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Diario de un Consentidor - 81 Cristales rotos

en Intercambios

 

Cristales rotos

(jueves)

-        ¡Chica estás que lo tiras!

Carmen dejó el bolso en el sillón de su despacho y se volvió al escuchar a Julia que acababa de entrar

-        Buenos días, ¿y eso, a qué viene?

-        Mírate: si pretendías tener a todos los tíos del gabinete babeando lo vas a conseguir sin ninguna duda

-        ¡Serás boba!

Julia entró y cerró la puerta, Carmen se había desecho de la cazadora de piel vuelta y la miraba recelosa mientras su amiga la inspeccionaba detenidamente.

-        Mini ajustadita, marcando culo… ¡eso, que se note que te has puesto tanga, si señora! – Carmen se contorsionó para intentar ver el efecto indeseado – blusa ligerita… con escote de vértigo… no te  la conocía; regalo de Mario, seguro, a él estas cosas le ponen pero… ¡mira que traerla para trabajar! Y ese sujetador… podías haber elegido uno mas clarito, digo yo, que combinase algo mejor con el estampado porque se te transparenta de una manera…

-        ¿Tú crees?

-        ¿Qué si creo? ¿Y el pelo, desde cuando te lo rizas?

-        No me lo rizo, es que no me dio tiempo a secármelo en condiciones…

-        ¡No me lo puedo creer! ese no es un pelo descuidado, a mi no me engañas

Era cierto, a Doménico le gustaban las ondas que le salen cuando no se lo alisa con el secador y ella ha transigido una vez más con los caprichos de su amante y ahora, al secarse el cabello, se aplicaba un cepillo para intensificar ese efecto.

-        Estas cambiada Carmen, estás… no sé, mucho mas sexy, mas… femme fatale – dijo dándole un empujoncito en el hombro

-        ¡No digas tonterías!

-        Eso es que te tiene bien atendido el jardín tu hombre, ¿a que si?

Una sombra de culpabilidad cruzó sus ojos antes de que tuviera tiempo de desviar su mirada.

-        ¿Te pasa algo?

Julia la conoce bien, son muchos años trabajando juntas, las une una buena amistad. Carmen se repone e intenta componer una sonrisa.

-        Estoy un poco mareada, anoche me sentó mal la cena

-        Ya, ¿nos bajamos a tomar una infusión y hablamos?

No ha colado, Carmen se siente descubierta en la mentira pero no puede sincerarse con su amiga ¿qué decirle, que se está acostando con un hombre que le ha abierto el culo, que le ha mostrado el placer de la lluvia dorada y que, para mayor miseria, se ha marchado a vivir con él?

No, no puede hacerlo.

-        Luego, más tarde, cuando revise el correo y ponga un poco de orden – le dice con una sonrisa triste, demasiado triste, reflejo de cómo se siente en realidad.

-        Como quieras – Julia se dirige a la puerta, cuando está a punto de abrirla se vuelve de nuevo – luego te doy un toque, sabes que lo necesitas, te va a venir bien

Carmen le devuelve una sonrisa antes de que salga; es una buena amiga, sabe que no se refiere a la infusión. Hablar, confiar en ella y volcar todo lo que lleva en su interior, si. Sería una buena terapia, lo sabe, pero… ¿es el momento? ¿Está preparada para tomar decisiones?

Huyó de este monólogo zambulléndose en los correos pendientes, en los documentos por resolver, llegó la hora de las primeras consultas. Tenía razón Julia, no había elegido la mejor ropa para acudir al trabajo, sus movimientos por los despachos habían sido seguidos por miradas que no eran habituales en sus compañeros varones, miradas involuntarias pero que inevitablemente se dirigían a su escote que, al inclinarse para dejar un expediente o un documento se ahuecaba y mostraba mas de lo habitual; las copas de su sujetador, siendo tan ligero, apenas cubrían sus pechos. Sus idas y venidas  eran seguidas y sentía los ojos en sus piernas, más desnudas que otras veces porque esa maldita falda que se había puesto no llegaba a cubrir mas que el tercio superior de sus muslos ¿por qué había elegido aquella mañana esa ropa? ¿qué la indujo, tras el altercado con Mahmud, a vestirse de aquella manera?

…..

Subió corriendo a la alcoba como si la persiguiesen, cerró la puerta tras de sí y se quedó pegada a ella temblando, escuchando el latido desbocado de su corazón. Temió haber despertado a Doménico con el portazo pero no, apenas se removió en la cama y volvió a su respiración profunda, pesada, ruidosa.

Reconoció los síntomas de un ataque de pánico pero ¿por qué? ¿Qué había pasado ahí abajo? Todavía podía sentir la huella ardiente del azote que Mahmud le había propinado, doloroso, inclemente. No había sido un juego no, le había descargado el golpe con todas sus fuerzas, el sonido todavía permanecía en sus oídos y si hacía por recordarlo, su cuerpo volvía reaccionar como lo hizo cuando su nalga recibió el cruel golpe, se encogía instintivamente. Es cierto que ya iba remitiendo, que ya ni dolía tanto ni palpitaba como lo hizo al principio pero aún estaba presente.

