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Diario de un Consentidor (48)

en Intercambios

Su mirada

Si intento buscar en mi memoria qué es lo primero que recuerdo de Carmen no tengo ninguna duda. Su mirada.

Aquel verano del noventa y uno en el que se me acercó para conseguir una plaza en mi curso su mirada me arrolló hasta el aturdimiento. Sus ojos negros son bellos pero sin esa pincelada de insolente seguridad, sin esa franqueza que le permite hablar con cualquiera clavando sus ojos en los de su interlocutor no serían ni la mitad de atractivos.

Carmen tiene mil formas de mirar y todas ellas reflejan su intensa vida interior. Sus ojos responden de una forma inmediata e instintiva a sus emociones y pensamientos, algo que otras personas utilizan conscientemente para coquetear y manipular en ella es natural, es así y esa naturalidad trasciende a los demás que intuyen la total ausencia de intención en gestos que, por otra parte, son profundamente sensuales.

Y sus cejas, perfectamente delineadas, dan el toque final para que su mirada adquiera el máximo de expresividad cuando se arquean para mostrar extrañeza o escepticismo o se curvan para mostrar tristeza, empatía, disculpa… o descienden sobre sus hermosos ojos para resaltar la profunda pasión que la domina. Es en esos momentos cuando su mirada me derrumba, me deja sin fuerzas, sin argumentos, sin réplica posible, es entonces cuando me derrota y sé que soy suyo, que haré cualquier cosa que me pida.

"¡No me vengas con esos ojitos!" – le decía su padre cuando era una cría y reclamaba una chuchería o un juguete, sabiendo de antemano que tenia la batalla perdida con su hija; Carmen no entendía, no sabía que querían decirle con eso y a veces evitaba pedir algo que deseaba con tal de no escuchar esa frase carente de sentido para ella. En alguna ocasión, cuando las dos hermanas se enfrentaban a una reprimenda por alguna trastada, era ella la que salía siempre mejor librada y tenía que aguantar después las quejas de su hermana que le reprochaba haberse ganado a su padre sin que Carmen supiese en realidad de qué la acusaba.

Desde el inicio de nuestra relación caí fulminado por sus ojos y me estrené en formular conceptos que hasta entonces me parecían cursis y ridículos. Cuántas veces me encontré sentado frente a ella dejándola hablar, aparentando escucharla mientras toda mi atención estaba concentrada en captar cada movimiento de sus cejas, cada guiño de sus ojos, cada parpadeo…

Sus ojos han hecho mella en amigos, parientes, compañeros, a todos nos seduce y si fuera otra mujer habría hecho de su mirada una potente herramienta para conseguir sus fines.

Pero Carmen no es cualquier mujer.

 

 

Atrás quedó el acoso tolerado de Roberto. Gracias a la terapia había conseguido superarlo y, aunque apenas hacía algo más de un mes de aquellos abusos, parecía que hubiese pasado mucho más tiempo. Carmen vivía inmersa en la intensa emoción que le proporcionaba su relación con Carlos, una relación que se asentaba día a día. La angustia que experimentó al comienzo de aquella complicada etapa había desaparecido por completo, consideraba a Roberto olvidado y Carlos constituía una dosis diaria de placer morboso, una sabia mezcla de excitación y ternura, de pasión y cariño. Con él había logrado superar tabúes que jamás se planteó vivir, su relación había pasado a ser algo aceptado y asumido por ella y por mí. Ya no se trataba de echar un polvo, ambos sabíamos que entre Carlos y ella había algo más que sexo. La esposa indecisa y atormentada por sus devaneos se había convertido en una audaz mujer que no se reprochaba nada.

Todo esto la hacía sentirse segura de sí misma y eso se trasladaba a sus gestos, a su conducta y, por supuesto, a su mirada. Carmen se sentía fuerte, casi invulnerable.

Su mirada, espejo de su vida interior, fue reflejando la evolución en la que se encontraba; No recuerdo bien cuando fui consciente por primera vez de esto, lo que sí recuerdo es que fue a través de las reacciones que percibí en los demás cuando intuí que algo ocurría. Comencé a analizar los momentos en los que detectaba ese sutil acoso al que era sometida mi mujer por personas que hasta entonces jamás habían actuado así y descubrí dos cosas: Su mirada directa, cargada de sensualidad, destrozando las defensas de su víctima, sin intención alguna, sin doblez. Y la segunda, una leve diferencia casi imperceptible en la distancia física que mantenía con sus interlocutores.

Observando su conducta y las reacciones que provocaba descubrí que el espacio personal de Carmen se había reducido. Este es un concepto que, debido a mi interés profesional por la comunicación no verbal, provoca mi atención de un modo especial. Es sabido que todos tenemos un espacio a nuestro alrededor al que reaccionamos si alguien lo sobrepasa. Es un espacio que varía según el entorno, no es lo mismo tener a una persona a escasos centímetros en el metro, en la oficina o en un espacio abierto. No mantenemos las mismas distancias con un desconocido, con un amigo o con un familiar cercano. La exigua distancia que nos separa de nuestra pareja de baile ocasional constituiría una impertinencia si la mantuviéramos cuando la música ya ha terminado. La violación de ese espacio personal por parte de un extraño genera tensión, incomodidad y normalmente rechazo.

Más si el espacio personal de un hombre es invadido por una mujer atractiva la reacción, casi inconsciente e inmediata, es otra muy diferente.

Carmen, sin saberlo, había reducido su espacio personal de una manera no deliberada. La observaba mantener una conversación con alguien y comprobaba que la distancia se había acortado lo suficiente como para que el interlocutor no pudiera evitar reaccionar. Si era mujer, a los pocos minutos de estar charlando buscaba cualquier excusa para separarse ligeramente. En el caso de los hombres la reacción es más variada, balbuceo, nervios y retirada en los más tímidos, mientras que los más optimistas se crean falsas expectativas que se traducen en galanteo, despliegue de seducción y ciertas dosis de acaparamiento que rayan en el acoso. Ella no coquetea, por tanto no suele ver el doble interés que les mantiene en la conversación, salvo los casos más descarados.

Estos dos cambios en su conducta, - su intensa forma de mirar y su facilidad para aproximarse en exceso a las personas con las que habla -, comenzaron a provocar situaciones que nunca antes se habían producido.

Sara

A finales de Febrero acudimos a la fiesta de inauguración de la nueva casa de unos amigos, aparejador él y farmacéutica ella. En pleno auge de la construcción en España habían conseguido despegar económicamente y se acababan de mudar a un precioso chalet en una de las zonas más caras de las afueras de Madrid. Allí nos reunimos cerca de treinta personas, la mayoría amigos comunes, En aquel momento estaba reciente mi descubrimiento sobre Carmen y me esforzaba por someter a prueba mis hipótesis. Intenté que mis especulaciones no sesgasen mi juicio.

La observé mientras charlaba animadamente con nuestros amigos, ella es de abrazo fácil y de roce espontáneo, algo que siempre ha sido entendido por nuestras amistades. Siente el impulso de establecer contacto con quien habla para enfatizar su empatía, puede apretar el brazo de un amigo preocupado, dejar una suave caricia en la mejilla del recién separado o apretarse en un intenso abrazo con el que no veíamos hace más de tres meses, ella es así y nunca ha levantado críticas entre nuestro círculo de amistades.

En aquella ocasión sin embargo enseguida comencé a notar los signos primarios de cortejo incluso en amigos de toda la vida, conductas y gestos inconscientes cuyo origen está en nuestro pasado pre humano y que son, para un estudioso del lenguaje corporal, un mensaje claramente escrito.

Comencé a diseccionar las escenas como si trabajase con un video. Estaba con un grupo de amigos cerca de Raúl, compañero de colegio y de facultad. Mis ojos midieron la distancia entre ambos cuerpos y la respuesta me vino dada por la conducta tensa y algo violenta de nuestro amigo, su mirada huidiza escapaba del escote de Carmen y cuando sus ojos se cruzaban durante la conversación Raúl aguantaba hasta que se agarraba a cualquier excusa que le permitía desviar la mirada para a continuación buscarla de nuevo.

Intenté verla como si no fuese mi mujer, como si fuese una extraña.

