le dije de todo, entonces se incorporó, parecía avergonzado. Te acostamos, te tapamos con la colcha y salimos de la habitación y a partir de ahí no paré de atacarle, de pedirle explicaciones, me parecía imposible que hubiera hecho algo así.

Carmen miraba la cama, se imaginaba allí echada en el suelo, tumbada a los pies del lecho, cubierta por el cuerpo de Ángel. Como un semental había dicho Claudia. Sintió el temblor que la dominaba.

–¿Por qué lo hizo, te dijo algo?

–No lo sabe, dice que no lo pudo evitar, te vio tan sensual que no se pudo dominar.

–¡Oh Dios!

–Todavía no me lo puedo creer, es un buen hombre, ha sido un buen padre, tenemos nuestros vicios, nuestros excesos, pero esto, esto… no, nunca pensé…

“¿Es culpa mía? ¿Acaso soy yo la que atrae a los hombres de una manera indecente? No he hecho otra cosa desde que comenzamos a jugar el verano pasado sino provocar, llevar a los hombres a situaciones límite. A Carlos, que ha querido tenerme para él solo, a Roberto hasta que tuvo que sobreponerse y apartarme, a Doménico que ha vivido una especie de fiebre conmigo, a Mahmud que incluso ha tenido que escapar de mí. ¿Soy yo la que les incita de esa manera?”

–Vamos, dejemos eso, vamos abajo – Dijo Claudia al verla tan ausente.

Al entrar en el salón Carmen se quedó rezagada, Ángel miró a Claudia y luego a Carmen que seguía en la puerta con los brazos cruzados en el pecho. La ausencia de sujetador ante su agresor le inquietaba, no había encontrado ninguno que le pudiese valer y para cuando quiso recuperar el suyo ya Claudia había retirado su ropa interior. Tras una nueva mirada a su mujer Ángel se levantó y comenzó a acercarse a Carmen iniciando una disculpa.

–No te acerques.

–Carmen lo siento, se me fue de las manos.

­–Me violaste.

–No pretendía llegar a eso.

–¿No? pues es lo que hiciste, me forzaste.

–Eso si que no, en ningún momento te obligué a nada, comencé a acariciarte y…

Carmen le mira escandalizada, no se puede creer lo que está escuchando.

–¡Por favor, estaba inconsciente! ¿Crees que te estaba dando mi consentimiento?

–No digo eso, pero tampoco te forcé. Mira Carmen, reconozco que hice mal, verte desnuda en mi cama fue algo que no pude resistir, comencé a acariciarte si, pero tu cuerpo reaccionó de una manera que me hizo pensar que tú…

–¿Qué yo qué?

–Que tú estabas necesitada de cariño, cada vez que mis manos te acariciaban tu reaccionabas de una manera que iba mas allá de lo sensual; porque sí, tu cuerpo reaccionaba a mis caricias, te excitabas pero además yo veía que buscabas cobijo.

Carmen negaba mientras le escuchaba.

–No me lo puedo creer, ¿me violas y quieres que te lo agradezca?

–Carmen… –Claudia intentó mediar pero enmudeció ante la mirada que la fulminaba.

–No, claro que no. Hice mal y te pido perdón, pero no creo que el recuerdo que tienes de lo que sucedió sea el de una agresión violenta ¿me equivoco?

No. Carmen le mira con odio, con desprecio, Carmen le mira sin decir palabra aunque su mente está intentando reordenar una vez más los fragmentos que, como un puzzle roto, se empeñan en ocultarle el sentido a lo que, sueño y realidad, se mezcla en su cabeza.

No, no recuerda una agresión por mal que le pese. El despertar fue dulce, como si nada hubiera pasado, aún recordaba el sueño. Había estado con Mario en una hermosa playa, envuelta en dulces caricias, ofreciéndole su cuerpo, rendida a sus expertas manos, a su boca, luego se dejó llevar por las olas, sintió el vértigo de la corriente marina y se dejó montar por él con una suavidad que no le conocía, le sintió crecer dentro de ella.

Solo cuando despertó del todo y se ubicó, solo cuando notó la inconfundible densidad del semen y su olor, solo entonces la placidez dio paso al horror.

–Me violaste.

–Y te pido perdón pero no te agredí.

Carmen sigue mirándole con dureza, no puede admitir el razonamiento que Ángel intenta hacerle entender. No, no puede aceptarlo porque aceptar eso es como…

–Agresión, ¿Qué entiendes tú por agresión?

No quiere continuar con esa conversación, no quiere tenerle delante. Claudia la ve avanzar hacia Ángel y la mira preocupada. Carmen pasa de largo, avanza hacia la mesa baja donde reposan los vasos y el tabaco, toma el paquete de cigarrillos y coge uno, lo enciende, tose. No está acostumbrada al tabaco puro. Se dirige al ventanal.

–Voy… Necesito estar sola, necesito pensar – dice antes de salir al jardín.

Hace frio, pero el cambio de temperatura le viene bien. Da una profunda calada al pitillo, ya no tose. Camina, el jardín es amplio, con una pendiente hacia la izquierda, césped muy cuidado, altas coníferas que protegen la intimidad. Las luces empotradas en el suelo iluminan tenuemente  el perímetro del jardín. Al fondo la piscina, columpios que delatan la existencia actual o pasada de niños.

