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Diario de un Consentidor (61)

en Intercambios

 

 

-        “¿Vas a verle hoy?”

Estábamos a punto de acabar el desayuno y no pude resistir más la tentación, la idea de pasar todo el día con la duda me resultaba insoportable. La sonrisa de triunfo que apareció en su rostro me confirmó lo que ya suponía, Carmen esperaba pacientemente mi rendición y me devolvió la jugada sin desvelar sus cartas.

-        “¿Vas a ver a Graciela?”

Ambos somos buenos estrategas en el juego. Sostuve su mirada impasible hasta que la sonrisa que me había contagiado y que trataba inútilmente de evitar brotó incontenible.

-        “Yo pregunté primero” – Subió los hombros dándome a entender que le importaba un rábano y que no contestaría hasta que lo hiciera yo. – “No había planeado verla”– claudiqué al fin.

-        “Tengo el día demasiado ocupado” – respondió – “A primera hora hay junta, no me puedo retrasar.”

-        “¿Quedasteis en veros algún día en concreto?”

-        “No, tan solo que volveríamos a desayunar juntos, sin fecha”

-        “¿Te apetece?” – Se quedó mirándome con cara de póker.

-        “¿El qué?” -  De nuevo se resistía a mostrar sus cartas ¿debía jugar fuerte? Mejor no.

-        “Desayunar con él”

-        “Si, ¿por qué no?”

-        “Quiero estar allí” – respondí cuando el jueves me anunció que al día siguiente tenía pensado encontrarse con Doménico.

No habíamos vuelto a mencionarlo en toda la semana. El lunes me había ganado la partida cuando cedí a la curiosidad, sin embargo el resto de los días conseguí superar la tensión, en parte porque tenía la corazonada de que sería ella quien me anunciaría con antelación su decisión.

Así fue. Aquella mañana de jueves cuando apenas habíamos comenzado el desayuno, Carmen lo mencionó de una manera que quiso parecer casual.

-        “Por cierto, he pensado tomar café mañana con Doménico”

Estaba tan preparado para escuchar algo así, lo había imaginado tantas veces que no tardé ni un segundo en contestar.

-        “Quiero estar allí”

Dejó de untar la mermelada y clavó sus ojos en mí con una de sus cejas levemente levantada.

-        “¿Qué has dicho?”

-        “Me gustaría espiaros”

Tenía pensado decirle mucho más pero me tembló la voz  y enmudecí. No sé cuánto duró aquel silencio en el que nuestras miradas se quedaron enganchadas, posiblemente menos de lo que recuerdo. Carmen reanudó su labor con la mermelada de naranja amarga.

-        “Estás loco”

Aquello no era una negativa, era la antesala de una negociación, la conozco bien. Y comencé a hablar atropelladamente.

-        “Verás: yo llego antes que tú y me siento a su espalda para que no se fije demasiado en mí, de ese modo cuando nos presentes no me reconocerá…”

-        “¿Así que ya has hecho planes para que os presente? ¡vaya!” – exclamó sarcástica.

¿Planes? No había hecho otra cosa en toda la semana sino organizar diferentes alternativas a la historia que había montado en mi cabeza entre Carmen y Doménico.

-        “Bueno sí, esta vez  debería quedar claro que soy tu marido y que no hay problema en que…”

-        “En que se puede acostar con tu señora…” – me interrumpió acentuando el tono mordaz de su voz.

Yo estaba lanzado, demasiado lanzado y me tomé unos segundos para analizar la situación, puede que la emoción acumulada a lo largo de la semana me estuviera impidiendo interpretar correctamente la reacción de Carmen. Intenté captar señales que me permitieran saber hacia dónde dirigir mi respuesta pero me encontré desorientado, sin saber muy bien qué terreno pisaba. Carmen debió de darse cuenta de mi confusión y la aprovechó para jugar con la ambigüedad de sus gestos y sus palabras.

-        “¿No crees que vas un poco deprisa?”

-        “En fin… no quería decir…”

-        “Si, deprisa, como siempre”

El silencio comenzó a extenderse como una mancha de aceite sobre el agua. Carmen mordió la tostada sin dejar de mirarme, parecía estar evaluándome y yo me quedé enganchado en su boca sin saber qué decir. En aquel instante tenía la sensación de estar caminando por un terreno minado. Si estaba molesta por mi comentario se cuidaba muy bien de exteriorizarlo. Si, por el contrario, jugaba conmigo lo disimulaba a la perfección. Carmen masticaba lentamente la tostada taladrándome con sus profundos ojos negros. De su cabello, aun mojado, se desprendían diminutas gotas algunas de las cuales empapaban el holgado albornoz que se abría seductor a la altura de su pecho, otras caían sobre su piel desnuda y quedaban atrapadas en la humedad de su cuerpo recién hidratado con sus propias manos ante mis ojos mientras me afeitaba, a riesgo de rebanarme la yugular. Seguí mirando como las gotas  se arrastraban penosamente, parecían buscarse las unas a las otras hasta que se agrupaban sumando sus fuerzas, entonces rodaban cayendo entre sus pechos. No quería perderme en ese paisaje, no era el momento, estábamos tratando un tema que no admitía distracción, ¿entonces, por qué permitía que la maldita prenda se ahuecase haciendo que la luz cenital de la cocina pintase claroscuros en su cuerpo desnudo?  

Se inclinó levemente para coger la taza de café y el albornoz canalla, apenas sujeto por el infame cinturón y ayudado por el movimiento del brazo abrió un nuevo resquicio para mis ojos que descubrieron esa hermosa curva que nace al final del hombro, se separa de la axila y brota rotunda ganando volumen. Busqué su abultada cumbre coronada por una pincelada rosácea, seguí el contorno sinusoidal en su persecución hasta que mi mirada la perdió bajo el albornoz, entonces me sentí pillado en falta por esos ojos negros que no habían dejado de vigilar mi vuelo desde que lanzó la trampa en la que, infeliz de mí, había caído. Sabía el efecto que me estaba provocando con su velada desnudez y lo utilizaba con mesura para mantener la tensión en el punto justo.

Media tostada más tarde Carmen rompió el silencio.

-        “Te sientas a su espalda ¿y?” – dijo imperativa.

