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Diario de un Consentidor 78 Despertar en otra cama

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Despertar en otra cama

No siento nada.

 

No sé cómo he llegado casa, sé que he debido coger el coche del parking, conducir hasta aquí, aparcar y subir a casa. Ahora estoy tirado sobre la cama, son las… cuatro de la madrugada y no siento nada.

 

Debería llorar, me vendría bien. Gritar ya he gritado suficiente el otro día, tampoco me apetece.

 

Tendremos que vender la casa, no me veo viviendo solo aquí, es demasiado grande, además los recuerdos la harían inhabitable.

 

Luego está la casa de la Sierra. Mis hermanos no la quieren, ya me quedé con su parte y tampoco voy a volver por allí después de esto. La venderé también. No quiero nada que me recuerde a…

 

Si pudiera mover aquel contacto en Friburgo… Los trabajos que tengo publicados y mi experiencia profesional seguro que me abren puertas.

 

Tengo amigos en Upsala, tampoco es mal destino para volver al tipo de investigación que siempre me ha gustado; un lugar donde perderme sin los agobios de quienes buscan éxitos a corto plazo.

 

No puedo dormir, como siga aquí tumbado voy a acabar por ponerme nervioso y eso es lo último que necesito.

Me levanté de la cama, seguía vestido con la misma ropa de calle. Me calcé y salí a la terraza. Hacía frío pero el aire en el rostro me vino bien. Las farolas iluminaban el parque.

El silencio suena, tiene un peculiar sonido que penetra en los oídos y deja una especie de siseo, un tenue silbido que acabas percibiendo. También captas otras cosas, una ráfaga de viento que mueve la copa del árbol mas cercano, ese mas alto que los demás y que provoca un murmullo que se mantiene un rato hasta que cesa lentamente. Un pájaro invisible que se traslada haciendo un ruido sordo y que, para cuando quieres localizarlo ya es tarde, el ruido ha cesado, ni siquiera sabes bien de donde procedía. Unas pisadas en algún lugar del parque, lejos o no, quién sabe. La noche es así, llena de sonidos fugitivos.

Estoy solo, tengo frío.

Me preparo un café, si no voy a dormir aprovecharé la madrugada para organizarme, tengo que hacer planes para mi próximo futuro.

Subí al ático y activé el portátil, comencé a consultar la red universitaria, la web del colegio, empecé a tantear opciones. Así me dieron las seis de la mañana, había impreso media docena de hojas. Me duché, tomé un segundo café y salí hacia el gabinete una hora antes de lo habitual, total nada me retenía en casa.

Aparqué como siempre en la misma planta, en la misma plaza. Salí a la calle y me quedé parado en mitad de la calle.

¿Es indecisión o me estoy engañando a mi mismo?

Lo intuía desde que abandoné la autopista y entré en Madrid, lo sabía desde que enfilé Alberto Aguilera. No quise pensarlo, creí que podría sobreponerme. Sin embargo ahora, aquí, enfrentado a la disyuntiva me hago consciente de la derrota. Soy como el drogadicto que ha intentado sin éxito superar la ansiedad, vencer su dependencia.

Tengo que verla, no puedo, no consigo evitarlo. Sé que voy a sufrir, sé que cuando la pierda de vista me arrepentiré, me insultaré por haber sucumbido a esta humillante obsesión que siento por seguirla unos minutos a distancia, pero ahora… ahora necesito recargar mi memoria con su imagen.

Me muero por verla caminar, tiemblo ante la idea de volver a ver su melena ondeando, necesito renovar la película en la que sus caderas oscilan a cada paso, quiero ver sus manos, sus hombros. No podré ver sus ojos, eso no, pero al menos habré tenido durante unos minutos su espalda recta frente a mí, el perfil de su esbelto cuello, su espléndida figura, su cintura, sus piernas.

Necesito mi dosis.

Camino apresurado hasta la calle donde ahora vive con su amante, casi corriendo para evitar echarme atrás. Porque si consigo alcanzar a mi meta sin atender mis reproches ya nada conseguirá apagar mi obsesión.

Hace frio, me agazapo en un hueco cerca del portal y espero.

…..

Despertar en otra cama, en otra casa, en brazos de otro hombre empezaba a ser parte de su normalidad, de su rutina diaria. Carmen ocupaba el lado izquierdo, como siempre, como es su costumbre; Doménico la rodeaba con su brazo, apresando su pecho con la mano, como siempre. Sentía la tremenda erección incrustada en su culo y la serena respiración de su amante en el cuello. Lo habitual.

Llevaba despierta tanto tiempo, casi dos horas viendo avanzar el reloj en la mesilla de noche, dos horas pensando, debatiéndose en un mar de dudas, haciéndose preguntas.

¿Por qué seguía allí? ¿cuándo iba terminar con esta locura? Tenía que poner punto final, debía abandonar aquella casa y volver a terreno neutral, regresar con Gloria o quizás aislarse, alquilar una habitación en un hotel y dedicarse a poner en orden sus ideas, cualquier cosa menos continuar con esta aventura. Si Mario se enteraba…

Doménico la volvía loca, podía con ella, le hacia perder la cordura. Pero no solo era eso, ¿qué le había pasado ayer?

A partir del momento que se despidió de Graciela los recuerdos se le difuminaban, parecía como si se ocultasen tras una niebla cada vez que intentaba evocarlos, una densa niebla que le costaba despejar; creía ver retazos de lo que había sucedido, aunque mas que verlos los sentía en su cuerpo que le enviaba destellos punzantes cada vez que casi atrapaba algún esbozo de lo que había hecho, de lo que había dejado hacer, pero en cuanto parecía que iba a ver algo la imagen se le escurría como un pez.

…..

La alarma del móvil suena lejana en algún remoto lugar que no consigue ubicar. Doménico emerge por encima de ella y lo apaga. Carmen  se hunde otra vez en el sopor, le cuesta despertar, la noche ha sido tan larga. Siente el calor del cuerpo de su amante que se mantiene sobre ella y la recoge como si fuera un polluelo bajo su ala, se siente tan protegida, tan bien…

-        Despierta dormilona, vas a llegar tarde – recorre su hombro con pequeños besos

-        ¡No quiero! – protesta con aire infantil

Carmen siente la dureza entre sus nalgas, esa presión la enciende, se remueve instintivamente para encajarse mejor

-        No me hagas eso o estarás perdida, entonces si que no vas a llegar a tu hora

Ríe traviesa y mueve el culo provocando a su amante que rodea su vientre con el brazo y la besa en el cuello, ella responde volviendo el rostro y buscando su boca.

-        ¿Pero es que nunca tienes suficiente?

-        ¡Noooo, nunca me canso de ti!

Doménico la tumba en la cama y se sube encima de ella, Carmen se despereza, estira los brazos y arquea la espalda. Es demasiada tentación para él; recorre su busto con las manos, le muerde los pechos, Carmen se retuerce de placer, se deja acariciar, le provoca estirándose como un felino, al fin busca su boca y le besa con furia, con pasión y se queda muy cerca de su rostro mirándole a los ojos hambrienta de sexo, le retiene rodeándole el cuello con sus brazos.