¿Es posible? ¿Es posible que echase en falta la intensidad que ya comenzaba a apagarse?

Caminó hacia el armario, “estás desequilibrada”, pensó mientras escogía unas nuevas bragas, entró en el baño, colgó la bata y se despojó de las que llevaba puestas, se miró en el espejo, la nalga estaba enrojecida, como el rubor que empezaba a surgir en sus mejillas mientras miraba la redondez de su glúteo cruzado por esa ancha franja rojiza. No podía apartar los ojos no, no podía dejar de mirarse.

Sus dedos viajaron solos a buscar el hueco entre sus muslos, ella permaneció en esa torsión que le permitía ver su culo en el espejo, ¡qué abundante humedad encontró entre sus labios! más de la que suponía. Llevó su mano izquierda hacia la huella del castigo y comprobó lo que imaginaba, el roce aumentó la sensibilidad de la zona y erizó la piel de su espalda. Casi dolía y… ¡qué placer! Sin darse cuenta los dedos se hundieron en su sexo cuando descubrió esa imposible mezcla de placer y dolor que nacía al rozar la zona castigada. Acarició la huella varias veces para invocar esa sensación vergonzosa y cuando la piel se acostumbró al roce de su mano… ¿cómo lo supo? un cachete reavivó el recuerdo del castigo, ¡Oh si! y los dedos húmedos se excitan, aceleran y nadan más rápidos. Ya no mira, no necesita mirar, son otros sentidos los que la proveen de sensaciones, es su piel, su músculo herido, castigado quien la atormenta y la nutre de ese placer prohibido, desconocido. Dolor, no te conocía, no sabía de ti ¿dónde estabas?

Inclinada, doblada hacia delante, mientras su mano derecha se hunde entre sus muslos  su mano izquierda la incita sin piedad a galopar por un sendero nuevo, desconocido; golpea su grupa allí donde el moro la marcó con la fusta improvisada y cada golpe la hace gemir, envía su cuello hacia atrás, dibuja un rictus de dolor en su rostro ¿o es placer? ambas expresiones se confunden, se funden.

¡No, para! 

Se detiene jadeando. Apoya las manos en el lavabo, se mira al espejo y observa su rostro desencajado, sigue el ritmo de la respiración agitada que mueve su pecho ¿qué está haciendo con su vida? Y surge la pregunta que lleva haciéndose todos estos días ¿En que se está convirtiendo?

Se sienta en el bidet, se lava con prisas, nace la ansiedad, no llega, otra vez no llega.

Vuelve al armario, olvida las bragas en  el baño. Su mirada se posa en uno de los conjuntos de lencería que le regaló Doménico, es ligero, sugerente; sin saber por qué le apetece estrenarlo, se lo pone y se mira al espejo del armario; si, se siente… no quiere no pensar cómo se siente. El tiempo se le escapa, es tarde. La huella dolorosa, palpitante en su nalga le recuerda la humillación que ha vivido, ¡cabrón! Mira en el armario, traje… falda… si, falda. Es corta, quizás demasiado corta para el trabajo… no sabe que hacer pero no tiene tiempo para indecisiones, el espejo le devuelve una imagen sensual, el contacto de la tela directamente sobre la huella del castigo le provoca… quizás se debería quitar ese tanga y ponerse una braga que le cubriera más, quizás… no hay tiempo, está bien así, ese roce es tan…

La blusa nueva es una preciosidad, cuando la vio, casi de pasada, le encantó y Doménico se empeñó en regalársela. Si, le queda perfecta. Oh! ese roce en su culo es… acabará pasando, claro, pero ahora le provoca una sensación cálida, agradable.

Una ultima mirada al espejo. Se alisa la falda, se pasa las manos por el culo, entorna los ojos, ese roce… ¡qué cabrón! Como vuelva a intentar ponerme las manos encima…

-        ¿Te marchas?

Un Doménico somnoliento la mira desde la cama, Carmen se acerca y le besa, él quiere más pero hoy no, forcejea y una Carmen irritada le rechaza con firmeza

-        No, llego tarde

Doménico debe notar su humor porque desiste sin poner mucho empeño

Coge la chaqueta, cuando desciende no mira, va directamente a la puerta. No hay nadie en el salón y respira. No quiere volver a cruzarse con él.

-        ¿Ya te vas?

Carmen se sobresalta, le molesta parecer asustada, le mira con cara de pocos amigos.

-        Saliste de estampida y no te pude decir que te dieras alguna crema, si no te va a salir un moratón, no quisiera que parezca que te he marcado con el hierro de mi ganadería

Se sonroja, pierde un par de segundos eternos armando la réplica adecuada, esa sonrisa de suficiencia en el rostro del argelino la enerva.