Lo que vi me cortó la respiración. Una mujer hermosa, desinhibida, lanzando señales de seducción evidentes, sus ojos eran pura sensualidad cuando tras una broma castigó a su interlocutor con una mirada profunda. Una nueva broma la hizo reír y entonces se abrazó a nuestro amigo pegándose a su cuerpo y riendo en su hombro. Al separarse apenas se distanció de su rostro, mantuvo su mano en la nuca de Raúl, le clavó sus ojos negros y le dijo algo al oído, ambos soltaron una carcajada, luego volvió a mirarle con una sonrisa de malicia en su boca y siguió hablando con él a un tiro de sus labios. Le sobrepasa unos cinco centímetros lo cual le confería a la escena más poder. Y ahí estaba ella, dominadora, serena, sujetándole por la nuca con su mano izquierda mientras su brazo derecho se balanceaba relajado.

Más tarde se sentó en el respaldo de un sofá que tenía detrás y sus manos apoyadas en el confortable cojín presentaron sus pechos erguidos, desafiantes. Vi las miradas furtivas de los que la rodeaban y la territorialidad en forma de malestar en algunas de las mujeres del corrillo. Se sentían eclipsadas por el intenso erotismo que emanaba de mi mujer y, aunque racionalmente no lo habrían reconocido, la hembra primaria que habita en las profundidades de su mente se rebelaba al ver a los machos eligiendo a otra. El rito ancestral del apareamiento sigue intensamente vivo revestido de cultura, socialización y reglas.

A veces su conducta desinhibida provocaba reacciones insospechadas en personas cercanas. Vi como algún amigo, tras saludarla, dejaba su mano en la cadera de Carmen mientras hablaban sin que ella hiciese nada por evitarlo, eran gestos sin malicia por ninguna de las dos partes, pero que jamás antes habían sucedido… o yo no había visto.

Contemple escenas como esta una y otra vez, en cuanto podía me distanciaba para observarla de lejos y sobre todo para ver las reacciones de ellos.

Siempre ha habido frases de doble sentido entre nuestros amigos, todos reconocen la hermosura de Carmen y han bromeado a las claras sobre lo que ocurriría si no estuviese yo o si un día perdieran la cabeza… bromas breves e inocentes entre amigos con muchos años de amistad compartida lanzadas en momentos en los que todos las aceptamos y entendemos en su verdadero sentido. Pero aquella noche las bromas llevaban otra carga, otra intensidad y me parecía increíble que solo yo fuera consciente de ello, no dudaba de la lealtad de los amigos y por eso mismo me sorprendía que no fuesen conscientes del cambio de enfoque que daban a sus bromas, las mismas palabras usadas otras veces dichas, sin embargo, con otro mensaje implícito que yo leía con facilidad en su mirada, en sus gestos, en las pausas, en la entonación.

Yo estaba en la fiesta como si me encontrase realizando un trabajo de campo, la berrea de los ciervos en celo, la lucha entre machos, la tensión sexual convertida en tensión física que hace que el pavo real extienda su cola en toda su belleza, que colapsa el cuerpo del pez beta macho y expande sus aletas con irisaciones azules y rojas. Esa tensión sexual que hace que todos los machos exhiban sus atributos ante las hembras se reproducía en aquella fiesta. Alrededor de Carmen todos pugnaban por ser el más ingenioso, el más ocurrente, luchaban por acaparar su atención y se pisaban unos a otros las frases. Todos mas erguidos, con los hombros mas ensanchados, con la voz más alta… reacciones primarias inconscientes que yo leía con claridad y que no eran sino mensajes dirigidos a la hembra, mensajes que circulan por debajo de las palabras, escudados en ellas, ocultos a la racionalidad de los participantes que, sin saberlo, reaccionan al estímulo que lanzan esos mensajes sin la defensa que la razón, las normas, los pudores y los prejuicios les hubieran proporcionado.

Fijé mi atención en Carmen y comprobé que también ella emitía los inequívocos signos de estar recibiendo el reclamo subliminal de los machos, coqueteaba sin coquetear, reía complacida, se la veía disfrutar al ser el centro del deseo sin querer serlo, sin hacer nada para serlo y sin saber que lo era.

¿Podía estar equivocado? ¿Me estaba dejando influir por mis propios deseos?

Que no estaba equivocado lo demostraba el hecho de que cuando yo me acercaba, las conductas variaban claramente.

Hacia la una de la madrugada me separé del grupo con el que había mantenido una animada discusión política y busqué a Carmen. La descubrí charlando con Sara, una escritora que mantiene aparcada su vocación mientras vive de su trabajo en una emisora de radio en la que por aquella época conducía un programa nocturno. Sabíamos a través de otros amigos que es lesbiana aunque jamás había hecho referencia alguna al tema ni había mostrado en público sus preferencias. De rasgos muy femeninos, tiene un aire enigmático. Se le conocen algunas aventuras con hombres pero es notoria su preferencia por las mujeres, Sara es lo más alejado del prototipo de marimacho con el que suelen calificar algunos cafres a cualquier mujer que elije otra opción que no sea pasar por sus entrepiernas. Todo lo contrario, es una mujer muy sensual, culta y elegante.

Me acerqué por detrás de Carmen y rodeé su estómago con mis brazos mientras la besaba en el cuello, Sara me había visto llegar y comenzó a dirigirse a mí.

  • "Le preguntaba a tu chica qué es lo que hace para estar tan brutalmente seductora" – creí ver en su mirada un destello de deseo contenido, pero rechacé esa idea pensando que, de nuevo, mis fantasías me hacían una mala jugada

  • "Eso es lo maravilloso, no hace nada, simplemente es así" – Carmen agradeció mi cumplido pegándose más a mí.

  • "No sé que hacen todos estos que no te la arrebatan, si yo fuera hombre…" – aquella frase no admitía dudas, no era yo quien interpretaba sesgadamente

  • "Quien sabe, nunca digas ‘de este agua no beberé" – no sé de dónde me había salido esa frase, pero provocó un brillo especial en los ojos de Sara.

  • "Vaya, te agradezco el consejo, no soy persona que se rinda fácilmente; como bien dices, quien sabe si algún día no beberé de ese…" – hizo una breve pausa para lanzarle una mirada traviesa más abajo de su vientre – "…manantial"

La conversación fluía en un clima de irrealidad donde la broma daba amparo y camuflaba al deseo. Carmen se había dejado arrullar por nuestras palabras hasta que esta última frase la obligó a reaccionar.

  • "¡Pero… ¿estáis tontos? ¡estáis hablando de mí! - Sara y yo reímos sin dejar de mirarnos a los ojos, sabía que con esa mirada le decía mucho más de lo que me hubiera atrevido a expresar con palabras, ella a su vez me interrogaba con su mirada; Ignore el comentario de Carmen y seguí hablando directamente para Sara.

  • "Pues eso es cuestión de planteárselo, sabes que me tenéis de colaborador en lo que haga falta" – Sara sonrió y la miró.

  • "Claro, como todos, dos chicas en la cama y ya está deseando mirar"

  • "¡Pero bueno! " – protestó de nuevo Carmen – "¿Qué clase de conversación es esta?"

  • "Una en la que, como siempre, los hombres se muestran un poco patosos" – dijo Sara

  • "Yo no he hablado de mirar, solo me he ofrecido a colaborar para abrirle nuevas perspectivas a mi mujercita"

  • "¿Ya vale, no?" – su débil protesta dejaba claro que la conversación, con no serle cómoda, tampoco le inquietaba demasiado.

  • "Querida,,," – Sara le cogió una mano y la miró intensamente a los ojos – "nadie va a conocer mejor tu cuerpo, tus reacciones y tus necesidades que otra mujer, te lo aseguro"

  • "Estoy absolutamente convencido" – apostillé yo, Sara, sin soltar la mano de Carmen, me miró con una sonrisa enigmática en su rostro.

  • "¿Estás seguro? Pues lo mismo vale para ti, el gran teórico de la bisexualidad evolutiva"

Acompañó esas últimas palabras con un gesto de sus manos que emulaba a un director de orquesta en un crescendo. Conocía mis ideas al respecto ya que en alguna ocasión había estado presente cuando las expuse. Iba a replicarle cuando volvió a la carga.

