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Diario de un Consentidor (67)

en Intercambios

Llevamos un largo tiempo de descanso tumbados en la cama sin hablar, sin movernos, escuchando el sonido de la respiración de unos y otros que se ha ido acompasando a medida que los minutos pasaban. He perdido el sentido del tiempo, deben ser las tres, quizás las cuatro de la madrugada pero no tengo el mas remoto punto de referencia que me permita asegurar que ese dato es correcto. Sé que debería estar cansado, sin embargo ni mi cuerpo ni mi mente muestran los signos que deberían mostrar tras todas estas horas de actividad sexual continuada. Mi brazo izquierdo cuelga de la cama y mis dedos rozan la tarima trazando círculos con las uñas. A mi lado Carmen  descansa su rostro en mi hombro. Siento el peso de su cráneo sobre mi brazo que ya ha comenzado a bloquear el flujo de sangre, el hormigueo que empecé a sentir en la mano hace un rato asciende por el brazo; todavía no es demasiado molesto pero sé que en breve me obligará a moverme aunque no la quiero despertar.

Porque está dormida.

¿Está dormida? No lo se. Si me fío de su respiración diría que si. Yace boca abajo, con su brazo izquierdo sobre mi pecho y el derecho doblado hacia arriba con la mano cerca de su cabeza. Postura de niña pequeña con su pierna sobre la mía que le sirve de acomodo para su muslo. ¡cuántas veces hemos amanecido así! Me gusta dejarme usar de almohadón, sin mover un músculo, escuchando su respiración tan cerquita, sintiendo como su saliva se desliza por la comisura de su boca hacia mi brazo, “¡Me has llenado el brazo de babas!” le digo luego para hacerla rabiar y nos enzarzamos en una pelea de la que inevitablemente salimos buscándonos por debajo de las sábanas.

Si, definitivamente creo que está dormida.

Fuerzo el cuello un poco para tomar distancia hasta conseguir enfocarla y confirmo mi sospecha. Su rostro, apenas visible a través de su enmarañada melena me la muestra dormida, con esa expresión angelical, dulce, casi infantil que tiene cuando duerme. Y el reguerillo de baba desde su boca a mi brazo me enternece.

Tengo sed.

Desde mi posición, en una perspectiva caballera muy forzada, veo su espalda y al fondo aparecen rotundas sus nalgas, redondas, hermosas, dos suaves colinas que encienden mi pasión tan castigada esta noche pero que, - milagros del polvo mágico que Doménico me ha hecho probar por primera vez -, resucita al instante. Dejó caer el cuello tras reconocer al otro lado a Doménico que mantiene una mano sobre los riñones de mi esposa. Ha abierto los ojos al notar movimiento en la cama y me ha enviado un saludo con el pulgar que le he devuelto. Se incorpora sobre un codo y observa durante unos segundos cómo duerme. La mano que mantiene en sus riñones cobra vida y asciende por la curva que conduce a sus glúteos; la acaricia con suma delicadeza. Ella se remueve al sentir el roce en su culo; siempre dispuesta, pienso. Me gustaría decirle que no perturbe su descanso pero ya es tarde. Carmen abre los ojos, mira sin ver y al fin clava su mirada en mi. Sonríe, frunce los labios y me lanza un beso. Yo despejo su rostro de la maraña de cabello y le devuelvo el beso. Siente la caricia en su culo y vuelve el rostro con un rápido impulso hacia su derecha. Dejo de ver su expresión pero capto la de Doménico que se dulcifica al verla, se inclina y besa sus labios.

-        “¿Has descansado?”

-        “Un poquito, si” – responde ella con mimo.

-        “¿Tienes frío?” – Estamos los tres desnudos sobre la cama, la sábana y la colcha apenas nos cubren los pies.

-        “No, estoy bien” – es cierto, la temperatura de la casa es tan agradable que no se echa en falta la ropa.

Carmen voltea de nuevo el rostro hacia mí y tras lanzarme una dulcísima mirada cierra los ojos, su expresión delata que se encuentra relajada, cómoda, sin ninguna intención de cambiar de postura. Doménico continua acariciando su culo con mimo, sin prisa, con una dejadez propia de quien comparte la misma ausencia de tensión.