-        “¿Cómo?” – Me cogió tan de sorpresa, estaba tan perdido en su piel que no sabía muy bien qué contestar.

-        “¿No dices que quieres espiarme? Cuéntame qué quieres ver”

Su voz se había dulcificado, consciente de ser el objeto de mi deseo, de haber sido venerada, una vez más, en el pedestal en la que la tengo elevada. ¿Así que todo había sido un juego? ¿Una trampa para ponerme nervioso? Ya tendría ocasión para hacérselo pagar.

-        “Quiero que él no se dé cuenta de mi presencia pero tú sí, quiero ver cómo le seduces con tu mirada, cómo le sonríes, como le atrapas, como le envuelves en tu tela de araña.” – Carmen sonrió indulgente – “Quiero ver cómo le hablas, quiero estar presente si te toca… si te coge la mano” – maticé – “ Si ¿por qué no? “- dije al ver su expresión de extrañeza – “puede que lo intente, eres una mujer que acude por segunda vez a una cita con él, una mujer casada que no tiene reparo en citarse con un desconocido con el que ha hablado de sexo. Si, “ - insistí cuando ella intentó suavizarlo – “habéis hablado de sexo. Y estoy seguro de que mañana acabará volviendo a sacar el tema del sexo, ya lo verás, está intentando aproximarse a ti y ese es un buen tema, el mejor, diría yo”

Carmen me escuchaba atentamente, planteando leves protestas, asimilando mis palabras y las imágenes que éstas evocaban en ambos.

-        “Buscará el contacto físico, estoy seguro, te cogerá la mano; también estoy seguro de que tú no la retirarás porque te va a gustar y terminaréis el desayuno así, cogidos de la mano.”  - Carmen inició una negativa con su cabeza antes de comenzar a hablar pero me adelanté.

-        “Si Carmen, si” – insistí para acallarla– “va a suceder como te lo estoy contando y tú lo sabes. Como sabes que va a pedirte que volváis a veros. Estoy convencido de que los desayunos se le están quedado cortos…”

-        “¡Por Dios, Mario, dos veces, solo hemos tomado café dos veces!” – protestó.

-        “Eres mucha mujer Carmen, y si ese tal Doménico sabe lo que se hace… Si yo fuera él no dejaría pasar la oportunidad. “ – La miré sonriendo, Carmen agradeció el halago – “Posiblemente te proponga que os veáis por la  tarde, aprovechando que es viernes y no hay prisas por madrugar al día siguiente, seguro que te propone quedar a la salida del trabajo a tomar algo, una copa, en algún pub” – enfaticé mis palabras afirmando con la cabeza sin dejar de mirarla. Carmen me seguía sin pronunciar palabra – “Y tú le vas a decir que sí, porque te apetece un montón.”

Carmen entornó los ojos y elevó las cejas mostrando su incredulidad, un gesto altivo, indolente, que intentaba transmitirme una falsa indiferencia.

-        “¿Por qué iba a aceptar algo así?”

Me acerqué mas a ella, ahora el control había pasado a mi poder y Carmen parecía haber quedado a merced del ritmo que marcaba mi historia, una historia que, en el fondo, la excitaba.

-         “Te lo acabo de decir. Porque te apetece Carmen, vas a pasar todo el día con ese cosquilleo que ya conoces y que tanto te gusta, mitad ansiedad, mitad vértigo, mitad excitación…”

Dejé la frase en el aire. Los recuerdos de los preparativos de su primera cita con Carlos entraron atropelladamente en mi cabeza y una media sonrisa se instaló en mi boca. No se si Carmen adivinó mis pensamientos pero esa misma sonrisa se contagió a su rostro. Tras un tiempo que no sabría medir Carmen se arrellanó en la silla, cruzó las piernas y ordenó.

-        “Sigue”

Sus muslos se ofrecieron desnudos ante mi, el albornoz no había soportado el impulso dado al cruzar las piernas y se abrió como si fuera el telón de un escenario, sujeto por el ancho cinturón que, anudado con escasa fuerza, apenas retenía la prenda a la altura de su cintura. Desde el  principio del desayuno el endeble solapamiento de ambos lados del albornoz se había convertido en una tortura para mis sentidos en un proceso imparable de tormentoso derrumbe de la prenda que había ido dejando paulatinamente semidesnuda a mi mujer frente a mi débil voluntad. Carmen, ajena esta vez al efecto causado, esperaba expectante al curso de mi fantasía  sin percatarse de que mis ojos se perdían irremisiblemente unas veces en el hombro que se dejaba ver desnudo ahora que la hombrera se había caído hacia un lado, otras veces me absorbía ese pecho que insinuaba la oscura areola de su pezón apenas oculto, o ese ombligo que asomaba ahí, escondido bajo el nudo del cinturón que ya ni siquiera cruzaba las dos partes del albornoz porque sus muslos, uno sobre el otro, se habían encargado de mandarlas a hacer puñetas hacia sus caderas y cada vez  se deslizaban mas, milímetro a milímetro, descubriéndome mas piel, mas carne y prometiéndome llegar pronto a regalarme el contorno de sus nalgas. Yo hacía esfuerzos para ocultar la turbación que me producía verla tan impúdicamente bella con tal de no romper el hechizo, me resultaba difícil no perder el hilo de la historia teniéndola casi desnuda, con su torso apenas cubierto y sus piernas largas hasta el infinito frente a mi. No puedo asegurar si esa visión afectó al resto de mi elucubración, quizás si, seguro que si.

Creo que nunca me cansaré de verla desnuda, nunca me sorprenderé de descubrir su desnudez como si fuera la primera vez , como si nunca la hubiera visto.

Continué como pude.

-        “Y yo estaré allí también esa vez para ser testigo cuando te bese, cuando te rodee con sus brazos, para ver como le besas tu a él.”

-        “¿Besarle?” – Carmen me interrumpió con un tono condescendiente – “¡Mario, por favor! Nos hemos visto dos veces, esta será la tercera vez que nos veamos ¡apenas le conozco!  ¿Por qué iba a besarle?– rechazó negando con la cabeza intentando evitar que notase el rubor que la invadía. La cogí de las manos.