-        Voy a tener que poner la alarma media hora antes para poder irme a trabajar bien follada por todos los agujeros y no llegar tarde – le susurra, Doménico se sorprende ante la vulgaridad de Carmen y sonríe

-        ¡Por todos los agujeros, pero qué forma de hablar es esa!, ¿desde cuándo te has vuelto tan golfa?

-        Desde que soy tuya – su voz se ha vuelto sucia, sugerente, le besa, luego le lame los labios provocándole.

Baja la mano buscando la verga presa entre sus cuerpos y la dirige a su coño, se mueve con habilidad y la frota entre sus labios para empaparla bien antes de hundirla en su interior.

-        ¡Oh, Dios mío! – se retuerce, cierra los ojos, parece sufrir pero no, ese rictus de dolor por el que se muerde el labio inferior acaba transformándose en una sonrisa.

Continua abrazada a su cuello con un solo brazo, mejilla con mejilla, moviendo las caderas con suavidad, mientras le acaricia el culo con la otra mano; disfruta la oscilación de su cuerpo que masajea a su amante, le araña suavemente, entrelaza sus pies con las pantorrillas de él para sentirle pegado a su cuerpo y notar cada movimiento, jadea, gime, le utiliza como si fuera un juguete para provocar su propio placer.

Y Doménico se deja hacer, ha aprendido a conocer los tiempos de Carmen, sus emociones, sus necesidades y sabe que ahora es su momento, tiempo de serenidad, de calma, de sexo egoísta, sexo relajado en el que ella se satisface usándole.

Carmen alcanza un orgasmo dulce, sereno y Doménico la observa extasiado, se mantiene dentro de ella, percibiendo los últimos espasmos del éxtasis onanista que estrangula su verga. Y cuando Carmen despierta de su arrobamiento le dedica una dulce mirada.

-        Dijiste por todos tus agujeros y yo aún estoy esperando – le reprocha el italiano, ella le responde con un mimo

-        Tu no acabaste, pobrecito

Le besa con dulzura y comienza a volverse, Doménico desmonta, Carmen se ofrece de rodillas, con el rostro apoyado sobre los brazos, la grupa elevada.

-        Ten cuidado – le pide

-        ¿Aún te duele?

-        Apenas, pero ve despacio

Doménico toma un frasco de aceite de la mesita y se empapa los dedos, comienza a preparar el esfínter, Carmen gime de placer, ha aprendido a entregarse y Doménico observa como el pequeño músculo se relaja y se abre ante él, los dedos se hunden con facilidad. Se acerca y desliza el glande por los labios, lo introduce en el coño y Carmen suspira profundamente cuando se hunde en ella, luego se coloca sobre el ano, una mano en la cadera, otra rodea la verga. Aprieta solo para apuntar, para que Carmen sepa que va a empezar.

-        Vamos

Es la voz de mando, Carmen nota la presión en su culo y afloja el músculo, presiona a su vez hacia fuera, está coordinada con su amo. Las dos fuerzas se complementan,  siente la presión, nota como ella misma se abre y la emoción crece en su pecho. Se abre, se abre y nota como entra; se abre más y algo muy grueso que se desliza en su interior, sin detenerse, que la llena como nada nunca antes la ha llenado, se abre, se abre más, y la llena hasta que nota el contacto en su culo del cuerpo de Doménico y las dos manos que la sujetan

-        ¡Oh Dios!

-        ¡Te tengo!

-        ¡Si!

La mano abandona su cadera y rodea su vientre, ella eleva los brazos hasta quedar a gatas; “como una perra”, piensa, “enculada”; su mente se llena con palabras soeces que la encienden todavía más. Se vuelve y le mira, él sonríe, Carmen tiene cara de vicio y le devuelve la sonrisa.

-        ¡Fóllame!

-        Como una perra

-        ¡Si, como una perra! – le sorprende la coincidencia de ideas, nunca antes la ha llamado perra

Doménico comienza a moverse, se desliza hacia fuera despacio, casi sale del todo y luego vuelve a bombear hasta chocar con sus nalgas, Carmen se siente dilatada, el jadeo de su amante la excita y cuando comienza a subir el ritmo, sus pechos empiezan a bambolearse de una manera que le resulta pornográfica y no puede apartar los ojos de sus tetas, sus tetas, empieza a pensar en ellas como tetas ya no son pechos.

Doménico se preocupa cada cierto tiempo de mojarse los dedos en su coño y lubricar la verga, Carmen se da cuenta y se emociona por el cuidado que tiene, se siente protegida por él.

Se corre, da un golpe brutal de cadera. Se hunde en ella y se corre con un grito que se ha debido escuchar en todo el edificio. Carmen está feliz, se siente satisfecha por haberle dado este placer a su amante y se tumba dejando que él  se relaje sobre su cuerpo. Poco a poco la verga se ablanda y sale de su culo.

Sigue cubierta por Doménico; si se dejase caer del todo sobre ella la aplastaría, no la dejaría respirar. Ese sentimiento de fragilidad que experimenta cada vez que se encuentra bajo su amante, aún penetrada, sintiendo la respiración agitada del macho que  acaba de dejar su carga de semen en su interior es… fuerza bruta, si.

-        Déjate caer

-        ¿Qué?

-        Sobre mí – siente nacer la sonrisa de Doménico contra su propia mejilla

-        Peso mucho, te voy a aplastar

-        Por favor - ronronea

Carmen siente como el italiano va reduciendo poco a poco el contrapeso que ejerce con sus brazos. Comienza a sentirse aplastada, sus pulmones se vacían por el peso y una inmensa sensación de abandono la invade, es suya, es suya. Cada parte de su cuerpo que soporta el peso de Doménico siente como no ha sentido antes, sus muslos, aplastados por los muslos de él se vuelven sensibles, sus nalgas sienten el pubis del macho mas que nunca, su espalda apenas puede moverse lo suficiente como para ganar un hilo de aire; pero Carmen siente, percibe el peso del macho en todo su cuerpo y se excita de una manera irracional; cubierta por su cuerpo, aplastada por él, aniquilada se siente suya, mas suya de lo que lo ha sido nunca.

Sus pulmones reclaman aire, Doménico escucha un sonido, casi un estertor y se levanta sobre sus brazos, Carmen aspira profundamente.

-        ¡No! – protesta

-        Te voy a ahogar

-        Estaba en la gloria

Doménico la besa el cuello, en los hombros y se echa a su lado. Carmen se deleita por lo que ha sentido, su cuerpo todavía está sensibilizado por el peso que ha tenido que soportar.

-        Te vas a comprar un plug anal – le dice al oído

-        Un plug anal, ¿estás loco, para qué?

-        Para que se te acostumbre y para que cuando no lo hagamos, el músculo recobre sus tono

-        ¿Y dónde compro eso, en el Corte Inglés? – Bromeó

-        No, vas a una sex shop y lo compras

-        No me veo yo yendo a una sex shop - protesta

-        Pues ya tienes una asignatura pendiente que resolver – Carmen le miró de reojo

-        ¿Y eso por qué?