Doménico se levanta, nos trae agua que bebemos con ansia. Se acerca hasta la mesita que está en mi lado, abre la caja plateada y esnifa una carga. Carmen le mira en silencio, no hay rastro de reproche en sus ojos, El italiano la observa unos segundos como si esperase su reacción, luego le ofrece la pala, por un momento creo que va a rechazarlo entonces veo que se incorpora sobre un codo, toma la pala que él ha cargado para ella y se la lleva a la nariz, Doménico se la devuelve nuevamente cargada y Carmen vuelve a aspirarla. No salgo de mi asombro ¡cómo hemos cambiado en apenas unas horas! pienso mientras estiro el brazo para coger la pala que me ofrece. Carmen se ha quedado apoyada en sus codos sobre  la cama, su espalda dibuja una espléndida diagonal que realza la perfección de sus nalgas. Tiene la mirada ausente. Recoge su  melena a un lado. Se siente observada y me lanza una dulce mirada, sonríe y se deja caer de lado sin dejar de mirarme. Doménico acaba de volver a su lado y la recibe, estruja sus pechos hasta provocarle una falsa queja, ella se mueve como una gata, busca su boca, abre sus piernas y la mano que poco antes castigaba su pecho se arrastra por su piel hasta alcanzar la mata de pelo que adorna su pubis, juega con él, se enreda, lo peina y enseguida dos dedos desaparecen dentro de ella haciendo que el vientre de mi mujer comience a oscilar. Su brazo izquierdo adquiere una torsión imposible para poder alcanzar el miembro erecto del italiano y cuando lo consigue lo acaricia apenas con las yemas de los dedos; es suficiente, no necesita mas para sentirse satisfecha.

Me acerco y llevo mi mano a su vientre rígido debido a la postura que mantiene, acaricio sus músculos firmes y arranco su primer gemido con mis dedos, lamo los pezones erectos, recorro cada pliegue de su oreja; sé bien dónde pulsar el placer que Doménico no está tocando. Me desplazo hacia abajo y acaricio sus pies y la escucho desfallecer; uno a uno aspiro con mis labios sus dedos y noto como los pone en tensión para separarlos y ofrecérmelos. Me olvido de lo que pueda estar haciéndole allá arriba su amante, me concentro en enviarle el máximo placer hacia su coño desde el pie, como le gusta, como tantas veces me pide.

Pero no puedo sustraerme a sus gemidos, a las tensiones que me llegan cuando desfallece entre suspiros, cuando todo su cuerpo se estremece y cae en un nuevo orgasmo. Y desde el sur de su cuerpo la veo saltar en la cama presa del gozo hasta quedar rendida una vez mas.

He seguido lamiendo la planta de su pie, despacio, sin ningún ritmo determinado, intentando sorprenderla, estoy de rodillas en el suelo, acodado a los pies de la cama, a veces mueve el pie hacia un lado u otro guiándome al lugar que desea que le lama y yo obedezco y llevo la punta de la lengua a ese punto que me ofrece y dejo la huella de mi saliva, luego  sigo mi rumbo errático por el  tobillo o por el meñique, quizás le muerda la mullida base del pulgar.

Carmen descansa sobre el pecho de su amante, les escucho hablar bajito, un murmullo que apenas entiendo. Hacen planes de futuro, ¿se verán esta semana próxima? pregunta él y ella promete pero no sabe cuándo porque tiene mucho lío, ¿el lunes? No, el lunes imposible, ¿ni un café? ni un café, sentencia ella dándole un cachete en la cara, él la besa con suavidad, con ternura, como si estuvieran solos, como si no estuvieran siendo espiados y ella devuelve todos y cada uno de esos pequeños y dulces besos, cortos e intermitentes besos, rápidos y fugaces besos que acaban por provocar una sonrisa en sus labios y una caricia en su mejilla.

Cambia la música que asciende por la escalera y Carmen se levanta y comienza a mecerse al ritmo de la melodía. “Danza conmigo a través del pánico hasta que esté a salvo”, nos dice el viejo Cohen. No podía ser mas adecuada la canción para lo que estamos viviendo, pienso mientras veo la divina belleza de mi mujer bailando desnuda, girando, mostrando toda la gracia de sus movimientos.

Oh, déjame ver tu belleza cuando los testigos se han ido 

Déjame sentir tus movimientos tal y como lo hacen en Babilonia 

Muéstrame poco a poco aquello de lo solo conozco los límites 

Baila conmigo hasta el fin del amor 

Sigue danzando para nosotros, quizás solo para ella misma, embelesándonos, hasta que la canción termina y  enlaza con otra balada y nos movemos al mismo tiempo hacia ella y la envolvemos en un único abrazo en la que la compartimos sin lucha, sin rivalidad, buscando el hueco en el que no está el otro para centrarnos en quererla, en darle placer. Nuestras manos la acarician sin forzarla, apenas la rozamos y ella lo agradece, no busca excitarse más de lo que ya lo está, solo quiere ese suave placer de sentirse tocada, deseada, mecida por la música y por el tacto de quienes la acompañamos en esta danza improvisada. Cuerpos desnudos que se rozan, piel cálida que se toca por accidente, que choca y rebota y se envía a otro cuerpo cercano al ritmo mágico de una balada que nunca sonó ni sonará como esta noche. Doménico me mira sonriendo, embelesado; sé lo que sus ojos me dicen “¡es fantástica!” Si amigo, es fantástica y eso que apenas la conoces.

Bajamos la escalera hablando, estamos excitados, hay hambre y devoramos en la cocina lo que preparamos a la llegada. Tres cuerpos desnudos que irradian deseo, tres animales en celo, activos, dispuestos, con ganas de más.