Regresa, se refugia bajo el porche y se apoya en el muro que enmarca el ventanal que permanece cerrado, tal cual lo dejó al salir al jardín. Una nueva calada llena sus pulmones y parece calmarla cuando reanuda el proceso de poner orden al puzzle mental de lo que ha sucedido. Su confuso despertar arrastrándose por la cama para intentar taparse. El roce del dildo entre sus muslos, muy cerca de su sexo. La correa del arnés que le intentó poner Claudia clavándosele debajo de la pierna. ¿Qué pensaría Ángel al verla de esa forma? Seguramente la tildó de zorra, como no, una zorra lesbiana. Intentó taparse con la colcha, a duras penas. Vagamente recuerda que no acertaba a encontrar el borde de la colcha, que se sentía desnuda y que tropezó, resbaló y cayó sobre la cama, luego, nada más, unas palabras, Claudia protestando, ¿como fue? Si, ahora lo recuerda, “no te pases con ella”, eso fue todo, no hizo más por protegerla, luego… Luego comenzó todo.

El sueño, la playa, las caricias de Mario en realidad eran las manos de Ángel. Carmen fuma. Recuerda sus pechos dulcemente acariciados, los pulgares haciendo vibrar sus pezones justo como a ella le gusta y su espalda arqueándose por el placer. Unos dedos dibujando el surco de su sexo, como a ella le gusta, como Mario sabe. ¡Es que era todo tan auténtico!

No, no fue Mario, fue Ángel el que se tomó su tiempo para llevarla al límite, fue él quien le acarició el estomago y el vientre con tanta dulzura. Y ella, en la playa, abrió sus piernas para Mario, le ofreció su vulva húmeda, hinchada, le cogió la mano que seguía acariciando su vientre y la llevó hasta su sexo y gimió cuando sintió sus dedos siguiendo la ruta de su grieta.

Era Ángel, era él quien deslizó el dedo corazón con calma, con paciencia, con tanta maestría que no notó diferencia alguna.

Y luego, Mario y ella corrieron al agua. Flotaban, se abrazaron y ella abrió sus piernas para recibirlo pero las olas se lo impedían y se le escapaba, y a él le costaba seguirla, la corriente se la llevó, sintió vértigo y se replegó en si misma en posición fetal entonces le recuperó, la abrazó, la cubrió, sobre su espalda y la atravesó con una dulzura desconocida y le sintió crecer dentro de ella, suavemente, sin violencia, como si fuera un pez.

Mario, Mario…

–Vas a coger frio.

Se vuelve, a su lado Ángel le ofrece una gruesa bata. Duda, tira la colilla y se deja arropar, vuelve a apoyarse en el muro. Acepta el cigarrillo que le ofrece. Durante un tiempo ambos miran al horizonte en silencio, un par de caladas, quizás tres. Carmen le observa de reojo.

–Cuéntamelo – Ángel apenas vuelve el rostro, la mira, luego da una nueva calada, expulsa el humo por la nariz.

–¿Qué quieres saber?

–Todo. Todo lo que me hiciste.

Silencio. Carmen fuma para ocultar los nervios que no quiere exteriorizar, desea mostrarse serena, implacable. Ángel le acerca una silla de jardín que ella rechaza, él la arrima a la cristalera y se sienta su lado.

–¿Por dónde empiezo?

–Desde el principio, lo quiero todo.

Ángel suspira.

–Tenía que estar en Fuengirola, había acabado unos asuntos en Marbella…

–No te vayas tan atrás.

–Quería darle una sorpresa a Claudia, por eso no avisé. También quería ver qué me encontraba, si estaba en casa, si estaba con alguien. En cuanto salió a recibirme supe que había alguien más. No es algo que nos cause problema, en eso somos muy liberales y tanto ella como yo…

–Sigue – le interrumpe con impaciencia.

–Cuando entré y te vi, me impresionaste, no eres la típica amiga que Claudia suele traer a casa, en general son más mayores, son otra cosa.

–¿Otra cosa? – preguntó con ironía.

–Si, te vi tan joven, tan bonita…

–Vamos, quiero la verdad, no la adornes. Dime lo que viste.

–No sé qué pretendes. –Carmen se revuelve hacia él con rabia.

–Entender.

Una pausa para dar una calada sirvió para calmar ese arrebato.

–Abriste la puerta del dormitorio. Dime que viste en tu cama, solo eso.

–Una mujer espléndida, desnuda.

–Una zorra.

–No.

–¿No?, ¿por qué no? Dime lo que viste en esa cama.

–¡Joder si, era una escena tremenda!

–¡Pues cuéntamela, creo que tengo derecho!

–Estabas desnuda, boca abajo, ¿quieres que te cuente lo que vi?, pues vi a una mujer estupenda, con un culo de infarto, con un consolador al lado del coño y un arnés recién usado entre las piernas. Lo conozco, se lo he visto usar a Claudia mas de una vez y  me puse a cien. Te asustaste, miraste hacia atrás y entonces te vi las tetas, es esto lo que quieres oír? ­

–Continúa.