  • "Nadie como un hombre va a satisfacer algunos de tus deseos más profundos, ¿o es que eres de los que solo ven los toros desde la barrera? Desde ahí es muy sencillo pedirle a otros que se arrimen al morlaco"

Aquella frase me puso en guardia, me pareció tan nítidamente relacionada con mi presión sobre Carmen que me costó rechazar la idea de que ambas no hubieran hablado, cosa improbable dado el escaso trato que teníamos en aquel entonces.

Pero mi reacción fue suficientemente clara para que Sara la captase.

  • "¡Vaya! parece que he dado en el clavo"

  • "No creas, la cosas hay que dejar que sucedan cuando deban suceder, la prisa no es buena consejera" – argumenté intentando evadirme.

  • "Eso quiere decir que, si las circunstancias fueran las adecuadas… ¿estarías dispuesto a probar lo que tu teoría defiende?" – nos miramos a los ojos, yo buscaba una respuesta que me dejase bien ante ella pero que no sonase a fanfarronada ante Carmen que me miraba con una sonrisa irónica. Finalmente fue ella quien se me adelantó.

  • "Dudo mucho, muchísimo, que mi marido tenga intención alguna vez de pasar de la teoría a la realidad…" – me miró por el rabillo del ojo, su mirada denotaba complicidad y supe a lo que se refería cuando prosiguió" – "…al menos en lo que a él se refiere" – la sonreí y me devolvió la sonrisa.

  • "Suele pasar, es muy fácil pedirnos a nosotras que seamos transgresoras, que sigamos el camino que nos trazan y que serían incapaces de recorrer ellos mismos" – apostilló Sara.

Sus palabras seguían inquietándome, parecían hechas a la medida para el momento que atravesábamos Carmen y yo, ella lo debió notar porque una sonrisa se abrió en su rostro mientras me tanteaba.

  • "Si, lo ven todo muy fácil cuando se trata de nosotras" – dijo al sentirse identificada con la situación que pintaba Sara – "ya quisiera yo verte a ti tan lanzado como…" – Carmen interrumpió la frase al entender que rozaba los límites de lo que debíamos conservar para nosotros dos.

  • "Ya veo, las típicas fantasías masculinas han hecho arraigo en Mario, ¿no es así?" – su perspicacia comenzaba a resultarme incómoda, mas por Carmen que por mí.

  • "La imaginación es libre, dejémosla expandirse, siempre nos traerá momentos agradables"

Sara entendió mi frase como un punto final al tema y, discretamente abandonó la discusión.

  • "Ven conmigo" – le dijo a Carmen cogiendo su mano – "vamos a darles material para esas fantasías.

Me miró extrañada y se resistió a seguirla.

  • "Vamos a bailar, inocentemente, ya verás como todas esas mentes calenturientas que hay a nuestro alrededor se delatan al instante"

Carmen sonrió intrigada, dudaba entre la prudencia de evitar el equívoco y el morbo que le producía aquella pequeña transgresión convertida en juego. Bailar con Sara, ante los demás, implicaba bailar con una lesbiana. La duda que provocaría tal escena, la excitación de moverse en la ambigüedad ante todos le provocaba tal morbo que al siguiente tirón se dejó llevar a la zona de baile donde apenas cuatro o cinco parejas se movían siguiendo el sensual embrujo de Sade.

Las vi caminar cogidas de la mano, Carmen detrás de Sara, casi arrastrada, se dejaba llevar como si no tuviera voluntad, como una niña obediente; vi las miradas que comenzaban a fijarse en ellas, era la primera vez que Sara protagonizaba una escena así ante nosotros y el hecho de que la elegida fuera precisamente Carmen les causaba mayor morbo a todos.

Se detuvieron en el centro de la zona de baile y quedaron frente a frente, Carmen no sabía cómo actuar y fue Sara la que tomó la iniciativa, cogió sus manos y comenzaron a moverse lentamente, buscando el ritmo común, tras unos pocos pasos la atrajo hacia ella y sus manos tomaron el talle de Carmen mientras hacía que los brazos de esta rodearan su cuello, comenzaron a moverse al ritmo de "Smooth Operator", dándole un ligero aire de chachachá, Carmen comenzó a sonreír, se sentía libre, feliz, desinhibida, notaba las miradas a su alrededor y fijó sus ojos en los de su pareja para sentirse más segura, Sara le sonreía, comenzaron a sentirse más cómodas a medida que la canción avanzaba y sus pasos de baile se cargaron de una sensualidad como solo una mujer puede mostrar. La inicial timidez de sus pasos desapareció, vivían intensamente la canción y la carga erótica de lo que aquel baile implicaba se traslado a sus movimientos, Sara la manejaba como una muñeca, la lanzaba lejos sin soltar su mano, luego la atraía hacia ella y le hacía dar una vuelta bajo su brazo antes de enlazarla por el talle.

El silencio se había hecho en todos los grupos, las conversaciones que se habían detenido para observar aquel atrevido espectáculo de dos mujeres hermosas, altas, estilizadas, una morena, la otra rubia, que interpretaban una danza provocativa por lo que implicaba y por las formas sensuales de aquellos dos femeninos cuerpos enlazados.

Terminó la canción y ellas se detuvieron sin soltarse, durante un instante se miraron sonriendo, luego comenzó a sonar "Eloise", la vieja canción en la versión de Tino Casal, vi como Carmen abría los ojos sorprendida, ambas rieron y comenzaron a moverse al estilo de los sesenta, lanzando sus melenas al viento como si fueran protagonistas de Woodstock, Carmen estaba disfrutando de la sensación de libertad que le daba no importarle quién las mirara ni lo que pensaran, premeditadamente se hacían gestos ambiguos que levantaban murmullos, Bailaban con los brazos en alto una frente a la otra. Sara le hizo un gesto con el dedo para que se acercara y Carmen sin dejar de bailar avanzó despacio hacia ella hasta quedar casi pegadas sin dejar de moverse sensualmente. Comenzaron a sonar algunas palmas, ella estaban lanzadas, desinhibidas, libres.

Cuando la canción acabó ambas se quedaron un momento sonriendo mirándose a los ojos, luego estallaron en risas y abandonaron la pista cogidas por la cintura, algunos aplausos sonaron perdidos entre la gente, los comentarios las persiguieron en su camino hasta mí y me sorprendió lo bien que encajaba Carmen alguna frase patética, "Vaya, vaya, no sabía yo de tus aficiones" le dijo Román, un advenedizo al grupo con el que apenas teníamos aun confianza, Carmen se limitó a sonreírle, subió las cejas y entornó los ojos dejándole en la duda. Llegaron a mi lado cogidas de la mano, seguras de sí mismas, inmunes a los comentarios buenos y menos buenos que habían provocado.

Al llegar se abrazó a mí, Carmen irradiaba emoción, Sara nos observaba sonriendo.

  • "¿Ves? Han bastado unos pasos de baile y todos los machos de la manada se han puesto a babear"

  • "En que mal concepto nos tienes a los hombres, Sara, no es justo"

  • "A todos no, Mario, a todos no, ten en cuenta que yo comulgo con tu teoría sobre la bisexualidad, ¿Por qué desaprovechar a una parte de la humanidad por el hecho de que la inmensa mayoría no sepan cómo tratar a una mujer? Siempre hay valiosas excepciones"

  • "Y una de esas excepciones es mía" – dijo Carmen volviéndose hacia mí sin soltar mi cintura, la besé en la boca sin apartar la mirada de aquella otra mujer tan poderosamente atractiva.

  • "No me cabe la menor duda" – dijo Sara manteniendo mi mirada. Carmen interrumpió nuestro pulso.

  • "¿Estáis ligando? ¡Dios, estáis ligando aquí, delante de mí! – dijo fingiendo estar escandalizada.

  • "Si puedo seducir a la esposa, espero que también ella me permita seducir al esposo" – su frase daba a entender que había captado mi mensaje.

No sé que deriva hubiera podido seguir aquella conversación si no hubieran acudido varios de nuestros amigos a felicitarlas por el baile, aquello se había convertido en el tema de la noche y poco a poco nos fuimos separando con la sensación de no haber rematado lo que había surgido.