-        Porque te lo pido yo, porque me apetece que mi chica sea capaz de ir sola a una sex shop a comprar un plug anal y no tenga pudor, por eso lo vas a hacer

Carmen se quedó pensativa, aquello la devolvió a nuestra vida en común, a nuestras fantasías, a nuestros planes, cuando juntos fuimos a comprar unos juguetes eróticos a una sex shop, ahora le parecía tan lejano…

-        Y de paso, quiero que te compres una bolas chinas, me apetece que juguemos con eso, ¿las has probado alguna vez? – Doménico la devolvió a la realidad

-        No, nunca

-        ¿Te pasa algo? – la nostalgia de los recuerdos  no había pasado desapercibido para Doménico. Carmen reaccionó y le sonrió

-        No, nada. Me voy a arreglar que si no, me van a echar del gabinete – comenzó a incorporarse

-        Carmen – la detiene

-        ¿Qué?

-        ¿Dónde estuviste anoche?

-        Ya te lo dije, con Graciela, ¿por qué? - se sienta en la cama y mira con preocupación a Doménico

-        Sabes que no tienes ningún compromiso conmigo, ¿lo sabes verdad?

Carmen le acaricia la mejilla, le mira a los ojos y se echa sobre él, le besa.

-        ¿Por qué me dices eso?

-        No sé Carmen, anoche te encontré rara, evasiva, como si no quisieras decirme algo – Carmen le sonríe

-        No cariño, es que… me pasó algo extraño, por un momento tuve una sensación… - No sabe como explicarle, no encuentra las palabras - debía estar cansada, no sé.

Pero Doménico la observa, interpreta sus titubeos de otra forma, calla y la hace callar

-        Déjalo, no tienes que darme explicaciones, no soy tu marido, ni tu novio ni… ¿cómo era? – intenta bromear pero sus ojos reflejan una distancia que no pasa desapercibida para Carmen

-        No sé como explicarlo, fue algo tan extraño – Doménico la hace callar con un gesto suave pero firme

-        Anda, arréglate o vas a llegar tarde.

Carmen le besa de nuevo y salta de la cama hacia el cuarto de baño.

Bajo el agua tibia apoya las manos en la pared y piensa ¿dónde estuvo anoche? No ha dejado de preguntárselo durante las largas horas que ha estado en vela, escuchando la serena respiración de Doménico. No consigue superar la barrera que se interpone en su memoria tras la tristeza que recuerda cuando se encontró en el metro a punto de tomar la ruta hacia nuestra casa. Pena, amargura, una soledad infinita, luego todo se le vuelve negro y lo siguiente que recuerda es el portal, ¡no! la calle, recuerda que va caminando hacia el portal… ¡no! antes de eso, la glorieta, una cafetería, una coca cola, un sándwich; sola, ¿por qué? ¡qué hace a esas horas allí? ¿y antes?

Ese esfuerzo por recordar la agota, se tensa, siente los nervios a flor de piel, abandona, toma el gel y continua con la ducha, luego seguirá, también puede hablar con Graciela pero ¿cómo le va a preguntar en qué momento se separaron? Pensará que está loca.

Sus manos enjuagan su sexo, bajan mas allá, dobla una pierna y aclara sus nalgas, su ano. Las hemorroides han remitido claramente y eso a pesar de que Doménico continúa sodomizándola. No, no es esa la expresión que surge espontáneamente en su mente; Doménico sigue dándole por culo, follando su culo, enculándola; si, esas son las palabras que la calientan, esas son las frases que, cuando las piensa, hace que tenga que apretar sus muslos para frenar esa mínima contracción que nace en su coño y que, si no junta sus piernas, sabe que se repite y crece en intensidad sin poderlo remediar y en pocos minutos anega sus bragas en un tibio flujo que apenas puede contener el salvaslip.

Ya casi no le duele. Hace un momento, cuando la ha enculado ha sido tan sencillo. En cuanto le ha notado detrás empujando se ha abierto como si llevase toda la vida dejándose dar por culo. Un empujón y su esfínter se dilata obediente, otro empujón y parece adaptarse al glande, otro empujón y la cabeza entra dentro; es una sensación tan morbosa, tan agradable… Cada vez lo disfruta mas, esa dilatación forzada por el glande que la penetra es… ¡Dios, como le gusta! Y luego, el deslizamiento de toda la verga, como si se tratase de un sable que la traspasa, se hunde en ella. ¡Mátame Doménico!, atraviésame con tu espada… ¡Oh Dios! Si no deja de pensar en eso se va a correr…

Envuelta en la toalla se asoma al dormitorio, quiere preguntarle a dónde la va a llevar esta noche, pero se encuentra la cama vacía. Se deshace del gorro de baño y comienza a extender la crema hidratante por su cuerpo. Doménico está tenso, el intento de explicarle su laguna mental no ha servido para nada. Ha notado la desconfianza en sus ojos, no ha querido seguir hablando porque considera que no tiene por qué pedirle explicaciones pero teme que algo se rompa entre ellos.

Carmen se pone el albornoz y sale del dormitorio, tiene que aclarar la situación cuanto antes.

A medida que desciende la escaleras le sorprende un aroma a café recién hecho. Entra en la cocina y lo primero que ve es una flamante cafetera en medio de la isleta y un sonriente Doménico que la mira impaciente a la espera de su reacción. Desde que se instaló en su casa echó en falta la máquina de café que utilizaron durante el fin de semana. No preguntó y Doménico tampoco hizo ninguna alusión cuando Carmen quiso tomar un café la primera mañana, tuvo que disimular y poner buena cara mientras se tomaba un “café de sobre”, es decir, de tarro.

-        ¿Y esto? – dice ella sorprendida

-        Tú necesitas un primer café nada mas levantarte y aquí no tenías nada mas que ese asqueroso café de frasco, pues ya está resuelto, por fin tienes tu cafetera

Ella le mira asombrada, Doménico parece un niño ilusionado por ver como reaccionará Carmen.  Doménico se encoge de hombros

-        Si llego a saber esto, no hubiera devuelto tan pronto la otra

-        Pero, no tenías por qué…

El nudo que le atenaza la garganta le impide continuar, las emociones se le disparan, Carmen sabe que lo que siente es desproporcionado, que una cafetera no es motivo para que los ojos se le aneguen en lágrimas, para que comience a temblar, Doménico la recoge en sus brazos justo cuando el sollozo explota

-        Tranquila Carmen, tranquila, cálmate

Pero no puede, tiembla, solloza sin control, su voz expresa la pena, la tristeza que acumula y que no ha dejado salir en todos estos días. Y cada vez el sollozo es más alto, más triste, más desgarrador.

Doménico calla, se convierte en el soporte de su pena, en el hombro amigo donde descargar la angustia, el miedo, el vacío.

Luego, el silencio, los suspiros sincopados sobre el hombro húmedo del amigo del que no se quiere separar, paciencia, paciencia infinita del hombre que entiende cual es su lugar aquí y ahora.

-        Ven, vamos a sentarnos – obedece – voy a hacer otro café, este se ha quedado frío

Le acerca unos pañuelos sin mirarla, luego se vuelve de espaldas mientras prepara dos cafés, ella recompone su rostro oculto tras su cabello, sigue encogida en la banqueta. Doménico se sienta a su lado y la besa en la coronilla.