-        ¡Imbécil! – Carmen atraviesa el hall y sale dando un portazo

Espera al ascensor y escucha la carcajada que se pierde por el interior de la casa. ¡Mierda! buscaba una respuesta contundente, sin embargo ha dado la apariencia de huir,  ha sido incapaz de contestarle como se merece, no ha encontrado las palabras adecuadas, se siente derrotada una vez mas, sin argumentos ante Mahmud.

…..

Tiene razón Julia, no es éste su estilo en el gabinete, fuera puede ser una puta, una golfa, lo que quiera pero allí… allí es una profesional respetada, le ha costado mucho recuperar su prestigio tras el desafortunado incidente con Roberto como para jugárselo ahora…

Roberto. ¿Por qué surgía ahora? Solo la mención de su nombre le seguía produciendo un estremecimiento que la desestabilizaba. Roberto seguía provocando miedos, angustias, ahogos que inmediatamente sofocaba y enterraba, que se decía a sí misma que estaban dominados pero que aún le provocaban una sensación extraña, indefinible, en la que no quería ahondar.

Terminó la primera sesión de terapia y antes de avisar a recepción para que dieran paso al segundo paciente se puso la bata que casi nunca usaba. Se había sentido muy incómoda en la sesión anterior con el paciente enganchado en su escote, buceando en el resquicio que dejaban sus piernas cruzadas. Pensó mantener esta nueva sesión en su mesa de trabajo en lugar de hacerlo en los sillones como de costumbre pero en el último minuto rechazó esta idea. No podía cambiar su forma de trabajo por algo que debería controlar de una manera mas profesional.

A media mañana Julia pasó por su despacho como le había prometido, pero en el ascensor se le unieron tres compañeras más, lo cual supuso un alivio para Carmen que no quería verse envuelta en una conversación intima con su amiga, Julia debió notarlo porque en otro momento Carmen la hubiera apoyado para encontrar una excusa y separarse de ellas. Esta vez sin embargo hiló conversación con el grupo de chicas y eso no le pasó desapercibido a su amiga.

En la cafetería charlan, Julia se da cuenta de que Carmen evita separarse del grupo y no intenta hablar con ella. Suena su móvil, es Doménico, Carmen se aparta un poco.

-        Hola, ahora no puedo, luego te llamo

-        Te echaba de menos – suspira, ya empieza con sus cosas

-        Solo hace dos horas que no me ves

-        Es mucho, ¿dónde estás, se oye mucho ruido

-        Estoy desayunando con las chicas

-        Voy para allá y te como a besos

-        No estoy de humor– Carmen mira de reojo a sus compañeras que la observan hablar

-        Quiero que hagas una cosa; ve al baño, arráncate las bragas

-        ¡Estás loco! – Le reprende, si, pero siente como nace un destello de excitación

-        No cuelgues, quiero escuchar como se desgarra la tela

-        No voy a hacer eso, cuelga ya

-        Estás a punto de correrte de solo pensarlo, reconócelo

-        ¡Dile a Mario que no sea pesado! – le interrumpe una de ellas y las demás bromean

-        Si supieran que estás hablando con tu amante… – le dice Doménico que lo ha oído

-        No se lo pueden imaginar – la situación la tiene excitada, el morbo del peligro la puede

-        Vamos, haz que cuelgas pero no lo hagas, quiero oír como las rompes

-        No insistas – responde incómoda

-        Soy tu amo

Se irrita por primera vez al escuchar ese reclamo. La está manipulando, ¿cómo no se ha dado cuenta antes? El fogonazo de morbo se extingue en un instante.

-        ¡Qué pesado! No te deja ni desayunar tranquila – dice una

-        ¿Carmen?

-        No empieces con eso, - responde con una frialdad inusitada - ahora no es el momento, luego hablamos

Carmen cuelga el móvil, respira profundamente, mira a Julia y sonríe; su amiga le devuelve la sonrisa, la conoce bien y sabe que algo bueno le ha sucedido.

-        ¿Nos vamos?

Caminan hacia el gabinete, Carmen se ha aislado de la conversación que mantienen las chicas y Julia, poco antes de llegar al portal, la aborda

-        ¿Te pasa algo?

-        ¿Qué? No, nada ¿por qué? – responde volviendo de sus pensamientos

-        No sé, de pronto te has quedado tan seria… - Carmen reacciona con una sonrisa demasiado artificial

-        Nada, cosas mías

Fue al sacar el monedero en la cafetería cuando tropezó con la tarjeta; ¿cómo no la vio antes? Gonzalo Arnedo. Un escalofrío recorrió su espalda al recordar la absurda escena en el restaurante mientras hablaba con Graciela ¿cómo fue capaz de coquetear con aquel hombre? ¡si podía ser su padre, por Dios! Y luego ¿por qué aceptó la invitación a tomar café, ¡qué comportamiento! ¿cómo se dejó tratar de ese modo? coqueteando, dejándose tratar como si fuera una cualquiera; le hablaba de sus pechos y ella… ella no solo no reaccionó sino que, ¡por Dios, se excitó! Y luego, cuando comenzó a rozarle el muslo ¡no hizo nada! ¿pero desde cuándo ha dejado que un desconocido…?