A las tres de la mañana la fiesta comenzó a diluirse, un goteo continuo de gente dejó diezmado el salón y Carmen y yo decidimos irnos, nos despedimos de los anfitriones buscando a Sara con la vista, estaba junto al ventanal que daba al jardín, charlaba con unos amigos. Notó mi mirada y me lanzó un gesto de despedida, ninguno de los tres hicimos nada por acercarnos, la prudencia se había instalado de nuevo en nosotros.

  • "¿Se puede saber que juego os traíais Sara y tú?" – dijo Carmen rompiendo el silencio cuando nos incorporamos a la autopista.

  • "¿Qué juego? Solo charlábamos, nada más"

  • "No te hagas el tonto" - dijo sonriendo con malicia – "me estabais acosando"

  • "¿Nosotros? En todo caso sería ella la que te acosaba"

  • "Claro, y tu gustosamente la ayudabas ¿no?"

  • "Sabes que me encantaría verte con una mujer"

  • "¡Eso! ¿y luego qué, con un marciano?"

Ella misma fue la primera en romper a reír por su ocurrencia.

  • "No, en serio, os habéis pasado un montón" – dijo sin conseguir que sus palabras transmitieran demasiada credibilidad.

  • "Pues no parecías estar incómoda, sobre todo cuando bailaste con ella"

  • "Eso es distinto, fue una broma"

  • "Pues para la mayoría de los que estaban allí no les pareció ninguna broma"

  • "¡Qué tontería! Me conocen, sabe que yo no…" – no llegó a terminar la frase.

  • "¿Tu no, qué?"

  • "Que no me van las mujeres"

  • "¿Estás segura?"

Carmen no respondió, el resto del camino lo hicimos en silencio, dejando que la radio pusiera melodía a nuestros pensamientos, Carmen se adormeció y yo no quise interrumpir su sueño, me bastaba con recordar la excitante escena que había visto en el baile, me bastaba con saborear cada detalle de la conversación con Sara, cada gesto de complicidad entre ella y yo, me bastaba con revivir en mi mente la levedad con que Carmen se había dejado seducir por ambos.

……

  • "Hola"

Estaba sorprendida, se alejó del grupo con el que desayunaba y salió a la calle para poder escuchar sin ruido, entonces fue cuando se dio cuenta de que estaba sonriendo.

  • "Desapareces… de repente apareces… vuelves a desaparecer… ¿a qué debo el honor?" – dijo irónica

  • "No seas mala"

  • "No soy mala, solo estoy sorprendida"

  • "¿Te tomarías una cerveza conmigo a mediodía?"

…..

A raíz de mi viaje a Coruña la relación con Carlos se estabilizó, Carmen hablaba menos de él y yo consideré adecuado no seguir insistiendo en lo que podía llegar a parecer un interrogatorio, dejé que fuera ella quien me contase cosas cuando le apeteciera.

Y así era. A veces durante la cena, o por teléfono, me contaba tal o cual cosa que le había dicho Carlos, otras veces en la cama, atravesada por el placer me pedía que le hiciera algo "como Carlos". Sabía que con esa frase me excitaba y ella también se sentía libre de pedir, de recordar, de compartir conmigo la añoranza de su amante

  • "¿Has vuelto a saber algo de Elena?" – me preguntó inesperadamente una noche, tras hacer el amor recordando su primera mamada extraconyugal.

Elena, la eterna olvidada, la injustamente postergada. Hacía casi tres semanas que no hablaba con ella a pesar de mi compromiso para no abandonar esa relación. No acababa de entender por qué no mantenía vivo el buen entendimiento que parecíamos tener.

  • "Hace bastante que no hablo con ella" – Carmen me miró buscando profundizar en mí.

  • "¿Por qué?"

Buena pregunta, ¿por qué no reaccionaba al indudable atractivo de Elena? ¿por qué no aprovechaba la clara disposición de Carmen a admitir una relación con ella? No lo había intentado pero estaba convencido de que si le planteaba ver a Elena no tendría un rechazo directo, por mucho que le costase verme con ella.

  • "No lo sé" - ¿Acaso podía decirle que mi obsesión por verla follar con Carlos era más intensa que cualquier relación física con otra mujer?

  • "¿No te gusta?" – el tono sugerente de Carmen camuflaba su intención de conocer mi posición ante Elena.

La miré intentando encontrar la estrategia a seguir, no era la primera vez que había pensado en que una relación con otra mujer facilitaría las cosas. Parecía no ser ya necesario, pero ahora era yo el que deseaba exhibirme ante Carmen, ¿cómo reaccionaría?

La distancia era un gran impedimento, no podía pretender que Elena se desplazase a Madrid y mi viaje a Córdoba, solo para estar con ella, restaba espontaneidad a una relación que entendía debía ser vista por Carmen como algo no premeditado.

  • "¡Eh, vuelve!" - dijo Carmen sacándome de mis pensamientos. Sonreí excusándome.

  • "Vaya, me quedé colgado…"

  • "Eso parece" – Carmen intentaba ocultar un ligero malestar y decidí aprovechar ese conato de celos.

  • "Estaba recordando" – Carmen se lanzó al anzuelo sin dudarlo

  • "¿Vuestro polvo express?"

  • "Si… bueno, no solo eso"

  • "¿Te gustó, eh?

  • "Si, claro que si"

  • "¿Y entonces?"

  • "No lo sé, no quiero… no sé cómo lo vivirías si yo…"

Carmen asumió el papel que creía tener que asumir, la vi revestirse con una expresión de seguridad y convencimiento que estaba lejos de sentir.

  • "A ver Mario, me has visto acostarme con Carlos, lo hemos vivido juntos, ¿crees que no puedo vivir contigo tu aventura con otra mujer?"

No, no lo creía, estaba convencido de que le sería duro asumir que su marido se acostaba con otra, por mucho que lo quisiera superar, por mucho que pensase que debía corresponder a mi apoyo en su relación con Carlos, estaba seguro de que le costaría superar mi relación con Elena. Pero no se lo dije.

La miré agradecido, con total sinceridad apreciaba su esfuerzo.

  • "La verdad es que me sabe mal no… hacerle caso, Carlos me dijo que la tenía abandonada y que por favor no la hiciera daño"

De nuevo Carmen asumió el papel que creía debía adoptar.

 

  • "Deberías llamarla, te acostaste con ella y la dejaste tirada, no me gustaría pasar por lo mismo"

  • "No le he dejado tirada…" – protesté – "…pero tienes razón, mañana la llamo" – sus ojos se cubrieron por una leve sombra durante menos de un segundo, el tiempo que le costó superar el temor y decirse a sí misma que yo tenía el mismo derecho que ella a vivir una aventura.

 

Pero no la llamé, algo me detenía y no sabía bien qué era, ¿me atraía? Por supuesto, desde el mismo momento que la vi me resultó muy atractiva y luego, cuando bailamos me encontré con una mujer muy sensual, atrevida, directa, tan directa como para que acabásemos… ¿Qué era entonces lo que me detenía?

Pasó una semana antes de que Carmen sucumbiera a la curiosidad y me preguntase si había hablado con ella, mi incapacidad para explicarle las razones que me inhibían de hacer esa llamada la desconcertaba.

Una mañana, en mitad de una conversación con Carlos, dejó que surgiera la pregunta

  • "¿Sabes algo de Elena?"

  • "¿Elena? Sí, claro, hablamos de vez en cuando ¿por qué lo preguntas?" – respondió extrañado, era la primera vez que surgía Elena en alguna de sus charlas.

  • "Le pregunté el otro día a Mario y me pareció… no sé decirte… algo evasivo quizás"

  • "No me extraña, no se ha portado nada bien con ella, se lo llevo diciendo hace meses, la quiero un montón y no me gusta que le hagan daño"

Carmen sintió una punzada de celos, ¿tan importante había sido para Elena aquel encuentro como para sentirse dolida con su silencio?

  • "No me parece propio de él"

  • "Y por lo que le voy conociendo, a mí tampoco me cuadra con su forma de ser, pero la realidad es que no volvió a llamarla desde nuestro encuentro en Sevilla, luego me llamó para pedirme su teléfono… sería por Octubre quizás; se que hablaron un par de veces y volvió a desaparecer. Elena está muy molesta, no sé si sabes que cuando se conocieron…"

  • "Si lo sé"

  • "Mayor motivo para que se sienta mal ¿no crees?"

