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Diario de un Consentidor 113 - Lluvia

en Intercambios

Capítulo 113

Lluvia

No sé por dónde empezar, creo que de alguna manera ya he ido dejando trazas de lo que ha sido mi vida durante todo este turbulento camino que hemos recorrido por separado.

Sin embargo ahora Carmen me pide que recoja el testigo y sea el intérprete del drama que desde el lunes ha estado relatando casi en solitario.

—No sé qué decir, no sé por dónde empezar.

—No importa, comienza por aquello que te venga a la memoria.

Pronto atardecerá; me gustaría dar un largo paseo, cogerla de la mano y charlar de otras cosas. Estoy agotado.

¿Qué espera de mi? No pretenderá que a punto de acabar la semana reedite lo que a ella le ha llevado cinco días exponer.

Tal vez estoy dando por supuesto algo que no ha dicho, tan solo me ha pedido que aporte mi visión del conflicto. Nunca lo había nombrado de esa manera: «¿Cómo lo has vivido, cómo ha cambiado tu vida este tiempo de conflicto?».

Pienso, hago un esfuerzo.

¿Esfuerzo? No, esa no es la manera; tengo que respirar hondo, aflojar las tensiones. Carmen no me presiona, no hay prisa.

Calma, calma.

Y sucede, aparece una escena dura, amarga.

Ansiedad, lo noto; tengo los síntomas incipientes de la ansiedad; La idea de traer esa escena a la terapia me plantea una expectativa de crisis; todo lo que hemos conseguido hasta ahora podría tambalearse.

Debo escoger otro tema más apropiado.

Cierro los ojos, voy a intentar visualizar.

Sevilla… No.

Tal vez… el reto, el absurdo reto: «¿Serías capaz de ligar como yo lo he hecho?». Si, podría ser un buen punto de arranque.

Estoy falseando la sesión.

—Dame un minuto.

—¿Qué ocurre?

—Un minuto, nada más.

Salí al jardín, caminé hasta el fondo; ¿Qué estaba haciendo?

No podía seguir eludiendo lo que había surgido, si lo hacía la sesión estaba condenada al fracaso, Carmen lo detectaría y probablemente el resto del proceso se dañaría irreversiblemente.

¿Por qué huía de la imagen que había aparecido, qué me hacía temerla tanto?

“¿Pero es que no van a  salir nunca de la ducha? La situación me irrita. Las voces han cesado hace tiempo, durante unos instantes escuché jadeos y ahora nada, tengo la tentación de entrar, nada me lo impide pero temo que me encontraría fuera de lugar, convidado de piedra en un festín al que no he sido llamado.

Silencio, solo el agua de la ducha, ni un ruido más, ni una palabra, ni un movimiento. Salgo de la alcoba y bajo las escaleras desesperado. En la cocina busco la botella de whisky y relleno el vaso que dejé en el salón, sin hielo, ¡qué más da!

Al final las cosas no están saliendo como yo pensé, o quizá si. Están saliendo como en mi peor pesadilla; el macho joven destronando al viejo líder y llevándose a la hembra, a la joven maravillosa, a la que tal vez no merezco, la que me he jugado en una apuesta demasiado arriesgada y que posiblemente he perdido.

Vacío el vaso de un trago y me encamino hacia la cocina, pero un último destello de lucidez me detiene; posiblemente me equivoque, puede que esté sacando las cosas de quicio y beber sea un tremendo error.

Dejo el vaso sobre la mesa y me dirijo al baño que usé al comienzo de la noche para ducharme, necesito despejarme.

 

…..

 

Una larga ducha helada ha conseguido devolverme la cordura, no sé qué habrá estado sucediendo arriba, lo que si sé es que debo afrontarlo de cualquier manera menos emborrachándome y organizando una escena. Tengo frío, el albornoz está arriba. Cuando cruzo el salón escucho voces en la cocina.

—¡Vaya, creímos que te habías perdido!

Envueltos en albornoces toman café sentados en las sillas altas. Carmen me lanza una sonrisa encantadora; apoya la cabeza en el hombro de Doménico. Esa lánguida dejadez me irrita sobremanera y no lo puedo ocultar.

—Me estaba duchando, voy a ponerme algo.

Pierde la sonrisa. Cuando bajo, me mira inquisitiva pero no hago caso y me centro en la máquina de café.

—¿Quieres algo de embutido, queso? —me ofrece el italiano.

—No gracias, con algo de bollería me bastará.

Intento estar normal pero no sé cómo se hace eso y cuanto más normal quiero estar supongo que menos lo parezco, sobre todo para mi mujer que me conoce como si me hubiera parido. Evito sus ojos que me buscan continuamente.

—¿Sabéis qué hora es? Estoy absolutamente perdido.

—Las siete y media —contesta ella.

Nuestras miradas se cruzan un segundo, sabe que me sucede algo; la rehúyo de nuevo y me concentro en remover el café como si me fuera la vida en ello. Doménico habla, no sé de qué y cuando se da cuenta de que no le seguimos desiste. Ha aprendido a distinguir nuestros tiempos y nuestros ritmos y cuando se termina el café hace mutis y se pone a recoger algunas cosas en el salón, luego desaparece. Nos quedamos solos, frente a frente.

—Mario…

Qué responder, no quiero parecer enfadado, no estoy enfadado, ¿cómo estoy entonces? ¿Qué es esto que siento en el pecho? ¿vacío, desazón, pena, miedo, arrepentimiento?

No, no es nada de eso y es a la vez una mezcla extraña de partes de cada una de esas emociones en proporciones que ni yo mismo conozco.

—Mario, por favor.

Levanto los ojos y la veo preocupada. Agito la cabeza, no me he dado cuenta del tiempo que he dejado pasar sin responderle.

—Perdona, dime.

—¿Qué te pasa?

—No sé, de pronto desaparecisteis en el baño… tanto tiempo… —Me sonríe, lanza su mano y coge la mía.

—¡Tonto, estábamos duchándonos!

¿Quiero montar una escena de celos? Desde luego que no pero no consigo evitar sentirme mal. Me aprieta la mano.

—¡Eh, venga! —Intenta arreglar las cosas.

La miro, me sonríe, mi cabeza me lanza frases que duelen «No quiero separarme de ti, yo tampoco… ¿pero esta maravilla no se agota nunca?»

—Vamos cielo ¿te vas a enfadar por eso?

—No, claro que no —sonrío, tiempo habrá de hablar.

La situación se suaviza, Carmen está animada, como si no hubiéramos pasado la noche en vela, yo no puedo seguirle el ritmo y eso me hunde más pero procuro que no se me note.

Doménico aparece con ganas de charla, trae la cajita plateada y me ofrece pero rehúso; insiste golpeándome el hombro y algo en su mirada me hace reconsiderar la oferta. Cuando veo que pasa de ofrecerle a Carmen entiendo; de nuevo se ha portado como un amigo, algo ha habido cuando no estuve con ellos y ha intentado ponerme a su nivel. El polvo mágico me renueva.

Nos trasladamos al salón y nos sentamos en el sofá. Otra vez Carmen, como un perrillo, se sienta a su lado; con los pies subidos al sofá y las rodillas pegadas al pecho los muslos se muestran hasta desnudar sus nalgas, hasta insinuar los gruesos labios de su sexo. Él la rodea con el brazo. La charla se centra en esa sustancia y en el grupo que lo rodea, un grupo de amigos-socios cuidan el nivel, no se admite a cualquiera. Un grupo hedonista, intuyo que juegan a algo más que a esnifar coca; ¿Sexo? si pero elitista, cuidando las formas, el buen gusto. El estilo ante todo, nos dice.

—No somos un grupo obsesionado por la droga, lo que quisimos desde el inicio fue tener ante todo la seguridad de que lo que manejábamos era puro, sin adulterar y que los que formábamos parte del grupo no teníamos intereses extraños.

—¿A qué te refieres?

Carmen trae más café para todos y se viene a mi lado, se sienta en mis rodillas y rodea mi cuello con su brazo. Parece muy interesada en lo que cuenta.

—Si, veréis. Procuramos que nadie que esté allí se mezcle en asuntos raros, reventa y esas cosas, tenemos un cuidado especial con eso. Porque en el local hacemos más cosas que consumir y no queremos problemas. Aquello es un lugar de reunión, hemos montado algunas exposiciones de arte, fotografía, actuaciones… además hay otras actividades lúdicas a las que no les haríais ascos —añade sonriendo.

—Cuenta, cuenta —pregunta Carmen intuyendo de qué va.

—Álvaro, uno de los impulsores de todo esto, experimenta con algunas otras drogas buscando el afrodisiaco ideal, evita los componentes de síntesis y se centra en los clásicos, ya sabéis, los que se mencionan en la literatura medieval, los usados por los indígenas… pero yo creo que en realidad nos engaña, juega con nosotros y en el fondo todo son placebos. El caso es que cada vez que organiza una fiesta para probar uno de sus experimentos terminamos en una orgía monumental donde cada cual es libre de probar lo que quiera con quien le apetezca dentro de un ambiente de absoluta libertad y respeto. Si estuvieseis en una de estas fiestas sin saber de qué va no podríais imaginar que allí se está celebrando una bacanal de sexo.

—¡No puede ser! —exclama Carmen entre sorprendida e interesada.

—¡Claro!  Aparentemente aquello es un pub muy selecto donde no ocurre nada extraño, hay música, a veces actuaciones, todo es normal. Si te fijas puedes ver que hay movimiento anómalo: parejas y grupos que desaparecen, que salen hacia reservados y que no vuelven a aparecer, puertas rotuladas como “privado”, demasiadas. Cócteles que se distribuyen solo a algunos invitados… Algo más de personal de seguridad para un pub de estas características…  Comprobadlo vosotros mismos, cuando queráis, estáis invitados ¡desde ya mismo!

—Pero algo se tiene que notar —añadí yo mientras mis manos se hundían bajo el albornoz de Carmen buscando el cruce de sus muslos. Los ojos del italiano no se perdieron mis movimientos y mi mujer no hizo nada por ocultarse. El juego se iniciaba de nuevo.

—A ver, el ambiente sensual está en el aire, pero existe un código de conducta que, aunque todos nos conocemos, respetamos escrupulosamente por si acaso hay invitados. Las salas son más discretas y te aseguro que hay suficientes como para que haya intimidad, o no, según gustos.

Carmen volvió su rostro hacia mi y me dijo:

—Eso habrá que verlo, cariño —Su beso me transportó a otro mundo y casi me hizo olvidar mis temores de toda la noche; estaba conmigo al cien por cien.

Doménico sigue hablándonos sobre el grupo, Carmen escucha con interés y no plantea ninguna objeción como hizo al comienzo de la noche. Es curioso, tampoco yo encuentro pegas a la exposición que hace el italiano, en este momento todo me parece idílico. Un lugar en el que el placer es el objetivo. Pienso en Sara, en Graciela, ¿podríamos llevarlas allí?

—Si, ¿por qué no? —me contesta Carmen, he debido pensar en voz alta, me besa en la boca —quizá también a Carlos.

—Tu querido Carlos —interviene Doménico —, tienes que resolver ese asunto, Carmen, le habéis hecho daño y en el fondo tienes que reconocer que le quieres.

Carmen me mira y no responde.

—Bueno, tu verás lo que haces —concluye el italiano —no vas a estar tranquila hasta que no os reconciliéis.

Doménico deja la taza en la mesa y parece echar en falta algo.

—¿Qué buscas? —le pregunta Carmen.

—Había una caja de pastas, juraría que anoche la dejamos por aquí.

—Deja, ya te las traigo.

Se levanta rápida y va hacia la mesa alta, vuelve con la caja y se la da, éste la rodea por las caderas. Me ha molestado que se muestre tan servil y Doménico lo ha notado.

—Gracias nena.

Espero la reacción: Que la llamen ‘nena’ es algo que le provoca un rechazo visceral, sin embargo se agacha y responde al beso que le ofrece desde el asiento, luego se mantiene apoyada en el respaldo del sillón sujeta por la cadera mientras él vuelve a su discurso sobre el club hedonista. ¡Estaba conmigo, en mis brazos! Ha bastado un capricho de su amante para que corriera a buscarlo y ya se ha quedado a su lado.

Doménico habla pero apenas le escucho, ¡la veo tan transformada! Parece su esclava, él se mantiene sentado en el sillón y ella de pie, apoya el culo en el respaldo y la rodea con su brazo, acaricia su cadera distraídamente. Pero no, sabe lo que hace, mueve sus dedos por el borde del albornoz, roza su muslo, habla y me mira, lanza mensajes con sus ojos, domina la escena, tiene a mi mujer en su poder, él lo sabe, yo lo sé. Carmen tiene las piernas rectas y un pie cruzado por delante del otro. Doménico mueve los dedos por el muslo, poco a poco se ocultan bajo el breve albornoz, ella ni se inmuta, sigue interesada en la conversación sobre el club, ¡total a estas alturas que importancia puede tener que la meta mano!

Pero para él y para mi es una lección más sobre los roles que vamos a jugar a partir de ahora. Me mira a los ojos mientras habla. Carmen atiende el discurso sobre el club. Doménico y yo mantenemos otro diálogo. Él captó mi malestar por su sumisión y ahora me doblega, me rinde, me enseña quién es el amo, quién la sumisa y quién es el que cedió el mando. «No lo olvides», me está diciendo mientras me muestra como toma lo que considera suyo.

Su mano acaricia el muslo de mi mujer mientras habla; aparece y desaparece bajo el albornoz, a veces lo arrastra hacia arriba. Se detiene bajo él, muy arriba, ella sonríe con picardía cuando lo siente sobre su coño, cuando, —imagino—, se entretiene con su vello púbico. Descruza las piernas distraídamente y dobla un poco una de ellas , le está dejando un resquicio, no me mira ¿Qué pensará Carmen en ese instante, viéndome a mi enfrente mientras él le mete mano, no le parecerá ofensivo?

No, claro que no. Le he dado todos los argumentos para que se sienta libre de dejarse hacer en mi presencia, lo que no sé es por qué me entran a mi ahora estos problemas de conciencia.

La conversación se agota poco a poco. Estamos todos cansados, Carmen me mira, supongo que ve algo en mi mirada y viene conmigo, se sienta en mis piernas y me rodea con sus brazos, está mimosa, me dejo hacer.

—Te quiero —Su voz suave, aterciopelada me enternece pero, sin saber por qué, también me entristece. Tengo que desechar esa sensación. Acaricio su cadera, la beso con hambre de ella, escucho como Doménico se levanta y sale del salón.

—Deberíamos ir pensando en volver a casa.

Carmen parece pensárselo.

—Si, ya es hora —me acaricia la mejilla, se levanta y yo con ella.

Cogidos de la mano caminamos hacia la escalera.