¿Cuándo? ¿acaso no es un desconocido Doménico y se la está tirando? Si, tirando es la palabra. ¿Acaso no se dejó meter mano por Roberto a cambio de un ascenso? ¿Acaso no se insinuó a un desconocido en Sevilla y le calentó hasta que la metió mano?

-        ¡Carmen, no me estás escuchando! – Protestó Julia. Se había sumergido una vez más en sus atormentadas recriminaciones y había dejado de escuchar a su amiga

-        Perdona, no te he escuchado – Julia se agarró de su brazo y la atrajo hacia sí

-        ¿Me vas a decir de una vez qué es lo que te pasa?, llevas unos días como un alma en pena – Carmen forzó una sonrisa - ¿ves? Ni siquiera consigues sonreír de una manera creíble

-        Ya hablaremos Juli, te lo prometo pero hoy no – Julia suspiró dándose por vencida

-        Como quieras

Nada más llegar a su despacho sacó la tarjeta del bolso como si le quemase y la rompió en tantos trozos que la final ya casi no podía desmenuzarlos. Aún así no consiguió librarse de un negro presagio, una especie de augurio que parecía vaticinarle cosas horribles que provenían de aquel nombre. Gonzalo Arnedo.

Cogió el móvil y marcó a Graciela, necesitaba saber si había hablado con Mario

-        Carmen, iba a llamarte

-        Hola, ¿Has conseguido hablar con Mario?

-        Si, no estaba muy receptivo, la verdad es que prácticamente me colgó

-        No es propio de él

-        Supongo, luego me llamó y se disculpó; hemos quedado en vernos esta tarde, aunque no se que sacaré de todo esto porque le he encontrado muy hermético, cuando acabemos te llamo y te cuento cómo me ha ido

-        No sabes como te agradezco lo que estás haciendo, sé que no te está siendo fácil

Carmen dejó el móvil sobre la mesa, pensó que había sido una mala idea meter a una tercera persona por medio, por un momento dudó si llamarla y pedirle que cancelara la cita con su marido; era ella y nadie más quien tenía que afrontar el problema, sin intermediarios.

Pero ahora ya era tarde, no podía jugar con la confianza que le había otorgado a su amiga, debía concederle la oportunidad que le había pedido.

A medida que avanzaba la mañana no pudo dejar de darle vueltas a la cita que se iba a producir aquella tarde, cada vez las dudas eran mas intensas y con ellas, los nervios iban haciendo estragos en su precaria decisión. Evitó la compañía de sus amigas y salió a comer sola, necesitaba pensar en esa cita, en la conveniencia de ese encuentro entre su marido y la mujer a la que él, en el fondo, deseaba. ¿era buena idea ponerla a su alcance ahora que se encontraba tan frágil?

Se sintió miserable, ella que no había dudado en irse a vivir con su amante se cuestionaba la posibilidad de que su marido se acostase con Graciela ¿qué derecho tenía a interponerse en su camino?

Pero no, ni siquiera ese argumento la tranquilizó, debía intentar adelantarse, tomar las riendas. Se dio cuenta de que no le había preguntado a qué hora tenían previsto encontrarse ni dónde y eso la inquietó aún más. Acababa de perder el poco apetito, pidió la cuenta rechazando el postre y abandonó  el restaurante.

Jardín Tropical

He llegado diez minutos antes de la hora convenida, el jardín tropical de la estación de Atocha es un lugar agradable pero me agobia un poco la excesiva humedad ambiental así que me siento en una de las terrazas  que hay justo al lado. Cuando llegue Graciela la veré sin dificultad.

Estoy nervioso, no lo puedo evitar, sé que para ella es una situación comprometida y lamento ponerla en un apuro.

Voy a dejarla hablar, no descubriré mis cartas hasta que no sepa cual es la jugada de Carmen.

Puntual aparece Graciela, su semblante muestra la tensión que le produce el encuentro. Me levanto para recibirla, sonríe forzadamente al localizarme en la terraza. Viene hacia mi y nos damos un par de besos.

La situación es violenta, tras unos breves saludos iniciales, nos quedamos mudos.

-        Bien, tu dirás

Intento romper el hielo, pero mi frase ha sonado algo fría. Graciela duda, creo que piensa que estoy a la defensiva. Carraspea, le cuesta arrancar.

-        Como te dije, estuve hablando con Carmen, me lo contó todo, vuestro fin de semana… bueno, empezó mas atrás, por lo de Sevilla, ya sabes…

Hizo una pausa como si esperase algún comentario por mi parte. Imaginé que Carmen le habría contado una versión suavizada de nuestra vida liberal

-        ¿Qué te contó del fin de semana? – Graciela dudó

-        No entremos en detalles, Mario, no creo que sea necesario

-        Yo creo que sí, quizás no sepas toda la verdad ¿Te contó que Doménico la sodomizó? – Graciela abrió los ojos asombrada, comenzó a negar con la cabeza - ¿te contó que nos ofreció coca para poder aguantar toda la noche?