-        “Porque ya lo has probado cariño, porque ya sabes lo que se siente al besar a otro hombre que no sea yo”

Había dejado de mirarme a los ojos. Esperé unos segundos. Carmen movía lentamente la cabeza como si volviese a negar mis argumentos, como si ahuyentase las ideas que se cruzaban por su mente. La tomé de la barbilla para forzarla a que me mirase.

-        “Y además, porque sabrás que os estaré viendo, por eso le vas a dejar, porque deseas que yo lo vea” – hice una pausa. Carmen no añadió nada, ninguna protesta mas, me bastó leer en sus ojos para confirmar lo que ya intuía que estaba sucediendo, la excitación por la aventura estaba anidando en ella, la semilla de lo prohibido estaba germinando en Carmen otra vez - “y cada beso que le des me lo dedicarás a mí y te excitará mucho más por eso, por tenerme tan cerca, por estar haciéndolo delante de mí, para mí”

Estaba desbocado, sin control, dando rienda suelta a lo que mi imaginación había ido creando aquellos días.

-        “Cariño, él ya no te esperaba y acudiste en su busca. Le has dado un punto de esperanza y se va a agarrar a el como a un clavo ardiendo. Ha lanzado varias señales y no las has rechazado de plano. Si acudes mañana le estarás diciendo que quieres mas de lo que te está ofreciendo, es así de simple, es así de primario”

Carmen me miró desmenuzando mentalmente mis palabras. Sabía que tenía razón, a pesar de ello intentaba componer algún argumento que pudiera rebatir los míos. Al final negó con la cabeza desistiendo de plantear objeciones. Un escalofrío agitó su espalda y se arropó con el albornoz, quizás también para recomponer esa decencia que hacía aguas. De nuevo se quedó pensativa, luego volvió a mirarme, su mirada reflejó algo parecido a un reproche.

-        “¿Por qué siempre haces que parezca que todo tiene que ir tan rápido?

-        “Porque el tiempo de las dudas y los vacilaciones ya pasó, porque te gusta transitar por lo prohibido y porque los temores lo único que consiguen es hacerte perder ocasiones de disfrutar.”

Vi aparecer una sombra en sus ojos, como si esa frase la hubiese herido.

-        “Lo que acabas de decir es muy fuerte, Mario”

-        “No me interpretes mal, estoy hablando del futuro,  no del pasado”

Tenía más cosas que decirle, podía haberla sacado del pub y haberlos hecho caminar hacia un hotel cercano, pero me mantuve en el terreno de lo posible, no quise entrar en lo irrealizable.

Bebí un sorbo de café para darle una nueva oportunidad de rebatirlo, pero se mantuvo en silencio, con las pupilas clavadas en mis ojos.

-        “Luego, antes de despediros, os intercambiareis los teléfonos y quedareis en volver a veros y la despedida en la calle será tan intensa que os costará romper ese beso y desenlazar ese abrazo”.

Me lanzó una mirada fría que me hizo temer que quizás había ido demasiado lejos, luego sin dejar de mirarme exhaló un profundo suspiro. Tenía una sonrisa triste en su rostro cuando dijo.

-        “Señoras y señores, Daniel Barenboim acaba de dirigir a la Filarmónica de Viena”

De nuevo el silencio  flotaba entre nosotros, un silencio denso en el que la espera se me hacía interminable. Ella seguía mirándome como si me estuviera diseccionando.

-        “No. Me recuerdas mas a Karajan, eres mas… metódico, mas germánico”

-        “Estas siendo cruel, si insinúas que te trato como si fueras una marioneta…”

-         “Vamos a llegar tarde” – dijo en susurro, llevándose la taza a los labios y apurando el café. No añadí nada.

Hicimos el trayecto a Madrid en mi coche. Yo buscaba el momento adecuado para retomar el asunto sin agobiarla. Saqué varios temas de conversación que no cuajaban, probablemente porque nos sentíamos tensos.

-        “¿Cómo lo hacemos?”

Así, a bocajarro, tras un comentario intrascendente sobre un antiguo colega mi pregunta, algo brusca,  no enlazaba de ninguna forma con el asunto al que quería referirme. Por eso me sorprendió aún más su inmediata respuesta.

-        “Luego te digo el nombre de la cafetería y la dirección, tengo un sobrecito de azúcar en mi mesa… ¿Te referías a eso, no?” – dijo toda apurada al ver mi cara de sorpresa.

-        “Si, si, claro.” - me apresuré a tranquilizarla.

-        “No podemos ir juntos, por si acaso nos ve en la calle. Vete tu antes y yo llego cinco o diez minutos después” – continuó.

El resto del camino se dedicó a contarme como era el local y el lugar donde solían sentarse, no obstante describió con bastante detalle a Doménico por si acaso se sentaba en otro lugar. Carmen parecía inquieta. Su inmediata respuesta a mi ambigua pregunta la había delatado: estaba tan deseosa como yo por jugar aquel juego. La frialdad de sus últimos comentarios al final del desayuno, su reproche por mi manipulación habían desaparecido. Pero yo no lo olvidé. ¿Hasta qué punto estaba doblegando la voluntad de Carmen? ¿Hasta donde actuaba libremente?

Cuando la dejé cerca de la clínica nos dimos un beso profundo, intenso, un beso que bien nos podría haber llevado de vuelta a casa, de vuelta a nuestra cama.

La actividad del día me tuvo lo suficientemente ocupado como para evitar que la ansiedad me consumiera. A pesar de todo tuve tiempo para hablar un par de veces con Carmen, una antes del almuerzo.

-        “¿Has pensado en lo de mañana?”

-        “He estado muy ocupada, casi lo he preferido”

-        “¿Tienes miedo?”

-        “¿Debería tenerlo?”

-        “Quizás no sea miedo sino vergüenza”

-        “¡Esa si que es buena! ¿vergüenza, de qué?”

Hice una pausa, el suficiente tiempo como para que entendiese el significado de mi provocadora frase.

-        “¿Por ti? ¡anda ya!

-        “No sé, lo mismo te sientes violenta estando con tu amiguito delante de mí”

Quería jugar a provocarla, sabía que ella me seguiría el juego, formaba parte del placer de jugar.