De regreso al salón la música es buena excusa para seguir bailando, Carmen vuelve a contonearse al ritmo meloso de Madeleine Peyroux. La rodeamos, nos movemos contagiados de la sensualidad que emana de su cuerpo, de sus movimientos felinos que siguen la melodía. Eleva los brazos, se acaricia el rostro, sin saberlo nos ofrece sus pechos y atendemos el reclamo. La tocamos con exquisito cuidado, como si temiéramos que al apretarla la fuéramos a romper. Y le gusta, suspira, sonríe, cierra los ojos mientras gira y deja que sus manos se unan a las nuestras en esa caricia leve, ligera, sutil que recorre su cuerpo. Me enciende ver cómo sus dedos acarician su propia piel sin ningún tipo de pudor; no le bastan nuestras manos, ella sabe mejor que nosotros dónde necesita un roce, un pellizco, un lento y repetido frotamiento, casi un abrazo a si misma que me embelesa, que me hace ser consciente de que muchas veces se basta ella sola para darse placer.

-        “¡Dios, qué culo tan perfecto!” – exclama Doménico acariciando con suavidad sus nalgas. Carmen le mira de reojo y sonríe provocativa.

-        “¿Te gusta?”

-        “Mas de lo que te imaginas”

-        “¡Hay que ver, que fijación tenéis todos los tíos con el culo!”

-        “¿Si?, ¿Hay alguien mas que te lo quiere…?” – Carmen le mira sensualmente sin dejar de bailar

-        “¿Que me lo quiere, qué?”

-        “Estrenar”

-        “¿Además de Mario y de ti? Si, algún otro” – Carmen se está divirtiendo y excitando.

Doménico se acerca y le da un palmetazo.

-        “Tendré que darme prisa no vaya ser que se me adelante alguien”

-        “¿Y tú qué sabes quién quiero que sea el primero?” – dice ella coqueta.

Seguimos bailando en el salón, la danza se ha vuelto mas sensual, unas veces los tres juntos, dejando a Carmen en el centro que gira de uno a otro sintiendo las caricias que le regala el que queda situado a su espalda mientras el que la dirige la besa y la hace bailar, luego éste la cede y se dedica a acariciar su espalda, su cuello, sus nalgas en un baile cíclico que parece no acabar nunca. A veces soy yo el que se retira para verlos bailar abrazados, pegados el uno al otro, con los labios unidos en un beso inacabable, con los cuerpos desnudos provocando la lujuria, con los muslos entrelazados buscando el contacto mas íntimo. Otras veces es Doménico el que me la cede y soy yo el que la siente en cada poro de mi piel y la beso y me hundo en su cuello y la amo, la amo intensamente.

Carmen juega con nuestro deseo y lanza la grupa hacia atrás, dejando ver la promesa de su sexo y entonces el cazador que lo ve lanza los dedos hambrientos y acaricia los gruesos labios que se muestran entre las nalgas que oscilan y huyen del contacto. Sonríe, nos hace perseguirla, sigue bailando, sabe que nos está encelando, ve nuestra verga cada vez mas erguida, cada vez mas hinchada y ella sigue el juego, bailando con uno, mostrando su sexo desde atrás al que espera, dejándose tocar y huyendo, encelando a un macho, rozando con su vientre el falo del otro.

-        “¿Y quién has decidido que sea el primero?” – le pregunto en uno de esos momentos en que es solo mía. Parece no entender, luego comprende.

-        “Tonto, déjale jugar, sabes que eso lo tienes reservado”

-        “Esperemos que no se emocione demasiado”

-        “¿Estás bien?” – dice cambiando de conversación.

-        “Genial ¿y tú?”

-        “Como nunca”

Doménico nos saca de ese pequeño momento de intimidad tomándola de las caderas y haciéndola girar hacia él. Carmen no se resiste y se entrega dócilmente rodeando su cuello con los brazos, clavándole los pechos. Cuando vuelve a mis brazos retomo el tema que me obsesiona.

-        “¿Estás segura que podrás contenerle?” – Carmen guiña los ojos intentando entender de qué le hablo – “tu culo” – le aclaro, sonríe.

-        “¿Tanto te preocupa?, ¿qué mas da quien sea el primero? No pensé que fueras un obseso por la cuestión de la virginidad”

-        “Touché”

Tiene razón, me acabo de quedar sorprendido ante la debilidad de mis convicciones, debilidad que desconocía. Nunca me preocupó el concepto de la virginidad sexual y de pronto me encuentro luchando por ser el primero en desvirgar su culo ¡qué ironía!

-        “Aún así..” – replico, me mira inquisitiva y sonríe

-        “Si cariño, intentaré reservártelo” – y me calla con un largo e intenso beso que me inflama.

-        “Te quiero, eres la mujer que siempre quise que fueras”  - Carmen sube las cejas ante mi comentario, parece sorprendida.

-        “¿Quieres decir que antes no era la que tu querías?”