A medida que le desvelaba más datos de lo que habíamos hecho el fin de semana comprendí por su expresión que Carmen le había hecho un relato mas bien superficial. Graciela había palidecido y me escuchaba con una mezcla de estupor e incredulidad en su rostro.

-        ¿Te ha contado que en un momento de la madrugada le propuso llamar a unos cuantos amigos suyos para montar una orgía?, un senegalés, un argelino y un uruguayo, y que si no lo paro yo, ella ya estaba a punto de aceptar.

Graciela estaba desbordada por tanta información, no hacia mas que negar con gestos.

-        ¿Te ha contado Carmen que cuando la sodomizó por segunda vez, le hizo confesar que deseaba ser su puta y le prometió dejarse poner un piercing en el clítoris y en los pezones y hacerse un tatuaje en el sexo?

-        No, no me contó nada de eso – dijo nerviosamente sin poder mirarme a la cara, parecía desear que terminase con mi relato.

-        Pues debería habértelo contado para que tuvieras todos los datos, Graciela

-        Quizás quería que todo eso quedase en el ámbito de lo privado Mario, quizás no quería airearlo

-        Quizás, quizás, todo depende de lo que me vayas a contar ahora

Me miro extrañada, sin acabar de entender el sentido de mis palabras

-        Está preocupada; según me contó, la discusión que tuvisteis el domingo fue la primera vez que os ha sucedido y le dio pánico, pensó que si no lo detenía podía llegar a un punto… - me volvió a mirar, como si esperase que yo continuara el razonamiento, pero yo no estaba dispuesto a hablar por ella ni por Carmen, cuando  lo entendió, continuó – por eso se marchó, porque pensó que era mejor tomar distancia durante un tiempo para que os serenaseis y pudierais reflexionar con tranquilidad sobre lo que había sucedido. Tomaros un tiempo para pensar sin recriminaciones; estabais muy alterados, no solo tú, no cree que fuera culpa tuya lo que sucedió, ella también dijo cosas que no tenían sentido…

Ya había escuchado suficiente, no podía soportar mas dosis de buenismo.

-        Claro, por eso se ha ido a reflexionar a casa de su amante, a su cama, por eso sale de juerga cada noche con él y con sus amigos, los mismos con los que le propuso montar esa orgía el mismo viernes, Mahmud el argelino, el uruguayo, Salif  el medico senegalés ¿eso no te lo ha contado, verdad? porque yo si la he visto llegar anoche de madrugada a casa de Doménico, medio borracha abrazada al moro y al negro mientras el italiano iba a aparcar el coche – me detuve un momento, la rabia me hacía temblar y casi me impedía hablar - ¿sabes que Carmen ya tiene llaves de la casa de Doménico? Esa es la manera que tiene mi mujer de reflexionar sobre nuestro matrimonio

Graciela se quedó boquiabierta mirándome, durante unos segundos no pude continuar

-          ¿No sabías nada de esto, verdad? No, ya veo que no. Yo tampoco lo sabía hasta el martes cuando fui a casa de su amiga Gloria, donde en teoría estaba viviendo y me dijo que se había marchado, de casualidad intuí con quién se había ido y luego solo fue cuestión de esperar cerca

Estaba desolado, después de rumiarlo para mis adentros todos estos días, el poder exteriorizarlo me provocaba una explosión de emociones que no sabía si podría controlar. La tensión debía de notarse en mi rostro porque Graciela acercó una mano apretó la mía.

-        Pero… ¡esto no tiene sentido! Carmen está tan preocupada por ti, por vosotros… estuvo en vuestra casa, vio el estado en que se encuentra, dedujo  cómo estás… la vi sinceramente preocupada

-        Quizás se sienta culpable – repliqué cargado de tristeza.

-        ¡No Mario, sé lo que vi, está profundamente preocupada por ti, y empeñada en recuperarte – la miré como si me hablase de viajar a la luna.

-        ¡Graciela, por favor, se está acostando con su amante, probablemente lo está haciendo también con sus amigos! No entiendo lo que le sucede, pero lo cierto es que ha perdido el control

-        No me encaja con la mujer con la que hablé el otro día, lo siento pero no me cuadra

-        ¿Crees que te estoy mintiendo? – le dije en tono de reproche

-        ¡En absoluto, Mario, por favor! Lo que digo es que  algo no encaja, nos faltan datos

La miré. Poner en palabras lo que llevaba vivido estos días me había descompuesto hasta el punto de no poder seguir articulando palabra alguna. Trague saliva.

-        ¿Qué más datos necesitas? – dije ahogado

Bajó la cabeza, sentí su mano acariciando la mía; durante un largo minuto, quizás dos, permanecimos en silencio, con la vista clavada en nuestras manos entrelazadas

-        ¿Qué es lo que estás haciendo, ya sé, estás trabajando pero… además? – dijo al fin

La miré, su rostro demudado reflejaba una pena inmensa, ¡qué hermosa me pareció, qué cercana la sentí!