Arriba, la veo desnuda. Tiene el cuello enrojecido por los besos de su amante. Estoy excitado por la última carga de coca que me dio Doménico. Tengo la polla a reventar, la deseo. Carmen se dirige hacia el baño pero la detengo, la tomo por la muñeca, mira mi verga erguida palpitando, sonríe, me echa los brazos al cuello, tropieza con su vientre.

—¡Me la vas a clavar! —finge estar aterrorizada.

—Eso es exactamente lo que te va a pasar.

La arrastro a la cama, la empujo, se sorprende por la violencia de mi gesto pero sonríe. Separa las piernas ofreciéndose con obscenidad. Recuerdo su fantasía, ¿cuántos más después de mi? Me muerdo los labios para no decir lo que pienso, no quiero meter en esta cama a nadie, ahora no. Me arrodillo en medio de sus piernas, ¡qué hermosa es!

Me hundo en su sexo, húmedo, cálido, acogedor, me recibe con un lamento, como si hiciese una eternidad que no nos tuviésemos el uno al otro. Nos abrazamos, la huelo, la reconozco, es mía, es mi territorio, ¡Cómo la amo! Cruza sus piernas reteniéndome, siento su respiración en mi cuello, convertida en sonido, escucho sus palabras recordándome que me ama, que es mía. Siento su cuerpo tan pegado al mío que me parece que en realidad somos solo un cuerpo que se mece en un solo ritmo. ¡Dios cómo la quiero!

No sé cuánto tiempo pasa, noto que se abre la puerta, alguien nos espía un instante y tiene el buen criterio de dejarnos solos, a veces este italiano sabe comportarse.

Echados el uno al lado del otro pienso que todos los fantasmas que han perturbado mi mente durante toda la madrugada son solo eso: fantasmas. Estoy con mi mujer, hemos hecho el amor, somos felices, la experiencia de este fin de semana ha sido extraordinaria pero por fin se acaba. Nada puede irnos mejor.”

¿Por qué he censurado esta escena? Algo me dice que debo eludir ese momento en el que la perdí y estuve tan inquieto como si intuyese que en aquel baño se estaba consumando la respuesta a la tremenda interrogante que poco antes había lanzado Carmen: «¿En qué me estás convirtiendo?»

Sin embargo sé que debo encauzar la sesión. Estoy actuando como tantos pacientes que huyen.

Al verme entrar ocupa su asiento sin hacer comentario alguno.

—El sábado, de madrugada.

—¿Si?

—Ya sabes, cuando fingía estar dormido acabasteis por ir al baño. Los dos.

—Si, lo recuerdo —dijo para ayudarme a continuar.

—¿Qué sucedió? Tardasteis… tanto. Comencé a inquietarme y me acerqué. No es que os espiara, solo me preocupé por la tardanza.

—¿Nos escuchaste a través de la puerta?

La preocupación que muestra confirma mi sospecha.  Hubiera esperado que se molestase, incluso que adoptase un tono indulgente, pero esta conducta casi culpable…

—No, simplemente me acerqué, no llegué a distinguir lo que hablabais, solo risas, murmullos, cariños. No era mi intención… además el sonido de la ducha me lo hubiera impedido.

Hago una pausa, su reacción me ha conmocionado casi tanto como lo está ella que ha bajado la mirada.

—Lo que noté es que de pronto os callabais. Ese silencio en el que solo se escuchaba el agua y algunos movimientos… me inquietó.

—Luego nos espiabas —sentenció.

—No Carmen, me fui de allí enseguida, bajé y me di una ducha. Ya te he dicho que estaba preocupado porque antes de llegar a eso llevabais demasiado tiempo encerrados allí.

—Por eso estuviste tan serio cuando saliste del baño.

—Si, puede ser. Además, a partir de entonces me sentí desplazado, pero eso es otro tema.

—No, me temo que todo es el mismo tema.

—No te equivoques. Me has preguntado y te cuento la primera escena que me ha venido a la mente. En un primer momento… —¿Qué decirle, que la ansiedad había podido conmigo?—, me ha parecido que no era la más adecuada para lo que se pretende en esta sesión, por eso me he tomado un minuto para pensármelo y buscar otra más acorde a lo que…

—¡Ah muy bien, tú solo! Te saltas el protocolo, abandonas tu rol de paciente y decides si la escena que surge es la correcta desde el punto de vista de quién, ¿del psicólogo que ahora mismo no te corresponde ser? ¿A qué juegas?

—Tienes razón, no he actuado como…

—Tienes miedo Mario, como cualquier otro paciente tienes miedo y buscas vías de escape. Unos hablan y hablan; la típica verborrea, qué te voy a contar; otros se enfadan, lloran, nos gritan, se levantan, se van, vuelven. Tú has elegido para huir ponerte la bata y disfrazarte de psicólogo. Pues no me vale. Si es necesario te dejo aquí en pelotas, desnudo; a ver si así te das cuenta de una vez de que solo eres un hombre asustado, tan asustado como yo.

Asustado, mortalmente asustado, ¿cuándo iba a reconocerlo, cuándo iba a bajar las defensas?

—Y ahora —continuó tras unos segundos en los que ambos aprovechamos para recuperarnos— vamos a seguir, sin más huidas. En esta sesión tú eres el paciente ¿te queda claro?

Se acomodó en la silla buscando un centro de equilibrio más mental y emocional que físico.

—Esa es la escena y es la que vamos a trabajar. La salida de la cama de tu mujer y de Doménico mientras tú fingías dormir ¿es correcto?

—Correcto, pero hay una cosa. Me cuesta mucho hablar de “ella”, separar a la terapeuta de la esposa. A veces no lo consigo y cuando no lo hago y me corriges me irrita, me rompe el ritmo del relato.

—Es necesario que diferencies a las dos personas; inténtalo. No te voy a interrumpir para advertirte cuando suceda, solo te haré algún gesto pero reconduce el discurso cuando lo notes y sobre todo tenlo mentalmente en cuenta. Mírame como tu terapeuta y piensa en ella como tu mujer. Lo he vivido, es difícil pero el resultado compensa el esfuerzo.

—De acuerdo.

Me levanté, necesitaba recuperar el recuerdo, centrarme; caminé por el salón un instante tomando perspectiva.

—Antes de entrar en la escena creo que deberíamos situarnos en el contexto, sino puede que perdamos parte del fondo emocional —añadí; esta era una de mis preocupaciones.

—Si, puede que tengas razón.

Inspiro profundamente, me sitúo en el tiempo, en el lugar.

—Me estaba empezando a despertar, en realidad fue el movimiento que sentí a mi lado lo que hizo que emergiera; ya sabes, ese estado en el que todavía estás… a mitad del camino; entreabrí los ojos y te vi sentada en la cama, observándome, intentabas comprobar si seguía dormido. En realidad lo estaba, casi, no hice nada por terminar de despertar, no tenía intención de fingir.

—Lo entiendo —respondió con rapidez, con la clara intención de atajar lo que le debió parecer un amago de justificación.

—Entonces vi aparecer a Doménico al otro lado.

“—¡Shhh. Le vas a despertar!

Él se incorpora otra vez y me observa. Sonríe.

—No creo, está agotado.

—Voy al baño— dice Carmen.

Mira a ambos lados buscando el hueco para salir de la cama, al fin se alza sobre Doménico, lanza una pierna e intenta cruzar por encima. ¡Qué piernas mas largas! Parece una bailarina de ballet ejecutando un paso de baile. Pero cuando se encuentra a horcajadas éste la inmoviliza tomándola por las caderas y le sonríe con expresión traviesa.

—¡Déjame! —protesta en un susurro. Me mira, le preocupa despertarme.

—¡No! eres mi prisionera —juega con ella deslizando las manos desde las caderas a su culo.

—¡Me estoy meando! —grita bajito mientras le golpea el pecho con los puños cerrados. Se ha vuelto vulgar, se siente lo suficientemente libre como para emplear ese lenguaje con su amante. Él sonríe, parece que le gusta lo que escucha.

—¡Ah! Sentí envidia cuando te measte esta noche encima de Mario.

Carmen abre mucho los ojos y finge ofenderse.

—¡Serás guarro!.

Intenta zafarse pero la retiene, abusa de su fuerza y la obliga a tumbarse sobre su pecho, la besa, ella cede al fin y sucumbe a sus besos. Está de rodillas sobre él, pegada a su cuerpo, comiéndole la boca.  La sorprende con un gesto rápido con la mano y dirige su verga hasta colocarla en mitad de su coño, Carmen se remueve tratando de evitarlo pero él es más hábil y se sitúa bien entre sus labios; el roce hace su efecto y veo como ella arquea la cintura, le busca, Doménico dobla las rodillas empuja y se hunde dentro con facilidad, juntos exhalan un gemido. Carmen apoya sus brazos en el pecho del italiano y mueve la cintura oscilando para hacerle salir y entrar.

—¿Y esta maravilla no se cansa nunca? —le dice tras besarle intensamente.”

—Me sentí humillado, tú… —rectifiqué enseguida—, mi mujer acababa de aceptar que yo estaba agotado y a renglón seguido alababa su potencia. Si, lo sé; si hubiera supuesto que estaba despierto no hubiera pronunciado esa frase, o lo habría hecho buscando la complicidad, pero en aquel momento no pude evitar sentir una punzada de amargura.

Nos quedamos mirando, puede que aquella angustia de la que le hablaba estuviera grabada en mi rostro porque vi como se reflejaba en ella.

—Los percibí tan jóvenes, más jóvenes que yo; por primera vez me sentí mayor.

Detuve un amago de protesta, no tenía sentido y creo que en el fondo agradeció que no la dejase continuar.

—«Esta maravilla no se cansa nunca» —repetí—, creo que Doménico se sintió inmensamente halagado.

 

 

“—Contigo no, me tienes siempre a tope, eres fantástica; no he conocido a ninguna otra mujer como tú.  ¿Y a ti, es que no hay forma de cansarte? —Carmen le mira como si fuera a devorarlo y termina por mordisquearle los labios, sus ojos se vuelven canallas antes de responderle.

—Inténtalo.

—¿Me estás poniendo a prueba?

Me siento desplazado, hay una brecha de edad entre ellos y yo que se me clava en el pecho. Se retan, me ignoran, se echan un pulso a ver quien aguanta más en un duelo de sexo. Les miro mientras se besan, se hacen cosquillas, sus cuerpos oscilan voluptuosamente, de repente la verga se escurre fuera como una anguila cimbreante y queda tersa y brillante entre sus nalgas.

—¡Eh, tú donde vas, no te escapes! —ríe ella con aire juvenil.

Carmen lanza su mano hacia atrás y la atrapa; Antes de devolverla a su interior la recorre con sus dedos, veo como su hombro se vuelve hacia mi al estirarse para intentar alcanzar los testículos que se encogen cuando sienten el contacto de las uñas. Los araña con suavidad, Doménico se tensa, cierra los ojos y gime, ella fuerza su postura un poco más para recoger con las puntas de los dedos la apretada bolsa, la acaricia, la palpa sin dejar de mirarle, luego desliza la mano, atrapa la barra y la sumerge con habilidad dentro de ella.

—¡A casita!

Le sonríe, se sabe dueña de la situación, él está entregado. Carmen apoya las manos sobre su pecho y le mira arrogante. Doménico gime.

—Aaaah! ¿cómo haces eso?

—¿El qué, esto? —Está disfrutando; el italiano parece atacado por un rayo, mueve violentamente la cabeza a un lado y a otro.

—¡Oh dios! ¿Qué tienes ahí dentro, una boa constrictor? — ella ríe halagada.

—Y da gracias que no puedo apretar del todo, con lo que me has hecho atrás me duele si aprieto mucho —hace un puchero precioso, Doménico se incorpora hasta quedar sentado y la sujeta por los riñones

—¡Pobrecita, ¿te duele el culito?

—¡Bruto, si, me lo has roto! —Se muestra tan tierna que le hace sonreír, la abraza, la besa y se deja caer arrastrándola con él.

—Ya vi lo que te quejabas mientras te lo abría  —Comienza a mover la cintura con rapidez y veo como la hinchada verga sale y entra en toda su longitud, Carmen se incorpora y le frena, toma el control y comienza a moverse lentamente.

—¡Para, me voy a hacer pis!  —le advierte. El contraste es altamente morboso; esa expresión casi infantil proferida por una hermosa mujer desnuda mientras se folla a este hombre resulta escandalosamente erótica.

—Eso espero.

—¡Pero serás…! —exclama regañándole.

Carmen no deja de vigilar mi sueño a cada momento. Luego se vuelve a concentrar en su amante, ambos mueven las caderas con más suavidad, nada de prisas.

—¿Eso es lo que pretendes, que te vuelva a mojar la cama? —insiste en evocar esa imagen morbosa.

—No, mejor nos vamos a la ducha.

—¡Estás loco!”

Observo el rubor que colorea sus mejillas. No, ella tampoco consigue separar a la terapeuta de la mujer que una vez vivió esa escena. Iba a detenerme ahí pero no, ahora sé lo que quiero preguntarle y necesito ahondar en la escena.

—En ese momento hiciste un gesto de dolor que no le pasó desapercibido. Fue cuando te examinó.

Me mira sobresaltada, sé que preferiría hacerme callar pero no lo hace ¿qué se lo impide?

“Carmen se detiene, aparece un rictus de dolor en su rostro.

—¿Qué te pasa?

—Nada, me duele un poquito atrás —Doménico se incorpora sobre un codo.

—Déjame ver.

—¡Si claro! —rechaza ella empujándole hasta hacerle caer.

—Te lo digo en serio, sé lo que tengo que ver, anda déjame —Habla con autoridad, su expresión ha cambiado y ella se da cuenta de que no va a ceder.

—¿Qué pasa, que entiendes de culos rotos? —bromea.

—Pues si, algo entiendo, si —Continua serio, veo que no va a cejar en su intento de examinarla.

—¿Tantos culos has abierto? —Me sorprende la insolencia de Carmen. Doménico la mira y acepta el envite.

—Unos cuantos, si —No parece conformarse con la respuesta, reinicia el baile de cintura sobre el italiano que acusa en su rostro el efecto.

—¿Unos cuantos? —le mira inquisitiva —¿cómo cuántos has abierto? ¿más de cinco?  —Doménico sonríe —¿más de diez?

Comienza a volar sobre su verga, se eleva y luego se deja caer despacio, una y otra vez sin parar, siguiendo el mismo ritmo que le daría a su puño si le estuviera masturbando.

—No sé, no me… he puesto a… contar… diez o doce… si sigues con eso me voy a correr —suplica. Carmen cambia su expresión, ahora sus ojos tienen una aire de maldad.

—Todo un experto rompeculos, ¿eh? —se agacha y lo besa largamente — ¿y has tenido alguna queja?