Carmen se imaginó en esa situación y sintió un brote de simpatía hacia ella.

  • "La próxima semana va a estar unos días en Toledo participando en unas conferencias" – agregó Carlos.

En un instante se desplegó en su mente todo un escenario en el que las escenas se desarrollaban sin su intervención, un torrente de sensaciones la atravesó antes de que pudiera reaccionar, miedo, celos, excitación… ¿era eso lo que sentía yo cuando la imaginaba a ella con Carlos?

Carmen consiguió alejar de su mente aquella locura durante un par de días, pero por las noches, cuando me tenía pegado a su cuerpo, no podía evitar imaginarme con ella, entonces volvía a sentirse azotada por la incoherencia de sus emociones, intentaba analizar con cierta distancia la raíz de ese arrebato de posesividad que la había dominado cuando me vio besando a Elena en el cuello mientras bailábamos el verano anterior, era el mismo arrebato que la trastornó cuando intuyó que habíamos follado, era se misma tormentosa sensación la que aparecía cada vez que imaginaba la posibilidad de un encuentro con Elena en Toledo.

Sin embargo, entre las muchas emociones que le provocaba esa idea, no podía ignorar la excitación que crecía en ella, de forma casi imperceptible al principio, asentándose en su sexo, en su vientre y en sus pechos hasta que dejaba de ser una tenue vibración y se mostraba con toda rotundidad, firme, potente… y la hacía sentir abierta, húmeda.

…..

El sábado por la noche leíamos en la cama cuando una pregunta inesperada me sacó del libro.

  • "¿Has hablado ya con ella?"

Me sorprendía su insistencia sobre Elena, había sido un tema tabú durante mucho tiempo y ahora, de repente, Carmen se tomaba un exagerado interés en ella. Dejé el libro a un lado en la cama y busqué su mirada.

  • "¿Con Elena? No, aun no"

  • "No acabo de entender qué es lo que te detiene"

Y yo no acababa de entender su insistencia.

  • "No tiene mucho sentido, puedo llamarla, charlar con ella un rato… ¿y luego qué? Vive a quinientos kilómetros"

  • "Carlos también"

¿Me estaba planteando una relación con Elena similar a la que ella mantenía? Era la primera vez que insinuaba algo así

  • "Yo no tengo moto" – bromeé – "además, no me veo…"

Me detuve, iba a decir que no me veía manteniendo una relación con otra mujer que no fuera ella, esa era la verdad, no necesitaba acostarme con nadie, la tenía a ella y me bastaba, en todos aquellos años jamás sentí la tentación de tener una aventura.

Pero entendí que esa argumentación podía actuar en mi contra, le dejaba a ella todo el peso de la infidelidad.

  • "¿No te ves cómo?" – me urgió Carmen.

  • "No me veo yendo y viniendo a Córdoba… si viviera aquí sería otra cosa"

  • "No te estoy diciendo que te acuestes con ella, solo que la llames y no quedes como un cerdo"

La miré extrañado por sus palabras y ella reafirmó su declaración con un precioso gesto, apretó la boca y bajó el rostro con determinación al tiempo que entornaba los ojos.

  • "¿Soy un cerdo?"

  • "Si a mí me tiran en el césped, me echan un polvo exprés y luego no me llaman en seis meses… pues sí, yo diría que eres un cerdo"

  • "¿Y qué hago? La llamo, charlamos, me grabo una alarma en el móvil para llamarla cada semana…"

Carmen deslizó su mano por debajo de la sábana y comenzó a acariciar mi estómago, sus uñas marcaban delgados surcos que erizaban mi piel a su paso, se removió en la cama hasta pegarse a mi costado y subió su muslo sobre mi pierna, sentí el suave roce de su vello púbico en mi piel. Antes de que comenzase a hablar ya intuí su juego.

  • "¿Te gusta Elena?"

  • "Claro, es… bueno es preciosa y…"

  • "Y está buena, ¿no?"

  • "Si, está muy buena"

  • "Y es un pelín lanzada, bueno, muy lanzada" – dijo enfatizando la palabra ‘muy’

  • "Tanto como lanzada…"

  • "¡Vaya! Le hiciste una insinuación y le faltó tiempo para quitarse las bragas"

  • "Y el sujetador"

  • "Si eso no es ser lanzada…"

  • "Fue un juego"

  • "Un juego que terminasteis follando"

No contesté, el recuerdo de aquel instante no se me había borrado de la cabeza en todos esos meses, me excitaba rememorar las sensaciones, el morbo de ser descubiertos, la novedad de estar con alguien diferente a Carmen…

  • "¿Te gustaría que yo fuera tan lanzada, verdad?"

  • "Ya lo eres cariño"

  • "No, sabes a lo que me refiero, son esos detalles los que te gustaría hacer conmigo"

Su tono de voz expresaba una ligera frustración, como si se sintiera en inferioridad de condiciones frente a Elena. Era el momento para tratar de sacarle partido a aquel conato de rivalidad.

  • "Bueno, esas cosas tiene que surgir de una manera natural, no tendría sentido que lo hicieras obligada… como los bikinis del año pasado"

  • "No me obligaste, solo que me costó decidirme"

Mi silencio quiso transmitir una duda sobre su argumento y Carmen lo captó.

  • "¿Crees que no soy capaz de hacer esas cosas?"

  • "Supongo que si, en el momento adecuado quizás…" – la estaba picando en su orgullo.

Nos quedamos en silencio un momento, Carmen continuaba acariciándome el pecho con sus dedos mientras su pubis se movía levemente contra mi muslo, hacía tiempo que mi polla había ganado en volumen y dureza hasta quedar erguida sobre mi vientre, Carmen recorría mi tórax con sus dedos haciendo incursiones hasta mi vello púbico cuando se tropezó con mi sexo, sin dudar un minuto lo abarcó con su mano.

  • "mmm… ¡hola preciosa!"

  • "Te estaba esperando" – dije mientras el suave roce de sus dedos me transportaba al cielo.

Carmen soltó su presa solo para recuperar el mismo roce de sus uñas con el que me había atormentado hasta entonces. Recorría el tronco arañándolo hasta llegar al escroto, luego descendía por el interior de mis muslos y regresaba de nuevo hasta alcanzar la punta del glande que brincaba cada vez que sus dedos lo rozaban, a veces se detenía en mis testículos y los examinaba con el tacto, moviéndolos, palpando su forma, recogiéndolos en la palma de la mano que ahuecaba para abarcarlos.

  • "¿No te gustaría volver a… no como entonces, sino… bien, en una cama, con tranquilidad"

De sobra sabía lo que intentaba decirme, pero quería escucharlo de sus labios.

  • "¿Volver a…?"

  • "¡Tonto! Sabes lo que quiero decir" – protestó dándome un suave azote en el escroto

  • "¡Ay!"

  • "¿te gustaría o no?"

  • "¿El qué? – me resistí de nuevo

  • "Follar con Elena"

¡Por fin lo había dicho! Estaba excitado, por primera vez los papeles se habían cambiado, de una forma inesperada Carmen asumía el rol de instigadora y yo me dejaba tentar por su morbosa idea. La besé en la boca sin apenas moverme para no romper el dulce tormento que me estaba aplicando. Carmen planteaba una situación utópica, una excitante fantasía que nos iba a conducir a una noche de intenso sexo y me dispuse a seguir el juego.

  • "Me encantaría, me supo a poco"

  • "No me extraña, se debió quedar a dos velas mientras tú te descargabas"

  • "Para mí tampoco fue suficiente, ya sabes cómo me gustan a mi estas cosas"

  • "¿Si? ¿cómo?" – dijo mientras comenzaba a masturbarme lentamente. Yo busqué su pezón con mis dedos, estaba duro como una roca.

  • "Despacio, con calma, haciendo que las cosas duren…" – dije rodeando su pezón con las yemas de mis dedos y tirando suavemente de él.