-        “Cariño, hace tiempo que perdí la vergüenza, estás hablando con una desvergonzada”

-        “Lo sé. El día que me mandaste a por una tónica mientras estabas en la cama con tu amante me di cuenta que no tenías ni pizca de vergüenza”

-        “Eso te marcó ¿eh? Cuántas veces me lo has recordado.

-        “¡Siii!, nunca lo olvidaré, fue algo que me impactó”

-        “Por cierto, lo de… ‘tu amiguito’ ha sonado horrible”

-        “Lo sé, esa flecha iba envenenada”

-        “¡Qué cabrón!

Estuvimos charlando un buen rato, jugando, excitándonos, limando las pocas asperezas que podían quedarle al plan que habíamos creado para el día siguiente.

Cuando aquella noche nos acostamos apenas hablamos, bastó un roce de nuestros cuerpos para que nos fundiésemos en un abrazo. Hicimos el amor sin mediar palabra, a oscuras, lentamente, con suavidad. Nuestros pensamientos estaban en el día siguiente, en la fantasía que yo había creado para los dos y en lo que ésta prometía para el futuro pero que aquella noche no quisimos conjurar, al menos en voz alta.

…..

Amanecimos tensos aunque ambos hicimos lo posible por reconducir la ansiedad hacia el terreno del juego. La elección de la lencería de Carmen, como si de un encuentro sexual se tratase, sirvió de escaramuza entre nosotros y  alivió los nervios.

-        “¿Qué sientes cuando me ves besar a… alguien?” – aquella pausa traía al escenario a un gran ausente. Pensé que tarde o temprano teníamos que hablar de Carlos y de lo que había sucedido entre ellos, fuera lo que fuese.

Me quedé pensando que tampoco había tenido tantas ocasiones para verla besar a Carlos. Eran más las veces que había revivido esas escenas en mi mente que las que las había presenciado en realidad. Sonreí al darme cuenta de esa paradoja.

-        “¿Qué siento? Es una emoción difícil de definir, es una extraña mezcla. Excitación en altas dosis, morbo, mucho morbo. Me siento orgulloso por ti, por tenerte, por ser tu marido. Si, es curioso. Quizás no lo he podido sentir totalmente porque en realidad Carlos no sabe         que soy tu marido pero si, me siento orgulloso de que seas mía” – Carmen me miraba de una manera extraña, como si estuviese diseccionando mis palabras – “y, por supuesto, siento alegría por verte feliz, disfrutando”.

-        “¿Nunca has sentido celos?” – Insistió ante mi silencio.

-        “¡Jamás! Nunca he dudado de ti, nunca.” – respondí con firmeza aunque no era del todo verdad.

-        “Entonces… ¿Qué es lo que sientes?”

-        “Amor, “ – respondí sin dudarlo – “alegría por ti, pasión, excitación”

-        “¿Nunca has sentido miedo?”

-        “¿A perderte?” – ella asintió con la cabeza.

Estaba muy seria y temí que se estuviera planteando seguir con el juego. Si era así, desde luego pararíamos inmediatamente aquello. Por eso maticé mucho lo que debía decirle.

-        “Nunca. Creo que tu yo nos amamos más allá de lo que el sexo significa en nuestra vida, creo que lo que nos une es mucho más fuerte que la atracción sexual. Tu no me vas a dejar porque encuentres a alguien más potente en la cama, con más vigor o con más habilidades, ¿me equivoco? Eso mismo me sucede a mi, no busco a una mujer que me de más de lo que me das tu o que me ofrezca experiencias nuevas, no. Bueno, “- Bromeé – “si la encuentro será para ponerlas en práctica contigo, en todo caso. Ya ves lo mal que estoy tratando a la pobre Elena. No, en serio, pienso que si un día yo sufro un accidente y me quedo tetrapléjico, la Carmen que yo conozco no va a salir huyendo de mi lado, ni ese día ni al mes ni al año siguiente. Tenemos en común muchas más cosas además del sexo y, desde luego, el Mario tetrapléjico desearía que Carmen siguiera satisfaciendo su sexualidad. Entonces ¿por qué no lo va a desear este otro Mario? Deseo verte disfrutar, conmigo y con otros, quiero verte feliz, deseo contemplar esa expresión sublime que transforma tu rostro cuando alcanzas el orgasmo y eso no solo no nos separa sino que nos une más”.

Intuí que Carmen se callaba alguna otra pregunta, no todo en mi era tan altruista, ambos lo sabíamos pero en aquel momento ella no insistió y yo tampoco me sinceré del todo. Mi propio placer también entraba en el juego, un placer prohibido, un placer desconocido para mi hasta el día que descubrí asombrado como despertaba en mí cuando fui espectador de la conversación que mantenían unos mirones que espiaban la vista que ofrecía el descuido de mi esposa con las piernas abiertas. Un descuido que, lejos de acudir a corregir, espié yo mismo para comprobar hasta donde veían de la intimidad de mi mujer.

De pronto…

-        “¿Y por qué ahora Doménico, no has tenido suficiente?”

La miré sorprendido, no podía entender su razonamiento, era ella en realidad quien había provocado el encuentro con Doménico como forma de contrarrestar a Graciela.

-        “Me sorprendes, no he sido yo quien lo ha sacado al escenario, has sido tu quien ha subido la apuesta cuando traje a Graciela, ¿no es así?”

-        “Tienes razón, quise picarte lo reconozco, pero inmediatamente tu asumiste el mando, tomaste la batuta y comenzaste a mover las piezas como hiciste con Carlos.”

-        “A propósito de Carlos…”

-        “Deja a Carlos”

-        “No Carmen, ¿qué pasa con Carlos? ¿Qué ha pasado?

-        “Un poco tarde para interesarte.” – acusé el golpe y ella se dio cuenta – “No, no quise decir eso, perdona, digamos que tuvimos una agria discusión el viernes y que…” – bajó la mirada, parecía no encontrar las palabras – “Carlos ya es agua pasada”

Sus ojos mostraban una profunda tristeza.

-        “No, no puede ser ¿Tan fuerte ha sido?”

-        “Tan… desilusionante, tan triste, ya te contaré, pero ahora no” – asentí con la cabeza.

-        “Y entonces… Doménico…” – sus ojos recobraron el brillo, como si quisiera ahuyentar un fantasma, sus labios esbozaron una sonrisa ficticia.