—Hasta ahora no, espero que no seas tu la primera, ¿Acaso te arrepientes?— Ella le lanza esa carga de profundidad que es su mirada y que puede aniquilarte.

—No, ni mucho menos —voz sensual, voz cargada de deseo.

—¿Te dolió?

—No demasiado, al principio un poco, pero luego… fue fantástico —Doménico la atrae y la besa, sus bocas se buscan con pasión; desde donde estoy puedo ver como sus caderas comienzan a golpearse.

—¿Fantástico, si? —repite él sin dejar de besarla.

—Si, fue genial, ¿quieres una medalla? —dice mimosa.

—Anda, déjame que te lo vea —Cede sumisa, se tiende del todo sobre su pecho, con el rostro en su cuello y deja que él lleve la mano hasta su culo; Doménico maniobra entre sus nalgas, ella tiembla y se queja, «Shhh» le susurra, la calma y ella se mantiene tendida sobre él, Doménico lleva los dedos a su boca los empapa bien de saliva y vuelve a su culo.

—Bueno, tienes una gran hemorroide que se reabsorberá sola, tienes que hacer unos ejercicios para fortalecer la musculatura del esfínter…

Escucho asombrado cómo le va describiendo lo que debe hacer para recuperar el tono muscular y cómo ella atiende sumisa las instrucciones mientras sigue tocándole el ano; no me puedo creer que esté asistiendo a esta escena. Por una parte soy consciente de que jamás habríamos abierto esta puerta sin su ayuda; llevábamos años intentándolo y siempre me detuve ante el más leve dolor. Ahora seremos nosotros quienes lo disfrutaremos, al menos eso es de lo que me quiero convencer mientras observo como Carmen descabalga para dejar que se levante y pueda seguir inspeccionándola. Ambos vigilan mi sueño y cuando confirman que sigo dormido, se sitúa detrás de ella.

—Ahora veré si hay algún daño interior.

—¿Me va a doler? —No puedo creer que se comporte de una manera tan dócil, que se deje inspeccionar sin poner ningún reparo, sin ningún pudor.

—No te preocupes, el esfínter ya está abierto, apenas te molestará.

Me excito sin remedio, la escena es tan impúdica, tan sucia; Doménico  toma el bote de crema que utilizó esta madrugada, se unta el dedo índice y lo aplica con cuidado en el ano, al sentir el contacto Carmen se estremece.

—Tranquila —le dice, luego comienza a presionar —. Relaja —Ella entorna los ojos.

Desde mi posición solo veo como la mano avanza.

—¿Ves? he entrado sin dificultad ¿a que no te ha dolido?

—¡No, no me ha molestado nada! —Carmen parece una cría ilusionada.

—Tienes el culo abierto cariño, ya vas a poder disfrutarlo con tu marido.”

Carmen continua ruborizada, sin hablar.

—Cuando escuché esa frase…

La miro, al fin me mira. Me cuesta continuar.

—Sentí una tremenda confusión. Por una parte era como si alguien me hubiera robado algo, ¿qué absurdo, no? yo mismo le había facilitado el trabajo. Por otro lado, tal y como lo dijo sentí una cierta simpatía por él.

Meneé la cabeza, quería negar lo que acababa de decir, sin embargo era lo que realmente había sentido aquella madrugada.

—Él te aprecia.

—No sigas por ahí, ahora no —objeté sin poner ninguna emoción en mis palabras.

—Estabas… entregada. Me has preguntado por qué fingí dormir. La escena era tan impactante que no hubiera podido romperla, no sé si me puedes entender.

Carmen asintió en silencio.

—Le preguntaste cuántos dedos te había metido.

Desvió la mirada con brusquedad.

“—¿Cuántos has metido?

—Uno, solo quiero ver como están las paredes, parece que todo está bien… ahora si, vamos a probar.

Doménico se unta más crema en dos dedos. Me aturde ver a mi mujer tan entregada, tan sometida. Cuando sitúa la mano entre sus nalgas Carmen hunde los riñones y ofrece más su culo sin que se lo pida, ha sido un gesto mínimo pero a mi me falta el aire en los pulmones. Es su actitud sumisa lo que me impresiona.

—¡Si!, estás abierta cielo, han entrado sin dificultad —le da una ligera palmada en la nalga que me sabe a condescendencia, a autoridad.

—¡No me ha dolido nada! Tan solo un poquito de escozor.

—Eso pasará.

Le acaricia el culo suavemente y deja la mano ahí un segundo, un solo segundo en el que percibo algo en su rostro. Se acerca más a ella, toma su verga y la sitúa entre sus glúteos. Me ahogo, pierdo un latido, quizá dos.

—¿Te atreves..?

—¿No es un poco pronto? —No ha dicho que no, estoy atónito.

—Si te duele paro, te lo prometo.

—¿Tú quieres hacerlo? —Me asombra la sumisión de Carmen.

—Me muero por volver a hacerlo pero esa no es la cuestión ¿Te gustó, quieres repetir?.

Hay un instante de duda, tal vez es miedo; Carmen vuelve el rostro hacia mi, puede que tema que me despierte durante el acto. Yo sigo fingiendo la respiración pausada del sueño, mi tremenda erección puede pasar por la típica crecida matinal. La farsa funciona. Al fin claudica.

—Sí, pero si…

—Al mínimo dolor lo dejamos.

¡No lo voy a ver, no lo voy a ver! Y quisiera ser testigo nuevamente de su sodomización consentida, voluntaria y mucho más consciente que la primera. Su rostro, que tengo tan cerca, será quien me guíe a través de sus emociones.

Doménico sujeta su cadera con una sola mano mientras guía su verga con la otra, Carmen afianza las rodillas y vence el torso hasta apoyar su rostro sobre los brazos en la cama, tiene los ojos clavados en mi cara, siempre vigilando. Cuando el italiano comienza a presionar ella aprieta la mandíbula y entrecierra los ojos pero no dice nada, se muerde el labio inferior y suelta el aire por la nariz. Él lo escucha.

—¿Te duele?” —Hace un gesto negativo con la cabeza que él apenas puede ver y repite la pregunta.

—Un poco.

—Toma.

Doménico estira un brazo y coge la cajita plateada. Carmen ve como prepara una carga y no dice nada.

—Te ayudará.

Ella calla y la aspira, luego espera sumisa a que le prepare la segunda y cuando se la da la aspira igualmente. Agita la cabeza. Me entra frío, un frío helado que me recorre la espalda. Mi mujer es incapaz de negarle nada. Doménico toma un poco de polvo en sus dedos, Carmen le observa, luego se sitúa detrás de ella y se lo extiende con cuidado; observo su mirada incrédula cuando nota el contacto en su esfínter pero se deja hacer; ahora sabe cómo consiguió abrirle el culo, y no dice nada. Se vuelve cuando le escucha coger de nuevo la cajita y ve que toma más polvo en sus dedos, luego se abandona y me mira, eleva las cejas cuando el dedo penetra y le extiende la droga por dentro. Parece una niña perdiendo la virginidad y en algún sentido es lo que le está sucediendo en este instante, su boca se abre por la sorpresa. Doménico se sitúa de nuevo y presiona.

—¿Te duele?

—No.

—¿Seguro?

—No, solo siento un poco de tirantez.

—Intenta relajar, como cuando vas a… —Carmen sonríe, adivino lo que va a decir por la cara traviesa que pone.

—¿Hacer caca? —Doménico le da un azote.

—Las niñas buenas no dicen esas cosas.

—¿Pero es eso, no?

—Si, es eso —termina por decir. Carmen se concentra y pierde la sonrisa.

—¡Eso es! —Doménico ha debido notar el camino más libre; Carmen sopla otra vez.

—!Está dentro cielo! —La veo sonreír —. ¿Duele?

—No —sonríe, no deja de sonreír —. Sigue —le pide.

—¿Sigo? —Carmen se incorpora, su expresión ha cambiado, hay morbo en sus ojos, se vuelve hacia él.

—Te quiero dentro, todo.

Doménico la toma de las caderas con las dos manos y comienza a entrar despacio. Carmen tiene los ojos vidriosos.

—Si te duele..

—¡Calla!

Estoy asustado, Carmen ha cambiado, se incorpora, ahora está apoyada en las manos, el vientre hundido, la grupa elevada, sus ojos turbios; la expresión de su rostro, todo muestra a una mujer distinta, obscena.

—Ya está, dentro, a tope.

—¡Oh, joder! —no parece ella, ni siquiera su voz suena a ella—. Muévete —le ordena.

Doménico comienza a bombear con suavidad, teme dañarla.

—Oh Dios! —exclama, parece un lamento, sus ojos se pierden en algún punto al frente, luego baja la cabeza.

Sigue bombeando despacio, saliendo y entrando a un ritmo lento, sabe lo que hace, de vez en cuando se inclina hacia un lado, intuyo que toma crema y se unta para suavizar el rozamiento. Carmen expulsa el aire por la nariz ruidosamente, no deja de vigilarme pero poco a poco me olvida, su mirada se diluye, se pierde en algún punto en el infinito, eleva las cejas, sus ojos desvarían. Doménico sigue bombeando, se nota que le cuesta controlar el ritmo que quisiera hacer más duro, Carmen deja caer el cuello, jadea, separa más las rodillas y eleva el trasero, gime, escucho el golpeteo húmedo con el que chocan los  dos cuerpos.

Un baile rítmico se adueña de la cama, la espalda de Carmen oscila una y otra vez y su voz entrecortada jadea, se interrumpe en su lamento por el golpear del pubis del italiano en sus nalgas que la castiga sin piedad. Sus manos se aferran a las caderas, los brazos de mi  mujer intentan hacer de tope en las sábanas para no caer de bruces, su melena se balancea impidiéndome ver con claridad esa expresión ausente, ida que sus ojos me devuelven a veces, cuando se acuerda de que su marido está a su lado mientras ella está siendo enculada por su amante. Levanta de repente el cuello como si agonizase, como si le faltase el aire para respirar.

—¡Oh, Dios MÍO!

Su voz parece un sollozo apenas contenido, clama al cielo como si creyese en algo divino cuando en realidad es lo más carnal que le ha sucedido jamás lo que le está haciendo alcanzar el nirvana. Empalada, atravesada por el falo del italiano, abierta por la verga que acaba de conocer apenas unas horas antes. Su rostro me indica que está a punto de reventar en un orgasmo, su primer orgasmo anal.

—¿En qué me estás convirtiendo? —solloza repentinamente.

¿Qué está diciendo? Doménico, tan sorprendido como yo, baja el ritmo, luego sonríe y vuelve a subir el castigo.

—Dímelo tú, ¿qué quieres oír? ¿qué quieres ser?

Carmen calla pero su respiración se ha vuelto más agitada, más jadeante.

—¡Sei una puttana! —Exclama Doménico y golpea su culo con fuerza, Carmen ahoga un grito, ¿de dolor o de placer? no lo sé—. ¿Es eso, verdad? ¿eso es lo que quieres escuchar?

Carmen gime, está al borde del orgasmo,  escuchar como la ha llamado puta la ha llevado al límite y a mí… a mí me ha hecho reconocer cosas que no creí que estuvieran en el fondo de mi subconsciente.

—Di, ¿es cierto, no? Dilo tú, soy una puta, io sono una puttana.

—Io sono una puttana —. Su voz es casi un lamento, un sollozo que expresa unas palabras que jamás creí que saldrían de su boca. Ha elegido decirlo en italiano, le causa más morbo.

El corazón me ha dado un vuelco, mi niña preciosa, mi mujer acababa de reconocerse como puta; es un juego erótico nada más, no puede ser otra cosa ¿solo eso? Tal vez. Mediaba la droga, si, pero escuchar su voz alterada, sensual diciendo…

—Io sono una puttana —Exclamó interrumpiendo mis pensamientos, nadie le había pedido que lo repitiera, fue su deseo quien la instó a pronunciar esa frase, esa declaración de principios mientras su cuerpo era vapuleado por la polla que la empalaba sin piedad.”

Carmen me miró. Agitada, inquieta, con el rostro arrobado. Parecía pedirme que me detuviera más de su boca no salió ni una palabra.

—«¿En qué me estás convirtiendo?» Ese grito desgarrado me ha estado persiguiendo todo este tiempo Carmen.

Nada, silencio. A estas alturas no sabía a quien tenía delante, si a la terapeuta o a la náufraga.  Decidí seguir adelante.

—Aquello se desbocó, Doménico parecía fuera de control, y tú…

“—Si, una ramera de lujo, la mejor, te harías de oro en cualquier burdel, con este cuerpo, con esa forma de follar y ahora con el culo abierto no tendrías competencia.

—¿Si? —gime, apenas puede hablar.

—No lo dudes, serías la reina del burdel.

Doménico está desbocado, apenas le reconozco en ese rostro desencajado por una lujuria desenfrenada que Carmen ha desatado con esa inesperada pregunta, «¿en que me estás convirtiendo?»

Carmen jadea cada vez mas intensamente, la fantasía que el italiano le está inoculando le produce el efecto que busca.

—Puttana… puttana… —murmura mientras su cuerpo recibe los azotes de la pelvis de Doménico.

—Eso es, ¿verdad? esa es tu fantasía, follada por muchos hombres, uno tras otro, y ahora que ya has sido enculada, ya no tienes limites, una puta, ese es tu sueño.

—¡Oh calla! —le suplica.

—¿Te atreverías? estoy seguro que si, sueñas con ello, dime que me equivoco.

—¡No, calla!

Doménico se inclina sobre ella, baja la voz, le susurra mientras sigue bombeando en su culo. Ha perdido el control, está cada vez más excitado.

—Tu marido te conoce bien por eso te ha entregado a mi, sabe lo que eres y te quiere dar todo el placer del mundo, porque te ama, por eso te ha entregado, para que te dome, para que te entrene.

—¡No! —Parece a  punto de echarse a llorar.

Está fantaseando con algo que me estremece, ¿Cuánto tiempo más puedo seguir fingiendo que duermo?

Coge la caja, carga la paleta  y la lleva a su rostro, ¿qué pretende? Carmen lo rechaza pero la sujeta del pelo, la domina.

—¡Toma! —. Se la pone en la nariz y acaba por ceder, aspira, Doménico tiene los dedos manchados de polvo blanco y se los lleva a la boca «¡chupa!» le dice y ella obedece luego toma una nueva carga y se la lleva a la otra fosa, ella no vuelve a protestar y aspira.

—Eres una diosa del sexo Carmen, naciste para esto y tu marido lo sabe, no eres mujer para un solo hombre y lo estás descubriendo conmigo ¿a que si? —. Carmen no contesta, está ida, Doménico golpea su grupa con el pubis —. ¡A que si!

—¡Si! —reconoce por fin.

