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Diario de un Consentidor (34)

en Intercambios

A medida que se acercaba la fecha en la que Carmen se encontraría con Carlos empecé a notar como la seguridad que hasta entonces había demostrado ante ella y ante mí mismo comenzaba a resquebrajarse; Seguía pensando de la misma forma, me excitaba sobremanera la idea de verla entregada a otro hombre y seguía confiando ciegamente en su amor, pero visceralmente la cercanía de aquel encuentro me producía en ocasiones una agobiante angustia ante la que nada podía hacer. Era un temor irracional que parecía inmune a todos los argumentos que hasta entonces habían bastado para alejarlo.

Luchaba contra estos miedos, intentaba tranquilizarme argumentando que era lógico que me sintiera así, iba a ser la primera vez que estuviese a solas con Carlos desde la frustrada noche sevillana; Habíamos hablado mil veces de él y mis presiones en la cama en momentos álgidos de gran carga erótica habían logrado que Carmen acabase por reconocer que le deseaba, que, -literalmente -, deseaba follar con él; Sabía que aun no estaba madura y que cuando hablaba así en realidad se movía en el terreno de la fantasía, pero las circunstancias parecían ponerse a favor de que aquella escena pudiera convertirse en realidad.

Si al menos pudiera estar presente; La idea de no saber durante varias horas si Carmen habría cedido a sus propios deseos y a las presiones que yo mismo le había hecho me provocaba una desazón que me paralizaba, quería confiar en ella, no me cansaba de repetirme a mí mismo que no tenía intención de acostarse con Carlos, que solo era una cita para charlar y entregarse unos regalos, "tú eres el que no sabes diferenciar la fantasía de la realidad" me había dicho en más de una ocasión; eso me debía tranquilizar, sin embargo…

Sin embargo yo sabía que aquel día habría algo más que un intercambio de regalos; Carmen me había confiado, sin ocultar su emoción, la intención declarada de Carlos de besarla nada más verla y yo temía que no tuviera la suficiente capacidad de resistencia ante tanta ternura, si apenas le pudo contener en Sevilla donde ya estuvo a punto de dejarle alcanzar su sexo ¿cómo iba a detenerle ahora, después de tantas conversaciones intimas y tanto deseo confesado?

Había algo más que me preocupaba; Carmen estaba superando el trauma vivido gracias en parte a la desaparición de Roberto; La confirmación de su ascenso le había dado un motivo para olvidar los malos momentos pasados y volcarse en una euforia que le devolvían su autoestima perdida. Había salido cambiada del pozo en el que estuvo estos meses, no sabía aun el alcance de ese cambio pero detectaba señales que me indicaban su transformación, unas veces me excitaban, otras me preocupaban.

Lo que aun no sabíamos era que la huella psicológica del acoso y rendición que había sufrido a manos de Roberto estaba aun por dejarse ver, Carmen lo vivió intentando ocultarse a sí misma la profunda repugnancia que sentía por su conducta, había ahogado su rechazo y su propia critica justificando sus acciones y omisiones con argumentos débiles e inconsistentes y dejando de pensar en ello; de esta manera se creó un escudo tras el cual parecía como si la mujer que se dejaba tocar por Roberto fuera otra persona y, en cuanto salía del despacho, olvidaba y volvía ser ella misma, pero por mucho que se esforzase por ignorar lo que ocurría, aquello estaba marcándola. Ahora, cuando todo parecía hacer terminado, cuando podía por fin bajar la guardia era cuando el rastro de Roberto podía hacerle más daño.

La terapia avanzaba según lo previsto, los resultados eran prometedores, poco a poco los recuerdos más impactantes iban siendo menos dolorosos, sus reacciones eran más débiles y ya conseguía hablar de ello sin mostrar excesivos signos de ansiedad. Carlos tuvo que retrasar su viaje a Madrid y decidieron dejarlo para después de Reyes; No dijo nada pero me pareció que aquel aplazamiento resolvía cierta inquietud de Carmen, quizás una inseguridad ante la perspectiva de encontrarse demasiado pronto en situaciones que podrían recordarle escenas muy desagradables y de las que aun no estaba suficientemente liberada. Retrasar la cita facilitó que los resultados de la terapia se consolidasen, estaba convencido de que en su estado hubiera sido un error el encuentro entre ellos en las fechas que se habían previsto inicialmente.

La esperada incidencia negativa del trauma en nuestras relaciones sexuales no se había hecho notar en la forma habitual: desgana, rechazo, nerviosismo, ausencia de excitación… Muy al contrario de lo que suele suceder en estos casos, sexualmente se mantenía activa pero había cambiado; Mas de una vez me sorprendió usándome para descargar su excitación de una manera egoísta, conducta que, si la primera vez me enardeció, las otras ocasiones en que ocurrió me produjo un malestar y una extrañeza que no obtuvo respuesta, se limitaba a bromear diciendo que ella también necesitaba desahogarse como lo hacemos los hombres, argumentos poco sólidos que enterraban la conversación.

Si durante Diciembre nuestras fantasías en la cama habían prácticamente desaparecido por falta de participación suya, a comienzos de Enero volvieron a ser cotidianas y ahí también aprecié un cambio en Carmen que me estimulaba; ahora era ella quien proponía, quien inventaba situaciones nuevas, me bastaba darle un pequeño argumento para que lo tomase como suyo y lo desarrollase mientras su excitación le permitiera hablar. He de reconocer que en aquellos días sentí a veces una sensación de riesgo, algo así como cuando percibes que has acelerado demasiado y por un instante notas el coche fuera de tu control.

Esa era la situación a escasas horas de la llegada a Madrid de Carlos aquel once de Enero del dos mil.

Habían quedado a las seis de la tarde y Carmen se tomó la tarde libre para prepararse, sus primeras reacciones en las que se sentía violenta hablando de él habían desaparecido desde que la acompañé a comprar la cartera, parecíamos dos buenos amigos eligiendo el regalo para el ligue de ella, Carmen se comportó con una absoluta espontaneidad conmigo asumiendo lo que yo le había pedido: libertad de hacer y decir, sinceridad al hablar de sus emociones y deseos, lo cual me hacía sentir tremendamente excitado; Aquella tarde de compras supuso un peldaño más en la transformación de Carmen que desde entonces habló de su próximo encuentro sin los pudores y reservas que había habido hasta entonces; Alguna noche la llevé al terreno de mi fantasía y le decía que probablemente acabasen acostándose, pero ella, tras dejarse excitar por la idea, me devolvía a la realidad – "No es eso a lo que voy, Mario" – me decía seriamente.

Salí del gabinete a las tres de la tarde, un enorme atasco producido por un accidente me tuvo atrapado más de una hora y me hizo demorarme hasta las cuatro y media.

Cerré la puerta y silbé llamándola, escuché su voz alegre desde el baño.

  • "¡Estoy aquí!" – gritó; Dejé el abrigo sobre el respaldo de una silla y me dirigí al baño principal.

La imagen que vi me dejó paralizado; Estaba casi desnuda, lucía un tanga azul cobalto, unas medias cuya zona de presión se situaba en lo más alto de sus muslos y un juego de zapatos de tacón negros que apenas tenían una semana; Se volcaba sobre el lavabo para aproximar su rostro al espejo mientras extendía rímel con un pequeño cepillito en sus pestañas, lo cual hacía que su culo resaltase provocativamente; la espalda inclinada hacia el espejo se mantenía recta y formaba una deliciosa concavidad en sus riñones que se precipitaba en la rotunda curva de sus nalgas.

Salí de mi abstracción al darme cuenta de que me había retrasado demasiado y ella estaba casi a punto de terminar de arreglarse.

  • "¡Estás preciosa!"

  • "Gracias, pero aun no he acabado"

  • "Ya imagino que no irás así"

El sujetador a juego estaba sobre el toallero, lanzado con prisas sin duda porque colgaba de una de las hombreras, un nudo en el estómago me atenazó cuando fui consciente de que estaba arreglándose para otro. Mi mente no paraba de producir ideas, pensé que Carlos jamás la había visto maquillada.

  • "Le gustará" – murmuré.

  • "No me lo va a ver" – al principio no entendí su respuesta, me asaltó un escalofrío cuando comprendí que hablaba de su tanga.

  • "Me refería a que nunca te ha visto maquillada" – Carmen me miró de reojo deteniendo el cepillo cerca de sus pestañas, un ligero rubor coloreó sus mejillas.

  • "Es verdad, en Sevilla no me ponía casi nada" – una breve risa nerviosa y su voz, que sonó insegura, dejaban claro que el equívoco la había dejado fuera de lugar.

  • "Casi nada, es cierto, ni de maquillaje ni de ropa interior, que es de lo que hablabas"

La había descubierto y sonreí para suavizar el efecto de mi frase, no dijo nada pero el rubor en sus mejillas aumentó, debió sentir el calor en su rostro porque interpuso su mano izquierda simulando ayudarse en su labor.

  • "Tranquila cielo, te ha traicionado tu subconsciente, no tiene nada de malo que quieras llevar una lencería especial a esta cita"

Carmen guardó cuidadosamente el cepillo en el tubo de rímel y se acercó a mí. Sentí un ligero temblor recorrer mi cuerpo que esperaba no fuera visible.

  • "Mario, si quieres lo cancelo, no me importa pero no quiero verte así"

  • "¿Así, cómo?" – se mantuvo frente a mí, pensando una frase que no llegó a pronunciar, titubeó y al fin dijo.

  • - "Tu eres el que no sabe separar la fantasía de la realidad, yo si se hacerlo" – de nuevo utilizaba su mejor argumento para calmar mis dudas.

  • - "No estoy preocupado" – mentí, me cogió las manos.

  • - "Ya" – dijo con incredulidad – "no va a pasar nada" – su dulce voz intentaba tranquilizarme, la rodeé con mis brazos y la atraje hacia mí, su cuerpo se venció dócilmente y se pegó al mío.

  • - "Cielo, no puedes ir a esta cita pensando todo el tiempo en lo mismo, pásatelo bien, disfruta del encuentro, si vas tensa arruinarás la tarde" – sus pechos pegados a mi cuerpo y el tacto de mis manos en sus nalgas dispararon mi excitación que actuó como un conjuro contra mis miedos. Deseaba que estuviera con Carlos, quería que cediera a sus deseos y que la mujer que regresara aquella noche tuviera nuevas experiencias que contarme.

Carmen no contestó y volvió a su tarea; Mientras terminaba de pintarse los ojos observé que se había cambiado los pendientes, lucía unos que le compré antes del verano y que incluía el piercing a juego.

  • "Te has puesto los pendientes nuevos" –me miró algo violenta.

  • "Si, pensé… quería cambiar" – titubeaba, se sentía insegura ante mí.

  • "Te pondrás el piercing, claro"

  • "No me lo va a ver" – de nuevo la misma frase repetida desvelaba un pensamiento obsesivo que debía estar bombardeándola continuamente.

  • "Quien sabe"

  • "¡Tonto!"

Seguí mirándola mientras terminaba de arreglarse, cuidaba cada detalle con un esmero especial, más allá del habitual, se pintó los labios con un tono pálido, luego se puso el sujetador y salimos hacia la alcoba, tenía extendido sobre la cama un vestido de media manga con un amplio escote en pico; había varias prendas extendidas en la cama, la imaginé dudando, eligiendo una y otra vez, con los nervios de una primera cita; hizo intención de cogerlo pero la detuve.

  • "El piercing" – me miró con una duda en sus ojos.

  • "Es una tontería, qué más da…"

  • "Quiero que lo lleves puesto" – soltó el vestido y se acercó poniendo sus brazos en mis hombros

  • "¿Por qué?" – su mirada irradiaba amor.

  • "Porque me excita pensar que… quizás… o porque simplemente deseo que vayas perfectamente conjuntada, ¿a que no te pondrías un sujetador amarillo con ese tanga?" – se echó a reír negando con la cabeza – "¿qué más da, si dices que no lo va a ver?"

Me regañó con la mirada, su mano derecha se deslizó por mi mejilla suavemente

  • "¿Sabes? Estoy viviendo esto más intensamente por ti que por mí, porque sé que lo deseas"

  • "¿Lo haces por mi?" – asintió con la cabeza – "Espero que lo hagas por ti también"

  • "Si no, no lo haría, sabes que no"

La besé, perdí la noción del tiempo pegado a sus labios, quería decirle tantas cosas y al mismo tiempo quería callarlas que opté por sellar mis labios en los suyos y dejar que fluyera un monólogo que nunca salió de mi boca.

Carmen se mantuvo pegada a mí, sin exteriorizar la impaciencia que seguramente sentía, luego cuando me separé de ella abrió obediente la caja de las joyas, se desprendió del piercing que llevaba y se ajustó el que conjuntaba con sus pendientes, al fin me miró.

  • "¿Estás satisfecho? – sonreí afirmando con la cabeza.

Subió un pie a la cama y estiró bien la media, deslizando sus manos por su largo y esbelto muslo, ¿repetiría ese gesto al vestirse tras estar con él? Rechacé ese pensamiento que me excitaba y me dolía simultáneamente y me centré en Carmen que se vestía con cuidado de no estropear su peinado, se volvió de espaldas para que le subiera la cremallera del vestido, apenas disponía de unos minutos para claudicar, para rendirme y rogarle que se quedase conmigo.

Pero no lo hice.

Comenzó a recoger la ropa de la cama, pero la detuve.

  • "Deja, ya lo hago yo, vas a llegar tarde" – me sonrió y no insistió.

Mi garganta estaba ahogada por un nudo mientras la veía ponerse el abrigo y colgar el bolso de su hombro, mi cabeza me gritaba "¡párala, detenla!", pero la seguí hasta la puerta.

  • "Me llevo el coche grande, si trae maletas será más cómodo" – dijo cogiendo las llaves del mueble del recibidor.

  • "¿Vais a ir al hotel?" – no pretendí parecer alarmado, supongo que fue la situación lo que la hizo matizar

  • "Si, es lo lógico, le esperaré abajo mientras deja las…" – puse un dedo en su boca y la hice callar

  • "No me des explicaciones"

  • "Si no te parece bien le digo que coja un taxi y…" –mi rotunda negativa con la cabeza la hizo callar

  • "Disfruta de la tarde cielo, te quiero" – se abrazó a mí con una intensidad que me emocionó

  • "Te quiero"

No separamos como si no nos fuéramos a ver en mucho tiempo y, en algún sentido así era; la Carmen que volvería de aquella cita podía ser otra muy distinta a la que salía ahora de casa, quizás ésta que se despedía de mi no regresase nunca.