-        “Ya sabes lo que dice la copla, la mancha de una mora…” – sonreí con ella

-        “Con otra verde se quita, si” – la estreché en mis brazos – “ no sabes como lamento no haber estado a tu lado…”

-        “Sshhhh” – Acepté dejar el asunto por el momento pero no lo di por resuelto, me costaba creer que Carmen pudiera dar por terminada su relación con Carlos.

Llegamos demasiado temprano y  dejamos el auto en un parking subterráneo en las inmediaciones. Carmen  se quedó en una cafetería en  Alonso Martínez y yo caminé hasta el bar donde ella se reuniría veinte minutos más tarde con Doménico. Nos despedimos con un beso e iniciamos la aventura con las pulsaciones aceleradas.

Reconocí el bar en cuanto doblé la esquina. Antiguo, algo viejo pero con estilo propio del Madrid de tapeo, tal y como me lo había descrito. Bajé las escaleras y disimuladamente busqué a alguien que respondiese al patrón físico de Doménico. No tuve que esforzarme mucho para comprobar que me había adelantado. Tan solo dos mesas estaban ocupadas, una por un sexagenario y la otra por dos mujeres que charlaban en voz queda. Identifiqué la mesa que debían ocupar ellos y elegí la que para mi estrategia era la más adecuada. Apenas demoré medio minuto en toda la operación.  Cuando la camarera se acercó pedí un café con leche y abrí mi carpeta para tener un medio de distracción en cuanto apareciera Doménico.

Sentía los nervios agarrotando mi estómago y mis músculos, la tensión atrapaba mi espalda y mi cuello era un bloque que casi no podía girar. Miré el reloj, apenas habían pasado cinco minutos y juraría que llevaba allí sentado una hora. Había garabateado un par de hojas con instrucciones sobre un caso, nada importante, nada necesario, nada que retuviera mi mente durante más de dos segundos.

Se abrió la puerta con un ruido atronador, como si se hubiera desencajado de los goznes y hubiera caído estrepitosamente, al menos ese fue el efecto que me causó justo cuando me disponía a levantar la taza de café y mi brazo reaccionó bruscamente derramando parte del contenido sobre el plato.

Levanté la mirada y supe que era él. Lo primero que se me vino a la cabeza fue absurdo: no le encontré parecido alguno con Lecquio, si me resultó atractivo, varonil. Entendí que le gustase a Carmen y se me disparó un puntito de celos mezclados con una leve alarma de peligro, nada grave, nada que me tuviera que preocupar  y que igual que apareció se esfumó. Bajé los ojos y seguí fingiendo estar concentrado en mis papeles aunque continué espiándole. Doménico saludó con un gesto a la camarera que secaba unas tazas detrás de la barra, se dirigió a la mesa que acertadamente yo había identificado y se sentó tal y como lo habíamos previsto: mirando hacia la puerta y, por lo tanto, yo quedaba en  diagonal a su izquierda. Todo estaba saliendo tal y como lo habíamos planeado, ya solo faltaba que apareciera Carmen.

Observé a mi… contrincante, el hombre que, si todo marchaba como debía, sería el próximo amante de mi esposa. De complexión fuerte, espalda ancha, imaginé que debía practicar algún deporte. No había tenido tiempo de calcular su altura con respecto a la mía pero no parecía ni mucho mas alto ni mas bajo. Su pelo…

Doménico se volvió de pronto hacia donde yo estaba, como si hubiese presentido algo y yo clavé mis ojos en la carpeta sin atreverme a levantar la vista, ¿Me habría visto mirarle demasiado fijamente? La idea de haber estropeado todo se me hizo insoportable. Tras unos segundos de duda levanté la vista y comprobé que había sido una falsa alarma debida a mis propios nervios.

Cuando vi aparecer a Carmen el corazón me dio un vuelco, desde lo alto de la pequeña escalera dominaba el escenario como una diosa. Cazadora corta de piel burdeos sobre un  jersey de angora negro, vaqueros ajustados y botas de media caña. El cabello recogido en un moño alto  y al cuello un foulard en tonos marrones. ¿Por qué todo me transmitía una sensación de novedad, como si no la hubiera visto salir de casa vestida así? La encontré arrebatadora.

Su rostro se iluminó con una sonrisa que en aquel momento estuve seguro que era debido a la presencia de ambos. Bajó la escalera y se dirigió hacia Doménico, éste se levantó de la silla y la recibió con un par de besos, Carmen se sentó frente a él y, por tanto, frente a mí. Acababa de dejarla y sin embargo la encontré diferente, más hermosa, radiante, seductora.

Comenzaron a charlar, al principio distinguía claramente sus voces, luego fueron bajando el tono de voz poco a poco. Carmen le miraba a los ojos de esa forma tan peculiar que tiene de mirar, tan profunda, sé que lo hace sin intención de seducir pero seduce y quizás por eso mismo seduce más, porque es natural, sin artificio, esos ojos negros, serenos, esa mirada profunda tiene el poder de desarmar a quien ella se proponga.

Y sus labios… lejos de esos volúmenes artificiales que abundan últimamente, su boca, perfectamente dibujada, marca unos labios carnosos que atraen la mirada, al hablar no puedes resistir la atracción que provocan y cuando ríe o sonríe es inevitable quedar embobado mirando su boca.

Me dediqué a observar el cruce de gestos, miradas, sonrisas… todo aquello que acompaña a las palabras y que, sin ninguna duda, siempre dice mucho más que las propias palabras. Así pude observar como Carmen se iba relajando poco a poco, como iba dejando de evitar las maniobras galantes de Doménico y las comenzaba a recibir con una sonrisa de aceptación que no pasaba desapercibida por él. Su postura, inicialmente alejada, con la espalda apoyada en la silla, comenzó a estar menos tensa, los codos ya estaban apoyados en la mesa y las manos descansaban tranquilas.

La mirada de Carmen tiene la capacidad de poner nerviosos a los hombres, no es una mujer que retire la mirada con facilidad y suele ser frecuente que sea el otro quien acabe por claudicar, pero Doménico resultó ser un contrincante difícil  y los momentos de tensión en los que un duelo, en el que no alcanzaba a escuchar las frases, se alargaba con una tensión en las miradas sostenidas por unas sonrisas irónicas fueron frecuentes.