-        Toma – le ofrece un analgésico y un vaso de agua, Carmen sonríe y se lo toma

-        Lo siento, he estropeado tu regalo

-        No seas tonta, por fin has explotado, enhorabuena – Carmen rompe a reír, una risa nerviosa que casi parece un sollozo

-        No sé lo que me sucede – levanta la vista hasta clavar los ojos en los de él, no sé donde estuve anoche, piensa pero calla

-        ¿Te parece poco lo que has vivido en los últimos días? – la besa en la mejilla - ¿En este último año?

La rodea con su brazo y Carmen cede, reclina la cabeza en su hombro.

-        ¿Puedes tomarte el día libre?

-        Imposible, además he empezado la semana fatal, retrasos, ausencias… No – dice incorporándose – tengo que recuperar el ritmo de trabajo, no me puedo permitir…

-        ¿Qué Carmen, no te puedes permitir qué? ¿ser débil? ¿flaquear? ¿tener un momento en el que necesites pedir ayuda?

-        Doménico, por favor

-        Quizás ahora necesites que alguien del equipo te apoye y comparta contigo parte de tu responsabilidad, aunque sea momentáneamente, ¿no crees?

-        Acabo de asumir el cargo, confiaron en mi, no puedo dar la impresión de que no estoy preparada

-        Solo te estoy diciendo que te tomes un día libre, nada mas

-        Hoy no, imposible.

-        Como veas, pero necesitas tranquilizarte Carmen, y pensar en todo lo que está sucediendo contigo, con Mario, conmigo.

Una hora mas tarde salían a la calle juntos, cogidos del brazo. Pararon a tomar el ultimo café en el pub donde se conocieron.

-        ¿Dónde me vas a llevar esta noche? – Carmen quería volver a la normalidad y Doménico entendió su intención.

-        Es una sorpresa, te gustará, eso no lo dudes, vas a conocer a todas mis amistades

Carmen dudó, a su mente acudieron varios nombres que se pronunciaron el viernes, Doménico percibió la tensión en sus ojos.

-        Les he hablado de ti, están deseando conocerte, nos juntaremos mas de quince - la miró a los ojos antes de continuar – estarán también Mahmud y Salif, son dos de mis mejores amigos, creo que ya te los mencioné – el italiano hizo una pausa esperando su reacción, Carmen le mantuvo la mirada, pero no pudo contener el calor que irradiaba sus mejillas – Jairo es el que no sé si podrá venir, anda por Valencia, ¿También te hablé de él, no es cierto?

-        Creo que lo llegaste a mencionar – apenas consiguió que le saliera un hilo de voz, un susurro afónico que casi no llegó a entenderse

-        ¿Cómo dices? – Doménico no tenía intención de darle tregua

Carmen sentía arder sus mejillas, Carraspeó antes de volver a hablar. Doménico captó el intenso brillo en sus ojos

-        Que… si, creo recordar que lo mencionaste – entornó los ojos.

Un súbito arrobamiento, una sensación próxima al desfallecimiento al descubrir en la intensa mirada de Doménico esa expresión de autoridad que a veces, solo a veces aparece con mínimos gestos que la hacen temblar. Sabe que algo ha cambiado, es como si… estuviese a la espera, no, no es eso, es algo más, es… otra cosa, ha habido un cambio en su propia disposición, ¡si, es eso! su disposición, está disponible, está dispuesta, preparada, a la expectativa de algo que flota en el ambiente. Se nota ansiosa, excitada y sabe que él lo está percibiendo. Lo ve en esa media sonrisa que embellece el rostro de su amante.

-        Quiero que estés deslumbrante, ponte un vestido sexy, sorpréndeme, ¿si?

-        Si

Lo dejó allí, haciendo llamadas, despachando asuntos. Carmen se despidió con un beso y salió hacia el gabinete.

No supieron que yo les había visto salir de la casa cogidos del brazo, que les seguí hasta el bar y les esperé cerca. Luego seguí a mi mujer hasta su trabajo como un ladrón.

Tengo la sensación de que camina de otra manera, puede que sea mi imaginación, probablemente sea eso, aunque me parece que va más erguida. Y sus hombros… sus hombros han adquirido un suave balanceo que antes no tenían.

Debo estar desvariando. Si pudiera verla de frente diría que su forma de caminar es mas insolente, mas provocativa. Hoy hace un día primaveral, es como si los días grises que acompañaron nuestra separación este fin de semana se hayan marchado; el sol luce, Carmen lleva un vaquero gris con sus inevitables tacones, una cazadora con un pañuelo al cuello y un bolso al hombro, un bolso que le regalé hace apenas un mes. Todo ayuda a que su culo resalte, si, pero hay algo mas, no sé si estoy enfermo o estoy obsesionado. Su forma de caminar, además de sus hombros, imprime una cadencia a su culo diferente, es como si… No sé, no sé lo que digo, estoy tan acostumbrado a su cuerpo, lo conozco tan bien que detecto el mas mínimo cambio. No, no creo equivocarme, hay algo.

Su culo ha cambiado, si, está más… Si, estoy seguro, no es una alucinación, su culo está más prominente, mas abultado, como si la curva que nace en sus riñones se hubiera pronunciado un poco.

¡Es absurdo! ¿De que estoy hablando! ¿Qué estoy sugiriendo? Si, lo sé, pero no quiero ni pensarlo, ¿es que acaso por haber sido…? No, no quiero decirlo, pero ahí está, parada en el semáforo, la veo, tan erguida, como si sacase pecho… Me sitúo en diagonal casi de perfil, a riesgo de que me localice… ¡Si, no me engaño! Su culo es diferente, la curva de su espalda es más pronunciada. No me queda duda, quizás mi hipótesis cuando esté más calmado me resulte ridícula, pero ahora al verla pienso que al ser sodomizada su cuerpo ha cambiado.

Porque estoy seguro de que Doménico la sigue usando y sé que ella no se lo niega, tengo en mi cabeza la imagen viva, fresca; veo a Carmen de rodillas con la espalda vencida, la grupa elevada y el culo ofrecido para ser montada por Doménico. Ahora la veo esperando el semáforo y es esa misma grupa la que muestra los signos de la doma.

No crucé, la vi perderse entre la gente, alcanzar el portal del gabinete y desaparecer. Luego empecé a caminar como un autómata envuelto en la pena.

Estoy enfermo lo sé, pero ni puedo ni quiero evitarlo.

…..

Carmen se aleja del pub. Llega tarde otra vez; no puede continuar así. Se hace el firme propósito de recuperar el ritmo diario y volver a llegar puntual como siempre ha hecho. No puede permitirse el lujo de jugarse su prestigio en el gabinete, no ahora.

Cariño, le ha llamado cariño. Le ha salido de una manera natural, inconsciente. Y ahora que lo piensa, Doménico no ha mostrado reacción alguna. Puede que no esté acostumbrado a ese tipo de demostraciones afectivas o simplemente es que no las desea, puede que no quiera ataduras sentimentales, puede que para él esto solo sea sexo. Quizás no lo ha sabido ver aunque desde el principio lo haya estado dejando meridianamente claro. Mira que se lo dijo, a él no le pasaría lo que le sucedió a Carlos, ¡pobrecillo, mira que enamorarse! Es eso, Doménico no quiere compromisos y ella, con ese desliz le ha incomodado.