—¡Si, eres mucha mujer para un solo hombre!, él lo sabe ¿por qué te crees que hace esto?

¿Quién es este desconocido que surge tras quitarse la piel de cordero? ¿Dónde está el Doménico amable, sensible? Puede que solo sea el impacto de la pregunta de Carmen y el efecto de la coca, puede que sea porque yo no he esnifado pero estoy asustado.

Carmen tiembla, lleva una de sus manos abajo, entre sus muslos, Doménico gime, debe haber notado los dedos intrusos a través de la fina pared que se interpone entre ambos conductos y  se corre, Carmen le oye sofocar su orgasmo y sonríe pero no consigue correrse, veo su rostro, lascivo, siente placer, pero es un placer vicario, placer de sumisa, placer de esclava que ve a su amo disfrutar. ¿Por qué tengo un nudo en la garganta? Sus dedos comienzan una frenética carrera sobre su clítoris, su rostro se descompone, vuelve a temblar, su cuerpo se convulsiona.

—Oh, ¡Jo… der! —Apenas consigue mitigar el grito con el que alcanza un nuevo orgasmo.

Doménico se aferra a sus caderas, dobla el cuello. Por primera vez no sé lo que está sintiendo, no conozco por experiencia propia lo que debe ser soportar las contracciones de su esfínter, una enorme amargura me sobrepasa, tengo ganas de llorar.  Carmen explota, las rodillas le fallan y cae, Doménico la sigue porque no quiere salir de ella. Ambos tienen la respiración desbocada, se mantiene apoyado sobre los codos para dejarla respirar. Así pasa el tiempo.

—¡Puttana!” —Carmen le escucha y sonríe.

—¿Eso es lo que quieres que sea?

—Si, una dama en los salones y una puta en la alcoba.

—Una puta en la cama —Parece reflexionar con la idea, la saborea.

—Mi puta.

—Tu puta —repite ella con voz dulce.

—¿Eres mi puta, Carmen?

—Si.”

No reacciona, asiste a mi relato como si fuera la primera vez que lo revisita. ¿Acaso no ha pasado por estas escenas durante su terapia?

—Luego…

Espero, le concedo la oportunidad de que intervenga, de que aporte algo.

Nada. Me preocupa.

—Habló del piercing, parecías tan dispuesta, tan entregada que cuando vi las barras supuse…

Hizo un gesto nervioso, rápido, negando.

—Por eso recordaba a Piera, la mencionó entonces.

Cojo aire, estoy tranquilo, las escenas acuden con sorprendente fluidez.

—Luego sucedió algo que me impresionó.

Parece aturdida, ya no sabe qué le espera.

“—Te has quedado con las ganas.

—¿Qué?

—Antes, cuando cogí el móvil, si Mario no llega a decir nada, ¿qué hubieras dicho tú?

Carmen calla, creo que no le quiere entender.

—Cuando propuse llamar a algunos de mis amigos y cumplir tu fantasía.

Espero su respuesta tenso, completamente tenso, no se qué va a contestar, recuerdo que entonces hubo un momento de duda que yo interrumpí porque tuve miedo de lo que pudiera pasar, ahora de nuevo su silencio me atemoriza; Acaba de haber un cambio de escenario, “tu sei la mia puttana” le ha dicho y ella ha aceptado “Io sono una puttana”. Eso cambia las cosas, la situación no es la misma que anoche cuando él cogió el móvil y amagó con llamar. No sé cual puede ser su respuesta ahora que, cargada de nuevo de coca, en teoría no estoy yo para moderar su deseo.

—¿Qué hubieras dicho si no hubiera contestado Mario por ti?

—No lo sé, todo ha sido tan... rápido…

—Las ocasiones hay que aprovecharlas al vuelo cariño, no hay que dejarlas escapar.

Carmen se revuelve inquieta en la cama, las manos de Doménico la acarician, la excitan, buscan las zonas erógenas.

—Di, ¿te gustaría que ahora se subiese otro chico a la cama y te follásemos entre los dos?  —Carmen se mueve nerviosa —. Sé sincera, es tu sueño, tu fantasía —Doménico le acaricia la espalda, el culo.

—Mario…

—No soy Mario, soy Doménico, te acabo de dar por el culo y si lo deseas puedo poner ante ti a cinco hombres que hagan realidad tu sueño, ¿lo deseas? Nos duchamos, tomamos un café y mientras les damos tiempo para que lleguen, te los presento, charlamos, os conocéis, jugamos…

Carmen se debate, se lleva la mano a la frente, se vuelve boca arriba, veo en su rostro la lucha que mantiene, él la sigue, se sitúa sobre los codos, la besa, pero sé que la está agobiando.

—Eres una diosa, eres puro sexo, lo pensé cuando te vi tumbada en el sofá mientras Mario te comía el coño, pero tú… tú, perra, estabas conmigo, y cuando Mario se levantó y me miraste pidiendo más supe que necesitabas mucho más de lo que yo iba a poder darte y luego cuando me contaste tu fantasía me lo confirmaste. ¡Haz realidad tu sueño cielo, cumple tus deseos!

Carmen le mira fijamente, asimilando lo que él le dice, la boca entreabierta, el pecho elevándose al ritmo de su agitada respiración. Es un tiempo en el que se está decidiendo, creo que tiene la batalla perdida, Doménico también lo sabe, le sonríe.

—¿Llamo? —Va a dar la ultima estocada, Carmen mantiene la pausa.

—Es una locura —El italiano se levanta, lo toma por un si, yo también.

Doménico busca el móvil, camina por el dormitorio manejando la agenda, Carmen parece asustada. De repente se incorpora.

—¡No, espera, quiero hablarlo con Mario, mejor cuando despierte.

Doménico se detiene y la mira con cierta decepción en sus ojos.

—Será una sorpresa.

—No, hasta que lo hablemos, no. —Ahora hay  mucha más determinación en su voz, él lo entiende y deja el móvil —. Es una cuestión de lealtad, Doménico, Mario y yo lo compartimos todo, no sé si puedes entenderlo pero no sería una sorpresa como tú dices, sería una traición.

—Como quieras —Vuelve a la cama y la abraza.

Me domina una doble emoción que me avasalla, Carmen es mucho más leal de lo que yo he sido durante todas estas semanas con ella. Me veo bajando a las infiernos de la sauna y me encuentro ahora, aquí, semanas después manteniendo esta mentira absurda, culpable, mezquina, sin sentido alguno mientras que ella emerge ante mi sincera, fiel, leal ante todo, dispuesta a cualquier cosa, si, pero siempre que sea con la verdad compartida conmigo. Me siento ruin, ¿cómo he podido caer tan bajo, cómo puedo estar mintiendo, y manipulando a mi esposa de esta manera? Ocultándole mi paso por la sauna y exigiéndole a ella todo?

Un movimiento brusco me saca de mis pesadillas. Carmen ha vuelto a pasar por encima de Doménico con la intención de ir al baño y de nuevo éste la retiene sobre él, la besa, la abraza, no puede evitar excitarse al sentir su cuerpo pegado al suyo.

—¡Déjame! —dice ella en un susurro —tengo que ir la baño, vamos a acabar despertándole —No la suelta. Se vuelve y me mira.

Juega con ella, la abraza y la besa, lleva sus dedos a su vientre y Carmen separa sus piernas dobladas y deja que sus dedos se pierdan entre sus muslos, jadea.

—¡Para ya! tengo que ir al baño.

—No quiero separarme de ti.

—Yo tampoco —Hay algo más que deseo en su voz. No, no puede ser, me estoy ofuscando.

Siguen besándose, tocándose con deseo, con obscenidad, y yo continuo escuchando una y otra vez esas dos últimas frases, «No quiero separarme de ti, Yo tampoco», que martillean mi cabeza. Les veo jugando, tocándose, colocados por la droga, sin pudor, ella juega con sus testículos, se los lleva a la boca, los succiona, él le muerde los pechos, le aprieta los pezones, le pellizca los labios del coño, no les importa hacer ruido, me ignoran por completo, ríen, se hacen cosquillas, se meten mano impúdicamente.

—No aguanto más, ¡me meo!

—Vale, pero voy contigo"

—Entre tanta locura, en medio de tanta droga tú seguías siendo capaz de mantener tu lealtad hacia mí. Me sentí tan ruin; yo ocultaba mi paso por la sauna, algo que podía haber compartido contigo antes de llegar a esa situación y no hice. Tú sin embargo te sobreponías a las circunstancias y no olvidabas quienes éramos. En ese momento me di cuenta de lo que significabas para mí.

—Pero no fue suficiente o quizá lo olvidaste demasiado pronto.

—Si, es cierto.

—A veces es necesario escuchar el relato desde otra perspectiva. Me temo que he pasado por esta escena de puntillas, intentando no sentir dolor. Creo que la náufraga me ha engañado y quien sabe si no lo ha hecho en más ocasiones.

—¿Descansamos?

—No, solo necesito beber algo.

….

Estaba recuperada, algo tocada pero la terapeuta había vuelto.

—Bien, ya estamos en el escenario.

—El momento en el que mi mujer y Doménico salen del dormitorio hacia el baño.

Espera; está serena, no percibo tensión en ella.

—Tenía mucha sed. Bajé a la cocina, bebí, paseé por el salón recordando. Me lavé en el bidé de uno de los baños.  Luego subí de nuevo, os escuché, era inevitable, risas, bromas.  Luego… silencios, movimientos  bruscos, jadeos. Aquello se alargaba tanto que comencé a irritarme. A perder el control en realidad. Bajé al salón, cogí uno de los vasos y fui a la cocina, lo rellené de whisky y me lo bebí de un trago. Si, lo sé, absurdo. Empecé a darle vueltas a la cabeza y de la peor forma posible. Me fui al baño y me di una larga ducha de agua fría, para despejarme.

—Sabes que no es esa la mejor manera de…

—¿Qué pasó en el baño Carmen, Qué sucedió allí dentro? Porque la mujer que me encontré después, pegada a Doménico, era otra muy diferente a la que comenzó la noche; no tenía nada que ver con la que vi en el pub con él cuando llegué no, ni mucho menos. Aquella mujer que se dejaba tocar el pecho y que no hizo nada por evitarlo cuando me vio aparecer jugaba un juego conmigo, pero la que me encontré esa madrugada era otra distinta. ¿Qué pasó? ¿qué te cambió, Carmen?

Su mirada ha ido mudando a medida que me escuchaba. Tiene la mandíbula tensa, las cejas apretadas.

—En qué me estás convirtiendo —Susurró con esa voz grave que a veces le surge de lo más hondo.

Silencio; espero.

—He tratado de buscar el origen de ese grito ¿sabes? Acababa de dejar que por primera vez un hombre me examinara en lo mas intimo de mi cuerpo, creo que ni tú lo has hecho. Había estado en una posición que en cualquier otro momento habría considerado las más humillante y vergonzosa de mi vida. Le permití que metiera sus dedos en… en mi culo para ver si me había causado daño porque momentos antes me había sodomizado. Y sin embargo no me sentía humillada ni sucia. Es más, cuando me preguntó si me atrevía a dejarle que me volviera a poseer casi no lo dudé, solo le dije que tuviera cuidado. Quizá por eso, cuando me cabalgaba debí de tener un instante de lucidez y lancé ese grito. Lo que he pensado durante este tiempo y no tengo clara la respuesta es a quién iba dirigido.

—A Doménico —prosiguió —, a ti, a mí misma.

Escuché como el aire salía de sus pulmones vaciándola, dejándola sin defensas, sin excusas.

—Doménico estaba obsesionado con el orgasmo que tuve al comienzo de la noche cuando mojé la cama.  Por eso cuando entramos en el baño no me dejó orinar.

“—Vamos a la ducha —le dice tirando de ella.

—Espera —Carmen se detiene cerca de la taza.

—No, ven —su voz es sugerente.

—¡No puedo! —pero no cede, la arrastra de la mano hacia la bañera y sonríe con malicia, Carmen empieza a sospechar —¿Qué estás tramando? ... ¡No, de eso nada, ni hablar!

Doménico la retiene entre sus brazos, la besa.

—Fuiste tú la que empezaste anoche, no yo, ¿quién fue la que se corrió y lanzó una meada al vientre de su marido, eh? —la provoca con su lenguaje obsceno.

Una oleada de calor arrebata el rostro de Carmen y la obliga a retirar la mirada.

—¡Calla! —protesta débilmente.

El italiano la toma de la barbilla y busca sus ojos.

—Cielo, ha sido una de las cosas más eróticas que has podido hacer a lo largo de toda la noche, me volviste loco en ese momento.

Carmen no sabe qué pensar, evita su mirada pero él la persigue, la besa con una dulzura que poco a poco se transforma en pasión y siente como esa pasión endurece de nuevo su sexo que choca contra su vientre. Está aturdida por lo que intuye que le quiere pedir, una vergüenza escandalosa le incita a protestar. Sin embargo está en sus brazos, algo le impide rebelarse, el morbo de sentirse desnuda, con esa verga clavada entre sus muslos, con ese intenso deseo en los ojos de su amante; se siente tan entregada cuando está con él…

—Fue uno de los momentos más intensos cariño, quiero sentirlo, no quiero ser menos que Mario.

«No significas tanto como Mario», piensa, pero se lo calla; se crea un silencio que la deja en desventaja.

—Ven.

¡Tiene que protestar, tiene que negarse, cómo va a hacer eso! Ahora es el momento, si no lo hace ahora, si no dice nada… Pero ese tono seco, algo cortante que a veces usa, sin llegar ser agresivo le provoca una especie de pequeño shock. No es consciente de que su mente reactiva patrones ya vividos de indefensión.

Se deja conducir a la bañera, aún no sabe cómo va a reaccionar. Ve a Doménico ilusionado, a veces parece más un crio que un adulto. Mientras él regula los grifos hasta obtener una agradable temperatura Carmen apura esos segundos, todavía podría decir algo, aún puede negarse.  Se mantiene cohibida, en tensión por lo que se espera de ella, se sabe rendida al deseo de su amante. «Puttana, puttana»; esas palabras martillean su mente y la excitan sobremanera, ¿por qué no es capaz de negarle nada a este hombre?

Doménico se vuelve, ahora están frente a frente. ¡Habla, di algo! Pero no, se deja conducir bajo el chorro de agua que los cubre a ambos. El cálido rio que desciende por su cuerpo activa su piel e incrementa su necesidad de orinar, las fuertes manos no cesan de acariciarla. Cuando roza sus pechos, cuando sus dedos le acarician los pezones sus párpados caen durante un segundo y al abrirlos ya no piensa.

—Separa un poco las piernas… así. Ahora... ábrete los labios con los dedos, vamos ábretelos —insiste al notar su resistencia; ella cede, el rubor invade su rostro —, eso es cielo, bien ahora, empieza.