-        “Sabes que no es eso… sabes lo que quiero decir” – la conozco y se que no se lo ha tomado a mal.

-        “¿Entonces?”

-        “Me gusta tu evolución, siempre soñé con…”

-        “Con convertirme en una puta”

-        “No exactamente”

Miro a mi alrededor, me preocupa que Doménico pueda interrumpir esta conversación. No le veo.

-        “No le voy a dejar que nos corte ahora, no te preocupes” – dice interpretando mis miradas.

-        “Siempre quise compartir contigo mis fantasías y, cuando comenzamos a hablarlas, también las tuyas. Estaba tan seguro de nuestro amor que supe que no corríamos peligro. Míranos, mas enamorados que nunca, jugando con Doménico, ¿si te digo que te amo mas que nunca viéndote follar con él, te lo crees?”

Me miró a los ojos sin pronunciar palabra, su rostro expresaba una profunda emoción. Escuché a Doménico saliendo de la cocina; cuando estaba a unos pasos de nosotros Carmen extendió el brazo deteniéndole. Él debió entender que estábamos en mitad de algo trascendental porque se desvió y subió hacia la planta superior.

-        “Lo sé – dijo sin dejar de balancearse al ritmo de la música – me basta con ver cómo nos miras”

Permaneció callada, recorriendo mi rostro con sus ojos, con una expresión dulcísima que me inundó de paz.

-        “¿Sabes una cosa? – dijo al fin – no es lo mismo si no te tengo a mi lado. En el pub, cuando Doménico me subió el sujetador por primera vez… te eché de menos”

Busqué su boca, fue un beso de agradecimiento en el que sobraron las palabras.

-        “¿Y tú, no necesitas a Elena o a Graciela? Tengo la impresión de que te basta con mirarme, con ver como me hacen el amor. ¿Es cierto?”

¡Qué pregunta más difícil! En aquel momento ni siquiera yo tenía clara la respuesta.

-        “Es una cuestión de prioridades cariño, para mí tu eres la más importante, por encima de cualquier otra mujer estás tú. Tu felicidad, tu placer… eso es lo que me hace feliz”.

-        “Tiene mucho de voyeur lo que acabas de decir, ¿no crees?”

-        “Mucho, lo se y mucho de onanista quizás”

-        “Mi coño no opina lo mismo, lo tienes muy bien atendido” – dijo guiñándome un ojo

-        “Tendrías que haberme visto cuando estabas con Carlos a solas, me maté a pajas”

-        “¡Ah, Carlos, Carlos!” – una sombra de tristeza pasó fugazmente por sus ojos antes de que lograra ocultarla con una falsa sonrisa.

Dejé que sus pensamientos se prolongaran, si algo tenía que añadir era el momento. Al fin continuó.

-        “Y bien, ¿Crees que ya has construido tu obra maestra o todavía tienes que pulirme un poco más’” – la sonrisa con que aderezó la pregunta eliminaba cualquier traza de malestar en la frase que acaba de lanzar.

-        “¿En serio piensas que te he estado moldeando a mi antojo?”

-        “No me negarás que en parte así ha sido”

Mis manos habían ido descendiendo por su espalda desnuda hasta descansar en sus nalgas. La atraje un poco mas hacia mi. Su pubis aprisionó la incipiente erección que había descansado hasta entonces y la cobijó entre sus muslos. La cadencia que seguíamos al ritmo de la música imprimió un suave masaje a mi verga. Mis manos cobraron vida sobre sus glúteos.

-        “No te lo voy a negar, sobre todo al principio hice todo lo que estuvo en mis manos para influir en tus decisiones, lo reconozco, luego ya no fue necesario y fuiste tú la que comenzaste a actuar por libre”

-        “No tanto como crees, siempre has sido tú quien ha manejado de alguna u otra manera los hilos”

Tenía razón, aunque cada vez Carmen iba tomando mayor autonomía, era consciente de que aún su dependencia de mí era importante.

-        “No me has contestado, ¿estás ya satisfecho o todavía tienes planes ocultos para mí?”

Sonreí con malicia. Me gustaba el modo como lo planteaba, dejaba en mis manos su futuro. Era un juego, ambos lo sabíamos pero en parte algo de verdad había en ello, le gustaba dejarme la iniciativa, no saber qué loca idea le iba a proponer. Por mi cabeza pasaron tantas ideas, tantas imágenes…

-        “Bueno, quizás… se me ocurren algunas cosas…”

-        “Cuenta, cuenta” – quería jugar

-        “Pensaba en Sara, por ejemplo”

El roce de sus muslos alrededor de mi erección me estaba provocando pequeños brincos que apenas podía controlar. Carmen me miró con maldad al escuchar el nombre de la mujer con la que habíamos protagonizado una de las escenas más morbosas en publico que jamás nos habíamos atrevido antes. Tenía planes de llamarla en breve con la excusa de un reportaje fotográfico para el gabinete, pero aun faltaban unas semanas para que el presupuesto se aprobase y por supuesto no le pensaba contar nada hasta que todo estuviese en marcha.