La espera del ascensor fue una tortura, me empezaba a doler la cabeza, mi mente me seguía gritando "¡párala, párala!"; Cuando se detuvo en nuestra planta Carmen se acercó de nuevo.

  • "¿Seguro que estás bien? De verdad, lo cancelo y nos vamos a cenar tu y …"

  • "Vete ya, anda, que al final le vas a hacer esperar"

Un nuevo beso me convenció de que debía cortar ya aquella despedida, me separé de ella y le dije adiós con la mano.

Cuando la puerta del ascensor se cerró tras ella, una inmensa angustia me vapuleó. Cerré la puerta y caminé como un loco por el salón, por dos veces seguidas me lancé hacia la puerta, estuve a punto de bajar corriendo las escaleras y decirle que se quedara, que era un idiota, que la necesitaba a mi lado, que estaba muerto de miedo. En ambas ocasiones me detuve y volví sobre mis pasos.

Sonó el timbre y volví sobre mis pasos con una alegría desbordante, era ella, seguro que había decidido quedarse.

  • "Me olvidaba el regalo" – dijo apartándome con prisas y entrando en el salón, volvió enseguida con el paquete, me dio un fugaz beso y se despidió con la mano antes de perderse en el ascensor. Yo no pronuncié ni una sola palabra.

Cerré la puerta, ¡que idiota! Aquel momento inesperado había desvelado con toda crudeza mi inseguridad

  • "¿Qué coño estoy haciendo?" – repetía una y otra vez, tenía el corazón golpeando con fuerza en mis sienes que estaban a punto de estallar, cogí una aspirina del baño y la tomé con un vaso de agua.

Aun estaba a tiempo de alcanzarla, me decía angustiado, el tiempo corría en mi contra, una parte de mi me empujaba a correr en su busca mientras yo, paralizado, no era capaz de reaccionar y cada segundo que pasaba anudaba con más fuerza el nudo que oprimía mi garganta.

Me senté en el salón con la mirada pérdida, arrepintiéndome de todos y cada uno de los momentos que nos habían llevado a aquella situación, mis ojos se clavaron en el sillón preferido de Carmen, ahora vacío, y huí de allí para evitar que la intensa emoción que me arrastraba acabase por hundirme.

Intenté reaccionar, busqué en mi cabeza las imágenes que yo mismo había creado en las cuales Carmen besaba a Carlos, le dejaba acariciar su cuerpo, la imaginé rendida en sus brazos cediendo al deseo, entregándose a las caricias que exploraban por debajo de su falda.

Pero ahora, esas escenas en lugar de placer me causaban dolor ¿Y si la relación con Carlos se convertía en algo más que sexo? Imaginé un escenario futuro en el que Carmen, cada vez mas volcada en su amante, trasladaba la ilusión a esa nueva relación y el amor que nos unía languidecía lentamente hasta convertirse en rutina compartida que llenaba los momentos en los que no estuviera con él; Aquel negro presagio me vaticinaba momentos de tensión entre nosotros, decisiones en las que yo perdía y él ganaba y, finalmente, el abandono.

Con una intensidad inusitada regresó a mi mente y a mi cuerpo la memoria emocional de lo que viví tras la difícil separación de mi primera mujer, me imaginé viviendo en ese amargo futuro abandonado, desolado en una casa que se me volvería inhabitable llena de recuerdos de ella.

Cogí las llaves del coche de Carmen y escapé de casa sin rumbo fijo.

y yo que hasta ayer solo fui un holgazán

y hoy soy el guardián de sus sueños de amor

la quiero a morir

Podéis destrozar todo aquello que veis

porque ella de un soplo lo vuelve a crear

como si nada , como si nada

la quiero a morir

Francis Cabrel sonaba en la radio mientras yo repetía "la quiero a morir, la quiero a morir"; Siempre preferí la versión original en francés, me sentía mucho más identificado con la letra y comencé a tararearla sobre la música que sonaba en la radio sintiendo que aquellas frases eran mías.

Moi je n'étais rien
Et voilà qu'aujourd'hui
Je suis le gardien
Du sommeil de ses nuits
Je l'aime à mourir
Vous pouvez détruire
Tout ce qu'il vous plaira
Elle n'a qu'à ouvrir
L'espace de ses bras
Pour tout reconstruire
Pour tout reconstruire
Je l'aime à mourir

No soy nada, no soy nadie sin ella, mi vida carecía de sentido antes de conocerla ¿cómo podía poner en peligro lo que habíamos construido juntos a lo largo de aquellos años? Éramos la envidia de nuestros amigos y yo, sin embargo, buscaba más, quería más de ella.

La quiero a morir, la quiero más que a nada en el mundo ¿es esta la manera de vivir ese amor, dejándola que descubra el placer de otros besos, despertando en ella el deseo por otros hombres?

Conoce bien, cada guerra, cada herida, cada ser

Conoce bien, cada guerra, de la vida

y del amor también

Tenía miedo, estaba aterrorizado ahora que la había dejado ir al encuentro del que buscaba ser su amante; Carmen llevaba grabados a fuego mis deseos de verla en brazos de Carlos ¿qué la podía detener?

Cuando trepo a sus ojos me enfrento al mar

dos espejos de agua encerrada en cristal

la quiero a morir

solo puedo sentarme solo puedo charlar

solo puedo enredarme solo puedo aceptar

ser solo suyo , ser solo suyo

la quiero a morir

Sus ojos, tan temibles cuando la pasión desatada los convierte en su más poderosa arma de seducción, tantas veces he sucumbido a su mirada que sabía bien lo que ocurriría si Carlos caía bajo el influjo de sus ojos.

Apagué la radio, aquella letra se me clavaba en el corazón.

‘Ser solo suyo’, me reprochaba la canción; Mis presiones, mis continuas fantasías en las que éramos tres y no dos habían provocado sin duda la indecisión que la dejó caer en las manos de Roberto ¿cómo podía estar segura de no entregarse a alguien que en lugar de chantajearla la trataba como una reina?

Mi escapada errática me llevaba rumbo a Navacerrada, en cuanto pude di la vuelta, no quería alejarme tanto que me impidiera estar en casa si ella regresaba pronto.

…..

Carmen giró la pequeña llave que restringía el acceso al garaje y el ascensor se puso en marcha, sentía la ilusión propia de alguien que va a emprender una aventura, recordaba la misma emoción al embarcar con sus padres en aquel crucero por el Mediterráneo cuando apenas tenía catorce años, emoción por lo desconocido e ilusión por conocerlo, cierto riesgo por encontrarse en una situación nueva para la que no tenía ninguna experiencia previa; Así se sentía mientras descendía al sótano, envuelta en una especie de tensión parecida a un leve calambre que recorría todo su cuerpo, como una ligera descarga eléctrica que la mantenía con la piel extremadamente sensible al contacto de la ropa, el roce del tejido de la falda en sus nalgas desnudas al caminar levantaba chispas que subían por sus riñones y ascendían por su columna.

Salió a la calle y el limpiaparabrisas se activó automáticamente anunciándole la lluvia helada que caía sobre Madrid y sus alrededores, pensó que debía ser precavida en la carretera aunque a esas horas era más denso el tráfico de salida que el de entrada a la capital.

Apenas un atasco en Moncloa y pronto se encontró llegando a Atocha, dejó el auto en el parking de la estación y caminó hasta la zona del AVE, allí consultó los horarios, como era habitual no había retrasos, aun disponía de tres cuartos de hora, su precaución para no retrasarse la habían llevado al otro extremo, cosa habitual en ella que detesta tanto esperar como hacer esperar.

Entró en la zona del jardín tropical y el vaho de calor húmedo la hizo despojarse del abrigo, encontró una mesa en una de las cafeterías, habían quedado allí y se situó mirando hacia la entrada que usaría Carlos con toda probabilidad. Como de costumbre, ignoró las miradas que se engancharon a ella al acercarse a las mesas y se enfrascó en sus pensamientos.

Recordó nuestra despedida, me había notado nervioso e inseguro a pesar de mis esfuerzos por ocultarlo y pensó que aquella desazón era una buena medicina para calmar mis veleidades eróticas y hacerme poner los pies en la tierra, admitió que la cita con Carlos era morbosa, venía dispuesto a besarla, sin imposiciones, estaba segura de que si hacia el más mínimo gesto de rechazo él se detendría; Pero no se lo iba a impedir aunque tampoco irían mas allá, sería un tiempo de confidencias, el intercambio de regalos, momentos de ternura en los que le miraría a los ojos mientras le decía esas cosas tan bonitas que le había dicho por teléfono, quizás algunos besos mas al despedirse y después, un bello recuerdo, nada más.

Seguía pensando en mi, le preocupaba ese velo de tristeza que había creído ver en mis ojos, sintió pena por la tarde tan amarga que me esperaba, pero lo dio por bueno, era la manera más contundente de enfrentarme al desasosiego de no saber si ella estaría cediendo a mis temerarias propuestas, si se estaría acostando con Carlos, esa incertidumbre me despertaría del sueño fantástico en el que me veía inmerso desde el verano. Decidió mantener un poco la incógnita cuando regresase a casa tan solo para ver mi reacción.

Se sentía tranquila, serena; expectante e ilusionada también, si, pero en absoluto se planteaba acostarse con él.

Un breve ahogo, una tensión mínima en su cuerpo le recordó esos minúsculos accesos de desasosiego que la atacaban por sorpresa cuando menos lo esperaba, le sucedía desde finales de Diciembre, no podía precisar cuándo fue consciente de esos chispazos de tensión y malestar, quizás comenzaron tras aquella espantosa pesadilla la noche antes de la cena de empresa. Eran como flashes, menores de un segundo, en los que irrumpía una imagen tan fugaz que desaparecía antes de que pudiera afrontarla conscientemente, unas veces era la sensación de violación que experimentó al sentir como los dedos penetraban con rudeza, otras veces era la tensión muscular que se disparó cuando notó el roce de la mano en su pubis a bordo del coche de Roberto, a menudo era la sensación claustrofóbica de estar acorralada en la mesa del restaurante intentando mantener una conversación profesional mientras aquellos dedos extraños se movían entre sus labios, otras veces era la voz de Roberto diciéndole ‘puta’, o la expresión soez de su rostro chupándose los dedos que acababan de estar dentro de ella.

Y sobre todas esas imágenes, la sensación agobiante, paralizante que sintió estando desnuda ante él mientras la humillaba con sus insultos, la manera brutal con que la despojó de su ropa, la convicción de que iba a ser violada, la intensa angustia, reprimida para que no fuera percibida por él, la sensación de indefensión haciendo añicos su idea de mujer autosuficiente y segura de sí misma, la tensión que la llevó a desear que lo hiciera ya, cuanto antes, con tal de no seguir soportando ese momento previo que se alargaba torturándola, si tenía que suceder que fuera ya.

Y luego, el desprecio de su violador, el rechazo a abusar de ella sentido como liberación y como humillación al mismo tiempo, la atenazante sensación de haber quedado para siempre al borde de un precipicio, sin poder liberarse de la tensión acumulada, sin caer por él y sin poder retirarse como si ese instante se hubiera congelado en su mente y la fuera a acompañar toda la vida.

No recordaba haber tenido estos pensamientos entonces, cuando sucedió, porque era como si su cerebro estuviera en blanco; sin embargo, a medida que pasaba el tiempo comprendió que, sin palabras, su mente expresó esas ideas aquella tarde espantosa.

Estos flashes apenas duraban unas milésimas de segundo pero eso es lo que los hacía más letales, disparaban una reacción emocional y física que no podía contrarrestar con argumentos ya que las imágenes desaparecían casi antes de que fuera consciente, incluso estaba segura de que se producían por la noche sin que ella lo recordara.

Y lo peor, lo más desagradable es que a veces no podía evitar que sucediera mientras hacía el amor conmigo, entonces no desaparecían furtivamente sino que la torturaban durante diez o quince segundos, y ella huía dándome pie para que creara una fantasía ajena a aquella que aparecía en su mente y entonces la reconducía ella misma para alejarse del fantasma de Roberto.

Dicen que los jugadores de ruleta rusa se vuelven adictos al juego porque cuando por fin aprietan el gatillo, suena el golpe del percutor y no se produce el disparo se frustra la intensa reacción física y hormonal que les prepara para afrontar la muerte, reacción que se ha ido incrementando durante los largos segundos que median desde que la pistola roza su sien hasta que se produce el disparo; Esa carga fisiológica y emocional de tan alta intensidad no resuelta, ese "subidón" que diría un drogadicto, genera tras el fracaso del disparo una sensación de carencia, de no plenitud que incrementa su potencial excitatorio y por tanto aumenta las expectativas para una próxima ocasión, algo así como un orgasmo interrumpido bruscamente. A partir de ahí, cualquier estímulo que le recuerde ese momento de intensa excitación bastará para hacerle desear volver a tener la pistola en su sien; El encuentro con los compañeros de juego, el olor del lugar donde lo realizan, el sonido del estuche del arma… cualquiera de estos estímulos bastará para hacerle desear jugar el juego; No es la muerte a lo que aspira el jugador sino la extrema excitación del ritual previo, del último segundo antes de disparar, una excitación que no es comparable a ninguna otra; De nuevo es el camino, y no la meta, quien marca el verdadero espacio del placer. La excitación es tan intensa que justifica el riesgo que asume de morir, idéntico mecanismo mental del adicto al sexo que minimiza el peligro del sida. El camino recorrido merece la pena, compensa la meta, sea cual sea ésta.

La tensión extrema y sostenida que sufren los secuestrados de largo plazo está también en la base del Síndrome de Estocolmo, una reacción que se puede producir en personas retenidas contra su voluntad y que en algunos casos terminan por sentir afinidad con sus secuestradores como una forma de defensa psicológica; Esa tensión de alta intensidad y larga duración no resuelta en la forma que los secuestrados han asumido como inevitable provoca tras su liberación cuadros psicofisiológicos cercanos a la frustración que, en casos extremos, lleva a la víctima a buscar a su agresor y ofrecerse a él como único medio a su alcance para recuperar el nivel de excitación que vivió y que no consumó, creando una liturgia en la que se revive la intensa experiencia no resuelta.