  • "¿Así es cómo se lo harías a ella?" – Carmen había cerrado los ojos pero se recuperó y buscó mi mirada

  • "Si, muy despacio"

Se incorporó de un salto y se subió sobre mí, dejó que su sexo se acoplara sobre el grueso tronco y me miró a los ojos mientras comenzaba a deslizarse lentamente empapando mi verga, sus ojos me mataron, era pura lujuria lo que transmitían, era esa fiebre de deseo y erotismo que los convierte en un arma letal.

  • "¿Y si te digo que podrías acostarte con ella esta misma semana?"

Su comentario me desconcertó, estaba instalado en el terreno de la fantasía, del juego erótico y su frase me dejaba sin respuesta. Ella vio mi confusión en mi rostro y continuó.

  • "Elena va a estar en Toledo este viernes" – sonrió al ver mi sorpresa.

  • "¿Y tu cómo lo sabes?... qué tontería, ya imagino"

  • "Di, ¿Quieres verla?"

¿Y ella? ¿Qué quería ella? ¿Qué querría más allá de ese momento de excitación?

  • "Me gustaría, si, pero no creo que ella quiera verme"

  • "Prueba a ver, por lo que sé está dolida contigo pero no creo que sea irreparable"

Me excitaba ver a Carmen asumir ese papel de alcahueta, estaba proponiéndome que me fuera con otra mujer ¿realmente estaba preparada para esto? Me asombraba el cambio tan radical que había sufrido en tan poco tiempo.

  • "Y aunque así sea, no tenemos por qué acabar en la cama"

  • "Lo sé, pero reconoce que te gustaría que sucediera" – la miré a los ojos mientras no dejaba de mecerse sobre mí.

  • "¿Me estás pidiendo que me folle a Elena?"

Buscaba provocarla y sus ojos me dijeron que lo había conseguido con creces. Se agachó hasta dejar su rostro casi pegado al mío. Entonces volví a ver esa transformación a la que aun no me había acostumbrado, los matices de su rostro eran distintos, la media sonrisa que apareció en su boca le dio un aire obsceno.

  • "Fóllatela, cómele el coño como tú sabes hacer… y luego me lo cuentas"

Busqué su boca pero me rechazó, moví mi cintura para intentar hundirme en ella pero se desvió evitando mi verga.

  • "Quiero que me cuentes como te has corrido, como le has comido las tetas, como sabe su coño…" – lanzó una mano hacia atrás y alcanzó mi polla que se hundió de un golpe – "… y quiero que me folles contándomelo"

Se lanzó a un bombeo salvaje, me cabalgó sin piedad, sin pensar en mí, descargando toda su necesidad en aquellos golpes que su pubis me propinaba cada vez que botaba sobre mí.

 

…..

  • "Hola"

Estaba sorprendida, se alejó del grupo con el que desayunaba y salió a la calle para poder escuchar sin ruido, entonces fue cuando se dio cuenta de que estaba sonriendo.

  • "Desapareces… de repente apareces… vuelves a desaparecer… ¿a qué debo el honor?" – dijo irónica

  • "No seas mala"

  • "No soy mala, solo estoy sorprendida"

  • "¿Te tomarías una cerveza conmigo a mediodía?"

Elena sintió como la emoción al escucharle se desvanecía ante la fatalidad, ¿tenía que llamarla precisamente esa semana que estaba fuera?

  • "Pues me temo que te vas a tener que tomar la cerveza tu solo, no estoy en Córdoba"

  • "Yo tampoco, pero en Toledo hay sitios preciosos para que me dejes invitarte a comer"

De nuevo la emoción la invadió pero intentó que no se le notara.

  • "¿Y tú cómo sabes que estoy en Toledo?"

  • "Tengo mis contactos" – bromeé haciéndome el misterioso.

  • "Ya… ¿y por qué te imaginas que me puede apetecer verte después de tanto tiempo?"

Entendí su queja como una débil protesta orientada a obtener de mí una disculpa.

  • "Creo que al menos me dejarás disculparme, ya sabes, comenzaré una torpe explicación que tu interrumpirás y me pondrás verde, solo por eso te puede merecer la pena comer conmigo ¿no crees?"

  • "Si me lo pones así… la verdad es que la idea de cantarte las cuarenta no me desagrada"

  • "Pues aprovecha, hoy tengo mi vena masoquista y me dejo hacer lo que quieras" – escuché su risa fresca y alegre que me trajo preciosos recuerdos de Sevilla.

  • "¡Claro, eso es lo que querrías tu!"

Apenas eran las doce y media cuando me dispuse a localizar el restaurante a las afueras de Toledo que me habían recomendado. El lugar, alejado del tumulto de la ciudad rebosante de turismo en cualquier época del año, reunía las condiciones idóneas para compartir un almuerzo castellano y una larga sobremesa en la que intercambiar confidencias y romper el silencio que absurdamente había dejado crecer entre nosotros. Hice la reserva y regresé una hora más tarde. Aparqué en el centro donde se impartía el seminario y la esperé en la cafetería del recinto, frente a la puerta del salón donde tenía lugar el evento.

En cuanto la vi salir la identifiqué, llevaba el cabello más corto que en verano pero su figura y su forma de moverse eran inconfundibles. Dejé el importe de la consumición y sin esperar el cambio salí a su encuentro.

Sus ojos me sonreían desde lejos y, a medida que me acercaba a ella sentí renacer el deseo que esa mujer había provocado en mi. ¿Cómo fui tan tonto? pensé, ¿cómo había dejado pasar aquella oportunidad?

Debería haberla recibido con un par de besos en sus mejillas, si lo hubiera pensado quizás me habría contenido ante la clara posibilidad de que si la besaba en la boca ella me mandaría a hacer puñetas.

Pero no lo pensé, simplemente me dejé llevar por lo que deseaba y quizás por lo que veía en sus ojos al acercarse a mí.

Besé sus labios y no sentí ninguna oposición, ni la más mínima reacción de rechazo.

  • "¿Tu te crees que puedes dejar pasar seis meses sin apenas llamarme y presentarte así, de improviso y besarme?" – dijo regañándome sin ninguna fuerza en su voz. No se había separado de mí, su aliento fresco en mi rostro me excitó y yo, por toda respuesta, volví a besar suavemente sus labios.

  • "Tienes toda la razón, no me merezco este recibimiento"

Su sonrisa dio por zanjada la reprimenda, se agarró a mi brazo y comenzamos a caminar hacia el aparcamiento hablando de nuestra vida durante esos meses.

  • "Te he echado de menos" – le dije cuando aparqué en el restaurante, a sabiendas de que mi conducta de aquellos meses restaba credibilidad a mis palabras – "lo sé, lo sé, he sido un idiota, pero quizás cuando no suene a excusa, te pueda llegar a explicar el por qué de este alejamiento" – dije deteniendo su protesta.

Nos miramos a los ojos sin hablar, su rostro emanaba ternura y mi cuerpo me enviaba señales inequívocas. La deseaba como si no hubieran pasado casi seis meses desde que la poseí con urgencia y sin tiempo para saborear a aquella espléndida mujer.

No me di cuenta de que mi cuerpo se había acercado a ella hasta que mi boca volvió a rozar sus labios, no fui consciente de que sus dedos acariciaban mi nuca hasta que mis manos se apoderaron de su cintura.

…..

Carmen me dijo adiós con la mano cuando mi coche salía del garaje mientras ella aun se estaba acomodando en el suyo. Un profundo ahogo en el pecho le hizo cuestionarse las razones que la habían llevado a ser ella quien, sin lugar a dudas, había movido los hilos para que yo, su marido, me encontrase ese día con la mujer con la que me había acostado fugazmente en Sevilla. Desde que me puso al corriente del viaje a Toledo de Elena no había dejado de ponerse en mi lugar. Estaba haciendo suyo el papel que había vivido yo durante meses, instigándola, convenciéndola, haciéndole fácil la difícil decisión de acostarse con otro hombre. Ahora era ella quien me había allanado el camino para que, con toda probabilidad, acabase en la cama con Elena aquella misma tarde.

Condujo como una autómata por la carretera, dejándose llevar del flujo de coches, mientras su mente estaba en otra parte. ¿Por qué le dolía imaginarme con Elena? ¿Por qué su absoluta seguridad en nuestro amor le bastaba para no apreciar peligro en su relación con Carlos y sin embargo le resultaba insuficiente para sofocar el miedo que le atenazaba la garganta al imaginarme con otra mujer?