Su voz le acaricia, es suave, sugerente, cariñosa, al tiempo que firme y segura. Carmen le mira, se siente violenta ante él aunque también está excitada con su sexo abierto por sus propias manos como una puta, se siente obscena, nunca antes se ha mostrado tan sexual, tan impúdica ante un hombre, ni siquiera ante su marido. ¡Golfa, puta, puttana! ¡Dios, si sigue pensado esas cosas se va a correr!

—¿Qué quieres que haga? —Sabe que la pregunta es absurda, sólo quiere ganar tiempo. Él la mira y sonríe con cierto aire de superioridad que la hace sentir pequeña.

—Orina.

¿Qué orine? El chorro de la ducha en su espalda la incita a dejarse llevar, a soltar la tensión que retiene su necesidad imperiosa de orinar, le duele la vejiga, no puede aguantar más. Sus dedos mantienen separados los labios de su sexo, ¡que degradante! Las rodillas algo flexionadas, las piernas algo abiertas y él mirándola. ¡Qué vergüenza!

Y qué morbo. Indecente, está indecente, sin un ápice de dignidad. Se siente más desnuda que nunca. ¡Puta, puttana! De nuevo su febril mente le lanza esos insultos que no le saben a insultos. Debe ser la droga que la mantiene en este estado de excitación mental.

—Vamos cielo, déjate llevar, orina.

Un escalofrío le recorre el cuerpo. No, es un estallido de placer, nunca…

—Nunca lo he hecho de pie —Se sabe frágil haciendo esta confesión. Doménico sonríe.

—Escucha el agua, relájate.

Esa frase le hace regresar a su infancia, se siente niña y la fragilidad se acentúa. Desnuda, muy desnuda, mostrando su sexo abierto, a punto de orinar ante un extraño, nota su espalda encorvada por la postura y sus pechos inclinados hacia abajo, ¡qué humillante! El pelo mojado chorrea gotas que caen por su cara. Su aspecto debe ser obsceno, cualquier cosa menos erótico, sin embargo él la observa extasiado, expectante, como si fuera… una Diosa, así la llama, una Diosa.  Carmen pierde todas sus defensas, todo su orgullo, todas esas capas que le permiten afrontar el mundo. Ahora si que se sabe completamente desnuda, sin nada que la proteja.

Siente salir el chorro, se asusta, se avergüenza y lo retiene.

—¡Vamos! —Se sobresalta cuando escucha esa voz de mando. Sube la mirada y ve a Doménico ilusionado, erecto frente a ella.

¿Por qué se siente tan débil ante él, por qué se ha vuelto tan dócil? ¿Qué tiene este hombre que le resulta tan inevitable obedecerle? Y obedece, suelta toda la tensión, brota potente el chorro y ya no lo controla, le falta el aire en los pulmones, lo mira caer al frente, grueso, potente y entonces ve a Doménico hincarse de rodillas para que el caudal le empape el pecho y se derrame por su cuerpo y observa atónita la transformación de su rostro en una expresión de absoluta felicidad.

No puede dejar de mirar esa expresión de plenitud que le ilumina cuando sus manos adoptan la posición de un pedigüeño y las llena con su orina. Está abrumada, jamás se detuvo a contemplar como brota la orina de su cuerpo, «eso no se hace» resuena todavía en su mente de niña y ahora… le emociona ese punto de confianza que ha ganado en tan solo unos segundos, la suficiente como para mover tímidamente su pubis y probar a dirigir el caño por el cuerpo de su amante mientras le empapa. No lo comprende, ha sido cuestión de segundos y su cerebro dispara sensaciones inexplicables, emociones desconocidas. Doménico mueve las manos por su pecho y se esparce el líquido amarillo, humeante que hasta ayer le parecía desechable, inmundo, desagradable y ahora… ahora comienza a verlo de otra manera, interpretando lo que observa en las reacciones de su amante, asimilando lo que ve en la expresión del hombre que, postrado ante ella, se baña en su orina como si fuera el regalo de los dioses, la esencia máxima, el perfume ansiado.

Y cuando acaba, cuando ya solo unas gotas caen de su vulva, Doménico dirige sus ojos hacia ella con infinita gratitud y Carmen se siente envuelta por el enorme cariño que él le envía y piensa que ha merecido la pena superar todos sus pudores. Y sabe que, si pudiera volver atrás, lo volvería a hacer; en ese instante tiene la certeza de que el día que se lo vuelva a pedir, y ojalá lo haga, lo volverá a hacer.

Doménico se levanta y ella se da cuenta de que todavía sujeta sus labios abiertos. La abraza, Carmen siente el contacto húmedo en su cuerpo y tiene que reprimir un conato de asco, él nota la tensión en su cuerpo.

—Shhh, relájate, no es malo —Carmen consigue aflojar la tensión —. Gracias cariño, ha sido… maravilloso.

No acaba de asimilarlo pero se deja abrazar, está abrumada por el efecto que ha causado en él. Retorna la vergüenza, el rechazo.

—Nunca pensé...

—Estas cosas no se planifican cielo, suceden.

Está sobrepasada por lo sucedido, tiembla por la emoción, su cabeza es un hervidero de emociones y de ideas.

—Ahora te toca a ti —Carmen levanta la cara y le mira con los ojos muy abiertos —¿No quieres probar?

—¡Ni se te ocurra! —dice empujándole lejos, luego se refugia bajo el chorro cálido y se lava el pecho, huye, huye de él, de sí misma, Doménico ríe, la toma de una mano y la hace girar, ella le mira sorprendida; de su grueso miembro brota un potente chorro que se estrella en sus muslos y estalla en su cerebro.

Doménico tira de ella, Carmen se resiste y él dirige el chorro a su vientre. Carmen siente el choque caliente en su piel y se retira. «Ven aquí» le dice en tono firme, ese tono de mando que le hace encogerse durante un segundo sin que sea consciente de ello. Entonces todo se transforma, algo se rompe en su mente. No ha sucedido nada, tan solo una sensación de calor húmedo en su piel y de nuevo la transformación del rostro de su amante. Doménico ha detenido el chorro, la tiene cogida de las manos, ella ya no lucha, él no la fuerza solo la mantiene sujeta, nota que apenas hay resistencia. Un suave tirón y ella avanza hacia él sin oposición, le mira con los ojos muy abiertos, sin apenas pestañear, él sonríe, «confía en mi», le dice. Carmen baja la vista hasta su verga semierecta.

Doménico le suelta una mano y la pone en su hombro, presiona y ella se agacha, tiembla, se arrodilla sin dejar de mirarle a los ojos, tiene la respiración cada vez mas agitada, «confía en mi» le repite como si fuera un mantra, pero ella sigue muda, su respiración cada vez más agitada asemeja un jadeo. Doménico toma su verga con una mano mientras mantiene la otra en el hombro de Carmen, por fin suelta el chorro que cae sobre su pecho. Al sentirlo, ella se sobresalta, intenta levantarse,  «Shhhh»; la mano sobre su hombro se afianza con firmeza, «quieta». Su voz grave la domina, su mano sobre el hombro la controla y ella… ella parece estar en estado de shock. Él dirige el chorro por sus pechos, hacia su vientre, sube a sus clavículas, Carmen siente el cálido liquido en su cuerpo, nota el vaho cerca, apenas percibe el olor, está conmocionada viendo el chorro que brota frente a ella, hacia su cuerpo. No siente nada, no entiende nada, solo ve la expresión de éxtasis de su amante allí arriba dominándola. Carmen desvía el rostro cuando siente alguna salpicadura, de nuevo él la controla con firmeza tanto con la voz como con la mano que controla su hombro. «Sube las manos» le ordena, ella le mira, «Vamos», su tono es firme y sereno, Carmen le obedece y pone las manos como le vio hacer antes, entonces él dirige el chorro y se las llena de orina, Carmen baja la mirada con brusquedad al sentir el líquido en las manos y las aparta «ponlas otra vez» le ordena y ella obedece  pero ya no las mira.

Cuando el chorro se agota, Doménico se queda mirándola, sonríe satisfecho, contento, ella sigue de rodillas sin dejar de mirarle, sin saber qué hacer, él mantiene la mano sobre su hombro. La orina escurre por  sus pechos y gotea por la parte inferior, Doménico está absorto, maravillado por la imagen que le ofrece. Carmen parece estar en trance, su respiración entrecortada suena en el silencio del cuarto de baño, sus manos extendidas aun gotean, parece implorar. Él deja pasar el tiempo, simplemente la admira.

Carmen sigue de rodillas, apenas piensa, sigue en shock. Desde el suelo Doménico le parece enorme y ella es tan pequeña… siente el vaho de la orina deprendiéndose de su cuerpo, percibe el olor, ya no es desagradable, el miembro pierde vigor ante sus ojos pero eso no le quita atractivo, sus manos se acercan a sus muslos ¡le atraen tanto! se apoya en ellos, son firmes, potentes, con los músculos bien marcados; durante toda la noche se ha sentido tan atraída por esos muslos que no ha podido evitar tocarlos, acariciarlos cuando ha tenido ocasión, ahora, rendida ante él, los acaricia y le mira desde el suelo y le parece aún más arrogante, más viril, más fuerte y ella se siente tan pequeña, tan… sometida.  Su mano derecha se desplaza sola, sin que ella tenga que decidir nada  y alcanza la verga que cuelga perdiendo vigor aunque conserva parte de su volumen, el contacto dispara su deseo. Es suya, es para ella,  desde que la tuvo por primera vez no ha dejado de desearla ni un instante, es hermosa erguida también dormida. La acaricia, siente el deseo despertar en su vulva y sus dedos se pierden en su interior.

—Carmen…

La voz de su amante es el inicio de una excusa pero ella no escucha, sus dedos ya danzan entre sus labios, más allá, comienzan a hurgar dentro. Los dedos que acarician la verga que descansa solo quieren adorarla, cobijarla en su mano, disfrutar del contacto, seguir el contorno de sus venas, notar la suavidad de su piel, la desea aunque solo sea para tocarla, ¡es tan hermosa! La más hermosa que ha conocido en su vida, la más potente, la más gruesa, la que más le ha hecho sufrir y gozar, la que la ha llevado más lejos. Conserva en su mente la imagen de esa verga que adora inundándola de orina, llenando su pecho y sus manos de un liquido que ya no significa lo mismo que antes, no, ya no.

—Carmen, no puedo más.

Pero ella no escucha, los dedos ya han iniciado un ritmo frenético en su clítoris. La mano rechazada se refugia en su pecho; se sienta sobre sus pies, gime, gime, pellizca su pezón, lo estira buscando acelerar el clímax y culmina frente al amante que no puede saciar su hambre y que la observa atónito mientras se derrumba contra la pared de la ducha, exhausta, agotada, mientras su mente se nubla repleta de imágenes oníricas en las que sigue siendo bañada por ríos que nacen de una gigantesca verga que surge del pubis ante el que ella se arrodilla y se aferra a esos muslos de un gigante que la obsesiona.

Le mira jadeando, todavía excitada, con los dedos aún en su sexo. Es tan hermoso… Vuelve a latir, su sexo vuelve a latir y los dedos que no han abandonado el cobijo entre sus labios reinician la suave caricia, ¡Oh Dios, cómo le desea! tan arrogante, tan fuerte…

—Carmen para.

Es tan atractivo, tan fuerte… le hace sentir tan segura, le desea tanto, tanto…

—Carmen basta.

Doménico se agacha, la coge por las axilas y la ayuda a levantarse.”

 

Quedamos mudos, no sabría decir cuánto tiempo, puede que un par de minutos, puede que más. Carmen aferra su mano izquierda como si temiese que se le fuera a escapar. Imprime un leve balanceo a su cuerpo, casi imperceptible.

Al fin salgo de ese trance en el que nos hemos quedado. Recuerdo que escuché el graznido de una corneja y eso me hizo girar lentamente el cuello hacia la ventana. Poco a poco volvía a recuperar la conciencia. Carmen respiró profundamente. Hemos roto el impasse.

Me levanto, camino hacia la ventana, miro sin ver.

—Lluvia dorada, vaya —No sé con qué intención he dicho eso, tampoco sé qué habrá interpretado Carmen.

La escucho salir. ¿Debería haber intervenido para evitarlo?

Al poco regresa. No es mujer que huya.

—Fue un shock muy fuerte, imagino.

Trae dos vasos de agua y me ofrece uno.

—He analizado varias veces esa escena, incluso la he reproducido a solas, en la montaña. Necesitaba evaluar en qué medida la ingesta de droga afectó a  las percepciones que tuve.

—¿Y?

—No sé Mario, ahora mismo no sé con quien hablo ¿me lo puedes aclarar?

—Estoy aturdido.

—No es eso lo que te he preguntado pero ya me vale como respuesta; el profesional no estaría aturdido, lo afrontaría sin dejarse llevar por la emoción que una declaración así le pudiera provocar. Es más: una declaración de este tipo no le debería provocar emoción alguna. Ya veo que no estás actuando como terapeuta, estás actuando como marido.

—¿Y cómo lo controlo dime, cómo lo hago?

—Tienes la experiencia, los conocimientos y la práctica para saber como hacerlo. Y nos jugamos tanto como para que te pongas a ello. Si Mario, Doménico me inició en la lluvia dorada ¿puedes afrontarlo como mi terapeuta?

—¿Podemos hacer una pausa? necesitaría unos minutos para asimilarlo.

—Claro.

Nos levantamos, cuando ya salía del salón me detuve.

—Antes respóndeme una pregunta, como mi mujer: ¿Lo volverías a hacer?

Supongo que calibró si era pertinente, si la respuesta afectaría al curso de la terapia. Más allá su expresión me transmitió un atisbo de pudor.

—Si, lo volvería a hacer. ¿Algo más?

No, tenía suficiente. Salí a la calle; el jardín se me quedaba pequeño.

….

Media hora más tarde regresé. Encontré a Carmen en la parte trasera sentada con un botellín y un cigarro.

—¿Quién eres?

Sonreí. Si yo lo supiera.

—Un hombre asustado por el vértigo —respondí.

Me senté a su lado, el olor dulzón de la marihuana penetró en mi cerebro.

—Son tantas cosas... hubiéramos necesitado más, una semana es poco tiempo.

—Es lo que tenemos—dijo zanjando mi deriva.

Se lleva el cigarro a los labios, aspira una profunda calada que retiene en los pulmones y luego suelta lentamente. Me mira. Tiene los ojos achinados; ya voy reconociendo esa mirada nueva que le da la droga.

—¿Te has dado cuenta de que cada vez que comienzas a hablar de ti, de tu vida durante estos meses lejos de mí, siempre acabas haciéndome hablar?