Frustración era la palabra que Carmen evitaba ponerle a lo que sentía tras esos flashes que la asaltaban desde entonces. Negar esa idea era la única forma de ignorar la incoherencia que supondría sentir frustración tras haberse librado de una violación inminente.

Miró el reloj, faltaban diez escasos minutos para la llegada del Ave y su inquietud la hizo cambiar los planes, pagó al camarero y se dirigió al andén, así le sería menos tensa la espera.

A la hora prevista vio a lo lejos aparecer la afilada cabeza del tren, ¿cómo podía parecer el tiempo tan elástico cuando deseas que algo suceda ya, ya mismo?

Se sintió excitada, la adrenalina disparaba las reacciones de alerta de su cuerpo, sería un beso corto, le dejaría besarla en los labios un instante, nada más, le preocupaba ser vista por alguien.

Tardó en aparecer, casi se había vaciado el convoy cuando su corazón hizo una breve pausa entre dos latidos al verle descender de uno de los últimos vagones, estaba delgado o quizás era el traje que le daba esa imagen, llevaba un jersey negro de cuello redondo que le favorecía mucho; Su cuidado pelo aparecía más largo que en verano y le daba un aire juvenil, se entretenía colocando una bolsa de mano sobre la maleta y comenzó a andar hacia la salida, no la esperaba en el andén y caminaba mirando sin buscar.

Entonces la reconoció entre las personas que esperaban en la entrada y la expresión que Carmen vio en su rostro la envolvió en una dulce ternura que la obligó a reconocer cuánto le deseaba.

Sin dejar de sonreír, avanzó hacia ella que se mantenía esperándole intentando controlar los nervios que agarrotaban su estómago, por fin se detuvo muy cerca, sin dejar de mirarla a los ojos.

  • "Eres mucho más hermosa de lo que recordaba" – Carmen bajó los ojos abrumada por sus palabras, luego le miró de nuevo, Carlos permanecía en silencio esperando una señal, algo que le hiciera renunciar a su más profundo deseo, ella mantuvo la mirada, apenas había sido un segundo de tregua a la que renunció cuando le vio aproximarse a su rostro.

Sus labios se juntaron, cerró los ojos; Por fin, por fin saboreaba aquellos labios sin temor, sin miedos, sin reservas.

Sintió los fuertes brazos que se deslizaban por su cintura hasta rodear su espalda por debajo del abrigo y notó como sus manos obedecían el impulso de abrazarle y se enlazaban a su cuello, su firme propósito de reducir aquel primer beso a un breve instante se diluyó cuando el suave roce se convirtió en una dulce presión a la que sus labios sucumbieron abriéndose levemente, el toque de la lengua en sus labios fue señal suficiente para adelantar la suya y dejarse llevar por el inmenso deseo de ser besada por aquel hombre.

Se separaron y Carmen no pudo evitar echar una mirada a su alrededor, el temor de un improbable encuentro con algún conocido la mantenía vigilante. Su corazón cabalgaba desbocado en su pecho, el riesgo disparaba todas las señales físicas de alerta, su sexo palpitaba levemente, estaba abrumada por su reacción.

  • "Salgamos de aquí" – dijo Carlos – "hay demasiada gente"

La tomó de la mano y comenzaron a andar pero la prudencia la hizo soltarse y él entendió; caminaban hablando del viaje, del frio de Madrid, de cosas intrascendentes mientras sus ojos se decían el autentico mensaje que circulaba entre ellos: deseo, cariño, ternura, sexo.

  • "Te esperaba aquí, en la cafetería del jardín, ha sido una sorpresa maravillosa verte en el andén"

  • "Estaba impaciente, nunca me han gustado las esperas" – confesó Carmen

  • "¿Me enseñas el jardín?"

  • "¿De verdad nunca te has detenido a verlo?"

  • "Siempre vengo con prisas, ya sabes"

Caminaron hacia el jardín tropical y entraron por uno de los pasillos que lo recorren, apenas había gente y Carlos rodeó sus hombros con el brazo; Se dejó hacer, era tan agradable la sensación de ser conducida por él que desechó las precauciones; Hablaron de las gigantescas plantas, de las formas exóticas… Doblaron una esquina y sintió como Carlos se detenía, ella le miró sabiendo lo que iba a suceder, le vio acercarse y le esperó, de nuevo besó sus labios rodeándola con sus brazos, transformando el deseo en fuerza que la apretaba contra su cuerpo; Carmen se abrazó a su cintura y se entregó con más pasión a aquel beso, su cuerpo respondía con una facilidad inesperada y que, más allá del sensual abandono que sentía, le preocupaba.

  • "Vámonos, es arriesgado" – dijo ella sin mirarle, se sentía infiel a pesar de contar con mi consentimiento.

  • "Tienes razón, disculpa"

Salieron del jardín y subieron las escaleras mecánicas.

  • "¿Dónde te alojas?" – preguntó mientras se dirigían al parking, habían planeado pasar por el hotel a dejar las maletas para moverse con más libertad

Salieron al exterior y caminaron por el desierto parking hablando, recordando la última vez que pasearon juntos, Carlos la llevaba de la mano, ni siquiera se había dado cuenta cuando la había cogido, pensó soltarse pero se encontraba tan bien y era tan difícil que en aquel solitario lugar la pudiesen ver…

Pulsó el mando y localizó el coche cuando se encendieron los pilotos, Carlos abrió el capó y metió la maleta y la bolsa de mano, tras cerrarlo se volvió con decisión hacia Carmen que le recibió en sus brazos, se fundieron en un beso apasionado, interminable, Carmen acariciaba su mejilla mientras sus lenguas se enredaban. Las cosas estaban sucediendo demasiado deprisa, pensó Carmen y había que ponerle freno.

  • "Dijiste un beso, has cubierto tu cuota de tres años" – bromeó Carmen sin separar su rostro de él.

  • "Te los robaré si es preciso" – dijo besándola con besos cortos en la boca y las mejillas. Ella se sentía en una nube, feliz, emocionada, envuelta en un hermoso y dulce placer.

Atravesaron el Paseo del Prado con dirección a la Gran Vía, había escogido un hotel céntrico bien situado, pararon en la puerta y el conserje se encargó de las maletas, Carlos se agachó para asomarse al interior del auto, ambos se quedaron un instante en silencio, mirándose.

  • "Voy a aparcar, te veo en la cafetería del hotel" – dijo ella rompiendo aquel peligroso momento de indecisión.

Cuando arrancó sintió que si hubiera mantenido el silencio un segundo más él le habría propuesto subir a su habitación, sabía que había hecho lo correcto pero no pudo evitar pensar que Carlos quizás esperaba otra respuesta por su parte.

Pero no, no era eso lo que quería que sucediera.

Tardó más de diez minutos en regresar al hotel desde el alejado parking; Cuando entró en la cafetería Carlos la estaba esperando.

  • "Por un momento creí que te lo habías pensado mejor y habías huido" – bromeó.

  • "No me conoces" – Carmen se sentó a su lado en un butacón de dos plazas pegado a la pared, su falda se subió excesivamente a causa de la poca altura de la butaca pero evitó un gesto que hubiera dado una imagen de recato algo anticuado; en la mesa baja de madera labrada cubierta con un impecable mantel blanco humeaba un café que Carlos removió con la cucharilla, a su derecha un pequeño envoltorio con un lazo. Carmen dejó en una esquina el paquete en el que iba su regalo para él.

  • "¿Qué tomas?" – levantó el brazo llamando al camarero

  • "Lo mismo que tú"

Ambos estaban tensos, la ilusión por el encuentro les mantenía expectantes, hablaron de mil cosas, sus trabajos, el verano, Sevilla… Sobre la mesa los dos paquetes envueltos para regalo esperaban que alguno de los dos volviera a la tierra.

Carmen mantenía una mano sobre sus piernas y cuando Carlos la cubrió con la suya le miró a los ojos, sentía el calor en su piel, el peso en su mano, los dedos rozaban su muslo y esa mínimo contacto se magnificó en su mente, recordó esa misma sensación mucho más intensa cuando en Sevilla acarició sus muslos, ¿deseaba sentirle así, igual que entonces?

Como si hubiese adivinado sus pensamientos, Carlos comenzó a acariciar su mano hasta que la abandonó para posarse en su muslo, cerca de la rodilla.

El roce de sus dedos sobre la media provocaron que aquella tenue sensación eléctrica, aquel leve calambre que la acompañaba desde que se preparaba para la cita en casa se convirtiera en una especie de vibración ondulante que se extendía desde su rodilla, avanzando implacable por su cuerpo; aquella cálida sensación se concentró en su coño que comenzó a emitir pequeños pulsos intermitentes, leves contracciones que la estimulaban y anunciaban la aparición de la siguiente, suaves espasmos que nublaban su capacidad de razonar.

Un desagradable flash rompió su sensación de bienestar, una imagen en la que una mano sin rostro subía por sus muslos disparó un reflejo de tensión que no pasó desapercibido para Carlos que inmediatamente retiró la mano

  • "Lo siento"

Carmen se rebeló contra aquella reacción incontrolada, no podía sucumbir a Roberto incluso después de su marcha, tenía que liberarse de él, se reprochó a si misma esa gesto absurdo que marcaba una distancia entre ellos, además necesitaba esa pequeño placer interrumpido; Le miró a los ojos, tomó su mano y la devolvió a su pierna, pretendía superar el trauma que la inmovilizaba sin darse cuenta de que aquel gesto podía tener otro significado para Carlos que ella no supo valorar hasta que vio la expresión de sorpresa reflejada en su rostro, buscaba inspirarle confianza, borrar la impresión de rechazo que le había dado, no pretendió incitarle pero ya era tarde. Carlos la besó mientras volvía a acariciar su muslo bajo el mantel y ella cerró los ojos abandonándose al efecto de los espasmos que atacaban de nuevo su coño, "no es malo, no es malo", pensó mientras mis argumentos mil veces repetidos para convencerla de acostarse con Carlos renacían en su mente con una fuerza que anulaba sus ya débiles protestas

Era diferente, aquella mano que avanzaba por su muslo no le causaba ninguna tensión como con Roberto, los dedos se deslizaban por su media, volcándose por el precipicio entre sus piernas mientras sus labios continuaban unidos. No era el mejor lugar para una escena de ese tipo y comenzó a sentirse violenta.

  • "No podemos… aquí no…" – acertó a murmurar.

  • "¿Quieres que…? Conozco un sitio más discreto"

Aquello era una proposición clara, explícita, si la aceptaba no sabía cómo podía acabar, le miró a los ojos dudando del alcance de aquella frase.

  • "No me refiero a…" – dijo mirando hacia arriba simbolizando su habitación – " conozco un pub, cerca de Callao"

  • "¿Y de qué conoces tu esos sitios en Madrid, golfo?" – bromeó intentando rebajar la intensidad del momento, ambos rieron.

  • "¿Te parece? Así podremos estar más cómodos"

  • "Me parece" – dijo cariñosa, solo un sonido, dos palabras y Carmen sintió como si acabase de entregarse a él.

Carlos pagó y salieron a la avenida, caminaron juntos y ella agradeció que no la intentara coger de la mano en una zona tan concurrida donde la probabilidad de encontrarse con alguien era alta, los regalos seguían a la espera, ninguno de los dos había pensado en ellos, se miraron mutuamente los paquetes y se echaron a reír.

  • "¡En el pub!" – dijeron al unísono lo que les provocó un nuevo brote de risa.

Había dejado de llover y caminaron sin prisas, charlando; La condujo por unas bocacalles de Callao y al fin entraron en un pequeño pub cercano a un hotel, apenas había gente y Carlos se dirigió con soltura hacia unas cortas escaleras que subían a un entresuelo con un arco como entrada.

  • "El salón está cerrado señor, solo abre los fines de semana" – dijo desde la barra el que parecía el encargado.

Se dirigió hacia él echando mano de la cartera, le dijo algo que Carmen no llegó a escuchar mientras le ponía un billete de cinco mil pesetas en la mano, luego se volvió y la condujo al piso superior. Eligió una mesa al lado de la pared a la izquierda de la entrada, separó un poco la mesita para dejarle paso y se sentaron en unas butacas bajas y algo blandas.

  • "¡Dios! Ha debido pensar que soy una…"

  • "Olvídale, solo estamos tu y yo"

La rodeó con su brazo, Carmen se deslizó en el asiento para reclinar la cabeza en su hombro y aceptar sus besos, la escalera crujió y se separaron un poco para recibir al camarero, se sentía como una adolescente con su cabeza apoyada en el brazo de Carlos, por un momento se sintió avergonzada por la presencia del camarero pero se rehízo inmediatamente y ahogó su pudor en la sensación morbosa que le producía dejarse ver en esa actitud ante aquel extraño, como si pudiera adivinar que se trataba de una mujer casada en brazos de otro hombre. No era así como había previsto aquella cita pero no se sintió en peligro, era todo tan agradable, tan fluido, no había presión de ningún tipo, no iba a suceder nada que ella no quisiera… aunque eso no la tranquilizaba.

El camarero se retiró con el pedido y ellos esperaron a que desapareciera, Carlos se volvió hacia ella y la besó mientras acariciaba su costado y su estómago; Un disparo de placer recorría su cuerpo, sabía que debía detener aquello, todo estaba yendo demasiado rápido. De nuevo oyeron llegar al camarero con las bebidas pero esta vez Carlos no se separó de sus labios y ella no tuvo fuerzas para que su sensatez se impusiera, dejó de importarle el camarero que frente a ellos colocaba los vasos y vertía el ron en los vasos, siguieron besándose y hablando en voz baja como si no existiera, incluso parecía que a los dos le causaba placer, Carmen escuchaba el ruido de los vasos en la mesa mientras seguían besándose, no podía verle, el cuerpo de Carlos se interponía, luego escuchó pasos y el salón quedó en silencio, se miraron como si acabasen de cometer una travesura y se echaron a reír; Fue como si ambos rompieran amarras, se fundieron en un nuevo beso aun más intenso, Carlos rodeaba su espalda con el brazo izquierdo, estaba volcado hacia ella, Carmen le rodeó con sus brazos y cerró los ojos, sintió una caricia en su cadera y se relajó, confiaba en él.