–Tenías la mirada extraviada, enseguida vi que estabas de droga hasta las cejas. Si, supuse que eras una de esas zorras tortilleras que se trae mi mujer del club ese al que va de cacería, pero desde luego eras la mejor de todas las que había visto nunca por casa. Te empezaste a arrastrar por la cama pero no podías con tu cuerpo, intentabas taparte, toda una novedad. Balbuceaste algo, buscabas algo con qué cubrirte, luego caíste fulminada.

–¿Me llegué a tapar?

–Un poco el pubis pero no del todo.

–Vaya, yo creía…

Carmen dio una calada al cigarrillo que se consumía entre sus dedos, bajó la vista. Ángel miraba al suelo. Pensó que parecía un buen hombre a pesar de todo.

–Sigue.

–Me senté en la cama, intenté espabilarte hablándote pero estabas en otro mundo. Entonces te toqué el muslo – Ángel miró hacia ella – eres tan suave. Claudia me dijo que te dejara, yo había comenzado a destaparte, quería verte. Yo ya estaba encendido, le dije que se fuera.

–Y ella te dijo que no te pasases demasiado conmigo – Ángel levantó la mirada sorprendido.

–¿Nos escuchabas?

–Lejanamente y a ratos.

Ángel apoyó los brazos en las piernas.

–Podía haber hecho más pero no lo hizo. Sigue.

–Retiré la colcha, quería verte desnuda, eres preciosa Carmen. Comencé a acariciarte, fue todo con suavidad, no intenté agredirte.

–Calla, no te justifiques, solo cuéntalo tal y como fue.

–Le dije que se fuera, entonces retiré la colcha que te tapaba, ¡eres tan hermosa! Mis manos se iban solas a tu cuerpo, me sentí rejuvenecer. ¡Déjame que hable, no me calles! – dijo al ver el gesto que Carmen iniciaba para reprender su retórica – Déjame hablar por favor, no puedo hacer un relato en frío, nunca he violado a nadie antes y a pesar de todo me cuesta pensar que he hecho lo que he hecho, así que si me quieres hacer pasar por esto al menos déjame que lo intente entender yo también.

Sentado a su lado la miraba buscando comprensión. Carmen se mantenía de pie y esa diferencia le confería una autoridad de la que no se quería desprender. Como psicóloga quizás podía entenderle, como victima no y de ningún modo iba a olvidar su condición de víctima.

–Sigue.

–Cuando te destapé supe que no estaba ante ninguna zorra, lo supe, no me preguntes por qué, estabas drogada, posiblemente borracha, fumada, aún no sabía si eras lesbiana o bisexual, pero estaba convencido de que no eras una golfa de las muchas que me había encontrado en la cama con mi mujer.

Carmen sintió una súbita emoción que ascendía desde el pecho hasta atraparle la garganta, por primera vez en varios días un hombre que la había usado sexualmente no la tildaba de puta.

–Mis manos se fueron solas a tu cuerpo, tienes la piel tan suave, la carne tan joven que si, aunque te suene extraño, me sentí rejuvenecer. Me costaba quedarme quieto en un sitio, te acaricié los pechos con cuidado porque temía despertarte, entonces vi como reaccionabas a mis caricias, me pareció que había algo más que excitación, seguí recorriendo tu estómago y tu vientre, ¡Oh Carmen tienes un cuerpo tan flexible, tan terso! No recuerdo ya cuando tuve por ultima vez una mujer como tú. Y entonces tu comenzaste a  retorcerte de placer. Y sonreías, eso me sorprendió, sobre todo cuando comenzaste a abrir las piernas y me cogiste la mano y la llevaste a tu sexo, entonces supe que soñabas con alguien, no era a mi a quien llevabas, me usabas para soñar con otra persona y te dejé hacer.

–¿Me dejaste hacer? – dijo con sorna.

–Si, por extraño que te suene te dejé hacer ¿quieres que siga o me callo?

Claudia, desde la ventana de uno de los dormitorios de la planta superior llevaba unos minutos observándoles. Por los gestos supo que Ángel estaba pasando un mal trago. Vio a Carmen como le quitaba el cigarro a su marido de la mano, daba una profunda calada y se lo devolvía. Sonrió, las cosas estaban funcionando como ella esperaba. Víctima y verdugo intentando entenderse a pesar de todo.

–Llevaste mi mano a tu entrepierna, tuve que cambiar de postura para poder acomodarme a lo que deseabas, así conseguí cubrir tu sexo con mi mano y hundir mi dedo medio en tu vulva, me llevabas tú Carmen, tú me guiabas.

Carmen le miró, no había rastro de fingimiento en su mirada. No dijo nada.

–Hundí el dedo entre tus labios, tan cálido, estabas empapada, no sabía con quien soñabas pero desde luego estabas en medio de un acto de amor ¿me equivoco?

–Continúa –Carmen habló con un tono menos duro. Si, era un acto de amor, en la playa con su marido, ofreciéndole su sexo, guiándole para que la poseyese allí mismo, al sol, al lado del mar. Recordaba como el sol la había cegado varias veces con sus destellos.