Sonríe, está serena, con esa laxitud que le confiere la hierba. No me reprocha nada solo expone un hecho. Recapacito y caigo en la cuenta, ¿cómo no lo he visto?

—No es algo deliberado, ¿por qué no me lo has dicho antes?

Estoy enfadado conmigo mismo.

—Supongo que tienes tanta necesidad de saber que te olvidas de que yo también quiero conocer qué fue de ti todo este tiempo.

—Lo siento, no me he dado cuenta…

—Su mano me sujeta el antebrazo poniendo fin a ese brote de disculpas.

Y hablo, le cuento la pena, la soledad, la idea fatalista de pensar que todo se había acabado, mis precipitados planes de un futuro lejos, en Upsala, en Irlanda. La incoherencia entre lo que quería decirle y lo que surgía de mi cuando la tenía enfrente, el dolor cuando nos separábamos por no haber sido capaz de dialogar, por haber destruido la posibilidad de acercarme a ella. Esa sensación de ser otra persona frente a mi socio, mis compañeros, esa desagradable sensación de sentirme incómodo, tan incómodo como para desear alejarme de todos.

Y la obsesión por vigilarla, por seguirla sin que me viera. Sabía que me estaba autodestruyendo y que con ello me alejaba de una posible reconciliación, sin embargo no podía parar. Fueron días turbios, sucios, que me han enseñado mucho de la naturaleza humana.

—Menos mal que estuvo Graciela.

—Nunca podré agradecerle suficiente lo que ha hecho por mí.

—Por nosotros.

La realidad es que si no hubiera sido por Carmen, Graciela no habría sido capaz de intervenir, no habría sabido hacerlo, no hubiera dado los pasos necesarios. Me inclino hacia ella y la beso, no son necesarias las palabras ella me entiende.

—¿Seguimos?

Da una  profunda calada al porro, luego me mira, sé que intenta entender qué busco.

—Como quieras.

—¿Aquí?

Aplasta el cigarro contra la madera del suelo y se levanta.

—No, hagámoslo bien.

Entramos en el salón y ocupamos nuestros lugares. Carmen tiene esa laxitud que le da la maría pero no le impide estar centrada. Cuando voy a comenzar a hablar me detiene.

—Te recuerdo que en esta sesión yo soy la terapeuta.

Me sorprende; es cierto, lo había olvidado.

—Si no recuerdo mal, la escena de la que parte todo y que intentaste obviar es cuando te fuiste a duchar y al volver nos encontraste desayunando juntos, ¿es así?

—Bueno, antes de eso surge la inquietud por lo que tardabais en la ducha.

—Eso ha quedado aclarado ya, Doménico me iniciaba en la lluvia dorada.

Esa crudeza con la que se expresa me trastorna, sé que lo hace a conciencia, como parte de la terapia; cada vez que emplea esa estrategia me siento observado, espera ver mi reacción. En esta ocasión intento ocultar mis emociones pero sé que ha sido en vano.

—Ya, ya me lo has contado.

—¿Tan difícil de asumir te resulta?

—Me cuesta si, sobre todo porque acabas de reconocer que no lo ves como algo accidental, producto del momento, de la droga, de… ¡qué se yo! Lo tienes muy claro, si la ocasión se presenta no lo dudarás.

Carmen acudió la pitillo para ganar tiempo, expulsó el humo con cierta parsimonia antes de responderme.

—¿Crees que no le he dado vueltas durante todo este tiempo? Yo también he pensado si no me dejé llevar del efecto de la droga, si todo lo que experimenté mientras orinaba sobre el cuerpo de Doménico es una aberración. Tantas veces he cerrado los ojos y me he visto de rodillas en la ducha frente a él sintiendo la cálida fuerza del disparo recorriendo mi pecho… Y cada vez que he revivido esas escenas he vuelto a despertar unas emociones desconocidas, incontrolables, que intento desterrar, racionalizar y contra las que no consigo oponer argumentos sólidos.

Me observó un instante esperando que la rebatiera pero esperé, sabía que no había acabado.

—Allí en la montaña me propuse repetir la escena; una mañana oriné de pie y temblé de los pies a la cabeza, pero al mismo tiempo me sentí liberada, podía hacerlo si, podía hacerlo. A partir de ese día lo repetí como parte de mi terapia y te puedo decir que ha sido muy fructífero separarlo del sentido erótico con el que comenzó.

—No estoy seguro de entenderte.

—Más tarde me entenderás, ten paciencia.

—De acuerdo.

—¿Seguimos? El contexto está establecido.

Asentí, debía volver a la escena que había evocado y que debíamos analizar.

—Mientras vosotros estabais en la ducha, mientras Doménico te iniciaba en la lluvia dorada… yo me sentía desplazado, ninguneado; bajé al salón y…

Omití que estuve a punto de hacer una tontería con el whisky, no aportaba nada al análisis, solo añadía un plus de lástima que podía sesgar la figura de la terapeuta.

—Me duché; mientras tanto bajasteis a la cocina y al salir nos cruzamos, os encontré… acaramelados si, lo voy a relatar tal y como lo sentí entonces, estabas entregada, vencida en su hombro, sumisa y yo necesitaba subir a vestirme, intenté ocultar mi malestar pero creo que no lo conseguí.

—Recuerdo que te noté tenso, irritado, pero no conseguí que me respondieras. Yo acababa de pasar por la experiencia y todavía estaba sumida en un estado casi de trance.

—Algo debió notar Doménico porque nos dejó solos.

—Si, pero no conseguí que me dijeras qué te pasaba en realidad, quería que lo hablásemos y tú sin embargo te cerraste.

—Lo sé lo sé, estaba tan dolido por lo que acababa de ver…

—Ese fue el error, inhibirte, quedarte como un espectador y no participar, éramos tres Mario, desde el principio decidimos ser tres.

—Nunca creí que me sucedería algo así, jamás  he sentido que la diferencia de edad que tenemos sea un problema, porque no lo es, nunca lo ha sido ¿qué pasó, por qué me afectó de esa manera? Me preocupa que vuelva a suceder, eso si que podría acabar siendo un grave problema entre nosotros. Me preocupa mucho Carmen.

Me tomó de las manos y comenzó a acariciarlas.

—¿Cuándo ha sido un problema? Ni siquiera aquella noche lo fue, si no te hubieras inhibido habríamos seguido jugando los tres y probablemente todo habría sido mucho mejor de lo que fue.

Se detuvo, probablemente estuvo calibrando lo que acababa de decir, ¿mejor, mejor aún?

—De todas formas aquello ya es pasado —añadió resueltamente—, y no va a volver a suceder; la próxima vez que estemos con otra persona, sea Domi o sea quien sea…

Me estremecí, mi mujer lo tenía claro, volveríamos a follar con otros hombres, quizá con Doménico, era cuestión de tiempo.

—Lo vamos a disfrutar juntos, sin traumas, tú y yo ¿de acuerdo?

—¿Tan claro lo tienes?

—Es… una hipótesis, si acaso llega a suceder…

—Claro.

—Esto no es una competición a ver quien la tiene más larga o quien aguanta más; tú y yo nos amamos y si acaso metemos a otra persona en nuestra cama es para que lo pasemos bien no para sufrir, así es como me lo planteo.

—Así es como debe ser.

—Y si Domi tiene un aguante que me hace decirle… ¿cómo fue?

—«¿Y esta maravilla no se cansa nunca?»

—¡Eso! Pues alégrate porque tu mujer esta disfrutando de lo lindo —Sonrió como una chiquilla.

Me observó, intentaba saber si realmente había asimilado el mensaje.

—Tienes razón, supongo que me pilló todo tan…

—No hay excusa Mario, fue puro machismo, te sentiste humillado; en lugar de pensar en mí, en que tu mujer estaba gozando de lo que ambos habíamos decidido hacer te dedicaste a lamentarte, te montaste una película en tu cabeza según la cual tú salías derrotado en una absurda competición.

No supe qué contestar, sus argumentos eran irrebatibles.

—Y si alguna vez llego a compartir cama contigo y con Graciela o con alguna otra mujer, espero no actuar como lo has hecho tú.

—Estoy convencido de que no lo harás.

—Y ahora sigamos, me temo que he intervenido demasiado.

Necesité un momento para recuperar la historia, Carmen así lo entendió y me concedió la pausa que precisaba.

—Cuando Doménico regresó hubo algunos momentos difíciles. Tú estabas muy entregada, quizá fuera por la droga o puede que fuera por lo que acababa de suceder en la ducha.

—¿A qué te refieres?

—Cuando volvió nos trasladamos al salón ¿recuerdas? Te faltó tiempo para  sentarte a su lado, en el sofá; él comenzó a hablarnos sobre el club, hizo una exposición bastante detallada sobre su funcionamiento pero yo estaba más pendiente de ti, de tu comportamiento. Si —dije al ver su extrañeza—, estabas entregada, mimosa; te acurrucaste en el sillón, pegada a su costado, con las piernas flexionadas de una forma casi obscena.

—¡Qué dices!

—Se un poco profesional y déjame hablar.

—Pues entonces no te dirijas a mi, habla de tu esposa.

 

—De acuerdo, comenzaré de nuevo. Cuando Doménico volvió nos trasladamos al salón, él se dirigió al sofá y mi mujer corrió a sentarse a su lado, lo hizo de una forma… Se pegó a él, subió los pies al sillón, las piernas dobladas, pegadas al pecho quedaron desnudas frente a mi, Doménico la recibió en su costado, la rodeó con el brazo y ella se entregó si, se entregó. Frente a mí la tenía prácticamente desnuda, ¡qué digo! desnuda ya que el albornoz había quedado a la altura de su cintura y lo enseñaba todo sin pudor, sus nalgas, su sexo hinchado. Puede que lo más erótico no fuera eso sino la laxitud con la que se dejaba caer sobre el costado de Doménico. Daba a entender que era suya.

Carmen no dijo nada, el rubor de sus mejillas hablaba por ella. Decidí continuar.

—Doménico no dejaba de hablar sobre el club. No sé si alguien lo pidió, el caso es que te levantaste…

—Se levantó.

—Si, se levantó y trajo café, ¿por qué se vino conmigo? Puede que viera algo en mi que le hizo venirse a mi lado no lo sé, el caso es que se sentó sobre mis piernas y me rodeó el cuello con sus brazos. Era mía pensé, la había recuperado. El italiano seguía hablando y la verdad es que nos cautivaba la idea de acudir allí.

—Propusiste llevar a Graciela.

—Si, lo recuerdo. Entonces Doménico miró buscando unas pastas y te levantaste para traerlas, se levantó —corregí—, mi mujer se levantó para buscarlas. Me pareció que adoptaba una conducta tan servicial, tan sumisa que me molestó. No es propio de ella que se humille de esa forma.

—¿Crees que se humilló por levantarse a traer unas pastas que sabía dónde estaban?

—Era un detalle dentro de un contexto. Si, me pareció que adoptaba una conducta sumisa, servicial. El caso es que cuando regresó con la caja de pastas sucedieron dos cosas, la primera: Doménico la obsequió con un «Gracias nena» y mi mujer no reaccionó como era de esperar. Ese apelativo, nena, es algo que no soporta, podía haber establecido unos límites pero ya que no lo hacía esperaba ver algún gesto de malestar. No lo vi, aceptó ese “nena” como si no le doliese.

Desvió la mirada, ¿qué estaría pensando? Le di el tiempo suficiente para una explicación y cuando entendí que no la iba a obtener continué.

—La segunda cosa que sucedió fue que no solo no rechazó ese “nena”, Doménico le agradecía desde el sofá que le hubiera traído las pastas, como si fuera su… no sé cómo definirla: sirvienta, criada, acompañante. Y ella se agachó y respondió a lo que era evidente que le estaba pidiendo, un beso. Pensé que volvería conmigo pero me esperaba una nueva sorpresa, se quedó de pie a su lado mientras él la rodeaba con el brazo y continuaba hablando donde lo dejó. Ahora si que parecía…

—¿Qué?

—Apenas atendía a lo que hablaba, solo tenía ojos para la escena que se desarrollaba ante mí, mi mujer apoya el culo en el respaldo y él habla mientras le acaricia la cadera. Si tuviera un galgo afgano sentado a su lado le acariciaría el lomo ¿entiendes?

Tiene la respiración agitada, le brillan los ojos, el rubor de sus mejillas no mitiga. Pero calla.

—Y él hablaba, pero sabía lo que hacía. Poco a poco su mano fue descendiendo por el muslo hasta perderse bajo la ropa. No dejaba de mirarme ¿sabes por qué? Estaba estableciendo los nuevos roles, tenía a mi mujer en su poder y me lo hacía saber. Hablaba si, pero había otro discurso subyacente en el que nuestras miradas establecían un nuevo orden. Su mano recorría su cuerpo por debajo de la bata hacia sus zonas más intimas y cuando llegó a su sexo… ella se acomodó para darle acceso. Si, lo vi; fue algo leve, tenía los pies cruzados e hizo un ligero gesto, casi distraído para separar las piernas, lo suficiente para que esa mano que acariciaba su vello púbico pudiera traspasar la barrera y llegar más lejos, más hondo. La sonrisa que apareció en su rostro la delataba.

—¿Y todo eso lo viste mientras él hablaba del club?

—Si, más o menos.

—Ahora déjame que vuelva a ser tu mujer y te cuente lo que yo recuerdo. Recuerdo haber vivido una experiencia nueva, única, algo que jamás pensé que viviría, algo que me dejó tocada. Salí del baño… trastornada, intentando recuperarme de aquella experiencia de la que no renegaba ni reniego pero que todavía no había asimilado. Estaba en una nube, y me refugié en la persona que tenía cerca, Doménico. Cuando apareciste enseguida vi que te sucedía algo, estabas molesto, celoso. Intenté hablar contigo y a duras penas lo logré. No era el momento de compartir contigo lo que me sucedía, lo que había hecho, lo que sentía.

Me pidió calma con un gesto y detuve mi protesta.

—Cuando nos trasladamos al salón volvíamos a jugar, éramos tú y yo y además Doménico,  como al principio, como en el pub donde comenzó todo, donde nos encontraste; allí jugamos los tres, me viste entregada a él, con su mano poseyendo mi pecho y participaste ¿por qué no terminar la noche de la misma manera? ¿Qué pasó, por qué empezaste a verlo como un juego de poder en el que uno pierde a la mujer y el otro la gana? Yo no jugaba ese juego y te puedo garantizar que Doménico tampoco.

No había acritud en su voz; no había abandonado del todo su papel de terapeuta, si lo hubiera hecho y la que hablara fuera la esposa a estas alturas debería estar asqueada por la interpretación que yo acababa de dar de aquella escena.