  • "Creí que nunca llegaría este momento" – susurró en su oído despertando las terminaciones nerviosas de su sien.

Se dejó llevar por las sensaciones que le llegaban de aquella mano inquieta que subía por su cintura apretando los dedos hasta convertir la incipientes cosquillas en una intensa excitación que se extendía por su cuerpo, Carmen tenía su mano izquierda en la cara de Carlos, acariciaba su piel, notó la barba recién afeitada e imaginó que se había repasado en el tren, ese detalle le agradó; Se estremeció cuando sintió la mano tan cerca de su pecho que apenas bastaba un ligero movimiento y lo alcanzaría, sin embargo se detuvo muy cerca, apretando sus costillas con los dedos lo que provocó que reaccionara a la intensa sensación apretándose a su cuerpo, Carlos creyó entender lo que significaba ese gesto y avanzó; Cuando sintió su pecho bajo aquella mano cálida que en lugar de apretar lo recorría como si fuera una frágil pieza de cristal supo que no iba a protestar, el roce a través de la tela disparó su excitación y sintió como su pezón se endurecía aun mas respondiendo a la caricia que recibía, su beso se volvió agresivo, deseaba esa boca, necesitaba esa lengua.

Se incorporó, estaba asustada del rumbo de los acontecimientos, necesitaba tiempo.

  • "¿Intercambiamos regalos?

La miró a los ojos intensamente, después sonrió.

Carmen abrió con impaciencia el pequeño paquete que contenía un estuche de joyería, le miró asombrada sin abrirlo aun.

  • "¡Estás loco!"

  • "No es nada, no vayas a creer"

Abrió el estuche y encontró una pequeña pieza de oro blanco, un piercing en forma de barra con una curvatura en el centro, lleva una pieza de brillantes rematada en los extremos con dos bolitas a rosca. Sonrió pensando en la coincidencia de gustos entre Carlos y yo.

  • "Es precioso, ¡gracias!"

  • "¿Te lo podré ver puesto?" – dijo implorando como un niño

  • "Este verano, si te portas bien"

Carlos hizo intención de protestar pero Carmen puso un dedo en sus labios haciéndole callar y le señaló su regalo.

  • "A ver si te gusta"

Deshizo el paquete apresuradamente y cuando tuvo la cartera en la mano la miró con cariño.

  • "Es precioso, muchas gracias" – se acercó a ella y la besó, Carmen pensó, mientras tenían sus bocas unidas, con qué facilidad aceptaba sus besos, lejos quedaban aquellos días de Sevilla, días de besos robados y asumidos con inquietud.

Carlos inspeccionó la cartera y descubrió las iniciales.

  • "¿Esto es para que me acuerde mas de ti?" – dijo señalando las letras grabadas en la piel.

  • "Son tus iniciales, tonto"

  • "No, Carmen, ahí leo tu nombre"

Continuaron charlando, por un momento había conseguido rebajar la intensidad del encuentro.

  • "Entonces… ¿no voy a ver hoy mi regalo puesto?" – dijo con voz de niño travieso.

  • "¡Nooo, por supuesto que no!" – dijo ella mostrándose exageradamente rotunda.

  • "Ni… ¿sentirlo?" – dijo moviendo los dedos con rapidez – "Me gustaría tanto que te lo pusieras"

Carmen dudó, se acordó de mi empeño en que fuera conjuntada con sus pendientes, pensó que yo deseaba que él la viese desnuda y ese pensamiento despertó un brote de excitación; le miró a los ojos sopesando la idea, de repente se incorporó, tomó el estuche y se levantó.

  • "De acuerdo, me lo pondré, solo eso ¿me lo prometes?" – Carlos negó con la cabeza.

  • "No cielo, no puedo prometer eso, te deseo como pocas veces he deseado a una mujer; lo que si te prometo es que te bastara decir una sola vez "no"

Carmen se quedó mirándole unos segundos, le parecía tan honesto, tan sincero que no pudo por menos que sentirse agradecida, se agachó hacia él y por primera vez fue ella quien inició un beso, luego se marchó a los lavabos.

Entró en uno de los aseos y se bajó la cremallera del vestido dejándolo en la cintura; por un momento imaginó ese mismo gesto ante Carlos, en su habitación y de nuevo sintió el placer despertando su sensibilizado sexo. Con cuidado se deshizo del piercing que llevaba y se puso el nuevo, hubiera querido vérselo en el espejo pero no se atrevió a salir así; Se vistió y aprovechó para orinar, las huellas de la excitación marcaban el salvaslip y lo arrojó a la taza, abrió el bolso para tomar otro pero vaciló un instante, ¿era posible? – Pensó asombrada – ¿era posible que estuviera calibrando la idea de….? Estaba loca, tomó con decisión un salvaslip nuevo y lo situó sobre la parte interior del tanga que se mantenía estirado entre sus piernas separadas.

Otra vez se detuvo, y si… no quería que sucediera pero ¿y si las cosas se le escapaban de las manos? No estaba en sus planes dejarle llegar tan lejos, ¿o sí?

Colocó firmemente el salvaslip en el tanga y se subió la prenda, estiró las medias y respiró hondo.

  • "Estás loca" – se dijo en voz baja rechazando por fin la idea.

Salió del aseo y se miró en el espejo sobre el lavabo, se sentía feliz, excitada, alegre, emocionada.

Entró en el salón y caminó hacia él sintiéndose acariciada por sus ojos que recorrían su cuerpo; al sentarse a su lado bromeó.

  • "Ya está, ahora te toca a ti ponerte tu regalo" – ambos estallaron en risas cuando Carlos amagó con meterse la cartera por la cintura del pantalón, aquella broma había servido para descargar la tensión que acumulaban.

Carlos hizo intención de acercar sus dedos a su vientre.

  • "¿Puedo?"

Carmen le miró, parecía un niño pidiendo un caramelo, asintió con la cabeza entornando los ojos.

Carlos la rodeó de nuevo con su brazo y ella se arrellanó en la butaca para recuperar la postura y descansar su nuca en el brazo, se sentía segura en sus brazos, protegida, arrullada; La presión de las yemas de los dedos en su estómago, más arriba de su ombligo, la hizo cerrar los ojos, quería notar esa suave caricia tanteando a ciegas su vientre buscando el piercing y eso le impidió verle acercarse a su rostro. Cuando sintió el inesperado contacto de sus labios abrió instintivamente la boca y se entregó a un suave y dulce beso que apenas ejercía presión, al mismo tiempo sentía esa mano vagabundear demorando a propósito el encuentro con la joya para poder sentirla más tiempo. Los dedos descendieron y era ahora la palma de su mano la que recorría su vientre y su estómago mientras sus bocas seguían explorándose mutuamente.

Por fin alcanzó el perfil del piercing sobre la tela y las yemas de sus dedos recorrieron una y otra vez toda su forma.

Aquella mano insaciable se deslizó hacia su cadera, parecía reconocer la forma del hueso con sus dedos y luego bajó hacia su muslo, entonces cambió de rumbo y descendió hacia su glúteo, Carmen estaba ligeramente girada hacia él y notó como la mano bajaba hasta abarcar su nalga.

No debía suceder, no podía ir más allá, confiaba en él pero desconfiaba de ella.

  • "Te deseo Carmen, te deseo como jamás he deseado a ninguna otra mujer…" – su mano recorría su nalga y bajaba por la parte posterior de su muslo subiendo una y otra vez, sus besos eran cortos y suaves, acertando en los lugares de su rostro donde Carmen se sabía perdida – "…Quiero hacerte el amor como jamás nadie te lo haya hecho" – sintió un golpe en su pecho, su corazón se había detenido un segundo antes de desbocarse.

Ella también lo deseaba ¿cómo decir ‘no’ cuando todo su cuerpo delataría su deseo?

Se incorporó un poco y Carlos detuvo su mano aceptando su petición de tregua, sus rostros estaban casi pegados, sus ojos clavados en los del otro.

  • "Ese privilegio solo lo tiene una persona" – dijo en un susurro.

  • "¿Quién? ¿tu marido?" – Carmen no contestó, le pareció innecesario – "¿O es Mario?"

Por un momento había olvidado la historia que manteníamos ante él, sus ojos se desviaron al escuchar mi nombre y eso la delató

  • "¡Dios, qué suerte tiene! Debe ser un tipo excepcional para conseguir de ti…"

  • "Yo no he dicho que sea él" – protestó débilmente pero acabó sonriendo al ver la expresión de escepticismo en el rostro de Carlos.

  • "¿Qué tengo que hacer? Dime y lo haré sin dudarlo" – Carmen sonrió, intentaba encontrar una frase adecuada que no le hiriera pero que tampoco le diera esperanzas

  • "Deja que el tiempo actúe" – no era eso, no quería decir algo así pero ya estaba dicho.

Carlos se mantenía inclinado hacia ella, la besó en los labios una vez más, su mano no había abandonado su cadera y de nuevo sintió como se movía hacia su nalga, traspasó la falda y su piel se erizó al sentir la mano en la parte trasera de su muslo, temió que al subir intentara hacerlo por dentro, no estaba preparada para algo así pero pronto se tranquilizó cuando notó como levantaba la mano antes de regresar a su cadera, esos detalles la inducían a confiar en él.

  • "A veces… durante estos meses, he recordado el día que apareciste a mediodía después de haber pasado la noche fuera, con tus amigos" - Carmen creyó sonrojarse – "desde entonces los he envidiado por poder tenerte, por poder desnudarte y disfrutar de ti"

Sintió el intenso calor en sus mejillas, no podía separar sus ojos de los de él a pesar de que hubiera deseado poder ocultarse.

  • "Pero ahora… de quien realmente siento envidia es de Mario…" – Carlos se incorporó un poco quedando mas encima de ella y continuó.

  • "Podría decirte que te deseo, se que tú me deseas también, es evidente, podría pedirte que me dejases follar contigo…" – el placer la conmocionó – "… no creo estar en desventaja con tus amigos de Sevilla".

De nuevo se detuvo, mirándola como si no la hubiese visto nunca.

  • "Pero no es eso lo que quiero, no deseo follar contigo, al menos no la primera vez, aspiro a hacerte el amor, algún día, cuando tu lo desees tanto como yo. No eres un polvo mas, un revolcón demorado desde el verano, no, no eres eso para mí"

Carmen estaba abrumada por sus palabras, tomó su rostro con la mano y le besó con ternura, le besó con agradecimiento dejando que la pasión contaminase lentamente aquel beso. Luego, la furia del deseo enlazó su brazo alrededor del cuello de Carlos y ambos se estrecharon fuertemente con hambre de tocarse, de sentirse.

La pasión desatada de Carmen le servía de guía, no quería cometer ningún error, intuía su entrega y regresó a acariciar sus abultados pezones que le ganaban la batalla a la ropa y se marcaban con nitidez en la tela, el roce de sus dedos la volvía loca, su sensibilidad en los pechos es tan intensa que puede llegar fácilmente al orgasmo con solo mantener una caricia constante, un roce continuado en ellos.

Respondía a la excitación de Carmen con más pasión y mas deseo, la atrajo hacia él, separándola del respaldo y ella le abrazó besando su cuello, de pronto sintió los dedos de Carlos bajando la cremallera de su vestido y se incorporó.

  • "Necesito ir al baño un momento"

  • "Claro"

Carmen se levantó y se dirigió a los lavabos con el bolso, en parte era la excusa ideal para darse un momento y poder pensar y serenarse. Entró en uno de los servicios y se bajó el tanga, lo que imaginaba por el calor húmedo que sentía se confirmó al ver el salvaslip totalmente empapado, lo separó del tejido y lo arrojó a la taza, sacó de su bolso un pequeño paquete de toallitas húmedas y se secó, de su coño manaba un abundante flujo que limpió varias veces antes de subirse el tanga, en ese momento se dio cuenta de que ni se le había pasado por la cabeza ponerse otro salvaslip, se asustó al comprender que inconscientemente se estaba preparando para recibir las caricias de Carlos en su sexo. De nuevo el recuerdo de una escena similar vivida con Roberto la vino a turbar, una escena en la que ella se limpiaba en el baño de un restaurante; Sintió la desagradable tensión que nacía en su estómago pero la desechó con energía; no era igual, no era lo mismo.

Salió del servicio y se miró al espejo, "¿qué estoy haciendo?" pensó. Echo las manos hacia atrás para subir la cremallera que había comenzado a bajar Carlos pero se detuvo, estaba bien así.

Se miró de nuevo al espejo, estaba asustada, la emoción del encuentro había roto sus planes para esta cita, todo estaba sucediendo demasiado deprisa, no entendía como era capaz de dejarse besar y acariciar por alguien que no fuera yo, ¿qué había pasado para que estuviera haciendo cosas que hubieran sido impensables tan solo unos meses antes? Todo era tan agradable, tan… arriesgado… Le sorprendía su incapacidad para frenarle, con él no se sentía forzada a nada y quizás eso era lo que la dejaba mas indefensa, hasta ahora cada uno de los avances de Carlos había sucedido en medio de tal delicadeza, envuelto en palabras cargadas de ternura y pasión… y ella se veía desbordada por sus propias emociones.

Pensó en mi, intentando convertirme en el motivo para imponer un cambio en el curso de la cita pero mi recuerdo actuó en sentido contrario, mis palabras y mis deseos se hicieron presentes en su memoria y comprendió que yo era un argumento más para dejarse llevar por lo que su cuerpo le pedía a gritos, mi recuerdo parecía empujarla a seguir el rumbo que Carlos iba marcando

Contempló a la mujer que se asomaba al espejo ¿Qué es lo que realmente deseaba que sucediera?

Con estas dudas volvió al salón y mientras se acercaba a Carlos se fue haciendo a la idea de que estaba a punto de dejarle llegar más allá de lo que lo hizo en Sevilla, iba a suceder, parecía inevitable, lo deseaba profundamente y por primera vez utilizó mis argumentos para desarmar las últimas dudas que la retenían; sabía que yo deseaba que sucediera, le esperaba una intensa noche de sexo y morbo conmigo durante la que me contaría como se había dejado acariciar y respondería a mis preguntas; No encontró ninguna otra razón para evitarlo, su pudor y las normas que habían guiado su comportamiento ante los hombres hasta entonces habían sido pulverizadas por mi pasión desatada al imaginarla con él y por el deseo que había ido creciendo en ella con cada conversación que había mantenido con Carlos aquellos meses. El paseo por el Parque Maria Luisa y los primeros besos y caricias que sintió allí habían ido minando sus reglas sobre lo que podía y no podía hacer con un hombre.