–No pude aguantar más, estaba como enfebrecido, me desnudé en menos de un minuto, sabía que aquello no estaba bien pero tu cuerpo me atraía como un imán y mientras me desnudaba frente a ti, tú te estremecías, tu cuerpo ondulaba llamándome. Yo sabía que disponía de poco tiempo, en cualquier momento Claudia podía salir del baño. La ansiedad comenzó a jugar en contra mía, empecé a perder la erección – Ángel suspiró, se le veía avergonzado – cuando intenté penetrarte apenas podía, por dos veces fracasé y se me dobló, si se me dobló sin conseguirlo. Tuve que mantenerme con un solo brazo y ayudarme con la mano para poder meterla – Ángel levanto el rostro para mirarla, estaba crispado y rojo por la vergüenza – ¿esto es lo que quieres oír, verdad?

Carmen le devolvió la mirada sin responder, ya no había dureza en sus ojos, Ángel debió entender el cambio de actitud y continuó, aunque ahora ya no apartó los ojos de ella.

–De esa forma conseguí meter el glande, eres tan… no sé, parecía estar con una chica virgen

–¡Qué sabrás! – le miró a los ojos buscando una respuesta - ¡joder, si lo sabes! – Ángel bajó la mirada.

–¿Sigo o me vas a condenar por mi pasado? Me apretabas tanto que comencé a reaccionar pero todavía tuve que seguir ayudándome para poder entrar más adentro – la volvió a buscar con la mirada –¿Qué miseria eh? Cuando ya estaba dentro de ti, la calidez, la humedad, el contacto con tus muslos, la visión de tus pechos, el movimiento que le dabas a tu cuerpo, tus gemidos, la presión de tu coño, todo hizo que reviviera, que comenzara a conseguir la potencia que no tenía, y sentí como me endurecía, conseguí la erección que no había tenido en años, ni con la Viagra, porque tenía sensaciones que esa pastilla no te da. Comencé a moverme a tu ritmo, comencé a deslizarme dentro de ti, era maravilloso Carmen, volví a sentirme joven, fuerte, estaba con una mujer increíble.

Carmen escucha en tensión, habla de ella, describe con crudeza cómo la ha violado y por momentos desea gritarle que se calle, que deje de hablar de su cuerpo de esa manera, es como si la violase por segunda vez. Sin embargo no puede hacerlo, necesita oírlo. Su mente está en la playa, tumbada al sol recibiendo a Mario, abriendo sus piernas para recibirle, le siente sobre ella, siente que la escena se le escapa, que  comienza una y otra vez. Eso es, por eso el sueño se trunca y comienza de nuevo, ahora lo va entendiendo.

–Pero las fuerzas se me agotaron, no podía aguantar mucho mas tiempo sobre un solo brazo, comencé a sudar por el esfuerzo – La lluvia, recordó Carmen, la lluvia sobre la playa que les hizo correr y adentrarse en el mar – Me desesperé, estaba perdiendo otra vez la erección, Claudia podía entrar de un momento a otro. Me volví loco, lo sé, te arrastré hasta los pies de la cama, allí te di la vuelta, te dejé de rodillas en el suelo, yo busqué algo para quedar mas elevado, un almohadón, me masturbé para volver a conseguir algo más de dureza – Ángel volvió a levantar la mirada, una mirada suplicante – perdóname Carmen, entonces te abrí las nalgas, no conseguí la posición para poder follarte, atrapé un cojín pequeño de un sillón te lo puse en el vientre y así logré elevarte, me volví a masturbar, si creo que si. Ver tu culo hizo el resto, me excito tanto que conseguí la dureza suficiente, estabas tan húmeda que te penetré ayudándome con la mano para que no resbalara hacia fuera. Comenzaste a moverte, te oí gemir, me agarré a tus caderas y reviví, esta vez no tenía que hacer ningún otro esfuerzo para mantenerme dentro de ti, fue maravilloso, te movías, me apretabas de una forma brutal, empecé a acariciarte, era, era todo tan delicioso.

Ahora lo entiende. Carmen nada en el mar, recuerda los peces esquivos entre sus piernas, cruzándose por su pubis, siente a Mario que se acerca y se aleja, la corriente se la lleva, siente vértigo, –el vértigo de ser arrastrada por la cama quizás–, le pierde y ella se coloca en posición fetal, esperándole. De pronto llega, la protege, se sitúa sobre su espalda, los peces la rodean, juegan entre sus piernas, rozan su pubis, peces húmedos que se mueven inquietos cerca de su sexo y huyen al sentirse atrapados entre sus labios. Mario penetra dulcemente en ella, como si fuera uno de esos peces, pero no, crece en su interior, se transforma y la llena. Ahora lo entiende todo.

Carmen le quita el cigarrillo de la mano y aspira una profunda calada. Esta nerviosa, está temblando, se ahoga, necesita calmarse.

–Vamos.

–¿Lo quieres todo verdad?

Carmen afirma con un gesto y él claudica.

–No entiendo como no te despertaste.

–No estaba dormida, estaba agotada, estaba desvanecida, drogada. Recuerdo sensaciones Ángel y recuerdo un sueño pero tengo que poner orden a todo y para eso necesito esto que estamos haciendo. Si crees que lo hago por morbo o por castigarte no has entendido nada.