-        “¡Sara! Cómo te conozco – entrecerró los ojos, me acarició la espalda y la nuca antes de dibujar mi mejilla con sus dedos – Sara… qué baile mas sensual ¿verdad? La verdad  es que esta noche… no le haría ascos a nada y mucho menos a Sara”

Si pretendía encenderme, si buscaba volverme loco lo consiguió en un minuto. Lo debió ver en mi rostro porque comenzó a sonreír triunfante en el mismo momento que comencé a moverme arrastrándola hacia el sofá. La tumbé  y me dejé caer sobre ella sin muchos miramientos. Sabía lo que quería de ella y abrió las piernas esperándome. Estaba lo suficientemente mojada como para que mi urgencia no le doliera aunque se quejó como si la hubiera partido en dos.

-        “¿No le harías ascos a Sara si estuviese aquí, desnuda, bailando contigo como aquella tarde?” – Carmen alzó los ojos imaginando la escena y sonrió. Comencé a moverme dentro de ella.

-        “Cariño, ahora mismo no le haría ascos a nada” – repitió provocándome. Mi cintura se dobló con furia contra ella y le arrancó un gemido.

-        “¡Zorra! Me has recordado aquel sueño que me contaste ¿te acuerdas?”

-        “No sé…” – mintió, mintió mal adrede, quizás para hacerme repetir la historia, para calentarla aún más.

-        “Mientes muy mal querida. Tu fantasía mas oculta, Tú en una habitación, desnuda en una cama, van entrando hombres que te follan, entran de uno en uno, cuando acaban se van y entra otro que te folla, así, uno tras otro.

-        “¡Ah, eso!”

-        “¿Lo harías?”

Me miró con la expresión mas sucia que jamás le había visto.

-        “Ponme a prueba”

Comencé a bombear como si llevase sin follar un mes y ella enviaba sus caderas a mi encuentro con verdadera ansia, parecíamos dos hambrientos de sexo, había violencia en el encuentro entre nuestros cuerpos, en nuestras voces desgarradas. Follábamos como locos, mirándonos a los ojos, empleándonos a fondo.

Pero no pude, por mas que lo intenté, por más fuerza que le eché no conseguía llegar y cuando los golpes de cadera se volvieron agónicos Carmen comenzó a pedirme que parara,  “déjalo, déjalo, no importa” – me decía con dulzura viendo mi desesperación ¿tenía derecho a quejarme? Llevaba incontables orgasmos en aquella noche, era absurdo que me fuera a hundir  por no poder consumar aquel nuevo intento.

Me rendí tendido sobre ella y mientras Carmen me acariciaba en silencio yo trataba de asimilar  lo que me había sucedido. No era grave, la noche era larga, había batido un record, no estaba respetando lo tiempos de recuperación, eso era todo.

-        “Puedes darme mas cosas además de follar, no te obsesiones, cómemelo, necesito correrme”

Me arrodillé en el suelo a su lado y hundí mi rostro en su coño decidido a darle el máximo placer posible, sabía que en eso no tenía competencia , ella me lo había dicho. El aroma que me inundó me mareó, era una mezcla de olores, el suyo propio que reconocía y que me decía sin ninguna duda que estaba muy excitada, reconocí el olor a semen, el olor de macho, una mezcla potente en el que no estaba solo mi propio olor. Me separé un momento para mirarla y ella reconoció mi excitación.

-        “¿Qué, te gusta?”

-        “Hueles a sexo, hueles a mi y a él”

-        “¿Te gusta, si o no?”

-        “Si, mucho”

-        “Pues vete acostumbrando”

Jugaba conmigo, jugaba a excitarme, su expresión soez, de máxima procacidad me hizo dudar, ¿realmente era un juego?  Me sumergí de nuevo entre sus labios, hundí mi lengua en su coño, lamí sus jugos y la hice retorcerse como yo solo sé, despacio, sin prisas. Mi cerebro custodia un mapa detallado de su sexo, un mapa fiel que mi lengua se encarga cada poco tiempo de repasar al milímetro. Es un terreno variable, como una isla volcánica cuya orografía hubiera ido variando a lo largo de los siglos impulsada por la presión del fuego interior que la empuja y la hace brotar, ascender, erguirse. De igual manera su sexo, empujado por su fuego interior, va alterando sus cimas en minutos, depende de mi paciencia o mi urgencia, y brota y se yergue turgente al ritmo de mi lengua. Entonces el mapa de su sexo cambia y pasa de ser una isla pacífica bañada por olas suaves a convertirse en una isla coronada por una cresta altiva, rocosa, de un color granate oscuro, a la que llegan abundantes corrientes de las que mi boca apenas consigue dar cuenta.