Cuando se sentó su decisión estaba tomada, iba a disfrutar sin perder el control, confiaba en él y eso le daba más libertad para dejarse llevar sin temor.

Pronto quedó de nuevo cobijada entre sus brazos, Carlos acariciaba su mejilla y la besaba tiernamente, Carmen apoyó la mano en su pecho, a través del fino tejido del jersey pudo apreciar la forma de sus pectorales, le gustaba mucho, le atraía cada vez mas; Se dio cuenta de que nunca se había permitido reconocer esas emociones al ver a algún hombre atractivo; Desde que era una cría le advirtieron de las consecuencias de actuar de la misma manera que lo haría un chico, ella no debía hacerlo si no quería… y ahí venía una serie interminable de consecuencias horribles. Un chico podía mirar con deseo a una chica y tantearla, pero una chica jamás, sería como declararse fácil, dispuesta, significaría pasar a ser clasificada como la típica chica para pasar el rato pero no para ser la novia de nadie. En aquel momento y por primera vez se sentía libre para pensar y actuar sin la opresión de la férrea censura de la educación recibida.

Bajó la mano acariciando su pecho y su estómago, adivinando formas y músculos a través del tejido, los besos de Carlos la devolvían a un estado de irrealidad en el que cualquier cosa era posible, incluso que se deslizase por debajo del jersey; Sintió el vello de su cuerpo, fino, corto, supuso que se depilaba, su dedo índice se hundió en el hoyuelo del ombligo y luego ascendió por su estómago que se contrajo al sentir el contacto de sus dedos, el roce del vello en su mano la excitó aun mas y subió palpando su piel, alimentando su excitación a cada palmo de terreno conquistado; alcanzó su pecho y sus dedos se entretuvieron con la pequeña tetilla apretándola, rozándola hasta endurecerla, notó como Carlos reaccionaba a sus caricias atrayéndola hacia él, sintió el impulso que la separaba del respaldo y ella, sin voluntad para resistirse, se desplazó dejando que volviera a buscar la cremallera y la hiciera descender lentamente hasta sus riñones, Un pensamiento fugaz le dijo lo fácil que sería dejarse desnudar.

Cuando notó la mano fría en su espalda no fue capaz de decir nada, aquella caricia la desarmó, le deseaba, le deseaba tanto que no podía detener aquellos dedos que jugaban con el cierre de su sujetador; De nuevo recordó, sin miedos y sin tensiones, simplemente le pareció tan diferente que pensó que aquel gesto limpiaba el mal recuerdo de otro muy similar en la forma pero absolutamente diferente en su intención.

El cierre saltó con facilidad y noto su pechos liberarse de la presión del sostén, luego se dejó dócilmente llevar hacia el respaldo, le miró, estaba entregada, sus ojos se lo decían; Carlos tomó la hombrera de su vestido y comenzó a bajarla, su hombro izquierdo quedó desnudo, Carmen pensó en el camarero, podía aparecer sin que lo advirtieran, Carlos la protegía con su cuerpo y ella, por encima de su hombro podía ver parte de la entrada al salón, eso le daba un escaso margen si le veía aparecer, aun así sería una situación tan violenta…

Su atención volvió a centrarse en aquella mano que seguía bajando el vestido, notó como la copa del sujetador se ahuecaba separándose de su piel y un ahogo convirtió su respiración en suspiro, iba a suceder, ya estaba sucediendo y sabía que no lo iba a evitar.

Se detuvo y la miro a los ojos antes de continuar, Carmen no dijo nada, incapaz de actuar, esclava de los acontecimientos que sucedían y ante los que ella, de nuevo, se sentía espectadora de sí misma.

Un leve movimiento y su pecho izquierdo quedó desnudo ante él, la hombrera quedó por mitad del brazo, la parte derecha del vestido impedía que bajara mas, la copa quedó vuelta hacia fuera y por alguna extraña razón la turbó mas mostrar su ropa interior que enseñar su pecho; Carmen sintió el latido en su coño, un pulso continuo que había ganado en intensidad a lo largo de la tarde; observó cómo Carlos abría los ojos asombrado – "¡Dios, qué preciosa eres!" – exclamó con autentica emoción en su voz, su mano rodeó la curva exterior apenas rozándola, el pulgar extendido rozó su pezón y ella se estremeció, una leve presión de los dedos buscaba conocer la dureza de su pecho, luego le vio bajar la cabeza y cuando sintió el contacto de sus labios cerró los ojos y gimió.

Su lengua trataba con esmero y delicadeza su puntiagudo pezón, lo recorría una y otra vez, abría su boca y parecía querer absorberlo, luego lo soltaba y le daba pequeños besos que lo volvían aun mas turgente, lo humedecía con la lengua y luego lo enfriaba soplándole para erguirlo si cabe aun mas; El deseo le superaba, su mano recorría nerviosa su costado, su cadera, ascendía al hombro y volvía con avidez a buscar lugares que palpar, se detenía más en su cadera siguiendo la curva que conducía a su muslo, el vestido se había subido hasta quedar reducido a una estrecha franja que apenas cubría su pubis y la superó pronto; Su mano acariciaba el muslo y, al subir, arrastraba la tela, Carmen se alertó al notar el contacto de los dedos sobre su piel desnuda, supo que había traspasado el límite de la media, estaba tan cerca… apenas unos centímetros y volvería a su cadera, esta vez por debajo de la ropa, lo presentía.

La acariciaba con suavidad, sincronizando sus movimientos con los roces de su lengua en su pezón, Carmen tenía la cabeza baja, mirándole como chupaba igual que un niño, un sentimiento de ternura se hizo paso entre su excitación y la hizo acariciar su cabeza.

Sintió el roce de la mano en su cadera, bajo la falda, tuvo un instante de tensión que dejó paso a una intensa relajación, el tacto de su cálida mano en su carne desnuda le arrancó un suspiro de placer, sus dedos avanzaron hasta rozar la cinturilla del tanga, la acariciaba con la palma de la mano, moviéndose por su cadera, intentó avanzar hacia su vientre pero la postura de Carmen se lo impedía, retrocedió hasta que alcanzó su nalga, un destello de placer erizó toda su piel y nubló su vista, le estaba acariciando el culo desnudo, por primera vez, nunca antes había sentido algo así.

Debía detenerle, si le dejaba continuar no sabía si podría volver a estar en condiciones de decidir. La mano se movía inquieta por su carne, se encontró con el pequeño triangulo posterior del tanga y lo recorrió con las yemas de los dedos, luego volvió a bajar reptando por su sensibilizada piel hacia sus rodillas y se adelantó situándose entre sus muslos, dibujando con dos dedos la mínima rendija que había entre ambos; Carmen no lo pensó, tampoco lo evitó, sus piernas se separaron solas más de lo que hubiera querido, aquel gesto declaraba sus deseos más profundos; Como si no hubieran pasado los meses la escena interrumpida en Sevilla aquella última noche se reanudaba y otra vez sentía a Carlos deslizarse entre sus piernas, sintió una intensa descarga de placer que recorrió su cuerpo y no pudo ahogar un gemido que escapó de su garganta.

Sus dientes mordían su pezón sujetándolo con suavidad, su lengua acariciaba la punta prisionera, al mismo tiempo su mano rozaba la sensible piel del interior de sus muslos y avanzaba cautamente como intentando no asustarla, Carmen sentía sensaciones limpias, diferentes a las sufridas con Roberto. Acariciaba el cabello de Carlos con su mano sujetando su cabeza contra su pecho. La mano ascendía lentamente entre sus muslos y estos respondían al avance dejando el paso abierto, el tacto cambió cuando superó el final de las medias y palpó su piel desnuda muy cerca de su sexo, Carmen supo que estaba a punto de ocurrir lo que quedó inconcluso en Sevilla; Entonces, como si no fuera su cuerpo, sintió como el último espacio cerrado entre sus muslos se abría.

El roce de la yema de un dedo en su pubis disparó su excitación y su espalda se irguió como presa de un calambre, Carlos abandonó su pecho para fundirse en un beso interminable que servía de fondo a su entrega. Estaba semidesnuda y el riesgo aumentó su placer. Sintió la caricia suave en su sexo, la presión del dedo sobre su braga siguiendo la senda de sus labios y ella, totalmente entregada, notó como su cuerpo, liberado de su control, aceptaba aquella caricia abriendo las piernas y abrazando con fuerza al hombre que la poseía; Le pareció hundirse en un torbellino que giraba cada vez con más velocidad, sin control; Sus sentidos parecían estar cegados, solo su piel parecía inmensa, enviándole millones de señales, su pezón abandonado tras la intensa caricia le recordaba que estaba ahí, reclamando su parte de placer; Y su coño convertido en el núcleo de su cuerpo, acaparaba toda su capacidad de percepción, se había vuelto sorda, ciega y muda, toda ella era un inmenso coño palpitante que exigía mas.

Cuando los dedos traspasaron la fina tela de la braga no lo experimentó como una invasión, ni siquiera se sorprendió, era el paso esperado, lógico, necesario, inevitable; Se dejó llevar de las turbadoras sensaciones que la envolvían, sintió como se deslizaba entre sus encharcados labios y no le importó que notase su copiosa humedad, al contrario, deseaba que supiera cuanto le deseaba.

Su espalda se arqueó, alcanzada por un rayo de placer cuando el dedo rozó su clítoris y comenzó a frotarlo suavemente, su respiración se hizo audible cerca del cuello de Carlos, sus jadeos significaban "sigue, continua"; ¿Cómo podía ser tan delicado?, su dedo se deslizaba entre sus labios sin prisas, suavemente, regresando al pequeño promontorio que se había endurecido con las primeras caricias y haciéndola temblar visiblemente; pero no se quedaba mucho tiempo allí, surcaba el canal inundado entre los labios, se acercaba a la entrada de su coño, lo recorría con dos dedos y lo abandonaba cuando ella, loca de placer, esperaba recibirlo dentro; Por fin una de las veces que su dedo llegó a la pequeña oquedad comenzó a acariciarlo suavemente dibujando círculos en su perímetro, dejando que la yema del dedo poco a poco se aventurase en su interior, Carmen dejó que su pelvis cobrase vida propia y se adelantase buscándole, sus piernas se abrían instintivamente, la derecha, atrapada contra el muslo de Carlos buscaba hacerse hueco y se dobló elevándose, él detuvo su intima caricia y la ayudó a subirla sobre la suya, un destello de pudor la hizo mirar hacia abajo, su vestido apenas cubría su pubis, su pecho desnudo apuntaba hacia arriba como si buscase la boca que le había abandonado, se mostraba obscenamente abierta con una pierna colgando de la de Carlos y la otra vencida hacia el sillón y con aquella mano hurgando en su coño; Cerró los ojos, la imagen que había tenido de sí misma le provocó un pensamiento que no rechazó: "soy una puta", quiso pensar ‘parezco’ pero la frase se materializó así y no sintió nada que no fuera placer, un intenso placer que, como si fuera un escalofrío, hacía temblar todo su cuerpo en oleadas continuas.

Carlos movía el dedo en círculos inspeccionando la entrada del húmedo canal que le daba cobijo, Carmen sorprendida se preguntaba cómo era posible que se moviera justo como ella necesitaba, sin prisas, sin ejercer apenas fuerza, sin invadirla violentamente, aquello era lo más alejado de una agresión. Se movía en su interior explorando concienzudamente, ganando terreno poco a poco, recorriendo las rugosidades y acertando en la forma y en los lugares antes de avanzar un solo milímetro mas, ¿Podía haber mayor sensibilidad en un hombre? pensó.

Una leve presión en la pared superior le provocó un ahogado grito de sorpresa que delató que había acertado, a partir de ese momento Carlos la sometió a una presión intermitente en ese punto que disparaba en Carmen una especie de corriente eléctrica que convulsionaba su cuerpo.

Abrió los ojos y le miró, estaba ebria de placer, la sonrisa que nació en el rostro de Carlos fue una caricia para ella que volvió a cerrar los ojos para abandonarse al placer, indefensa, incapaz de resistirse, entregada; No había podido devolverle la sonrisa, sus músculos no respondían, solo su coño palpitaba.

Carlos penetró más profundamente, primero con un dedo, luego dos, Carmen se revolvía en el asiento con su boca pegada a la de él, atacada por intensos espasmos que la llevaban al borde del paroxismo, su pelvis se volvió a adelantar hasta dejarla en el borde del asiento dejando el vestido atrás, un gemido parecido a un lamento brotó de su garganta, su cuerpo se tensó y su pierna izquierda se dobló elevando el pie y adoptando en el aire la posición de su pierna derecha mostrándose abierta, jadeando ruidosamente; Carlos, abrumado por la intensidad de su excitación sacó su dedos y acarició sus nalgas en tensión que se mostraban rotundas, duras e indecentes ante él, Carmen notó como descendía y comenzaba a recorrer la curva de sus glúteos endurecidos por la tensión de sus piernas, la mano extendía su propia flujo por sus nalgas y esa sensación húmeda la hizo sentirse sucia, excitantemente sucia y deseó que regresara dentro de ella, sus piernas en tensión casi rozaban su pecho y le hacían percibir mejor su coño dilatado, notó el cordón del tanga estirado apretado contra su ano, "puta, puta", repetía mentalmente, tenía un vacío inmenso en su coño que no cesaba de contraerse.

De nuevo pensó en el riesgo de que apareciera de improviso el camarero, sabía que estaba casi desnuda pero no pudo pensar más, estaba loca de placer, y cuando los dedos volvieron a entrar en ella sus piernas se desplomaron desmadejadas, su mano abandonó el cuello de Carlos y, como si fuera a cámara lenta, descendió por su pecho hasta posarse sobre el duro bulto en su bragueta, comenzó a acariciar la forma rígida aprisionada en el pantalón mientras sentía los dedos en su interior acariciándola despacio, con suavidad, sin urgencias. ¿Qué estaba haciendo? ¿Cómo se atrevía a hacer una cosa así? Apenas prestó atención a la protesta que su sentido común le lanzaba, el ahogado gemido que escuchó fue un regalo para ella, Carlos desfallecía en su mano; El placer insufrible que le provocaba aquella boca de regreso en su sensible pezón la tenía ya al borde del orgasmo, los dedos que exploraban el interior de su coño sintieron las fuertes contracciones que anunciaban el estallido cercano.