Ángel pareció por fin comprender lo que Carmen pretendía y cambió la forma de exponer los hechos, ese tono culpable que había usado hasta ahora, ese verbo titubeante que alternaba con frases provocativas desapareció y dio paso a un discurso mas sosegado, dejó de sentirse acorralado y empezó a colaborar con ella para que pudiera entender lo que había sucedido.

–Te tenía cogida por las caderas. Tú te movías siguiendo mi ritmo o quizás era yo quien seguía el ritmo que marcaban tus caderas. Si era eso. Tus gemidos me excitaban, apenas se oían, se podían confundir con tu respiración pero yo los escuchaba, si. Acariciaba tus nalgas y llegué a tu ano, no quería hacerte daño y en realidad creo que no te lo hice, comencé a frotarlo, usaba la humedad de tu coño para lubricarlo y así no irritarlo. Noté que se abría al contacto con mi dedo y lo supe – La miró a los ojos – ¿No eres virgen verdad?

Una mirada mantenida, unos ojos que no se apartan, que no retroceden es una respuesta que no requiere de más palabras.

–Apreté con cuidado, por nada del mundo quería despertarte, y gemiste y el dedo se hundió con una facilidad que me sacudió y me volvió a hacer crecer dentro de ti. Intenté darle a mi dedo el mismo ritmo que llevaba con mi polla y te gustó Carmen, te gustó.

Buscó en su sueño algo que se correspondiera con eso pero no lo encontró.

–Si hubiera podido prever ayer lo que me iba a deparar el destino… pero no, no lo podía saber y para cuando pensé que deseaba darte por culo, ya notaba las primera contracciones que me decían que estaba a punto de correrme. No había forma de pararlo, enseguida me corrí, fue mejor de lo que podía imaginarme y peor porque hubiera deseado que durase mucho más pero mis años son los que son.

–Darme por culo, ¡Desgraciado!

–¿Lo querías todo, no?

Carmen le miraba, parecía abatido con los brazos apoyados en sus piernas mirando al suelo. Se agachó para cogerle el pitillo y apurar la última calada antes de arrojarlo lejos.

–¿Y luego?

–Luego, fue como cuando pinchas un globo, mi precaria erección se desinfló en segundos y sentí como, literalmente la escupías de tu coño. Aún me quedé sobre ti, el contacto de tu culo en mi cuerpo era tan sensual. Pero entonces salió Claudia del baño y me encontró así, sobre ti y organizó un escándalo.

–¿Qué pasó?

Ángel sacó el paquete de tabaco del bolsillo y encendió otro pitillo antes de contestar, tras una primera calada se lo ofreció a Carmen.

–Imagínate, me acusó de violarte, me planteó un panorama catastrófico. La policía, una denuncia, el escándalo social, la cárcel.

–Es lo que te merecías, me violaste.

Ángel se levanta de la silla y se sitúa frente a ella.

–Dime una cosa, eres psicóloga y tú…

–¿Cómo lo sabes?

–Me lo ha dicho Claudia.

–Claro.

–Tú, como profesional, sabes perfectamente cuales son los signos de una violación, tanto físicos como psicológicos, ¿Cuantos de esos signos has sentido tú?

–¿Qué estás intentando decir?

–Sitúate en el momento en que te despertaste, ¿Te sentiste violada, agredida, tienes síntomas de haber sido forzada físicamente aparte de los rastros de semen?

Carmen se debate ante esa pregunta. Al despertar, además de confusa por el cansancio y la droga, aún se sentía bien por el recuerdo de un sueño erótico que había tenido con Mario, un sueño tan real que se sentía físicamente satisfecha, esa era la realidad. Solo cuando descubrió el semen en su cuerpo el horror sustituyó a la placidez.

–Estás tergiversando las cosas.

–No Carmen, ¿Tienes desgarros vaginales o anales, golpes o molestias en alguna parte de tu cuerpo, tienes algún recuerdo de que te haya violentado o forzado física verbalmente?

–Estaba desvanecida Ángel, una negativa no solo es decir no, cualquier cosa que no sea un si explicito es no, ¿no lo entiendes? ¡Una conducta pasiva es no, a ver cuando lo entendéis!

–Lo sé Carmen, lo sé pero te estoy hablando de otra cosa. Tú estabas desvanecida y yo te violé, no pretendo negarlo y me arrepiento, pero al mismo tiempo tampoco puedo negar que si volviera a estar en la misma situación, posiblemente no podría evitar volver a poseerte. No te imaginas lo que supuso entrar y verte desnuda, arrastrándote por la cama, fue una imagen arrebatadora, imposible de superar. Recuerdo que cuando doblaste una pierna y me mostraste tu sexo casi se me para el corazón, luego te apoyaste en los brazos y te volviste para mirar. Clavaste tus ojos turbios en mi y me traspasaste. Eras Eva dándole la manzana del árbol prohibido a Adán ¿me entiendes?

Carmen sonríe con amargura.