Vivió la mañana reflejando sus emociones en las que imaginaba que debí haber vivido yo tantas veces. Su zozobra, su incertidumbre, sus miedos le hicieron entender el suplicio al que voluntariamente me había sometido yo al dejarla ir la encuentro de Carlos, al ayudarla a volver a verle mientras estaba en Coruña.

¿Qué esperaba yo de su aventura con Carlos además de morbo? - se había preguntado mil veces. Ahora la pregunta era otra: ¿Qué esperaba ella lanzándome a los brazos de Elena?

No encontró argumentos, no supo contestar con razones, sin embargo su cuerpo le dio la inequívoca respuesta. Estaba excitada, dolorosamente excitada, muerta de miedo y vibrando de placer, luchando por no reaccionar ante la intensa sensación de pérdida, de expolio. Su marido se iba con otra mujer, acabarían follando y ella… ella lo iba a vivir sola, alejada, sin saber qué estaba ocurriendo.

…..

El almuerzo se eternizó hasta que los camareros nos hicieron entender que debíamos abandonar el comedor. No nos importaba nada, seguimos charlando sin dejar de mirarnos a los ojos en la terraza del restaurante, al abrigo del sol de Febrero que nos protegía del frío que ya se hacía notar en la desierta estepa manchega. Seguimos jugando el juego de la seducción, nuestras miradas directas y las sonrisas que nacían espontáneas sin motivo y que contagiaban al otro declaraban sin ninguna duda nuestra voluntad de retomar el instante en el que nos separamos.

Luego, cuando el sol ya se retiraba, volvimos a Toledo y paseamos siguiendo las empinadas cuestas, recorriendo callejuelas alejadas de las rutas turísticas, buscando un entorno donde aislarnos del bullicio que nos hubiera distraído de nuestro encuentro.

Siete y media de la tarde. Con planes hechos para cenar juntos nos detuvimos ante la puerta del hotel donde se alojaba. No había dobles intenciones, ella quería arreglarse antes de volver a quedar conmigo y yo estaba dispuesto a darle ese margen, escogería un lugar donde sentarme a tomar algo y pensar.

  • "¿Quieres subir?" – su voz tembló ligeramente por la incertidumbre que aquella frase escapada del fondo de sus deseos le provocaba. Sus ojos mostraron la duda, quizás el arrepentimiento por lo dicho, puede que el rubor reprimido se tradujera en aquella preciosa expresión de contenida ansiedad a la espera de mi reacción.

  • "Me encantaría"

Entramos cogidos de la cintura, el movimiento de sus caderas en mi mano me recordaba que no era Carmen, que aquella redondez más rotunda no era la que solía abarcar con mis manos.

Subimos en el ascensor acompañados por un par de turistas, en silencio, mirándonos a los ojos con la sonrisa en la boca a punto de desbordarse.

Abrió la puerta y la seguí. No la dejé avanzar demasiado, mis manos se apoderaron de sus caderas y la atraje hacia mí, Elena descansó su cuerpo en mi pecho y dejó que su cabeza se venciera hacia atrás, aspiré el aroma de su cabello en el que había hundido mi rostro, mis manos viajaron por su vientre palpando una carne nueva y desconocida, el destino era evidente y pronto alcancé sus pechos. Mis manos, acostumbradas a otros volúmenes, me trasladaron una sorprendida sensación al no abarcar lo que estaban habituadas a cubrir. Su gemido cerca de mi oído fue como una caricia. Lentamente comencé a desabrochar la camisa mientras Elena, con las manos lanzadas hacia atrás, intentaba acariciarme. Cuando elevé las copas del sujetador y sentí el puntiagudo tacto de sus pezones se volvió hacia mí y me besó con fuerza.

La desnudé con calma frenando la urgencia que su excitación demandaba de mí, torturando su necesidad de culminar su entrega.

¡Qué hermosa y qué diferente! Sus formas más redondeadas, menos musculosas la revisten de una sensualidad clásica. Su vientre cede con facilidad a la presión de mis manos, sus muslos son cálidos, suaves, generosos sin ser gruesos, sus pechos me permitieron hundir mi rostro entre ellos y perderme durante unos maravillosos instantes.

Podría decir sin mentir que no sabía cómo actuar, aquello era nuevo para mí. Pero el instinto me guió, me dejé llevar del deseo que aquel cuerpo desnudo despertaba en mí, le dije adiós dulcemente a Carmen durante un tiempo en el que necesitaba olvidarla para poder dedicarme a esa mujer sin que nada interfiriese entre ella y yo.

Hicimos el amor con pasión y con calma, besé su sexo durante mucho tiempo y recordé su olor al instante, me resarcí de las prisas y los temores que dilapidaron aquella primera vez, un momento que pudo haber sido mucho más hermoso de lo que fue y que ahora podía disfrutar sin interrupciones.

Descubrí que el polvo urgente y clandestino de Sevilla no representó ni la decima parte de lo que aquella mujer era capaz de dar. Pasión, lujuria, ternura, obscenidad, deseo, ingenuidad…

Descubrí que el sabor de una mujer es único, personal, diferente a todas, es el sello que la identifica y distingue. Y aprendí que una mujer puede sollozar cuando se rompe en mil pedazos traspasada por un hombre y que tras el llanto esa misma hembra puede convertirse en madre y amamantar al macho con ternura mientras éste retrocede en el tiempo y se aferra a su pecho buscando seguridad en lugar de excitación.

Descubrí… que podía haber sexo sin Carmen. Que podía haber sexo sin Carmen y sin culpa. Que podía haber sexo sin Carmen, sin culpa y con una intensa gratitud hacia ella. Me sentía intensamente unido a mi esposa mientras mis dedos recorrían el cuerpo de Elena y comprendí lo que Carmen sentía hacia mi cuando hacía el amor con Carlos.

Ese día dejé de tener miedo.

…..

Carmen se refugió en el gimnasio como medio para estar ocupada y dejar que el tiempo transcurriera más rápidamente. Se lanzó a una frenética carrera en la sala de ciclo y continuó más tarde con su habitual tabla de ejercicios, había algo de compulsivo en su forma de entrenar que no pasó desapercibido a uno de los monitores.

  • "Te vas a agotar si sigues a ese ritmo"

Quique debía tener entonces unos cuarenta y muchos años, actúa como si tuviera algún rango sobre los demás monitores que le tratan con un cierto respeto, lo cierto es que nunca hemos sabido si esa jerarquía es oficial o simplemente se debe a su edad y experiencia. Los años le han hecho ensanchar aunque mantiene una musculatura muy trabajada y quizás demasiado desarrollada, sin llegar a la hipertrofia del culturista.

  • "Estoy bien, no te preocupes" – Carmen se secó el sudor que caía por su rostro e ignoró las breves miradas a su pecho que Quique no fue capaz de controlar, se miró en el espejo de la pared y comprobó que su top estaba totalmente empapado de sudor.

  • "Hazme caso, baja un poco el ritmo… a ver las pulsaciones" – dijo haciéndola agarrarse al tensiómetro del aparato.

  • "En serio, estoy bien"

Se sintió incómoda por su insistencia, nunca había cruzado más de dos palabras con él aunque era frecuente encontrarse con su mirada. Mientras esperaba obtener la cifra de pulsaciones Quique vigilaba el contador y ella pudo observarle sin cuidado. Sabía que le gustaba, no le quitaba ojo de encima aunque se cuidaba mucho de ser insistente en sus miradas. Cada vez que entraba en el gimnasio él la localizaba por alejado que estuviera y le mandaba un saludo con la mano, sin embargo esta era la primera vez que le dedicaba una atención como monitor.

Pensó en mi, seguramente estaría en la cama de un hotel con Elena ¿y si al regresar le dijera que Quique y ella…?

  • "Bueno…" – Quique interrumpió sus desvaríos – "… estás bien pero tómatelo con más calma, el resultado será mucho mejor"

  • "No si ya lo iba a dejar"

  • "Muy bien, nos vemos – dijo alejándose no sin antes lanzarle otra fugaz mirada a sus pechos.