¡Qué tonta! ¿qué hace pensando esas cosas? Solo ha sido eso, un desliz, una muletilla, no volverá a suceder. Es solo sexo.

¡Y qué sexo! ahora, caminando hacia su trabajo es como si todavía tuviese entre sus nalgas la polla de Doménico, ¡cómo puede estar tan enganchada a ese hombre! Parada ante el semáforo cierra unos segundos los ojos y casi puede sentir en su piel el tacto de su cuerpo, ancho, musculado. El olor de sus axilas al despertar la excita, la animaliza. El murmullo que emite sin darse cuenta cuando se mueve sobre ella, cuando acaba de penetrarla, justo antes de comenzar a bombear con fuerza, la excita. Se deleita unos instantes moviéndose dentro de ella sin apenas desplazarse y ese ronroneo que emite su garganta cerca de su oído le es ya tan familiar…

El olor de su polla es otra de las cosas que la vuelven loca, que la embrutecen y a la que difícilmente podría renunciar. A veces, cuando se despierta en medio de la noche, abrazada a él, busca ese olor cuidando de no despertarle. Baja la mano desde sus pectorales con sigilo, acaricia su estómago y descansa un momento ahí, sintiendo su respiración sobre su ombligo, jugando con el vello de su vientre y luego desciende poco a poco hasta alcanzar la mata de rizos y enreda sus dedos. A veces ese gesto provoca un cambio en su respiración, entonces se queda quieta hasta que le escucha respirar otra vez sereno, tranquilo; solo entonces vuelve a mover los dedos en busca del pequeño animalillo que duerme como su dueño, blandito, recogido sobre los gruesos testículos. Posa con cuidado la manos sobre el paquete y casi siempre que lo hace arranca un suspiro, una exhalación que, si no se mueve, pasa y deja a su amante otra vez con la misma respiración tranquila y relajada de antes. Coloca la mano de forma que el dedo medio coincida en la hendidura de la gruesa piel que cubre el glande. Le gusta jugar con ese ojal arrugado donde se esconde el pequeño dormido que en otros momentos se muestra tan potente y arrogante.

Sabe que si juega con cuidado y sin prisas puede hacerlo crecer sin despertar a su dueño, introduce la yema del dedo medio entre la abundante piel que lo cubre y lo nota crecer poco a poco, vigila la intensidad de los suspiros, se detiene, continua, vigila cualquier cambio, cualquier mínimo sobresalto. Su dedo se empapa y no puede evitar llevarlo a su nariz para olerlo. Esa mezcla de aromas la trastorna; flujo recién expulsado, semen de la noche, orina de la madrugada que la excitan, la animalizan, la reducen a un cuerpo pulsante, húmedo. Luego lleva el dedo a la boca antes de devolverlo al interior del pellejo que cubre el glande que comienza a crecer. Esa mezcla de olores la hace retroceder en la escala animal. Se vuelve hembra, solo hembra.

Abre los ojos cuando siente movimiento a su alrededor, cruza la calle, camina como una autómata, trastornada por los recuerdos que acaba de evocar.

Llega al gabinete, saluda, sonrisas, gestos al pasar ante los despachos abiertos. Se siente satisfecha con su status, atrás quedaron las tensiones, los malos entendidos, los rumores. Ha conseguido ganarse el respeto de todos día a día, caso a caso. Eso es lo que no se puede jugar ahora.

Se centra en la reunión, cuando llega su turno asume su papel, interviene, debate, arriesga, expone su punto de vista, escucha objeciones, contraataca, se levanta y se ayuda de la pizarra para enfatizar sus datos. Alegaciones, acepta cambios, sale vencedora. Se sienta, está satisfecha y pasan a otro punto del día.

Sale de la reunión eufórica, excitada por el éxito, llega al despacho y se prepara para redactar el documento con su parte para el acta de la reunión.

Pero no consigue centrarse, lee las notas que tomó, las coteja con el documento en pantalla; no se centra, no consigue hilar un argumento, no obtiene una síntesis.

En su cabeza aparecen imágenes intrusas que no consigue evitar, Doménico sobre ella mordiéndole los labios, abriéndole las piernas con sus rodillas y elevándolas hasta su cuello para que su verga pueda hacer contacto con su sexo húmedo, palpitante. Cuando consigue arrojar lejos estas ideas su piel le recuerda el tacto de los dedos de su amante como si aún estuviera rozándola, el insistente circulo de los pulgares sobre sus pezones, el interminable recorrido de las uñas por su espalda, la búsqueda ansiosa del índice dentro de su coño como si le faltase el sustento y ese fuera el único lugar donde encontrarlo.

Es inútil, no consigue concentrarse, el hormigueo que recorre su piel, el calor que emana de su sexo no le permiten entender lo que está leyendo por enésima vez.

Se lleva los dedos al rostro como hizo cuando estaba en la cama, como si pudiese notar el olor de la polla de Doménico, como si estuviesen recién mojados en la fláccida verga que duerme sobre el abultado escroto. Cierra los ojos y se rinde al recuerdo que no la deja trabajar. Es esa mixtura la que la mantiene despierta muchas madrugadas mientras su pareja duerme, esa mezcla de olores y sabores que hurta a escondidas cuidando mucho de no alterar el descanso del macho. Como un experimentado sommelier es capaz de distinguir cada olor. El aroma del semen que se derramó durante la cópula de la noche anterior y que ahora se disuelve en el flujo que ella misma provoca con sus dedos. Ahí está también, inconfundible, el penetrante olor de la orina de madrugada, ¡cómo ha cambiado su percepción desde que aceptó recibir en su cuerpo la lluvia dorada! ahora es un fluido más, un aroma más que admite sin prejuicios y sin rechazo; y sobre ellos, dominando, el flujo preseminal recién emitido, fresco, cálido, oloroso.

Hay un matiz adicional apenas perceptible que a ella le gusta especialmente y que a veces desea degustar en solitario. Lleva los dedos a la boca y los lame hasta dejarlos limpios, luego bucea por el cuerpo del macho hasta llegar hasta su ingle, pasa de largo de sus genitales, busca con sigilo en la intersección entre su muslo y el escroto y encuentra esa pátina de sudor reciente sobre el cuerpo limpio, el sudor del varón por el esfuerzo de la cópula de la noche anterior. Ese olor la embriaga, lleva sus dedos a su rostro, aspira, aspira profundamente.

Abre los ojos, no puede, no debe continuar. El latido que siente en su sexo es excesivo, la humedad está empapando el salvaslip hasta su límite. Toma el bolso para ir al baño pero antes tiene que serenarse, nota el calor en su rostro, no puede salir así.

Sexo, sexo, sexo ¿Es que todo gira en torno al sexo en su vida? ¿Desde cuándo?

Camina por el despacho como una leona enjaulada. ¿Por qué sus sentidos se han vuelto tan hipersensibles? ¿Desde cuándo?