-        He empezado a hacer algunos planes pero… no sé, quizás sea pronto – me miró esperando que continuase – si todo se ha acabado como parece… – le hice un gesto para que no iniciase lo que parecía una protesta – venderé las casas, posiblemente me busque algún destino fuera, me gustaría volver a la investigación, quizás por Europa del norte, siempre me ha atraído, buscaré un lugar tranquilo.

-        No tires la toalla

-        ¡Yo que sé!

Graciela se dejó llevar de un impulso y se echó a mi cuello, me rodeó con sus brazos y comenzó a mecerme. No hubo palabras ni mas gestos, ni besos. Nada más, no hacía falta más para que mis ojos se llenasen de agua y poco después se desbordasen sin que me importase lo más mínimo estar en mitad de la estación de Atocha, rodeado de gente que iba  y venía camino del jardín tropical.

El sonido del móvil nos sacó abruptamente de este momento

Cuando vi su nombre en la pantalla me dio un vuelco el corazón. Miré a Graciela y entendió. Había esperado tantas veces este momento, lo había temido tanto que ahora no sabia cómo reaccionar. Esperé todavía un par de señales y de pronto reaccioné temiendo que colgase.

-        Carmen –  mi voz supongo que denotaba sorpresa aunque nunca, jamás, le contesto así. También debió notar frialdad, o tristeza pero ¡de qué otra forma podía responder?

-        Hola – su voz sin embargo me sonó cálida, tan cálida que inmediatamente me arrepentí de mi frialdad anterior – Mario… yo… ¿cómo estás?

-        Bien, bien ¿y tú? – era ella, otra vez, en mi teléfono, al otro lado, su voz me llegaba como si el tiempo no hubiera pasado, como si aquella maldita semana no se hubiera interpuesto entre nosotros.

-        Quería… mira, creo que deberíamos vernos, ya es tiempo de que hablemos y que intentemos poner un poco de orden en todo ¿te parece?

Tragué saliva. Poner orden, si, hablar, vernos, estrecharla en mis brazos, recuperarla

-        Claro, ¿cuándo?

-        ¿Por mi cuanto antes, si tú quieres, ¿te parece ahora, a eso de las siete, al salir de trabajar?

-        De acuerdo, ¿dónde?

-        ¿En el Vips de princesa? Nos viene bien a los dos, ¿no?

-        Si, está bien

-        ¿A las siete entonces?

-        Mejor  las siete y media – contesté

Un denso silencio remarcó la violencia de no saber cómo despedirnos

-        Bueno… - arrancó ella –nos vemos luego ¿vale?

-        Vale, hasta luego entonces

-        Hasta luego

Tristeza, alegría, desazón, miedo…

-        ¿Bien, no? – arrancó Graciela al verme naufragar, tardé en recuperarme y desviar la mirada hacia ella

-        No lo sé, no sé a quién me voy a encontrar

Me dejé caer en el silla abatido ¿qué esperaba de aquella cita. ¡Qué iluso! ¿a quién me esperaba encontrar?, ¿A mi esposa o a la mujer ebria que había visto la noche anterior dejándose magrear por sus amantes? ¡A quién iba a poder mirar a los ojos, a cuál de las dos?

Graciela volvió a coger mi mano y la apretó tratando de infundirme esa fuerza que tiene.

-        Confía, ten esperanza, por todos esos años que habéis compartido, por el amor que os tenéis.

-        Han sucedido tantas cosas…

-        Lo sé, pero también habéis vivido tantas cosas juntos, Mario…

Nos quedamos unos segundos mirándonos, ¡qué mujer, qué gran amiga tenía a mi lado cuando mas lo necesitaba! Pareció leer mis pensamientos porque inmediatamente añadió

-        Llámame, cuando acabéis, llámame y me lo cuentas

Le sonreí, era justo lo que iba a necesitar fuera como fuese nuestra entrevista.

- ¿Tienes algo que hacer esta noche? Te invito a cenar

…..

Carmen dejó el móvil sobre la mesa, escuchar a su marido le había producido una gran tristeza, faltaban tantas emociones en aquella voz que apenas le reconocía. Si, era él claro que era Mario, era su tono, su timbre, lo hubiera reconocido entre cien voces distintas pero… le faltaba vida, le faltaba esa alegría al contestar cada vez que ella le llama. Ese “¡Hola cosita!, ¿Qué haces?”, porque pocas veces contesta diciendo su nombre como hoy pero si lo hace lo canta, “¡Carmen!”, suena rotundo, alegre, musical, esta vez su nombre, en la voz de su marido le ha sonado como un mal presagio, como si fuera una mala noticia, “Carmen” hoy ha ido acompañado de una capa de tristeza, quizás de nostalgia de tiempos mejores. Y a ella se le ha encogido el corazón al escuchar su propio nombre y le han entrado unas enormes ganas de llorar.

¿Qué ha hecho? El horror, como si fuera una avalancha descendiendo por una ladera, se le ha venido encima en forma de imágenes, toda la vorágine de sexo, lujuria y despropósitos vivido desde que se marchó de casa la sepultó en pocos segundos, se tapó el rostro con las manos para poder soportar lo insoportable y se hundió en un sollozo incontrolable.