¿Cuándo le había bajado la otra hombrera? Se percató de que tenía los dos pechos al descubierto, el vestido y su sujetador quedaban colgando de sus brazos, ¿cuándo había ocurrido? Si aparecía el camarero no dispondría de suficiente tiempo para… ¿y qué más le daba? Nada importaba salvo sentir, sentir y dejarse embriagar por el placer prohibido de acariciar a un hombre en su hermosa virilidad.

  • "Bájala"

Carlos solo pudo articular esa palabra y Carmen, como una autómata, busco impaciente el tirador de la cremallera que por dos veces se atascó antes de recorrer completamente su camino, buscó en la abertura del pantalón y metió su mano, sintió el calor que emanaba de aquella dureza oculta por el ligero tejido del slip y la palpó buscando conocer su forma, su longitud, Carlos se movió para facilitarle el camino, se sentía desbordada por sus impulsos, no podía ni quería detenerse, no se reconocía en aquella indecente que acariciaba la polla con avidez, los dedos en el interior de su coño habían aprendido el ritmo de sus contracciones y presionaban hacia arriba en el mismo instante, con la misma intensidad, llevándola una y otra vez al límite del desmayo, al borde de un orgasmo que todavía no llegaba, que deseaba y temía a la vez, porque no quería gritar allí, no podía hacerlo.

Llegó a una zona donde el slip dejaba traspasar una copiosa humedad, la forma redondeada bajo la tela se mostró extremadamente sensible a sus caricias – "¡Oh Dios!" – exclamó Carlos abatido por un espasmo y aquello le sonó maravillosamente bien, siguió acariciando con delicadeza su glande, necesitaba más, ahora que estaba a punto de explotar; Buscó el borde lateral del slip, hizo presión con la punta del dedo índice y logró levantar lo suficiente como para introducirse por debajo;

El contacto con el vello púbico de Carlos les hizo gemir a los dos, sus dedos se enredaron en una tupida mata rizada, a la altura de sus dedos anular y meñique sintió la forma globosa de sus testículos mientras el índice y el medio tocaban la base del duro tallo surcado por un grueso canal central más blando, avanzó buscando atrapar aquella roca, el tejido del slip crujió al ser forzado en sus costuras por la mano ansiosa que penetraba dentro y por fin rodeaba el grueso tallo con sus dedos, le estorbaba todo y Carlos, presintiendo en sus insatisfechos movimientos lo que necesitaba, abandonó su clítoris y como un rayo desabrochó el cinturón y el botón superior de su pantalón antes de regresar a su cálido refugio, Carmen se sintió mucho más libre en sus movimientos, soltó su presa y se metió por la cintura del slip, se hizo dueña de la polla y la recorrió con la palma de la mano desde la punta hasta acoger sus testículos, suaves, blandos y frágiles en su mano; Tenía los dedos mojados y volvió a apoderarse de la gruesa cabeza para escuchar a Carlos desfallecer en un gemido acompañado de un espasmo en su polla que derramó en sus dedos un abundante y cálido caudal de flujo con el que resbaló por el hinchado glande

Su orgasmo era inminente, su coño palpitaba cada vez más rápido, más intensamente, movió la mano dentro del slip y consiguió bajar la parte delantera dejando la polla ante ella, quería verla antes de sucumbir.

Le pareció hermosa, potente, la deseaba más que nada; desnudó también los testículos y los acarició con mimo viendo como la polla latía una y otra vez, un hilo transparente se descolgó de la punta hasta su vientre y Carmen lo recogió, frotando el glande con sus dedos y empapándose del continuo flujo que brotaba. ¿Era ella quién estaba haciendo esas cosas?

  • "Vámonos al hotel, necesito hacerte el amor"

Le miró sin acabar de entender, sin asimilar sus palabras – "Vámonos" – repitió Carlos, Carmen se incorporó, se colocó el sujetador e intento abrochárselo, entonces sintió las manos de Carlos que lo abrocharon y le subieron la cremallera. Se miraron mientras se esforzaba para acomodar su hinchado miembro dentro del slip y ambos rieron con cierta turbación.

Carlos pagó en la barra mientras ella esperaba fuera, no se sentía cómoda delante de los camareros, el aire frío en su rostro la ayudó a recuperar el ritmo de su respiración, estaba a punto de acostarse con él, iban hacia el hotel, en cuestión de minutos le sentiría dentro de ella.

Caminaron con prisa, Carmen le había cogido del brazo inconscientemente y cuando se dio cuenta no quiso soltarle, esperaría a llegar a calles más céntricas, ahora le apetecía ir de su brazo.

Quizás fue el frio en la cara, puede que fuera el brusco cambio al salir a la calle lo que rompió el momento de locura que habían vivido en el pub; Carmen comenzó a ver claro, por encima de su excitación, que no era esa la forma en que quería que sucedieran las cosas, su paso se fue haciendo más lento hasta que se detuvo. Carlos supo que algo había cambiado.

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  • "¿Qué sucede?" – le dijo sin el menor signo de impaciencia.

Carmen se volvió a mirarle, esta vez su rostro mostraba desolación.

  • "Dime ¿qué te ocurre?" – parecía sinceramente preocupado.

  • "Carlos, yo… no…" – suspiró, las palabras que surgían en su mente le parecían insuficientes para expresar su lucha – "Antes me dijiste algo precioso que si es cierto…" – de nuevo titubeó, no lograba darle forma a sus ideas –"¿De verdad soy algo más que un polvo para ti?" – Carlos afirmó con la cabeza – "Porque si lo que quieres es eso… entonces sigamos adelante; Pero si lo hacemos nos vamos a arrepentir, lo sé, estoy segura"

El silencio pareció durar más, mucho más de lo que en realidad duró, Carlos la miraba como si no pudiera asumir lo que acababa de escuchar, agachó la cabeza, se quedó pensando un momento.

  • "Tienes razón, no es así como lo quiero"

Carmen le miró con lástima, imaginaba lo que debía suponer para él renunciar ahora, casi podía sentir el esfuerzo tan enorme que estaba haciendo

  • "Carlos… No es el momento, no quiero…" – se detuvo alarmada, había estado a punto de decir ‘no quiero engañar a Mario’

Porque eso es lo que sentía si se acostaba esa tarde con él, me había asegurado que era capaz de separar la fantasía de la realidad y ahora se encontraba en sus brazos, totalmente entregada y a punto de ceder a su deseo.

Deseaba hacer el amor con él, deseaba estar desnuda delante de Carlos mostrarle su cuerpo observar la expresión de su rostro al verla en su abrumadora desnudez, sentirse orgullosa cuando él le hablara de su espléndido cuerpo.

Pero no así, no sin mí, no era así como lo deseaba, no quería regresar a casa esa noche y decirme que había sucumbido. Sin mí.

Había ido mucho más lejos de lo que jamás hubiera podido prever y se sentía culpable, eso tenía que haber sucedido conmigo a su lado. Carlos se volvió hacia ella con el rostro muy serio.

  • "No quiero follar, no hasta que hayamos hecho el amor, luego te follaré, cien, mil veces, de todas las formas y en todas las posturas posibles, pero no renunciaré a hacerte el amor, no me conformaré con quedarme en el escalón de tus otros amigos"

‘Tus otros amigos’. Carmen se reprochaba aquella provocación estúpida en Sevilla que la había conducido a declararse promiscua, nunca imaginó que aquel morboso juego se volvería algún día en su contra. La situaba ante Carlos en una posición ambigua e incoherente que le desconcertaba, había una discrepancia inmensa entre la mujer liberal que se acostaba con Mario y participaba en una orgía y esa otra que dudaba, retrocedía y le negaba un polvo tras permitirle desnudarla y dejarle alcanzar los lugares más íntimos de su cuerpo, esa mujer vacilante que se mostraba audaz apoderándose de su polla y un minuto después le ponía reparos para acostarse.

  • "¿Nos vamos?" – aquella frase la sacó de sus pensamientos, se entristeció pensando que Carlos estaba frustrado y daba por terminada la cita, su rostro debió delatar ese pensamiento – "No te preocupes, aun no te pienso dejar libre, demos un paseo, sigamos hablando, quiero conocerte todo lo que tú me dejes" – su tono de voz volvía a ser alegre, desenfadado, sin rastro de la frustración que sin duda sentía.

Carmen estaba emocionada y se echó a sus brazos besándole una y otra vez, no le importaba que la vieran.

Caminaron casi una hora, sin rumbo fijo, Carlos prudentemente buscó temas de conversación que la alejaran de comentarios violentos para ella, no quería hacerla sentir en deuda; recorrieron toda la Gran Vía hasta Plaza de España, descendieron hacia Palacio y bajaron luego hasta el Viaducto, cuando por fin llegaron a Sol, eran las diez de la noche, Carmen se sobresaltó al ver la hora.

  • "No pensé que fuera tan tarde" – dijo apurada.

  • "¿No puedes cenar conmigo?" – agachó la cabeza – "que tontería, claro que no"

Carmen le miró compasivamente, era otra frustración para Carlos que la aceptaba con el mismo buen carácter con que había renunciado a acostarse con ella; Le miró, era como si le conociese de toda la vida, se encontraba tan bien con él que no quería que aquello acabara aun, calibró la posibilidad de llamarme, estaba segura de que le iba a plantear ninguna oposición, temía hacerme daño pero recordó mis palabras al despedirnos: ‘disfruta’; Lo siguiente que pensó fue cómo hacerlo sin levantar las sospechas de Carlos.

  • "Déjame intentarlo…" – se dio cuenta de que jamás había mencionado a su falso marido por ningún nombre e improvisó – "se que Javier llegaba hoy tarde, quizás pueda inventar una excusa"

  • "No quisiera ponerte en un compromiso" – Carmen negó con la cabeza, sacó el móvil y dio unos pasos tomando algo de distancia con Carlos, éste comprendió su gesto y se alejó fingiendo interesarse por un escaparate.

….

Cuando sonó mi móvil supe que era ella antes de ver el numero.

  • "Hola" – intenté parecer despreocupado

  • "Hola cielo, Oye… Carlos me ha preguntado si podría cenar con él, se marcha mañana, no tardaría, sería como máximo…" – la interrumpí, un frío intenso recorrió mi cuerpo y me dejó una desapacible sensación, al mismo tiempo sentí como mi polla cobraba vida.

  • "Claro, no me des más explicaciones, idos a cenar, ¿Qué tal va todo?"

  • "Genial… bien, quiero decir…"

  • "Tranquila cielo, disfruta"

  • "Gracias"

  • "No seas tonta, no me des las gracias"

  • "Te quiero"

  • "Lo sé, yo también te quiero"

  • "Yo también lo sé, me lo demuestras cada día… ahora mismo"

  • "No bebas, que te pones demasiado mimosa" – era un broma que delataba mis miedos, pero Carmen lo entendió de otra forma y entró a un juego que yo no había pretendido iniciar pero que le daba una excusa para insinuarme toda su excitación.

  • "¿Eso es lo que quieres? ¿Qué no beba? ¿o en realidad lo que quieres es que beba?" – su voz sensual me decía que intentaba satisfacer lo que creía un comentario morboso por mi parte, le seguí el juego.

  • "Bebe… lo suficiente, un poquito de alcohol os vendrá bien a los dos"

¿Por qué había ido tan lejos? Aquel comentario era una incitación a seducirle o a dejarse seducir.

  • "Lo suficiente… ¿para qué?" – dijo con su voz más sugerente.

¿Qué contestarle? Me había metido yo mismo en un callejón sin salida e improvisé una respuesta evasiva.

  • "Tú sabrás para qué te interesa beber, pero en cualquier caso un poco de alcohol siempre ayuda"

  • "Seguiré tu consejo" – sonó profundamente sensual.

  • "Disfruta cariño"

  • "Lo estoy haciendo" – un escalofrío recorrió mi espalda.

  • "¿Si? ¿mucho?" – mi voz sintonizaba con la suya, sugerente, intima, intencionadamente morbosa.

  • "Mucho más de lo que esperaba… por cierto…" – su voz se había vuelto claramente obscena – "¿sabes? Ya no tengo puesto el piercing" – de nuevo un frio glacial me recorrió el cuerpo, no pude evitar una pausa, no sabía que decir, por fin continué

  • "¿Te… lo quitó él?"

  • "¡Bobo! Me ha regalado uno y me pidió que, ya que no lo iba a ver, me lo pusiera" – su voz había vuelto a la normalidad y agradecí aquel cambio que me sacaba de la inseguridad y el miedo.

  • "¡Qué mala eres!"

Nos despedimos y, después de la tensión, su última frase me dejaba un salvavidas al que agarrarme para no hundirme ‘ya que no lo va a ver…’ había dicho.

Me senté en la cocina y comí sin ganas algo frio que encontré en la nevera. Tras la fuerte tensión que había experimentado en los primeros momentos tras su marcha y mi posterior huida en coche, había regresado a casa y me encontré sumido en una apatía extraña, había caído en una especie de entumecimiento de las emociones que me mantuvo ausente durante varias horas, sin ganas de hacer nada. Procuraba no pensar, intenté engancharme a una película pero al cabo de media hora me di cuenta de que ni siquiera sabía cuál era su argumento. Lo peor había pasado, la indecisión mientras aun era tiempo de detenerla había sido con diferencia el momento más duro, ahora solo quedaba esperar, hacer lo posible porque el tiempo pasara cuanto antes.

Seguía excitado, imaginaba que a estas alturas Carmen ya habría probado su boca y habría sentido caricias en lugares a los que solo yo había sido invitado. Tenía una trágica resignación, un sereno fatalismo que me decía que ya no había vuelta atrás, si me quedaba alguna duda sobre el camino al que la había conducido mejor la desechaba o caería en la desesperación. ¿Cómo podía compaginar el morbo y la excitación sexual más intensa con el miedo, el autentico terror ante la idea de que Carmen a estas horas podía haberse entregado ya a otro hombre?

….

  • "¿Qué?" – preguntó Carlos con cierta ansiedad cuando regresó.

  • "No habrá mucha sobremesa pero… vámonos a cenar" – dijo alegremente.

Carlos miró hacia el cielo con las manos cruzadas.