Quizás sea un efecto secundario de la droga, no sería el primer caso. Si es así será algo pasajero, nunca antes se ha visto tan alterada por los olores corporales como le ocurre ahora ¿cómo no se ha dado cuenta antes? Siempre le ha excitado el olor que permanece tras el encuentro sexual si, pero lo que le está sucediendo raya con la obsesión.

Se recrimina su comportamiento, no es normal lo que está haciendo, tiene que recuperar su vida, su ritmo de trabajo volver a ser la que era o Andrés va a notar el bajón en su rendimiento. No se lo puede permitir.

Se sienta, retoma la lectura, dos párrafos, un tercero. No. Comienza de nuevo, vuelve al inicio, no consigue hacer una síntesis, no logra extractar ni un concepto, ni una idea. Abandona, se levanta. No, no puede abandonar, el trabajo tiene que estar listo hoy mismo. Lo aborda de nuevo. Se lleva las manos al rostro como si con ese gesto borrase de su mente todo lo anterior. Comienza la lectura tensa, demasiado tensa, haciendo un esfuerzo de concentración que no debería ser necesario.

Arroja el bolígrafo sobre el bloc y se deja caer en el respaldo. Tiene que recuperar la normalidad. Pero ¿qué es la normalidad?

Se levanta del sillón y se acerca a la ventana. ¿Acaso hay algo normal en su vida? El estallido emocional que le ha provocado esa mañana el regalo de Doménico es un síntoma de su propia fragilidad interna, esa fragilidad que intenta ocultarse a sí misma.

No, nada es normal en su vida por mucho que intente cerrar los ojos y mirar a otro lado, ¿por cuánto tiempo más va a demorar las decisiones que tiene que tomar?

Mario, le duele pensar en él, por eso lo evita ¿cuándo se ha comportado de una forma tan cobarde? Siente crecer un nudo que atenaza su garganta, unas lágrimas a punto de desbordar el límite de sus párpados y, por primera vez en varios días, no hace nada por contenerlo. Su respiración pierde el ritmo sereno y se convierte en sollozo mudo, llanto tolerado que surge frente a la ventana.

El corazón se le va a salir del pecho, Mario, ¿dónde está? Ese es el hueco que siente en su pecho, Mario, su vida, su compañero, su amor, ¿qué estamos haciendo, qué locura estamos haciendo?

-        Mario, Mario…

Dos, tres minutos de llanto liberador que es interrumpido bruscamente cuando la puerta se abre, es Julia.

-        Te traigo el informe del mes pasado

Carmen extiende un brazo imperativamente sin volverse. Julia entiende que algo le sucede. Calla y sale del despacho.

Inspira profundamente, repite varias veces, luego toma del cajón un pañuelo e intenta arreglar el desastre en sus ojos. Deja pasar unos minutos, toma el bolso y sale hacia los lavabos. Se encierra, necesita librarse de la humedad que pega la braga a su sexo y que ahora mismo la avergüenza.

De regreso a su despacho avisa a Julia; cuando ésta entra, la mira con cara de preocupación.

-        ¿Estás bien?

-        Si, no te preocupes – pero apenas la mira a la cara.

Julia deja los documentos sobre la mesa, se resiste a abandonar el despacho, Carmen por fin la mira.

-        ¿Quieres que hablemos?

-        Ahora no Julia, ahora no – su tono tenso, su mirada esquiva, preocupan a su amiga

-        Sabes que cuando quieras…

-        Lo sé, lo sé, gracias

Julia sale del despacho sin añadir mas.

Esta noche van a salir de fiesta, intuye que Doménico lo ha hecho para distraerla, para sacarla de esa tristeza en la que está sumida y que él ha debido notar por mucho que ella lo intenta disimular pero le preocupa. Salif, Mahmud, Jairo… Doménico ha mencionado otros nombres, Carmen se ha turbado tanto al reconocer estos tres que ni siquiera ha prestado atención a los demás. Sus ojos se han cruzado, se han entendido, Doménico ha reconocido la turbación de Carmen aunque no ha dicho nada; no hace falta, el rubor ha sido incontenible, esa fracción de segundo durante la que Carmen ha sido incapaz de mantener la mirada la ha delatado; aunque instantáneamente haya vuelto a recuperarse esa debilidad la ha dejado más desnuda ante Doménico que una confesión en toda regla, fue escuchar el nombre de Mahmud y se vino abajo, Salif y tembló, Jairo y el color ya pintaba sus mejillas. Para cuando sus ojos volvieron desde el suelo hacia los ojos de Doménico ambos pensaban en la conversación que tuvimos el viernes.

¿Es eso lo que quiere? ¡No, por Dios, no!

Se deja caer en el respaldo, las lágrimas afloran de nuevo ¿por qué tiene que ser todo tan complicado? ¡Mario, Mario!

No puede cancelar la fiesta de esta noche, lo que si puede es… controlar, si, tiene que controlar su conducta y la de Doménico. Y mañana…

Mañana llamará a Graciela, necesita saber si ha hablado con Mario, cómo está, qué piensa. No puede dilatar mas lo que quedó pendiente el domingo. Ha sido un error, todo esto ha sido un error y debe corregirlo cuanto antes o va a tirar por la borda diez años de…

-        ¡No, joder, no!

Ya es suficiente, no puede mas, necesita recuperar su vida.

Carmen salió temprano del gabinete, tenía que arreglarse para la noche, noche de fiesta, quizás en una discoteca con sus amigos; quería deslumbrarles con su nueva chica así que se tomó su tiempo; había reservado en la peluquería a las seis y media donde además se maquilló y depiló. Fue en ese momento, cuando iban a empezar a arreglarle el pubis, cuando se le ocurrió; ¿por qué no? sería una sorpresa inesperada, el capricho que tantas veces le había sugerido. Se excitó al imaginar la expresión que pondría esa noche al ver su sexo sin rastro de vello y la reacción que su regalo sin duda provocaría. No lo pensó más, pidió una depilación completa de ingles.

Callejeó por las tiendas de la zona; no tenía una idea preconcebida, “ponte sexy, sorpréndeme”, le había dicho pero eso le dejaba un margen tan amplio que la indecisión comenzó a apoderase de ella. Se dirigió al parking, el tiempo empezaba a correr en su contra, cogió el coche y volvió hacia Princesa, aparcó en el Corte inglés y salió a la calle en busca del vestido perfecto; aún estaba a tiempo. Media hora después lo tenía, azul marino de encaje, cortito, por medio muslo, de tirante ancho con un escote en pico muy pronunciado. Si la quería sexy la iba a tener. Cuando se lo vio puesto pensó que le gustaría, le quedaba como un guante, le realzaba su figura, eligió el color de acuerdo a los zapatos y bolso que tenia en casa de Doménico. El chaquetón que usaría no desentonaba demasiado teniendo en cuenta que no era fin de semana.

Volvió a tiempo de darse una ducha rápida y hacerse un ultimo repaso al maquillaje. Su imagen en el espejo le provocó un destello de placer. Su cuerpo, absolutamente limpio de cualquier vestigio de vello la hizo sentirse más desnuda de lo que había estado jamás. Se pasó las yemas de los dedos por el pubis y la suavidad que percibió le gustó. Pensó en Doménico cuando descubriese el regalo que le había preparado y se detuvo o no podría parar. Eligió uno de los conjuntos de lencería negro que le había regalado él, añadió medias oscuras de presión. Se miró en el espejo, sabía el efecto que iba a causarle. Se vistió, una nueva mirada al espejo, demasiado provocativa, ¿era eso lo que él quería? Estaba segura de que ese era el efecto que buscaba. Cuando llegó Doménico estaba lista.