–Claro, claro. Eva de nuevo es la culpable. ¿Te das cuenta de que ese es el argumento que se lleva aplicando desde hace dos mil años para liberar al varón de culpa y cargarlo sobre los hombros de las mujeres? Hace cincuenta años me habrían llevado a la cárcel o al convento para expiar mis pecados y hace cuatro siglos habría acabado en la hoguera por bruja. Todo porque no supiste contenerte ante “mis encantos”. ¡Joder! Todos los santos varones de todas las religiones se han encargado de predicar que las mujeres somos las culpables de la debilidad de los hombres, que las mujeres son seres defectuosos puesto que no son hombres, como decía Santo Tomás de Aquino o San Agustín, que decía que, salvo para concebir niños, no alcanzaba a ver qué utilidad podía tener la mujer. Acabas de caer en el mismo argumento misógino Ángel, sin darte cuenta envuelves en poesía un terrible yugo con el que se ha esclavizado durante siglos a media humanidad. El hombre viola, somete y abusa de las mujeres y encima las culpabiliza porque, como son tan sensuales y bellas, el varón no se puede contener.

–No me imaginaba que fueras tan feminista.

–¡Dios!, hasta yo misma lo había olvidado. ¡Qué coño estoy haciendo!

–Tienes razón, no tengo derecho a abusar de ti porque seas hermosa, pero encontrarte en mi cama como te encontré implica un riesgo, aunque eso no me justifique. Ahora te repito la pregunta. Antes de descubrir mi semen dentro de ti ¿Te sentías agredida?

Carmen le mira. No, sabe que no. ¿Puede reconocerlo? Quizás esa pausa que acaba de hacer la descubre. Tiene que tomar la iniciativa.

–Yo también siento una dualidad en mi, por eso te he obligado a hablar. Tienes razón, cuando me desperté no me sentía violada, acaba  de tener un sueño hermoso con mi marido en una playa, unas escenas preciosas. Me sentía bien, demasiado bien, no tengo experiencia con las drogas que tomé anoche pero lo que sentí era cercano a lo que conozco tras una noche de sexo con mi marido. ¿Podía ser por el sueño que había tenido? Puede ser, lo recordaba a trozos, había sido muy real, quizás por la droga. Entonces noté algo extraño, un flujo denso, espeso, cuando lo palpé lo reconocí y me vinieron otros recuerdos, tu entrada en la habitación, las palabras de Claudia, tus manos. Y me horroricé. Solo entonces me sentí violada. ¿Le quita culpa eso a tu delito?

Carmen fuma para ordenar sus pensamientos, le mira, es el hombre que la ha follado sin su consentimiento pero también es el hombre que la ha tratado con suavidad, incluso con dulzura, que no la ha usado con violencia, es el hombre que hace unos minutos le ha dicho que cuando la vio supo que no era una de esas zorras que suele traer su esposa a casa.

No puede evitar mirarle de otra manera. La ha violado si, pero no la ha forzado, ¿tiene sentido?

Ángel toma el pitillo de su mano y al rozarla Carmen baja la mirada y ve como se detiene un momento con la mano sobre la suya antes de llevarse el cigarrillo.

–Eso no reduce tu culpa Ángel –insiste.

–Lo sé, pero me alegra haber contribuido a tu sueño, haber sido la marioneta.

Carmen sonríe espontáneamente, cuando se da cuenta, aborta esa sonrisa.

–Has sido un regalo de la providencia.

–No Ángel, he sido una víctima.

–Si y te pido perdón, además de eso nunca olvidaré que una vez hice al amor con una mujer maravillosa.

–No me hiciste el amor, abusaste de mí mientras yo hacia el amor con mi marido.

Ángel se aproxima a ella, le pone el cigarro en los labios, Carmen aspira, suelta el humo. Siente una mano en su cadera.

–¿Qué estás haciendo?

–Ayer te hubiera besado, pero temí despertarte.

–No lo hagas –Ángel se retira inmediatamente.

–Perdona.

–Vamos dentro, hace frio.

–¿Todo arreglado?

Claudia cambia el CD en el reproductor y se ha vuelto al escuchar abrirse la corredera.

–No Claudia, una confesión no puede arreglar el daño causado.

–Vamos Carmen, creo que ya está todo hablado y bien hablado – replica con impaciencia – has tenido el tiempo suficiente de tomar tus decisiones y las has tomado.

–¿Y ya está?

–No, no está. Yo también estaba allí ¿lo habéis olvidado?

Ángel Luis se vuelve hacia ella sorprendido, Carmen la mira esperando que continúe. Claudia vuelve sus ojos hacia Carmen, su expresión es otra.

–Pero eso tendrá que esperar. Prepara algo para cenar en el office, que sea ligero, algo frio, embutidos, quesos, una ensalada. Cuando esté listo nos avisas, mientras tenemos que hablar unos temas en privado.

Carmen se quedó helada, de nuevo aparecía la mujer distante y fría que la noche anterior la redujo a la condición de criada y esta vez la humillaba delante de su marido, del hombre que la había violado. No supo como reaccionar y en pocos segundos vio que Claudia elevaba las cejas esperando una respuesta. Se indignó.

–¡Cómo puedes ser capaz de cambiar así, en un segundo!

–Es una cuestión de prioridades Carmen, ahora tenemos que hablar Ángel y yo en privado, aprovecha para preparar la cena.

–¿No pretenderás seguir con ese juego?, ahora no.

Claudia la miró con frialdad.

–¿Has olvidado que prescindí del servicio por ti? ¿Acaso esperas que me ponga yo a cocinar?