  • "¡Gracias Señor, hoy vuelvo a creer en ti!" – exclamó con un tono melodramático que hizo volverse a varias personas que pasaban por su lado, Carmen rió complacida y se agarró de su brazo, había olvidado sus precauciones, se sentía tan cómoda que dejaba a un lado el riesgo que asumía dejándose ver cogida del brazo de un hombre a esas horas de la noche.

Entraron en un conocido restaurante del Madrid antiguo, apenas había clientes en un día de diario; se sentaron en una mesa junto a un ventanal pero Carmen prefirió otra menos expuesta.

Tras ordenar la cena, siguieron hablando, Carlos extendió su mano a través de la mesa para coger una de las suyas y ella se dejó llevar de la ternura que emanaba de cada uno de sus gestos. La conversación era fluida, estaban descubriendo tantos puntos comunes de interés que se sintió cada vez más cerca de él, en todos los sentidos. Un pensamiento fugaz la alarmó tanto que lo desechó con fuerza, las emociones que sentía iban más allá de la atracción física y le asustaron.

Hubo un silencio en el que ambos se quedaron mirando a los ojos, Carlos tenía una leve sonrisa en sus labios, se le notaba feliz, su dedo pulgar acariciaba el dorso de la mano de Carmen, entonces hizo un gesto que no le pasó desapercibido: llevó la otra mano a su rostro apoyando el codo en la mesa, sus dedos rozaban su nariz; Carmen comprendió de pronto aquel gesto.

  • "¿Qué estás haciendo?" – dijo regañándole con un delicioso mohín. Carlos aspiró y cerró los ojos, luego la miró.

  • "Conocerte mejor, memorizar… algo de ti para cuando no te tenga cerca"

Carmen sintió el calor en su rostro, no era pudor, era excitación.

  • "¡Eres un pervertido!" – dijo fingiendo enfado.

  • "Me encanta tu olor, es… intenso, embriagador… me aturde"

Carmen sintió el placer que esas palabras le producían; hablaba del olor de su sexo, le recordaba que había estado dentro de ella y esa insinuación despertaba el recuerdo de la intensa sensación al ser invadida en su intimidad. Sus ojos le atropellaron con esa arrebatadora intensidad que carga su mirada cuando esta excitada; le sonreía pero se mantuvo en silencio, no había contestación posible a esa frase, tan solo podía devolverle un gesto. Llevó una mano a su nariz y aspiró profundamente, el olor del sexo masculino la obligó a entornar sus ojos, cuando los abrió Carlos la miraba extasiado.

  • "Gracias Carmen, me has dado tanto… hoy me has hecho muy feliz, ni te imaginas cuanto"

Ni un reproche, acababa de dejarle con la miel en los labios y de su boca solo salían palabras de agradecimiento, la emoción estuvo a punto de arrasar sus ojos.

  • "Anda, vete a lavarte las manos" – la tensión la llevaba a refugiarse en la broma.

  • "Nunca, esta mano jamás volverá a sentir el agua" – rió relajada, con ganas, podían hablar de cualquier cosa, incluso del olor de sus genitales.

  • "¡Qué horror! Se nos van a caer los dedos a trozos"

  • "¿Quieres decir que tu tampoco te la vas a lavar?" – Carmen rió negando con la cabeza.

Carlos la miró intensamente a los ojos mientras ella reía, poco a poco su risa se fue apagando y le sostuvo la mirada, entonces lentamente chupó dos de sus dedos sin apartar los ojos de ella; Carmen vaciló, por fin acercó sus dedos a la boca y probó el sabor del flujo que los había regado, sus ojos se mantenían fijos el uno en el otro, al hacerlo se sintió golfa, libertina, ahora si se reconocía en el papel que había fingido en Sevilla, era la mujer promiscua que Carlos creía, había sido capaz de dominarle torturando su glande, había sido capaz de desnudarle y apoderarse de su polla, no era la tímida mujer que cedía pasivamente al asedio de un hombre.

  • "Acabas de firmar un pacto conmigo" – dijo Carlos

  • "¿Un pacto de sangre?"

  • "Más o menos, pero te compromete igual"

  • "¿Tú crees?" – su voz se tornó sugerente

  • "Sabes que si"

El camarero vino a interrumpir aquel momento, comenzaron a cenar entre bromas y confidencias.

Eran las doce menos cuarto cuando salieron del restaurante, Carlos propuso caminar hasta el aparcamiento donde tenía el coche pero ella al ver la hora prefirió buscar un taxi.

  • "Que pase antes por tu hotel y te quedas allí"

  • "De eso nada, te acompaño al parking luego caminaré, hace un día esplendido, luce el sol, los pájaros cantan, huele a primavera…"

  • "¡Estás loco! Estamos en pleno invierno, es medianoche… ¿qué has bebido?"

  • "Tan solo lo he esnifado y mira el efecto que me ha provocado" – Carmen rió con ganas, de nuevo una insinuación al olor de su coño que impregnaba sus dedos y que tampoco esta vez la hizo sentir violenta. Carlos prosiguió.

  • "Si lo llego a beber… me hubiera muerto de placer" – Carmen le miró a los ojos sin disimular el efecto que esa frase le había provocado.

  • "No quiero ser responsable de una muerte" – dijo con una voz sensual.

  • "Pues yo si quiero morir bebiendo en esa fuente, Carmen, o agonizaré hasta que lo consiga" – el retrovisor le devolvió la mirada del taxista que espiaba la conversación, un brote de placer exhibicionista la obligó a frotar disimuladamente sus muslos.

  • "Estás loco…" – repitió Carmen abrumada por las sensaciones que aquella situación le provocaba.

¿Y por qué no? – Pensaba - ¿por qué no dejarse llevar y disfrutar de sentirse tratada como una reina? Si con los dedos había sido tan bueno, con su boca sería…. Le imaginó con su cabeza perdida entre sus muslos y se obligó a suspender esa idea ante la intensidad de las sensaciones que la podían llevar a replantearse el final de la noche; Carlos se mostraba tierno, amable, cariñoso, estaba segura que sería igual en la cama, ¿Sabría acariciarla sin prisas o se centraría en los pechos y el coño como su primer novio? Aquel chico también tenía buenas palabras y luego resultó un fiasco.

Continuaron el recorrido con las manos entrelazadas reposando sobre su muslo, de nuevo los dedos de Carlos rozaban su vestido y lanzaban una leve presión sobre su piel; Carmen se dio cuenta que deseaba sentirle más, más cerca. Más dentro.

Llegaron demasiado pronto a su destino, Carlos pagó el taxi y la acompañó a canjear el ticket, luego se quedaron mirando, frente a frente.

  • "Mañana intentaré quedar con Mario, le invitaré a comer.

  • Llámale temprano, antes de que haga planes…" – un idea loca que le provocó un intenso morbo la indujo a continuar – "…o, mejor aún, si le llamas ahora, le pillarás levantado, seguro"

  • "¿Tú crees? Es un poco tarde" – Carmen estaba intensamente ante la posibilidad de que Carlos hablase conmigo, imaginaba el efecto que me causaría y le incitó de nuevo.

  • "Se suele acostar muy tarde, seguro que le pillas trabajando"

…..

A medida que transcurría el tiempo se me hacía más difícil la espera, estaba inquieto, era tarde, demasiado tarde, no estaba preparado para aguantar tantas horas de tensión, me había hecho a la idea de que como muy tarde volvería sobre las diez pero la improvisada cena estaba alargando mi agonía hasta un punto en el que ya solo pensaba en verla llegar cuanto antes. La tensión sexual continuada en la que me encontraba desde que se fue, unida al desasosiego y la inseguridad que me provocaba haberla dejado sola en manos de Carlos actuaban como un poderoso estresante.

El sonido del móvil me sorprendió en el ático, corrí escaleras abajo para cogerlo antes de que quienquiera que fuera colgase, imaginaba que sería Carmen anunciándome su llegada.

  • "Dime" – ni siquiera había tenido tiempo para ver el número.

  • "¿Mario? Soy Carlos, no sé si te pillo en mal momento" – la sorpresa me dejó casi sin palabras

  • "No… en absoluto, estaba… ¿Qué tal? ¿cómo estás?"

  • "Ahora mismo en la gloria…" – Carlos miró a Carmen sonriendo pero yo imaginé escenas que deseaba y temía a la vez, noté como se me erizaba el vello – "…estoy con Carmen y me ha dicho que podía llamarte aunque sea tan tarde.

Sonreí, vi la intención morbosa de mi mujer en aquella llamada, me incitaba a imaginarla con él y esa complicidad que me enviaba mediante esa llamada hizo que toda la angustia y el temor desapareciesen de un plumazo y solo quedase el morbo, una sensación de complicidad y el intenso placer por estar compartiendo a mi esposa.

  • "Dale un beso de mi parte"

  • "Ahora mismo, mejor dos ¿no?"

  • "O tres" – bromeé intentando ocultar la fuerte excitación que amenazaba con hacer temblar mi voz.

Carmen seguía nuestra conversación cada vez mas excitada, su marido y su… amante charlaban cordialmente.

Amante. Por primera vez asumió esa palabra y esa idea. Ser consciente de su aceptación la hizo sentir una profunda liberación.

De pronto Carlos apartó el teléfono, se volvió hacia ella y la besó en la boca cogiéndola de la cintura.

  • "De parte de Mario" - escuché a través del teléfono, mi polla creció instantáneamente protestando por el encierro al que estaba sometida, me volví loco e intenté torpemente con mi mano izquierda soltar el pantalón pero tuve que cambiar de mano, dejé que el pantalón cayera al suelo y baje mi slip con urgencia, mi polla saltó hacia arriba y la aprisioné con mi mano

  • "Misión cumplida, ya tiene el primero, luego terminaré tu encargo"

  • "Así me gusta" – no tenía palabras, la emoción me superaba, era tan fuerte que apenas podía hablar.

  • "Oye Mario, ¿Qué tal tienes el día mañana? Había pensado invitarte a almorzar, si no tienes ningún compromiso"

Tenía una comida con el decano, pero ni por un segundo dudé en posponerla.

  • "Me parece perfecto, pero invito yo, ya te tocará cuando vuelva a Sevilla"

  • "De eso nada…" – nos enfrascamos en la típica disputa por hacerse con la invitación.

  • ¿Quedamos entonces sobre las dos y media ¿te viene bien? – le dije

  • "Sin problemas, aprovecharé la mañana para hacer unas gestiones y ver Madrid"

  • "¿Qué tal ha ido?" – no pude contener mi morbosa curiosidad.

  • "Bien, muy bien… genial, ha sido…" – Carlos se detuvo y la miró, no podía alardear delante de ella – "En fin, nos vemos mañana ¿de acuerdo?

Carmen entendió que la conversación tocaba a su fin y le hizo un gesto a Carlos.

  • "Te paso a Carmen, quiere decirte algo"

El corazón golpeó mi pecho cuando escuché su voz.

  • "Hola" – dulce, tierna, sensual. Un arrollador sentimiento de amor me invadió

  • "Hola amor mío ¿Qué tal estás?"

  • "Muy bien…" – miró a Carlos antes de continuar – "… en buena compañía" – Él la tomó de la cintura y la estrechó, Carmen dejó que su cuerpo obedeciese el impulso que la llevaba a apoyarse en él.

  • "¿Estás contenta?" – quería preguntar otras cosas, pero solo atiné a plantear aquello.

  • "Mucho, hemos pasado una velada genial" – la mano de Carlos acariciaba su costado.

  • "¿Vais a… os queda mucho?" – torcí el gesto lamentando aquella estúpida pregunta.

  • "Bueno, te dejo, me voy para casa, mi marido debe estar a punto de llegar"

  • "Vale cielo, te espero"

  • "Un beso cielo, hasta pronto"

Cerré el móvil, estaba sonriendo, un simple gesto de Carmen forzando esa llamada había bastado para apagar todos mis miedos.

…..

Carmen le devolvió el teléfono, la mantenía sujeta por la cintura y no hizo intención de separarse de él, al volverse sus ojos se cruzaron y de nuevo supo que iba a ser besada, le esperó viendo como se acercaba a su rostro. Cerró los ojos, quería concentrar toda su atención en el sabor de su boca, en el olor de su aliento, en la suavidad de su lengua.

  • "Le envidio" – dijo Carlos refiriéndose a mi.

  • "Es tarde, debo irme ya" – había comenzado a separarse pero mantenían las manos cogidas.

  • "Carmen… lo que daría por…" – ella puso un dedo sobre sus labios para hacerle callar y Carlos, resignado, renunció a terminar la frase– "¿Nos podremos ver mañana, en algún momento?"

  • "No lo sé, quizás" – lo deseaba intensamente, ¿cómo no verle? Pero dependía de mí, no quería herirme.

  • "Hablamos entonces, te llamaré por la mañana"

Tiró de sus manos y Carmen obedeció dócilmente el impulso que la llevaba a cobijarse en sus brazos, de nuevo los besos demoraron la separación.

Cuando por fin lograron separarse Carmen bajó al parking flotando en una nube, con la sensación de haber dejado frases por decir y cosas por hacer, se sentía feliz pero al mismo tiempo tenía una sensación de carencia, de algo inacabado.

Podían haber terminado en su habitación, hubo algún momento que faltó poco para que la proposición apareciera de nuevo y su reacción… no podía saber cual habría sido; Ahora cuando ya no había marcha atrás, un impulso ciego e irreflexivo le decía que hubiera deseado hacer el amor con él, pero sabía que había tomado la decisión correcta, no habría encontrado reproche en mí, pero no era esa la forma en que, si tenía que suceder, deseaba que sucediera. Sentía que me necesitaba allí, junto a ella en ese trascendental momento.

Porque aquello estaba dejando de ser una utópica fantasía y cada vez parecía más una cercana realidad. Nunca hasta esa noche se había planteado seriamente meterse en la cama con otro hombre. Lo pensó de nuevo mientras se acomodaba en el asiento del coche, en apenas unas pocas horas su planteamiento había cambiado radicalmente, había salido de casa con la firme intención de permitirle unos besos y poco mas, regresaba tras haberse entregado a él, segura de querer hacer el amor con ese hombre. Ahora estaba convencida de que iba a acostarse con Carlos, lo deseaba, cada vez más.

Y ese convencimiento la llenó de alegría.