-        Estás… deslumbrante – dijo él rodeándola – estás arrebatadora Carmen, no tengo palabras

Se tranquilizó, le gustaba gustarle, Doménico se acercó a ella y la besó, sus manos recorrían su espalda descendiendo a su culo.

-        Vas a ser la reina de la noche

Carmen estaba feliz al verle tan orgulloso de ella.

-        Solo queda un detalle para que todo sea perfecto, quítate el sujetador, estarás mucho mejor sin él

Carmen le miró dudando sin contrariarle, el vestido marcaría sus pezones exageradamente si prescindía del sujetador

-        No puedo, este vestido no es para llevarlo sin…

-        Hazme caso – la interrumpió con cierta brusquedad – tienes un pecho perfecto para lucirlo sin sujetador, a mi me gusta mas así

-        ¿No va a quedar muy exagerado?

-        No Carmen no, va a quedar sugerente, sexy, como a mi me gusta – dijo urgiéndola a obedecerle.

Su tono seco la alteró, no le dio tiempo a responder, la besó dulcemente.

-        Prueba a ver como te queda, anda

Cedió, se dio la vuelta para que le bajara la cremallera y él mismo le soltó el sujetador, dócilmente se lo quitó y cuando se volvió a colocar el vestido le subió la cremallera y la volvió hacia él

-        ¿Lo ves? ¡Estás magnífica! Mírate

La llevó al espejo del cuarto de baño, Carmen notó sus pechos desnudos bajo la tela del vestido, sus pezones se marcaban con claridad en el fino tejido, pero no dijo nada, el entusiasmo de Doménico la hizo callar. Cogió el chaquetón y salieron a la calle.

-        Quiero hablar con Mario ya, posiblemente mañana, o el viernes

Caminaban hacia el garaje cuando pronunció esa frase, Doménico se mantuvo un momento en silencio

-        Me parece bien, ¿sabes algo de tu amiga, no iba a hablar con él?

-        Todavía no, mañana la llamaré pero en cualquier caso quiero hacerlo ya

-        ¿Le echas de menos, verdad?

-        Si, mucho

-        Ya es tiempo de que habléis, me alegro, pero esta noche olvídate de todo, date un respiro, diviértete, relájate, lo necesitas.

-        Puede que tengas razón

Doménico la estrechó mientras caminaban hacia el garaje, Carmen respondió apretando el brazo con el que rodeaba su cintura. Se sintió más ligera, como si se hubiera liberado de un peso. Mañana sería diferente.

Llegaron al local media hora más tarde, en pleno centro de Madrid, Carmen reconoce la zona, hemos cenado en algunos restaurantes por las cercanías, pero jamás se había fijado en aquel local. Doménico detiene el auto, se acerca un empleado que le abre la puerta a Carmen, enseguida ocupa el asiento del conductor y desaparece calle arriba.

¡Así que este es el famoso club privado del que tanto han hablado! Visto por fuera puede pasar por uno de tantos pubs de la zona, un club de nivel alto, con portero que controla el acceso y se reserva el derecho de admisión por invitación, que reconoce a los habituales y que, según ve avanzar a Doménico, esboza una sonrisa y franquea la puerta. Es algo mas que un portero, es evidente.

-        Bienvenido, cuanto tiempo, bienvenida señorita

-        Buenas noches Raúl, ¿mucha gente?

-        Media entrada, te esperan, han preguntado por ti

Doménico se mueve con soltura, la lleva de la mano, saluda a unos y a otros pero no se detiene, Carmen le nota satisfecho por las miradas que la dirigen. De un rápido vistazo se hace una composición del ambiente y del local. Decoración funcional, música ambiental no excesivamente alta que encaja en sus gustos, aquí y allá distingue reproducciones de pintores de su agrado de muy distintos estilos y épocas, todo muy ecléctico, salpicado por fotógrafos famosos, Newton, Cappa, Cartier Bresson, Eggleston y algunos que no reconoce. Por los muros distingue puertas en las que el personal de seguridad termina recalando; recuerda lo que nos contó casi al final de nuestra estancia en su casa, deben ser zonas de descanso, zonas de juego, de intimidad, zonas en las que las parejas o los grupos se aíslan para… no quiere pensarlo.

Al fondo distingue un área algo elevada que parece acotada y en la que se alzan manos que les saludan, es un grupo amplio. Sintió los nervios atenazando su estómago, sobre todo cuando entre el grupo distinguió a un atlético hombre de color, alto, de cabello corto y ensortijado que no les quitaba ojo, a su lado, algo mas bajo de estatura, con rasgos claramente argelinos o marroquíes… Mahmud, y sintió como su estómago se encogía. Cuando llegaron comenzaron las presentaciones. Apretones de manos, cordialidad, abrazos, Carmen nota la fraternidad entre Mahmud, Salif y Doménico.

-        Os presento a Carmen

-        Por fin – es Mahmud quien habla, voz profunda, grave, mirada penetrante, Carmen se siente atravesada, le toma la mano y la lleva a sus labios sin dejar de mirarla a los ojos, un beso suave en los dedos – un auténtico placer Carmen, decir que se quedó corto al describirte es una banalidad, pero es cierto

El vello de la nuca se le ha erizado, la diferencia de altura hace que esas palabras de admiración cobren mayor valor, sus ojos recorren su cuerpo a una velocidad endiablada, aún así se siente desnuda, ¿es que Doménico no va a impedirlo? No, su amante sonríe ante los halagos que su mejor amigo dedica a su chica, a su puta.

¿Qué es esto? ¿por qué ha irrumpido esa palabra no deseada en su mente? Esa palabra que ha derramado una tibia carga en su liviana braga.

-        Encantada de conocerte Mahmud

Aún está conmocionada cuando Salif se acerca, la toma del brazo y la besa en la mejilla, es tan alto como ella, lo primero que siente es su aroma, lo primero que ve son sus ojos profundos y su ancha sonrisa, su dentadura blanca y perfecta.

-        Encantado Carmen, me alegro de conocerte al fin.

-        Yo también, espero que Doménico os haya hablado bien de mi y no demasiado.

-        Suele ser discreto, Carmen, es una de sus peores virtudes

Doménico la tomó del brazo y continuó con las presentaciones, todos los ojos estaban puestos en la pareja, había una cierta expectación que no le pasó desapercibida y que la hizo ponerse algo tensa, avanzaron unos pasos hacia dos mujeres que conversaban sin dejar de mirarles

-        Te presento a Piera

-        Por fin nos conocemos – dijo dándole un par de besos, cuando estaba cerca de su mejilla aprovechó para susurrarle – creo que tengo algo que quieres ver – al separarse le guiñó un ojo.