Si no había tenido suficiente humillación, el tono de voz, su manera de mirarla, la distancia que impuso entre ellas acabó por hundirla.

–Si, señora – respondió con sorna, se giró y comenzó a caminar hacia la puerta del salón. Definitivamente se marchaba de esa casa.

–No ha sonado nada mal, aunque ha sobrado ese tonillo impertinente.

Carmen se detuvo cuando ya sujetaba el pomo de la puerta. No podía más, tenía que responder a esa insolencia, pero Claudia se adelantó.

–Reconoce que a ti también te ha gustado pronunciar por fin esas palabras Carmen, llevas deseando pronunciarlas desde anoche, cuando te mandé preparar la cama y hacerme la infusión. – la escuchó caminar hacia ella –Podías haberte hecho una infusión tú también pero no, solo hiciste la mía ¿por qué Carmen, por qué no te preparaste algo para ti?

Cuando la sintió a su lado Carmen soltó el pomo y se giró, sabía que no iba a responder porque no tenía respuesta y el corazón le comenzó a bombear con una fuerza inusitada. Claudia mantenía esa expresión de superioridad con la que le había dado ordenes momentos antes, al mismo tiempo había en ella un aire maternal que le infundía cierta ternura.

–Y luego, cuando escuché como llamabas a la puerta del baño supe que habías entendido cuál era tu lugar en esta casa, que sabias perfectamente cuando eras mi amante y cuando eras mi sirvienta, cuando me podías llamar Claudia y cuando, como ahora has hecho, me tenias que llamar señora. Lo que te ocurre es que todavía te cuesta reconocerlo, por eso lo disimulas con ese tono de impertinente sarcasmo – Claudia se acercó un poco más y Carmen se sintió intimidada – pero eso lo vamos solucionar ahora mismo ¿verdad Carmen? Te lo voy a repetir y me vas a contestar como es debido. Prepara un buffet frio, hay quesos y embutidos, haz una ensalada y ponle imaginación y gusto, y cuando esté todo listo avísanos, ¿lo has entendido?

Carmen se quedó muda frente a la mujer que minutos antes se mostraba tierna, con la que había compartido cama y sexo, que le había enseñado placeres que nunca antes había probado y que ahora de nuevo se volvía distante, fría, dominante. Sintió como un leve temblor se extendía por su cuerpo y cobraba intensidad. Un calor que antes no estaba hacia arder sus mejillas. El latido de su corazón retumbaba en sus oídos y la piel, su piel, parecía alertarle del roce de cada centímetro de tela que cubría su cuerpo.

–¿Lo has entendido?

–Si, señora – se escuchó decir.

Se aflojó, ¿por qué sentía ese calor, ese extraño placer? Todo su cuerpo recuperó un tono suelto, distendido.

–¿Ves como no es tan difícil? Solo era cuestión de superar un pequeño escollo. A partir de ahora te será tan natural como respirar. Puedes retirarte – concluyó dándose la vuelta – Ah! y cierra la puerta al salir.

Carmen entró en la cocina y se tuvo que apoyar en la mesa, las mejillas le ardían, las piernas apenas la sostenían y el corazón parecía a punto de salírsele por la boca. Señora. Esa palabra retumbaba en su cerebro y volvía a provocarle una tormenta de emociones.

La preparación del buffet se convirtió en una liturgia que no sirvió para amainar la tormenta en la que se hallaba inmersa. Claudia había acertado de lleno, la noche anterior ni se le ocurrió hacerse una infusión para ella misma y cuando golpeó con los nudillos la puerta del baño lo hizo de una manera no consciente, pero se estaba poniendo a su servicio, como ahora. La ironía de llamarla señora quizás fue un reclamo inconsciente que ella recogió de inmediato.

Estaba todo preparado en la mesa, respiró hondo. Solo faltaba el trámite de entrar en el salón y anunciar la cena superando la humillación de hacerlo delante de su agresor.

¿Agresor? No, no conseguía pronunciar ese calificativo de una manera veraz, no después de escuchar lo que había escuchado, no después de analizar en profundidad sus propias sensaciones.

Se encontraba limpiando la encimera cuando escuchó abrirse la puerta. ¿Qué nueva vuelta de tuerca pretendía Claudia?. Dejó de pasar el paño sobre la superficie y apoyó ambas manos esperando alguna critica, algún otro capricho que la rebajara un poquito más

–No me gusta como te habla Claudia, no sé por qué te dejas tratar así.

Carmen se puso en tensión al sentir el olor de Ángel que se pegaba a su espalda, luego las manos en sus hombros se posaron con suavidad.

–No, por favor.

–No tienes por qué someterte a esos absurdos caprichos, eres nuestra invitada, no eres su criada.

Las manos se deslizaron por sus brazos, Carmen sintió como el contacto de su cuerpo se estrechaba más, sin violencia. La erección en su culo la retenía contra la encimera. las manos llegaron a la altura de sus codos y se detuvieron ahí, sintió el aliento en su mejilla.

–No sabes cuanto lamento haberte conocido en estas circunstancias Carmen.

–Déjalo, ya no tiene remedio, no sigas.

–Necesito saberlo, necesito que me lo digas.

Ángel desplazó una de sus manos por el costado hacia su estómago que se contrajo, los dedos recorrieron los músculos perfectamente marcados en el vientre de Carmen y la apretó hacia él.