Camino de casa se asombró del rumbo que habían tomado las cosas, no se acababa de creer que hubiera sido real todo lo que había sucedido esa tarde. Recordaba su audacia dejándole desnudar su pecho en aquel pub y una sonrisa se dibujó en su rostro, aun podía sentir sus dedos penetrando en su coño y esa tibia sensación despertó de nuevo el deseo. No podía creer que estuviera haciendo aquello pero su cuerpo no le daba opción a arrepentirse; muy al contrario, le pedía más. Una y otra vez llevaba sus dedos a su rostro para recordar el olor de su polla y cada vez un nuevo latigazo de placer encogía su coño, ¿cómo había sido capaz de acariciar su polla? Era una sensación tan nueva… no se reconocía, parecía tan diferente….

Aparcó en el garaje y se quedó unos segundos dentro del auto, se sentía… ¿orgullosa? No estaba segura de que esa fuera la palabra adecuada, osadía, valor, libertad… eran conceptos que la producían una sensación de… orgullo, si, orgullo; Había sido capaz de aceptar sus deseos superando prejuicios, miedos y censuras. Pensó en mí, sabía perfectamente lo que esperaba de ella en cuanto entrase por la puerta, ¿Iba a poder responder abiertamente a mis preguntas? Un conato de pudor ante la idea de contarme todo la hizo consciente de que una duda o un silencio por su parte me dolería más que cualquiera de las escenas que había vivido aquella noche.

Venía de estar con otro hombre, pensó, su cuerpo se lo recordaba aun y esa idea atenazó su garganta con una sensación cercana al riesgo, estaba comenzando a vivir una aventura con Carlos y la intensidad de lo que sentía al afrontarlo la abrumaba. Arrollada por una intensa emoción echó sus manos a la cara, mordió su labio inferior mientras su cabeza se movía de un lado al otro, notó el calor en su cara y una humedad en sus ojos que intentó evitar agitando sus manos cerca de sus párpados a punto de desbordarse.

Retiró las llaves del contacto y se giró para recoger el bolso y el abrigo del asiento lateral; al hacer estos gestos notó la humedad en su entrepierna y recordó que no llevaba salvaslip; Era improbable pero sintió la necesidad de comprobar si había manchado la falda, separó las piernas y llevó la mano a su coño; sus dedos se impregnaron de la humedad que traspasaba la braga y había mojado la parte interior de sus muslos, quizás en el trayecto, sentada al volante la humedad habría empapado la parte posterior del vestido; Salió del coche preocupada y buscó algún rastro de humedad en el tejido, no se escuchaba ningún ruido en el garaje y con cautela metió su mano entre sus piernas y palpó por dentro la parte posterior del vestido y tampoco halló huellas. Recogió sus cosas y tras cerrar el auto se dirigió a la puerta de acceso al edificio. Mientras el ascensor subía pensó en mi, ¿cómo me iba a encontrar? ¿Cómo iba a empezar a contarme todo?, ¿cómo lo encajaría?

…..

Escuché el ascensor y, como tantas otras veces aquella noche, bajé las escaleras del ático y la esperé en la puerta; Esta vez sonaron las llaves en la cerradura, no me esperaba allí y, cuando abrió la puerta, se sorprendió de encontrarme tan cerca e impulsivamente se echó a mis brazos.

Nos besamos y una intensa excitación me invadió al percibir el aroma de una colonia de hombre, aquellos labios habían estado besando a Carlos, aquel cuerpo que estrechaba se había dejado acariciar, - no sabía hasta qué punto -, por alguien que deseaba hacerla suya.

Nos quedamos abrazados, mirándonos a los ojos.

  • "¿Cómo estás?" – acerté a decir, Carmen me miró y subió las cejas al tiempo que agitaba una mano.

  • "¡Uffff!" – se apretó a mí y una risa nerviosa escapó de su boca y brotó incontenible, su cuerpo temblaba en mis brazos, hubo un momento en que dude si reía o lloraba, me contagié de su emoción, intuía que aquel temblor no solo era debido a la risa que intentaba dominar.

  • "Cuéntame" - ¿Para qué adornarlo con mas palabras? Ambos lo necesitábamos; yo, escuchar y ella hablar.

  • "Déjame que me dé una ducha antes"

La seguí hasta la alcoba donde se despojó del vestido y lo colgó cuidadosamente en el armario; Se debió sentir observada porque se volvió mirándome fijamente, me acerqué a ella, estaba tan hermosa en ropa interior, me recordó la misma imagen aquella tarde antes de terminar de vestirse para salir al encuentro de su… amante.

Ahora ya no era la misma mujer, recordé el antiguo pensamiento de Heráclito, nunca te bañas dos veces en el mismo río, jamás vuelve a ser el mismo; De la misma manera que la mujer que salió aquella tarde de nuestra casa jamás regresaría.

Me fijé en el piercing, regalo de su amante.

  • "Es bonito" – Carmen me miró algo azorada

  • "Si, es precioso" – su voz sonaba tímida, insegura, incapaz de discernir si sus palabras me podían doler o excitar.

  • "¿Te lo llegó a ver?" – me miró con los ojos muy abiertos

  • "¡no, claro que no!" – le sonreí intentando calmarla

Sin darme cuenta de cuándo y cómo había sucedido, me encontraba enlazado en sus brazos, no estaba seguro, podía ser mi idea sobre lo que habría sucedido pero… creí percibir un intenso aroma que ascendía de su sexo, el perfume embriagador de su excitación

  • "¿Estás bien?" – me susurraba al oído entre pequeños besos.

  • "Claro que si, amor, estoy genial, deseando que me cuentes"

  • "Déjame que me duche, será solo un momento"

  • "Claro"

Me separé de ella y la observé mientras se despojaba del sujetador, sus pechos oscilaron brevemente al girarse sobre sí misma para dejar la prenda en la cama, luego se sentó en el borde y se quitó los zapatos, masajeó brevemente sus pies y ejecutó ese rito tan erótico de desnudar sus largas piernas deslizando las medias con delicadeza hasta sus tobillos, elevó una pierna para sacar la primera media y mis ojos escudriñaron el pequeño trozo de tela que ocultaba su sexo buscando humedades, cambios en el color que delatasen su flujo. Repetí mi intrusa mirada cuando al quitarse la segunda media separó sus piernas, entonces creí ver una sombra en su pubis, un cambio de tonalidad en el reflejo de la luz sobre la oscura prenda que delataba el placer que le había proporcionado otro hombre, o quizás fueran los rastros de su semen; mi polla reaccionó con violencia ante esa posibilidad.

Se levantó y se bajó el tanga doblando ágilmente su cintura, recogió la prenda en su puño y entonces se fijó en mis ojos clavados en su mano. Se detuvo y eso me hizo mirarla, su rostro mostraba una picara sonrisa maliciosa.

  • "¿Las… quieres?" – dijo arrastrando sugerentemente la frase, encogí los hombros y asentí con la cabeza.

Carmen dio un paso hacia mí, mis ojos vieron oscilar sus caderas, abrió la mano y dobló el tanga del revés, entonces acercó la prenda a mi rostro, mostrándome la amplia mancha de flujo que resaltaba sobre la oscura prenda, estaba tan absorto ante la conducta obscena de Carmen que no reaccioné cuando tuve la prenda en mi nariz.

  • "Huele" – ordenó con la voz enronquecida por el placer.

Aspiré, una, dos, tres veces, llenando mis pulmones con el perfume de su coño, perdiendo la razón con cada dosis. La arrebaté de sus manos y mis dedos resbalaron sobre la baba que cruzaba la prenda, mi polla me dolía retenida hacia abajo en mi slip. Lleve los dedos a mi boca y saboreé aquel manjar derramado para otro hombre.

Me miraba excitada, arrojé la prenda al suelo del baño y me acerqué despacio a ella, tomé sus manos entre las mías y las besé, un fogonazo de alerta se disparó en mi cerebro, una explosión de imágenes surgieron al notar el olor que me llegaba de sus manos, olor a macho, estaba seguro, supe con toda certeza que aquellas manos se habían mojado tocando la polla de Carlos, en mi mente aparecieron escenas en la que ella le masturbaba con su mano hasta hacerle eyacular en sus dedos, o quizás, incluso en su boca… Se me nubló la vista cuando mi polla comenzó a brincar contra el slip, estaba a punto de correrme en mis pantalones; Carmen se dejaba besar ajena a mis pensamientos hasta que al verme quieto con su mano en mi cara debió comprender lo que sucedía y se soltó enlazando sus manos por detrás de mi cuello, creí ver una expresión de preocupación en su rostro, nuestros cuerpos aun estaban separados sus brazos intentaban atraerme hacia ella pero yo resistía su presión sin dejar de mirarla, ¿era posible que hubiera sucedido? ¿Se habrían acostado? Me acerqué con mi mano extendida a la altura de su pubis, Carmen, impasible me dejo llegar y cuando sintió mis dedos en su coño elevó el talón derecho y separó su pierna, cruzó sus brazos por detrás de mi cuello, besé su hombro, mis dedos se deslizaron en aquel charco de humedades cálidas, su densidad me hacía pensar que no había semen, ¿y si se había lavado hasta borrar el rastro? Mi cabeza daba vueltas de una idea a otra, negando y aceptando, deseando y temiendo que hubiera sucedido.

  • "¿Así vienes?" – susurré en su oído antes de morder el lóbulo de su oreja.

  • "Esto no es nada, tenías que haber visto como estaba cuando fui a cambiarme de salvaslip"

Me parecía imposible que aquella mujer que me hablaba al oído fuera mi esposa; Entonces caí en la cuenta de que no lo traía puesto.

  • "¿Y… cuando lo perdiste?" – su rostro de extrañeza me hizo continuar – "el salvaslip, ¿cuándo lo perdiste?" – sonrió y me besó, estaba disfrutando de mi turbación.

  • "No lo perdí, me lo quité"

  • "¿Te lo quitaste?" – su mirada lasciva, su sonrisa golfa me prepararon para lo que iba a escuchar.

  • "Por si acaso" – la emoción ahogaba mi garganta, la besé en la boca.

  • "¿Por si acaso, que?" – entornó los ojos mimosa pero no contestó.

  • "Y Carlos ¿se ha enterado de cómo estabas?" – me miró intensamente, quizás dudó un segundo, no lo sé, pero aquella pausa me pareció eterna.

No pronunció una sola palabra, bastó un gesto afirmativo de su cabeza para provocar una tormenta en mi interior, mi corazón parecía a punto de estallar, sentía una presión en el pecho que apenas me dejaba respirar. Notaba un temblor que no sabía si se exteriorizaba o solo era una sensación interna. Carlos había tocado esa humedad, había alcanzado su coño y Carmen, veladamente me lo decía.

  • "Así que… se ha enterado de que estabas empapada…" – asintió de nuevo con la cabeza

  • "¿Mucho?" – quería saber, necesitaba saber hasta dónde había llegado

  • "Todo" – mis ojos se debieron abrir de par en par porque Carmen inmediatamente matizó su respuesta

  • "No quiero decir… no, sino que… bueno… me tocó"

  • "Te tocó el coño"

  • "Si" – mi silencio la instaba a ser mas explicita – "me tocó el coño" – es lo que quería escuchar de su boca.

  • "¿Por encima?" – negó con la cabeza, pensé que iba a estallar, mi polla cabeceaba apresada por el slip, notaba la humedad extenderse por la tela que la cubría.

  • "Dilo" – le pedí; me miró a los ojos, mis dedos no dejaban de acariciar su coño, se deslizaban con facilidad por el canal perfectamente lubricado y se hundían una y otra vez entre sus labios.

  • "Metió los dedos por dentro de la braga…" – su voz era un susurro, casi un gemido – "me estuvo acariciando, luego se hundió y… encontró el clítoris"

Me moría de placer al tiempo que un inmenso dolor me desgarraba, pero incluso aquel dolor me provocaba mas placer, era un sinsentido, mi esposa, mi niña me estaba confesando como se había entregado a un hombre y yo me desangraba en una tremenda agonía que me causaba un placer como jamás había sentido..

  • "…después, me metió un dedo… y luego dos" - Carmen temblaba en mis brazos, la besé con furia, la tuve que hacer daño en la boca, pero era tal mi pasión que apenas podía contenerme

La arrastré a la cama y ella renunció a la ducha, la tumbé y me esperó abierta mientras me arrancaba la ropa. La sangre me hervía en las venas, la idea de que hubiera follado con él me enardecía y al mismo tiempo me causaba una sensación de soledad que me entristecía; si no había ocurrido, si tan solo se habían tocado sería diferente.

No, no me podía engañar; si Carmen había tenido su polla en sus manos lo cambiaba todo y me devolvía a esa doble sensación de extrema excitación y de angustiosa desolación, yo mismo le había impulsado a transitar por el sendero del morbo, le había hecho perder el miedo; Ahora mi mujer caminaba sola, ya no me necesitaba.

Carmen estaba muy excitada, necesitaba sentirme dentro, necesitaba follar, llevaba varias horas necesitándolo, ¿Podría decírmelo? se preguntó, ¿Podría compartir conmigo su necesidad?

Dobló las piernas hasta dejarlas pegadas a su pecho, impúdicamente separadas, mostrando su coño hinchado y abierto, con los labios menores de un intenso rojo oscuro por la excitación y brillantes por el flujo que no cesaba de manar, un reclamo infalible con el que todas las hembras atraen al semental de la manada

  • ¡Ven, fóllame!, ¡necesito follar!, ¡ya!" – respiró liberada, lo había dicho.

Su voz sonó sucia, obscena, deliciosamente vulgar, mi corazón saltaba en mi pecho, recibí aquella frase como una confirmación de lo unidos que estábamos, compartía conmigo su necesidad nacida en manos de otro hombre pero que venía a consumar conmigo.

Carmen se relajó aliviada, la sonrisa que vio en mi rostro le confirmó que todo estaba bien.

Cuando estuve encima de ella, dirigiendo mi polla entre sus húmedos labios le pregunté

  • "¿Y luego, que pasó luego?"

Carmen me miró sin contestar, dudaba, no sabía cómo empezar, sin embargo yo creí ver en esa vacilación la prueba de mis más profundos temores.

  • "Cuéntamelo todo, todo" – supliqué hundiéndome en ella, agarrándome a su cuerpo como un naufrago.

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