Se rehízo, tenía que luchar por su vida, por su matrimonio, salió hacia el baño oculta tras sus gafas de sol

-        ¿Qué te  ocurre? – le dijo Julia visiblemente preocupada entrando tras ella en el baño

-        Me voy a casa, dile a Andrés que me he puesto mala

-        ¿Me vas a contar que te ocurre? - Carmen la miró a punto de romper a llorar - ¡Oh Carmen!

Se abrazaron

No podía acudir a la cita vestida así, aún era pronto y se encaminó a casa de Doménico, solo deseaba que no hubiera nadie a esas horas, no tenía ganas de hablar y menos con Doménico o con Mahmud.

El encuentro

Llegué al Vips veinte minutos antes. No debí hacerlo, la espera se me hizo un suplicio durante el que ensayé una y otra vez la mejor manera de actuar ante ella. Serenidad, aplomo, no podía perder los nervios.

Cuando la vi entrar no pude controlar el temblor que comenzó a extenderse por todo mi cuerpo, parecía que hubiera pasado un año desde la última vez que nos habíamos visto, ¡qué hermosa estaba! Vestía una falda de talle alto por medio muslo, de vuelo, con un estampado de flores sobre fondo azul oscuro, una  blusa de manga francesa en tono pastel y zapatos de tacón no muy alto acompañado todo ello con un bolso que era lo único que reconocía de todo su atuendo, al brazo recogía una cazadora que tampoco reconocí. Todo era nuevo en ella de un tiempo a esta parte.

Me localizó enseguida y en su rostro apareció espontáneo el esbozo de una sonrisa que no llegó a materializarse. Caminó hacia mi mesa y cuando llegó frente a mi se quedó parada, como si no supiese qué hacer.

-        Hola – acertó a decir con cierta indecisión en su voz. Me levanté

-        Hola – La ronquera se me acentuó aún mas por la emoción que atenazaba mi castigada garganta

Nos quedamos titubeando, sin saber cómo continuar aquella violenta escena, al fin me aproximé y nos dimos un beso en la mejilla que nos hizo bajar la mirada. Una inmensa tristeza me heló  el corazón.

Nos sentamos el uno frente al otro, durante unos segundos nos limitamos a observarnos.

-        ¿Cómo estás? – dijo al fin, ¡qué pregunta! ¿destrozado? Elevé los hombros por toda respuesta.

-        Bien… ¿y tú? – respondí, ella sonrió con aire triste.

-        ¿Estás afónico? – dijo extrañada, creo que nunca en mi vida he cogido una afonía.

-        Si, un poco – Carmen pareció  que iba a añadir algo sobre eso pero desistió.

-        Has adelgazado

No contesté, mi mirada debió de ser suficientemente elocuente porque ella desvió los ojos.

-        ¿Donde te estás quedando? – ataqué; no sé por qué lo hice, de sobra lo sabía, quizás el tono de mi voz me delató porque apartó la mirada como si mi pregunta quemase, luego volvió a mirarme y en ella descubrí ese punto huidizo de quien oculta algo, esa sombra que delata la traición. Comencé a irritarme.

-        No te preocupes, estoy bien

Me recliné en el asiento sin dejar de mirarla.

Infiel, estalló en mi cabeza, Infiel, grito mi cerebro, ¡INFIEL! Creo que sonó tan fuerte dentro de mí que debió restallar en mis pupilas. Carmen me conoce tan bien que puede leer mi rostro y mis ojos. Me conoce tanto que no pudo sostener la mirada y buscó algún motivo de conversación para poder seguir hablando y alejarse de esa pregunta mal contestada.

-        ¿Cómo van la cosas por el gabinete? – Elevé las cejas, era absurdo y se dio cuenta del error que la dejaba aún mas en evidencia.

-        Como siempre, Carmen, como siempre – un punto de irritación comenzaba a alterar mi voz

El silencio dejó morir aquel intento de huida y aumentó la tensión que crispaba sus facciones y hacía huir una y otra vez su mirada.

-        ¿Cuándo piensas volver? – otra pregunta que la obligó a removerse en la silla.

-        Necesito mas tiempo para asimilar lo que ha sucedido Mario, solo unos días para terminar de pensar…

-        ¿Hablaste tú con Graciela?

-        Si

-        ¿Por qué?

-        Pensé que te ayudaría

-        No la necesito, te necesito a ti

-        Mario…

-        ¿O fue una compensación? ¿Acaso tenías mala conciencia?

-        No he debido venir – dijo con la expresión súbitamente ensombrecida

Hizo intención de levantarse pero fui más rápido y la sujeté del brazo

-        Sé donde te estás quedando y con quién – me miró horrorizada - ¿esa es tu manera de asimilar lo sucedido Carmen, follando con tu amante?

Carmen tiró del brazo con violencia para liberarse, lo que provocó comentarios desde las mesas cercanas, en sus ojos vi una mezcla de desdén y tristeza.