En uno de esos duelos Carmen jugueteaba con la cucharilla del café, el silencio duraba ya unos segundos entre frase y frase sin que las miradas cedieran en intensidad y ninguno de los dos claudicase. Carmen cruzó los brazos sobre la mesa dejando una de sus manos sobre el brazo, en un momento de la charla Doménico acercó su mano y la posó sobre la de ella para luego descender por su palma y, como en un descuido,  rodeó sus dedos. Fue un segundo lo que duró su mirada, una mirada que me lanzó antes de volver a fijar sus ojos en él. Doménico ya no separó su mano de la de ella y Carmen no hizo intención de apartarle, tan solo a veces la soltaba para tomar café y luego volvía a coger su mano. Carmen efectuaba el mismo ritual, de vez en cuando tomaba la taza para beber un sorbo, luego devolvía su mano a la de él con naturalidad.

Eran las nueve y veinte cuando Doménico, a instancias Carmen pidió la cuenta y se levantaron. Carmen había aprovechado algunas ocasiones para lanzarme otras miradas que le devolví, miradas breves de aliento, de compañía, de apoyo. Salieron juntos y Doménico apoyó el brazo en su cintura. Yo esperé impaciente un larguísimo minuto antes de salir y los seguí a distancia prudencial. Él mantenía el brazo rodeando su cintura, Carmen llevaba los brazos cruzados, caminaban despacio, charlando, como si no tuvieran prisa en llegar a su destino. Cuando estaban a punto de entrar en Sagasta Carmen se detuvo y le dijo algo, Doménico se situó frente a ella y hablaron unos segundos sonriendo luego un silencio, se preparaba el ritual de la despedida, unas frases, un par de besos…

Doménico se acercó a su rostro y la besó en la boca. Mi corazón se detuvo, simplemente se detuvo y luego se puso en marcha de nuevo.

Carmen dio un breve paso hacia atrás, miró a los lados y le dijo algo, no parecía enfadada, tampoco seria. Él sonrió y le respondió como si le estuviese preguntando algo, hubo una pausa, a la espera de una respuesta quizás, luego la tomó ligeramente de la cintura le dijo algo al oído y volvió a besarla en la boca, esta vez durante más tiempo,  luego le hizo una caricia en la mejilla con dos dedos y se alejó caminando mientras ella permanecía inmóvil.

Carmen miró disimuladamente hacia donde imaginaba que debía estar yo, luego comenzó a caminar nerviosamente en dirección al gabinete donde, irremediablemente, llegaba tarde.

Miré en la dirección hacia donde se había dirigido Doménico y le vi alejarse. Sin pensarlo dos veces apreté el paso para no perderle. Luego, cuando llevaba cinco minutos siguiéndole, recuperé el sentido común y desistí. Nada más llegar a mi despacho marqué su número.

-        “Hola”

-        “Parezco adivino, acerté punto por punto”

-        “Te advierto que si no retiré la mano en la cafetería fue por ti”

-        “Claro, y seguro que el segundo beso de despedida también fue por mi ¿verdad? “ – dije con ironía.

Carmen inspiró profundamente  antes de empujar la puerta de la cafetería donde esperaba encontrarse frente a frente con su marido y su… ¿amigo? ¿conocido? ¿ligue? El corazón le latía lo suficientemente fuerte como para notarlo en la superficie de su cuerpo, en su cuello y en las sienes. No lo dudó más y dio el paso.

De un rápido vistazo situó a Doménico y un poco más atrás me vio a mí. Se sintió cohibida por mi presencia pero al mismo tiempo protegida. Extraño, pensó, algo incoherente.

Sonrió mientras bajaba lo pocos peldaños y se acercaba a la mesa, Doménico se levantó cortésmente y la saludó con dos besos en las mejillas, quizás demasiado cercanos a las comisuras, pensó, aunque puede que solo fuera fruto de sus nervios.

-        “Cada día te veo más guapa”

Carmen agradeció con una sonrisa el detalle, se dirigió a la camarera que esperaba junto a la mesa y le pidió un café, luego se desprendió de la cazadora y del foulard, la mirada de Doménico recorrió su cuerpo como si su dedos acariciasen su piel antes de que se sentase pero no se sintió agredida. Comenzaron una charla desenfadada. Doménico sabía cómo crear un clima distendido y agradable en el que los temas de conversación se hilvanaban unos con otros de una manera natural. Carmen intentaba evitar que sus ojos se desviasen hacia mí con excesiva frecuencia. Poco a poco, con habilidad fue llevando la conversación hacia temas personales, charlaron de sus respectivas profesiones y de esa forma consiguió que Carmen le acabase contando cómo nos habíamos conocido.

-        “Vaya, la típica historia profesor-alumna, Nabokov hubiera hecho una gran novela de esto”

-        “¿Te burlas?” – Ensayando un tono exageradamente ofendido.

-        “¡Jamás me atrevería!” – Doménico cambio el gesto dando por finalizada la broma – “En serio, ¿cómo se lleva una diferencia de edad tan… acusada? Trece años según para que cosas pueden ser muchos años…” – Levantó las manos deteniéndola al ver la protesta que nacía en su expresión – “No Carmen, no me malinterpretes, no me refiero al sexo”

-        “No estaba pensando en eso” – replicó burlona.

-        “Pues yo si, pero no solo en eso, o no en primer lugar. Hablo de gustos, de deportes, de… salidas nocturnas… de… aguante, de amistades. A él puede que le gusten los Beatles y a ti…”

-        “Los Rolling” – terció Carmen con una sonrisa en la boca – “No estamos tan lejos en gustos musicales, no creas, Beatles, Rolling, Lou Reed, Zappa, Van Morrison, Bach, Vivaldi, Telemann, Bowie, Mahler, Sabina, Philip Glass, Mertens, Wollenweider, Miles Davies, Chuck Berry, Serrat, Loquillo, Satie… “ – Carmen se detuvo cuando Doménico ondeó una servilleta de papel en señal de rendición -  “Mira Doménico, la cuestión de la diferencia de edad es algo que tuvimos que soportar cuando yo tenía veintiuno y Mario treinta y cuatro. Se nos echaron encima desde todos los frentes, las familias, los amigos, los compañeros… unos con consejos, otros con advertencias y otros con prohibiciones, poca gente daba un duro por nuestro matrimonio. ¿Sabes cuál ha sido la clave de que esto, a día de hoy, funcione como el primer día?”