–¿Qué estás haciendo? – dijo con un hilo de voz.

–Dímelo.

–¿Qué?

–Dime que no te hice daño.

–Ya lo sabes, no me hiciste daño. Ahora suéltame, por favor, tu mujer puede entrar en cualquier momento.

Los dedos se movieron con habilidad buscando un hueco hasta colarse bajo la ropa y se posaron sobre su vientre, la mano fría hizo que se contrajera involuntariamente. Extendió la palma buscando el máximo contacto con su piel desnuda. El pulgar rozó la base de su pecho.

–Claudia sabe cuando no tiene que interferir.

Así que era eso, pensó Carmen,  no solo se cubrían las espaldas sino que…

–Formáis equipo, ¿no es eso? –dijo con amargura.

–Algo así – Ángel bajaba por su cadera mientras seguía dibujando las ondas de su vientre con los dedos y ascendía para rozar la curva de sus pechos – eres una obra de arte Carmen, siento haber abusado de ti, pero no soy mala persona, ojalá me hubieras conocido en otras circunstancias. Eres tan perfecta, eres un lujo.

–Un lujo – repitió con ironía – tu mujer me llamó… ¿cómo fue? Un ejemplar perfecto. Anda déjame. – dijo apartándole con decisión.

–¿Dónde vas?

Carmen salió de la cocina y se dirigió a las escaleras. El juego había acabado.

…..

–Piénsalo Carmen, no estás en condiciones de estar sola. Haré que se vaya de casa si es lo que quieres.

Carmen se terminaba de vestir  mientras Claudia la observaba. Se volvió hacia ella y le sonrió.

–Gracias por todo Claudia pero creo que, bien pensado, necesito estar sola, llevo demasiado tiempo evitando enfrentarme a mis pensamientos, rodeándome de ruido para no afrontar mi vida. Ya es hora de que lo haga.

Se puso la cazadora y cogió el bolso. Ambas mujeres, frente a frente, se miraron con cariño. El abrazo nació espontáneo.

–¿Me llamarás? – Claudia parecía emocionada.

–Cuenta con ello, aunque no sea enseguida, pero lo haré.

Bajaron la escalera cogidas del brazo, Ángel esperaba en la puerta del salón.

–Ya he llamado a un taxi, podía haberte llevado…

–Es mejor así, gracias de todos modos.

Claudia le hizo un gesto y desapareció en el interior de la casa, ambas mujeres ocuparon el salón.

–¿Me podrías dar algo de tabaco? Al menos para esta noche…

Claudia sonrió y salió del salón, al cabo apareció con una pitillera de cuero negro.

–Ya me la devolverás,  a cambio de tu ropa limpia – bromeó.

La abrió, en su interior Carmen vio los cigarros liados de marihuana que ambas habían preparado la noche anterior. Claudia cortó la protesta de Carmen.

–Lo necesitarás Carmen, luego si quieres, lo vas dejando pero acabas de empezar y lo has hecho muy fuerte. Hazme caso, llévatelo. Toma, tabaco – dijo dándole un par de paquetes de cigarrillos – Y esto – sacó del bolsillo de la bata su estuche de coca. Carmen comenzó a negar enérgicamente.

–No, no quiero.

–Lo sé. Llévatelo, tu eres la psicóloga y sabes cómo va esto. Si no lo usas, mejor pero es preferible que lo tengas a mano. Basta que no lo tengas para que se te dispare la ansiedad. Solo por tenerlo cerca estarás tranquila.

Carmen lo cogió.

–No lo voy a tomar.

–Pues dentro de una o dos semanas lo tiras.

Claudia miró hacia la ventana.

–Tu taxi ha llegado

…..

La escalera de la casa de Irene le pareció más triste, más oscura, más vieja. Abrió la puerta y sintió el ambiente frío de una casa deshabitada. Buscó algo cómodo que ponerse, un chándal de andar por casa que le recordó a Doménico y unas zapatillas. Encendió el calentador y activó  la calefacción. Entró en la cocina y abrió los armarios con la intención de prepararse un café. A mitad del proceso el silencio de la casa se le vino encima y volvió al salón a poner música. Sonrió al comprobar de nuevo el eclecticismo musical de Irene. Brian Ferry acompañó sus preparativos y cuando al fin tuvo su café caliente en la mano, se hizo un ovillo en el sillón, arrastró una manta y se tapó las piernas. Sacó un pitillo de marihuana del bolso y comenzó a tararear.

Who can say where we're going

No care in the world

Maybe I'm learning

Why the sea on the tide

Has no way of turning

 

More than this - there is nothing

More than this - tell me one thing

More than this - there is nothing

–Quien puede decir a dónde vamos… si, – Traduce mientras sorbe el café –Como las olas de la marea, quizás yo tampoco tenga modo de regresar, ¡joder!  –Siguió canturreando, mezclando frases sueltas de la canción con sus propios pensamientos

–More than this… there is nothing…  Si, posiblemente no haya nada para mi más allá de esto. Maybe I’m learning… no, no creo que esté aprendiendo nada de nada, ni una puta mierda. ¿De qué me ha servido todo esto? More than this…

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