-        ¡Vete a la mierda! Creí que podríamos arreglar…

-        ¿Qué estás haciendo Carmen, qué estás haciendo con nuestra vida?

-        No tienes derecho…

-        ¿No tengo derecho, crees que no tengo derecho a luchar por ti, por nuestro matrimonio? ¡Te amo, me muero por ti, haré lo que sea necesario para no perderte, sin embargo tú… - se me agolpaban los argumentos pero los nervios no me permitían organizar mi discurso. Me di cuenta de que había empezado mal, sin embargo no podía parar.

-        ¿Tú… tú me amas?  - respondió con lágrimas en los ojos -  Si, yo te he enviado a Graciela pero no para que te acostaras con ella porque sabía que no lo harías. Se lo dije cuando me preguntó que esperaba de ella. Te conozco bien Mario y sabía que no era eso lo que pasaría estando como estabas, no. No soy yo quien te ha lavado el cerebro para que te acuestes con ella, no. Ese eres tú, tú eres el que llevas un año ¡Un año! manipulándome para que me acueste con otros hombres, agobiándome, dándome ideas, argumentos, utilizando todas esas técnicas que tú y yo conocemos para cambiarme, para conseguir que entrase en mi cabeza la idea de follar con otros, para que rompiera mis normas, mis reglas; y cuando lo consigues y me acuesto con Carlos, no te basta, te olvidas de lo mal que lo estoy pasando, acosada por mi jefe, incluso lo utilizas para tu obsesión, llegas a manipularme y en vez de ayudarme me insinúas que lo utilice para mi ascenso, ¡Joder Mario!, ¿sabes cómo suena eso? ¿sabes lo sucia y lo sola que me sentí?

Carmen bajó la cabeza y suspiró con tristeza, parecía cansada, harta. Luego me miró, se quedó pensando, quizás barajaba como seguir su argumentación porque pareció descartar algo, negó con la cabeza como si estuviese descartando algún argumento.

-        Ahora ya lo tienes, ya lo has conseguido, me gusta follar – añadió con un deje de cansada ironía - no sabes cuánto me gusta meterme una polla en la boca y mamarla hasta que se corre y me la llena de leche ¿es eso lo que querías, no? pues ya lo tienes. – suspiró, sus ojos reflejaban un tremendo  hastío - Y ahora tengo que asimilarlo, Mario, necesito saber si podemos vivir con ello, si puedo vivir con la persona en la que me he convertido, en la que tú me has convertido, porque me horroriza saber que no hay vuelta atrás. Es más, intenté decírtelo el domingo pero no me dejaste hablar. Tú eras el dolido, tú eras el ofendido y me insultaste. – Un nuevo silencio nos permitió contemplarnos como si no nos conociéramos -  Necesito saber si podemos convivir a partir de ahora como lo hemos hecho antes. Porque te amo Mario, te amo con locura, pero no sé si tú eres capaz de asimilar todo lo que has provocado

La miré, ¿aquella mujer era mi esposa?  Sus palabras me retumbaban en los oídos “no sabes cuánto me gusta meterme una polla en la boca y mamarla hasta que me la llena de leche”

-        Meterte una polla en la boca… no te reconozco Carmen, pareces una puta – la rabia que sentía se convirtió en desprecio, Carmen me miró con una tristeza infinita.

-         ¿Eso es lo único con lo que te quedas de todo lo que he dicho? ¡vaya! – dijo con amargura, parecía derrotada.

Suspiró mientras me miraba como si no me conociera, luego su mirada se calmó y comenzó a recoger las cosas de la mesa.

-        Ahora me voy Mario, aún tenemos mucho en lo que pensar, cuando estés preparado para hablar con calma y sin reproches, si quieres, me llamas.

-        Anoche te vi llegar con tus amigos, el moro, el negro… estabas muy guapa con ese vestido nuevo tan cortito, se notaba que ibas bastante bebida, apenas podías meter la llave  en la cerradura. ¡Cómo os reíais!  se te veía muy cariñosa con ellos. – Carmen me miró horrorizada -  Te ha faltado tiempo para cumplir tu fantasía – bajó los ojos, comenzó a negar con la cabeza - ¿crees que te queda tiempo para pensar en lo nuestro entre polvo y polvo?

Levantó la mirada indignada, sus ojos brillaban por las lágrimas contenidas, se levantó sin dejar de mirarme, sus labios temblaban, seguía negando con la cabeza, por un momento pensé que iba decir algo. Mis palabras me quemaban, hubieran querido decirle que no pensaba lo que acaba de decir, que era la rabia por no tenerla lo que me había llevado a soltar aquellas barbaridades, que era el despecho por lo que ella misma acababa de decir.

Pero no, me callé y la vi marchar, supongo que parte de la conversación había trascendido a las mesas que nos rodeaban porque las miradas y los comentarios abundaban. Ignoré el cambio que quedó sobre la mesa junto a la factura y salí de allí sin rumbo.

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