Porque ahora me situaba ante lo que había sentido entonces y no me podía creer que esa fuera la realidad que creí ver. Un relato de rancio machismo, de posesividad, de celos. Haberlo puesto en palabras me enfrentaba a una historia que había arrastrado desde entonces sin cuestionarla, sin filtrarla por el tamiz de la razón.

No podía creerlo, aquello que acababa de relatar lo había protagonizado yo.

Mi cabeza bullía buscando una explicación racional, una teoría que encajase con mi conducta.

De pronto lo vi. Fue uno de esos momentos en los que surge la chispa. Miré a Carmen; podía ser, si lo tenía.

—Eureka —dijo contagiándose de la emoción que le transmitía mi rostro.

—Creo que lo tengo.

…..

Trabajo sobre la hipótesis que ha surgido durante la sesión, es solo una teoría pero parece sólida, existen precedentes que la confirman y antes de presentársela a Carmen estoy escribiendo para ordenar mis ideas, darle cuerpo y asegurarme de que mi teoría se ajusta a los hechos que hemos vivido y no solo a la escena que analizábamos en la sesión.

Mi hipótesis se basa a grandes rasgos en que la ingesta de cocaína pudo provocarme un brote psicótico leve que desencadenó una conducta depresiva seguida de episodios de tipo paranoide y acompañada de pensamientos obsesivos que hicieron el resto. Es solo una teoría pero encaja.

Carmen me ha dado espacio y tiempo, ha desaparecido silenciosamente.

…..

—¿Ya has acabado?

—De momento pero me queda bastante por perfilar.

—Estoy tomando algo en el pueblo, ¿por qué no te vienes?

Media hora más tarde entraba en la plaza; enseguida la vi, sentada en una mesa de la terraza del bar que solemos frecuentar. Luce espléndida con un vaquero blanco y una blusa de escote generoso, calza unas sandalias de medio tacón, consulta el móvil descuidadamente.

Me ve llegar y se le ilumina el rostro.

—¿Has avanzado?

—Bastante pero todavía me queda.

—Lo imagino, ¿me vas a adelantar algo? Ya, ya veo —Dice al ver mi gesto de duda.

—Prefiero esperar a cerrarlo del todo.

—Lo entiendo.

Con elegancia abandona el tema, habla del pueblo, de la cantidad de gente que ha venido esta semana santa; está bien, debemos darnos un respiro, olvidar por unos momentos el motivo por el que estamos aquí y jugar a vivir un velada normal, como tantas otras.

Vibra el móvil sobre la mesa y capta su atención; una sonrisa da pie a una breve respuesta que sus ágiles dedos resuelven en un par de segundos antes de sepultarlo en el bolso. Atrapa al vuelo al camarero para que nos sirva otra más de lo mismo. No ha perdido la dulce sonrisa que nació tras leer el mensaje. No pregunto, no comenta; enciende un pitillo; se está bien dice, no apetece volver todavía.

Se pierde observando unos niños, siguiendo a la gente que pasea; unos segundos en los que la observo ahora que he desaparecido. Es ella, sigue siendo ella sin embargo algo me dice que tengo que comenzar a conocerla de nuevo, poco a poco como hice la primera vez, en la universidad, en esos almuerzos cuando salíamos de clase, escuchándola, descubriendo su carácter, sus deseos, su forma de ser. No puedo dar por sentado que la conozco, la mujer que ha convivido conmigo todos estos años solo es una parte de la que ahora está a mi lado, otra parte ha muerto, debo saber cuál es la que queda, si me equivoco puedo arruinar nuestra convivencia.

—¡Vaya por fin se os ve el pelo!

Me levanto para saludar a nuestros vecinos, les acompañan Marta y Alejo y otras dos parejas con los que solemos vernos a veces. «¿Qué ha pasado que no hemos estado “visibles”?» dice German, nuestro vecino con el que suelo mantener bastante relación. Es cierto, nuestra vida social ha sido nula.

—Apenas nos hemos movido de casa —Miro a Carmen mientras improviso—, estamos volcados en un caso muy complejo y…

—Si —Carmen toma el relevo—, no están siendo unas vacaciones normales.

Bromean porque estemos tan “entregados” a nuestra profesión, les seguimos la broma sin mucha gana pero detecto algo en el ambiente que no acabo de interpretar.

—Por cierto, dile a tu marido que cuando venga solo no conduzca como un loco —dijo Marta, luego me miró como si llevase una jugada ganadora.

Hice un rápido análisis de la situación: Observé como se miraban entre ellos, estaba claro que el fin de semana con Graciela había sido fuente de todo tipo de comentarios. No obstante por la forma en que se habían mirado debieron pensar que Marta estaba yendo demasiado lejos pero es su forma de ser, no tiene escrúpulos a la hora de indagar en la vida de los demás.

Carmen y yo nos cruzamos la mirada una fracción de segundo. Suficiente.

—¿A dónde ibas a toda velocidad el otro día cuando saliste quemando rueda? Esa chica que estaba contigo se quedó la pobre…

—¿Graciela no?  —me preguntó Carmen. Rápida, directa; entendí inmediatamente el juego que llevaba y asentí manteniendo la misma indiferencia.

Desvió la mirada hacia Marta y sin mover un solo músculo la fulminó.

—Es la amante de mi marido.

Por un instante el mundo se detuvo, el desconcierto del grupo que poco antes bromeaba por nuestra falta de tiempo libre, por tener que trabajar en semana santa era todo un espectáculo que merecía la pena contemplar.

—No, es broma —dijo con un tono de condescendencia—. Siento chafarte el cotilleo, solo es una amiga; de los dos.

No lo encajaron mal; a su estilo, desenfadado, trivial; simplemente redirigieron el foco de las pullas hacia Marta que intentaba disimular el cabreo sordo con el que todo mal perdedor reacciona cuando las cosas no salen como espera.

…..

—¿Quemando rueda?

Apenas se habían despedido cuando Carmen quiso saber.

—Graciela fue muy dura conmigo, supongo que no esperaba aquel comportamiento.

—Y tú diste la espantada.

—Algo así.

Deja morir el asunto, está todo hablado. Volvemos al presente, a temas cotidianos, intrascendentes, evitamos hablar de la terapia, de lo que nos ha traído aquí, «¿Volverás a dejarte el pelo largo?» Sus ojos brillan, sabe cuánto me atrae su melena, no promete nada, le hablo de lo que me gusta el roce de su pelo en mi piel, en mis labios, «en tus labios» repite y sus ojos cambian, nos hemos entendido, ambos sabemos de lo que hablamos, «Si tanto te gusta tendré que dejármelo crecer», su mirada se centra en el bulto que se marca en mi pantalón y sonríe de una manera perversa, sabe de sobra que ha sido ella la culpable.

—¿Vas pagando?

Me quedo solo con mi problema, el camarero trae la cuenta; me he dejado la cartera en casa  y cojo su monedero; tropiezo con el móvil y surge impetuosa la tentación; no han pasado más de dos o tres minutos desde que entró al bar, solo tengo que arrimar la mano al bolso que he quedado tan cerca, en su asiento, coger el móvil y desbloquear; compartimos clave: año mes y día en el que, abrazados en la cama de mi dormitorio decidimos compartir nuestra vida.

Vacilo, la tensión agarrota mi cuello, me parece que el tiempo escapa velozmente y con él la oportunidad de saciar mi curiosidad malsana.

No debo hacerlo.

Pero la tentación es más fuerte que yo, los dedos avanzan nerviosamente y como un ladrón que teme ser descubierto hurgan en el bolso, palpan a ciegas y lo encuentran; tengo la sensación de que todos a mi alrededor me censuran. Tecleo la contraseña y aparecen los últimos mensajes.

«Dime algo»

«Todo bien, difícil pero bien»

«No te he querido volver a llamar»

«¿Y papá y mamá?»

«Bien, no te preocupes»

«Mañana volvemos a casa, me parece mentira»

«Y mi cuñado ¿feliz como una perdiz?»

« tq chiqui, el lunes hablamos»

Lo solté como si quemase, me avergonzaba si, pero al mismo tiempo sentía una inmensa tranquilidad que me resarcía del acto que acababa de cometer.

Miré hacia atrás y la vi caminando a pocos pasos.

—¿Ya?

—¿Ya, qué?

—Si ya has hecho lo que tenías que hacer.

—Carmen, yo…

—Que si has pagado, ¿podemos irnos?

—Ah, no, todavía no.

—Claro —dijo cazando al vuelo al camarero—, si no te hubieras entretenido violando mi intimidad.

Clavó sus ojos en mi.

—Esperaba que no lo hicieras, sabía que estabas deseando que te contara con quién, pero esto…

Un gesto con el que le di a entender que ni tenía palabras ni argumentos sirvió para declararme culpable; de alguna manera sabía que aquello no iba a suponer una gran pelea, tal vez el tono, la forma de mirarme, no sé, había algo que me hacía pensar que de allí no saldríamos enfrentados,

—¿Cuántas veces hemos estado así, mandando y recibiendo mensajes sin que hayamos necesitado contarnos nada?

—No tengo excusa.

—No, no la tienes, ¿qué será lo siguiente, revolverás mi bolso cada vez que llegue a casa? ¿Volverás a olisquear mis bragas como ya hiciste una vez?

Respiró profundamente; me humillaba más el hecho de que ni siquiera estuviese indignada.

—No sé qué hacer.

—Volver a ser tú, o el que creo que eras.

—¿Lo has leído todo? —Preguntó tras un silencio insoportable.

—Si, eso creo.

—No sé si has atado cabos pero por si no lo has hecho, ya tienes la clave a tu incógnita.

—¿A qué te refieres?

—Tenías una duda pendiente; otra de tus investigaciones por no llamarlo espionaje: Con quién hablaba por teléfono de madrugada.

«No te he querido volver a llamar» decía Esher; ¡había sido ella!

—¡Bingo! No se te ocurrió pensar en mi hermana no, tenía que ser algo escabroso.

La llamada

Mario duerme, por fin duerme. Carmen escucha su respiración pausada, tranquila. Reconoce ese ritmo lento como el oleaje cuando comienza a subir la marea.

Le gusta pasear descalza cerca de la orilla, escuchando el sonido tenue de las olas que vienen a morir a sus pies cuando solo alcanza a ver la espuma en la que se refleja la luz de la luna. Cuántas veces hemos hecho ese recorrido de la mano en silencio, dejándonos llevar del murmullo del mar, permitiendo que la marea nos alcance.

Mario duerme y ella… ella sigue sin conseguirlo, atrapada por tantos pensamientos que no la dejan cerrar los ojos.

Todavía tiene fresca la mirada de Mario cuando por fin confesó: «¿Es amor? Pues si, es amor, es amor».

Es amor. ¿Tan evidente era ante todos? Doménico, Claudia, Tomás… Todos en algún grado se lo han dicho. ¿Por qué ha costado tanto reconocerlo?

Ama a Carlos, está enamorada de él, por fin se ha atrevido a decirlo en voz alta, ante Mario pero lo más importante, ante sí misma. Ama a Carlos aunque puede que sea tarde.

No sabe qué vio en sus ojos, pena, estupor, miedo; no lo sabe a ciencia cierta, Se refugió en sus brazos, necesitaba su protección, le necesitaba, temía que esa confesión les apartase de nuevo.

Sin embargo le sintió más cerca que nunca, volvió a tenerle a su lado, como siempre lo ha tenido en los malos momentos, apoyándola, aconsejándola, dándole ánimos , calmándola. Ese es él, su mejor amigo, no iba a fallarla en ese momento.

Y luego ya en casa, en la cama no se ocultó, sabe que Mario fue consciente de que allí también estaba Carlos, era inevitable. Le miraba pero sus ojos se perdían, sus manos le acariciaban pero añoraba el tacto de su amante, y decidió no censurar lo que sentía, ¿por qué hacerlo sin contaba con la complicidad de su esposo? Se dejó llevar y le hizo el amor a los dos.

No puede continuar, apenas han pasado una horas y sigue tan sensibilizada como entonces, ha bastado un recuerdo y las manos se mueven, acarician, se han ido a buscar… si, los dedos se deslizan con facilidad en medio de la abundante humedad; cubre el pezón erecto, juega con el aro. No, no puede continuar en la cama, va a despertarlo.

Se levanta con sigilo, aguarda un momento hasta que comprueba que no ha interrumpido el sueño, coge su camisa, sale de la alcoba y baja las escaleras con cuidado.

«Carlos, Carlos, ¿será posible que vuelvas a mí?»

Bebe agua para mitigar el ahogo que le atenaza la garganta, espera apoyada en la mesa de la cocina, ¿qué espera? No puede volver a la cama, no en ese estado. Abre la puerta, una bocanada de aire fresco la envuelve y la hace consciente del calor que emite su piel. Se envuelve en la camisa, huele a él. Los sonidos de la noche la llaman; sale al porche, apenas un paso, dos, durante unos segundos permanece inmóvil luego avanza, sale al exterior, escucha el murmullo del aire en las copas de los árboles y traspasa los escalones. El frescor de la hierba en los pies le recuerda su desnudez. A medida que se aleja de la seguridad de la casa siente latir con fuerza el corazón; respira hondo, abre los brazos, eleva el rostro, gira, gira. Toda su piel siente, siente, siente. «Carlos, vuelve a mi, te amo, te necesito»

Se sienta en el suelo, se deja caer; las escasas nubes avanzan lentamente, las estrellas centellean. «Carlos ven, tómame, necesito sentirte, hace tanto, tanto…»

Dobla las rodillas, se ofrece, la mano se mueve como si tuviera vida propia, abandona el pecho y vaga hacia el vientre, el dedo medio se abre camino entre los labios, gime, se hunde para recoger más humedad, «Carlos, ven, ámame», pellizca sus pezones para que apunten a las estrellas, imprime un ritmo suave, constante al dedo que castiga su clítoris, a veces lo abandona y recorre la grieta hasta el final, acaricia el pequeño orificio y promete en voz baja «Si, te lo daré, será tuyo», regresa y continua hostigando la erguida punta que corona su sexo. Hasta que se rompe, se convulsiona ahogada en espasmos.

Quieta, inmóvil, parece dormir; tarda en salir de letargo. Se levanta y sacude las briznas de hierba con la mano. Entra en casa.

Se envuelve en una manta, tiembla; tumbada en el sofá del salón piensa.  ¡Qué locura! Pero… ¿no es en realidad lo que desea, recuperar a Carlos? Entregarse a él, volver a tener lo que tuvieron esta vez sin mentiras. Y ser suya.

Siente que renace el deseo, la descarga que ha provocado en el jardín no ha sido suficiente pero no puede dejarse llevar otra vez.

Se levanta, envuelta en la manta vuelve a la cocina, el frío en los pies asciende por su cuerpo y eso le hace tiritar; prepara un vaso de leche, corta un trozo de bizcocho y vuelve al salón; sentada sobre el sofá come, quizá el dulce apacigüe la libido.