Voy buscando recovecos que ella y yo conocemos, dejando de lado los lugares obvios que ya tendré tiempo de excitar, visitando pliegues que a otros pasarían desapercibidos y para nosotros son la antesala del placer, esos que deben ser estimulados antes de visitar los grandes santuarios del sexo.

Cuando comenzó a jadear, cuando sentí sus manos acariciar mi cabello elevé mi mirada para ver su rostro. Me vuelve loco ver la expresión de lujuria en su cara. Tenía esos ojos turbios por el placer que tanto me gusta ver, pero su mirada estaba fija en la escalera frente a nosotros y lo supe: teníamos un testigo silencioso, un mirón en lo alto que observaba la escena y que añadía un toque mas de morbo a mi mujer. ¿Por qué no, qué mal había en ello? ¿No había sido yo voyeur  tolerado toda la noche? Detuve mi trabajo en su coño para atraer su atención. Me miró, clavó sus ojos de nuevo en la escalera un segundo y luego volvió a mí. Ese fue el breve mensaje que cruzamos sin necesidad de más palabras. Luego bajó la mano a su vientre y aplicó dos golpecitos imperativos con la yema de los dedos sobre el vello púbico con lo me instaba a continuar con mi trabajo, ¡qué mandona! Sonreí mentalmente y continué amando ese pequeño montículo erecto, duro, vibrante que resistía mis ataques sin ceder su verticalidad.

Seguí espiando sus miradas hacia lo alto de la escalera, el rubor de sus mejillas, la excitación que le producía dejarse mirar mientras yo le comía el coño. Dobló la pierna izquierda y apoyó el pie sobre el respaldo del sillón, la derecha hacía rato que descansaba sobre mi espalda, eso me dejaba mas campo de acción y, posiblemente le ofrecía una vista más pornográfica a su mirón, ¿cuál de los dos motivos había movido a Carmen a cambiar de postura?

Comenzó a pellizcarse los pezones con ambas manos sin dejar de mirar a la escalera, los dedos estirados, tan solo con las puntas de los dedos, toda una exhibición. Empecé a sentirme un mero objeto y eso, en vez de hacerme sentir mal, me provocó una dosis extra de morbo. Me excitaba cómo se exhibía, cómo disfrutaba dejándose ver en una actitud tan provocativa. Estaba totalmente ajena a mí, concentrada en su nuevo papel de actriz porno en el que se encontraba obviamente cómoda.

Su pubis inició una leve vaivén en mi boca al que intenté adaptarme, era el preludio de su orgasmo, ella tomaba el mando, ahora mi lengua pasaba ser un instrumento sobre el que su coño resbalaba a su ritmo. Me detuve y dejé que fuera ella quien se moviera como quisiera, yo era la esfinge estática, la gárgola con la lengua fuera, dispuesto para servirla. Bajó una mano y tomó posesión de su clítoris, los dedos de la otra mano se clavaron en la tapicería del sofá, todo empezaba a acelerarse, el ritmo que su coño seguía contra mi lengua se volvió frenético, el jadeo se convirtió en un lamento, luego en un agudo grito entrecortado, luego…

Carmen se estremeció en mi boca, me inundó, me llenó y bebí con ansia compitiendo con sus dedos que se habían hecho dueños de su coño y cuando sus espasmos amainaron y ya solo eran un eco lejano que atormentaban por sorpresa su vientre me incorporé. Carmen mantenía sus dedos sobre su presa y de vez en cuando los movía levemente invocando esos espasmos como si no quisiera que se apagasen del todo.

-        “Tengo sed, ¿te traigo agua?” – le susurré.

-        “Si, por favor” – respondió sin abrir los ojos.

Beso su mejilla, me levanto y voy a la cocina a beber, el agua de la nevera está demasiado fría y apuro dos vasos seguidos del grifo. Bebo con ansia, me asomo a la ventana, aun es de noche. Cuando regreso Doménico está sobre Carmen y la penetra furiosamente, me aturde la escena, ¿cuándo ha bajado, cómo ha sucedido todo tan rápido? Desde la cocina no he escuchado nada. Les veo follar con tanta intensidad, con tanta potencia… necesito apoyarme en la mesa alta. Escucho un grito que el italiano ahoga hundiendo la boca en el cuello de mi mujer y veo dos tremendas sacudidas de sus caderas que hacen temblar todo el cuerpo de Carmen que gime de manera mas aguda, Doménico golpea de nuevo  y ella grita, son golpes secos, contundentes; grita con la boca pegada a su cuello y Carmen grita también y él se desploma. Ella me mira, yo la miro, ¡qué hermosa! Aplastada bajo su peso, con su mirada turbia, cruzada por varios mechones que se pegan a su frente sudada, sus piernas dobladas, abiertas al máximo, sin poder abarcar el cuerpo de su amante, sus brazos rodeando su espalda… Le sonrío y ella me lanza un beso. “Puta!” le dicen mis labios en silencio, ella sonríe de medio lado y sus ojos se vuelven malos, sucios. Sus labios dibujan una palabra: “cornudo”.