Carmen no supo que decir, tampoco tuvo tiempo, las presentaciones continuaban, ahora era el turno de Irene, una especie de culturista andrógina, agarrada del cuello de un modelo con cara de hastío que sin embargo se interesó vivamente por su profesión, llevaba una especie de top ajustado que dejaba al descubierto su musculado vientre e insinuaba unos pechos breves, cuerpo excesivamente trabajado en el gimnasio, pelo muy corto rubio.

Carmen destacaba por su altura, solo igualada por Irene, la esbelta andrógina que no le quitaba ojo de encima. Doménico la tomaba por la cintura, ella le echó el brazo por el hombro y se dejó llevar de un grupo a otro siendo presentada como “la nueva chica de Doménico”, relajada, con una excitante sensación de morbo recorriendo su cuerpo. Aceptó la segunda copa.

Cuando vio pasar de una manera discreta una cajita que le recordó la que usaron el viernes, se acercó al oído de su amante.

-        Nada de drogas, por favor – Doménico la besó suavemente

-        No tienes por qué hacer nada que no desees, ya lo sabes.

Carmen le devolvió el beso bajo la atenta mirada de Piera.

Se sintió aceptada, bien recibida. Todos tuvieron palabras sinceras de bienvenida para la nueva chica de Doménico. Esa coletilla le removía sus convicciones feministas, sin embargo también provocaba una reacción nueva, algo que se había instalado en ella desde que Doménico irrumpió en su vida ese fin de semana. “¿En qué me estás convirtiendo?” había exclamado espontáneamente mientras la enculaba la noche del sábado. Aún no lo sabía pero esa sensación que le invadía al escuchar como la encasillaban en el perfil de chica de Doménico era un signo más del cambio que estaba experimentando. Se estremeció, Doménico debió sentir algo.

-        ¿Qué tal?

-        ¿Les has hablado de mi?

-        Claro, les dije que vendrías

-        Sabes a lo que me refiero

-        No, no lo se – Carmen le miro a los ojos con expresión seria.

-        Después de lo del viernes, Doménico, me refiero a eso

Doménico la tomó de la cintura, ella le echó los brazos al cuello y se besaron intensamente.

-        ¿Les hablaste de mi, de lo que comentamos en tu casa, si o no?

-        Por qué piensas eso?

-        No sé, me miran de una manera…

-        Porque eres preciosa, porque me envidian, porque te desean

-        ¿Si o no? – insistió.

Doménico la besa de nuevo, ella se entrega al beso, él recorre su espalda, sus manos acarician su cintura, alcanza su culo ella se tensa, sabe que los están mirando pero el beso es tan intenso que cede y se abandona.

-        ¿Qué eres para mi? – pregunta él, Carmen no responde, no quiere entrar en ese juego. Doménico asciende por su costado, alcanza su pecho, lo acaricia con el pulgar, la besa, Carmen se rinde a su beso, a sus caricias.

-        Doménico, no…

-        ¿Recuerdas?, ¿qué eres para mi?

-        Ahora no, Doménico

-        ¿No, qué?

Esa mirada la desarma, la debilita, la deja sin defensas, ese gesto de autoridad ante el que se siente débil, entregada, derrotada de antemano. Sabe lo que él quiere escuchar, lo peor es que también sabe lo que su boca desea pronunciar. No debe seguir el juego, ahora no.

-        Tu sei la mia…

Carmen se resiste, Doménico se decepciona y lo deja claro en su expresión, la suelta

-        Puttana – dice al fin, baja los ojos. Un placer infinito, inmenso, recorre su cuerpo e inunda su sexo.

-        ¿Lo sientes de verdad?

Calla, enmudece, no quiere reconocer lo que está experimentando muy a su pesar

-        Dime, ¿lo sientes de verdad?

-        Si – no pronuncia, gime

Doménico la besa de nuevo y vuelve a acariciar su culo, esta vez de una manera mucho mas agresiva, arrastrando el breve vestido con la mano, él nota la tensión que contrae su espalda.

-        ¡Doménico! – protesta ella en un susurro, pegada a sus labios.

-        Shhh, ¿eres mía?

-        Si – sus ojos son puro fuego

-        ¿Confías en mi?

-        Si, confío en ti pero sabes que mañana quiero…

-        Mañana será mañana, mañana hablarás con Mario y arreglareis las cosas, ya lo verás, porque estáis enamorados y no podéis continuar más tiempo separados, en unos días estarás en tu casa con tu marido, todo volverá a ser como antes, será genial y por fin te veré otra vez alegre porque esto – dice cogiéndola por la barbilla – esto es una máscara Carmen, quiero verte feliz de verdad, como lo eras cuando te conocí, como lo fuiste el viernes. – Carmen le mira con los ojos llenos de lágrimas, Doménico la besa - Pero eso será a partir de mañana cuando hables con Mario y lo solucionéis, hoy disfruta, olvídate de todo, se mía, ¿si?

-        ¡Si! – Carmen le echa los brazos al cuello y le besa, tiene los ojos arrasados, a punto de llorar, Doménico comienza a negar con la cabeza

-        Nada de lágrimas, hoy eres mía y de nadie mas – Carmen asiente con la cabeza, parpadea y consigue recuperarse de la emoción, sonríe. Doménico la besa

-        Tu sei la mia puttana, eso es lo que siento cuando te tengo. Cuando veo como te miran mis amigos siento que me envidian, que te desean, darían cualquier cosa por poseerte y me siento orgulloso de ti

-        ¿Orgulloso de mi? – pregunta dándole un ligero beso en los labios.

-        Si, orgulloso de mi chica, de mi puta – la besa en la boca, buscando su lengua, se enredan con pasión – ahora dilo tú, Io sonno..

No quiere, no debe caer otra vez en ese juego, se ha prometido a sí misma dominarse, frenar ese descontrol

-        Carmen, Io sonno.. – la zarandea

-        Io sonno la tua puttana – dice ella como si fuese un juego, Doménico niega con la cabeza, otra vez la frustración aparece en su mirada y detiene las caricias con brusquedad.

-        No Carmen, - su voz es contundente -  dilo solo si lo sientes de verdad, si es lo realmente que quieres ser para mí – hace un amago de alejarse – ella le detiene

-        Io sonno la tua puttana, soy una puta Doménico, soy tu puta, soy tu chica – no puede haber mas entrega en su voz

-        La estrecha por la cintura con violencia, Carmen desfallece, sus brazos caen a lo largo de su cuerpo sin fuerza

-        Puttana, questo non è un gioco, capito? - le advierte, la expresión del italiano ha cambiado, hay una frialdad en su rostro que no cree haber visto antes y que, sin embargo, la somete como pocas veces se ha sentido sometida a él. Está perdida, tiembla, ahora sabe que hará cualquier cosa que le demande

-        Lo sé

Sus ojos se clavan en ella, durante unos segundos se siente juzgada, evaluada. Doménico suspira, baja la cabeza, Carmen comprende que no confía en sus palabras y cada vez está mas alterada.

-        ¡Qué tengo que hacer para que me creas!

Sus miradas se cruzan

-        Sei la mia puttana? – Carmen le toma el rostro con las dos manos, apenas puede contener la voz

-        ¡Si, si, soy tuya, si, soy tu puta, soy lo que quieras que sea!

-        Ya es hora de que me lo demuestres, cara

 

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