Coge el móvil de la mesa, consulta los mensajes. El último es de su hermana. «Chiqui, no se nada de ti, estoy preocupada»

Mira la hora, la doce y media; qué extraño, el imbécil de su cuñado ha debido de dejarla sola otra vez. Escribe: «Estoy despierta»

«¿Dónde estás»

«En la Sierra, con Mario»

«¿Bien?»

«¿Estás sola?»

Una pausa que significa mucho.

«Si»

«¿Te llamo¸»

«Por fa»

­—¿Qué haces despierta a estas horas?

—Ya ves, no podía dormir ¿Y el impresentable, donde anda?

—Con unos amigos, se ha ido a un rally.

—¡Qué imbécil!

—Déjalo. Anda cuéntame, tú qué tal.

—Muy bien, llevamos aquí desde el lunes, hablándolo todo.

—¿Todo?

—Absolutamente todo.

—¿Y cómo se lo ha tomado?

—Cómo nos lo estamos tomando, querrás decir porque él también tenía cosas que contarme.

—Eso no lo sabía.

—Pues si, estamos poniendo todo sobre la mesa y aceptándonos como somos ahora.

—¡Qué difícil chiqui!

—Nos queremos, eso es lo principal.

—¿Y qué vais a hacer a partir de ahora?

—Pues empezar una nueva vida, ya no somos los mismos eso está claro.

—No te entiendo, ¿qué quieres decir?

—Han sucedido muchas cosas Esther, por mi vida han pasado personas que… ya no van a salir ¿entiendes?

—¡Joder Carmen, eso es muy fuerte! ¿Y Mario qué dice a eso?

—Espera: A Mario le sucede lo mismo, yo no podría pedirle que renunciara a la mujer que le ha acompañado durante todo este tiempo, que le ha ayudado tanto y que además me ha ayudado a mi también.

—Yo… no sé Carmen, es que te escucho hablar y no te reconozco.

—No me extraña, creo que en estos dos meses he cambiado tanto que ni yo misma me reconozco en la que era antes. Tenemos que hablar más, tienes que saber todo lo que he pasado en este tiempo.

—No sé si quiero saberlo, me da un poco de miedo.

—Pues yo te necesito a mi lado y Mario también. Eres una parte muy importante de nosotros, no nos abandones ahora.

—¡Cómo se te ocurre!

—Cuando ya estemos en casa tienes que venir, siempre hemos tenido una gran confianza los tres y eso no va a cambiar ahora ¿no?

—No, tienes razón, aunque no comparta vuestra forma de vida, vamos a seguir siendo los mismos.

Dejaron que la conversación derivara sobre la familia, la preocupación que sus padres tenían sobre ellos y como la propia Esther se encargaba de mitigar. ¿Y ella? ese matrimonio no tiene futuro; fue ahí donde Carmen volvió a actuar de hermana mayor, era cuestión de tiempo que aquella pareja terminase en divorcio pero no se lo dijo, ambas lo sabían.

Media hora después regresó a la cama, serena, satisfecha.

…..

—¿Te ayudó hablar con ella, verdad?

—Mucho; no podía dormir, bajé a la cocina, tomé un vaso de leche, paseé por el jardín intentando… tranquilizarme; estaba… desasosegada, luego me arropé con una manta y me eché en el sofá, vi un mensaje suyo y pensé que podría estar despierta.

—¿Estaba sola?

—Si, el imbécil se había ido.

Hablar de su hermana la entristece, nos une; ambos estamos empeñados en ayudarla a dar el paso. Pero no me escudo en eso, vuelvo a afrontar lo que acabo de protagonizar.

—Cada vez me siento más mediocre; no creo haber sido así, me da la impresión de que todo lo que nos ha sucedido ha sacado una parte de mi que desconocía y que no me gusta, una parte de la que quiero liberarme.

—Reconocerlo ya es el primer paso, yo estoy en el mismo camino; hay muchas cosas de mi que no me gustan, cosas que he hecho y que no he visto en su totalidad hasta que tomé distancia de mi misma. Estamos los dos en ese proceso.

—¿Me perdonas? —No me sentía bien por lo que acababa de suceder.

—¿Me has perdonado tú a mi?

Las lagunas

—¿Y por qué a las lagunas?

He esperado pacientemente pero en vista de que pasan las horas y Carmen no vuelve al tema no aguanto más.

Caminamos de regreso, son más de las doce y el bullicio de la plaza no ayuda a conversar. En otro momento no huiríamos del ambiente de fiesta pero estamos cansados, llevamos una carga acumulada muy intensa.

—Porque tenía que poner las cosas en su sitio, a Jorge y a ti. Jugasteis conmigo a mis espaldas, en realidad fuiste tú el que lo hizo porque Jorge en cuanto me vio me puso al corriente.

—¿Es así cómo lo ves?

—Sigues sin cambiar del todo Mario, me contaste una media verdad cuando te pregunté de qué habíais hablado; debiste pensar que me iba a enfadar y preferiste ocultármelo.

—No le di tanta importancia, había sido tan estúpido que no pensé…

—Que no pensaste que me enteraría.

—Tienes razón, me sentí abochornado por la salida de tono que había tenido con Jorge, hubiera querido no haber dicho aquello y apenas tuve tiempo de asimilarlo, inmediatamente apareciste tú y, no sé, estaba en plena fase de negación de lo que acababa de hacer.

Caminamos unos metros en silencio. Ni a mí mismo me acababan de convencer mis argumentos.

—Lo siento, no sé qué me sucede. Nunca había actuado así.

—Supongo; ahora me empiezo a plantear si en todos estos años ha habido… más cosas que desconozco, ¿es así?

Su mirada me interrogaba. ¿Qué podía decirle? Mi credibilidad estaba en entredicho.

—No creo que mi palabra tenga mucho valor ahora mismo para ti.

—No dramatices. Sé distinguir a un mentiroso; no pienses que no he analizado nuestra vida en común desde que me contaste tu paso por la sauna; el hecho de que hayas tardado tanto en contarlo se da en unas circunstancias muy concretas; no sé qué habría ocurrido en otro contexto; eso te da un margen Mario, pero no lo fuerces.

No era el momento de argumentar y seguí en silencio, a su lado, cogidos de la mano.

—Las lagunas ha sido una lección; Jorge creía haber ganado una apuesta absurda en la que de alguna manera yo era el trofeo y tenía que quitárselo de la cabeza. Cuando llegamos arriba se había estropeado tanto el tiempo que por un momento temí que el plan se me venía abajo pero seguí adelante, mientras él intentaba recuperar el aliento comencé a desnudarme, no sé si es que no se lo esperaba a pesar de que le había pedido que trajera una toalla o que con el frío que hacía se arrugó, el caso es que le tuve que animar un par de veces; al final se vino al agua.

Imagino el asombro de Jorge al verla; aún hoy recuerdo vivamente el impacto que me causó la primera vez que la tuve desnuda ante mí, no era capaz de reaccionar.

—Creí que le daba algo, cuando se zambulló se quedó paralizado y temí que le diera una hipotermia, volví rápido y comencé a hacerle aguadillas para que se moviera y activara la circulación, así conseguí que jugara, me persiguiera e intentara hundirme, pero no es un gran nadador y al final siempre acababa hundiéndole yo. Cuando vi que recuperaba el color nadamos tranquilamente, ya sabes lo bien que se está.

Recordé las veces que hemos nadado juntos, desnudos, rozándonos, haciendo el amor dentro del agua. ¿Habría…?

—Estaba sorprendido de que aguantase tan bien, entonces me di cuenta de que comenzaba a tiritar otra vez y salimos. Fuera del agua se notaba más el frío, se había levantado otra vez la brisa y le eché la toalla.

—Y tú, como si lo viera, te dejaste secar por el viento.

Sonrió.

—No me quitaba ojo, y yo estaba empeñada en conseguir que me viera de otra forma. En el agua creo que lo había conseguido; ahora tenía que lograrlo fuera, en tierra.

—Y desnuda.

—Claro, de eso se trataba, de que me viese como a un igual, como una persona. No fue fácil, tenía una erección de caballo.

—¿Si? ¿de caballo?

Sonrió, sabía por donde iba.

—Una hermosa erección que miraba al cielo si; a pesar de que no paraba de tiritar aquello se mostraba firme y erguido.

—Vaya, parece que te fijaste bien.

—Como para no verlo, me apuntaba directo y no dejaba de oscilar con cada movimiento.  Si, este chico guarda una buena herramienta.

Nos calibramos con la mirada, ella buscando el efecto que sus palabras me producían, yo intentando averiguar qué sentía al evocar el cuerpo de Jorge.

—Nos sentamos un rato, se estaba bien aunque sabía que le estaba forzando a pasar frío. Necesitaba ver si era capaz de dejar de mirarme como a una presa de caza. Poco a poco se acostumbró a tener frente a él mi coño, creo que el contraste con una conversación neutra le acabó por hacer efecto y dejó de mirarme ahí abajo tan insistentemente. Yo le había atacado de la misma manera, quería que sintiese el acoso; creo que a la segunda o tercera vez que me pilló mirándole esa preciosidad comenzó a sentirse incómodo.

Una sonrisa acompañó aquel momento en que evocaba la escena.

—Es curioso —dije—, el varón no está preparado para que una mujer tome la iniciativa de ese modo, si está en grupo surge la etiqueta, «es una fresca, una puta, se lo está buscando», pero si está solo, como le pasaba a Jorge…

—Se acobarda, se siente fuera de lugar, sin estrategia. Andaba algo perdido, pero acabó por acostumbrarse, creo que se llegó a sentir incluso cómodo, puede que en algún momento mientras charlábamos se llegara a olvidar de que estábamos desnudos.  Entonces me entraron ganas de orinar y surgió el dilema: Ocultarme tras un matorral y agacharme o…

Se me acelera el pulso, intuyo lo que está a punto de compartir conmigo. Qué expresión debo de tener porque sonríe con indulgencia y continúa.

—Me dirigí hacia unos matorrales pero me situé delante y comencé a orinar, de pie —añade como si fuese necesario para romper el estupor que me mantiene bloqueado.

—¿Orinaste de pie? No es que me parezca mal no, solo es que no…

—No podía esconderme, no podía adoptar una posición que me devolvía al rol que estaba intentando desmontar ¿me entiendes? Enseguida le escuché aproximarse, se situó a mi lado y comenzó a orinar. Creo que fue la prueba de que me veía como a un igual, como un colega, según dijo después.

—Me hubiera gustado verte —exclamé; no pude evitarlo, incluso el tono demasiado vehemente la hizo mirarme sorprendida.

—Fue más sencillo de lo que pensé, era todo tan natural, dos personas orinando sin ninguna carga erótica que enturbiase el momento; acabábamos de nadar y ahí estábamos los dos hablando uno al lado del otro, descargando sin que nada estropease el momento ¿entiendes? Lo estaba consiguiendo.

Imagino la escena y, además de excitarme sobremanera, me impresiona la capacidad que tiene Carmen para educar con unas herramientas totalmente innovadoras.

Estoy temblando de emoción, Carmen dominó la situación magistralmente.

—Era el momento de irnos, estaba pálido, comenzaba a temblar y a mí tampoco me quedaban muchas calorías, bajamos al pueblo corriendo y nos tomamos un café.

—Eres increíble.

—Allí en el bar le expliqué la razón de todo aquello; solo entonces, ya vestidos, comenzó a cuestionarlo; dijo que tarde o temprano hubiera surgido el sexo, el deseo. Claro, es posible, le contesté, yo tampoco soy inmune al deseo, la verdad es que estás muy bien, tienes un culito como a mi me gustan y estás muy bien dotado, acabé por decirle medio en broma. No lo supo encajar, al final surgió el miedo, el temor a la falta de control. Una mujer que no puede ser controlada asusta.

—¿Entonces, no quedasteis en nada?

Me miró burlona.

—¿Lo lamentas?

—No me he explicado bien.

—Déjalo. No, no quedamos en nada, me vino a decir que se sentía sobrepasado.

—¡Qué tonto!

Hizo un mohín con el que me dio a entender lo que yo ya pensaba: él se lo perdía.

Continuamos caminando en silencio.

—¿Qué piensas?

—Supongo que sin tu iniciación en la lluvia dorada  ni se te habría pasado por la cabeza orinar delante de Jorge y mucho menos de pie.

—Hubiera utilizado otra estrategia.

—Creo que fue una buena lección de igualdad para Jorge, y se lo debes a Doménico.

No dijo nada, solo me cogió de la mano y seguimos avanzando hacia casa. Pensé que ella también había dado un paso adelante en las lagunas.

—¿Qué pasa?

Llevábamos caminando en silencio cinco, seis minutos. Carmen me conoce tanto, tanto que ese silencio no le había pasado desapercibido.

Cinco minutos en los que de nuevo me había sentido alejado de un proceso de cambio en el que Carmen avanzaba en solitario, actuando con otras personas entre las que yo no estaba. Era la primera vez en nuestro matrimonio que no formaba parte de un momento trascendental de su vida.

—No sé cómo definirlo sin que parezca lo que no es.

—¿Y qué no es?

—Celos, posesividad… ya sabes.

—A ver, cuéntame.

—Me hubiera gustado formar parte de esos momentos en los que has experimentado; siento que me estoy perdiendo una parte de tu vida. Nosotros que lo hemos vivido casi todo juntos por primera vez, ahora ya no es así y no puedo evitar sentirme fuera.

—Las cosas han sucedido así, además no pensé que tú…

Nos hemos detenido, estamos solos en mitad de la noche.

—¿No pensabas en mi cuando…?

—Cuando estaba en la Sierra y decidí experimentar, probar a ver si sentía lo mismo pero esta vez sola, sobria, sin la droga… estabas en mi cabeza, claro que si. ¿Qué pensarías de mi? Alguna vez te invoqué, puse tu rostro, situé tu cuerpo sobre mí. Me resultaba difícil ¿sabes?, imaginarte orinando sobre mi; ¿te gustaría o te asquearía? Fracciones de segundo, pensamientos que pasan como ráfagas pero si, has estado ahí; intentaba verte delante de mi  cuando separaba mis labios y dejaba fluir; pensaba: «ahora estoy apuntando a su pecho». Conozco cada expresión de tu rostro Mario, podía imaginarte con las mismas emociones que Doménico sintió y pensaba: ¿lo haría o se retiraría?

—Lo he pensado, supongo que tendría las mismas dudas que tuviste tú; también sé que estas cosas no se programan pero cuando sea, cuando quieras o cuando surja quisiera que resolviéramos todas esas dudas.

Carmen me acarició la mejilla, rodeó mi cuello con sus brazos y me atrajo.

—Algún día —me susurró al oído cuando logramos despegar nuestros labios.

 

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