Un sentimiento agridulce me lastima, su amante ha podido darle lo que yo no fui capaz de terminar, al menos está satisfecha y me alegro por ella.

Miro a Doménico incorporándose, parece un titán, espalda ancha, musculosa y veo a mi niña que se queda abierta de piernas sin fuerzas o sin ganas de moverse, entonces retorna la fantasía de Carmen: Hace un momento le he comido el coño, después Doménico me sustituyó y la folló… si hubiera aquí mas hombres, si hubiera otros dispuestos… Mi erección resucita con una fuerza inusitada ante esa posibilidad, ante la imagen de otro hombre llegando a ese sillón, hincando la rodilla frente a esta mujer que aún esta abierta de piernas, disponible,  como si esperase a otro macho.

La lujuria me ciega, me acerco a ellos.

-        “¿Satisfecha o necesitas más? – Carmen me mira y sonríe - ¿Llamamos a alguien más?”

Doménico vuelve la cara hacia mí, sorprendido, no acaba de creer lo que ha escuchado, Carmen mueve la cabeza de un lado a otro sin dejar de sonreír.

-        “Si necesitas mas yo sigo dispuesto” – aventura el italiano.

-        “No es eso Doménico, Carmen se está pensando jugar en otra liga ¿verdad cariño?”

-        “¡Qué cabrón!” – susurra sin dejar de mirarme, sin borrar esa sonrisa sensual, lasciva de sus labios, sin cerrar sus muslos.

-        “¿Sabes? – me dirijo a Doménico pero enseguida vuelvo la mirada a mi mujer – esta escena que acabamos de vivir me ha recordado una vieja fantasía de Carmen…”

-        “Cállate, joder” – entorna los ojos, su orden carece de la firmeza que le dé veracidad a sus palabras, Doménico interviene.

-        “No, no, déjale, me interesa conocer qué pasa por tu cabeza”

-        “¿Se lo cuento yo o se lo cuentas tú?” – digo mirándola intensamente. Carmen se lleva un dedo a la boca, lo muerde y acaba por chupar la punta, está irresistible y lo sabe, pero calla – vale, lo haré yo.

Me siento en el sillón, en el único hueco que ella deja libre, he jugado con rapidez, adelantándome al italiano que al encontrarse sin asiento toma una silla y la arrastra situándose cerca de ella. Carmen le señala la caja de kleenex a Doménico, éste se la acerca y ella comienza a limpiarse el coño con una naturalidad que me asombra, sin prisa, sin asomo de pudor. Siempre hace algo nuevo, grande o pequeño, que me sorprende.

-        “Resulta que Carmen, cuando era una jovencita, se solía masturbar imaginando que estaba sola en una casa perdida en medio del campo… ¿o era en un pueblo? ¡da igual! Estaba en una habitación, tendida en una cama totalmente desnuda. Entraba un hombre y la follaba, cuando acababa se iba y entraba otro que hacia lo mismo, la follaba y salía y así uno tras otro. Esa era su fantasía oculta, la que le costó tanto contarme y con la que comenzó todo esto. ¿verdad cariño?”

-        “Qué cabrón”

-        “Me temo que eso ya no tiene vuelta atrás cielo, tu me has convertido en un cabrón”

-        “¡Sois increíbles! – exclama Doménico - ¡sois… alucinantes!”

Llevo un rato acariciando la parte interna de su muslo en toda su longitud, sin buscar nada en concreto solo una caricia suave, me gusta el tacto de su piel, solo eso pero no puedo evitar que el canto de mi mano roce su sexo alguna vez cuando llego arriba, tampoco lo evito, no se donde nos llevará ese breve toque, ya veremos. Por su parte Doménico vaga errático con sus dedos por la clavícula de mi mujer, a veces se pierde por el hombro, otras sigue el contorno del pecho pero está tan interesado en mis palabras que no le presta excesiva atención al rumbo distraído de sus dedos. Sin embargo los ojos de mi mujer no esconden el efecto que le causamos con tanto roce, con tanta caricia, los parpados entornados, la profundidad de su mirada no me pasa desapercibido, se está excitando de nuevo, es hora de seguir haciendo que mis palabras la pongan a punto.

-        “Y claro, la veo tumbada en el sofá, después de que yo le comiera el coño llegas tu y te la follas bien follada por cierto – Doménico hace un gesto de agradecimiento ante mi cumplido y veo que Carmen sonríe ante nuestra complicidad – y  me encuentro a Carmen tan… abierta, tan… dispuesta… no se, se me vino a la cabeza la fantasía y… ¿por qué no? Imaginé a un tercero entrando en escena. Por cierto que acababa de recordártelo cariño y ¿qué me respondiste, te acuerdas?”

Carmen calló pero por su expresión entendí que no iba a tener ningún reparo en que compartiese su respuesta. Pero  no, quería mas. Le hice un gesto animándola a que fuese ella quien hablase, tras un silencio que me hizo pensar que no se atrevería lo hizo.