Doménico abrió las manos y elevó las cejas pidiendo la respuesta.

-        “Somos amigos”

-        “No te entiendo, sois amigos, ¿y?”

-        “No dejamos de ser amigos cuando nos enamoramos. Seguimos haciendo las mismas cosas que hacíamos cuando s-o-l-o éramos amigos: compartimos las mismas amistades pero también tenemos amigos únicos, solo de uno de los dos. Tenemos aficiones compartidas pero mantenemos gustos individuales,  compartimos la música que nos gusta pero hay música que solo le gusta a él o a mí y que en ocasiones escuchamos juntos porque sabemos que al otro le produce placer y nos gusta presenciar el placer del otro, eso no impide que dejemos que el otro la escuche a solas cuando le apetezca. Lo mismo ocurre con la lectura, el arte en general…”

-        “No sois acaparadores”

-        “En absoluto”

-        “¿En ninguna faceta?” – Carmen intuyó hacia donde se dirigía la pregunta y sonrió con malicia.

-        “Te estoy viendo venir”

-        “¿Y? 

Carmen sintió un escalofrío de placer. Me vio por el rabillo del ojo, atento, pendiente de lo que sucedía en su mesa y se encontró arropada por mí, acompañada en aquel juego que se volvía voluptuoso, sensual, excitante. Recuperaba la excitación de aquel otro que jugamos camino de Córdoba casi un año antes, cuando nos inventamos una personalidad nueva, una pareja de amantes, ella una casada infiel de viaje con su amante. Solo que ahora era una realidad, ella era una casada infiel embarcándose en una nueva aventura, esta vez de la mano de su marido que no ocultaba su condición de… cornudo. La excitación salto de grado al mirarme de reojo tras este pensamiento.

-        “¿Te has quedado muda?”

-        “Perdona, ¿cuál era la pregunta?”

-        “Intentas escabullirte”

-        “Yo nunca rehúyo el combate”

-        “Me decías que en vuestro matrimonio no sois acaparadores y yo te pedía que matizases si hay excepciones, si lo sois en alguna faceta”

Carmen entornó ligeramente los ojos, lo suficiente como para que las palabras que estaba a punto de pronunciar se cargasen de significado, luego apoyó los brazos sobre la mesa y descansó su mano izquierda sobre el brazo derecho. Su rostro quedó mas cerca de Doménico de modo que su voz quedó reducida a un susurro

-        “En ninguna”

Doménico adelantó la mano hasta alcanzar la de Carmen. Ella no apartó sus  ojos de él durante el largo instante que tardó en cubrir su mano por completo.

-        “Sois una pareja valiente y tu marido es un hombre afortunado”

Carmen dudó un instante, su visión periférica le confirmó la certeza  de que no se me estaba escapando ni el más mínimo detalle de lo que sucedía. No pudo contener un suspiro exhalado con excesiva fuerza. De repente se sintió revestida de una seguridad que al salir de casa no tenía, una seguridad que sin duda le llegaba, mediante no se qué extraño medio, desde la mesa que yo ocupaba.

-        “No es una cuestión de valor, Doménico, es una cuestión de compenetración y amor”

Sin duda, Doménico se encontraba arrasado por la profundidad de la mirada de Carmen, ojos negros clavados en los suyos, haciéndole perder la razón por ella.

-        “Un amor que trasciende el sentido de la posesividad, que va más allá, creo entender” – Carmen asintió en silencio – “Ese amor debe ser muy profundo, no sé si yo sería capaz de algo sí”

-        “Cuando se ama sin reservas, te das cuenta que los celos… ese sentido de poseer al otro, de controlar, de saber en todo momento donde está, qué hace, con quién está… no es sino inseguridad, miedo, egoísmo. En realidad no es amor sino necesidad de autoafirmación.”

Seguían cogidos de la mano, unas veces como si la tuviese retenida entre sus dedos, otras con la mano levemente posada una encima de la otra, ninguno parecía darle importancia y sin embargo tampoco parecían dispuestos a separarlas. Para Carmen era un guiño que me lanzaba a través de la escasa distancia que separaba nuestras mesas. Aquel roce en su piel le confería un toque eléctrico  que le recordaba que ese hombre que la acariciaba estaba jugando sus mejores cartas para ganar esa partida en la que ella era jugadora y premio al mismo tiempo.  Se sabía deseada desde el primer día que entabló conversación con él pero era ahora, que le estaba desvelando las claves de su peculiar matrimonio, cuando se sentía casi desnuda ante ese hombre que la miraba con el deseo escrito en sus ojos. El jersey de angora, ajustado a su cuerpo como un guante, marcaba a la perfección el contorno de sus pechos y ella veía como los ojos de Doménico se quedaban atraídos como un imán una y otra vez a ellos. Y cada vez la excitaba mas descubrirle mirándola y dejarle claro que no se sentía molesta por ello.

-        “Te voy a contar algo que sucedió hace un año:” – continuó Carmen tras una embarazosa pausa en la que se había dejado recorrer por los ojos de Doménico sin que mediara palabra – “A mí me apasiona el ballet sin embargo a Mario no es algo que le entusiasme. Hará algo más de un año hicimos un viaje a París, una semana para nosotros, es una ciudad que nos encanta y siempre que podemos nos escapamos aunque sea un fin de semana. Lo que yo no sabía es que me tenía preparada una sorpresa: el ballet de la Opera de París. Aquella noche Mario disfrutó siendo el espectador de mi pasión, viéndome gozar. Yo estaba ausente, casi ni le veía, solo a veces le miraba y le sonreía agradecida, le apretaba la mano, pero mi placer, mi gozo estaba en otra parte, lejos de él aunque estaba con él, a mi lado y era gracias a él que yo disfrutaba de ese placer. ¿Crees que un hombre celoso y posesivo hubiera disfrutado de una noche como esa en el que él no era protagonista de la pasión de su esposa?”