Tres cuartos de hora más tarde Carmen bajaba las escaleras del gimnasio y se dirigía hacia la salida. A su izquierda en la zona de la cafetería vio a Quique ya en ropa de calle, que le hacía una seña, hasta ese momento no había vuelto a recordar la absurda idea que surgió mientras la monitorizaba.

Se detuvo. En menos de un segundo una ingenua emoción ante la perspectiva de tomar algo con él le dio un motivo para dejar de amargarse la noche.

  • "¿Cansada?" – le dijo levantándose cuando Carmen se acercó a su mesa.

  • "No más que cualquier otro día" – aceptó el gesto que la invitaba a sentarse.

  • "Con lo que has sudado hoy creo que necesitas recuperar minerales" – dijo reclamando la atención de la camarera – "…un Gatorade… ¿de algún sabor en especial?"

Carmen elevó los hombros, en realidad le daba igual. Le resultaba agradable dejarse cuidar por su monitor, sabía que su interés no era solo el del preparador físico, supuso que tras tantos años de miradas constantes encontrarse sentado en la misma mesa con ella le debía suponer algo especial.

Se sintió halagada, esa agradable sensación de saberse dueña de las emociones de un hombre, reconocerse fuerte, con una fuerza superior a la potencia física que emanaba de aquellos músculos que se marcaban incluso con la ropa.

No se equivocó, Quique comenzó una banal conversación sobre la necesidad de reponer los compuestos perdidos por el sudor pero sus ojos y sus gestos decían otras cosas, hablaban a la mujer deseada, brillaba en su mirada la chispa de una recién nacida expectativa, una casi imposible posibilidad de que aquel encuentro pudiera llegar a mas, ilusión crónica en cada macho en su acercamiento a una hembra, reflejo genético de una arcaica pulsión de apareamiento impresa en nuestro cerebro y modulada por nuestra cultura. Pero el brillo estaba ahí, en sus ojos.

Y el cerebro de la hembra, preparado para captar esas señales y responder a ellas, hizo que sus ojos enviasen el mensaje adecuado, "te recibo, me gusta pero…"

El cortejo, el ritual del cortejo que se puede controlar, se puede disimular y sublimar hasta convertirlo en coqueteo, juego o galantería pero su raíz biológica, instintiva y pre racional es imposible de eliminar.

Mientras le dejaba hablar pensó de nuevo en mi, ¿qué diría cuando me contase que había estado tomando algo con Quique? Me conoce bien y enseguida intuyó que aprovecharía ese mínimo detalle para desarrollar una fantasía que aprovecharíamos bien.

¡Qué tontería! – pensó, ¿qué valor tenía esa fantasía ante la realidad de su cita con Elena.

No lo iba a hacer, ni por un momento pasó por su cabeza esa posibilidad, pero el argumento era incuestionable: solo si se acostase con Quique podría ponerse a la altura de lo que quizás aun estaba sucediendo en Toledo.

Le imaginó desnudo, ¿por qué surgía ahora esa imagen? pensó divertida y algo excitada, alguna vez le había llegado a ver en bañador en la piscina, su torso se había redondeado con los años y a pesar de mantener una musculatura muy marcada el vientre hacía tiempo que había dejado de ser una tabla, sus muslos grandes dibujaban con claridad unos músculos bien desarrollados…

  • "… ¿te apetece?" – Regresó de sus cavilaciones sin saber a qué se refería Quique, fue entonces cuando le pareció ver un ligero cambio en él, difícil de explicar en palabras pero que enseguida detectó.

¿Es que quizás mientras se zambullía en sus pensamientos su rostro había reflejado el sentido de sus fantasías? Temió haberle mirado demasiado insistentemente, quizás sin darse cuenta sus ojos expresaron las ideas morbosas que habían cruzado su cabeza.

  • "Perdona, te he perdido" – dijo excusándose con una sonrisa.

Quique le sonrió a su vez. Una sonrisa de galanteo sin duda, jugaba sus cartas con una exquisita precaución pero no cesaba de enviar señales.

  • "Te decía que si te apetece tomar algo en otra parte, donde no perjudique mi imagen si me tomo una cerveza o una Coca con ginebra"

Carmen rió ante la ocurrencia.

  • "¡Si te ven hacerlo aquí te echan!"

Por un instante dudó, no tenía nada de malo tomar una copa con un compañero del gimnasio, pero algo la detuvo, ni era el momento adecuado ni su estado de ánimo era el mejor para jugar aquel juego.

  • "Lo siento, me tengo que ir ya, pero gracias de todas formas"

  • "¿Seguro?" – no le había pasado desapercibida la breve indecisión de Carmen.

  • "Seguro" – dijo sonriéndole.

Quique se rindió ante la respuesta que ponía fin a sus esperanzas.

  • "Otro día quizás" – dijo con aire resignado.

  • "Claro, ¿por qué no?"

Caminó por el jardín rumbo a casa diciéndose que había hecho lo correcto, intentando acallar de esa manera la sensación de aventura desaprovechada que sentía al alejarse del gimnasio. Ni por un momento se planteaba algo más que dejarse mirar y poner a prueba de nuevo su poder sobre aquel hombre, aun así le hubiera gustado seguir ese juego vanidoso.

Recuperó la cobertura del móvil al poco de salir del gimnasio y sonaron los pitidos de mensajes entrantes, uno de ellos era mío y se sobresaltó.

"Ceno en Toledo, luego te llamo, vuelvo pronto"

La rabia por no haber podido ver ese mensaje antes la irritó, por un instante pensó darse la vuelta y buscar a Quique pero se detuvo, no podía hacerlo sin quedar en evidencia. Luego, la irritación se focalizó en mí, ¿es que no me bastaba con haber estado todo el día con ella?

…..

 

El camino a Madrid estaba despejado y me permitió pisar el pedal a fondo, no me llevaría más de media hora llegar a casa.

Intentaba reaccionar, seguía en una especie de estado de shock que a duras penas me había permitido aparentar una normalidad con Elena cuando nos despedimos tras cenar. Nos acabábamos de acostar saldando una vieja deuda que teníamos el uno con el otro. Ambos éramos conscientes de que la distancia que nos separaba evitaría una relación frecuente pero también tuvimos claro que aquella no iba a ser la última vez que nuestros cuerpos se fundieran.

Nadie hizo promesas, ninguno de los dos hicimos planes, la cena transcurrió envuelta en una racional sensatez que intentaba acallar las emociones que cruzaban la mesa entre ambos. Solo nuestros ojos delataban la intensidad de lo que no íbamos a decir.

Ahora, camino de Madrid, mi pensamiento estaba en Carmen, ¿cómo habría vivido aquel día? ¿Qué habría sentido al recibir mi mensaje anunciándole que me quedaba a cenar con ella?

De nuevo revisé mis propios sentimientos en situaciones similares y lamenté no haber buscado una excusa para poder llamarla y decirle que todo iba bien, que era ella y solo ella la razón que me impulsaba a probar lo que no había necesitado en todos nuestros años de convivencia.

Introduje la llave en la cerradura con cuidado de no hacer ruido, era casi la una y media de la madrugada y quizás durmiese. La casa estaba a oscuras, atravesé el salón guiándome por la costumbre y por la tenue claridad que llegaba de la luna llena que brillaba en un cielo limpio de nubes.

Me asomé al pasillo y vi luz en nuestra alcoba. Cuando me asomé por la puerta sus ojos vinieron a calmar mis dudas, su mirada me interrogaba, su sonrisa me daba la bienvenida.

  • "¡Pero qué golfo! ¿Estas son horas de llegar?"

Me senté en la cama, a su lado y me volqué sobre ella para besarla, sus manos buscaron mi nuca y me atraparon para impedir que me separase de ella, de nuevo recuperaba sus tacto en mis labios, lo había echado de menos, ahí es donde sin duda quería estar.

  • "Bueno, ¿me vas a contar o tengo que adivinarlo?" – dijo con expresión pícara en sus cara.

  • "¿Qué quieres saber?"

  • "Todo" – dijo volviendo a abrazarse a mí con una fuerza que me dejó claro su estado de ánimo.

Me desnudé intentando no declarar mi ansiedad por sentirla en mi cuerpo, luego me acosté a su lado y quedamos el uno frente al otro.

Y comencé a hablar.

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