-        “Ponme a prueba” – su voz sonó profunda por la emoción.

-        “¡Joder!” – exclamó Doménico.

Nuestras miradas se quedaron clavadas, nuestras sonrisas decían tanto, tanto…

-        “Eso… quiere decir… estarías dispuesta… - Doménico no encuentra las palabras adecuadas – ¿una orgía, lo dices serio?” –  acerca su rostro a Carmen - ¿En serio quieres probar?” – Carmen le mira fijamente.

-        “Quizás, todo depende del momento –vuelve sus ojos a mí – ahora estaría dispuesta a cualquier cosa, en otro momento… no sé, quien sabe”

Doménico me mira, se ha puesto tenso, me interroga con la mirada, ¿en qué está pensando?

-        “Aún puedo hacer un par de llamadas…” – Estira un brazo y recoge el móvil que permanecía abandonado en la mesa baja cercana

Carmen me mira, no sé hasta donde está dispuesta a llegar, me resulta difícil creer que pueda aceptar tal cosa. Durante unos segundos se detiene el tiempo, Carmen y Doménico se miran, la decisión está en el aire, Carmen tiene la llave de lo que pueda suceder a continuación y ahora mismo no apostaría ni un duro por saber que va a decidir. Vuelve sus ojos hacia mí, me interroga, busca la respuesta en mi mirada y yo…

Yo, durante unas milésimas de segundo evalúo todas las alternativas. Sé que sin el concurso de la coca no estaríamos viviendo esta disyuntiva, lo sé.

-        “Eso sería precipitar las cosas – intervengo – esta es nuestra noche, vuestra noche – les señalo – tiempo habrá de jugar… con fuego” – sonrío y ellos se contagian

Pero Doménico se ha inflamado con la posibilidad y no parece dispuesto a ceder. Me ignora e insiste con Carmen, le habla muy cerca, a tiro de un beso, posa sus dedos sobre su pezón, lo acaricia y así se ayuda para presionar.

-        “Si hago unas llamadas… en quince minutos puedo presentarte a Jairo,  es un uruguayo increíble, te va a encantar, quizás encuentre a mi amigo Mahmud, argelino ¿no has estado nunca con un árabe, verdad? mis amigas me han dicho que es una experiencia única; puede que también localice a Salif, es senegalés, es médico, muy amigo mío pero sobre todo tendrás la experiencia de follar con un hombre de color”

Habla atropelladamente, intentando convencerla, la bombardea pero cuanto mas habla, a medida que la oferta se multiplica el efecto es peor, observo a Carmen que busca un hueco para poder rechazar la oferta. Como puedo le interrumpo.

-         “Eso no suena mal, digamos… un grupo de tres, cuatro, quizás cinco - le tengo que detener con un gesto porque parece que va a proseguir; el italiano anda nervioso y está perdiendo los papeles por momentos -  Pero no ahora, quizás mas adelante – me vuelvo hacia Carmen - ¿mejor?”

-        “Mejor” – tampoco le ha gustado el estilo de su amante que se ha fundido su crédito en un instante. ¡Cuánto cuesta hacerse una imagen y qué poco lleva perderla!

De nuevo el dialogo se traslada a las miradas, ambos sabemos que no estamos hablando de hoy ni de un mañana cercano, ni siquiera sabemos qué quedará de todo esto dentro de unos días cuando volvamos a la normalidad, porque somos conscientes de que la realidad en la que nos movemos es cualquier cosa menos real, nos dejamos llevar de ella y la disfrutamos sin prejuicios, sin moral, sin pudores pero no padecemos una amnesia que nos impida recordar que en algún momento saldremos de este edén y rendiremos cuentas de lo que hemos hecho, dicho y comprometido durante estas horas bajo el efecto de la droga.

Carmen mira a Doménico y luego regresa a mis ojos, el hechizo se ha esfumado, todos lo hemos notado.

-        “Quizás, en un futuro, todo es posible” – le dice con ternura para endulzar el fiasco.

Me levanto. Carmen responde a la mano que le tiendo. Se levanta, le miramos, no hay reproches, todo está bien.  Subimos a la habitación, Carmen conmigo, cogida de mi cintura, él se queda un momento recogiendo cosas del salón. Puede que solo sea una excusa para ganar tiempo y recomponerse, es consciente del patinazo que ha protagonizado aunque hemos procurado pasarlo por alto. Nos lavamos un poco, ella en el bidet, yo en el lavabo. No hablamos. Nos tumbamos en la cama justo cuando entra Doménico. Le escuchamos lavarse, luego se tumba a la izquierda de Carmen.

Me quedo enganchado en el techo. Los acontecimientos me sobrepasan, ¿quién dijo que conocía lo que es el vértigo? Me siento bien, más que bien, soy pura energía. A mi lado tengo a la mujer más adorable, más sensual, más dulce y más puta que podría regalarme la vida. Es mía, es mi esposa.

Pero no me pertenece.

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