-        “Un hombre celoso probablemente se hubiese sentido empequeñecido al no entender la pasión que le produce ese arte a su esposa”

-        “Los celos son la tortura de gente insegura, creo yo”

-        “¿No estás siendo algo cruel?”

-        “No era mi intención, ¿lo he sido?” – dijo Carmen con ironía.

-        “Un poco quizás. En fin, admiro a tu esposo, Carmen, lo digo en serio. Un hombre admirable además de afortunado, capaz de amarte más allá de cualquier prejuicio, ¿cierto?” – Carmen asintió – “Te ama tanto que no te  posee, ¿es así?”

-        “Así es”

-        “Que, según lo he entendido, por hacerte feliz, hará cualquier cosa”

-        “Lo hace”

-        “Lo hace” – murmuró Doménico – “un hombre que disfruta viendo tu placer, aunque no sea él quien lo provoca ni quién lo recibe ¿he entendido bien?” – Carmen rio.

-        “No le busques tres pies al gato, pero si, así es”

-        “Me limito a dar fe de tus palabras, hermosa dama” – dijo acercando su mano teatralmente a sus labios y dándole un beso.

-        “Y dime una cosa, cuando el ballet o el concierto, que te gusta a ti pero no a él, te apetece verlo a solas, sin tu complaciente marido, ¿tienes algún reparo en hacerlo?” –

Carmen sonrió, le pareció tan infantil el modo de plantearlo… Quizás fuera porque le estaba dando demasiadas alas con su discurso. Había olvidado que él era un hombre al fin y al cabo. Todo lo que podía extraer de su emocional exposición iba a quedar contaminado irremisiblemente por un sesgo en el que la sexualidad era el componente dominante. No se sintió defraudada por ello, tan solo era un juego en el que ella estaba tan implicada sexualmente como Doménico o como yo. Deliberadamente usó una de sus miradas cautivadoras.

-        “Como ya te dije, ante todo somos amigos y solemos pedirnos opinión y consejo, sobre todo en las primeras… audiciones. Es normal que Mario me acompañe a los primeros estrenos, y yo a él” – Carmen lanzó un guiño y Doménico hizo un estudiado gesto de rechazo.

-        “¡Vaya! Y si al solista no le va…”

-        “No me has entendido, Que Mario asista a la danza no significa que baile.”

Doménico enmudeció ante las palabras de Carmen y ella agradeció ese margen para replegarse, ¿cómo había podido ir tan lejos? Intentó que no se le notara el apuro que estaba sintiendo. Tenía que salir de allí cuanto antes. Miró el reloj.

-        “En fin, creo que es el momento de que nos vayamos, si no me van a poner falta otra vez”

Doménico un gesto pidiendo la cuenta y ambos se levantaron. Carmen se dejó poner la cazadora y esperó a que Doménico pagara la cuenta ligeramente retrasada para poder mirarme con una sonrisa en los labios. Luego, cuando al comenzar a caminar hacia la salida sintió la mano en su cintura, un destello eléctrico se extendió por su costado hacia su espalda y acabó en su cuello erizando el vello de su nuca.

Caminaron charlando de cosas intrascendentes pero ella no podía dejar de sentir el magnetismo de aquella mano en su cadera que se movía al ritmo que su caminar imponía. Le sentía tan cerca… ¿Estaría yo viéndoles? ¡seguro que sí! Cuando Doménico hizo una broma ella aprovechó para, al reír, volverse hacia él y mirar de reojo; creyó verme pero no estaba segura.

Llegaron al cruce con Sagasta, era el punto mas prudente para despedirse, ralentizó el paso y él entendió.

-        “Ha sido muy agradable” – dijo, separándose ligeramente, giró hacia él y Doménico hizo lo mismo, se miraron sonriendo. Doménico tomó sus manos.

-        “Para mi también, he descubierto a una mujer increíble, mucho mas d elo que me imaginaba” – Carmen sonrió halagada.

-        “Bueno…”

-        “¿Te gustaría continuar la charla esta tarde, al salir de trabajar, conozco un pub aquí cerca que te encantará, tranquilo, buena música de la que te gusta, tenemos de terminar de cerrar todos esos temas que hemos dejado abiertos, ¡si?”

Carmen enarcó las cejas, estaba sorprendida por lo bien encaminados que iban los pronósticos que yo había hecho, solo faltaba que…”

Doménico se acercó a ella y posó sus labios en su boca, fue un beso suave, ligero, se quedó rozando sus labios un instante que a Carmen le pareció largo y no hizo nada por resistirse, luego él se separó y la miro a los ojos sonriendo.

-        “Y eso, a que ha venido? – dijo Carmen sin rastro de enfado en su voz.

-        “Quería agradecerte la sinceridad que me has demostrado, la compañía que me has hecho y también que no hayas dicho que no a la propuesta que te acabo de hacer”

Carmen se dio cuenta de que aun la tenía cogida de ambas manos.

-        “¿Te das cuenta de que estoy muy cerca de mi lugar de trabajo? Por aquí pasan mis compañeros, incluso podría pasar mi marido”

-        “Tu marido no creo que se escandalizase si nos viera besándonos, a estas alturas ya debe saber que hoy estas tomando café conmigo ¿no es así?

Carmen sonrió. Doménico sacó su cartera y le dio una tarjeta.

-        “Sobre lo de la copa de esta tarde, piénsalo y me llamas. Me encantaría pasar la tarde contigo y seguir charlando sin prisas”

Se acercó a ella, la tomó de la cintura y de nuevo la besó en la boca, esta vez Carmen notó la presión en sus labios buscando un hueco, sintió la lengua tropezando en sus dientes y se resistió a ceder, a dejarle paso. Cuando se separó de ella sus ojos brillaban y el corazón le golpeaba el pecho.

-        “Nos vemos luego” – le dijo con una sonrisa en los labios.

No supo que contestarle. Tardó unos segundos aun en reaccionar, luego recuperó la cordura y miró a ambos lados con preocupación, a continuación me buscó y me localizó a su derecha. Era tarde, no podía detenerse, ambos lo sabíamos, me hizo un gesto que esperó que yo entendiera y comenzó a caminar con rapidez hacia el gabinete. Que locura, pensó mientras una sonrisa inundaba su rostro.

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